Arquetipo, historia y contemporaneidad

Juan Manuel Otero Barrigón
Psicólogo. Coordinador de la Red de Estudios Religare y Profesor adjunto de la Cátedra «Psicología de la Religión». Universidad del Salvador (USAL)
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Veneramos la Palabra, valoramos y admiramos el poder de las imágenes y abstracciones así evocadas para dar forma y transformar el mundo. Pero el lenguaje es algo más que los garabatos en una página. Las abejas bailando, el sonido del trueno distante, el ADN cifrado en cada célula viviente, estos también cuentan historias. Vivimos en un mundo de historias.

El ser humano se constituye como tal en su propia biografía, que es historia.  Historia fruto de historias que la antecedieron, y al mismo tiempo, resultante de la síntesis de historias concomitantes y paralelas a su propio devenir. Del trabajo de Freud se desprende la idea de que la Historia, en tanto tal, no puede comprenderse sin considerar, primero, la dimensión de la temporalidad.

Historiar, según el maestro vienés, tuvo como punto de partida la toma de consciencia de sí mismo por parte del pueblo; es decir, cuando éste:

“(…) se sintió rico y poderoso y experimentó la necesidad de averiguar de dónde procedía y cómo había llegado a su estado actual. La Historia, que había comenzado por anotar simplemente los sucesos de la actualidad, dirigió entonces su mirada hacia el pasado, reunió tradiciones y leyendas, interpretó las supervivencias del pretérito en los usos y costumbres y creó así una historia del pasado prehistórico. Pero esta prehistoria había de constituir, sin remedio, más bien una expresión de las opiniones y deseos contemporáneos que una imagen del pasado, pues gran parte de éste había caído en el olvido, otra se conservaba deformada, muchas supervivencias se interpretaban equivocadamente bajo la influencia de las circunstancias del momento y sobre todo no se escribía la historia por motivos de ilustración objetiva, sino con el propósito de actuar sobre los contemporáneos. El recuerdo consciente que los hombres conservan de los sucesos de su madurez puede compararse a esta redacción de la Historia, y sus recuerdos infantiles corresponden tanto por su origen, como por su autenticidad, a la historia de la época primitiva de un pueblo, historia muy posterior a los hechos y tendenciosamente rectificada” (Sigmund Freud, 1910).

Historiar supone, de esta manera, interpretar el pasado desde el único ángulo posible, el de nuestro propio presente. Construir, o si se prefiere, reconstruir aquello que a la vista de sus huellas en la actualidad, probablemente sucedió y que nos permite entender lo que ahora mismo está sucediendo. De lo  que se trata, como en el caso de la reconstrucción de la biografía individual, es de aclarar las incógnitas que nos plantea el presente, ateniéndonos a su historicidad, hallando los conectores originales entre las producciones culturales y sus fuentes ocultas para entender así su significado y alcance. El ser humano es, respecto de la Historia, tanto actor como receptor.

Existe un paralelismo entre el desarrollo humano individual y la historia de la cultura. Esta última se estructura en función de principios iguales a aquellos por los cuales se constituye el sujeto, de igual manera que, en el terreno biológico, la ontogenia es reflejo de la filogenia. El pasado, está así, inmerso en el presente, perviviendo semienterrado en las más variadas formas culturales.  C. G.Jung alcanzó a vislumbrar claramente esta realidad y construyó su edificio teórico a partir de la importancia que juegan los arquetipos, en tanto principios fundantes de las más variadas creaciones del hombre a lo largo de su recorrido histórico. Los arquetipos, en tanto imágenes primordiales, fueron concebidos como la materia prima de los mitos, de las religiones, de la ciencia y de la filosofía. Piedra basal en la que se asientan los grandes productos culturales del ser humano, articulándose con su devenir.

Uno de estos motivos primarios fundamentales discernidos por la psicología analítica junguiana fue el de la Cuaternidad. Esta imagen, con una estructura cuádruple, las más de las veces cuadrada o circular y simétrica, se nos presenta como indicativa de la idea de Totalidad. Según Jung, la producción espontánea de imágenes cuaternarias, ya sea conscientemente o a través del rico mundo de los sueños y las fantasías, indicaría entre otras cosas la capacidad del ego para asimilar contenidos inconscientes. En sus propias palabras: “La cuaternidad es un arquetipo que, por así decirlo, se presenta universalmente. Es la premisa lógica de todo juicio de totalidad. Si se quiere llegar a un juicio de este tipo, éste debe tener un aspecto cuádruple. Cuando, por ejemplo, se quiere caracterizar la totalidad del horizonte, se nombran los cuatro puntos cardinales. Hay siempre cuatro elementos, cuatro cualidades primitivas, cuatro colores, cuatro castas en la India, cuatro caminos en el sentido de evolución espiritual en el budismo. Por ello también hay cuatro aspectos psicológicos de la orientación psíquica más allá de lo cual no puede ya decirse nada más fundamentalmente. Debemos tener, como orientación, una función que compruebe que hay algo (sensibilidad), una segunda que verifique qué es esto (pensamiento), una tercera función que diga si esto se adecúa o no, si se quiere admitir o no (sentimiento) y una cuarta que indique de dónde viene y adónde va (intuición). Más allá de ahí no se puede decir nada… La perfección ideal es lo redondo, el círculo (mandala), pero su escala mínima es la cuadratura.” (C. G. Jung, 1953)

Ya en su tiempo, el famoso antropólogo Levy Bruhl había destacado en su obra “Las funciones mentales en las sociedades inferiores”, el importante papel desempeñado por el número cuatro en la mentalidad prelógica. Pensemos sino en las cuatro estaciones del año, los cuatro elementos, las cuatro virtudes capitales, etc. Importancia que, pese a ello, no quedaría limitada a los tiempos pasados, sino que se prolongaría a nuestra época actual, dado que dicho arquetipo funciona vivamente en las producciones culturales de nuestro mundo contemporáneo. Son estos, de hecho, al decir de Abraham Haber, tiempos que han vuelto a activar el arquetipo de la Cuaternidad.  Antes bien, es importante recordar que una imagen, una figura o una acción no constituyen el arquetipo en sí. El arquetipo es forma y energía; la imagen toma una forma determinada de acuerdo a la energía para expresar al arquetipo, o bien, la energía propia del arquetipo otorga a la imagen una posibilidad de manifestarse de una cierta manera. Es allí el símbolo el que permitirá operar como vehiculizador de las mismas. Las imágenes arquetípicas se cristalizan a nivel colectivo en las producciones míticas, leyendas, cuentos, religiones, sucesos históricos etc.

Si pensamos en el campo científico, los albores del siglo xx nos trajeron de la mano de la ciencia física la incorporación, a las tres dimensiones clásicas del espacio, una nueva y cuarta dimensión: el tiempo. En el ámbito histórico, Jung señaló que uno de los eventos más trascendentes del último siglo fue la promulgación, por parte de la Iglesia, del dogma de la Asunción de María, que en términos psíquicos reflejó el pasaje de la Trinidad a la Cuaternidad, con la incorporación de un elemento (la Mujer) que durante tanto tiempo había sido desestimado.  Emergió, así, la exaltación de la Sabiduría femenina frente al Logos masculino, y la conciliación de los opuestos.  Jung consideró a este nuevo y último dogma dispuesto por la Iglesia «como el acontecimiento religioso más importante después de la Reforma». Suceso cuyas derivaciones podemos ver cristalizadas a nivel social y político en la actualidad, donde la Cuaternidad femenina anima hoy el espíritu de varios círculos feministas alternativos, en tiempos en los cuales el cuestionamiento al denominado sistema patriarcal, unido a la revalorización de lo Sagrado Femenino, constituyen los carriles por los cuales se desarrollan ciertos discursos disidentes de las principales corrientes del feminismo hegemónico posmoderno.

En el ámbito social, sabida es la importancia que desde hace años encarna el denominado “Cuarto Poder” periodístico, tan relevante tanto en su rol de grupo de presión  como en su faceta modeladora de opiniones y conciencias sobre vastas franjas poblacionales. Realidad que se acentúa, claro, en contextos donde la pluralidad y diversidad de voces son acalladas en detrimento de la imposición de múltiples reproductoras/eco del Discurso Único Dominante. La ascendencia de los medios de comunicación es tal, que conceptos sociológicos contemporáneos como el de postverdad no pueden comprenderse cabalmente escindidos de la manipulación informativa con el cual este significante entre otras cosas está relacionado; registro que inclusive muchas empresas periodísticas ejercen deliberadamente.

Por otra parte, en su momento, lemas como el de “Libertad, Igualdad, Fraternidad” inspiraron revoluciones como la francesa, al significar la emergencia del tercer estado, la burguesía, que hizo sentir su influencia frente a los poderes constituidos por la nobleza y el clero. ¿Y acaso no fue el siglo XX, y por extensión, no es el siglo XXI, momento clave en el progresivo desarrollo de la consciencia histórica por parte del proletariado, el Cuarto estado? Al hablar aquí de estados no deberíamos confundirnos con el Estado concebido como instancia reguladora de las relaciones sociales, así como de los aparatos ideológicos que la sostienen. Cuando hablamos del aparato del Estado es necesario tener en cuenta distintas aristas. Por ejemplo, y tal como citáramos arriba, los mass media, a través de los cuales las identidades son transformadas en imagen o producto de consumo. No algo distinto a la sociedad del espectáculo, que describiera en su momento Guy Debord. Entronización del mundo de la representación, que reduce a las identidades a pura fantasmagoría, lejos de individuos que se comunican, que se aman y se odian, que se vinculan unos con otros. Nos referimos, claro está, a ese entramado jurídico político económico que constituye el Sistema, y al cual Michel Foucault calificara como “la red de secuestro dentro de la cual está encerrada nuestra existencia”.

En el marco del monoteísmo de mercado, que parece regir buena parte de los destinos del Occidente histórico  actual, cabe suponer que la desaparición del Estado supondría el paraíso para las grandes corporaciones económicas, ya que rápidamente les permitiría terminar de adueñarse de los recursos, anulando los servicios sociales y los derechos laborales, orientando al ser humano enteramente al servicio del mercado y permitiendo, así, la explotación ilimitada del planeta. Sin embargo, no debiera perderse de vista que, dichas corporaciones financieras que hoy dan rienda suelta a su voracidad, crecieron y se modelaron con el paso de los siglos bajo el paraguas de los Estados de Occidente, cuyos ejércitos posibilitaron su libre desarrollo en todo el mundo. Y también es cierto que la guerra sigue siendo la expresión máxima de la unión del Capital y del Estado, de allí la íntima vinculación entre Estado, colonialismo y expansión capitalista que distingue las relaciones internacionales desde principios del siglo XXI. De este modo, opresión política, opresión cultural, opresión militar y opresión económica confluyen unas con otras, retroalimentándose.

Los efectos del discurso neoliberal imperante, en sintonía con la categoría de lo Siniestro que postulara Freud -repetición, lo familiar tornándose inhóspito, crueldad gratuita-, conllevan un proceso de subjetivación donde progresivamente se van diluyendo los legados simbólicos, la alteridad, y la imposibilidad que la determina, hasta volverse la vida, tal como plantea Jorge Alemán, “expresión de un presente absoluto”.  Subjetividad modelada así por el Poder,  que ahoga las condiciones necesarias que permitan el despliegue diacrónico de la singularidad, inherente a todo proceso auténtico de individuación en el desarrollo de la propia historia.  Constitución de un falso self, basado en el sometimiento a los imperativos del mercado y sus demandas, inspirando el desarrollo de personalidades de corte narcisista erigidas como máximo horizonte aspiracional; modelos de éxito fabricados artificialmente compatibles con este paradigma de darwinismo social meritocrático.  Debilitamiento del necesario interjuego entre lo individual y lo colectivo, cuya integración  supone la base de toda existencia creativa, de acuerdo al enfoque teleológico propuesto por el sabio de Zurich.

Frente a un horizonte como el señalado líneas arriba, la apuesta por una lógica  emancipatoria supone, en primer lugar, el desafío de una organización colectiva que no ahogue la dimensión singular de la experiencia y del recorrido de cada ser. Pero que permita, al mismo tiempo, la articulación de nuevos desafíos grupales de soberanía, que propendan a explorar alternativas al mundo que las corporaciones neoliberales y sus instituciones mundiales, rendidas al Capital, intentan establecer con su arsenal de mecanismos, diluyendo la calidad de los vínculos afectivos, impidiendo la plena asunción de la propia historia, y  anulando el consecuente registro del otro semejante, en el interior de una selva donde el “sálvese quien pueda”, se erige en ley tirana de esta teología secular sacrificial e insolidaria.

Referencias bibliográficas

ALEMÁN, J. (5 de Junio de 2017): ¿Qué es la subjetivación neoliberal?
COSTA, N.  (2000): Jung, un mundo de imágenes y símbolos. Buenos Aires: Editorial Centro Editor Argentino.
FREUD, S. (2003): Obras Completas. Buenos Aires: Editorial El Ateneo.
GIMÉNEZ SEGURA, M. del C. (1998): El tiempo y la historia en la obra de Freud. Anuario de Psicología, 38, Barcelona.
HABER, A. (1969): Un símbolo vivo: arquetipos, historia y sociedad. Buenos Aires: Editorial Paidós.
JUNG, C. G. (2016): Obras Completas. Madrid: Editorial Trotta.
SHARP, D. (1994): Léxicon Jungiano. Santiago de Chile: Editorial Cuatro Vientos.

Por gentileza de El psicoanalítico