Alejandro Klein
Profesor en la Universidad de Guanajuato (México). Associate Research Fellow-Oxford Institute of Population Ageing
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La hipomanía que gobierna el mundo, su compulsión abominable al pensamiento simple, la necesidad de la selfie compulsiva y dentro de la selfie compulsiva, la sonrisa compulsiva, la imposibilidad de imaginar un mundo más allá de Netflix y Los Avengers, hacía que la ansiedad por acabar, terminar, masacrar (el término no es casual) con el coronavirus se volviera cada vez más asfixiante, cada vez más acuciante.
¿Por la mascarilla? ¿Por el gel? ¿Por el vapor con el que nos irradian? ¿Por la distancia fóbica? ¿Por recuperar la solidaridad humana? ¿La Solidaridad Humana…?
No. Por salir de compras, adquirir el nuevo celular, para ir de vacaciones, por hacer rodar la arenilla de la playa entre los dedos.
En un mundo donde no hay tolerancia a la frustración, donde vivir es sobrevivir, donde cada día es reconstruir el nuevo día, donde ya no hay herencia, ni transmisión generacional, ni legado ni ancestro, donde toda subjetividad es epidérmica y frágil y sucumbe con un poco de frío viento o se enzarza en políticas de odio, denuncia y venganza, hacían que las cosas probablemente no pudieran ser de otra manera…
Y en julio de 2021, en el verano europeo, el control del coronavirus parecía casi una realidad. En un mundo tan controlado como el nuestro, no hay otra forma de entender al virus, que o está controlado o está descontrolado. Claro, todo el mundo sabía que era magia pura, pero no importaba: era realidad ya por el simple hecho de que los medios de comunicación habían dejado de hablar del coronavirus. Y en nuestro Mundo como en la Alemania Nazi, lo que existe es lo que propaga el Ministerio de Propaganda, es decir los Media y las Redes y lo que no existe es aquello de lo que ya no habla el Ministerio de Propaganda, es decir lo que no circula por los Media y las Redes…
El Coronavirus nunca fue en realidad un problema sanitario (o sencillamente, una urgencia sanitaria), por el contrario, siempre fue un emergente de estructuras sociales y culturales que se “sanitarizan” para invisibilizar su accionar. ¿Paranoia? Desde que comenzó el coronavirus los salarios han seguido su declinación, el costo de vida ha seguido en aumento, y los laboratorios han ganado miles y miles de millones con las salvadoras y “milagrosas” vacunas, que ni han detenido la pandemia, ni las muertes en la pandemia ni el horror ante la pandemia.
En el año 2020 bastaron 48 horas para que los viejos fueron sindicados como el grupo de riesgo por excelencia, con lo que fueron aborrecidos, confinados e infantilizados, en un retorno a la decrepitud que marcó una crisis irreversible a la gerontología y su paradigma de la nueva vejez vigorosa, que la gerontología solucionó… mirando para otro lado.
En noviembre de 2021 bastaron 48 horas para que ahora los chivos expiatorios sean los no-vacunados y los negros, es decir, perdón, como se dice en lenguaje políticamente correcto: “los países africanos”. Así pues, una vez más el progreso, la racionalidad, la cultura europea tiene que “sobrevivir” frente al embate chino, el embate negro, el embate de los pobres, los migrantes, los “otros”… ¿Realmente, alguien puede inocentemente decir que el coronavirus no es una versión exacerbada de la paranoia del Mundo?
Durante casi dos años nos han rociado con polvo (¿las cámaras de gas?), nos han tomado la temperatura (como hacía mamá para ver si teníamos varicela), la gente se ha apartado con miedo y asco de la gente, nos han llevado de acá para allá como si fuésemos ganado, nos han confinado, ordenado, limpiado, desinfectado y cambiado los pañales.
¿Exagero? Claro que exagero, pero es que si no exageramos parece que la gente no entiende que nos estamos jugando la capacidad instituyente, la capacidad de decidir por nosotros mismos, la capacidad de ser adultos, la capacidad de ternura y solidaridad a favor de la imposición enceguecida de lo instituido, el totalitarismo virtual, la indiferencia y la exacerbación cancerígena de las políticas de odio racial, intolerancia y persecución.
Por eso el Coronavirus no es algo sanitario. Se nos va con él la capacidad de respuesta y accionar. La capacidad de que no nos traten como ganado, que no nos subestimen, que nos respeten.
Todos somos judíos. Todos somos nazis
Todos estamos atrapados en Auschwitz. El mundo ahora es Auschwitz y lo rodean alambrados, muros, luces que todo lo revelan, gritos prepotentes y perros que ladran todo el tiempo de forma histérica. ¿No me creen? Abran sus ventanas unos minutos y escuchen. Y si escuchan: oirán.
Todos somos nazis. Todos somos prepotentes, mandoneamos, maltratamos, empujamos al de al lado, o mejor aún: lo mantenemos a distancia para que se sepa cuál es la raza superior. Y si no nos place lo que el otro dice lo escupimos, golpeamos, zarandeamos o lo achicharramos en esas tan sofisticadas y modernas piras ardientes de la inquisición que hace absolutamente innecesaria y pueril la acción reaccionaria de la Iglesia y de las dictaduras: las redes sociales.
Los vacunados son la Raza Superior: pueden viajar, usar la tarjeta, pasear por las calles, tomar café con crema en los bares vieneses.
Los no-vacunados son los Judíos: despreciados, mirados con recelo, excluidos de la vida civil y comunitaria. Hoy, 26 de Noviembre de 2021, las Leyes de Nuremberg han sido nuevamente dictadas.
Deshonra de la Humanidad. Orgullo y vestimentas impecables de la Raza Superior.
Dirán: “anarquista anti-vacuna”. No: entiéndame. No digo eso. Digo: vacuna sí, mentiras no.
No nos digan: vacúnense y es la panacea y las tiendas se abrirán y los parques se llenarán.
Porque es mentira, las vacunas no detuvieron nada: ni las muertes ni la propagación. No digan que es por los no-vacunados, digan la verdad. No nos traten como niños: respeten a la Gente.
Hoy son los no-vacunados y los africanos, ayer los viejos y los chinos, ¿mañana será el turno de América Latina? Si es así: latinos preparaos.
¿Qué fortuna han amasado los Laboratorios con las dichosas vacunas? ¿Les conviene realmente que se detenga la pandemia, que se detenga el horror, la muerte? ¿Fortunas? ¿E Internet y Zoom y Facebook e Instagram, cuáles son los valores de esas fortunas que se han erigido con la justificación de que gracias a lo virtual el mundo se ha salvado, ha sobrevivido y prosigue? ¿Lo sabremos algún día?
Uno comienza a mascullar y dice: ¿Qué está pasando realmente? La respuesta es atroz y sencilla: nadie sabe lo que está pasando. Señores médicos y biólogos representantes del discurso sanitario: el año pasado ha sido vuestro año de gloria. Ahora sentaos, sed humildes, no juguéis a Dios y no nos digáis más como hemos de vivir. Simplemente digan: “No sé”.
Por supuesto Europa y los países con dinero acapararon espantosamente el stock de las vacunas, al resto le quedó el resto, el residuo. ¿Alguien lo ha denunciado? Por supuesto, se habla entre bastidores, pero bueno, mutis por el costado.
Por supuesto las vacunas no son patrimonio de la Humanidad, tienen marca registradísima. Pero nadie comenta nada, nadie critica nada: mutis por el fondo.
¿Dónde están los filósofos, los intelectuales, los librepensadores? ¿Dónde está Sartre, Derrida, Foucault? No hay nadie. No hay nada. Miseria de la Filosofía. Miseria de los Intelectuales. Cuidar la pensión, el sueldo, el trabajo. No meterse en líos. Callarse. Hacernos los bobos…
Por supuesto: sigamos vacunando. Ahora los niños. Y si no no irán al colegio, no irán al parque, no irán al gimnasio. Ok. ¿Pero qué paso con la decisión de los padres? Ah, es cierto: los padres ya no tocan pito ni deciden nada, ahora todo lo decide el todopoderoso Estado.
Pero, ¿qué pasó con la famosa teoría de que somos ciudadanos y tenemos derechos? Ah, ya, solo es para votar cada 4 años y dar legitimidad a los gobiernos. Bueno, muy bien, ya ha quedado más que claro y el que no lo tiene claro que apague 5 minutos Netflix y se apriete las sienes.
En esta nueva versión del III Reich, estamos todo el tiempo abombados con las redes e internet, y luego, y recién: vamos a trabajar, conversamos y nos lavamos la cara. Igual que con Hitler: primero estar atentos a la magia de su palabra, luego movernos, existir y odiar sin culpa a los judíos.
El peor invento, el más mortífero invento de la Segunda Guerra Mundial no fue la Bomba Atómica, fue Auschwitz, el prodigioso laboratorio de muerte y denigración que fascina por su contundencia, su racionalidad y su efectividad científica.
Junto a Auschwitz, las redes son el nuevo símbolo del progreso, luego de la electricidad, el tren, los rascacielos y la clase media, todas cosas que hoy en día ya no significan nada. La clase media ahora es pobre, los trenes están sucios, y la electricidad probablemente forma parte del caos climático y los rascacielos ya no se construyen. No, hoy se trata de las redes e Internet y su poder cancerígeno de propagación y multiplicación incontenible. Observarán la similitud entre Auschwitz y las redes: ambos encierran, confinan, propician la denuncia y la delación, ambos instalan una ansiedad mortífera, ambos hacen que se pierda la oportunidad de lo mejor del ser humano.
En aquel primer experimento murieron 6 millones de personas. ¿En éste cuántos morirán: 10, 12 millones?
El “Malestar en la Cultura” de Freud hoy en día parece un cuento inocente de los Hermanos Grimm. Y sin embargo, ¿no se trata aquí de la exacerbación absoluta de la pulsión de muerte, organizada y dirigida por lo societario contra el Sujeto?
Pero, ¿seguiremos en esta precariedad que desafía a cualquier precariedad previa?
¿Realmente el ser humano puede ser controlado de tal manera? ¿Cuál es nuestra vanagloria, cuál es nuestra libertad, cuál es nuestro orgullo? Casi cualquier civilización del pasado parece haber sido más feliz que nosotros, más gozosa que nosotros, alcanzando disfrutar de sus logros.
¿Nos seguirán tatuando, numerando, controlando?
¿Nos seguiremos maltratando, humillando, denigrando?
¿Dónde está el límite? ¿Dónde está la cordura? ¿Qué se hizo de la Dignidad?