Alberto Sanen Luna
Psicoanalista. Catedrático de Grado y de posgrado. Coordinador de Enseñanza en Psicología, Hospital Psiquiátrico Infantil ‘Dr. Juan N. Navaro’ | México
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Hablar de la locura como un franco antecedente u otro nombre de lo que denominamos comúnmente psicosis, resulta un lugar común en la formación de quienes se aproximan a los problemas que lo psíquico nos plantea y sin embargo es un equívoco.
La locura tiene un abolengo diferente, sus antepasados poco definidos han llevado a variaciones de todo tipo, aproximaciones al latín luscus (que tuerce la vista), al griego y al árabe lawqa (tonta) han intentado a través de sus voces dar cuenta de donde y cuando se hace parte de nuestro discurso de seres humanos, en este sentido una de las respuestas constantes alude a la palabra “locus”, lo que esta fuera de lugar, él que esta fuera de lugar, en concordancia con ello podemos mencionar sin temor a equivocarnos que lo somos todos, está situada en el epicentro de los sujetos, constituye nuestro origen, por ello que seguimos siempre fuera de sitio, errantes y extranjeros en el mundo que decimos, como siempre sin saber lo que decimos es el nuestro, de esta constancia y de la angustia que le comporta son evidencia dos preguntas (mismas que no escapan a tener como marca de agua una importante dosis de esperanza), de dónde venimos y hacia dónde vamos. A partir de ellas los hombres nos hemos dado a la tarea de inventarnos una vida, de mitificar un origen, es por el efecto de resorte que instauran en nuestras entrañas que hacemos surco, delirare.
Esta verdad que siempre comporta la locura, como lo han pensado muchos acostumbrados a no retroceder ante sus pensamientos, ha sido advertida por y figurada con diversos propósitos en la historia, se ha encarnado en teorías y personajes, ha tomado la voz en sus elogios, recuérdese a Rotterdam, y ha hecho de punto de arranque de quehaceres. Freud la advertía en la “satisfacción alucinatoria de Deseo” donde lo que no está allí, allí se presenta, El bufón remarcaba esa verdad en la risa loca con su ironía e insensatez, imagen deformada de todo soberano, de todo rey, de toda omnipotencia. Y los griegos, antes que todos, sabían que la locura en manera alguna comportaba un castigo, sino solo el intervalo entre un antes y un después, haber sido y ser, haber sido el héroe y luego sufrir la burla y la deshonra, era por tanto un instante en que se revelaban las pasiones [1].
Desde estas perspectivas, es una invención de lo particular, de otro, de los otros, tiende a estar por fuera del campo de la clínica de lo psíquico para situarse a nivel de la nada que nos sacude y nos empuja, por tanto no puede entonces ser considerado fidedigno pensar como señala alguno “las psicosis son si quieren lo que corresponde a lo que siempre se llamó las locuras” (Lacan, 1955; 12), insistir en esto nos llevaría a falsear el testimonio cotidiano de nosotros para con toda la humanidad. La locura antecede y rebasa los estrechos márgenes psicopatológicos [2].
También los artistas o para ser exactos ellos antes que muchos ubicaban perfectamente el problema que representaba la locura y vislumbran que la búsqueda de la misma simplemente eran hilarantes. Hablar de la locura y el estar loco remite por tanto a una categoría descriptiva de lo que no entendemos, lo que no tiene comprensión, nosotros; por ello que existe y existimos como algo enigmático y obscuro, demoníaco y divino, resultado de la locura -nosotros y nuestra manera de ser-en-el-mundo-, un modo aproximativo para con la realidad.
La determinación de quien se encuentra loco vale como juicio social y no clínico, Nathaniel Lee, dramaturgo del siglo XVII, lo expreso al protestar contra su encierro, “me llamaron loco, y yo les llame locos, y, maldita sea, me ganaron por mayoría de votos” (Porter, 1989). Esta jugado sobre la propia inquietud que nos despierta un sujeto, es decir, sobre nuestra extrañeza; lo ominoso franquea toda resistencia y hace patente nuestra condición y el que “la locura es solitaria” (Padel, 2004:154).
Esta condición también pone de manifiesto el desvalimiento en que existimos, tan natural está por fuera de la cultura y de su mal-estar y sin embargo justamente por ello vivimos y sobre todo creamos, nos hace respirar y movernos, es un ser-con-el-mundo, pero en el alejamiento de eso que nos conforma surge otra condición, distinta, una manera particular de situarse frente a las manifestaciones del malestar propio y ajeno. Si el malestar es de lo íntimo, entonces se resiste a su tratamiento, la locura anidada en cada uno es intratable, puesto que quien le trate lo hará a partir de un enloquecido alejamiento de sí.
Ahora bien, entre estas maneras de gozar de la vida y de la muerte, existe una posición específica que no atañe ya al campo exclusivo de lo constituyente, sino que es cercano a lo constitutivo. No es el origen sino la manifestación de ello, hablo propiamente de la psicosis.
Entonces habrá que declarar que la psicosis no es la locura, la psicosis, en todo caso, podría ser pensada como la manera que esa locura que nos mueve, da cuenta de sí.
Más la psicosis no tiene un registro tan añejo como se nos hace creer, en realidad su existencia es relativamente corta. El año de 1845 marca su inicio bajo la enunciación de Von Feusterleben, dando pauta incluso a considerar a toda neurosis una psicosis en el sentido estricto, puesto que en tanto que enfermedad del alma estaba implicada incluso en las enfermedades de los nervios [3].
Estos clínicos logran captar la diferencia e incluso sostienen durante largo tiempo la enunciación de ambas con la finalidad de dar cuenta de su origen y su sentido, la psicosis maniaco-melancólica, está presente en la misma época que hablamos de locura de duda o las locuras histéricas aparecen a la par de las psicosis disociativas (Maleval, 2005), debemos apuntar que también en los primeros manuales de la clasificación de lo cotidiano, el DSM o la CIE, existe por un tiempo el empuje de los clínicos de dar cuenta de dicha distancia, como lo atestigua el diagnóstico de locura comunicada dentro del campo de los trastornos psicóticos.
En el campo analítico si bien Freud (2002) ya establecía distancias fundamentales entre la psicosis y la neurosis el asunto de la locura no tiene un lugar preponderante, preocupado en la invención de un método no tiene tiempo de considerar estas cuestiones y además considera que no se tiene los medios psicoanalíticos para ofrecer algo al psicótico, no lo descarta pero no lo alienta.
Se tendrá, piensan algunos que esperar a que un joven psiquiatra y después añejo analista francés para que se plantee alguna innovación en el terreno psicoanalítico de las psicosis, efectivamente hace aportes trascendentales para este oficio; no avanzar más que en un a posteriori, retornar a Freud para ir hacia adelante. Para ello hace describir a Freud tres estructuras, entre ellas la psicosis. Este movimiento ubica de un solo golpe a la psicosis fuera del campo que la medicina tanto como enfermedad como trastorno, y produce además un cuestionamiento profundo respecto a esa escuadra de la normalidad.
Sin embargo con la locura al estar descrita como un des-anudamiento de la cadena transmite la vieja sensación de que es un evento en contra de lo que debería de ser, la estabilidad de los sujetos tendría que ser tomada como el siempre anudados o bien los humanos deberían de iniciar desanudados y el resto sería una ilusión, indispensable pero no más que eso. Por otra parte la psicosis no corre una mayor suerte con un “para todo tratamiento posible” se da lugar a conjeturas que acabaran en uno de los términos más controversiales “la forclusión del nombre del padre” (Maleval, 2002) y remitirán al psicótico a un “solo se puede estabilizar algo y hacer cierta suplencia de otra cosa”, pero además viendo con un objetivo más potente, hace nuevamente aparecer una diferenciación basada en la falta de unos y la completud de otros, fantasía de eludir la castración. Coinciden ambas en ser una mirada de la locura desde la no-locura y de la psicosis desde la neurosis, ambas resultan, en gran medida, una intelectualización del inconsciente.
Podemos agregar un punto más, el planteamiento relativo a que en el psicótico, en medida de esta falta significante y por el rompimiento de la cadena, se ha quebrado la herramienta del lenguaje (siguiendo un tanto a Wittgenstein) y en este tiempo ha quedado relegado del lazo social, ambas cuestiones son factibles de poner en entredicho ya que todo discurso, se articula y nutre de un discurso social, económico y político, para reconocerlo basta con escuchar las formaciones delirantes, pues un “delirio muestra siempre en su epicentro un elemento de verdad, las invasiones de otras civilizaciones son ciertas, miremos las invasiones a otros países donde el coloniaje cultural, económico y político termina por resquebrajar las imágenes internas y por deshebrar los finos hilos que conforman el tejido social” (Sanen, 2009).
Pero ahora bien si tratar las locuras resulta un imposible en medida de que no allí nada que tratar, no hay enfermedad o padecimiento, en todo caso son estos su efecto y por otra parte tratar la psicosis, haría del clínico, del psicoanalista un operador de la réplica negativizada de la práctica médica, pues colocaría a la psicosis como una enfermedad a toda luces devastadora y al psicoanálisis como la “medicina” requerida, se debiese de dar un paso atrás, seguir el camino de Lacan, rescatar lo que ya estaba allí, re-leerlo, quizás, ¿Por qué no?, establecer una posición no ecléctica sino solidaria, se requiere de una Ética de la solidaridad (Eitington, 2011) para abandonar el campo de las ideas y jugarse el cuerpo en el abandonar el miedo al “furor curandis” señalado por el maestro “Moravies”, lleva a pensar en que, como menciona el Talmud “salvar a una persona es salvar el mundo”.
Para pensar algo así es preciso colocar el acento en la cuestión curativa, es Ferenczi y es Groddeck; no es una adecuación de la técnica, no es del campo de los procesos a realizar sino de la empatía [4] en acción, es re-vincularse con el otro a partir de la identificación con el desamparo originario. Implica sumarse que no confundirse con la postura de Winnicott leída ligeramente pero que al detenerse uno en ella puede apreciar su contundencia, “yo no tengo causa que defender”.
Aproximarse al psicótico representa abandonar cada una de esas posiciones de cierto poder, es una transferencia de parte de uno el analista al otro el analista de Dios el que lo escucha, es un trabajo donde “las producciones raramente son interpretadas, la interpretación consiste en creerle” (Fromm-Reichmann, 1959), “es psicoanálisis al revés” (Davoine 1994) no adecuación técnica. ¿Por qué la puntualidad y la rudeza? Porque el psicótico no es su representación artística ni su bosquejo, él es el que se debate entre matar a su madre, quemar a su hija, es él que sabe que ya no volverá a ser visto por los suyos igual que antes que violara a sus hermanos, el que sin duda comprende que algo se ha roto y no estará bien del todo nuevamente.
En este punto es indispensable hablar de la posición de uno y de los andamiajes que constituyen u organizan una praxis, aun cuando ya se ha dicho para leer sobre la locura Foucault, para teorizar la psicosis Lacan y para tratar al psicótico Fromm-Reichmann (1965).
Notas
1. Recordemos al gran Áyax, quien turbado por Atenea aniquila cientos de ovejas dominado por mainomai y al despertar encuentra la burla, pues pensaba haber aniquilado a cientos de enemigos y ser un gran héroe, como Odiseo.
2. Aun cuando creamos en Foucault, con su Historia de la locura, debemos señalar que eso no debería de opacar otra dimensión, la del sufrimiento y la de algunos que se plantean una aproximación diferente, aun dentro del mismo campo de la naciente medicina de lo mental o de la psiquiatría moderna,
3. La psicosis es planteada por su creador como la enfermedad del alma y por tanto toda psicosis estaba implicada en una neurosis, pero no al contrario, el enfermar de los nervios no llevaba según su autor a un padecer de otro orden.
4. Tomando a esta en su amplio sentido que puede observarse tanto en Freud con su texto sobre “la identificación”, como en los planteamientos de Ferenczi en su “Diario clínico”
Referencias bibliográficas
APOLLON, W. (2003): Tratar las psicosis, Argentina: Polemos.
DAVOINE, F. (19994): La locura Wittgenstein, México: Artefacto.
EITINGTON, T. (2011): Los extranjeros, Amorrortu: España.
FREUD, S. (2002) “Neurosis y psicosis”, en Obras Completas, Argentina: Amorrortu.
FREUD, S: (2002) “Perdida de realidad en la neurosis y la psicosis”, en Obras Completas, Argentina: Amorrortu.
FROMM-REICHMANN, F. (1959): Psicoanálisis y psicoterapia, Argentina: Horme.
FROMM-REICHMANN, F. (1965): Psicoterapia intensiva con esquizofrénicos y maniaco-depresivos, Argentina: Horme.
HORNSTEIN, S. (2000): Salvar a una persona es salvar el mundo, España: Andrés Bello.
LACAN, J. (1999): “Función y campo de la palabra”, Escritos 1, México: Siglo XXI.
LACAN, J. (2002): Seminario tres. Las psicosis, Argentina: Paidós.
MALEVAL, J-C. (2002): La forclusión del nombre del padre; el concepto y su clínica, España: Paidós.
MALEVAL, J-C. (2002): Locuras histéricas y psicosis disociativas, España: Paidós.
PADEL, R. (2004): A quien los dioses destruyen. Elementos de la locura griega y trágica, México: Sexto piso.
ORTER, R. (1989): Historia social de la locura, España: Crítica.