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Análisis del desarrollo de la nosología freudiana

Luis Alejandro Martínez Flórez
Fundación Universitaria Los Libertadores | Bogotá | Colombia
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Resumen

Teniendo en cuenta la gran influencia del psicoanálisis en la psicología y la psiquiatría desde el siglo XIX hasta la actualidad, se consideró importante realizar una revisión teórica y documental de la construcción nosológica en la clínica freudiana que permitiera entender las fases en que Freud encontró, describió y desarrolló esta clasificación psicopatológica. Por medio del presente artículo monográfico se realizó como tal un relato sobre la evolución etiológica de la nosología freudiana. Así pues, es de resaltar que en la nosología Freudiana fue relevante la definición y conceptualización de la neurosis, categoría que se ramificó luego en la neurastenia y la neurosis de angustia, junto con la psiconeurosis, derivando de ella la histeria, obsesiones, fobias, psicosis alucinatoria y paranoia. La neurosis antes de Freud se entendió como una enfermedad nerviosa y se asociaba con la epilepsia, hipocondría, histeria y neurastenia; sin embargo, luego pasa a ser vista como enfermedad mental resultado de las investigaciones de Freud respecto al síndrome de conversión y a lo que él denominó huella mnémica con base en las lesiones dinámicas descubiertas por Charcot. El presente artículo abarca la amplitud de categorías que surgieron de la constitución de la teoría psicoanalítica, el método terapéutico de la hipnosis, y las bases psicosexuales del desarrollo de la personalidad. Hizo énfasis en descubrir las vías en que el síntoma daba las claves de la identificación del trauma, la enfermedad y la misma cura, con finas comparaciones entre los fenómenos propios de las personas sanas, o en casos moderados o severos de perturbación psíquica. Definió como eje articulador, que explica el desorden psíquico, las alteraciones de origen traumático en el desarrollo sexual de la personalidad, el proceso de la articulación de las representaciones e ideaciones de las experiencias sexuales y los eventos traumáticos producidos por el grado de represión psíquica, en tanto que los procesos de conversión y regresión son los mecanismos que permitieron observar la definición etiológica de las neurosis y la histeria.

Palabras clavenosología, neurosis, neurastenia, histeria, neuropsicosis, neurosis de angustia, neurosis obsesiva, psiconeurosis.

Análisis del desarrollo de la nosología freudiana

Está visto que el desarrollo de la Teoría Psicoanalítica de Freud fue un evento que influyó en todos los ámbitos de la sociedad moderna en el siglo XX, y aún en nuestros días, pues se generaron conceptos y abordajes de la clínica psiquiátrica y psicológica que aún tienen vigencia en la generación de nuevo conocimiento, y en el forjamiento de nuevas escuelas de pensamiento. Pero, ¿cuál fue la ruta que permitió que esto se lograra? Es claro que los caminos fueron muchos, pero el más determinante dentro de la sociedad médica de la época fue la construcción de la nosología psicoanalítica freudiana. El objetivo de este artículo es compartir en breve el desarrollo de estos fundamentos de la clínica psicodinámica.

Entrando en el detalle de la propuesta de estudio, la estructura nosológica de Freud está compuesta en un primer eslabón histórico y conceptual por la neurosis, de la que se deriva la neurastenia y la neurosis de angustia; en un segundo momento se conceptualiza la psiconeurosis de la que se desprende la histeria, obsesiones, fobias, psicosis alucinatorias y paranoia.

El análisis sobre la neurosis es presentado en un primer momento como una afectación del sistema nervioso junto con la asociación que se realizó con otras patologías de origen somático como la epilepsia, hipocondría, histeria y neurastenia. Junto a esta categoría es abordada la neuropsicosis, y de cómo aparece cuando hay perturbaciones psíquicas permanentes en la neurosis, también del momento en que se muestra a través de síntomas psíquicos aislados a los somáticos o con ellos, pero apartados y acentuados.

En este corpus de conceptos clínicos que parte del entendimiento de la neurosis también es abordada otra entidad psíquica conocida como psiconeurosis, de la cual se observa con interés que sus síntomas aparecen tanto en personas sanas, como en pacientes clínicos.

Como otra rama y entramado de este desarrollo la histeria fue uno de los intereses fundamentales en la clínica freudiana, debido en parte a que era uno de los mayores debates de la sociedad de psiquiatría en la Europa de entonces. La histeria que en principio se trataba como una enfermedad uterina pasa a ser considerada como padecimiento neurológico, o del sistema nervioso, con un evidente origen en el cerebro. Fue común asociarla con la hipocondría por su similitud en los síntomas haciendo que se preste más atención en el síntoma que en la crisis. En fases posteriores al ser vinculada con el desarrollo sexual se le dividió de acuerdo con el género, quedando como histeria para la mujer e hipocondría para el hombre haciendo énfasis en que puede presentarse en cualquier parte del cuerpo.

En la construcción del conocimiento es clave retomar los aportes de Charcot y su estudio de las lesiones dinámicas, las cuales parten de la hipótesis de que toda enfermedad nerviosa tiene localización orgánica, cosa que no pasa con la histeria, razón por la que esta enfermedad no puede ser presentada tampoco como nerviosa; se analiza entonces cómo Freud llega a afirmar que sus vías de expresión están dadas por representaciones.

A partir de la revisión que formula Freud se llega al concepto de mecanismo de conversión, concepto que se define en síntesis como la idea que crea el paciente sobre el órgano que lo imposibilita asociarse con el resto sin que el órgano se destruya. Se explica también por qué lo que se llama huella mnémica no es más que la representación disociada que no desaparece cotidianamente y que surge ante determinado suceso, todo ello para establecer así que el síntoma histérico es la realización funcional de una idea, buscando demostrarla como una enfermedad mental y no nerviosa.

La presentación nosológica luego trata el tema de la neurosis de angustia que puede surgir como mecanismo fisiológico o psíquico. Aquí, Freud propone que aparece como manifestación de algunos órganos sobre el sistema nervioso cuando la excitación se anula por un acto voluntario o cuando no llega plena al plano psíquico, argumentando que la neurosis de angustia puede desparecer con un orgasmo. En el mismo planteamiento se observa que la neurastenia aparece cuando la excitación sexual alcanza lo psíquico y pretende descargarse y la acción lo hace deficientemente. El presente artículo quiere mostrar cómo diferentes patologías pueden presentarse de manera mixta por su sintomatología común.

Entre los fenómenos psíquicos mixtos y complejos se desarrolló en este corpus clínico el concepto de la neurosis obsesiva, denominándola en principio como locura de duda con ideas compulsivas, duda y estado de irresolución. Esta conceptualización obliga a resolver la definición de la neuropsicosis de defensa, puesto que es un evento que integra y limita la neurosis obsesiva y la histeria con el mecanismo de defensa para el grupo de la neuropsicosis, y establece una etiología basada en experiencias sexuales infantiles traumáticas. En este particular abordaje, según el rol de la experiencia se le puede catalogar como histeria u obsesión, el inicio de la enfermedad se da con el regreso del recuerdo reprimido con las representaciones que asocia llamándolas formaciones de compromiso. Además, se distingue cómo en la etapa infantil, además de ser un factor de predisposición en la adultez, puede incluir casos de neurosis también, lo que podría pasar desapercibido con algunos rasgos o estados de bienestar hasta la adultez.
En esta construcción conceptual y metateórica no se puede olvidar los eventos fundacionales de la personalidad en el desarrollo sexual. Así, la hostilidad hacia el padre se encuentra incluida y conceptualizada como un suceso de represión, que a su vez representa la perturbación del goce sexual del niño por la función paterna creando una fijación de orden inconsciente. Se realiza también un paralelo entre la neurosis obsesiva y la religión encontrando que son similares en la medida en que los rituales, ceremonias y ritos pueden ser tomados como ideas obsesivas diferenciándolos en que los actos religiosos tienen un sentido aparente, mientras que los actos obsesivos carecen de este y se abren a una posible polisemia, o variación de significados que los hacen susceptibles al análisis.

Sobre la génesis de la neurosis obsesiva en principio se argumentaba que obedecía a una etiología traumática, sin embargo, esta concepción se transforma al considerar que el sujeto tiene una consciencia de culpabilidad teniendo que ver con su deseo y con la fantasía de éste, conservando la localización de estas ideaciones en el orden inconsciente, lo que trae nuevamente al análisis la referencia infantil.

Con base en esta formulación surge la categoría del sadismo como evolución de la pulsión de aprehensión que está ligada a la neurosis obsesiva. En cuanto a la angustia es ubicada en el eje central de y se menciona a partir de ello que, las fobias son la forma neurótica en que la angustia se ve de forma directa ya que la misma es un mecanismo para convertir la angustia en miedo, buscando un objeto donde la angustia se pueda desencadenar; para el caso del complejo de castración se argumenta porque se considera como la base de las defensas y representaciones en contra las neurosis.

Finalmente, se distinguen dos momentos en la construcción de la nosología Freudiana, siendo el cambio más importante la transformación nominal y conceptual de las neuropsicosis a psiconeurosis, para enfatizar en la experiencia del sujeto, también porque mueve la histeria a este grupo y a la neurosis le agrega la hipocondría. En búsqueda de una justificación, se observa a las psiconeurosis les agrega las de transferencia y la narcisista, por lo que en esta clasificación la paranoia, la parafrenia y la psicosis maniaco-depresiva, para finalmente eliminar la categoría psiconeurosis y poder enfatizar en los subgrupos descritos. Se destaca en la evidencia clínica que esta subagrupación tiene como base una etiología sexual, diferenciándose del carácter hereditario propuesto por la psiquiatría de la época.

La nosología freudiana culmina y se completa con la segunda teoría de las pulsiones, y la aparición de la segunda teoría del aparato psíquico, la cual incluye y sustenta ampliamente estos principios, y establece como eje de interpretación que el núcleo de las neurosis se da por la castración y su angustia.

Primera estructura nosológica y sus antecedentes

De acuerdo con Mazzuca, Schejtman y Godoy, (2004), la primera nosología está versada en tres textos: Las neuropsicosis de defensa, las neurosis de angustia y las nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa. Según esto se tiene la siguiente estructura: De la neurosis se desprende la neurastenia y la neurosis de angustia; y en la neuropsicosis la histeria, las obsesiones, las fobias también conocidas como representaciones compulsivas o neurosis obsesiva, la psicosis alucinatoria y la paranoia.

Según Rivera, Murillo y Sierra (2007) fue Cullen en 1769 quien definió por primera vez el término neurosis como una enfermedad que afecta la actividad sensomotriz que no obedece a afectaciones del organismo sino más bien al sistema nervioso en específico el movimiento y los sentidos. En 1845, Ernst Von Feuchtersleben utiliza por primera vez el término psicosis haciendo referencia a los trastornos de orden mental que tienen en la falta de contacto con la realidad su punto en común. (Misol, 2011).

Siguiendo el rastro de las influencias de Freud, Bobadilla (2016) menciona lo siguiente:

Griesinger, que influenciado por Guieslan y Hebart introduce concepciones, semiología, etiopatogenia, formas clínicas, pronóstico y tratamientos que prevalecen hasta nuestros días. Bercherie (1999) resalta que su teoría del ego y la metamorfosis del ego en el delirio son retomadas por Freud. Representación, represión (término de Herbart), móviles (¿pulsiones?), conciencia y yo, son conceptos que se encuentran en su obra y seguramente influyeron a Freud más de lo que se cree. (p, 265)

Mazzuca et al. (2004) comentan que en los escritos sobre psicopatología de Freud se hace referencia al tratado clínico de psiquiatría de Kraft-Ebing (1886) que distingue entre los tipos de neurosis, la psicosis, psiconeurosis y neuropsicosis, categorizando la neurosis como enfermedades del sistema nervioso y las relaciona con entidades clínicas de sintomatología somática, agrupa la epilepsia, la hipocondría, la histeria y la neurastenia como parte de ella; las perturbaciones psíquicas de orden permanente de la neurosis Kraft-Ebing las denomina neuropsicosis, si hay síntomas psíquicos en la neurosis la llama neuro psicosis; cuando los síntomas psíquicos aparecen aisladamente a los síntomas somáticos o con ellos, de manera aislada pero acentuada, los llama psicosis, también llama psiconeurosis a la manifestación de trastornos en personas sanas.

Histeria

Mazzuca et al. (2004), señalan que los griegos atribuían la naturaleza de la histeria a un desorden de tipo uterino, concepto inalterado hasta el siglo XVI, considerándola como enfermedad femenina, no trastorno mental. El cambio de definición, de la visión antigua a la histeria contemporánea se dio con los estudios del sistema nervioso, Charles Le Pois fue el primero en proponerla como enfermedad del sistema nervioso con origen en el cerebro y relacionándola con la epilepsia, asociándola a mujeres y hombres. Más tarde el psiquiatra Thomas Willis correlaciona la histeria con la hipocondría porque veía en la semiología de la histeria similitudes con la primera, es decir angustia, preocupación y tristeza frente a estados de evidente sintomatología orgánica como las cefaleas, perturbaciones urinarias y digestivas, palpitaciones cardiacas y sensaciones de frio y de calor, también dificultad para dormir. Así se da un cambio en la manera como se observa la histeria, perdiendo el foco en la crisis para estudiar la sintomatología manifiesta.

Willis termina proponiendo la histeria como afección cerebral idiopática. Esta definición la retoma Sydenham de quien se sirve Pinel, y de éste, se vale Charcot. Sydenham incluye el término perturbaciones de carácter para unificar la histeria y la hipocondría en una misma enfermedad, pero que se distingue de acuerdo con el sexo, definiendo la histeria como femenina y la hipocondría como masculina, y considera que es una patología presente en cualquier parte del cuerpo con origen en el sistema nervioso. A partir de entonces se entiende a esta enfermedad en la capacidad de mímesis por parte del paciente, por lo cual el médico puede verse engañado o confundido frente a la sintomatología, atribuyendo esta de forma general a cualquier enfermedad de determinado órgano, desconociendo que es histeria; es así como en la época de Charcot se llega a la concepción que de que las histéricas engañan al galeno.

Neurastenia

La semiología de la neurastenia es descrita como la perturbación del juicio en la forma de delirios., también presenta un trasfondo neuropático que es común a varias enfermedades mentales y nerviosas. El primero en tratarla con un nombre distinto fue Cerise en 1842, usó el término Neuropatía Proteiforme para referirse a multiplicidad de síntomas que presenta esta enfermedad lo cual es su característica principal. Posteriormente, en 1851, Sandras la llama estado nervioso e incluye una perturbación de carácter porque las personas que las padecen resultan ser irritables, susceptibles, emotivos en demasía; sus síntomas orgánicos son cefaleas, aturdimientos, sensaciones de vacío y pesadez, hiperestesias y parestesias, tics y astenias, nociones de calor y frio, arritmias y pálpitos, perversiones de apetito o vómitos. También incluye cualquier síntoma en dicho estado nervioso, y argumenta que dicho estado tiene como consecuencia una hiper irritabilidad producto de la debilidad nerviosa. Sobre estas nociones es que el psiquiatra americano Beard elabora la definición de neurastenia haciendo énfasis en la astenia y la depresión. (Mazzuca et al, 2004)

Mazzuca et al. (2004) señalan que se puede distinguir tres fases o momentos fundamentales en la semiología de la neurosis: La crisis, las perturbaciones corporales y de carácter. Con Griesinger, Morel y Falret se desarrolló una cuarta noción semiológica que es la noción de una locura histérica, es decir, una psicosis histérica o alucinaciones y estados delirantes, por lo cual la perturbación de carácter ahora es vista en asociación a esta locura histérica.

Charcot

En los estudios realizados por Charcot se pueden ubicar dos momentos en los que comienza con el estudio de la histeria (Mazzuca et al., 2004). El primero, de tipo neurológico, explica la histeria como una patología del sistema nervioso, por ende, la metodología de trabajo correspondió a los procedimientos usados para estudiar las enfermedades de orden neurológico, compuesto por tres partes: 1) método nosológico, dividido en dos; a) la constitución de tipo, que agrupa los elementos sintomáticos encontrados; b) desintegración de tipo, para hallar formas que no son completas de la enfermedad, formas inconclusas. 2) anatomo-clínico, propone que toda enfermedad nerviosa debe tener una localización orgánica. En este procedimiento Charcot trabajó con autopsias para hallar las lesiones en el cuerpo que dieran indicio de la enfermedad nerviosa, sin embargo, jamás encontró una lesión en occisos diagnosticados como histéricos, por ello las denomina lesiones dinámicas, porque son las que no se encuentra huella o evidencia orgánica observadas luego de una autopsia. Como consecuencia, Charcot no logra diferenciar en el nivel semiológico la diferencia entre sintomatología histérica y sintomatología orgánica. Sin embargo, logra exponer un nuevo abordaje teórico según el cual la estructura del sujeto y su funcionamiento no depende por completo de una objetividad de orden orgánico. 3) Categorización fisiopatológica, pretende unir los dos pasos anteriores, es decir, descubrir qué tiene en común la lesión del sistema nervioso con la sintomatología presentada. Gracias al fracaso de este método aplicado a la histeria es que se queda sin argumentos la tesis defendida por Le Pois, Willis y Sydenham en la que la histeria es una enfermedad del sistema nervioso.

Lo importante aquí es darse cuenta de que el síntoma orgánico no tiene que ver con el histérico, principalmente porque no hay evidencia corporal que permita dilucidar que en efecto la histeria tiene que ver con el sistema nervioso. Al no encontrarse dicha variable el argumento se cae por su propio peso, es decir que la histeria responde a mecanismos diferentes que al menos hasta ese momento se desconocían cuáles eran. Respecto al correlato neurológico u orgánico de la histeria se puede decir:

Bercherie apunta que es Freud quien consigue levantar la “hipoteca neurológica” que pesaba sobre la histeria, descubriendo y conceptualizando mecanismos de formación de síntomas novedosos de origen psíquico. Desde esta perspectiva, el cuerpo es tomado como si la anatomía no existiese; los órganos son tomados en su sentido vulgar. Mientras que sus maestros seguían sosteniendo que la sintomatología de la histeria debía ser idéntica a lesiones verificables anatómicamente. Freud en 1893 escribe un artículo fundamental, “Estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas”, describiendo cómo las parálisis histéricas no corresponden a las vías de inervación, sino que siguen un curso diferente que responde, en cambio, al orden de las representaciones (Noya, Romia y Volpe, 2019., p.9)

En Charcot se encuentra la demostración científica que la sintomatología histérica no era producto de la imitación y la imaginación, si no que respondía a leyes y tenían un orden regular de aparición, también la aparta de otras entidades de orden psíquico, lo que anteriormente se denominaba correlaciones, es decir, divide la histeria de la epilepsia y neurastenia. (Mazzuca et al, 2004)

Dadas las condiciones culturales de Europa época mediados del siglo XIX, y el auge de la hipnosis y el magnetismo, Charcot comienza a estudiar la histeria más allá de lo neurológico, proponiendo la hipótesis de que la hipnosis es una neurosis artificial de orden histérico, por lo cual una parálisis inducida por hipnosis es lo mismo que una parálisis histérica artificial. Así es como Freud formula que bajo el método del hipnotismo se puede crear síntomas exactos a los que con naturalidad se producen en una histérica.

La sintomatología motora, es decir sensorial, que se extraía de una sesión de hipnosis es semiológicamente exacta a las perturbaciones histéricas y a los síntomas de las neurosis traumáticas; la sintomatología histérica debe ser considerada como sintomatología psíquica porque representa una realización funcional de esta ideación, la histeria tiene como fundamento una idea y es su realización funcional, por tanto, debe ser considerada dentro de la sintomatología de la psicosis. (Mazzuca et al, 2004)

Cambios

En la última estructuración de la nosología freudiana se elimina la categoría denominada psiconeurosis para resaltar las neurosis actuales, neurosis de transferencia y la neurosis narcisista, conservando el concepto de psicosis, estableciendo en la neurosis narcisista un puente entre las neurosis y las psicosis, para dar cabida a la sintomatología de la melancolía, quedando como un concepto ambiguo al no determinarse si la melancolía pertenece a la psicosis o no. (Mazzuca et al, 2004)

Dentro de los últimos cambios teóricos de Freud, está el introducir el concepto de neurosis traumática, que puede ser descrita como sigue a continuación:

La idea era que un suceso, como un trauma externo, provoca una enorme perturbación en la economía energética del organismo y moviliza todas las defensas; pero como el principio de placer es desbordado, no puede impedir que el aparato psíquico quede invadido por grandes cantidades de energía; a partir de aquí, la tarea es la de dominar al estímulo y ligar psíquicamente los volúmenes de estímulos con el fin de reconducirlos, para su tramitación. El que se forme o no una neurosis traumática dependerá de si el sistema esta desprevenido o preparado. Los sueños tratarían de recuperar el control del estímulo, produciendo angustia, ya que su carencia fue la causa de la neurosis traumática. (Medrano, 2010., p. 9)

Freud hace un tipo de aleación entre histeria y neurosis traumática estableciendo que toda histeria tiene etiología traumática, sin embargo podemos observar cómo poco a poco Freud (1920, En: Mazzuca et al., 2004) se va desligando de la histeria para poder trabajar en los conceptos de repetición y de compulsión a repetición, allí cambia la hipótesis de que los sueños siempre son realizaciones de deseos estableciendo que para el caso de las neurosis traumáticas no sea de esa manera, porque la función principal del sueño queda a merced del trauma manifiesto.

Una nueva psicopatología

Freud formula la imposibilidad de oponerse a las lesiones dinámicas, si se admite también se puede inferir que este tipo de lesiones pueden compartir todas las características que están presentes en las orgánicas. Sin embargo, puede existir una alteración de tipo funcional sin lesiones orgánicas reales, por ejemplo, en la parálisis histérica el concepto común, el que es importante, no es el concepto de alteración nerviosa el que impide el movimiento del brazo, sino que más bien es el concepto brazo el que es importante, llamándolo mecanismo de conversión. La imposibilidad de asociación del brazo lo hace inaccesible sin que su parte orgánica esté obsoleta, también establece el concepto de huella mnémica, según el cual una idea por más disociada, apartada o desligada con el sustrato físico, no significa su desaparición, es decir, puede que no deje de tener efecto en el aparato u órgano. (Mazzuca et al, 2004)

Mazzuca et al. (2004) señalan que de este modo Freud logra separarse de Charcot aun teniendo la misma base, es decir, a partir de la idea de que la histeria responde a una idea particular y la misma responde a su realización, al promulgar que una parálisis histérica no es igual en términos semiológicos a otras lesiones, se aparta de su maestro y encuentra una noción de tipo neurológico en la histeria, por tanto, al no ser lo mismo no puede haber una lesión orgánica.

Freud hace énfasis en Charcot a pesar de encontrar puntos de inflexión entre uno y otro, afirmando que el síntoma es la realización funcional de una idea, no se trata del brazo si no de la idea del brazo, el brazo hace parte de un entramado de ideas que se constituyen como cuerpo, como ideación del yo, más allá de su sentido orgánico, son representaciones que se hacen respecto a ello. En la histeria no es el órgano biológico lo que está operando sino la idea que se tiene sobre dicho órgano, sumado a otras ideas forman parte de un todo que para este caso es el cuerpo que a su vez es parte del yo, lo que sucede es que esta idea del órgano paralizado se separa de su conjunto, se excluye logrando una anestesia incomprensible.

El estado histérico para Freud se basa en la alteración que se produce en la repartición de cantidades normales de excitación sobre el sistema nervioso, proponiendo dos características principales: a) La influencia de la ideación de las personas sobre el funcionamiento orgánico es mayor, b) en la histeria hay exceso de excitación del sistema nervioso que puede ser liberado con autonomía, así se observa el carácter loable y la tendencia de conversión de la histeria. Lo anterior lo usa para distinguir la neurastenia de la histeria al promulgar que, si bien la neurastenia carece de excitación, en la histeria se acrecienta este nivel (Mazzuca et al.,2004).

Freud extrae la histeria y la ubica dentro de las neuropsicosis dejando un campo vacío que debe ocupar una entidad con la misma naturaleza que la neurastenia, pero con una carga excitatoria en exceso como la histeria y antónima al decrecimiento de la neurastenia, crea así la neurosis de angustia, sacando la sintomatología angustiante de la neurastenia y ubicándola como una entidad independiente dentro de las neurosis. Para complementar el grupo de las neuropsicosis debe inventar una pareja para la histeria ya que en los registros nosológicos de la época no existen, así surge el concepto de neurosis obsesiva. Con estos cambios logra desligar a la histeria como una enfermedad nerviosa, de patología neurológica (Mazzuca et al., 2004)

La innovación freudiana tiene tres componentes que la diferencia del resto: 1) El discernimiento en la descripción de la sintomatología neurótica, 2) el descubrimiento de su etiología, y 3) La dinámica terapéutica. También es importante destacar en la innovación nosológica de Freud que hace hincapié en que su etiología es sexual. Pese a que cada entidad descrita tiene una sintomatología particular, todas ellas comparten su carácter sexual; para la época la etiología imperante era la psiquiátrica, hacía énfasis en la herencia o en referencias orgánicas, para Freud los factores etiológicos estaban caracterizados por causas específicas y auxiliares, de manera que lo sexual era de orden especifico y la herencia auxiliar; éstas cuestiones sobre el por qué existe en el sujeto tal o cual patología es una cuestión complementaria que denomina “elección neurótica”.

A partir del desarrollo de la sintomatología histérica de Freud se construye su nosología y establece nuevas entidades como la neurosis obsesiva. La histeria era parte del grupo de las neurosis actuales junto con la neurastenia, porque se entendía que la neurosis era una enfermedad de sintomatología corporal, sin embargo, la histeria comparte más similitudes sintomatológicas con la neurosis obsesiva que con la neurastenia, es por esto que la neurosis obsesiva se ubica en las neuropsicosis dados los mecanismos mentales que dan cuenta su sintomatología y no de los síntomas corpóreos porque la experiencia clínica muestra que la neurosis obsesiva carece de estos.

Se habla, pues, de pensamientos y actos que transcurren en la elaboración neurótica obsesiva, siendo parte de la esfera de lo psíquico. Con la nosología y el desarrollo la clínica psicoanalítica, el aporte de Freud fue demostrar que a pesar de que la histeria tuviera síntomas corpóreos su similitud era más cercana a la neurosis obsesiva, por tanto, debía desplazarse de las neurosis actuales a las neuropsicosis. Lo que busca es demostrar por medio de esta similitud es que la histeria es una enfermedad mental y no nerviosa (Mazzuca et al, 2004)

Respecto a la disociación de la conciencia en la histeria y a su disposición como un evento adquirido y no hereditario, se puede afirmar lo siguiente:

Mientras en la histeria de retención la disociación de la conciencia no posee papel significativo alguno, en la histeria de defensa, la disociación de la conciencia es explicada a partir de la voluntad: aunque la intención de la persona sea distinta, la realización de un deseo suyo determina la emergencia de este fenómeno, es decir, la separación de complejos ideacionales. En todo caso, en ambas formas de histeria la disociación de la conciencia no aparece como una disposición primaria sino como una disposición secundaria, adquirida por el enfermo en función de distintos factores según sea el caso (Mundo, 2016., p. 118)

Para que Freud pudiese demostrar que estos síntomas eran adquiridos y no congénitos tuvo que recurrir al acto volitivo del sujeto; el paciente no tiene la voluntad de adquirir esta sintomatología si no que pretende adquirir otra cosa, y en este proceso es que se produce la disonancia. Por ejemplo, ha surgido en el sujeto determinada experiencia que le resulta incompatible, ya que esta representación tiene un afecto de pena por lo que trata de olvidarlo, no confronta dicha pena si no que trata de suprimirla, quiere renunciar a ello y de ahí su aspecto volitivo de olvido, pretende curarse y en ese transitar encuentra la patología, la neurosis es la sustitución a la problemática que el paciente pretende eliminar o borrar, renunciando a una solución concreta. Se hace hincapié en que este acto de renuncia tiene que ver con algún tipo de experiencia sexual infantil en contraposición con algún tipo de predisposición. La duda está en por qué no se puede renunciar a dicha experiencia.

No se puede renunciar a las experiencias debido a que ni el afecto ni las representaciones pueden desaparecer una vez surgidas, queda una huella, puede que la olvide, pero sigue siendo susceptible a ella en algún momento de la vida porque no haber vivido algo no es lo mismo que olvidar; ante esto es formulado que, si bien la huella no desaparece, lo que sí se puede hacer es bajar la energía de su representación despojándola de su afecto, quitarle la excitación que ella produce. La excitación tampoco desaparece de repente, hay que darle otro empleo a la misma. En este punto dice Freud que el despojo de esta energía para el caso de la histeria debe darse en el cuerpo, y retoma el concepto de conversión, mientras que en las obsesiones deber ser diferente (Mazzuca et al, 2004)

Mazzuca et al. (2004) señalan que en la histeria el síntoma conversivo es representante de la representación disociada, el síntoma en la histeria trabaja como símbolo mnémico. Surgiendo una hipótesis según la cual la representación disociada puede ser anulada por medio de una conversión opuesta. Gracias a que esta representación disociada está constituida por un segundo grupo psíquico, lo que se buscaría sería conducir la cantidad de excitación que quedó en el síntoma conversivo a la asociación con la representación con la que estaba ligada originalmente.

Otra hipótesis propone descargar toda esta excitación en ataque de histeria. Por lo cual se entiende que síntomas conversivos y ataques de histeria se excluyen unos con otros ya que ante un momento de crisis histérica los síntomas conversivos pueden llegar a ser nulos. Cuando los pacientes no tienen dispersión ante los síntomas conversivos la representación se liga a lo que Freud llamó falso enlace, que puede ser una representación ordinaria. Esta dinámica es más propia de las obsesiones que de la histeria, el síntoma conversivo puede ser un falso enlace dirigido hacia cualquier órgano del cuerpo. Así se entiende que las representaciones obsesivas son intolerables por quedar en asociación con el afecto del que fue separado en la representación de origen.

El origen del síntoma puede ser definido a través de la voluntad por querer eliminar determinada representación y su culminación con el síntoma conversivo, entre el uno y el otro queda un vacío conceptual que Freud ira construyendo. También construye el término “trasposición” cuando el afecto de la obsesión cambia de una representación a otra; propone que en el segundo enlace cuando el afecto queda libre se puede usar cualquier representación que tenga relación con la representación que se disoció (Mazzuca et al, 2004)

Neurosis de angustia y neurastenia

La neurosis de angustia es una entidad que surge con la teoría psicoanalítica. Producto de ella, este término se acuña dentro de la psicopatología elaborando una noción, problemática, teoría y clínica. (Mazzuca et al, 2004)

A propósito de esta noción, el concepto de neurosis en la psiquiatría se basa en la pregunta acerca de la forma en que el sistema nervioso puede llegar a todo el cuerpo y en este proceso cómo puede afectar zonas distales, o, por el contrario, verse afectado por estas. Freud propone que la angustia surge como manifestación de determinados órganos sobre el sistema nervioso. Así expone que la excitación sexual se origina en los órganos sexuales y asciende hacia el sistema nervioso, desde lo inferior hacia lo superior oponiéndose a las barreras que encuentra hasta hallarse en la corteza cerebral. Esta excitación se convierte de somática a psíquica de manera totalmente diferente a la histeria donde el proceso es al revés, así encuentra que ciertas representaciones tienen una fuerte tensión libidinal producto de la carga sexual que experimentan (Mazzuca et al, 2004)

La neurosis de angustia se origina cuando la acción en particular no se produce, porque al llegar al terreno de lo psíquico la excitación se anula por un acto voluntario como lo es la abstinencia sexual, por lo cual sigue existiendo una tensión libidinal sin importar la renuncia al acto sexual, también porque cuando llega al terreno de lo psíquico no llega plena. El tránsito de esta excitación hace que llegue defectuosa cuando el acceso a lo psíquico simplemente es impedido. Freud dice que como la acción especifica no puede producir la excitación sexual hay que buscar vías alternas, como lo son los acompañantes de un orgasmo: sudoración, aumento en el ritmo cardíaco y respiratorio; los síntomas nerviosos de la neurosis de angustia lo que buscan es sustituir la satisfacción sexual, haciendo que la descarga siga una vía somática auxiliar. Toda la sintomatología presente en la neurosis de angustia puede desaparecer con el orgasmo, (Mazzuca et al, 2004)

En la neurosis de angustia falta una elaboración psíquica que conduzca a la excitación sexual somática acumulada a su satisfacción, si bien el mecanismo de la neurosis de angustia es de tipo fisiológico, su patogenia es psíquica porque existe una renuncia volitiva de la descarga de excitación sexual. En toda la sintomatología de estas neurosis siempre está presente la irritabilidad ligada al concepto metapsicológico de exceso en la excitación, y la espera angustiosa que vendría siendo como lo equivalente a la experiencia subjetiva consciente del sentimiento de angustia. Aunque puede estar presente o no en la sintomatología, no es necesario que ocurra, pero pasa, lo que acontece es que su angustia puede estar latente. Otros síntomas menos importantes pero que pueden presentarse son la angustia flotante, terrores nocturnos, vértigo entre otros (Mazzuca et al, 2004)

En la neurastenia en el momento en que la excitación sexual alcanza la cumbre de lo psíquico y pretende descargarse la acción especifica que se destina para llevarla a cabo, lo hace de una manera deficiente, por ejemplo, los que involuntariamente tienen poluciones nocturnas, los que se masturban, también cuando se interrumpe el coito. Pese a que Freud divide todas estas entidades, les da una etiología particular y una naturaleza específica, puede darse el caso donde algunas se combinen o vivan en el paciente de forma conjunta.

Por esta razón, muchas de estas nosologías están juntas, porque sus síntomas son tan similares que pareciese que fuesen uno, ahí Freud encuentra distinciones de una, respecto de la otra, en la práctica es más visto en las neurosis actuales que en las otras, el carácter mixto está más presente en estos que en otros. La práctica de la interpretación es la única que nos permite dilucidar si estamos frentes a neurosis actuales o a psiconeurosis por el efecto que tiene esta sobre el paciente. (Mazzuca et al, 2004)

Freud responde a la cuestión sobre el porqué del advenimiento de estas neurosis mixtas y menciona que se debe a tres características: a) Pueden existir variables etiológicas diferentes pero que actúan en conjunto por casualidad; b) pueden haber dos variables etiológicas disímiles en el que uno está ligado al otro y cuando un único síntoma da pie a una histeria junto con una neurosis de angustia, también concluye que dentro de una psiconeurosis existe a la manera de núcleo un síntoma de neurosis actual, en el centro de todo síntoma psiconeurótico existe algo que es externo a él, un síntoma que carece de significancia psíquica. Y, c) Puede ocurrir que una neurosis actual de origen a una psiconeurosis y al revés (Mazzuca et al, 2004)

Neurosis obsesiva

Freud (1985) precisa lo que es una neurosis compulsiva u obsesiva agregando la teoría traumática y comenta que la causa de la histeria tiene que ver con una experiencia sexual pasiva anterior a la madurez, de tipo sexual y en la neurosis obsesiva, además de la experiencia pasiva, hay una experiencia vivida en el sentido en que es participe con placer de determinada circunstancia.

Sobre la neurosis obsesiva se encuentra la siguiente dinámica:

Se presenta la vivencia sexual traumática en la infancia, esto es, la seducción por parte de un adulto, vivencia de la cual quedaría una huella mnémica. No obstante, el neurótico obsesivo le adicionaría a posteriori experiencias sexuales activas de carácter placentero, las cuales involucrarían, simultáneamente, un componente de agresividad. Con la pubertad y el despertar de la sexualidad, a los recuerdos enlazados a estas últimas se asociarían autorreproches. Aquí tendría lugar, asimismo, la represión de estos últimos y la consecuente formación de los síntomas primarios, tales como la escrupulosidad y la vergüenza. Consecutivamente, sobrevendría un estado de aparente defensa lograda, semejante a la activación del sistema inmunológico. Sin embargo, un posterior retorno de lo reprimido involucraría el fracaso de la defensa primaria y la necesidad de una nueva acción defensiva. Esta última daría como resultado la formación de nuevos síntomas, denominados por Freud (1896a) síntomas secundarios o formaciones de compromiso. En consecuencia, volverían a ponerse en juego nuevas acciones defensivas. Este conjunto de acciones, agrupadas por Freud (1896a) bajo el nombre de defensa secundaria, son las medidas de protección y las acciones obsesivas, cuya finalidad sería la de combatir las representaciones y los afectos obsesivos que habrían logrado acceder a la consciencia. Entre ellas, Freud menciona la compulsión de cavilar, de pensar y examinar y la manía de la duda. (Freud, 1896, En: Bruno y Pacchioni, 2013, p. 6-7)

En cuanto a la disparidad entre neurosis obsesiva Bruno y Pacchioni (2013) dicen lo siguiente:

La diferencia entre neurosis obsesiva e histeria estaría dada, en este caso, por la actividad o la pasividad de dicha vivencia infantil. En el caso de la histeria, la misma habría sido vivida de manera pasiva. Por el contrario, en el caso de la neurosis obsesiva, ésta habría sido ejecutada por el individuo de manera activa y con desprendimiento de placer. (Bruno y Pacchioni, 2013., p,6)

La idea de las obsesiones en la psiquiatría data de algunas décadas antes de la teoría psicoanalítica, denominada entonces como locura de duda, entre sus síntomas están las ideas compulsivas, la duda y el estado de permanente irresolución. La principal innovación de Freud fue haber formado en un grupo la histeria con la neurosis obsesiva, y proponer la distinción entre neurosis y psicosis, también haber llamado a esta entidad neurosis obsesiva con todas sus implicaciones terminológicas y etiológicas. Con la aparición de este grupo busca subsanar la dicotomía de la psiquiatría del cuerpo-psique, pese a que distingue entre neurosis-psicosis esta no está fundamentada completamente en una diferenciación entre mente-cuerpo, porque en este mismo grupo hay características de este tipo para cada entidad, ejemplo de ello es que la histeria se manifiesta en el organismo y las obsesiones en la mente, son distintas, pero pertenecen a un mismo grupo nosológico (Mazzuca et al, 2004)

Freud (1985) propone lo que llama actos sintomáticos los cuales no fracasan en su intencionalidad porque no tienen un propósito que sea deliberado. Al no haber ningún conflicto no es fácil ver lo reprimido y su tránsito hacia la represión sucede con un acto fallido, porque son actos que carecen de importancia, aunque no los descarta y resulta extrayendo fenómenos susceptibles de interpretación.

Ahora bien, respecto a los actos sintomáticos se observa lo siguiente:

Otra forma de actuar que corresponde a una modalidad directa de mediación psíquica es el Acto Casual y Sintomático (zufalls-handlungen und symptom-handlungen), analizado ampliamente por Freud en “Psicopatología de la vida cotidiana” (1901). Este tipo de actos parecen inmotivados, son faltos de trascendencia y se muestran superfluos, en su totalidad, parecen inadecuados a su fin (Freud, 1901b: 857). No obstante, a pesar de su apariencia inmotivada y de sus efectos intrascendentes, poseen sentido; por lo cual “pueden interpretarse […] como pequeños indicios reveladores de otros procesos psíquicos más importantes”. Por lo tanto, según Freud “habrá pues de concederles la categoría de actos psíquicos completos” (Freud, 1916x: 2155) puesto que permiten expresar un deseo inconsciente. (Freud, 1901, En: Barbosa, 2009, p.6)

Y respecto a las diferencias entre actos sintomáticos y actos fallidos se obtiene que:

Lo que llama la atención del acto casual y sintomático, en contraste por ejemplo con el acto fallido, es que en ellos se presenta “la ausencia de otra intención distinta a aquella con la que tropiezan y que por ellos [los actos sintomáticos] queda perturbada” (Freud, 1916x: 2154-5), es decir, estos actos “desprecian apoyarse en una intención [preconsciente-consciente] y, por tanto, no necesitan excusa ni pretexto alguno para manifestarse” (Freud, 1916x: 2158). Esta participación unilateral de los procesos inconscientes que se apoderan de la vía de derivación motora y que, por ende, aborta el trámite intersistémico, es compatible con la exigencia de expresión, de exteriorización o de externalización de intensas magnitudes libidinales que no han podido recibir tramitación asociativa, ni una derivación motriz adecuada y que, al reactualizarse, devienen en efectos traumáticos para el funcionamiento psíquico. (Freud, 1901, En: Barbosa, 2009, p.6)

En la interpretación típica de Freud existen dos tipos de registro: De significado referente al contenido que se tiene en la interpretación, es el contenido latente del sueño, lo que también se denomina pensamiento del sueño, su contenido está deformado, aunque se encuentre presente. Para lograr interpretarlo debe devolverse en el orden en que se dirigió el sueño para comprender por qué ese contenido se deformó, una vez comprendida la segunda parte, pretende encontrar el deseo inconsciente, la intención detrás del contenido que se deformó en el momento onírico, la sintomatología de la neurosis aplica también esta interpretación prestando más atención a los actos que al resto (Mazzuca et al, 2004)

En los actos obsesivos utiliza la misma fórmula, hay dos registros que aparecen en el obseso. El primero de ellos es el significado del síntoma, mientras que el segundo es la intención del síntoma, por lo cual es susceptible de interpretación (Mazzuca et al, 2004)

La neurosis obsesiva puede ser vista como una evolución de la histeria porque es una variedad de esta por lo cual la distinción histeria-obsesión no es excluyente, en un momento surge la histeria y en un segundo momento la obsesión, así podríamos hablar de histéricos que son obsesos también. Los momentos de la enfermedad comienzan con el regreso del recuerdo reprimido, junto con las representaciones que se asocian a él por lo cual también se puede llamar como fracaso de la defensa, este retorno es carente de sentido, regresa de formas amorfas poco reconocibles a simple vista, pasan a la conciencia deformadas y Freud las llama formaciones de compromiso (Mazzuca et al, 2004)

La neurosis obsesiva no es una forma única, son tres sus diferentes formas: Las dos primeras tienen como característica el contenido que pasa a la conciencia, lo que pasa de forma amorfa como represión, bien sea el reproche o el recuerdo. La forma común de las obsesiones son las que tienen que ver con un recuerdo sexual infantil que regresa de manera deformada, la deformación se cumple por el cambio entre el recuerdo sexual infantil y un recuerdo actual también por el sustituto de algo no sexual ante el recuerdo de lo sexual.

La represión opera sin importar que la defensa haya fallado, la falla no es permanente o deja de tener efecto, se transforma, el carácter obsesivo cumple con un tránsito psíquico forzoso manifestado con el retorno de lo reprimido, por tanto, los actos pareciera que indicaran una representación consciente, sin embargo, tiene un valor intrínseco, inconsciente. (Mazzuca et al, 2004)

La segunda forma se observa en el momento en que en vez del recuerdo vuelve un reproche amorfo, significa que el recuerdo puede volver con un peso significativo, puede darse el caso donde no y es entendible e interpretable, sin embargo, da lugar a confusiones porque sin el recuerdo puede ser entendida como otra patología, llámese melancolía, neurastenia, etc. El retorno de lo reprimido en forma de reproche no solo puede deformar la representación si no también el afecto.

Estas dos formas Freud las denomina formaciones de transacción o ramificaciones de lo inconsciente, sin embargo, puede darse el caso que al surgir como medida preventiva reemplace la obsesión, creando actos compulsivos, este sería el caso de la tercera forma de la neurosis obsesiva, en la cual la obsesión se traslada a las medidas que son preventivas. Ejemplo es la intención de entender las representaciones obsesivas en mecanismos lógicos, o desviar las obsesiones a otras ideas, también las manías de duda, al transformarse estas medidas preventivas en actos obsesivos se hallan actos de preservación, acciones para alejar la idea obsesiva como el uso del alcohol o las drogas, actos de penitencia o fobias al igual que miedo a auto delatarse (Mazzuca et al, 2004)

Relación entre la función paterna y neurosis infantil

La etapa infantil además de ser un factor de predisposición en la vida adulta para la neurosis obsesiva, constituye en algunos casos también una neurosis, puede pasar desapercibida o estar presente con pequeños indicios, en otras revelada de manera manifiesta y sin solución hasta la vida adulta, sin periodos de bienestar.

La hostilidad hacia el padre es un rasgo que permanece en la represión, el paciente encuentra resistencia expresada a manera de asombro resultándole increíble pensar algo negativo respecto a su figura paterna, porque de manera consciente siempre expresa miedo hacia su muerte, esta hostilidad surge por alguna experiencia en la que el goce sexual del niño es reprendido por la función paterna creando una fijación de orden inconsciente.

Al haber perturbado el goce sexual infantil del niño se crea una hostilidad hacia el padre. Así también pasa cuando se desencadena una neurosis porque las representaciones actuales de esta entidad están desprovistas de afecto por parte del paciente, por lo cual se conservan en memoria recuerdos a los que no se les presta atención, el despliegue de la sintomatología es vista al igual que la hostilidad con el padre de manera escéptica. (Mazzuca et al, 2004)

La primer confrontación padre hijo se da por la apetencia sexual del hijo ante lo cual la función del padre resulta perturbando el goce del niño, surgiendo una hostilidad del hijo hacia el padre lo que provoca una ambivalencia amor y odio, fundamental de la neurosis obsesiva frente a lo cual el amor se relega al terreno de lo inconsciente, y el odio al terreno de lo reprimido. Producto de esta ambivalencia se observa este contenido presente en los síntomas de irresolución y duda compulsiva junto con indecisión, y teniendo en cuenta la característica de desplazamiento de esta patología, estos síntomas pueden ser adoptados en cualquier otro comportamiento del sujeto instalándose de manera permanente (Mazzuca et al, 2004)

La función paterna y la neurosis tienen que ver entre sí dado a que en ambos casos se guarda una experiencia de origen sexual ligado a la infancia, quedando como inconsciente su recuerdo y ante alguna perturbación esta experiencia se resignifica, aunque de manera escéptica a pesar de que los síntomas se hacen manifiestos.

Neurosis obsesiva y religión

Ahora bien, en cuanto al paralelismo que se logra encontrar entre la neurosis obsesiva y las ideas religiosas se observa que:

Uno de los primeros textos donde Freud se ocupó de la clínica psicoanalítica con relación a la religión fue en “Los Actos obsesivos y las prácticas religiosas” (1907), donde plantea que en el obsesivo “El desarrollo de un ceremonial puede describirse exponiendo aquella serie de leyes no escritas a las que se adapta fielmente”. Este ceremonial del obsesivo da cuenta de que “por lo general el sujeto soporta mal cualquier postergación de este y excluye la presencia de otras personas durante su ejecución” Freud establece una relación inmediata entre los actos obsesivos y los religiosos, dice que “no es difícil apreciar en qué consiste la analogía del ceremonial neurótico con los actos sagrados del rito religioso. Consiste en el temor que surge en la conciencia en caso de omisión, en la exclusión de toda otra actividad y en la concienzuda minuciosidad de la ejecución”, por lo que concluye que “la neurosis obsesiva representa en este punto una caricatura a medias cómica y triste a medias de una religión privada”. (Freud, 1907. En: Jiménez, 2010., p. 255)

A pesar de que el acto ceremonial no tenga un código verbal establecido cuenta con un conjunto de reglas y tradiciones, que junto con la prohibición tienen importancia dentro del lenguaje religioso. La realización de un acto depende de la restricción que exista o la carga ceremonial que conlleva, la prohibición puede cumplir una función inhibitoria como una realizadora, según sea el acto. La diferencia entre un acto ceremonial obsesivo y uno religioso está en el hecho de que el primero es privado y el segundo comunitario, y que los actos religiosos tienen una importancia de tipo simbólico; los actos ceremoniales obsesivos no tienen un sentido aparente, al igual que los síntomas o los sueños, pueden ser interpretables y dotarlos de significado (Mazzuca et al, 2004)

Neuropsicosis de defensa

Es el que delimita la histeria con la neurosis obsesiva bajo el mecanismo psíquico de la defensa. Freud se encuentra con el desarrollo de la sintomatología de la neurosis obsesiva cuando halló que puede aplicarse a la histeria, como consecuencia surge una necesidad de tipo estructural, encontrando que la neurosis obsesiva deriva de la histeria, creando un enlace con la otra. En cuanto al mecanismo por el cual se forman dichos síntomas se le puede denominar predisposición y síntoma en sí. En la predisposición existe una disociación de la conciencia, no es un estado en sí, más bien es una operación del mecanismo inicial del síntoma, que surge como un acto volitivo produciendo un efecto opuesto a su cometido principal (Mazzuca et al, 2004)

Como ejemplo, se puede decir que el intento de olvidar una experiencia traumática es imposible, quedando su representación. Para sustituir este intento lo que se hace es separarla del afecto, como la representación queda débil no puede asociarse con otras ideas y crea un segundo cuerpo psíquico, queda la tarea de qué hacer con la carga de excitación que quedó en libertad; hasta acá la histeria y la obsesión tiene iguales mecanismos, pero divergen en cómo descargan ese afecto. La histeria lo hace con el cuerpo y la llama conversión, y la obsesión se queda en la psique, pero al no poder enlazarse se asocia con diferentes tipos de representaciones creando este cuadro obsesivo. El falso enlace de la obsesión tiene similitudes al mecanismo en que trabaja la conversión en la histeria porque el órgano al que se conduce la excitación es visto como una representación de este (Mazzuca et al, 2004)

La etiología, la represión y la formación de síntomas

Freud objeta que el sujeto obseso carga una consciencia de culpabilidad, tiene que ver con su deseo y con la fantasía, puede ser inconsciente, volviendo la referencia infantil cada vez más general.

La teoría traumática no es desechada plenamente y se traslada a una concepción de tipo metapsicológico, en la que en vez de hechos ocurridos lo que acontece es una represión de algunos componentes que son parciales dentro de la pulsión sexual. Si bien están reprimidos no es que sean desechables o que no tengan efectos, el impulso reprimido es visto como tentación, componente estructural de la obsesión.

La tentación crea angustia y en seguida se crean elementos de segundo orden para sostener la represión. Como la amenaza de castigo que forma el carácter de culpabilidad y la prohibición, lo inconsciente al no distinguir entre deseo realizado o fantaseado da forma a la tentación generando culpa sin importar que la pulsión esté en represión. Es la sensación de culpa que surge al fantasear con la realización de la acción tentativa y con las acciones negativas que puede llegar a generarse por el cumplimiento de la misma, quedando perenne la consciencia de culpa y la necesidad del castigo (Mazzuca et al, 2004)

Pulsiones de saber, de aprehensión en relación con el sadismo y la libido en la comprensión de la neurosis obsesiva

Para comprender de qué manera se relaciona el saber, la aprehensión, el sadismo y la libido en clave de la neurosis obsesiva se puede leer lo siguiente:

En las consideraciones freudianas para la comprensión de la Neurosis Obsesiva, debemos considerar los conceptos de libido y pulsión, que son incluidos en el texto La predisposición a la neurosis obsesiva. Contribución al problema de la elección de la neurosis (Freud, 1913). Momento en que ya desarrolló las fases de la libido, y establece el erotismo anal y el sadismo como particularidades que se vincula a la pulsión de aprehensión, que es uno de los componentes de la pulsión sexual, y se relaciona con el carácter activo que sigue otorgándole a la Neurosis Obsesiva. Particularmente en este contexto, ubica su desarrollo en las vicisitudes de la pulsión de saber, como desarrollo de la pulsión de aprehensión sádica. Si bien el desarrollo de la sexualidad, de la investigación sexual depende de esta pulsión, esta puede ser objeto de repulsa; y de esta manera, da cuenta de la duda obsesiva, la duda es otro síntoma freudiano de la Neurosis Obsesiva, es uno de los síntomas típicos, esos cuya utilidad reside en la orientación para el esclarecimiento el esclarecimiento del diagnóstico. (Freud, 1913, En: Rostagnotto & Yesuron 2020)

Síntoma y angustia

Freud ubica la angustia como el eje central de la neurosis advirtiendo que debido a su variedad hay algunas donde no hay tales manifestaciones, pero en la neurosis obsesiva la angustia y el síntoma se pueden observar con mayor precisión, especialmente cuando hay síntomas que se establecen como formas de protección para evitar precisamente que se desarrolle esta angustia. Si el paciente no tiene presente estas medidas o no realiza sus actos ceremoniales surge la angustia, afirmando que hay muchas neurosis en las que no surge la angustia, por tanto, para todas no se aplica la regla de la relación íntima entre angustia y el origen del síntoma. (Mazzuca et al, 2004)

Angustia y fobias

Las fobias son la manera neurótica en que la angustia se encuentra de manera directa, ya que la fobia es un mecanismo para convertir la angustia en miedo puesto que en este el objeto aparece con más claridad que en el primero, lo que se busca es darle a la angustia un objeto en el cual se puede desencadenar. Freud da lugar a la fobia como una histeria, por lo cual adquiere una doble distinción, la histeria propiamente dicha y la de angustia que se relaciona con las fobias, porque el desarrollo de la angustia es el único rasgo distintivo entre la fobia y una histeria de conversión. Para el caso de la neurosis obsesiva la relación angustia-síntoma es mucho más evidente, ya que el desarrollo de la angustia amenaza en aparecer en el momento en que el paciente detenga sus actos o pensamientos obsesivos. (Mazzuca et al, 2004)

Tendencias de los síntomas

El esquema de los síntomas presentes en la neurosis obsesiva se da de la siguiente forma:

En Inhibición, Síntoma y Angustia, Freud (1925) desarrolla planteamientos en lo referente a la formación de síntomas en la neurosis obsesiva. La formación de estos síntomas presenta dos formas distintas y opuestas. La forma negativa corresponde a las prohibiciones, las medidas de precaución y los castigos. Los síntomas del grupo positivo lo forman las satisfacciones sustitutivas que a menudo son disimuladas bajo una forma simbólica. Freud precisa que la formación del síntoma triunfa si la prohibición logra mezclarse con la satisfacción. Para conseguir que la defensa se convierta en una satisfacción, el yo utiliza formas de relación muy artificiales, aprovechando una vez más su tendencia a la síntesis. (Freud 1925, En: Rosales, 2013, p.27)

Disociación de las pulsiones y la regresión a la organización anal

La histeria y la neurosis obsesiva son formas de una neurosis que, si bien son diferentes, no son excluyentes, y que también la neurosis obsesiva en un inicio fue interpretada como una histeria y originalmente sus componentes están dados por la organización fálica y genital de la libido.

Con el desarrollo de la patología hacia la neurosis obsesiva hay una regresión al desarrollo libidinal anterior, es decir, los impulsos sádicos y anales. Esto le permite a Freud desarrollar la teoría metapsicológica de la difusión pulsional, según la cual las pulsiones van a estar disociadas porque en un retroceso a la fase sádico – anal, surge una desconexión de las pulsiones enfatizando en que este tipo de neurosis, lo erótico y lo agresivo se encuentran en disonancia, muy contrario a la fase fálico-genital en la que se presenta una aleación de las pulsiones. Se reconoce a partir de esto que, en la última etapa del desarrollo psicosexual de la teoría freudiana, lo que se busca es repartir las pulsiones entre las de vida y muerte (Mazzuca et al, 2004)

Angustia de castración

En el complejo de castración se halla el sustento de los mecanismos de defensa y el desarrollo de las representaciones que fungen contra las tendencias de las neurosis. En las neurosis obsesivas la diferencia está en que la regresión se va hacia la organización sádico-anal con todo lo que las pulsiones parciales de esta fase implican- El superyó del sujeto, como resultado de esta regresión, tiene características crueles o de dureza, también de severidad que son propias del sadismo de las pulsiones (Mazzuca et al, 2004)

Conclusión

Lo primero que es destacable de la nosología de Freud es el carácter dinámico de su nosología, es decir que siempre está en constante movimiento. Lo que se consideraba en un primer momento válido en su teoría puede que ya no lo sea más a posteriori, porque conforme avanzan las investigaciones y se establecen nuevos criterios o parámetros, esta tiende a modificarse según los nuevos hallazgos, dados por una clínica psicoanalítica más precisa, que pone énfasis en la sintomatología del sujeto para diferenciar síntomas, entidades y patología. Así se observa que dicha teoría se manifiesta y se desarrolla en función de la validez clínica y partir de la reflexión acerca de lo que es conveniente para el paciente,

En segundo lugar, debido a que la nosología de Freud cambia constantemente se puede ver que la misma obedece a la particularidad o subjetividad de los síntomas presentados en los diferentes pacientes. Si bien existen criterios que son la base o eje rector en la manera en la que se debe abordar un análisis frente a determinada sintomatología, la teoría se mueve conforme a lo expresado por el sujeto, conforme a su propio deseo, así podemos observar que hay patologías que son susceptibles de análisis mientras que hay otras que no.

La variedad de síntomas que puede o no presentarse en cada sujeto conduce el proceso de análisis de manera diferente, por lo cual la terapia a implementar con determinado paciente difiere del que se puede realizar con otro, sin perder las bases del análisis clínico, es decir, que pese a la subjetividad del tratamiento psicoanalítico existe un método preciso para definir la clínica de caso, con la salvedad de algunos casos que no son susceptibles de análisis por el carácter subjetivo de la sintomatología. Por tanto, el dinamismo de la teoría como la subjetividad del sujeto permiten el desarrollo y evolución de la clínica psicoanalítica.

En tercer lugar es llamativo el hecho de que con el trabajo investigativo de Freud y el desarrollo de su nueva nosología se crean nuevas entidades psíquicas como es el caso de la neurosis obsesiva, lo cual resulta ser innovador y se constituye un avance en lo que respecta a la clínica de su época hasta la actualidad, ya que por medio de esta se da un cambio que permite una lectura diferente de la enfermedad mental, es decir una nueva concepción que permite una transformación del proceso terapéutico. Clínicamente hablando, esta invención resulta ser tan precisa que, desde el escenario de principios del siglo XX, fue adoptada por otros campos del saber además del psicoanálisis, como lo es la psicología y la psiquiatría.

Por lo anterior, se concluye que pese a las diferentes críticas que se formulan respecto a esta teoría, lo cierto es que la etiología inmersa en nosología y concepto de la neurosis es tomada por otras ciencias para el progreso y el desarrollo de las mismas, bien sea para un adecuado tratamiento de las patologías mentales o con usos netamente investigativos. La crítica moderna a estos postulados es un juicio de doble rasero que alaba el hallazgo clínico, pero desprestigia la formulación teórica, la fiabilidad de la crítica se debilita porque al final la discrepancia subyace al uso del lenguaje y la cultura del conocimiento a la que pertenece el psicoanálisis, que dista en mucho del método científico positivista.

El cuarto aspecto es la base psicosexual de la teoría y elemento integrador de la nosología propuesta, revelador y disruptivo para el pensamiento de la sociedad de esta época, puesto que era tan conservadora que todas estas formulaciones psicoanalíticas fueron subestimadas y tomadas como una broma, una cuestión baladí, algo que no tenía la importancia que Freud le dio. Una actitud de la academia que desacreditó este conocimiento porque no se consideró como algo fundamental para la comprensión de las enfermedades mentales.

Sin embargo, el cúmulo de información de un componente de la práctica sanitaria como lo es la evolución de las tradiciones clínicas y terapéuticas es tan dotado de validez como aquel conocimiento que surge de la réplica del método científico, en especial en la numeración de los hechos y reflexiones, notas académicas y de caso que estuvieron detrás de la definición del origen, desarrollo y aparición de varios de los síntomas presentes en los neuróticos, su aparición en edades tempranas, así como la revelación de la función del padre frente a la castración lo cual es fundamental a la hora de interrogarse por la génesis de la neurosis en un sujeto.

Finalmente, se puede considerar que las investigaciones sobre la histeria permitieron dar forma a la estructura principal para la construcción de la teoría psicoanalítica, puesto que dichas acciones permitieron ingresar en el mundo de lo psíquico y mental, al tener que desligarse necesariamente de las concepciones neurológicas tradicionales, y por tanto el desarrollo una nueva concepción sobre el tratamiento de esta, y a partir de allí de la identificación de otros trastornos y una práctica terapéutica diferencial.

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Confinamiento | Causas y consecuencias emocionales

Ana María Fernández Poncela
Profesora de Ciencias Sociales | Universidad Autónoma Metropolitana | Ciudad de México

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Resumen

El confinamiento aplicado como medida en la pandemia posee narrativas científicas y políticas, que los medios han propagado, pero cómo lo vivió la población y cuál es su sentir al respecto. Aquí interesa ¿qué piensa y siente la población que lo experimentó? En concreto, sus opiniones sobre las causas y las consecuencias del mismo. Para ello se cuenta con una entrevista a la población de la ciudad de México en el año 2021. Los hallazgos apuntan a un desborde emocional insatisfactorio y doloroso, con sus experiencias positivas de adaptación y aprendizaje; y un discurso justificatorio de su necesidad. Según los testimonios, las causas son proteger ante la amenaza y miedo a la enfermedad. Las consecuencias, un deterioro social, y también de la salud mental y emocional.

Palabras clave: Confinamiento, sociedad, experiencias, opiniones, emociones.

Introducción

Este texto es fruto de una investigación cualitativa sobre el confinamiento, y las opiniones de sus causas y consecuencias. En estas últimas se incluyeron las emociones -enunciadas- no así en las primeras, aunque surgieron por inferencia -reconstrucción a posteriori– a través de indicios de la situación (Plantin, 2014). Como afirma Elster (2002, p. 485-6): “las emociones importan porque si no las tuviéramos, nada más importaría…las emociones son la materia de la vida…el cemento o el vínculo más importante que nos liga a las demás personas” y “muchas formas de comportamiento humano serían ininteligibles si no las viéramos a través del prisma de las emociones”. Esto destaca en este trabajo que subraya el carácter de las emociones no tanto como un estado cualitativo afectivo del sujeto que las experimenta, sino el estado mental intencional racional o inconsciente que apunta hacia un objeto figurado por un sujeto que tiene una visión del mundo, lo juzga según valores que se construyen consensualmente en la sociedad, y saberes de creencia de imaginarios sociales discursivos, como soporte disparador del estado cualitativo de la persona y reacción comportamental individual y colectiva (Charaudeau, 2011). Percepciones, opiniones, valoraciones y vivencias se recogen en los testimonios aportando visiones desde la población sobre el tema, reconstruyendo su pensar y sentir de forma particular recabando la voz de los protagonistas que experimentaron la situación, y su explicación respecto a la misma.

Objetivos, metodología y teorías

En septiembre y octubre del año 2021, a año y medio del inicio de la pandemia, se aplicó una entrevista a población de la Ciudad de México sobre el confinamiento. El objetivo es tener un panorama de la opinión de la ciudadanía, toda vez que su explicación y significado de dicha medida, a través de sus representaciones sociodiscursivas, universos de creencias compartidas, relatos subjetivos y su vivencia. Fueron entrevistados 42 hombres y 43 mujeres, en total 85 personas, de entre 18 y 79 años residentes en casi todas las alcaldías de la urbe y con ocupaciones y niveles socio económicos y educativos diferentes [1] Advertir que si bien es un estudio cualitativo, a la hora del análisis se consideró oportuno el cuantificar varios temas, ello con objeto de obtener claras tendencias de opinión según campos semánticos de expresión.

Algunas preguntas giraron alrededor del confinamiento, en particular una sobre las causas y varias en torno a las consecuencias. Con el deseo de no restringir la mirada interpretativa, se trabajó desde la perspectiva de la teoría fundamentada basada en el análisis de los datos cualitativos de investigación para construir teoría. Se buscó las percepciones, significados, interacciones y experiencias como procesos subjetivos que elaboran y configuran las personas; descubriendo procesos interpretativos de comportamientos colectivos a través del estudio sustantivo donde prima lo empírico y en él la emergencia de la información. Con posterioridad se procedió a la descripción y ordenamiento conceptual de datos según propiedades y dimensiones; teniendo en cuenta el contexto histórico cultural, pensamientos y experiencias humanas, la inducción y la reflexividad, creando conocimiento situado y testimonios encarnados (Glasser & Strauss, 2006; Corbin & Strauss, 2008).

Los conceptos surgen directamente de los datos y la codificación al realizar el análisis. Las categorías aparecen a partir de dimensiones y propiedades. Se ralizan comparaciones constantes y preguntas generadoras que van haciendo el trabajo. Hay una reordenación continuada a través de notas y diagramas. Se observan los conceptos emergentes, relaciones, significaciones. Hay que leer y releer, fragmentar, reintegrar, conceptualizar. Finalmente, sintetizar el análisis en temas, integrar categorías para conseguir un marco teórico.

a) Conceptos creados a través de los datos que se agrupan en categorías o conceptos; b) El desarrollo de categorías en términos de sus propiedades y dimensiones; c) La integración de categorías y niveles más bajos de conceptos en un marco teórico que ofrece información sobre un fenómeno o una serie de fenómenos y que da pistas para la acción. Esta integración final es la que lleva los hallazgos de la investigación de la descripción a la teoría (Corbin, 2016, p.17).

En el proceso de análisis de las opiniones sobre las causas surgió con voz propia el continuum emocional inverso o hacia el origen de la acción -el pasado-, que describía la acción producto de una necesidad que a su vez era provocada por una emoción, originada en la percepción, con lo cual entre otras cuestiones se retomó el enfoque gestalt (Muñoz, 2009). Todo ello producto del trabajo con los datos empíricos -aunque la pregunta solo invitaba a expresar opinión-. Dicho de forma sucinta, la acción de quedarse en casa, proviene de la intención de satisfacer la necesidad de protección que es la función de la emoción de miedo, y esta de la percepción de inseguridad.

Acciónnecesidademociónpercepción

En cuanto al análisis de las consecuencias fue amplio y variado. No obstante, también reapareció el continuum emocional en dirección directa -presente y futuro-, pues se partía de sensaciones, pasando por pensamientos y creencias, seguidos de emociones y sentimientos que conducían a satisfacer necesidades con conductas según hábitos y rutinas, en general a su cambio y adaptación. Parte de ello surge del análisis de los datos, sin embargo, varias preguntas aquí sí giran en torno a las emociones vivenciadas de la situación y sus efectos posteriores.

Sensación pensamiento/creencia  emoción/sentimiento  necesidades ⇒ hábitos/rutinas (acciones, conductas, comportamientos)

Otro asunto que surgió fue los modos de relación también según la gestalt (Muñoz 2014), ya que la interrelación personal o grupal -o su opuesto- es lo central en el confinamiento. Destaca la fijación mental, la introyección mediática, el aislamiento emocional y la confluencia familiar -con quienes se convive o por medio de llamadas a través de celular y plataformas- en el aislamiento físico.

A las emociones fincadas en el sujeto, hay que añadir las propiamente sociales en el sentido de compartidas, cuyo análisis se inspira en autores como Charaudeau (2014) y sus enfoques sobre saberes de creencia y saberes de conocimiento, y cómo la representación emocinal del imaginario sociodiscursivo se impone por juicios, valores y normas sociales, o también Elster (2002), y de manera particular los aportes de la psicología social de Moscovici (2008) que explica el comportamiento social.

Finalmente, se concatenaron causas y consecuencias, y si el origen de las causas fue el miedo, el efecto de las consecuencias se expresa en estrés, ansiedad y depresión, a veces tranquilidad y seguridad, en ocasiones ambas combinadas. Para evitar el virus y el contagio según la narrativa oficial se confinó, y más allá de la valoración sanitaria de la medida, las consecuencias apuntan al desarrollo de problemas emocionales. Es decir, ya en términos psicológicos y sociales, para paliar el miedo y crear efecto de seguridad se llevó a cabo la cuarentena y el resultado fue el deterioro de la salud mental y el desarrollo de modos de relación no muy saludables o todo lo contrario.

Definiciones, prácticas e investigaciones

La OMS declaró la alerta por pandemia en marzo del 2020, también recomendó las medidas sociosanitarias, no exentas de contradicciones según algunos científicos, y los gobiernos de los países siguieron el criterio dominante en el mundo, las presiones mediáticas y sociales, y las aplicaron según sus circunstancias y posibilidades.

Las medidas de distanciamiento físico y restricción de desplazamientos aplicadas en gran escala, llamadas frecuentemente medidas de ‘confinamiento’, pueden desacelerar la transmisión de la COVID-19 al limitar los contactos entre personas. Ahora bien, estas medidas pueden tener un profundo efecto negativo en las personas, las comunidades y las sociedades, dado que conllevan casi la paralización de la vida social y económica. Estas medidas afectan desproporcionadamente a los grupos desfavorecidos…La OMS reconoce que, en determinados momentos, algunos países no tuvieron otra opción que promulgar órdenes de confinamiento y otras medidas, con el fin de ganar tiempo. La OMS confía en que los países utilizarán intervenciones específicas, donde y cuando sean necesarias (OMS, 2020, p.1).

David Nabarro encargado de la OMS para el coronavirus en Europa, dijo: «Apelamos a todos los líderes mundiales: dejen de utilizar el confinamiento como su principal método de control”, hace que “la gente pobre sea mucho más pobre”, “no abogamos por las cuarentenas como el principal medio de control de este virus” (INFOBAE, 2020, s/p).

La campaña en México adquirió el lema de “Quédate en casa”. “Durante esta Nueva Normalidad y si tu localidad está en semáforo rojo, debes quedarte en casa. Recuerda que el coronavirus es muy contagioso y si no se siguen las recomendaciones de las autoridades, puede haber un rebrote de la enfermedad”. (Gobierno de México, 2020a, s/p). El quedarse en casa era la forma de cómo “frenar” la epidemia con “responsabilidad” y el “protégete tú” y “proteger a los demás”. Por otra parte, se tiene presente en el gobierno y desde el primer momento los estragos en la salud mental que el confinamiento significaba, por lo que incluso hubo recomendaciones de carácter práctico.

Mantente ocupado en actividades productivas y positivas, comparte tiempo con la familia, colabora en las tareas del hogar, practica la tolerancia, solidaridad y respeto. Si te distraes pueden llegar los villanos «miedo», «ansiedad» y «alejamiento» para tratar de confundirte…es normal que a lo largo del día tengamos episodios de ansiedad o nerviosismo…No lo olvides, una mente tranquila, es una mente saludable (Gobierno de México, 2020b, s/p).

En el país los confinamientos fueron voluntarios, con recomendación insistente en los medios, si bien el cierre de empresas, instituciones, espacios y actividades pública fue de carácter obligatorio. De hecho, la población los aceptó con beneplácito según las encuestas del momento, mientras sectores políticos internos y organismos internacionales criticaban al gobierno por no implementar más y más rigurosas medidas (Mitofsky, 2020; El Financiero, 2020).

Respecto a los estudios sobre el confinamiento, algunos reconocieron o subrayaron su cuestionada eficacia y expusieron las contraindicaciones desde los primeros momentos (Broocks, et al., 2020) El ejemplo de Suecia ha sido paradigmático, sin confinamiento no hubo ni más contagios ni más muertos que en otros lugares con férreos y prolongados encierros. Otro es el de Reino Unido donde la dura ejecución del encierro se debió al parecer, más que por causas sanitarias a políticas públicas de gabinetes psicológicos conductuales del gobierno (Dodsworth, 2021).

Por solo mencionar alguna de las múltiples investigaciones al respecto, la reciente del Johns Hopkins Institute afirma que los cierres y restricciones se han exagerado y no han tenido el efecto esperado por lo que aconseja rechazarse como instrumento político (Herby et al. 2022). No hay evidencia que han evitado contagios y doblado la curva de nuevos casos. Sí hay constancia de los daños en enfermedades físicas y mentales, en la infancia, la drogadicción, la violencia, y las pérdidas de empleos, cierre de negocios, aumento de la pobreza. Incluso se afirma que todo fue político desde el primer día (Bendavid, et al. 2021). Pero más allá de organizaciones internacionales, gobiernos y estudios, qué opina la ciudadanía, objetivo de este trabajo, y lo que se presenta a lo largo de estas páginas.

Las causas del confinamiento

Para iniciar y con objeto de contextualizar la opinión de la ciudadanía consultada, se presenta la descripción de la respuesta a la pregunta de la fuente de información sobre la pandemia. La mayoría señala la televisión como el medio principal, seguido de redes e internet; que sumadas estas dos últimas opciones, sería numéricamente la más importante, sin embargo, en ellas también se reproducen otras fuentes, tales como la misma televisión o los periódicos, por ejemplo. Hay que mencionar que hubo personas que respondieron también varias opciones. Respecto al análisis subrayar que se trata de información oficial recabada desde las autoridades expertas, tales como OMS o CDC hasta lo que dice el vecino o el compañero de trabajo, si bien mayoritariamente los medios de comunicación y la televisión en particular tienen un influjo notable (Sartori, 2004), como se observa en la tabla 1. Únicamente añadir que el discurso mediático por aquellos días era único y global, intenso e insistente, y al parecer según los testimonios, la ciudadanía lo siguió de cerca.

Tabla 1. Medios y personas fuente de información de la pandemia

Medios comunicación

Personas alrededor

Autoridades

Televisión 54

Familia 11

Personales

Redes 38

Médicos 7

AMLO 7, López Gatell 7

Internet 27

Amigos 7

Institucionales

Celular 7

Compañeros trabajo 4

Instituciones 5

Radio 9

Vecinos 2

Secretaría salud 3

Periódico 8

OMS 3, CDC 2

Fuente: elaboración propia con base a la entrevista.

Si bien esta investigación es cualitativa, interesa tener la tendencia cuantitativa sobre cuál es el medio de información, pues se trata de una cuestión que se vivencía en parte a través del discurso científico, político y mediático. Esto es, donde la cultura, la sociedad, los medios y la política juegan un destacado papel, es decir hay una mediación, y más que se piensa o vivencía un hecho real en primera persona, se trata de percepción de segundo orden según Watzlawick (2003) producto de la comunicación. Las realidades de primer orden son la situación física real, observable y verificable, objetiva. En este caso, se trata de la percepción e interpretación, la de las personas entrevistadas sobre el discurso político y mediático que llega por medio de la información a la que tienen acceso. El significado y valor asignado de manera subjetiva según saberes de creencias, en principio externos, que comprometen al sujeto a tomar partido con respecto a valores sociales, no saberes de conocimiento. Aquí tiene lugar una representación emocional de la situación, un juicio de valor compartido colectivamente, instituído normativamente que orienta el pensar y el sentir sobre algo (Charaudeau, 2013). Lo que en gestalt sería una percepción introyectada que conduce a una emoción o sentimiento mediado por el lenguaje y la cultura más que por una experiencia presente de la persona (Muñoz, 2009).

Ya en concreto sobre las causas, “Según su opinión ¿para qué se realizó el quedarse en casa?”, fue la pregunta desencadenante de lo aquí analizado. La respuesta mayoritaria vino de la mano de verbos en infinitivo que denotan acción, estado en proceso, curiosamente en el marco de la inacción -quedarse en casa y aislarse físicamente-. Un tiempo verbal que hace funciones de sustantivo en la oración, refleja una acción de forma genérica y de manera no personal. Por otra parte, otro grupo de respuestas fue enunciada por el adverbio “no” que expresa negación y se emplea para negar el verbo y acción que acompaña, con diferentes sujetos y tiempos. Lo cual significa una suerte de acción genérica, no personal y externa. Se trata pues, de saberes de creencias, representaciones e imaginarios sociales (Charaudeau, 2013), introyectos culturales (Muñoz 2009), incluso mandatos de comportamiento social (Moscovici, 2008).

Tabla 2. Para qué se realizó el “quedarse en casa”

Evitar 30

Qué se evita

Cuidar 10

Qué se cuida

Frenar 6

Contagios

Proteger 7

Cuidarme yo

Disminuir 6

COVID

Seguridad 3

Yo y famila, seres queridos, personas vulnerables

Retrasar 5

Virus

Resguardar 1

Controlar 3

Enfermedad

De qué se cuida

Contener 2

Pandemia

Total 21

Contagio

Mitigar 1

Propagación, ola, curva

Contagiar

Detener 1

Contagiarme

Contagiarnos

Total 54

Evitar 10

Saturación hospital

Cuidar No

Servicios médicos

Propagar 4

Camas

Enfermar 1

Colapso

Exponernos 1

Catástrofe

Adquirir 1

Total 10

Expandir 1

Propagar 1

Total 9

Fuente: elaboración propia con base a la entrevista.

De nuevo se cerró a posteriori la información y se cuantificó (tabla 2) con objeto de obtener tendencias semánticas, conceptos y categorías. La mayoría apunta el verbo en infinitivo “evitar” en el sentido de distanciarse y apartarse y “frenar” -relacionado con los mensajes de la campaña sanitaria- que va en la dirección de defensa hacia afuera, y varios más, como “disminuir” o incluso “detener”. El evitar no solo es el contagio y la enfermedad, también aparece en numerosas ocasiones con relación a no saturar camas y centros médicos -objetivo anunciado del gobierno-. Por otro lado, está en la dirección hacia adentro de protección el “cuidar” y “proteger”, el yo y los otros, los cercanos o vulnerables, por seguridad. De hecho, el evitar y frenar es también proteger y cuidar. Una acción que equivale a inacción en el sentido de no salir y quedarse en casa, protegiéndose por seguridad, el aislamiento social preventivo. Que como se verá en su momento se trata de un modo de relación, aislarse del contacto (Muñoz, 2014), con las consecuencias psicosociales que ello comporta como también se presentará. A continuación algunas transcripciones de las entrevistas en el sentido mencionado, evitar contagios, no contagiar, cuidar y evitar la saturación del sistema de sanidad en el país.

“Para frenar la curva de contagios” (h, 50, Tl)

“Para no tener contacto con las personas u objetos que tengan COVID y así disminuir el contagio” (h, 25, Xo)

“Para no contagiarnos y no contagiar a nuestros seres queridos” (h, 19, Xo)

“Para no contagiarnos ni exponernos y protegernos” (m, 45, Az)

“Para evitar la saturación de hospitales” (h, 25, Xo)

“Pues para resguardarnos del virus y que la propagación fuera más lenta y así se pudiera dar servicio médico a los enfermos sin abarrotar los hospitales” (h, 40, Xo)

“Para evitar que el número de contagios y decesos fuera catastrófico, evitar el colapso del sistema” (m, 40, Tl)

“Para cuidarnos del virus y no contagiar ni contagiarnos” (m, 50, Xo)

“Para evitar el contagio en personas vulnerables como ancianos, niños y personas con enfermedades crónicas degenerativas. Es una medida para evitar que el sistema de salud colapse” (m, 44, MA)

Como se recoge en las narraciones va del “frenar” al “cuidar”, incluso se trata de evitar la “catástrofe”, como se expresa. Desde una primera mirada analítica el “Quédate en casa” es producto de evitar la enfermedad, cuidar la salud y no saturar los hospitales. Añadir únicamente, que otro interrogante iba en el sentido de si consideraban el confinamiento correcto y satisfactorio, y la práctica todalidad de las y los entrevistados dieron una respuesta afirmativa. Lo cual concuerda con estudios y encuestas al respecto (Mitofsky, 2020).

Llegados a este punto, sobre las causas, es posible desarrollar explicaciones más profundas. Desde una descripción densa que pretende desentrañar estructuras de significación superpuestas y entrelazadas, una interpretación más completa y compleja (Geertz 1996), señalar que este frenar y cuidar en realidad es una necesidad de seguridad que se desprende de la emoción del miedo, cuya función es proteger, misma que se intenta satisfacer con la acción de quedarse en casa -que es inacción a la vez-. Lo anterior según el continuum emocional gestáltico (Muñoz, 2009). Más aún, estos verbos de evitar y proteger son producto del miedo -no expresado en enunciados de emoción directamente en los relatos-, del miedo al virus se entiente, el contagio, la enfermedad y la muerte, pero ¿hay otros miedos más profundos o incluso inconscientes detrás o al lado de este miedo primigenio a la muerte?

Las causas directas, enunciadas explícitamente son evitar el contagio y proteger la salud. Causas que cubren la satisfacción de la necesidad de sobrevivencia como reacción de los mamíferos. Si esto se extrapola a las emociones sociales compartidas es posible pensar también en el miedo social de Bauman (2007), su metáfora de la muerte social, la exclusión. Esto es, el miedo al otro (Daillie, 2016), también ancestral. Y la necesidad viene dada en este supuesto, de la protección hacia los de arriba y los de al lado -gobierno y ciudadanía-. Se configura así la obediencia, la conformidad y el pensamiento de grupo (Levine y Pavelchack, 2008; Tajfel ,1978). Las emociones sociales fincadas en imaginarios sociohistóricos y universos de creencias compartidas implican, cohesión, pertenencia, reconocmiento, y también valores, juicios, normas y sanciones sociales consensuadas (Charaudeau, 2014). Así ese prevenir sanitario, causa según la población del confinamiento, está configurado por el miedo biológico de sobrevivencia activado por la amenaza del discurso mediático y el miedo de expulsión social derivado de no obedecer o no asentir a la presión social circundante.

En primer lugar, tiene lugar la obediencia y seguimiento de las medidas sociosanitarias del gobierno y organismos internacionales. Mismas que obedecen a las creencias y cultura de una época, así como los dictados de un discurso científico determinado, o sea se trata de una cuestión política de obediencia a la autoridad, sin olvidar, en segundo lugar, la posibilidad de la influencia de la conformidad social y el pensamiento de grupo (Levine y Pavelchack, 2008; Tajfel, 1978). La obediencia surge del miedo a la autoridad, y la conformidad del temor a la colectividad, castigo, señalamiento social y exclusión. Proteger, como se dijo, es la función del miedo (Muñoz, 2009), ya sea a la enfermedad, ya sea a otros individuos o grupos. En el caso que nos ocupa la causa del confinamiento según la opinión recabada entre la población es frenar el contagio y cuidar la salud, necesidad dictaminada por la autoridad y propagada por los medios, toda vez que sostenida y sentida por la ciudadanía ante la amenaza de enfermedad y muerte, intensa y reiterada en los medios, que causó conmoción y alarma, como se refleja también en los testimonios presentados. Si bien no hay enunciados directos y explícitos de emoción (Plantin, 2014), lo que sí es posible realizar es una inferencia y reconstrucción de la situación y clima emocional por los indicios que aparece en el relato.

Acción necesidad emoción

Quedarse en casa protección: evitar y cuidar miedo físico

Quedarse en casa protección: obediencia y/o conformidad miedo social

Así que el análisis de las causas conduce o se origina en el miedo físico y también en el miedo social, miedo al virus y miedo al otro, emoción esta última como apunta Bauman (2007) cada vez más generalizada. Y si las causas se inician en el miedo, las consecuencias desembocan también en un grupo de emociones producto del aislamiento y confinamiento, que crea seguridad por una parte, toda vez que contribuye al deterioro de la salud mental, por otra.

Las consecuencias del confinamiento

Sobre las consecuencias del confinamiento había en la entrevista una bateria de preguntas, aquí se retoman las directamente relacionadas con el tema, en general y básicamente sobresale el punto de la familia y las relaciones personales, por una parte y de otra, todo lo que tiene que ver con el mundo mental, emocional y de los hábitos cotidianos de cada quien.

Las familias y las relaciones

En el asunto de las relaciones familiares es donde afloraron las emociones. Primero, la familia extensa y las amistades a quienes ya no fue posible frecuentar, lo cual provoca tristeza y frustración, como sentimientos más nombrados (tabla 3) [2].

Tabla 3. Familia y amistades que no podían ver o relacionarse

Campo de la tristeza

Campo del enojo

Otras expresiones

Tristeza 11

Frustrante 8

Paciencia 4

Deprimida 3

Estresado 3

Aprender 1

Nostalgia, melancolía 3

Ansiedad 2

Valorar 1

Extraño 1

Desesperante 1

Adaptación 1

Desolación 1

Mal humor 1

Aburrida 1

Horrible 1

Presión 1

Difícil 7

Miedo 2

Complilcado 1

Fuente: elaboración propia con base a la entrevista.

Varias narraciones se encuentran en el campo semántico de la tristeza, otras en el del enojo a través de la frustración. Otras más, se fincan en la paciencia. En ocasiones aparece el miedo. Y a veces, un dejo de optimismo y la reiteración: “es por el bien de todos”.

“Triste ya que para el ser humano es necesaria la convivencia” (h, 25, Xo).

“Es frustrante el saber que no puedes visitar a personas queridas y relación de amigos” (h, 33, GM)

Fue difícil al principio pero aprendimos a sobrellevarlo y ser pacientes” (h, 41, CM)

“Pues con mis papas nos dejamos de visitar un año, fue tremendo, y además no nos abrazamos como antes, ahora existe un miedo por así decirlo, nos abrazamos con desconfianza. Apenas hace dos meses nos reunimos hermanos y padres, pero respetamos a cabalidad no juntarnos con los abuelos” (h, 40 Xo)

Pues yo pienso que habrá tiempos mejores para estar con la familia y festejar con amistades” (h, 40, Co).

“Entendí que era por el bien de todos, habrá más vida en otro momento para reuniones” (m, 44, Xo)

Por otra parte, se argumentó que gracias a la tecnología se pudo estar en contacto, las redes y sobre todo las videollamadas -mencionadas en dieciseis ocasiones-, demuestran la importancia del contacto virtual para mantener las relaciones a distancia.

“La tecnología ha ayudado mucho en ese sentido, estamos en constante comunicación, la videollamada resultó muy útil en esta pandemia” (m, 45, Iz)

“Hacemos videollamadas para platicar. Pero también valoré mucho a las personas que viven en casa, ya que no convivimos y con el confinamiento reaprendimos a vivir y convivir” (m. 44, MA)

El modo de relación (Muñoz, 2014) que se observa es el de “aislamiento” por las circunstancias y el seguir las medidas de la cuarentena. No obstante, a través de las relaciones virtuales, redes y videollamadas, puede observarse que hay “confluencia”. Confluencia significa unión, querer pertenecer, satisfacer la necesidad de ser con los otros. La confluencia positiva permite unirse y compartir, ofrece seguridad, confianza y mantener una relación equilibrada. Si es disfuncional hay dependencia, pérdida de individualidad y autonomía, un deseo de perderse con el otro por miedo a la soledad o el abandono, no se toleran diferencias ni disidencias (Muñoz, 2014). Una confluencia virtual y una confluencia de sentires y de ideas, que da seguridad física y social, quizás a costa de la individualidad y el pensamiento propio, cuando los introyectos cultuales predominan y domina un discurso único global sobre lo que acontece y se debe hacer.

Segundo, la familia de convivencia en la residencia, se describe con sus apoyos o sus conflictos, predominando lo primero sin obviar lo segundo. En la familia que comparte vivienda la “confluencia” (Muñoz, 2014) es el modo de relación dominante, con lo satisfactorio al ser funcional y lo insatisfactorio de la disfuncionalidad. La confluencia tradicional de la familia mexicana se exhacerba si cabe según las muestras de valoración favorables que se obtinen en los relatos, reiteradas e intensas en general.

Tabla 4. Relación familia de convivencia

Covivencia satisfactoria

Aprendizajes

Convivencia disfuncional

Convivir bien 8

Aprender convivir 3

Conflictos 3

Más tiempo juntos 8

Mejorar relación 2

Estresados 3

Mejora relación 5

Paciencia 2

Peleas 2

Valorar, aprovechar, bendecir 5

Tolerancia 2

Fricciones 2

Más unión 4

Complicado 2

Más comunicación 3

Difícil 1

Conocer más 2

Peleas 1

Más apego 2

Triste 1

Apoyo

Ayuda

Fuente: elaboración propia con base a la entrevista.

Lo positivo es la convivencia, la relación, la unión, el apego, el conocimiento, la comunicación, el tiempo, hacer las cosas juntos, fortalecer lazos, ser equipo, apoyo y compañía. Todo esto se reiteró en un discurso centrado en la valoración, que fue desde la mejora de relaciones, la satisfacción por convivir, hasta la bendición del hecho de pasar el confinamiento en familia (tabla 4).

Ha sido buena la relación, con más unión” (h, 43, AO)

“Contento porque paso más tiempo con mi familia (h, 21, Iz)

Lo aproveché para convivir más con mi familia” (m, 44, Xo)

“Ellos han sido mi apoyo y compañía este tiempo, nos llevamos muy bien” (m, 55, Iz)

“He aprendido a ser paciente con ellos y también a ser más tolerante” (h, 29, Xo)

También apareció el conflicto aunque, en menor medida numéricamente hablando. El estrés, por la convivencia forzada y duradera, y la carencia de espacios, fue la alusión más común, así como, peleas por falta de dinero y trabajo, o irritabilidad ante el encierro, fueron algunas de las explicaciones dadas.

Pues tratamos de llevarla muy bien, pero por lo mismo de que siempre estamos dentro, algunas veces llega a ser pesado, tratamos de no discutir y tratar de acercarnos más día con día” (h, 33, GM)

Si bien hemos tenido momentos de convivencia, he notado que llega a ser irritante el compartir los espacios 24/7 con todos los integrantes. No todas las casas cuentan con una habitación por integrante y ello complica más la convivencia” (h, 47, Iz)

“Muy mal porque tuvimos muchas peleas por la falta de dinero y de trabajo, muy estresante” (h, 37, Azc)

En un balance de lo anterior si bien las emociones desagradables o dolorosas predominan con relación a no poder ver y estar con amigos y familiares, las agradables parecer reinar en la convivencia de la familia en casa, además algunos desencuentros que también tuvieron lugar en este espacio por el encierro y espacios.

Las sensaciones, pensamientos, emociones y hábitos

Interesa conocer también las sensaciones corporales (tabla 5), donde el sobrepeso, los dolores en general, problemas de sueño, falta de ejercicio y sedentarismo, fueron las respuestas más destacadas. Cuestiones estas que coinciden con las estadísticas para el país sobre el tema (Mitofsky, 2020). Por otro lado, tanto en esta como en las siguientes dos preguntas sobre la mente y las emociones el “nada”, “ninguna”, “igual”, “normal”, fueron usuales, quizás reflejo de desinterés, posiblemente expresión de la dificultad de conocer y expresar sensaciones, pensamientos y sentimientos, o hacerse responsables de ellos. Para este primer caso de las sensaciones corporales, 17 personas dijeron ninguna, nada, normal o igual, por ejemplo.

Tabla 5. Sensaciones en el cuerpo

Insatisfactorias

Satisfactorias

Aumento de peso 22

Disfruto estar en casa 4

Dolores articulares, musculares, espalda, cabeza, panza y algunas enfermedades (artritis, gastritis) 12

Paz 1

Insomnio o problemas de sueño 7

Sedentarismo 5

Pesada, lento, pereza, flojera 5

Cansancio, fatiga, 4

Ánimo bajo 3

Estrés, tensión 3

Enojo, frustración 2

Mal, malestar 2

Confusa 1

Fuente: elaboración propia con base a la entrevista.

Destaca, como se dijo, el aumento de peso -relacionado con estrés y ansiedad-, por un lado y por otro lado, dolores, en especial articulares y musculares, y algunas enfermedades.

“Pues desarrollé gastritis y engordé, una ansiedad por comer” (h, 33, Xo)

“Subí de peso como 20 kilos, me siento mal” (m, 50, Xo)

“Estrés y subida de peso. Aumenté 15 kilos, pero ya estoy poniendo de mi parte para bajarlos” (h, 28, Iz)

“Cansancio, dolor de articulaciones, a veces falta de sueño” (h, 43, AO)

“Desafortunadamente mi cuerpo ha sufrido el hecho de tener que mantenerse sentada frente a un monitor durante horas a diario. Me siento pesado, con el cuerpo adolorido” (h, 47, Iz)

Las alteraciones del sueño y el insomnio, las alimentarias ya comentadas, junto al sedentarismo -acompañado de falta de energía y afición a las pantallas-, el cansancio y carencia de ánimo, fueron otras sensaciones corporales reportadas en las entrevistas.

“Al principio de la pandemia no podía dormir” (m, 24, Tl)

Pues mis rutinas cambiaron, me levanto más tarde y duermo también muy tarde…duermo más de lo normal, aun así, sigo con sueño. Creo que subí de peso” (m, 40, Tl)

“Aumento de peso, sedentarismo” (h, 23, Tl)

“Subí de peso, perdí el ritmo o rutina de mis actividades deportivas, me volví un poco perezoso, ya que empiezas a ver series o películas” (h, 33 GM)

“Al principio me comenzó a dar mucha flojera y falta de ánimo para trabajar… No tenía energía y me daban ganas de comer comida chatarra de repente. Solo quería ver películas y así” (m, 32, Co)

En cuanto a las ideas de la mente, pensamientos y creencias, las narraciones son variadas, apuntan también a emociones además de ideas. Se reitera el estrés y la frustracion, la desilusión, desesperación y desesperanza, así como miedo, ansiedad y angustia, además de tristeza. También se expresa la necesidad de adaptarse y aprender, de introspectar y cambiar hacia otra forma de pensar y desde una mirada positiva. Algo que aparece con frecuencia es el impacto de la pandemia en el cambio de pensamientos, si bien de diferentes modos, así como la invitación a la reflexión sobre la vida y la muerte. Doce gentes afirman no haber experimentado cambio alguno en sus pensamientos y que todo está igual en la mente.

Algo que sí es una idea, que puede considerarse “fijación”, en el sentido de modo de relación que se concentra en una figura, lo cual permite cumplir metas y puede ser habilidad, pero cuando es rígida es disfuncional (Muñoz, 2014), son las expresiones repetidas: “Quiero regresar a la normalidad”.

Otras cuestiones que surgieron eran en torno al valor de la vida ante la muerte o la unión en oración y el entregarse a Dios, seguramente por la palabra creencia en el enunciado del interrogante. También se dice que se cree en la ciencia y en el virus. Eso sí, aparecen constantemente en las respuestas, los que no creen, los que no entienden y los irresponsables, lo cual también lleva a pensar en una suerte de idea fija (Muñoz, 2014) especialmente por que no es parte de la pregunta.

“Valorar la vida y sentir que estoy en tiempos extras. Revalorar la vida y la muerte” (m, 62, Iz)

“Me apegue más a Dios” (m, 26, Co)

“Orar para que la gente entienda que todavía no debe de bajar la guardia” (h, 46, Iz)

“Soy creyente en Dios Jesús Cristo, por tener fe en algo…Confío en la ciencia en este tema” (h, 40, Xo)

“No porque yo sí creo, no como mucha gente que piensa que es mentira, más porque he tenido gente allegada a mí, ya sea familiar, vecinos o amigos, que han fallecido de COVID” (h, 48, GM)

Como se dijo, expresaron las emociones en las ideas. El miedo persiste, a veces provocado por escuchar “malas noticias” o por “salir a la calle”. Además del estrés y la ansiedad que se mencionan constantemente. Todas las emociones que se reiteran tienen que ver con la “fijación” (Muñoz, 2014) por “introyección” ante la noticia de la amenaza en los medios o la constatación por experiencia de conocidos enfermos en el entorno.

“A veces siento temor de escuchar malas noticias” (h, 25, Xo)

“En un momento la saturación de información respecto a la pandemia me colocó en una situación de desesperación y temor. Mi mente solo pensaba en la enfermedad y en que en cualquier momento alguien cercano a mí podía contagiarse y morir. Decidí dejar de ver noticias a todas horas” (h, 47, Iz)

“Vivo con miedo de que en algún momento en mis salidas al trabajo y convivir con gente pueda contagiarme” (h, 45, MA)

También se alude al cambio de la forma de ver las cosas y a la adquisición de mayor madurez, de ser mejor persona, además de más tolerante, entre otras cosas.

“Pues a madurar ideas para querer más sanamente” (h, 47, Tl)

“Cambió por completo mi manera de ver las cosas, con más madurez” (h, 19, Xo)

“He abierto más mi mente y me ha ayudado a ser más tolerante” (m, 44, Xo)

“Sí, aprendes a ver la vida diferente, y a valorar a la familia, y también el trabajo” (m,31, Iz)

“Cambio en pensamiento, ser una mejor persona” (m, 50 Co)

El cambio, eso sí en diferentes etapas y en distintos sentidos, que ha supuesto el antes y el después de la pandemia, para la mente de las personas. La fe en Dios aporta fortaleza de pensamiento. Eso sí, la “fijación” (Muñoz, 2014) hacia quien es irresponsable reaparece como pensamiento obsesivo, además se aportan relatos de vivencias de contagios y muertes en el entorno.

Al principio me bloqueé, dejé de tener ilusiones por todo lo que estaba pasando. Pero después comencé a trabajar. Soy cristiana y siento que mi fe y acercamiento a Dios se incrementó muchísimo” (m, 32, Co)

“Estoy más tranquila y me he conectado más con mis valores y creencias religiosas. Estoy más positiva a diferencia de hace un año” (m, 44, MA)

“Soy creyente en una fuerza superior. No he perdido la fe. En cuanto a ideas en mi mente, trato de no leer nada de ideas conspiracioncitas, ya que me encuentro susceptible y aprensiva. Algo muy particular es el sentimiento de coraje y desprecio hacia la gente que no se cuida, a la gente irresponsable, la gente que no cree, he visto morir a muchos amigos y personas cercanas” (m, 38, Iz)

La verdad me acerqué más a Dios, aumentó mi creencia. Y sobre mis pensamientos aumentó mi creencia de que sigue habiendo gente pendeja, perdón” (m, 45, Iz)

Y así se llega al tema de los sentimientos y las emociones, mismas que no dejaron de nombrarse en las sensaciones o los pensamientos, pero que aquí se desbordan con la pregunta directa. Sobresale la tristeza como emoción reinante en el confinamiento, junto a la depresión y sentimientos de soledad (tabla 6). En segundo lugar, el enojo al lado de la impotencia, frustración e irritabilidad. Además de la ansiedad relacionada con el estrés y también con el miedo. Remarcar quienes, como a las dos anteriores interrogantes, dijeron que no han sentido nada, o todo normal, y que suman 12 personas. Curioso como algún testimonio expresa: “Mis sentimientos y emociones se apagaron por completo, me sentía como si todo pasara sin que tuviera noción del tiempo” (h, 19, Xo). En el sentido de dejar de sentir con objeto de evitar el dolor seguramente, o ante la saturación informativa, o como mecanismo de defensa simplemente. También puede ser un intento de aislamiento, una forma de retirarse del entorno quizás por temor de ser arrastrado por los demás y cerrarse a las emociones no agradables, con lo cual se pierde el contacto con el otro y también consigo mismo (Muñoz, 2014), se produce una suerte de desconexión.

Tabla 6. Emociones y sentimientos

Bajan energía

Suben energía

Desequilibran energía

Tristeza 11

Enojo 5

Estrés 7

Depresión 5

Frustrada, impotente 3

Ansiedad 6

Soledad 4

Irritado 2

Agobio 2

Aburrimiento 2

Encierrada 4

Miedo 3

Incertidumbre 2

Preocupación 2

Fuente: elaboración propia con base a la entrevista.

Con objeto de clasificarlas y organizarlas de algún modo, se optó por relacionarlas con el nivel energético y la dirección, así hay emociones que quitan energía y van hacia adentro, como la tristeza y otras en la misma dirección, soledad, o incluso depresión.

Tristeza, ya que no he podido ver a mi familia y estoy encerrado” (h, 45, Co)

“Lo que le comenté hace un momento, tristeza y estrés” (h, 49, GM)

“Como ya dije anteriormente, es la soledad y la tristeza” (h, 58, Iz)

“Depresión, ya que podría ser parte de esto, me separé de una novia, cambio de rutina total” (h, 33, GM)

“Tristeza, ya no haces tu vida como antes, se ve reflejado en las cifras o ver el deceso de personas” (m, 55, Iz)

“Soy una persona muy alegre, pero sí puedo creer que me pegó la depre, pues no tenía ánimos de hacer muchas cosas y solía llorar mucho por las noches. Fue un choque muy fuerte de mis emociones” (m, 32, Co)

Emociones y sentimientos que dan energía como el enojo y la frustración, y van hacia afuera. Un enojo no siempre explicado, pero en ocasiones adjudicado a la gente que ignora el peligro y es irrespondable. Como se observa, de nuevo la fijación (Muñoz, 2014).

Aumentó el enojo, me irritó con mayor frecuencia” (m, 42, Tl)

“Me he sentido irritada en los últimos meses, y muy estresada, pero sigo trabajando el control de mis emociones” (h, 31, Co)

Mucho coraje y tristeza” (h, 37, Az)

“A veces impotencia, pero no se puede salvar a todo el mundo” (h, 46, Iz)

“Coraje de ver cómo las personas ignoran al COVID 19 como si ya hubiese pasado todo” (h, 54, Iz)

El estrés que aparece siempre y en todo momento en esta entrevista, que se siente en cuerpo y mente, como se vio con anterioridad, ahora se expresa como emoción, y que es protagonista del encierro y producto del mismo, a veces junto a la ansiedad también importante.

Agobio estrés y ansiedad” (h, 33 MA)

“Mucho estrés y enojo” (m, 27 Iz)

“Mucha ansiedad y tristeza” (m, 45, Iz)

Las emociones han sido cambiantes, con relación al virus es ese sentimiento de ansiedad, a veces algo de insomnio… sobre todo en la primera parte de la pandemia cuando todavía no se tenía la vacuna, temor, mucho temor… sí con el estrés constante y nervios, miedo” (m, 48, Izta)

El miedo siempre aparece en sus diversas expresiones, viejos y renovados, implacable y persistente.

“Difícil, ya que constantemente se siente preocupación y miedo de que algo pueda pasarle a mi familia” (h, 27, BJ)

“Creo que tengo un problema que tratar, le tengo mucho miedo a la muerte, mía o de mis seres queridos… se agudizó más con la situación y las pérdidas… la pandemia nos ha golpeado a todos, y las pérdidas son muchas” (m, 40, Tl)

“Después de superar la infección, me invadió el terror al re contagio. El temor a morir, la agorafobia, pero al mismo tiempo me siento agradecida de estar viva aún al lado de mis hijos, es una extraña combinación de sentimientos miedo, agradecimiento, coraje” (m, 38, BJ)

Además, hay quien presenta diversos sentimientos como se observa, incluso algunos que podrían resultar contradictorios, sin embargo, al parecer son las formas del sentir el oscilar entre los que proporcionan satisfacción y los que no. En un momento de la vida y situación social, donde las emociones parecen estar a flor de piel.

“Pues lo repito, mis emociones son muy itinerantes, enojo, rabia, ira, frustrado, pero trato de relajarme. Sentimientos de pareja, no la he matado por suerte, pero sí el divorcio.” (h, 40, Xo)

Triste por no poder ver a mis amigos…Pero feliz por lograr estar con la familia” (h, 25, Xo)

Muy sentimental, chillona y depresiva, y a la vez muy en paz” (m, 45, Azc)

Finalmente, en un relato apareció el amor, relacionado con la familia, institución muy valorada positivamente en México y otros países, que ha cobrado importancia en estos años. La “confluencia” (Muñoz, 2014) nuevamente se reitera.

Más amor hacia mi familia” (h, 38 Iz)

“Un poco más contento por pasar más tiempo al lado de mis seres queridos” (m, 33, Xo)

Amenaza vulnerable, inseguridad miedo, inseguridad protección

Confinamiento: cambio emociones, cambio hábitos, etc.

El cambio de hábitos es evidente, iniciando con el quedarse en casa que significó dejar de hacer algunas cosas y romper la rutina anterior, toda vez que hacer otras diferentes. De ahí que en el relato primó la realidad del cambio y la necesidad de la adaptación, junto a hábitos poco saludables y perjudiciales para la salud -similares a las sensaciones en el cuerpo no satisfactorias ya vistas-: el sedentarismo, no hacer ejercicio, problemas con el sueño y con la alimentación, destacan por una parte, de otra la afición a las videollamadas -con lo positivo y negativo si se quiere-, y la adicción a la televisión, series y películas (tabla 7). Como curiosidad decir que si en los sentimientos, mente y sensaciones varios dijeron ninguno o nada, aquí nadie se expresó así, esto es, al parecer todo mundo cambió, de una u otra manera, sus hábitos.

Tabla 7. Hábitos y rutinas

Cambios

Hábitos cuerpo

Hábitos mente

Adaptación 6

No ejercicio 9

Muchas series y películas 6

Acostumbrarme 3

Sedentarismo 5

Mucha televisión 4

Problemas sueño 6

Videojuegos 2

Alteración 4

Problemas comida 4

Muchas videollamadas 5

Pasividad 4

Mucho en redes 2

Cambio radical 6

Fuente: elaboración propia con base a la entrevista.

El cambio, en primer lugar, de forma general, con la consiguiente adaptación, con más o menos dificultad y éxito, del rápido a la evolución en el tiempo.

“Hubo cambios, tuve que adaptar mi rutina al confinamiento y modificar hábitos” (h, 41, CM)

“Un giro completo. Cambiar la rutina” (h, 43, Co)

“Un cambio radical, pero necesario para evitar que siguiera, y aún sigue la pandemia” (m, 41, Xo)

“Se deshizo toda la rutina y hábitos que tenía. Poco a poco te tienes que ir adaptando a lo que tienes” (m, 24, Tl)

“Me costó mucho adaptarme” (h, 19, Xo)

Se dejó de hacer ejercicio de todo tipo -correr, nadar, andar en bici-, y por supuesto, caminar y el movimiento de las actividades cotidianas. Lo cual significó inmovilidad y sedentarismo. Además de trastornos alimenticios y del sueño, y psíquicos incluso. Así como, el aumento de estar ante las pantallas, series, películas, juegos. Algunos estudios para el país van en el mismo sentido (Mitofsky, 2020).

“Dejé de hacer ejercicio, como caminar y correr” (h, 45, Co)

“Fue más que nada el sedentario” (h, 29, MA)

“Cambiaron totalmente. Antes me paraba a las cinco de la mañana, tenía actividad física, no comía tanto. Y ahora me duermo tarde, todo se me antoja” (m, 45, Iz)

“Se me ha alterado el horario de descanso. Duermo hasta muy de madrugada…comemos más a menudo. Continuamos con los mismos pasatiempos: ver películas o series. Charlamos igual solo que hemos incorporado más videollamadas con amigos y familiares” (m, 38, Iz)

“Antes de llegar con el psiquiatra, siento que hasta me había olvidado de mi apariencia física, como que dejé de bañarme…siento que ya pues retomaba más mi arreglo personal…intenté hacer dieta, hacía un poco de actividad física para no aumentar de peso, pero eso no lo conseguí” (m, 29, Tl)

La rutina de estar solos en casa viendo series o películas” (h, 33, GM)

“Ya no veo a familia o amigos, no hago ejercicio, ya ni salgo a caminar…y veo más la tv” (m, 42, Tl)

Hago videollamadas todo el tiempo con mis amigos y familiares” (m, 21, Iz)

El pasar mucho tiempo viendo televisión puede ser signo de “deflexión”, el estar también mucho en videollamadas familiares significa “confluencia”. Sobre esto último ya se ha señalado anteriormente, en cuanto a la deflexión quiere decir evitación, no poner atención al entorno y perderse en distracciones intentando evadir (Muñoz, 2014). Evitar lo desagradable, evadir un ambiente amenazante y distraer el propio miedo, serían las causas de dicha actitud.

También hubo cambios positivos como el disponer de más tiempo. O quienes se iniciaron en el ejercicio y la comida saludable, el cuidarse más y el disfrutar más a la familia también, como ya se dijo.

“Importante porque tengo más tiempo, pude hacer más cosas” (h, 23, Tl)

Ahora me cuido más para estar en bienestar con mi mente y mi cuerpo” (m, 26, Co)

Si mejoramos hábitos alimenticios” (h, 41, Xo)

“Ahora no voy a nadar, pero soy agricultor y panadero de ocasiones pandémicas, hice mi huerto” (h 40, Xo)

“La familia y la convivencia fue lo mejor de la pandemia” (m, 44, Xo)

Las emociones más sentidas y enunciadas en este punto, consecuencia del confinamiento, son tristeza y enojo, así como estrés y ansiedad, lo cual coincide con varios estudios al respecto de organismos internacionales y académicos. Eso sí, hay unanimidad en la población consultada que el quedarse en casa y las medidas fueron necesarias y eficientes, el gobierno no impuso nada, al contrario, la opinión se decanta porque fueran más rigurosas, y con dedo acusador se señala a los irresponsables de no seguirlas.

Conclusiones

Las emociones y los sentimientos están en todas partes, en opiniones, sensaciones, pensamientos y hábitos. Quizás por los tiempos complejos y difíciles, o tal vez porque son más vívidas precisamente en épocas adversas. En el estudio de caso estudiado destaca su papel original anterior a las propias causas del confinamiento en la pandemia, pues si éstas fueron evitar el contagio y proteger a la población, anterior a esto está la amenaza de enfermedad y muerte, y el miedo que esto causa. Así el miedo lleva a la necesidad de protección, y dicha necesidad se satisface a través de la acción de confinar, entre otras cosas. Un contínuum emocional (Muñoz, 2009) que es posible reconstruir del presente hacia el pasado, de la acción a la emoción, con la necesidad como intermediaria. Además de las implicaciones del miedo social, la obediencia y la conformidad, tambien como protección del gobierno y de la comunidad.

También la emoción juega un rol central en las consecuencias del confinamiento, como no podía ser de otra manera, al afectar la salud física y mental de la población, en aras precisamente de su seguridad emocional y protección física. Tiene lugar el proceso emocional y se crea el clima emocional resultado de “quedarse en casa”. En lo referente a las relaciones, sensaciones, sentimientos y hábitos, aparece con fuerza la estructura de los modos de relación -introyección, fijación, aislamiento, confluencia y deflexión- y en su versión o modalidad insatisfactoria y disfuncional (Muñoz, 2012). En aras de la seguridd y protección frente a la amenaza informativa y al miedo sentido, las consecuencias emocionales también han girado hacia estrés, ansiedad, tristeza, enojo, entre otros sentimientos destacados.

Por ejemplo, en la familia extensa que no es posible visitar o convivir, aparece tristeza y depresión, si bien a pesar del aislamiento forzado se emplean las video llamadas para restablecer la confluencia en su sentido ahora sí satisfactorio y funcional. En el núcleo familiar de residencia, dos son las experiencias; por una parte, la valoración muy positiva de la convivencia y apoyo, con confluencia, por supuesto. Y otras vivencias con conficto y estrés por cohabitación forzada y no siempre en las mejores condiciones espaciales. En ambos casos se apela a la paciencia y el aprendizaje de la nueva situación.

Las sensaciones corporales se centran en el dolor físico, insomnio, sobrepeso, sedentarismo, falta de ánimos y cansancio. Los pensamientos refieren sensaciones y emociones, tales como el temor y el estrés. Así también, la fijación en el miedo producto de noticias focalizadas como introyectos, y en el deseo personal centrado en “querer regresar a la normalidad”. Entre las emociones ya propiamente dichas, destaca la tristeza y el enojo, incluso el aislamiento al declarar no sentir, además del estrés, la ansiedad y la depresión. Un panorama complicado que requerirá trabajarse desde el presente hacia el futuro, y que aunque ya se predecía, ahora es cuando explota en las realidades de las personas, comunidades y países del mundo, una profecía autocumplida. Quizás la valoración y amor a la familia en los casos donde esta fue espacio de apoyo y soporte, sea la emoción satisfactoria que se extrae de la experiencia de encierro. Finalmente, en cuanto hábitos y rutinas, el cambio y la adaptación, parecen al orden del día. Se manifiesta la confluencia en las videollamadas que surgieron como alternativa al no poder compartir en presencial, y la deflexión ante el aumento de consumo televisivo, series y películas. En aras de proteger la salud de un virus al parecer se deterioraron otros aspectos de la salud. Así del miedo inicial, causa original de la necesidad de protección que a vez se plasma en las medidas del confinamiento, y sin éste desaparecer, se pasa a la tristeza y al enojo, como consecuencia de las medidas. No se olvidan los problemas en aspectos sociales, económicos y culturales, sin embargo, aquí se ha centrado el estudio en los efectos mentales, emocionales y conductuales personales y cotidianos.

Finalmente, se inició con una cita de Elster y se acaba con otra más “Podemos estudiar las emociones como efectos o como causas” (2002, p. 488) y “las emociones tienen un efecto sistemático sobre el comportamiento mediante su papel en el sostenimiento de las normas sociales” (2002, p. 489). Ambas cuestiones se han desarrollado en estas páginas, las causas y consecuencias emocionales del confinamiento. Hay emociones que se agotan en sí mismas, otras como el miedo llegan a mantienerse de forma indefinida, se retroalimentan y pueden llegar a convertirse en una suerte de delirio frenético. Curioso que aunque los interrogantes de la entrevista en su mayoría no eran sobre sentimientos, estos afloran una y otra vez, signo iniquívoco de su gran valor en estos momentos, así como, en la necesidad de expresión que al parecer persiste.

Emociones que originan comportamientos como disposiciones subjetivas controladas y sancionadas por normas sociales, y provenientes de creencias, desligadas ya de la necesidad de sobrevivencia, a veces. Emociones como el miedo que se reproducen y crecen y al parecer nunca mueren. Que crean cohesión social, construyen sentimientos de pertenencia y aprobación, son signo de reconocimiento grupal, descansan sobre el juicio comunitario, especie de regla moral con cierta obligación si se desea no sea infringida una sanción (Charaudeau, 2011). Un miedo biológico de instinto de sobrevivencia y primigenio que es más bien instinto o reacción emocional más que sentimiento, pero que se enquista como tal al mantener el estado de alerta y el estrés personal y colectivo en una sociedad. Un miedo social o derivado que protege como señala Bauman (2007) de la muerte social, señalamiento o repudio, según el caso, de quien no se adecua a las creencias y normas sociales.

Esto es lo que la ciudadanía piensa y siente, o por lo menos ofrece como testimonio en entrevista, donde vuelca valores y sentimientos, pensamientos y opiniones, en particular focalizados sobre las causas preventivas y emocionales del confinamiento, y las consecuencias de deterioro cognitivo, emocional y comportamental en la vida cotidiana que la medida trajo consigo.

Notas

[1] Las alcaldías de la Ciudad de México (CDMX) fueron: Álvaro Obregón (AO), Azcapotzalco (Az), Benito Juárez (BJ), Coyoacán (Co), Cuauhtémoc (Cu), Gustavo A Madero (GM), Iztacalco (Izt), Iztapalapa (Iz), Magdalena Contreras (MC), Milpa Alta (MA), Tlalpan (Tl), Xochimilco (Xo). Las ocupaciones: Administrativa, ama de casa, analista, albañil, arquitecto, auxiliar administrativo, estudiante, empleado, enfermero, comerciante, contador, cirujano, chofer, desempleado, diseñador, estilista, funcionaria, guardavidas, informático, ingeniera, maestra, mensajero, médico, jubilado, odontóloga, profesor, secretaria, soldador, taxista, trabajadora social. En cuanto a la aplicación fue mixta, pues algunas se realizaron presenciales, pero otras a través de medios digitales, según las circunstancias y deseos de las personas participantes.

[2] Si bien es posible establecer diferencias entre el concepto emoción y el de sentimiento (Damasio, 2006), aquí se emplean indistintamente como acontece en el habla coloquial.

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Freudisme et psychologie du consommateur | La prédominance du « principe d’évitement du déplaisir » dans l’acte d’achat

Romain Cally
Docteur en Sciences de Gestion | Psychologie du consommateur
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Selon Jacques Séguéla (1988), la publicité « doit effacer l’ennui de l’achat quotidien en habillant de rêve des produits qui, sans elle, ne seraient que ce qu’ils sont. […] En tout consommateur, il y a un poète qui sommeille. C’est lui que la publicité doit éveiller ». Au-delà du fait d’inciter un individu à acheter, une des principales visées de la publicité est de faire rêver le client. En effet, porteur d’émotions, le rêve a plus de chances d’affecter l’individu et donc, de déclencher une (ré)action chez ce dernier.

Il est nécessaire de rappeler que la publicité n’intervient pas au niveau des besoins, mais au niveau des marques. Elle cherche à séduire l’acheteur, à susciter ou attiser en lui, un désir. Mais pour qu’il y ait un désir, comme le dit le philosophe Jean-Paul Sartre, il faut généralement qu’il y ait un manque. Aussi, la « publicité vend du rêve », car elle tente précisément de convaincre le consommateur que la marque promue pourra combler ce manque. Par exemple, le joueur invétéré qui dépense son salaire dans des jeux d’argent et de hasard, poursuit un rêve, celui de devenir riche. Cette femme qui se ruine en achat de marques de produits cosmétiques renommées, poursuit également un rêve, celui de « rester jeune ». Cet étudiant qui prend des cours payants de programmation informatique, poursuit lui aussi un rêve, celui de devenir le prochain Mark Zuckerberg, etc.

L’opposé au rêve est la réalité, souvent décrite comme brutale, implacable, sans artifice et sans « magie ». Le rêve et la réalité sont des notions antinomiques. Une antinomie racontée avec lyrisme par Guy de Maupassant, quand il écrit : « Je n’aime que le rêve. Lui seul est bon, lui seul est doux. La réalité implacable me conduirait au suicide si le rêve ne me permettait d’attendre ». D’un côté, le rêve est décrit comme une échappatoire hors de la réalité. De l’autre côté, la réalité parce qu’elle nous est imposée par le monde extérieur, inclément, se sépare indiscutablement de l’illusion, de l’imaginaire et donc, à fortiori, du rêve.

C’est précisément sur cette opposition « rêve – réalité » que se façonne, entre autres, certaines stratégies publicitaires.

Le « principe de plaisir » en psychanalyse

La relation « rêve – réalité » fait écho en psychanalyse, au « principe de plaisir » et au « principe de réalité ». Deux principes qui, selon Sigmund Freud, régissent le fonctionnement psychique.

KIdq6r En psychanalyse, le « principe de plaisir » gouverne le psychisme. Ce principe a pour but de poursuivre la satisfaction des pulsions provenant de l’inconscient. Toutefois, Freud ne définit pas ce principe comme un modèle du plaisir qui serait atteint en comblant un manque ou un vide, mais plutôt comme un équilibre. En fait, les stimuli qui exigent satisfaction génèrent un état déplaisant de tension psychique. C’est précisément, la suppression ou l’atténuation de cette tension qui devient plaisante. Comme il l’écrit lui-même, « la sensation de déplaisir a affaire avec un accroissement du stimulus, la sensation de plaisir avec un abaissement de celui-ci » (1915). Autrement dit, pour le fondateur de la psychanalyse, le principe de plaisir est donc davantage un principe « d’évitement du déplaisir », plutôt qu’une nécessité absolue de jouissance.

Pour bien poser ce principe, dès 1923, Freud postule que le psychisme humain est constitué de trois instances : le « Ça », le « Moi » et le « Surmoi ». Ces trois instances seraient en constante et perpétuelle opposition et détermineraient, à eux trois, l’équilibre psychique d’un individu (voir schéma)..

D’une manière succincte :

  • Le « Ça », instance inconsciente, représente le siège des désirs et des pulsions refoulées. Il est gouverné par le « principe de plaisir » et ignore les jugements de valeurs, la morale, le Bien ou le Mal. Il pousse à la jouissance, défiant les interdits, le défendu, ou encore le tabou.

  • Le « Moi » est une instance consciente de notre psychisme et dépend de la réalité extérieure, du « Ça » et du « Surmoi ». Il joue un rôle de médiateur et de régulateur. Il est gouverné par le « principe de réalité ». En fait, il est d’une certaine façon son « porte-parole psychique », recherchant la satisfaction tout en tenant compte des contraintes et impératifs imposés par la réalité extérieure.

  • Enfin, le « Surmoi » est une instance inconsciente, une sorte de juge intraitable et censeur du « Moi ». Il est consolidé par les exigences sociales et culturelles. On a souvent tendance à l’associer exagérément avec la conscience morale, alors qu’il n’est pas uniquement cela (le « Surmoi » est une instance inconsciente, la conscience morale ne peut donc représenter qu’une portion de ce dernier, celle qui effleure précisément la conscience).

Le principe de « d’évitement du déplaisir » dans l’acte d’achat

Appliqué au marketing, « Le principe d’évitement du déplaisir », va surtout consister pour les marketers, à mettre en œuvre un mécanisme publicitaire visant à réduire ou éviter le déplaisir que procure l’acte d’achat d’une marque (de produit ou de service) au consommateur. Avec comme objectif prééminent, que l’objet promu soit acheté. En fait, on pourrait dire, qu’est plaisant psychiquement l’acte d’achat qui n’est pas déplaisant.

Dans la pensée freudienne, le « principe de plaisir » oriente l’individu vers la recherche d’une satisfaction par les chemins et moyens les plus courts, alors que le « principe de réalité » vient réguler cette recherche et le dirige dans des voies plus longues, en adéquation avec la réalité extérieure. En raisonnant par analogie, on peut donc dire que lorsqu’un prospect adapte son comportement d’achat aux contraintes de la réalité, cela consiste souvent à :

  • Renoncer à un plaisir immédiat et donc à différer son achat. Le consommateur, faute d’argent, doit patienter et choisir le moment opportun pour effectuer l’achat en question. Cette temporisation dans l’acte d’achat est précisément source de déplaisir pour celui-ci. Mais les publicitaires, ne veulent pas que le prospect remette à plus tard son acquisition (comportement de procrastination). Pour cela, ils peuvent user d’une stratégie qui a déjà fait ses preuves : la stratégie du paiement différé et/ou fractionné.

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Qui n’a pas déjà vu ce message publicitaire : « Achetez maintenant et payez plus tard », cette stratégie créée un « effet d’immédiateté » qui peut stimuler l’acte d’achat. L’acheteur souhaite que son désir d’achat soit satisfait rapidement, si on lui donne cette possibilité, il ne va pas tergiverser.

Ainsi, sans chercher à faire de la psychologie de comptoir, on pourrait dire que le « principe d’évitement du déplaisir » dans l’acte d’achat est mis en avant tandis que le « principe de réalité » est repoussé à plus loin dans le temps.

  • Renoncer au plaisir total d’un objet pour se satisfaire d’une partie. En règle générale, les acheteurs n’aiment pas se satisfaire d’une offre perçue comme « partielle », source de déplaisir dans l’acte d’achat. Ces derniers vont donc rechercher une complétude de l’offre. Les marketers le savent très bien, et pour éviter cet éventuel déplaisir chez l’acheteur, ils vont compléter leur offre de produit tout en proposant un prix promotionnel attractif (sous conditions).

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Prenons l’exemple du slogan publicitaire pour « seulement 1€ de plus », concernant la vente de paires de lunettes de vue et de soleil. Cette stratégie répond à la question : pourquoi se contenter que d’une seule paire de lunette? quand on peut avoir la paire d’optique et de solaire ? Avec cette stratégie, les marketers proposent une offre complète de produit, où le client n’a pas à choisir entre deux options. Cette complétude de l’offre, permet de concilier le « principe d’évitement du déplaisir » et le « principe de réalité » et, dans certaines situations, cela peut inciter à l’achat.

  • Renoncer à un produit au profit d’un autre (souvent moins coûteux). Un client peut percevoir une marque ou une offre de produit/service comme trop couteuse pour lui, ce qui fait naître alors une frustration, source de déplaisir. La conséquence peut être fâcheuse pour le vendeur, car le client peut renoncer à son produit pour un produit de substitution, voire de compensation.

Les marketers doivent absolument éviter une telle situation pour leurs marques. Pour cela, ils peuvent proposer une offre promotionnelle décisive et limitée dans le temps. Une offre suffisamment intéressante pour réduire le déplaisir dans l’acte d’achat et convaincre les prospects. C’est une stratégie promotionnelle un peu similaire à celle présentée précédemment : c’est la tactique du « achetez un produit, le deuxième à moitié prix ».

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Imaginons un individu qui souhaite faire une croisière en amoureux avec sa compagne pour les vacances. Cependant, le prix pour deux passagers est trop élevé et dépasse le budget prévu (principe de réalité). En conséquence, l’acheteur peut abandonner l’idée de la croisière et s’orienter vers un autre type de voyage. Pour éviter une telle situation et respecter le « principe d’évitement du déplaisir », les publicitaires vont proposer l’offre promotionnelle « le deuxième passager à moitié prix ». Cette stratégie va permettre à l’acheteur de ne pas renoncer à sa première option et d’assouvir immédiatement son désir d’achat.

  • Renoncer à être exigeant et accepter de faire des concessions. Comme dit la formule, « le client est Roi ». Il est donc par nature, exigeant, ou du moins, il a certaines attentes lorsqu’il achète une marque de produit. Des attentes que doivent combler la publicité, au risque de générer de la frustration et donc, d’augmenter le déplaisir.

Pour respecter le « principe d’évitement du déplaisir », la stratégie marketing va consister à jouer précisément sur l’exigence présumée du prospect et à l’utiliser comme un argument de vente. Le but marketing, n’est pas de satisfaire toutes les attentes du client, mais simplement de lui donner l’impression que c’est le cas. C’est une tactique commerciale utilisée fréquemment dans des publicités pour le Service après-vente (SAV) d’une marque, en listant de manière ostentatoire plusieurs points forts et avantages de leur entreprise.

Avec ce genre de publicités, c’est un peu comme si les marketers disaient aux futurs clients : « Vous avez le droit d’être exigeant. Nous vous comprenons. Voici une offre de produit qui respecte votre exigence et à un prix juste. Il n’y a plus à hésiter ! ». L’évitement du déplaisir dans l’acte d’achat est ainsi minimisé, car l’offre est cohérente avec l’exigence supposée du potentiel client.

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En conclusion, bien qu’un simple coup d’œil suffise pour apercevoir le message d’une publicité, déclencher un acte d’achat n’en demeure pas moins une affaire hautement difficile et complexe. Pour mener à bien cette entreprise, les marketers cherchent à mieux comprendre la psychologie des consommateurs. Au vu des exemples présentés dans cet article, il semble vraisemblable de penser que certains professionnels du marketing peuvent s’inspirer des théories freudiennes lorsqu’ils doivent élaborer une communication commerciale impactante et efficace.

Références bibliographiques

FREUD, S. (1915) : Les pulsions et destins des pulsions.
FREUD, S. (1920) : Au-delà du principe de plaisir.
GUY DE MAUPASSANT (1883) : « L’orient », texte publié dans le journal Le Gaulois, 13 septembre 1883.
SARTRE, J.-P. (1943) : L’être et le néant. Paris : Gallimard.
SÉGUÉLA. J. (1982) : Hollywood lave plus blanc. Paris : Flammarion.

Infidelidad y traición | La dimensión sensoriomotriz en personas infidelizadas

Inmaculada Jauregui Balenciaga
Doctora en psicología clínica e investigación. Máster en psicoeducación y terapia breve estratégica [1]
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Resumen

La infidelidad en tanto que herida traumática genera un sufrimiento que desborda lo cognitivo y emocional, implicando el cuerpo sobre el cual se escriben las secuelas, lo que genera en muchos casos una disociación de las emociones intensas por ser abrumadoras, y que en la práctica clínica quedan sin procesar.

La infidelidad vivenciada como trauma lo cambia todo. Y el estrés postraumático no es una cuestión estrictamente psicológica cuya superación supone pasar página, sino que tiene una base fisiológica de la que conviene ocuparse; implica el cuerpo, la mente y el cerebro.

Summary

Infidelity as a traumatic wound generates a suffering that goes beyond the cognitive and emotional, involving the body on which the sequels are written, which in many cases generates a dissociation of intense emotions because they are overwhelming, and in clinical practice are left unprocessed.

Infidelity experienced as trauma changes everything. And post-traumatic stress is not a strictly psychological issue whose overcoming means turning the page, but rather has a physiological basis that should be dealt with; it involves the body, mind and brain.

Introducción

El trauma de traición se produce cuando la infidelidad es vivenciada como traumática.

Por traición se entiende la quiebra de la confianza al no cumplir con la palabra dada, con lo acordado y mentir. Se refiere al acto o conducta de deslealtad o falta de compromiso entre dos o más personas involucradas en una relación. La infidelidad podría bien considerarse como una de las diferentes formas en que la traición se concreta.

En muchas personas este suceso es vivenciado como traumático. Al respecto Judith Herman (2004) dice que el trauma es la aflicción de las personas sin poder; la víctima se ve indefensa ante una fuerza abrumadora.

La cualidad de traumático en un acontecimiento no lo da el hecho de ser extraordinario como lo define la OMS, sino la indefensión ante un suceso que hace recurrir a respuestas de catástrofe. Y en este sentido, la infidelidad, a pesar de ser un hecho ordinario en el sentido de común; tan omnipresente en la esfera relacional como descuidado y desatendido, pone a las personas traumatizadas por la infidelidad en una situación de indefensión, replegando así una batería de mecanismos de defensa.

La respuesta humana normal a la amenaza consiste en un sistema complejo e integrado de reacciones que abarcan tanto el cuerpo como la mente (Herman, 2004). Conocida y etiquetada esta forma de reactividad prolongada en el tiempo como estrés postraumático (TEPT), se trata de una serie de reacciones que se despliegan cuando una acción no sirve para nada. Las secuelas que deja la vivencia de un acontecimiento traumático producen profundos y duraderos cambios en la respuesta fisiológica, así como las emociones y las cogniciones.

La intervención terapéutica del trauma por infidelidad por lo general aborda el carácter cognitivo y emocional del suceso, ignorando el componente corporal, mental y cerebral. En este artículo abordamos la dimensión sensoriomotriz del procesamiento del trauma de la infidelidad en las personas infidelizadas, para así poder comprender la complejidad del abordaje de esta realidad que, aunque minimizada, banalizada, ninguneada e incluso ridiculizada, destroza la vida de muchas personas, implicadas directa o indirectamente.

Definición de trauma

“Cada vez que narro mi historia me pregunto si he sanado o no. Ya casi no la cuento (…) Al principio, no quería hablar del tema, para no volver a vivir esa época tan dolorosa, tan tormentosa. Llegué a sentir que no iba a poder salir de ella. No paraba de llorar, no podía comer. Adelgacé como seis kilos. No podía estar sola en casa. No me sentía capaz. No tenía lo que necesitaba. La incertidumbre era total. Tenía mucha rabia. Con todo lo que descubría, tenía momentos de absoluta negación. Me preguntaba, ¿Cómo es este hombre del que me enamoré, con quien me casé (…) el que por ningún motivo negociaba los valores que me prometió, el que juró que iba a ser distinto a su papa, podía estar haciendo lo mismo? La confusión fue total. Fue como un golpe por la espalda. Sentía que nada de lo que estaba pasando era cierto (…) Mi vida se me convirtió en un círculo, negación, rabia; volvía la negación, volvía la rabia, con una tristeza profunda. No podía dormir, el sueño se me alteró, mis ciclos normales se saltaron como un interruptor. Si dormía tres horas, me levantaba mil veces (…) daba vueltas, sin salida, sin soluciones, esperaba hasta que saliera el sol. Un hueco negro, muy negro (…) Estaba como muerta, pero muerta en la incertidumbre, en el dolor. El sueño por el que había luchado, se esfumó. El sueño de la familia por el que me había sacrificado (…)” (Jaramillo, 2014, p. 80).

Freud lo define como una invasión disruptiva del psiquismo, con la consecuente ruptura de las defensas, dejando al aparato psíquico en el desamparo, paralizando la capacidad de respuesta del sujeto, generando un tipo particular de angustia (Freud, 1990). El aparato psíquico no es capaz de construir un sentido, de elaborar simbólicamente una representación de los afectos por desbordamiento emocional, por lo que se produce una regresión psíquica hacia un funcionamiento más primitivo, menos integrado. En otras palabras, en el trauma se produce un flujo excesivo de excitación intolerable para el psiquismo del sujeto, de tal forma, que acaba generándose una serie de efectos patógenos que dan forma a trastornos de diversa índole. El psiquismo pierde el control, el equilibrio. El sujeto se vuelve prisionero de emociones descontroladas, perdiendo la capacidad de enfrentarse a sí mismo. El sujeto se vuelve desconocido para sí mismo: “En realidad he cambiado tanto que esa ya no soy yo.”

Aparecen emociones que antes nunca se habían albergado como la ira, la rabia y el odio, cuya intensidad puede sobrepasar la capacidad de nuestro cerebro para procesar dicha experiencia, pudiendo llegar incluso a pensar en matarse o matar o en vengarse:

“Cada día espero saber que le ha pasado algo malo, que aborte o tenga un accidente, que muera, que quede tetrapléjica o que tenga un cáncer, o que quede sin amigos, que el marido la deje, que tenga un brote psicótico o que se mate. En cambio, la veo allá lejos, sonriéndole a su hija como si no fuera nada, aparentemente feliz con su barriga llena al lado del marido. Como si no hubiera pasado nada. Como si yo no existiera, como si lo que hizo no le afectara. Me quema mucho.”

La desregulación emocional [2] consecuente en el caso del trauma por infidelidad suele venir por la amenaza que supone para la integridad de la identidad, lo que suele ocasionar una ruptura de creencias sobre la propia persona, la relación amorosa, la pareja y el mundo, que exceden la capacidad del sistema nervioso para procesarlo.

El trauma psíquico implica una interacción entre el mundo externo, el acontecimiento violento, y el mundo interno, es decir, la manera en que es vivenciado. Lo esencial del trauma parece ser: “una abrumadora emoción y un sentimiento de total impotencia. Puede o no, haber una lesión corporal, pero el trauma psicológico, junto con el trastorno fisiológico, juega un papel principal en los efectos a largo plazo [3] (Allen, 1995, p. 14). Efectivamente, sabemos que el trauma no puede definirse en base al evento externo, sino en interacción constante con la persona que lo vive: “lo traumático es consecuencia de una específica interacción entre lo fáctico y la forma en que esto es vivenciado por el psiquismo” (Tutté, 2004, p. 897).

Un criterio importante para determinar si un suceso es o no traumático es el de amenaza (Tutté, 2004). Es decir, el peligro al que se está expuesto constituye una amenaza de vida o muerte. Pues bien, la infidelidad puede ser vivida por la persona infidelizada como una amenaza real. Toda su existencia se desmorona como si por su vida hubiera pasado un tsunami: “El hueco fue infinito, no tenía fondo, totalmente perdida, desubicada. Si lo pudiera explicar con palabras, lo haría, pero esa sensación es inexplicable. Te quieres morir y no hay muerte, quieres desaparecer y no desapareces, quieres dejar de existir y sigues existiendo.” (Jaramillo, 2014, p. 87). Si bien no se trata de una muerte física, sino de una especie de muerte psíquica, comúnmente diagnosticada y vivenciada como depresión: “A los 30 años me dio depresión” (Jaramillo 2014, p. 86).

Saakvitne y colaboradores (2000) definen el trauma psicológico como la experiencia individual única de un incidente, una serie de incidentes o un conjunto de condiciones duraderas en las que la capacidad del individuo para integrar su experiencia emocional se ve abrumada, experimentando, objetiva o subjetivamente, una amenaza para su vida, su integridad corporal o la de un cuidador o familiar.

Hay que señalar que no todas las experiencias traumáticas conducen a una respuesta postraumática. Hay un período de tiempo tras el evento susceptible de traumatizar, durante el cual se podría apreciar respuestas o síntomas relacionados con el trauma. Cuando los síntomas o señales perduran en el tiempo, normalmente más allá del mes, y cumplen los criterios diagnósticos específicos, se puede etiquetar de estrés postraumático, y al evento, de trauma. En el caso de la infidelidad, las secuelas suelen, en muchos casos, durar años. Es un suceso que nunca desaparece del todo; que no se olvida.

La situación traumática se percibe como una amenaza a la seguridad o supervivencia de sí, estimulando respuestas subcorticales defensivas, además de una hiper o hipo activación. La percepción de la amenaza no es exclusivamente cognitiva y emocional, sino también a través de sensaciones e impulsos físicos y fisiológicos (Ogden y Minton, 2002).

Pierre Janet definió el trauma psíquico en 1984, matizándolo posteriormente como sigue: “Es el resultado de la exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona. Cuando las personas se sienten demasiado sobrepasadas por sus emociones, los recuerdos no pueden transformarse en experiencias narrativas neutras. El terror se convierte en una fobia al recuerdo que impide la integración del acontecimiento traumático y fragmenta los recuerdos traumáticos apartándolos de la consciencia ordinaria, dejándolos organizados en percepciones visuales, preocupaciones somáticas y reactuaciones conductuales”. (Janet, 1919 en Salvador, 2009, p. 5). Según este autor, en esta definición estarían contenidos los elementos fundamentales del concepto de trauma psicológico, a saber, “la persona se enfrenta a una situación de amenaza psicológica o vital de la que no puede escapar y para la que sus recursos normales no son eficaces, esto es, no puede enfrentarse a ella de manera que pueda hacerla desaparecer ni puede huir” (Ibid, p. 6).

El psicólogo psicoanalista Gabriel Rolón (2020) pone el énfasis en el hecho de que el evento traumático no ha encontrado un lugar simbólico desde el cual ser procesado, por lo que se queda “sucediendo en nuestra mente todo el tiempo” (p. 2804). En este sentido podemos decir que el trauma, más que un recuerdo, es una reviviscencia; no es algo que sucedió en el pasado, es revivir un suceso ocurrido en el pasado, pero revivido constantemente en el presente como si estuviera sucediendo con la misma intensidad que sucedió en su día.

Van der Kolk (2015) destaca la parálisis que supone el trauma en la vida de las personas: “la gente traumatizada permanece atascada y su crecimiento se detiene al no poder integrar las nuevas experiencias en su vida (…). Estar traumatizado significa seguir con tu vida como si el trauma siguiera, invariable e inmutable, ya que cada nuevo encuentro o acontecimiento está contaminado por el pasado.” (pp. 56-57). Para este autor, la esencia del trauma es la disociación: “La experiencia abrumadora se divide y se fragmenta, de modo que las emociones, los sonidos, las imágenes, los pensamientos y las sensaciones físicas relacionadas con el trauma toman vida propia. Los fragmentos sensoriales de recuerdos se cuelan en el presente, donde se vuelven a experimentar literalmente.” (p. 72).

La infidelidad como trauma

Dado que, no todas las personas reaccionan igual ante un suceso, resulta difícil justificar la infidelidad como traumático en sí mismo. No obstante, las secuelas psicológicas en la persona traumatizada por la infidelidad particularmente si la relación es de larga duración, suelen ser de tal magnitud, que podríamos considerar la infidelidad como un evento traumático para muchas personas, siendo conscientes de la dificultad y controversia que genera la conceptualización de tal diagnóstico (Crespo y Gómez, 2011). En el caso que nos ocupa, la consideración de la infidelidad como evento traumático, parte fundamentalmente de la vivencia de indefensión que el evento en cuestión suscita, de la amenaza que despierta, de las secuelas que dicho acontecimiento acarrea en sus víctimas, así como de la dificultad para “superarlo”:

“siento angustia ante la posibilidad de divorcio. Es continua. Me asusta el pensarlo, me da vértigo y lo veo a veces como la solución menos mala ya que no veo salida razonablemente buena a este problema. Creo que no podré superar nunca la infidelidad, aunque Francisco cambie y mejore. Ha puesto una bomba en los cimientos de nuestra relación y también en la confianza que tenía en él. Nunca será lo de antes, ni, aunque llegara a ser incluso mejor nuestra relación de lo que ha sido.”

La indefensión de saber el hecho infiel viene de la imposibilidad de reacción energética en el momento de la infidelidad. La infidelidad se suele conocer a posteriori y como tal, no hay manera de poder hacer nada para impedirla. La descarga de la reacción suele darse con acciones como la separación, la venganza, las discusiones, las agresiones…. Tampoco hay nada que recordar, puesto que la persona infidelizada no ha sido infiel, por lo que se ve impelida a construir lo sucedido y de ahí las preguntas detalladas sobre la infidelidad. La infidelidad por su estructura oculta, secreta y falsa no encaja en la vida de la pareja tal y como había sido hasta entonces. Como un puzzle al que le faltan piezas y no puede ser completado. Pero, las respuestas a las preguntas y dudas, parecen ser exposiciones repetidas al trauma, produciéndose una inevitable y paradójica retraumatización en cada intento de encajar todas las piezas.

Anabel González (2017) afirma que los traumas de tipo interpersonal son más dañinos que las consecuencias de catástrofes naturales o accidentes, puesto que producen “trastornos más profundos en la identidad y las creencias del individuo” (p. 4). Estos traumas se generan dentro de las relaciones de intimidad y dan lugar a cuadros clínicos englobados en el concepto de trauma complejo. Algunos autores han afirmado que “el elemento central del trauma es la traición por parte de aquellos en lo que hemos puesto nuestra confianza” (Ibid). Jennifer Freyd (1998) propuso que la traición es el elemento clave que hace que una experiencia se convierta en traumática.

En las personas traumatizadas por la infidelidad, a nivel anímico, observamos una dinámica, descrita como montaña rusa “con picos” en la cual se alternan síntomas intrusivos con una “cierta calma”, período durante el cual estas personas afectadas parecen seguir adelante con su vida, pero de manera limitada y disminuida. Ninguno de los síntomas facilita la integración del evento traumático y la persistencia de estos estados no acaba de devolver un equilibrio:

“No lo proceso (…) No estoy en shock, pero sí traumatizada (…) Me veo incapaz de manejarlo (…) Muchas cosas las asocio… con la infidelidad. Ya no veo la tele. Evito ver muchas cosas. Todos los días es una bofetada”.

La infidelidad pone en jaque no solo la relación de pareja, sino en general todas las relaciones. “Rompen los vínculos de familia, amistad, amor y comunidad. Destrozan la construcción del ser que se forma y apoya en relación con los demás. Debilitan los sistemas de creencias que dan significado a la experiencia humana. Violan la fe de la víctima en un orden natural o divino, y la condenan a un estado de crisis existencial” (Herman, 2004, p. 91).

Los daños no solo afectan a la identidad del sujeto afectado por el trauma de la infidelidad, sino también a su manera de vincularse a los demás, a su sistema de apego, a su sistema de conexión social: “Me separé de todo el mundo (…) he pasado aislada mucho tiempo (…) Año y medio de aislamiento”. La forma de apegarse se suele volver insegura, ya sea evitativa o ambivalente. También suelen verse afectadas el sistema de creencias y la confianza básica. El sentido de seguridad desaparece: ya no se sabe en quien confiar: “Se me cayó todo. Se me cayó el suelo (…) mi marido no daba el perfil de hacer esto”.

Trastorno postraumático por infidelidad

La infidelidad en algunos casos puede resultar traumática, no ya solo por la amenaza que supone, sino por cómo afecta a los sistemas de procesamiento de la información. “Ha sido un trauma” verbalizaba una de las pacientes atendidas afectada por esta problemática.

En la terapéutica del trauma por infidelidad en parejas de larga duración encontramos frecuentemente en la persona infidelizada, toda la sintomatología de estrés postraumático:

“Al enterarme de la verdad completa, prácticamente tuve un shock nervioso, todo se nubló, la migraña comenzó, temblé, lloré (…). Hoy día sigo teniendo trastorno del sueño, ansiedad generalizada, recuerdos recurrentes, propició mi aislamiento y no he podido realizar mis actividades laborales. Tengo miedo por las noches y malhumor pro el día, lloro espontáneamente, me falta el aire y comienzo a temblar, adelgacé y mi rostro muestra la tristeza que siento por dentro”.

La infidelidad se evidencia, en estos casos, como una herida que no cicatriza, a pesar del tiempo transcurrido: “El problema es que me veo como una veterana de guerra. Pero nadie lo sabe. Y cargo con mi sufrimiento”. Recuerdo una paciente que vino a mi consulta para abordar el problema de infidelidad por parte de su marido ocurrida 17 años atrás.

Lo que clínicamente se observa es que la infidelidad resulta traumática sobre todo para aquellas personas cuyo principio básico de fidelidad se ve atacado. Para estas personas, la infidelidad representa una amenaza vital porque lastima, hiere e incluso destruye no solo la pareja, sino la familia en algunos casos.

La persona infidelizada, en la “reconciliación [4]” se percibe, de alguna manera, como “obligada” a aceptar algo que éticamente no lo aceptaría bajo ningún concepto. Por ello, además de sentirse indefensa, no ve salida al conflicto, porque no puede hacer nada para impedir la infidelidad. Veamos algunos testimonios de pacientes para las cuales ya han pasado al menos dos años de la infidelidad e incluso han pasado por una o varias terapias, en su mayoría no especializadas en esta problemática.

“El dolor no se va. Me duele el pecho, me levanto con esa pesadez. Busco cosas en que concentrarme, me repito “concéntrate” para no llorar. Me siento tan destrozada y triste. A veces superada. Pensando en qué podré hacer de mi Futuro, con tanto miedo y decepción.

Me siento una persona sin valor, a la que nadie es capaz de querer realmente, sea lo que sea lo que yo haga. La persona que tenía que amarme y protegerme sobre cualquier cosa (y que afirma hacerlo) es la que peor me ha tratado nunca.

Exponiéndome a todo esto y llevándome hasta este punto de donde no soy capaz de salir. Y todo esto está tan lejos de mi Manera de ser… que no me reconozco.”

“A veces me digo que solo tengo que marchar. Pero hay muchos peros que me anclan. Es muy cansino todo.”

“Creo que tendría hacer una cosa para salir de todo esto, sin embargo, no tengo coraje de hacerlo. Dolor, miedo, decepción, rabia y frustración conducen mis días. Yo soy seguir “viviendo”, programando, intentando buscar distracciones y cumpliendo con mis deberes, responsabilidades y todo. Pero muchas mañanas me quedaría escondida en mi edredón, a oscuras, lejos de todo, de mis hijas, Ramón, mis padres, el trabajo, mis libros, mis amigos, el móvil. Sola con mis lagrimas que me humedecen los ojos, cada día, todo el día. Y que empujó hacia dentro para ser presentable.”

Por un lado, el miembro infidelizado de la pareja dejaría la pareja porque no entra en sus esquemas “aceptar” la infidelidad, pero, por otro lado, el cambio que dan algunas de las parejas que han sido infieles es realmente el cambio que hubieran querido ver, pero sin la infidelidad de por medio. En consecuencia, se ve en la tesitura de ver cómo seguir con su pareja y que no vuelva a ser infiel. Este bucle se ve reflejado en un ciclo de discusiones frecuentes, a veces incluso de forma agresiva. En esta circunstancia, la persona se ve inmersa en un dilema irresoluble, puesto que la fuente susceptible de proporcionar seguridad en tanto que confiabilidad, es también una fuente de desestabilización.

Cuando observamos los criterios diagnósticos del estrés postraumático, el primer ítem se refiere a una persona que ha estado expuesta a muerte o amenaza de muerte o peligro de daño grave, violación sexual real o amenaza, en más de una las siguientes maneras: experimentar uno mismo el acontecimiento, ser testigo del acontecimiento que le ha ocurrido a otro, tener conocimiento de un acontecimiento que le ha ocurrido a alguien cercano o a un amigo y experimentar exposiciones repetidas o de extrema aversión a detalles del acontecimiento (por ejemplo, personal de emergencias que recogen partes de cuerpo, agentes de policía expuestos repetidamente a detalles sobre abuso infantil…) (Bobes et al., 2000), el caso de la infidelidad se ajusta a esta premisa al tener conocimiento, directo o indirecto, del acontecimiento en cuestión. El hecho de saber o enterarse de la infidelidad sitúa a la persona infidelizada fuera de la pareja, lo que supone una vivencia de amenaza, de peligro o de daño grave. La amenaza reside fundamentalmente en la vivencia de la amenaza de abandono, rechazo o separación además de la desaparición de un sistema de vida estable y el distanciamiento emocional que la infidelidad suele conllevar.

“No sé qué hacer, de verdad. Pienso en cambiar de trabajo, marchar, cambiar de ciudad, de país… sueño con una vida que hubiera sido diferente. Y me fijo en la inmodificabilidad del pasado. Estoy mal. Cada vez más, tengo la sensación de desgarro porque no se arreglará nada. Que es lo que está roto dentro de mí que no se arregla. ¿Cómo salgo de esto? ¿Qué me pasa? ¿Qué tengo que hacer?”

Dentro del ítem síntomas intrusivos, encontramos los sueños recurrentes angustiosos en los que el contenido y/o la emoción del sueño están relacionados con la infidelidad, las reacciones disociativas, los “flashback”, en las que el individuo se siente o actúa como si el acontecimiento traumático estuviese ocurriendo, el malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático e importantes respuestas fisiológicas al recordar el acontecimiento traumático.

“Al marido de la amante lo vi el domingo, porqué ellos volvieron del camping el sábado. El lunes sus hijos volvieron al colegio, y ella (la amante) se presentó a la entrada del cole, con su actitud de actriz protagonista. Dejó a sus hijos bajo mí mirada de destrucción y se fue hacia su coche. Luego se dio la vuelta, vino hacia mí llorando como aguantando la pena. Se acercó con voz rota para decirme “Perdóname”. Yo, desubicada, sorprendida en el desconcierto que ya llevaba más de 72 horas conmigo, le contesté: “Ya te he perdonado”. No era verdad, pero yo no lo sabía. Sin embargo, como si me hubiera creído, ella me contestó “Gracias”, se dio la vuelta y se fue.

La conversación había sido surrealista. Me medio desperté de ese estado de ensueño y la llamé: “Me has destrozado la vida”

Este grupo de síntomas es quizás el más destacado en muchas personas infidelizadas. El revivirla (reimaginarla) constantemente, el reactivarla debido a los estímulos externos y/o internos, el intenso malestar psíquico ante evocaciones, la (hiper)activación fisiológica en forma de vómitos, mareos, náuseas, vómitos, ansiedad, hipertensión…

“Me medio desperté de ese estado de ensueño y la llamé: “Me has destrozado la vida”.

Se medio giró y dijo (creo recordar): “Yo también me la he destrozado” con un tono de reivindicación, como si eso tuviera algo que ver con lo que ella me había hecho. En ese momento fue cuando me sentí ofendida por la conversación, cuando entendí que eso no debía haber ido así. Me empezó a montar dentro la rabia. Me quedé como una idiota, con ella que se había quedado con la última palabra y yo allá, plantada en un parking desierto midiendo mi desconcierto. Monté en el coche y me fui, pero a los cien metros tuve que parar porqué me dio un ataque de pánico, el primero de una serie que tuve después. Nunca me había pasado anteriormente.

Aparté mi coche y me quedé llorando en el volante, respirando con dificultad. Vi pasar el coche de ella, me puse a gritar, no se yo lo que hice. Me di cuenta de que no podía conducir en ese estado. Llamé Ramón, que dejó el trabajo y me vino a buscar para llevarme a casa.”

“También hablas de los Flashbacks: les imagino en cada escena de cama que veo en cualquier película, o cuando oigo hablar de Oviedo incluso en las noticias. Esto me produce ansiedad, dolor de estómago principalmente, aunque en otras ocasiones he llegado a vomitar.”

Esta rememoración involuntaria de la infidelidad parece generar una vivencia de que está volviendo a ocurrir a cada momento:

“A partir de ahí hay una larga lista de palabras, cosas e imágenes que me traen de nuevo esa angustia, como si fuera hoy”. “La rememoración del trauma es vivida como “Me está volviendo a pasar otra vez – todavía no estoy fuera de peligro” (Ogden, Mintón y Pain 2009, p. 54).

Por eso, la persona infidelizada se siente una y otra vez amenazada e insegura. El razonamiento parece fallar y muchas de las acciones y decisiones que siguen, tienden a ser “impulsivas, peligrosas o de alguna otra forma inapropiada a la realidad actual” (Ibid) como por ejemplo hablar con la amante, vengarse, discusiones violentas, agresión física…

El ítem de alteraciones negativas en las cogniciones y del estado anímico asociadas al evento traumático expresado de las formas siguientes: persistentes y exageradas expectativas negativas sobre uno mismo, otros o sobre el futuro, culpa persistente, vergüenza, estado emocional negativo generalizado, reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas, sensación de desapego e incapacidad para experimentar emociones positivas.

“No puedo oír la palabra Oviedo. Se me encoge el estómago. Ahora mismo no creo que pueda volver nunca a esa ciudad.

Me imagino el hotel, los veo a los dos desnudos en la cama. Le veo a él disfrutando con ella y no lo puedo soportar.

Me da rechazo su cuerpo. No puedo acercarme a él y notarle. Me da vergüenza que me vea desnuda. Intento evitarlo.”

A nivel sensoriomotriz, destacaremos el ítem referido a las alteraciones en la activación y reactividad que están asociadas con el acontecimiento (iniciadas o empeoradas después del acontecimiento traumático), tal y como indican tres (o más) de las siguientes formas: comportamiento irritable, enojado o agresivo, comportamiento temerario o autodestructivo, hipervigilancia, respuestas exageradas de sobresalto, dificultades para concentrarse y trastorno del sueño. Destacaremos la dificultad en la atención y la concentración porque el nivel de activación fisiológica no está dentro de los márgenes de tolerancia como para posibilitar la atención adaptativa. Muchas personas infidelizadas, mantienen la atención entre dos extremos, o la fijación o la distraibilidad. Se quedan fijadas de manera compulsiva a ciertos estímulos que les imposibilita redirigir y desplazar la atención hacia otros. Al mismo tiempo, son incapaces de concentrarse. Obsesionadas por los detalles de la infidelidad para comprender y darle un sentido, muchas personas se desconectan (disociación) del cuerpo, de la vida cotidiana, de la vida social… Así, algunas víctimas de infidelidad desarrollan una marcada atención a cualquier señal que les indique de nuevo otra futura posible infidelidad. Lo que motiva esta búsqueda incisiva de señales, esta atención focalizada, es el hecho de que en su día no fueron capaces de preverla. Así, están atentas a cualquier llamada, cualquier detalle, cualquier cambio de voz o de comportamiento. La infidelidad les ha literalmente pillado por sorpresa y ahora, a posteriori, tienen que prevenirla. Por supuesto que una mayor atención y alerta suele ir acompañada de una mayor exaltación sensorial, cognitiva y afectiva. Paradójicamente, esta mayor consciencia suele ir acompañada de una marcada distraibilidad. Otras veces esta búsqueda incisiva de la verdad se produce por las diferentes versiones que las personas infieles han dado a lo largo del proceso de reconciliación:

“Esta es la versión de mayo 2021. Porque, aunque parezca increíble, he tenido como unas ocho versiones diferentes en 3 años. Versiones contadas de frente, mirándome a los ojos, sin pestañear. Asegurando después: «ya sabes lo que pasó». El tema de las versiones me causa hoy mucho dolor. Está claro que para mí esta es una versión más ¿de cuántas? Ya no puedo creer nada de lo que me diga, ni entonces, ni hoy”.

Gran parte de las personas traumatizadas por la infidelidad que acuden a terapia oscilan entre la evitación de todo aquello que les recuerda el fatídico suceso y la vivencia intrusiva del suceso como hemos dicho a través de flashback, sueños, pensamientos, imágenes… Lo que suele ser indicativo de la dificultad para integrar lo ocurrido. Parecen compartimentar tal experiencia, alternando momentos agradables e incluso positivos, como si la infidelidad no hubiera ocurrido, con momentos desorganizados caracterizados por discusiones acerca de cómo ocurrió, con todo el componente y carga emocional y sensoriomotriz que ello implica, que se revela en muchos casos en síntomas psicomorfos: emociones incontrolables como pegar o gritar, dificultades de memoria y de concentración a los cuales se añade la modificación del sistema de creencias, sobre todo relacionado con el cuerpo físico y el sentimiento de no sentirse atractivas o deseadas.

La vertiente sensoriomotriz del trauma por infidelidad

“dolor en el estómago, imposibilidad de tomar decisiones (esto es lo peor), dolores de cabeza y musculares, problemas ginecológicos y dermatológicos. A veces, ataques más graves. Nunca antes en mi vida había tenido un ataque de ansiedad… ha sido lo peor que me ha ocurrido en mi vida, incluso peor que la muerte de mi padre. Llevo tomando lexatín de forma intermitente desde que ocurrió.”

Son muchos los autores que detallan cómo el trauma afecta al cuerpo (Ogden, 2002; Van der Kolk, 2015). Así pues, resulta altamente efectivo en el abordaje terapéutico del trauma de la infidelidad incluir un trabajo sensoriomotriz, el cual pone el énfasis tanto en el proceso ascendente, cuerpo-emoción-cognición, del procesamiento de la información, como en el descendente cognitivo-conductual.

La mayor parte de los modelos terapéuticos en la temática del trauma se focalizan desde lo cognitivo y lo racional, destacando las narrativas verbales, así como los pensamientos, las creencias y las emociones. Este énfasis no permite centrarnos en los aspectos de las funciones reguladoras sensoriomotrices propias de la comunicación no verbal. Desde la perspectiva de la teoría sensoriomotriz, se trata de incluir las “modalidades neurales no verbales de procesamiento” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p.16). Estas modalidades son fuente importante de conocimiento, particularmente en la comprensión de experiencias humanas complejas como lo son las experiencias traumáticas. La integración de estas dos formas de conocimiento nos dará una visión más completa, íntegra, coherente y adaptativa porque, en su ausencia, la actividad mental en exclusiva nos conduce a la rigidez o al caos. Desde esta perspectiva de la neurobiología interpersonal, el trauma se considera como “un defecto fundamental de integración dentro de un individuo, una díada, una familia o una comunidad” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p.17). Se trata de “la integración de diversos dominios vivenciales dentro de un modelo receptivo de conocimiento (…). Dichos vínculos incluyen la integración de las modalidades de procesamiento de la memoria implícita y la memoria explícita, del hemisferio izquierdo y el hemisferio derecho, y del conocimiento intelectual consciente y las sensaciones corporales” (Ibid). El error de Descartes (Damasio, 1994), ese error metodológico de separar la psique del cuerpo que poco a poco la (neuro)ciencia se va encargando de demostrar, no ha sido subsanado aún a nivel clínico.

La vertiente sensoriomotriz del trauma por infidelidad, difícilmente explicable en palabras, la vamos a escuchar muy frecuentemente en consulta:

“El hueco fue infinito, no tenía fondo, totalmente perdida, desubicada. Si lo pudiera explicar con palabras, lo haría, pero esa sensación es inexplicable. Te quieres morir y no hay muerte, quieres desaparecer y no desapareces, quieres dejar de existir y sigues existiendo.” (Jaramillo, 2014, p. 87).

Como nos lo recuerda la psicóloga Pat Ogden (2002), la experiencia vivencial del trauma antes que en la mente se vive en el cuerpo:

“Al principio no entendía, no podía comprender; físicamente tampoco reaccionaba. Mi cerebro dejó de funcionar como yo lo conocía. Emocionalmente me sentí muy brava, una rabia inmensa; me empezó a temblar el cuerpo, no podía parar de temblar, eso me asustaba aún más. El pecho se me apretaba y me costaba trabajo respirar. Eran tan nuevas esas sensaciones que me angustiaban aún más sentirlas. Me desconocía a mi misma, me aturdía. No podía concentrarme (…); yo estaba en otro lugar, ni sabía en dónde (…) Mi capacidad analítica estaba reducida a mínimo, no podía sacar conclusiones (…) El cerebro se me bloqueaba (…) Es como si hubiera estado ausente, como si viviera en otra dimensión. Es algo tan indescriptible, que las palabras no me alcanzan para transmitirlo”. (Jaramillo, 2014, p. 95).

Los síntomas psicomorfos (reacciones físicas sensoriomotrices no resueltas) y somatomorfos (trastornos caracterizados por síntomas físicos o preocupaciones corporales sin explicación médica) nos indican que el trauma sucede tanto a nivel mental como corporal. Y es que el procesamiento de la información conlleva un proceso evolutiva y funcionalmente jerárquico, distinguiendo los niveles, cognitivo, emocional y sensoriomotriz (Wiber, 1996 en Ogden, Minton y Pain, 2009). Todos estos niveles se correlacionan a tal punto que una falla en alguno de estos niveles, influirá notablemente en los demás. El aspecto jerárquico de la evolución cerebral nos indica que “Las funciones integradoras de “nivel superior” evolucionaron a partir de (las funciones inferiores) y dependen de la integridad de las estructuras de “nivel inferior” y de la experiencia sensoriomotriz.” (Fisher, Murray y Bundy, 1991, p. 16 en Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 58). En otras palabras, “En muchos sentidos, el procesamiento sensoriomotriz es fundamental para los otros tipos de procesamiento”. (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 58).

Aún recuerdo a una paciente que su intento de hablar sobre la infidelidad tuvo que ser interrumpido porque empezó a vomitar y a somatizar, por lo que tuvo que ser atendida en varias consultas a nivel somático, antes de poder abordar el suceso.

Cuando hablamos del procesamiento sensoriomotriz, hablamos de sensaciones corporales internas y externas, así como de los movimientos voluntarios e involuntarios, conscientes e inconscientes, ascendentes y descendentes.

Cada nivel de procesamiento de la información, cognitivo, emocional y sensoriomotriz se influyen y retroalimentan mutuamente.

Procesamiento cognitivo

Este procesamiento “hace referencia a la capacidad de conceptualización, razonamiento, adscripción de sentido, solución de problemas y toma de decisiones. Engloba la capacidad de observar y abstraer a partir de la experiencia, de sopesar un abanico de posibilidades de actuación, de planificar el logro de los objetivos y de evaluar los resultados de las acciones” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 61). Es lo que se conoce como procesamiento descendente. En general, esta forma de procesar la información, particularmente en el adulto, predomina jerárquicamente sobre las respuestas emocionales y sensoriomotrices, de tal forma que se puede ignorar, controlar o interrumpir los niveles inferiores de elaboración emocional y sensoriomotriz. Para la persona traumatizada, la intensidad de las emociones y de las reacciones sensoriomotrices relacionadas con el trauma, dificulta la capacidad de este procesamiento, al cual se añaden interpretaciones rígidas e inadaptadas sobre el hecho traumático:

“Pienso que mi matrimonio ha sido un engaño. Creo que Francisco siempre ha tenido a esa chica en la cabeza y que nunca la olvidó.”

“No sé cómo digerirlo. Me ha mentido tantos años! Cómo se puede mentir con tanta frialdad y sin tener remordimientos? Veo fotos y es como si fuese mi vida una estafa. Esto ha sido como un punto de inflexión en el que lo que había antes ya no cuenta. Y dudo de lo que hay ahora. No le puedo creer cuando dice que me quiere.”

De todo esto saco una palabra: injusticia. Nadie me lo quita de la mente: he sufrido una injusticia y no lo aguanto. No lo soporto. Soy como esos padres a los que les matan un hijo y no son capaces de perdonar, por muy arrepentido que esté el asesino. Es injusto, un padre no tendría que perder un hijo. Y así es injusto lo que me hicieron: un marido y una amiga no tendrían que traicionar a una mujer. No por la formalidad, por el vínculo civil, sino por el pacto de amor y de afecto más o menos implícito que haya dentro de las relaciones. Ya lo dije en otra ocasión: es como cuando traviesas un puente en la autopista confiando en que aguantará tu peso, y en cambio el puente se cae y te arrastra hacia el fondo del barranco entre rebotes sobre las paredes de piedra.”

Interpretaciones que adoptan la forma de pensamiento involuntario o intrusivo de carácter general, presentando sesgos negativos como por ejemplo “soy mala”, “fue culpa mía” “todos los hombres son iguales” …, que, a su vez, generarán más cogniciones negativas con sus correspondientes emociones y reacciones sensoriomotrices. Así pues, este tipo de pensamientos continuarán organizando la experiencia traumática de la infidelidad, la cual se ve determinada por la presencia de una pauta generalizada de distorsiones cognitivas del estilo “lo nuestro no fue real”, “nada ha sido real…, que a su vez se traducen en vivencias de baja autoestima, sensación de fracaso, percepción de inseguridad y miedo… Lo que está claro es que las sensaciones sensoriomotrices cobran protagonismo, nublando el procesamiento cognitivo, que forman parte sintomática de lo que se conoce como trastorno de estrés postraumático. Hay toda una serie de sensaciones corporales que son activadas durante el procesamiento cognitivo del trauma de la infidelidad, que dificultan este tipo de procesamiento. Es más, por mucho que razonen -y lo hacen- la intrusividad de la sintomatología postraumática, parece impedir el procesamiento del dolor, convirtiéndose así en sufrimiento.

Las personas traumatizadas por la infidelidad, en su intento de procesar cognitivamente este suceso, entran en discusiones “bucle” sobre el porqué la persona infiel hizo lo que hizo de manera, en ocasiones, agresiva: pegan, arañan, gritan, muerden…Para Janet, este tipo de reacciones defensivas hiperactivas pueden ser “una variante extrema de una resolución fallida de la reacción de ataque” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 205). Bucles que en ocasiones se repiten en forma de pensamientos intrusivos recurrentes:

“¿Por qué pasa esto? ¿Por qué un padre se descuida de sus criaturas? ¿Por qué la persona que te ama (que tú amas) y que comparte contigo la vida (¡la vida! es todo lo que un ser humano tiene!) te daña de la peor manera?”.

Conversaciones bucle que pueden durar incluso años. Se denominan “tendencias de acción”, es decir disposiciones “hacia una conducta específica” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 82). Las personas traumatizadas por la infidelidad tienen dificultades para interrumpir estas tendencias desadaptativas a la acción en forma de bucle e introducir la reflexión y formas más deliberadas de acción (Fonagy y al., 1995 en Ibid). En muchos casos nos damos cuenta de que no es una cuestión de autocontrol emocional o de procesamiento cognitivo, ya que hay síntomas fisiológicos que se hiper/hipo activan involuntariamente, sobre los cuales conviene trabajar antes de buscar y dar un sentido a lo experienciado, antes de centrarse en lo cognitivo.

Procesamiento emocional

El procesamiento emocional “se refiere a la capacidad de vivenciar, describir, expresar e integrar estados afectivos“ (Brewin, Dalgleish y Joseph, 1996 en Ogden, Minton y Pain, 2009, p.66).

Si bien las emociones siguen una pauta fásica, es decir, un comienzo, un desarrollo y un final (Frijda, 1986 en Ibid), en muchas personas traumatizadas no se llega al final, de tal forma que las respuestas emocionales no parecen extinguirse. Parece que quedan fijadas a emociones traumáticas de dolor, miedo, rabia… Veamos esto en algún testimonio:

“Y él estaba lleno más de dolor que de resentimiento, así que la rabia se hundió en esas aguas amenazantes y oscuras. Solo salieron flotando, en esos primeros días, el desconcierto, la decepción, el dolor mudo y atónito. Toda yo estaba atónita, en momentos catatónica, trastornada, incrédula. Chocada. Es verdad lo que describes, Inma: no hay palabras para eso. Y en esa nube de confusión, desesperación y abandono, se me fueron los días sin que yo reaccionará con algún acto fuerte, de defensa, agresivo. Algo quizás inútil, a largo plazo, pero que en ese momento me hubiera seguramente permitido echar la rabia y todos los sentimientos mezquinos que sigo albergando en mí hoy en día. Además, y sin duda, si me hubiera permitido no ser como yo soy, por una vez; si me hubiera permitido “bajar a su nivel”, dejar fluir mis instintos y actuar “sin pensar”, como ellos lo hicieron conmigo; si me hubiera permitido que mis sentimientos más oscuros guiaran mis acciones sin que mi mente y mi corazón les frenaran; pues hoy no probaría esa desdicha hacia mí misma por “no haber hecho, no haber dicho”. Siento de alguna manera haberme rendido por el bien común, por salvaguardar la imagen, por proteger mis hijas y, en el fondo, también sus hijos; siento haber aguantado con todas mis fuerzas los muros de esa casa que se derrumbaba encima de mí cuando el terremoto ocurrió, en lugar que salir huyendo de la casa entre gritos de alerta: “¡Ayuda! ¡Mirad el terremoto! ¡Mi casa se derrumba!” Así el terremoto vino, destrozó de encima abajo las fundamentas de mi casa, esa casa bonita que llevaba años construyendo y arreglando, me hirió a muerte chafándome bajo el golpe de los muros, pero las paredes de fuera, de cara al mundo, siguieron de pie, con mi esfuerzo sobrehumano.”

Las hipótesis sobre este hecho pueden ser varias: como mecanismo de negación, de evitación del dolor o sufrimiento, o pérdida de conciencia con respecto a la relación entre las emociones actuales y el trauma del pasado… En la terapia de pareja llegar a la reconciliación tras una infidelidad lleva bastante tiempo, años incluso, acabando, en ciertos casos, por convertirse en un tema tabú.

Las emociones otorgan “un colorido motivacional al procesamiento cognitivo” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p.65). Actúan a modo de señales de advertencia con el fin de focalizar la atención en ciertos estímulos en particular. Así pues, las emociones nos van a guiar en la realización de acciones adaptativas “llamando la atención respecto de los hechos y de los estímulos significativos que se producen en el entorno” (Cristal, 1978, Van der Kolk, McFarlane y col., 1996 en Ibid). “El cerebro emocional nos mueve en dirección a las experiencias que buscamos y el cerebro cognitivo trata de ayudarnos a llegar a ellas de la forma más inteligente posible” (Servan-Schreeiber, 2003, p. 26 en Ibid). De igual modo que el tono muscular hace de plataforma básica para la ejecución de los movimientos, “las emociones representan la plataforma premotriz en su condición de elementos impulsores o disuasorios aplicados a la mayoría de nuestras acciones” (Llinas, 2001, p. 155 en Ibid).

Para las personas traumatizadas, este proceso emocional se ve turbado porque, básicamente, “pierden la capacidad de utilizar las emociones como guías para la acción(Ogden, Minton y Pain, 2009, p.65). Pueden presentar alexitimia (perturbación de la capacidad para reconocer y encontrar palabras para describir las emociones). Pueden también mostrarse emocionalmente distantes y desapegadas con sensaciones de vacío, falta de interés y motivación en la vida e inhibición en la acción. Por el contrario, puede ocurrir que las emociones desborden hacia acciones impulsivas e inmediatas, sin reflexividad para guiar dichas acciones y con una expresividad emocional explosiva, desorganizada y descontrolada. “A través de la rememoración no verbal desencadenada por las reminiscencias de los hechos, las personas traumatizadas reviven el tono emocional de las experiencias traumáticas anteriores, encontrándose a merced de unas emociones muy intensas relacionadas con el trauma” (Ibid), conduciendo así a “acciones impulsivas, ineficaces, conflictivas e irracionales tales como arremeter física o verbalmente, o sentirse desvalidos, paralizados o entumecidos” (Ibid). De esta forma, con frecuencia toda esa excitación emocional en las personas traumatizadas se traduce en acciones inadaptadas al entorno no traumático en el presente, lo que parecen constituir una versión de una respuesta adaptada al trauma original.

Las emociones se expresan en el cuerpo entero afectando al corazón, el estómago, el intestino, el cerebro, la circulación, los riñones, el ritmo cardíaco, el sistema endocrino, el sistema inmune, el sistema nervioso central… a partir de sensaciones fisiológicas internas o externas, seamos o no conscientes de ello. Los estados emocionales internos se reflejarán en nuestro físico externo, en nuestra expresión corporal. Estas actitudes corporales pueden ser simplemente una respuesta inmediata a una situación traumática actual o bien, se puede cronificar. En el caso de la infidelidad como trauma, observamos con frecuencia una cierta oscilación entre la desregulación afectiva y la alexitimia funcional tan característica de los estados postraumáticos. Emociones que desbordan y con muy poca conciencia de cómo el cuerpo está involucrado en la creación y mantenimiento de las emociones. Se confunden emociones con sensaciones corporales, consecuencia de la activación fisiológica, hecho que despierta en las personas traumatizadas una dificultad para procesar y gestionar lo que les ocurre. De ahí esa sensación de extrañeza, de alienación: “Es que no me reconozco”, “Esa no soy yo”… Ello influye a su vez en las cogniciones basadas en el miedo, la inseguridad, la impotencia, la renuncia, la falta de perspectiva de un futuro… que a su vez hace aumentar la activación fisiológica, entrando en un bucle difícil de salir. Y prácticamente, cualquier cosa puede detonar este tipo de alarmas.

No basta con trabajar el procesamiento emocional, ya que este se suele ver a menudo alterado por reacciones fisiológicas. Resulta fundamental trabajar con la activación fisiológica que se produce tratando la infidelidad, de cara sobre todo a distinguirla y diferenciarla de las emociones. Este trabajo proporcionará una sensación de control y seguridad que contrasta con la sensación de descontrol experimentada por la infidelidad. Muchas veces, a partir de esto, resulta más fácil abordar las. emociones generadas por la infidelidad.

El procesamiento sensoriomotriz

“El lunes por la noche vi una película en la que, como siempre, había una escena de cama entre los dos protagonistas. Esto me ha ocurrido ya alguna vez más. La anterior vez, me dio un ataque de ansiedad tal, que me fui al baño a vomitar. Lo pasé fatal. Pero esta vez, me puse mal, pero no me dio ningún ataque. Dentro de lo malo, estuve contenta, porque me parece que los síntomas van disminuyendo. Aun así, me sentí muy mal y me duró hasta el miércoles.”

El procesamiento sensoriomotriz, más que corporal en general, “incluye los cambios físicos en respuesta a los estímulos (entrada de información) sensoriales, las

pautas de acción fijas que se observan en las defensas, los cambios en la respiración y el tono muscular, y la activación del sistema nervioso autónomo.” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 58). Este procesamiento, también conocido como ascendente, irrumpe en el cotidiano de las personas traumatizadas por la infidelidad, de tal manera que se sienten a menudo invadidas por toda una gama de sensaciones y reacciones físicas, anulando así la capacidad de regular estas funciones, además de las emocionales y cognitivas.

En la clínica de la psicoterapia sensoriomotriz “se distinguen tres componentes generales dentro de este procesamiento: las sensaciones corporales internas, las percepciones procedentes de los sentidos y los movimientos” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p.70).

Las sensaciones corporales internas hacen referencia a las sensaciones físicas generadas por los movimientos dentro del cuerpo. Los autores hablan de espasmos musculares, contracciones intestinales, circulación de fluidos, cambios bioquímicos, alteraciones hormonales, cambios en los movimientos relacionados con la respiración, los músculos, ligamentos o huesos. Estas sensaciones son percibidas por los interoceptores. El sentido kinestésico del movimiento del cuerpo dependerá de los propioceptores, los cuales comunican la posición del cuerpo. También interviene el sistema vestibular. El sentido visceral conocido como enterocepción, informa de movimientos como la aceleración del pulso, náuseas… Están los nociceptores que informan sobre la piel, las articulaciones, los tendones y ciertos órganos. Los termoceptores que informan de la temperatura. Son sensaciones corporales continuas, pero difícilmente perceptibles que influyen en el estado general del cuerpo (Damasio, 1994). Estas sensaciones son importantes para el sentido de la propia identidad. Por ello, las personas en este tipo de circunstancias corporales alteradas, se sienten como extrañas a sí mismas.

Muchas de estas sensaciones, aunque sentidas, no llegan a la conciencia y son retroalimentadas por las cogniciones y las emociones. A ello, luego se sumarán las interpretaciones y el sentido que se les da, pudiendo generarse reacciones de ansiedad, angustia, miedo… Este tipo de reacciones son muy frecuentes en las personas traumatizadas por la infidelidad. Están molestas por toda esta amalgama de sensaciones corporales internas vividas como invasivas e imposibles de controlar e incluso de sentir o nombrar. De ahí muchas veces la ansiedad debido a la sensación de pérdida de control. También ocurre a veces una especie de congelación o falta de contacto con las sensaciones corporales, vivenciadas como “no siento el cuerpo”, “no siento nada”, “empiezo a temblar y no lo puedo controlar”, “¿Qué me está pasando?”

Las personas traumatizadas por la infidelidad o bien sienten demasiado e intensamente, o bien, demasiado poco. En cualquier caso, les resulta perturbador. A veces no saben ni cómo expresar las sensaciones físicas con palabras, lo que se conoce como alexisomia (Bakal, 1999; Ikemi e Ikemi, 1986 en Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 73).

Las percepciones procedentes de los sentidos suelen predominar sobre la capacidad de pensar, reflexionar y razonar de muchas personas traumatizadas por la infidelidad. También influye en la “elección” de a que hacer o no hacer caso; a que prestar o no atención. Registran y advierten estímulos relacionados con este evento vivido como traumático. Es como si todo lo que ven, escuchan y perciben, está relacionado con la infidelidad. Toman conciencia de cuán omnipresente está esta problemática, sobre la cuál, la mayoría estaba segura de que nunca les sucedería.

Los movimientos somáticos suelen ser voluntarios e involuntarios, conscientes e inconscientes, ascendentes y descendentes. Hablamos de la respiración, del movimiento de los órganos, las pulsaciones de la sangre, el bombeo de las hormonas, contracciones, temblores, movimientos relacionados con la motricidad gruesa y fina, expresiones faciales, posturas, gestos… Todas estas percepciones se ven afectadas en el trauma por infidelidad.

En muchas ocasiones, las reacciones fisiológicas se ven desencadenadas por situaciones tanto internas como externas, como, por ejemplo, conversaciones, imágenes evocadas por películas o series, flashbacks, pensamientos intrusivos, caricias… y adquieren “precedencia cuando otras acciones podrían resultar más adaptativas” (Ibid). Es como si estas personas quisieran entender; comprender algo a lo que no le encuentran sentido para así poder calmar esa serie de sensaciones de angustia, ansiedad y miedo, vivenciada de manera intensa corporalmente como inseguridad y pérdida de control que emerge en esos momentos de procesamiento. Como si esa angustia necesitara una seguridad fisiológica (proceso ascendente [5]) pero que intenta ser calmada cognitivamente (proceso descendente [6]). Desgraciadamente esta consecución de calma, estabilidad y seguridad resulta imposible cuando la persona infidelizada se sumerge en un bucle repetitivo de discusiones prolongadas. Es como una explosión sobre la cual no se tiene ningún control. No acaba de procesar la información, no integra la experiencia traumática de la infidelidad y no porque no quiera, sino porque siente que no puede; siente que pierde el control porque se ve invadida por muchas emociones, muchas de ellas confusas y contradictorias. Por mucho que se le insista para que pase página, no puede:

“Otras veces pienso que tengo que perdonarle. Que ha pasado una mala racha y que debo ser generosa con él y pasar página. PERO NO PUEDO!!! Y pienso que soy mala, que debería olvidarlo todo por el bien de todos, pero no puedo.”

En la mayor parte de estos casos, en el abordaje a través de las cogniciones introduciendo la lógica racional para establecer una seguridad de base y/o el trabajo con las emociones para facilitar el duelo traumático no resuelto por las pérdidas que la infidelidad supone, quedan sin procesar las reacciones somáticas como la ansiedad en sus formas clásicas de opresión en el pecho, temblores… o la rabia en su forma fisiológica, aumento del ritmo cardíaco, de la presión sanguínea, de los niveles de adrenalina y noradrenalina generando así una respuesta de ataque -o huida- por el daño percibido. De ahí las discusiones. Están presentes igualmente otras manifestaciones fisiológicas difíciles de restaurar como las alteraciones del sueño. Resulta harto difícil bajar la activación fisiológica hasta volver a la normalidad solo con el uso de técnicas descendentes que trabajan las creencias y los pensamientos. Se precisa en muchos casos una intervención psicoeducativa por medio de técnicas ascendentes que incidan sobre los procesos fisiológicos de activación.

Tradicionalmente la psicoterapia psicológica ha venido utilizando técnicas descendentes como la sublimación voluntaria y consciente -racional- de las respuestas sensoriomotrices y emocionales. Ante una experiencia perturbadora o descendente de la activación fisiológica, este tipo de intervenciones puede reducir la intensidad, modular el grado de activación o de desorganización. Por ejemplo, ante una vieja discusión sobre el porqué de la infidelidad suscitada a partir de un estímulo ambiental inocuo como una película, puede controlar dicha activación identificando el estímulo y pensando racionalmente hasta bajar el nivel de activación. O puede también hacerlo a través de la distracción, cambiando el foco de atención. Puede igualmente descargarlo decidiendo hacer ejercicio físico. Así pues, la respuesta de hiper o hipo-activación fisiológica “es voluntaria y conscientemente sublimada a través de la actividad física, la descarga conductual, la invalidación cognitiva o la distracción mental” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 84). Estas técnicas descendentes de distracción o descarga no pueden abordar la totalidad del problema, a pesar de poder facilitar un control eficaz y un alivio de la activación (Allen 2001). En estos casos hablamos de control, no de asimilación. Y esto es lo que observamos en el trauma por infidelidad. Las discusiones bucle se suceden tras una hiperactivación fisiológica porque la infidelidad no acaba de ser ni racionalizada y emocionalmente asimilada. En la práctica observamos que cuesta mucho integrar y aceptar este hecho. Así, por ejemplo, una paciente puede entender racionalmente el sentido de la infidelidad en la vida de la persona infiel sin que pueda impedir, tras cualquier desencadenante, el aumento vertiginoso de la activación fisiológica subyacente hasta grados abrumadores. “La experiencia traumática y la activación derivada de los niveles sensoriomotriz y emocional puede ser redirigida a través del control descendente, pero es posible que no haya tenido lugar el procesamiento y la asimilación de las reacciones sensoriomotrices al trauma” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 85).

En el trauma por infidelidad, al igual que muchos otros tipos de traumas, la intervención descendente propio de la psicoterapia sensoriomotriz se utilizará para facilitar el procesamiento de la infidelidaad a través del rastreo “con plena conciencia (…) la secuencia de sensaciones y de impulsos fisiológicos(…) a medida que van progresando a lo largo del cuerpo, y dejar a un lado transitoriamente las emociones y los pensamientos que puedan salir a la superficie, hasta que las sensaciones y los impulsos corporales se resuelvan alcanzando un nivel de reposo y estabilización” (Ibid). La persona en estas circunstancias, podrá “identificar y vivenciar estas reacciones físicamente (procesamiento sensoriomotriz ascendente). El paciente aprende a observar y seguir las reacciones sensoriomotrices que se activaron en el momento del trauma, además de realizar con plena conciencia unas acciones físicas que interrumpan (neutralicen) las tendencias desadaptativas” (Ibid). Para tratara los efectos traumáticos de la infidelidad en los tres niveles de procesamiento resulta importante el abordaje del procesamiento ascendente de las sensaciones, la activación fisiológica, los movimientos y las emociones tanto como el procesamiento descendiente, emocional y cognitivo.

Márgenes de tolerancia

Las personas traumatizadas por la infidelidad suelen oscilar entre dos extremos, sea una hiperactivación o una hipoactivación. En un principio, el shock que suele suponer el conocimiento de la infidelidad, las sumerge en una zona de hipoactivación caracterizada por un embotamiento o entumecimiento de las emociones, una reducción de los movimientos físicos y una disminución de la capacidad para procesar cognitivamente. Una paciente verbaliza este estado explicando que tras enterarse de la infidelidad estuvo como unos seis meses “paralizada” es decir como “congelada”, viviendo en piloto automático sin ser capaz de procesar lo ocurrido. “No reaccionaba”. Una vez “despierta”, pasó casi año y medio -hasta tomar la decisión de dejarlo- en una hiperactivación casi constante. Pero también, tras el shock de la infidelidad y esta etapa de bloqueo, suelen entrar en una zona de hiperactivación caracterizada por un aumento de sensaciones, de reactividad emocional, de hipervigilancia, de imágenes intrusivas y de desorganización del procesamiento cognitivo. Lo más común es que oscilen entre la hiper y la hipoactivación.

Parecen mostrar un margen de tolerancia tan estrecho que se desregulan fácilmente como consecuencia de la activación fisiológica que puede ser desencadenada por casi cualquier estímulo. Por ello, tienen una gran dificultad para procesar la información. Se dice en estos casos que el umbral de respuesta es bajo. En estas circunstancias “el sistema nervioso de la persona se activa con muy poca estimulación” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 90). Dependerá del tipo de estímulos, de la duración, del nivel de activación de la persona, de la experiencia previa y del temperamento (Ibid).

Apego inseguro

Uno de los sistemas defensivos que se ve más afectado en el trauma por infidelidad es el sistema de conexión social (sistema parasimpático ventral), el cual en contextos adecuados nos hace sentirnos fisiológicamente tranquilas, seguras y conectadas socialmente, mientras que en entornos amenazantes genera afectos negativos, distanciamiento y desconfianza. Se trata de un sistema que se activa ante señales de calma y de tranquilidad y se desactiva ante amenazas. Según la teoría polivagal (Porgers, 2018), la rama simpática ventral del nervio vago se corresponde con el sistema de conexión social el cual se activa cuando está dentro de una zona óptima. Además de favorecer las relaciones sociales y la comunicación, este sistema es capaz de activar y desactivar áreas del cortex cerebral, así como el sistema límbico (cerebro emocional) sin que el sistema nervioso simpático intervenga. Este sistema facilita la vinculación en contextos seguros y, por el contrario, dificulta el vínculo en situaciones amenazantes como puede ser la infidelidad. En este concreto contexto, el vínculo con la pareja infiel no suele ser el único que ve comprometido, sino que dicho compromiso se suele generalizar a contextos sociales más extensos.

Las relaciones afectivas en general tienen su base en el sistema de apego o “conjunto de pautas de procesamiento mental de la información sobre la base de las cogniciones y emociones con objeto de crear un modelo de realidad” Crittenden, 1995, p. 401 en Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 117). Son patrones de comportamiento en las relaciones sociales, destacando fundamentalmente tres: seguro, inseguro (evitativo y ambivalente) y desorganizado. Es bastante común que el apego seguro de la persona traumatizada por la infidelidad se transforme en apego evitativo consecuencia del debilitamiento del sistema de conexión social que muchas veces se manifiesta en estados elevados de ansiedad, angustia y pánico. En otras palabras, en situaciones de trauma por infidelidad, la manera de vincularse se ve afectada no solamente en la esfera íntima, sino en la social, pasando, en muchos casos, de una forma de apego segura a formas de apego cuanto menos inseguras o ansiosas. Es como si, en la persona infidelizada, el estilo de apego seguro se vuelve evitativo, ambivalente y/o desorganizado, debido a la vivencia de la infidelidad como trauma de traición o trauma relacional. En este cambio en la forma de apego, es como si dos sistemas de apegos opuestos se superpusieran: por un lado, la búsqueda de proximidad e intimidad relacional y, por otro, toda una serie de reacciones defensivas, normalmente cognitivas, emocionales y sensoriomotrices, dominadas por el ataque -o la huida- despertadas fisiológicamente por la rabia que la infidelidad desencadena. La persona infidelizada busca desesperadamente volver a crear -y creer en- una relación de confianza como la que tenía antes, la cual se ve asediada por miedos y sospechas aprendidos a raíz de la infidelidad, que impiden tener conductas relacionales adaptativas. A la persona infidelizada le resulta imposible vivenciar la pareja como segura y confiable. El vínculo como tal es querido y temido al mismo tiempo, dado que la propia persona que debía proporcionar amor, seguridad y apoyo es la que ha generado un entorno de desamor e inseguridad. La persona infidelizada intenta manejar estados asociados a unos efectos negativos desbordantes, de tal manera que los estados afectivos positivos se ven perjudicados. “Desbordadas por los afectos negativos e impedidos por los recuerdos del trauma, estos pacientes descubren invariablemente que incluso su capacidad de volverse conscientes de sus vivencias placenteras está debillitada” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 139). Se trata de favorecer la vuelta a un apego seguro.

El campo de conciencia

Tiempo después de la infidelidad, las personas traumatizadas por este suceso intentan anticiparse a estímulos que se asemejan al suceso y al contexto, en un intento de controlar lo que en su día les pasó inadvertido. El campo de conciencia de éstas se estrecha, de tal manera que aquellos esfuerzos realizados por la persona infiel para reparar el daño, no son percibidos como tales, e incluso pueden activar reacciones de hiper o hipoactivación. Prácticamente todo les remite a la infidelidad. No ven más allá. Es como si, de repente, toman conciencia de la cantidad de estímulos externos que hacen referencia a la infidelidad: películas, series, conversaciones… además de todos los estímulos internos: como los flashbacks… Ello hace que la persona parezca que está orientada hacia la infidelidad. La persona busca respuestas a lo inefable del hecho. Es como si toda su vida se reduce al trauma. Su “reflejo de orientación”, es decir, su respuesta involuntaria a estímulos novedosos o inesperados, está orientado hacia la infidelidad. Es lo que se llama tendencia de adaptación desadaptativa que incluye: “1) una hipersensibilidad a los pequeños cambios ambientales o internos” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 153).

La persona infidelizada intenta a posteriori identificar señales que en su momento le pasaron desapercibidas. Repasa todo lo pasado con detalles. De ahí, que quiera saberlo todo sobre la infidelidad, a ver qué se le pudo pasar por alto. “2) una tendencia a orientarse excesivamente hacia estímulos arcaicos relacionados con el trauma” (Ibid). Buscando respuestas, estas personas dolientes tienden a leer y a escuchar todo aquello que hable del tema, a empaparse del fenómeno. Y “3) una incapacidad de discriminar y valorar el contexto de los estímulos, sobre todo en relación con las indicaciones que podrían señalar peligro en determinados contextos, pero no en otros” (Ibid). Si antes no vieron señales de infidelidad, ahora las ven por todas partes y desconfían. Están en alerta continúa y en una actitud de hipervigilancia, ya que no saben por dónde puede volver a venir “el golpe”; ¿Cómo estar segura de que no va a volver a suceder? ¿Cómo verlo ahora en caso de que se vuelva a producir? La percepción y orientación hacia estímulos positivos por parte de la persona que ha sido infiel como dar cariño, cuidados, atenciones… Las propias acciones para reparar el daño generado por parte de la persona infiel pueden orientar a la persona infidelidazada constantemente hacia la infidelidad que intenta “superar”. Todo es susceptible de activar el dolor. Este tipo de respuesta desadaptativa se produce en el cuerpo mucho antes que en la mente. La rabia, el dolor, la tristeza… se amalgaman generando toda una gama corporal de respuestas; el cuerpo se hiper o hipoactiva mucho antes que la mente. De alguna manera el trauma de la infidelidad genera un enquistamiento en un aprendizaje condicionado en el que se asocian estímulos neutros o inocuos con sensaciones de miedo y amenaza. La resultante es una hiper o hipoactivación fisiológica que no deja orientarse a otro tipo de estímulos, quedándose ancladas en la infidelidad, la cual parece reproducirse a cada momento. Se reacciona a la defensiva en vez de manera adaptativa.

Las reacciones defensivas

Si bien las reacciones defensivas tienen una función fundamental de supervivencia, en las personas afectadas por el trauma de la infidelidad, estas reacciones adoptan un giro inadaptado ya que las reacciones defensivas persisten bastante tiempo después. Muchas de las discusiones que se dan en torno a la infidelidad, de alguna manera, se producen porque la persona infidelizada se siente atrapada en una especie de bucle debido a los esfuerzos ímprobos para hacer frente al agente estresor -la pareja-, perdiendo así la capacidad de desprenderse de dicha actitud porque fallan los recursos disponibles a su alcance y, como consecuencia, se sienten cada vez más perturbadas por el tema conforma avanza el tiempo:

“Inma, hay unas cosas que ayer no salieron quizá de manera contundente:

-obligación es la palabra. Obligada a aguantar todo esto, por ello atrapada. Porque no hay un botón mágico que me libere de este sufrimiento. Y estoy enfadada con Ramón por haberme encerrado aquí.”

La repetición de las reacciones defensivas tiene un efecto debilitador, lo que hace que estas personas pierdan su confianza incluso para superar los desafíos más cotidianos.

Continuar en pareja sanando esta herida tiene el inconveniente de que la pareja -y su infidelidad- se percibe como una constante amenaza. Los elementos de defensa, además de las reacciones sensoriomotrices más o menos inconscientes y fijas, incluyen elementos emocionales y cognitivos. ¿Qué ocurre? Que nada de lo que hagan las personas infidelizadas va a poder evitar la infidelidad por lo que no hay una vivencia de alivio y victoria frente a la amenaza ni tampoco una sensación de seguridad y tranquilidad. Nada de lo que hacen puede ya evitarlo. Por ello, muchas de ellas quedan atrapadas en bucles en forma de discusiones y conversaciones que se prolongan en el tiempo, generando saturación en la pareja y una imposibilidad de sanar. No hay posibilidad de “acciones de triunfo” (“acciones acabadas”, y defensas movilizadoras),

sino que se quedan estancadas en la reiteración de determinadas acciones defensivas (discusiones, preguntas incisivas e incesantes sobre el por qué, el cómo pasó, cómo es que no pensó en ella durante el acto…), evocadas en muchas ocasiones por estímulos ambientales anteriormente neutros (una película, una conversación, ciertos lugares…). Y aunque las personas infidelizadas son conscientes de su sobrerreacción a posteriori, no son capaces de modular sus reacciones en el momento en que el “bucle” se inicia tras una inocua detonación. No hay manera consciente de que puedan hacer uso de respuestas alternativas propias de una situación no traumática. Sino que se quedan como fijadas a estas sobrerreacciones, convirtiéndose en respuestas generalizadas. Y lo peor es que estas respuestas se convierten en una reacción omnipresente debido a los intentos de anticipación de una posible futura amenaza de infidelidad. La gran dificultad es que las personas infidelizadas no han podido siquiera poner en marcha reacciones defensivas que pudieran garantizarles de nuevo la seguridad en el momento en que la infidelidad tuvo lugar. De ahí que se quedan traumáticamente expuestas a sus reacciones defensivas, aparentemente incontrolables. Se ven superadas por el acontecimiento, así como por sus propias reacciones vividas como ajenas. Se sorprenden gritando, chillando e incluso pegando. “Las reacciones traumáticas tienen lugar cuando ninguna acción sirve de nada” (Herman, 1992, p. 34).

En la mayor parte de estos casos, una de las acciones que ha quedado incompleta es la separación:

“Quiero separarme, pero cuando pienso en cómo les va a cambiar la vida a mis hijos, me freno. Ellos no entenderían una separación sin una explicación. Y a ver cómo les dices que su padre se ha ido con otra. Pueden reaccionar de cualquier manera, desde volverse contra él a volverse contra mí por no perdonarle. Porque él llorar iba a llorar y me se iba a arrodillar lo que hiciera falta. En cualquier caso, problemas muy muy serios. Me da miedo todo eso.

Y pienso en mi madre. No se merece un disgusto así. Y mis suegros? Se les caería la venda de los ojos, su hijo perfecto!”

Bien que una separación temporal puede ayudar a procesar lo ocurrido, evitando reacciones postraumáticas que enquisten el trauma, la propia solución puede verse tan amenazadora de una nueva infidelidad que es descartada casi de inmediato. Las discusiones pueden incluso verse como un intento de pegar aquello que está separado, la pareja, cuando el cimiento del amor no es capaz de unir. Es importante precisar, que la pareja en terapia por infidelidad, prácticamente hasta el final estará oscilando en los diferentes niveles del procesamiento. Mientras que la persona infiel ha tenido tiempo para, al menos parcialmente, procesarlo durante la infidelidad, la persona infidelizada comienza su proceso cuando lo sabe. Y tendrá que recorrer todo un camino para poder procesar lo ocurrido.

Tenemos que tener en cuenta que el abandono total o parcial de la vida cotidiana no deja de ser una reacción normal ante la situación traumática de infidelidad. Se inician toda una serie de cambios fisiológicos, comportamentales y cognitivos tras conocer el hecho en sí. Tras un período inicial de shock, de duración variable, comienza todo el proceso de asimilación, acercándose así, al proceso de duelo (Jauregui, 2022). Y es que “el trauma trae inevitablemente consigo una pérdida.” (Herman, 2004, p. 289).

Las estrategias defensivas que parecen primar en el procesamiento de la infidelidad por parte de la persona infidelizada es el sistema de conexión social y de apego, junto con los otros subsistemas defensivos como el ataque en tanto que defensa de movilización, o como el bloqueo, la depresión y la ansiedad, en tanto que defensas de inmovilización. De ahí la necesidad de hablar con la pareja de lo sucedido una y otra vez en profundidad. Estas personas parecen tener la necesidad de poder descubrir los desencadenantes de la infidelidad, para que no les vuelva a pillar por sorpresa si ocurriera de nuevo. El sistema de apego suele también activarse en la demanda de ayuda, ya sea la de un profesional, ya sea la de algún familiar o amistad. También en buscar información sobre el tema. Se suelen igualmente desencadenar defensas como el ataque a través de discusiones o implosiones somáticas en forma de tensiones y dolores diversos como cefaleas… También están las defensas de inmovilización como la resignación o la depresión, o el hacer como si el evento no ha ocurrido.

Se suelen intensificar las respuestas de orientación, es decir, aquellos estímulos estrechamente relacionados con la amenaza de -una nueva o próxima- infidelidad. La persona así se muestra en alerta e hipervigilante para poder procesar lo que no se pudo anteriormente y valorar posibles futuras infidelidades.

La recuperación de la pareja suele ser difícil porque no se llega fácilmente a sentir que la amenaza de infidelidad se ha ido. Por ello, se alternan momentos de activación y reacción por encima o debajo del umbral… con momentos de calma. Pauta descrita por muchas pacientes como “montaña rusa”, lo que da como resultado una vivencia de desorganización e impotencia por no poder salir de ese círculo.

Una de las reacciones que llama la atención, en algunos casos en particular es que la persona infidelizada estaba pensando en dejar la relación poco antes de “enterarse” de la infidelidad. Y, sin embargo, tras producirse la infidelidad, pone todo su empeño en conseguir sacar la pareja adelante. En otras ocasiones, la pareja ya estaba separada o en trámites de separación, y tras la infidelidad, reinician la relación. Es como si la infidelidad hubiera hecho emerger un estilo de vinculación ansiosa o un apego ansioso-preocupado, predominado por el miedo al abandono, la angustia y la ansiedad de separación. En este sentido, estas personas dudan de su valía, sobre todo en lo que concierne al cuerpo y la sexualidad, se auto inculpan por lo ocurrido, muestran una baja autoestima… de manera que buscan en la pareja una especie de confirmación. Aparecen así elementos propios de una relación tóxica o lo que Ximena Márquez (2005) llama pareja irrompible. “Se encuentran en un círculo vicioso que fluctúa entre dos polos: unión y separación” (p. 29), mostrando una cierta dependencia emocional, inestabilidad, incertidumbre y ambivalencia. Es como si la persona infidelizada no pudiera hacer el duelo de la relación que fue. No logra desidealizar e integrar los aspectos buenos y malos de la relación y del cónyuge. Recordamos aquí la diferencia que estableció Freud entre duelo y melancolía. En esta última, hay una reacción de pérdida del objeto amado, la pareja, que suele ser más ideal que real:

“Nunca pensé que sería capaz de esto”, “Lo escogí porque no tenía un perfil de persona infiel”, “Si lo hubiera sabido, no me caso con él”.El sujeto no ha muerto, pero ha quedado perdido como objeto erótico” (Márquez, 2005, p. 39).

Conclusión

La infidelidad vivenciada como trauma cambia profundamente a las personas; hay un antes y un después. Incluso tras la “superación”, nada vuelve a ser igual.

“Lo que más me preocupa es que me he vuelto desconfiada. No confío ya en que haya gente con principios sólidos, nada es inamovible. He perdido la fe en la gente. Y no hablo a nivel de pareja, sino de mi familia, mis hijos, mis amigos…Ahora todo el mundo me parece impredecible. Esa confianza en mi intuición que siempre me ha guiado en las decisiones a tomar con las personas y que me había funcionado bastante bien hasta ahora y me daba seguridad en mi vida se ha venido abajo.”

La aceptación de la infidelidad con sus efectos irreversibles y las pérdidas generadas forman parte del proceso de integración, en algunos casos largo y costoso.

Lo traumático de la infidelidad parece radicar en la imposibilidad de una defensa, a partir de lo cual, el sistema de autodefensa se ve desbordado y la persona infidelizada queda desorganizada.

El factor más habitual del trastorno de estrés postraumático tras la infidelidad suele ser la persistencia. Factor de permanencia muchas veces por falta de un abordaje corporal, mental y cerebral que permita salir del bloqueo fisiológico o de la hiperactivación.

La experiencia traumática de la infidelidad, como cualquier otra de esta índole, se traduce en reacciones sensoriomotrices como imágenes, sonidos, olores, sensaciones corporales intrusivas, dolores físicos, síntomas somatomorfos, entumecimientos, shock…

Gran parte de la narrativa infiel incluye una vivencia corporal dolorosa en tanto que vivida en ocasiones como ajena a la propia personalidad y generadora de gran sufrimiento, por lo general obviada.

Los modernos hallazgos científicos por parte de la neurología y la neuropsicología muestran claramente la importancia del cuerpo y todo lo que ello implica a nivel sensoriomotriz, en la génesis, desarrollo y procesamiento de las emociones y cogniciones; incluso en la búsqueda de sentido al sinsentido traumático que la infidelidad puede significar.

Notas

1. @Inmaculada Jauregui Balenciaga.
email: inmajauregui@gmail.com
www.psicologiajauregui.com

2. Respuestas pobremente moduladas que dificultan la capacidad de gestionar y controlar las emociones, en gran medida, por una falta de conciencia y de estrategias para manejar esa situación, con lo que tienden a intensificar dicho estado a través de pensamientos obsesivos o rumiantes, una preocupación ansiosa y una negación de los sentimientos.

3. “It is the subjective experience of the objective events that constitutes the trauma…The more you believe you are endangered, the more traumatized you will be…Psychologically, the bottom line of trauma is overwhelming emotion and a feeling of utter helplessness. There may or may not be bodily injury, but psychological trauma is coupled with physiological upheaval that plays a leading role in the long-range effects”.

4. Proceso por el cual la persona infidelizada decide seguir en pareja y “superar” este acontecimiento sin romper la pareja.

5. Procesamiento del flujo de información de niveles inferiores -cerebro reptiliano y límbico- a superiores -neocortex.

6. Procesamiento del flujo de información de niveles superiores -cortex- a niveles inferiores -sistema límbico y reptiliano.

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Sobre “Thérèse mon amour” de Julia Kristeva | De Teresa a Kristeva, buscando ecos en el relato de sí

Sandra Contamina
Profesora universitaria | Universidad de Angers | Francia
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Resumen

Este artículo tiene como objetivo, a base de una lectura en espejo, estudiar y analizar la intrincada relación entre Julia Kristeva y Teresa de Ávila tal como se expresa en el libro Teresa, mi amor. Mezclando textos teresianos, historia, psicoanálisis y fantasía, Kristeva escribió una narrativa heterogénea, declarando en ella la fascinación que experimenta por la santa. La propia Teresa es conocida por haber escrito una autobiografía en el contexto coercitivo de la Inquisición del siglo XVI; el Libro de la vida es una narración autobiográfica en la que va relatando las visiones místicas que alimentan su vida espiritual. Su libro fue escrito por mandato de sus confesores y, sobre todo, con la intención de enseñar a sus hermanas carmelitas los modos de la oración mental.

Para aproximarnos al juego reflexivo que caracteriza a estos dos textos, hace falta comprender qué los conecta a través del concepto de “relato de sí”. Para ello, es necesario en primer lugar contextualizar históricamente la escritura de Teresa para dar cuenta de todo lo que la apremia y explicar luego el significado de su autobiografía. En un segundo momento, nos proponemos comprender cómo las elecciones narrativas de Kristeva le deben mucho al psicoanálisis y a su propio sujeto; por lo tanto, la forma narrativa que inventa ella podría considerarse como un “relato de sí”.

Palabras clave: Kristeva ; relato de sí; Teresa de Ávila ; motivación narrativa; análisis reflexivo.

Introducción

Trataremos en este trabajo acerca de dos obras vinculadas a la persona de Teresa de Jesús: El Libro de la vida, de la propia Teresa de Ávila, y Teresa, amor mío, de Julia Kristeva. Ambas podrían ser definidas como “relatos de sí”; son a la vez relatos muy alejados el uno del otro por varios siglos en cuanto a su fecha de redacción, relatos escritos a través de perspectivas opuestas y diversas.

El primer relato, cronológicamente, es el de Teresa de Ávila, religiosa carmelita, mística; acaba ella de redactarlo en 1565 y se imprime en 1588 con el título siguiente: Libro de la vida. El otro es la obra de Julia Kristeva, fechada en 2008, titulada Teresa amor mío, en la que la autora, psicoanalista y semióloga de renombre, expresa la pasión que alimenta desde hace años con respecto a Teresa de Ávila. Para apreciar la práctica del relato de sí en una y otra, y aprehender la influencia de la primera en la segunda, es necesario ante todo presentar y contextualizar las condiciones de aparición de ambos relatos.

El Libro de la Vida

El Libro de la vida es una obra compuesta por cuarenta capítulos: Teresa narra en él el periodo de su infancia y su “conversión”, entre los capítulos 1 y 10; luego se inserta un tratado de oración entre los capítulos 11 y 22; por fin, entre los capítulos 23 y 31, Teresa reanuda con el relato de su vida y de sus experiencias extáticas, dedicando los últimos nueve capítulos a la fundación del monasterio de San José de Ávila, inaugurado en 1562. Allí pasó varios años redactando su obra. Así empieza el Libro de la vida: “Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para que por muy menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida. Diérame gran consuelo, mas no han querido, antes atádome mucho en este caso.”

Se trata pues de un relato de índole autobiográfica, y el tratado de oración que se inserta en la mitad ha de ser considerado como el meollo y la fuente del texto en su totalidad, como el tema esencial y su justificación vital. El Libro de la vida se caracteriza también por ser una obra de encargo por parte de los confesores y guías espirituales sucesivos de Teresa: una primera versión, supervisada por el dominico Pedro Ibáñez, está terminada en 1562; a petición de otro dominico, llamado García de Toledo, dicha versión es revisada y completada entre 1563 y 1565. Teresa, en plena Contrarreforma, escribe bajo alta vigilancia y su discurso queda sujeto a ésta porque se inscribe en efecto en una época marcada en España por la sospecha respecto a los nuevos cristianos, sean de ascendencia judía o morisca.

Ahora bien, algo hoy conocido de sobra es la ascendencia judía de Teresa, y la influencia que tuvo el hecho en su producción literaria (Mujica, 2009: 13-43). Teresa es nieta de judío converso: su abuelo paterno, Juan Sánchez, que se había desposado con Inés de Cepeda, de familia cristiana vieja, fue condenado por el tribunal de la Inquisición en 1485, antes de ser reconciliado al cabo de una ceremonia de arrepentimiento público. Su padre y tío debieron luego conseguir patentes de nobleza. Aquella ascendencia manchada, la familia de Teresa se esforzó por ocultarla, negándose a usar el apellido Sánchez “lo que venía a constituir práctica habitual cuando el apellido llevaba consigo malos y peligrosos recuerdos” (Márquez Villanueva, 1968: 147).

Entre los inspiradores espirituales de Teresa, Francisco de Osuna ocupa un peculiar lugar fundador: en su tratado espiritual titulado Tercer abecedario, impreso en Toledo en 1527, el franciscano promueve el recogimiento, distinguiendo en la oración sucesivamente un momento de ascesis e interiorización, y un momento de meditación sobre la humanidad de Cristo. Fue quien originó en la primera mitad del siglo XVI la difusión de un tipo de espiritualidad interiorizada fundada en la oración de sencillez: hasta el año 1559, cuando se publicó el índice del Gran Inquisidor Fernando de Valdés, aparecieron en la estela del de Osuna una multitud de tratados espirituales escritos en romance. Aquel tipo de oración, silenciosa e interiorizada, va a favorecer la aparición de los movimientos iluministas, ya desde los años 1520-1530 (lo que llamamos, en un primer tiempo, el “primer iluminismo”). Ahora bien, el estudio de los focos de iluminismo de Burgos y de Valladolid revela que este movimiento atrajo particularmente a los conversos y las mujeres que, en búsqueda de un “comercio directo con Dios”, habrían interpretado demasiado literalmente la interiorización divina (Bataillon, 1991: 185-186).

A partir de estos acontecimientos, todos los movimientos de piedad van a ser vigilados. Y cuando emerge el “segundo iluminismo” durante los años 1550-1560, éste converge claramente hacia el protestantismo. Sigue una dura represión inquisitorial entre 1558 y 1560. En aquel momento es cuando Teresa empieza la redacción del Libro de la vida. En aquel momento también inicia la reforma del Carmelo y la fundación de varios monasterios, verdadera empresa política y económica que complementa la escritura. A principios de la segunda mitad del siglo XVI, cuando Teresa de Ávila comienza la redacción de su autobiografía, el poder se endurece y se vuelve coercitivo. El Concilio de Trento, que vuelve a afirmar la intangibilidad del dogma y de los sacramentos de la Iglesia Romana, concluye sus sesiones en 1563. En aquel contexto, Teresa pone su obra al servicio de la Contrarreforma: “Bien que l’expérience mystique singulière en soit le fil directeur et la référence constante, les textes ne procèdent pas du journal intime. Le récit de soi est porté par le projet de consécration à Dieu et mis au service d’une cause : celle de la Contre-Réforme. […] L’œuvre d’écriture comme union du don d’obéissance et du don de Dieu.” (Huguet, 2002: 51)

En 1559 se publica el Índice del Inquisidor General Fernando de Valdés; en él encontramos condenados a los iluminados, a muchos místicos, y también a autores que conocía Teresa de Ávila, autores que había leído y apreciado, entre los cuales está Francisco de Osuna. No es anodino pues que sea ella prudente en extremo, intentando relativizar la influencia del franciscano en su formación; había sido una lectora atenta del Tercer abecedario, y bien demuestra Bárbara Mujica cómo la escritura teresiana concilia cierto apofatismo heredado de Osuna e imaginación exuberante (Mujica, 2001). Pero en los primeros capítulos del Libro de la vida, Teresa condena sin rodeos al franciscano. De hecho, la cuestión de la oración mental fue sin duda determinante en la denuncia de que es víctima en 1575. Y sólo escapó al encarcelamiento gracias al apoyo inquebrantable de su confesor Domingo Báñez, así como de Gaspar de Quiroga, eclesiástico respetado, próximo a Felipe II, y que fue elegido Inquisidor general de 1573 a 1594.

Hace falta añadir otro aspecto para entender hasta qué punto opera el principio de autocensura en la escritura de Teresa de Ávila. Entre los alumbrados, lo dijimos, varios eran conversos; además de ello, numerosas mujeres, en esos círculos, desempeñaban papeles de poder (Weber, 1990: 23). En el siglo XVI prevalecen todavía las ideas de Hipócrates y Galeno sobre la naturaleza fría y húmeda de la mujer y su imperfección intrínseca que justifican a la vez su debilidad física y su deficiencia moral. Dicha deficiencia legitimó la total desconfianza que se generó en el periodo de la Contrarreforma en torno a las prácticas de la devoción femenina (Weber, 1990: 17-4; Trépanier, 1994: 55).

Así silenciadas, las mujeres no pueden pretender usar la razón ni tener derecho a la palabra pública. Sin embargo, el discurso místico parece ser “el único género donde la mujer actúa y habla de manera pública”, aun cuando lo hace “desde una posición de exclusión cultural” (Cammarata, 1992: 58) sin pasar de los límites del orden patriarcal. Es así como desde su posición marginada Teresa de Ávila se libra del silencio que se le trata de imponer: recurriendo a los topoi y estereotipos de la tradición clásica hasta invertir su valor, así es como inventa su propia “retórica de la humildad” (Weber, 1990: 42-76) y consigue ella imponer su voz (Trépanier, 1994: 58-60). Entre los favores que le hace Dios, destacan la capacidad de experimentar emociones, la capacidad de analizarlas, y la de expresarlas, o sea el don de la expresión (Pérez, 2017: 117-118).

Declarando Teresa su modo de oración y haciendo la relación de sus experiencias unitivas, no desea sin embargo escribir una obra de índole teológica que explore el mundo del logos y de los conceptos: permanece ella en el ámbito de la palabra, una palabra en cierta medida pública pero circunscrita por otro lado a lo íntimo. La modalidad del relato autobiográfico dentro del cual inserta su tratado de oración, resultado y fuente de su experiencia vital, es idóneo para ello.

Thérèse mon amour

Cuando Julia Kristeva publica en 2008 una obra de ficción de 750 páginas titulada Thérèse mon amour, obra dedicada en su totalidad a Teresa de Ávila, suscita entre el lectorado francés un inmenso efecto de sorpresa, tanto por la elección del tema como por la forma del objeto literario. Al publicarse el libro, aprovecha la autora una entrevista con un periodista de la revista Le nouvel observateur, Jacques Nerson, para barajar algunas explicaciones: dicho artículo, que se titula Thérèse sur le divan, empieza por presentar a la monja como una “carmelita española epiléptica del siglo XVI”, lo que procede de una visión bastante simplificadora (Nerson, 2008, s/p; la traducción es nuestra). De hecho, los psicoanalistas se interesaron muy temprano por los místicos y las manifestaciones extáticas, que interpretaron según sus propios códigos; así, el psicoanálisis las interpretó como manifestaciones patológicas, diagnosticando en particular la persona de Teresa, destacando síntomas de epilepsia e histeria, como lo hicieron los doctores José Eugenio García-Albea, y más tarde el francés Pierre Vercelletto (Kristeva, 2010, s/p). Haciendo un paralelo entre mística y psicoanálisis, Michèle Huguet hasta afirma que la obra de Teresa de Ávila constituye un tratado psicopatológico antes de tiempo:

“Comment, au terme de cette analyse, qualifier la mise en écho relevée entre expérience mystique et psychanalyse ? Quelle en est la nature ? À quels enseignements conduit-elle ?

Tels un Janus bifrons, les dispositifs qui définissent le cadre des deux expériences semblent se répondre terme à terme. À la prescription de l’obéissance, la recherche imposée et codifiée de l’objet d’amour dans la fixation et la frustration, propres à l’expérience mystiques, répondent dans l’expérience analytique la centration sur la seule réalité psychique dans le silence et l’incitation à l’association libre.” (Huguet, 2002: 56)

Esta perspectiva acaso permita entender algo de las resonancias textuales y personales entre Teresa y Kristeva. En cuanto a la cuestión de la creencia religiosa, ser o no atea no tiene nada que ver, y desde ese punto de vista, el interés de Julia Kristeva por Teresa no debiera haber sorprendido. Lo realmente extraño es la fuerza de la fascinación de Julia Kristeva y la misma forma que da a su relato. Explica que la redacción le tomó seis años, tiempo durante el cual devoró la imprescindible bibliografía de la literatura crítica y teórica, analizó el texto teresiano, transformándose en investigadora. Y sin embargo, eligió la ficción como forma genérica. Para ello, se inventó un personaje que es un doble suyo: una psicoanalista que trabaja en un centro médico-psicológico, apasionada por el caso “Teresa”. El relato, extremadamente heteróclito, alterna la narración de Sylvia Leclercq (ese personaje-narrador que se hace cargo de todo el relato) con el texto de la misma Teresa a través de la inserción de extensas citas. Entre ambas modalidades (ficción y literalidad), se dibuja una escritura experimental, una búsqueda creativa que camina entre novela histórica, ensayo psicoanalítico, ficción dialogada (la última parte, titulada Diálogos de ultratumba, pone en escena a la Madre, en sus horas de agonía, conversando con sus contemporáneos), carta-confesión (dirigida al filósofo Denis Diderot a modo de epílogo), de tal forma que el libro se convierte en un objeto literario no identificado, una rareza proteiforme y repleta de referencias eruditas. A ese propósito Julia Kristeva explica en la entrevista con Nerson que « la carmelita […] la llevó […] a un género novelesco polifónico: un torbellino / un huracán » (Nerson, 2008; la traducción es nuestra).

El subtítulo colocado en la portada de la edición francesa anuncia Récit, o sea un “relato”, voz que resulta sin duda la más acertada para referirse al texto. No por ello se debe olvidar la dimensión autobiográfica que aparece allí, tan evidente que a nadie se le ocurrió cuestionarla. El juego de fascinación vincula siempre a Julia Kristeva con Teresa de Ávila, jamás se trata de Sylvia Leclercq, y el personaje-narrador tiende a desaparecer tras la conocidísima fascinación de la autora. Cabe preguntarse por qué Julia Kristeva inventó a Sylvia Leclercq, determinándola como soltera, sin hijos, procedente de “una familia laica clásica como existen muchas en Francia”, trabajando como psicóloga en un centro médico psicológico. Todos estos elementos biográficos contribuyen a elaborar a una Sylvia Leclercq claramente ficticia mientras otros remiten muy claramente a experiencias y acontecimientos vividos por Julia Kristeva, experiencias y acontecimientos que tuvo ella la oportunidad de evocar repetidas veces en revistas y periódicos. Entre ellos resalta, por ejemplo, el « encuentro » con Teresa: Sylvia Leclercq alude en las páginas liminares del relato a la escultura de Bernini que se encuentra en la cubierta de una edición del seminario de Lacan, cuando cursaba una maestría de psicología; Julia Kristeva explica, también en la entrevista de Le Nouvel Observateur, que sus conocimientos sobre Teresa se limitaban al seminario XX de Lacan, titulado Aún (1972-73) y dedicado al goce femenino, hasta que ella misma trabajara en profundidad el tema. He aquí otro tipo de arreglo novelesco con respecto a la realidad referencial: Sylvia Leclercq comenzó una tesis sobre Marguerite Duras, que quedó sin terminar, transformándose en un ensayo titulado Duras o el Apocalipsis blanco (Kristeva, 2015: p. 25). Kristeva nunca publicó tal ensayo; en cambio, en Soleil noir. Dépression et mélancolie (traducido al castellano como Sol negro: depresión y melancolía) la autora sitúa la escritura de Marguerite Duras en la “retórica blanca del Apocalipsis” que designa según ella la incapacidad femenina para ir más allá de la melancolía (Kristeva, 2017: p. 239-243). Bien se nota gracias a estos dos detalles significativos cuán inmenso y transparente es el espacio autobiográfico que ofrece el relato de Teresa amor mío.

En este contexto, ¿qué función podría tomar la ficción? Julia Kristeva contesta así a una pregunta del periodista Jacques Nerson sobre escritura y goce en Teresa de Ávila:

“Primero, se entrega a Cristo de la manera más paroxística. La estatua de Bernini muestra bien aquel estado de gozo. Su sensualidad es además a la vez desbordante y meditada. Y sólo conocemos su éxtasis a través de sus palabras, a través de una escritura que no es autoficción sino construcción de sí. Teresa refina las palabras, las metáforas, las narraciones. Mientras un místico como Maestro Eckhart es teólogo, ella en cambio es ya novelista.” (Nerson, 2008: s/p; la traducción es nuestra)

Novelista, en el sentido de autora de relato, no exactamente de novela: Teresa nunca hace obra de ficción ya que en absoluto le es permitido hacerlo. Si Teresa hace obra de novelista, lo hace a través de la misma escritura, que la obliga a deshacerse de sus experiencias extáticas (teniendo en cuenta que ella transforma sus éxtasis en objeto de escritura), y por el filtro metafórico mediante el cual traduce sus imágenes psíquicas. Michel de Certeau usa la voz ficción con un peculiar significado a propósito de Teresa de Ávila, arguyendo que el yo que habla en nombre de Dios en el discurso místico necesita un espacio de expresión adecuado:

“A ce je qui parle dans la place (et à la place) de l’Autre, il faut aussi un espace d’expression qui correspondra à ce que le monde était pour le dire de Dieu. Une fiction de monde sera le lieu où se produira une fiction de sujet parlant […]. Cette figuration d’espace est donc posée, elle aussi, au seuil du discours mystique. Sur un mode imaginaire, elle ouvre un champ au développement de ce discours.” (Certeau, 1982: 257)

Resulta llamativo que Kristeva edifique una ficción parecida según la misma lógica; como si ella también necesitara un espacio narrativo propio para una ficción de mundo habitada por su sujeto. Volviendo a Teresa, cabe subrayar que la noción de ficción puede ser aprehendida de manera muy distinta. Fue obligada a contar sus experiencias, bajo alta vigilancia inquisitorial, para valorarlas a la luz de la ortodoxia católica; y para ello, escribe dando cuerpo, en sentido literal como en sentido figurado. La ficción que crea, que es una traducción de la imaginería que la habita, cuando cae en las redes del discurso coercitivo, pierde su parte “divertida”, esta parte capaz etimológicamente de apartarse para llevar a otros caminos. La ficción según Kristeva es aptitud imaginaria, y por consiguiente “representación narrativa sensible” (Kristeva, 2015: 97).

En otra entrevista que concedió en marzo de 2015 a Cristiana Dobner para L’Osservatore Romano, el periódico noticiero oficial del Vaticano, Julia Kristeva justificaba la composición de su relato:

“Pregunta: Julia y Sylvia en su novela dedicada a Teresa se entrelazan y los planos se transponen. ¿Por qué eligió usted esa forma narrativa?

Respuesta: Por los mismos motivos que Teresa hace ficción: para dar a entender su experiencia a partir de otra, la mía, en el flujo infinito de la historia de los hombres y de las mujeres. Aquel tiempo infinito -¿sería mi versión de su “eternidad”? – es el tema de mi nueva novela (L’Horloge enchantée): sólo se puede decir mediante ficción, no con conceptos, creo…” (Dobner, 2015: s/p; la traducción es nuestra)

Comprobamos ese dar a entender la experiencia de Teresa a partir de la suya. En ese juego de modelo, de espejo, de transferencia, es precisamente como se justifica la forma literaria de Teresa amor mío. Y ese diálogo entre dos escrituras de sí cobra dimensiones vertiginosas, como lo revela la exploración tan sólo de los títulos y de los apellidos.

El Libro de la vida obedece al mayor requisito del género autobiográfico determinado por Philippe Lejeune en El pacto autobiográfico, que exige una “identidad de nombre entre el autor […], el narrador […] y el personaje de quien se habla” (Lejeune, 1994: 61). Con una particularidad: mientras afirma la fuerza de su palabra, la autora intenta alejarse de su impulso creativo, minimizar la parte de voluntad individual, atribuyendo a Dios la función de promotor de su discurso.

Los títulos

Parece que Teresa no había dado ningún título a su manuscrito. Era en cambio primordial que lo firmara ya que su testimonio (en realidad su confesión) estaba expresamente encargado. En una carta de 1581, menciona ella El Libro de las misericordias de Dios para evocar su relato autobiográfico. Es notable que nunca busque protagonismo; el protagonista principal de su relato no es ella sino Aquél que conduce su alma. La autora firma su manuscrito; la narradora lleva con destreza su discurso, centrándose en el « yo » para elaborarlo de manera compleja; en cuanto al personaje – o sea, la Teresa que actúa – sólo desea permanecer en un segundo plano. El título actual, Libro de la vida, que relaciona discretamente el texto con la autobiografía, no es de Teresa: fue elegido por Luis de León en el momento de publicar las obras de la monja en Salamanca en 1588, seis años después de muerta. Durante veinte años, el manuscrito fue sometido a la apreciación y comprobación de las autoridades eclesiásticas, ganándose el beneplácito de varios teólogos ilustres como Juan de Ávila; al morir Teresa, circularon copias, después que Ana de Jesús, fundadora y priora del Carmelo de Granada en aquel entonces, recuperara el manuscrito para conservarlo a salvo. Fue necesaria toda la tenacidad de Luis de León parar acabar con la duda persistente de heterodoxia. El título que escogió éste es ambivalente ya que toma prestada una expresión del Nuevo Testamento que aparece en la “Epístola a los Filipenses” (4: 3) y repetidas veces en el “Apocalipsis” (13:8; 20:12 ; 21:27) : el “libro de la vida” es espiritual, allí están registrados los nombres de los fieles que pueden aspirar a la vida eterna. De hecho, el Libro de la vida teresiano es tangencialmente autobiográfico: ni ella, ni sus confesores, ni todos cuantos le prestaron apoyo, ni tampoco sus detractores, ven en ese texto el relato de su vida, sino un relato de vida que debe ser ejemplar y aleccionador, siendo el meollo aquel tratado de oración que ha de servir de guía espiritual para las carmelitas. Varios biógrafos, especialistas teresianos, subrayaron a este respecto cuan deficiente parecía ser su memoria cuando escribía; en efecto hay muchas inexactitudes e imprecisiones en el texto. Pero se intuye que para Teresa de Ávila, lo que está en juego es otro tipo de verdad, una verdad dogmática.

El titulo que escogió Julia Kristeva es por lo menos límpido: expone conjuntamente el tema y la fascinación. También es transparente en la misma formulación la alusión a la película de Alain Resnais, Hiroshima mon amour, cuyos guión y diálogos son de Marguerite Duras. Así se alude de entrada a aquella “ausente” cuyo nombre aparece en otra parte, en el texto, aquí y allá, de manera anecdótica: Hiroshima mon amour denotaba una fascinación morbosa; Thérèse mon amour declara una pasión luminosa.

Cabe decir que la figura de Marguerite Duras está en el extremo opuesto y exacto de Teresa de Ávila, situándose aquella autora en el pensamiento de Julia Kristeva como un contrapunto necesario. Lo más sorprendente es que Marguerite Duras, además de los detalles anecdóticos ya mencionados, se insinúa en la escritura a la vuelta de una sintáxis durasiana muy reconocible. Basta con leer esta pregunta que se hace en Teresa, amor mío: “¿O acaso es [Teresa] una novelista que teje las intrigas amorosas, forzosamente amorosas, del sujeto místico?” (Kristeva, 2015: 30). La frase se construye a base de la misma ambivalencia formal que el título, en el momento de interrogar el texto. En Sol negro, donde estudia Kristeva la enfermedad del dolor en los textos de Duras, habla, a propósito de su estilo apocalíptico, de “goce del dolor” (Kristeva, 2017: 265), de “contemplación cómplice, voluptuosa, hechizada, de la muerte” (Kristeva, 2017: 255-256), de “rapto sin placer” (Kristeva, 2017: 263). Hasta en el vocabulario usado se observa de qué modo ambas figuras femeninas se construyen para Kristeva como el revés la una de la otra.

Acerca de Teresa, respecto a quien Duras es como un nadir, Julia Kristeva afirma así que “el tormento es una beatitud, y aquella amalgama de placer y de dolor autoerótico es un goce espiritual” (Kristeva, 2009: s/p, la traducción es nuestra).

Los nombres

Para concluir este juego de espejos, hace falta evocar la cuestión de los nombres. Se puede pensar que Sylvia Leclercq, el doble de Julia Kristeva, le da la oportunidad de usar un nombre ficticio que funcionaría como un seudónimo que la protegiese de posibles críticas de gente que se reconociera en su relato. Pero, ¿para qué, cuando se trata de una Julia Kristeva que escribe un relato de carácter autobiográfico, además tan evidente? Prefiero pensar que sus creaciones y cambios onomásticos tienen que ver más bien con la significación del relato.

Si, como nos invita a hacerlo Philippe Lejeune, colocamos el nombre en el centro del relato autobiográfico, debemos considerar los juegos analógicos que lo motivan como elementos particularmente significantes del mismo relato. Veamos primero cómo Philippe Lejeune define lo que es un seudónimo:

Un seudónimo es un nombre, diferente al del estado civil, del que se sirve una persona real para publicar todos o parte de sus escritos. El seudónimo es un nombre de autor. No es exactamente un nombre falso, sino un nombre de pluma. Un segundo nombre, de la misma manera que una religiosa toma otro nombre cuando se ordena.” (Lejeune, 1994: 62).

Teresa de Jesús, o de Ávila, son como seudónimos de Teresa de Cepeda y Ahumada, que ingresa en el Carmelo y en la escritura. Cuando Julia Kristeva ingresa en la literatura para “tratar de domar la fe amorosa de Teresa” (Nerson, 2008: s/p) inventa una narradora-doble con un nombre ficticio, un seudónimo al revés o falso seudónimo, que encubre apenas cuanto remite en su narración a la pura invención. Lo que sí revelan en cambio el nombre ficticio y el juego especular en Teresa amor mío, es que la experiencia mística de Teresa está contada a través del prisma de su experiencia analítica.

En virtud de la capacidad de las palabras para crear sentido por su significante, hace falta escuchar cómo suenan los nombres. No sólo habla el autor en su nombre, sino que habla por dentro de su nombre. Cuando comenta Julia Kristeva (quien lo hace en realidad es Sylvia Leclercq) que los apellidos Cepeda de Ahumada son los de antepasados cristianos viejos de Teresa, y cómo se rechazó el patronímico Sánchez, ve en ellos “una construcción onomástica [que] marca con su impronta al sujeto que la arrostra” (Kristeva, 2015: 25). En cuanto a la elección del nombre Teresa, así la relata Marcelle Auclair al iniciar su biografía de Teresa de Ávila:

“La niña recibió el nombre de Teresa, seguramente en recuerdo de dos de sus abuelas: su bisabuela paterna, Teresa Sánchez, y su abuela paterna, Doña Teresa de las Cuevas.” (Auclair, 1981: 5)

Recurrir a nombres de los antepasados es muy común, una manera de instalar al recién nacido en una historia familiar y una continuidad afectiva. Lo que ve Kristeva es distinto, y se vale de otro tipo de motivación lingüística, cuando comenta más abajo la estructura del imaginario teresiano, que se edifica según ella alrededor del motivo acuático. Vuelve entonces a comentar el nombre Teresa:

El agua es, para la monja, el vínculo del alma con lo divino: el vínculo amoroso que los pone en contacto. Brotando del exterior o del interior, activa o pasiva, o ni una ni otra, y sin confundirse con la labor del hortelano, el agua trasciende la tierra de la que procede y en la que cae. Yo, tierra, dice Teresa (tierra-terra-Teresa), solo llego a ser huerto por el contacto de un medio vivificante, el agua, que brota de mis entrañas para llegar a la superficie …” (Kristeva, 2015: 97)

Y ésa es la clave: en esta parte titulada “Comprender por la ficción” Julia Kristeva implementa un pensamiento analógico (muy lacaniano) para legitimar su relato mediante parecidos lingüísticos formales: Tierra-Teresa. El relato es, como lo dijimos, un espejo analítico. Julia Kristeva es atea, y el nombre mismo de Cristo que salta a la vista en su propio nombre no puede, por eso, ser programático, o por lo menos no puede serlo burdamente en una mera relación de adhesión. ¿Quién sabe? Acaso por deshacerse de aquella relación motivante del nombre propio inventó ella a Sylvia Leclercq; para dedicarse plenamente a su pasión amorosa por una Teresa plenamente dedicada a Cristo. Cuando ve en el proceso de escritura de Teresa una “elucidación de la experiencia” Julia Kristeva no hace otra cosa: en el proceso de elucidación analítica que emprende, Sylvia Leclercq, objetivando su pasión en el discurso, se vuelve la que literalmente (según deja adivinar la pronunciación del nombre) la aclara.

Referencias bibliográficas

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El psicoanálisis ante la guerra

Silvia Ons
Psicoanalista
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El psicoanálisis nació antes de la Primera Guerra Mundial, Freud no necesitó de ella para descubrir la importancia de la crueldad. En todo caso la guerra —según le confesó a su amigo holandés Van Eden— confirmó que el psicoanálisis había acertado con su tesis: “Los impulsos primitivos salvajes y malignos de la humanidad no han desaparecido, sino que persisten reprimidos en el inconsciente y esperan la ocasión propicia para desarrollarse” [1].

Freud y la guerra

Freud no vio a la guerra de lejos, ya que ella atravesó su vida: sus tres hijos participaron en las acciones bélicas, durante años su práctica como analista se vio condenada a la ruina y Sophie, la hija favorita, murió a causa de su vulnerabilidad a la infección provocada por los desastres.

En ninguna otra contienda en el mundo hubo una matanza semejante a la de Verdún entre los años 1914-1918. Su valor traumático se recorta aún más si se piensa en su acontecer luego de lo que se llamó el siglo de las delicias y también du grand ennui, del gran aburrimiento, del gran tedio y de la gran prosperidad de la clase media.

Hubo antes otras guerras que mostraron, sin duda, horrores difíciles de soportar, pero ninguna de ellas fue más mortífera y sangrienta, anticipando así al estilo de las que le siguieron.

Freud [2] apela a diferenciarla de las guerras en la antigua Grecia en las que los griegos habían prohibido asolar las ciudades pertenecientes a la Confederación, talar sus olivares o cortarles el agua. Se respetaba al herido que abandonaba la lucha y al médico y al enfermero dedicado a la curación. Se consideraba a la población no beligerante, es decir, a las mujeres y los niños. Se preservaban las empresas e instituciones internacionales que habían encarnado la comunidad cultural de los tiempos pacíficos.

Mientras que la guerra de los albores del siglo XX fue mucho más brutal que las de otrora, el perfeccionamiento de las armas le dio más potencia de fuego y no tuvo miramiento por ningún linde, fue cruel, enconada y sin cuartel. Infringió todas las limitaciones a las que los pueblos se obligaron en épocas de paz, no reconoció privilegios ni en herido ni el médico no admitió la diferencia entre los núcleos combatientes y pacíficos, de la población. Derribó, en definitiva, con ciega cólera todo lo que salió al paso, como si después de ella no hubiese futuro. Las atrocidades de la primera guerra mundial marcaron no solo la vida de Freud, sino a su propia teoría.

Si bien el poder de la agresión no había sido un secreto antes de 1914, la guerra sella el descubrimiento de la pulsión de muerte. Ningún descubrimiento freudiano fue más rechazado por los propios analistas que el concepto de pulsión de muerte. Incluso después de la segunda guerra mundial, ellos no le daban crédito, considerándola una noción biológica, cuando en realidad la biología no conoce nada de ella.

Sabina Spielrein

Es incluso el propio Freud quien tardó en asimilar la idea, cuando le fue propuesta por la analista rusa Sabina Spielrein. Antes de ser médica dedicada al psicoanálisis, ella había sido paciente y amante de Jung [3]. Joven histérica, vive el desgarro producido por una pasión tormentosa con el que, además de ser su terapeuta, era un hombre casado que no abandonaría jamás a su esposa.

No pudiendo tener con él al hijo anhelado, escribirá un trabajo sobre la destrucción como causa del devenir, que anticipa el descubrimiento freudiano. Interesa destacar de qué modo el concepto de pulsión de muerte fue enunciado por vez primera por una mujer a partir del estrago de una relación amorosa, mostrando, hasta qué punto esa dimensión está presente no solo en la guerra.

El Leviatán de Thomas Hobbes 

Hoy en día, muchos psicoanalistas tienden a reducir la guerra a la pulsión de muerte, cuando en realidad Freud toma a la guerra —desde la clínica— para reformular el trauma y la pulsión pero, según pienso, no explica a la guerra por la pulsión sino por la manera en la que la cultura trata a la pulsión.

En principio su posición es semejante a la de Thomas Hobbes: “El hombre es el lobo del hombre” (homo hominis, lupus). Recordemos que, ya en los albores de la modernidad, este filósofo había creado el concepto de “contrato social” para refrenar tal impulsividad que hace de la sociedad humana una formación de individuos dominados la por ambición de mando y de dominio.

En el Leviatán [4] (1651) describe que “en su estado natural todos los hombres tienen el deseo y la voluntad de causar daño” de modo que hay —cuando menos en principio— una constante «guerra de todos contra todos” (bellum omnium contra omnes). El fin de dicho estado y con él las condiciones para que pueda existir una sociedad, surge mediante un pacto por el cual cesan las hostilidades y los sujetos delegan sus derechos, tal renuncia permite el establecimiento de una autoridad que está por encima de ellos, pero en la cual se sienten identificados.

Eric Laurent y Rusell

Sin embargo, como dice Eric Laurent [5], la cuestión es saber si el surgimiento del Estado elimina la presencia de la muerte. La esperanza de los racionalistas del siglo XVIII –como Condorcet–  ha sido desmentida por los hechos. La guerra, afirma Freud, trajo consigo una terrible decepción ya que ella muestra que el progreso de la civilización no ha moderado la violencia y tampoco ha ayudado para que ella se encauce hacia otros destinos. Por el contrario, el progreso tecnológico la dota de armas cada vez más poderosas, incrementando así sus alcances. Ya hace más de 40 años, Rusell se preguntaba si el hombre de la generación tecnológica no estaba condenado a desaparecer.

Lacan

En esa misma época, Lacan predijo que “nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación”. Conocemos estos procesos: la segregación de los judíos, de los negros, de los árabes, de los armenios, de los “bolitas”, de los chinos, para solo nombrar algunas de sus tantas figuras. Ahora la segregación se ejerce ya ni siquiera respecto a una clase, bajo el nombre de “gente tóxica” todo el mundo podría ser afectado. Claro que el dedo del acusador se cree “inocente” y nunca responsable, la culpa es la del otro.

Freud no creería jamás en esa inocencia. Y se pregunta qué hace la cultura frente a las inclinaciones del hombre. Se podría suponer que las malas inclinaciones del hombre le son desarraigadas y, bajo la influencia de la educación y del medio cultural, son sustituidas por inclinaciones a hacer el bien. Sorprende entonces que en los así educados, la maldad aflore con tanta violencia.

Freud explica este fenómeno con el argumento de que la cultura fuerza a sus miembros a un distanciamiento cada vez mayor respecto de sus disposiciones pulsionales. Y Freud no duda en llamar hipócrita a quien reacciona siempre de acuerdo a preceptos que no son la expresión de sus inclinaciones. Entonces, si los pueblos, los individuos rectores de la humanidad y los Estados abandonan las restricciones éticas en época de guerra, ello obedece para Freud a la incitación a sustraerse de la presión continua de la cultura, dándole satisfacción a las pulsiones refrenadas.

Respuesta a Einstein

Sin embargo, en la respuesta que le da a Einstein en su artículo “Por qué la guerra”, Freud concluye que “todo lo que promueva el desarrollo de la cultura, trabaja también contra la guerra” [6]. Hay entonces culturas que, rechazando la dimensión pulsional, hacen que ella se acreciente llevando a la guerra, y otras que posibilitarían un destino pulsional diferente, que trabajaría “contra la guerra”.

Es muy interesante la manera en la que Einstein [7] diferencia cultura de “intelectualidad”, diciendo que no estarían más expuestas al odio y a la destructividad las masas iletradas. Y afirma que, por el contario, es muchas veces la llamada “intelectualidad” la más proclive a las desastrosas sugestiones colectivas, ya que el intelectual ha perdido contacto con la vida.

Es importante recordar que la fiebre bélica patriótica había atacado a novelistas, teólogos, poetas e historiadores. El poeta alemán María Rilke celebró el estallido de las hostilidades con los “Cinco cantos” en los que veía al increíble Dios de la guerra. S. Zweig, más tarde pacifista, tuvo sin embargo posturas militares los primeros días de la guerra.

Thomas Mann la vinculaba con la purificación, de la cual nacía la esperanza [8] y Freud mismo experimentó al comienzo cierta credulidad partidista, vivenciando el mismo ese fenómeno de masa que describiría en “Psicología de las masas y análisis del yo” [9]. En el grupo, dice en este trabajo, se borra lo diverso apareciendo lo uniforme, prevalece la identificación al líder y hay una inhibición colectiva de la función intelectual. Surge un sentimiento de potencia infinita, la multitud influenciable y crédula es proclive a todo tipo de sugestión, que puede arrastrarla a las mayores atrocidades.

Freud plantea que la masa se funda en lazos homosexuales y toma como ejemplo de masas artificiales a la iglesia y al ejército, lugares de exclusión de lo femenino. La guerra se apoya siempre en certidumbres: la de la raza —es decir la sangre—, la nacionalidad —es decir la madre tierra—, y la religión –es decir la creencia–, como certezas apoyadas en la exclusión de lo diferente. La guerra va dirigida a lo semejante en lo que tiene de diferente y a lo que de semejante —ignorado en el sujeto— tiene el diferente.

Dice Freud: “El amor a la mujer rompe los lazos colectivos de la raza, la nacionalidad y la clase social y lleva así una importantísima labor de civilización”. [10] Ruptura pues de las razones que han motivado toda guerra. Tal amor representa la posibilidad de alojar lo diverso en lugar de segregarlo como hostil y como enemigo.

Se podría decir que la mujer encarna no sólo lo heterogéneo del otro, sino lo otro del sujeto que le es ajeno. Son los preceptos universalizantes, las prescripciones válidas para todos, lo monotonoteista de la religión –según una feliz expresión acuñada por Nietzsche– quienes siempre rechazan lo diverso. Lo diverso que es el otro y lo diverso en uno mismo. Ser pacifista es poder atravesar las lógicas binarias que siempre dibujan la cartografía del amigo-enemigo. Lacan apeló a la topología con el afán de superar ese pensamiento dicotómico, vecino de la guerra y del conflicto.

Notas

[1] Freud, S., “Carta al Dr. F Van Eeden”.Obras completas, trad. José Etcheverry, Amorrortu Editores T XIV Bs. As, 1984, p. 302.

[2] Freud, S., “De guerra y muerte, temas de actualidad”, opt. cit. T XIV, 1990. pp. 278-280.

[3] Richebacher, A., Sabine Spielrein de Jung a Freud, trad. Luciano elizaincin, Bs. As., 2008, el cuenco de plata, 2008.

[4] Hobbes,T., Leviatán, en FERNÁNDEZ PARDO, C. A. (comp.) (1977): Teoría política y modernidad, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.

[5] Laurent, E. , “ Los Jobs del nuevo Hobbes”, trad, Florencia Dassen, Ciudades analíticas, Bs. As., 2004, Tres Haches, pp.171-176.

[6] Freud, S., “¿Por qué la guerra?”, op.cit., p.185.

[7] Einstein, A., Carta a Freud, 30-7-1932, en ¿Porqué la guerra?”, Obras completasopt. cit. p 185.

[8] Jones, E., Vida y obra de Sigmund Freud “ Los años de la guerra” Paidós, Bs. As, 1976

[9] Freud, S., Psicología de las masa y análisis del yo ”, op.cit ,TXVIII , Bs. As 1976, p 134

[10] Freud, S.,”Psicología de las ….”, p.134

Por gentileza de Página12

 

Hablemos de psicoanálisis | Una breve introducción

Marcelo Colussi
Psicólogo, filósofo, escritor y politólogo
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Psicoanálisis: una nueva visión del sujeto

El psicoanálisis sigue siendo muy poco conocido en Guatemala, y menos aún: apreciado. Son más los prejuicios que pesan sobre él que lo que verdaderamente se le estudia con profundidad. Sin conocerlo, o conociéndolo solo en forma muy parcial, se lo ve como pansexualista, psicología individualista que prescinde de lo social, tratamiento excesivamente largo y costoso, necesitado de un alto nivel intelectual de quien consulta, inaplicable en ciertos contextos (rurales, por ejemplo), teoría europea distanciada de la cultura propia del país, creador de una enfermiza dependencia entre analista y analizado, y otras consideraciones por el estilo, todas totalmente cuestionables, falta del más mínimo rigor científico. Todo ello habla de un gran desconocimiento de qué significa, en realidad, el psicoanálisis. Seguramente, habla también del miedo que produce su descubrimiento: que no somos tan autosuficientes como el sentido común nos dice.

¿Qué es exactamente? Es un cuerpo teórico muy bien articulado, con más de un siglo de desarrollo, que tiene como concepto básico el inconsciente. Es un saber perteneciente al campo de las ciencias sociales, inaugurado por el médico austríaco Sigmund Freud (1856-1939), quien irrumpió subversivamente a inicios del siglo XX en el ámbito de lo “psicológico”, rompiendo una visión biologista del ser humano y de su esfera psíquica, cuestionando principios ancestrales de la tradición filosófica occidental, de la visión aristotélico-tomista de nuestro sentido común, formulando así una demoledora crítica de la noción de normalidad.

Freud, en 1922, lo definió así:

A) Un método de investigación que consiste esencialmente en evidenciar la significación inconsciente de las palabras, actos, producciones imaginarias (sueños, fantasías, delirios) de un individuo. Este método se basa principalmente en las asociaciones libres del sujeto, que garantizan la validez de la interpretación. La interpretación psicoanalítica puede extenderse también a producciones humanas para las que no se dispone de asociaciones libres.

B) Un método psicoterapéutico basado en esta investigación y caracterizado por la interpretación controlada de la resistencia, de la transferencia y del deseo. En este sentido se utiliza la palabra psicoanálisis como sinónimo de cura psicoanalítica; ejemplo, emprender un psicoanálisis (o un análisis).

C) Un conjunto de teorías psicológicas y psicopatológicas en las que se sistematizan los datos aportados por el método psicoanalítico de investigación y de tratamiento [1].

A partir de los conceptos que Freud legó puede decirse hoy que el psicoanálisis es una práctica social, una técnica de trabajo para abordar una amplia gama de problemas en el ámbito de la clínica psicológica, de la educación, de la cultura, y que sirve para entender fenómenos sociales en un extendido espectro de cuestiones.

El psicoanálisis destrona al ser humano llamado normal, dueño de la verdad racional, de su pretendido sitial de honor. El descubrimiento del inconsciente muestra que no somos exactamente esos seres tan racionales que nos decimos ser, los que decidimos nuestra vida en forma autoconsciente. “Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla” [2], afirma Jacques Lacan (1901-1981) [3], principal seguidor de Freud, y a través de cuya relectura introducimos aquí la obra freudiana [4].

El fundador del psicoanálisis decía que hablar de inconsciente es una de las grandes heridas al narcisismo, al amor propio que todo el mundo tiene. Una de ellas fue el descubrimiento copernicano (Nicolás Copérnico, astrónomo polaco), demostrando que no somos el centro del universo, sino que nuestro planeta es uno más de los que giran en torno al sol. La otra herida la produce Charles Darwin (naturalista inglés) al demostrar que no somos los privilegiados de la creación, sino que somos un elemento más de la cadena natural, producto de una evolución, que no estamos hechos a imagen y semejanza de dios. La idea de inconsciente es un nuevo golpe a esa fantasía de perfección: no decidimos tanto como creíamos, sino que nuestra vida está más bien decidida por una historia subjetiva y social que nos antecede. El marxismo (materialismo histórico), en otros términos y desde otra dimensión epistemológica, muestra también la alienación del sujeto (quien produce la riqueza, el trabajador, está excluido de ella, no es dueño del producto de su trabajo).

No podemos existir solos; el individuo aislado es un imposible, es solo un artificio didáctico para presentar lo humano, sin correlato en lo real. El cadáver en la mesa de disecciones es un “sujeto aislado”; la realidad humana es otra cosa: el Otro está indefectiblemente presente. Los seres humanos no somos “individuos autónomos”; siempre estamos en relación social, pertenecemos a un momento histórico, somos significados por un orden que nos sobredetermina. El mito de Tarzán, un niño criado solo en la selva que, llegado a la adultez, habla y tapa sus órganos genitales con un taparrabos, no es sino eso: mito. Hablar un idioma y ocultar una parte del cuerpo, cosas que hace Tarzán, significa haber sido humanizado. Tal humanización, por cierto, no adviene naturalmente. Es dada por otro. Nos observa Néstor Braunstein al respecto:

“Será un individuo mientras haya quien lo nombre y a través del nombre le asigne un lugar en la diferencia de los sexos y en la sucesión de las generaciones (identificación libidinal sancionada por la cultura) y en la distribución de los lugares de sujeto ideológico y político (identificación civil)” [5].

Soy lo que soy no por producto de una elección propia sino por una historia que nos trasciende y constituye. Por todo ello, el psicoanálisis es subversivo, revolucionario en el campo de las ideas. En ese sentido, es siempre y necesariamente social.

“En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, “el otro”, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado” [6], dirá Freud intentando romper el prejuicio del individualismo de que podría acusarse al psicoanálisis.

Es una confrontación para el sujeto, para su idea de normalidad, para su moral. Por supuesto, siempre hay una moralidad en juego, una ética en tanto tabla de valores, de leyes y principios que organizan la vida. En cualquier sociedad existe siempre un orden simbólico, un código ético, una axiología (que, a veces, se podrá transgredir). Hay un mundo simbólico, códigos sociales a los que debemos entrar.

La inmensa mayoría ingresamos, y a eso le llamamos, en términos de estructura del sujeto: neurosis. Tenemos miedo a decirnos neuróticos, pero en términos estructurales, en cuanto a la construcción del sujeto psicológico que somos, eso es la normalidad: la posibilidad de ingresar al mundo de la ley humana, de los códigos sociales imperantes, siempre con un manejable monto de angustia, algunos síntomas e inhibiciones que no impiden vivir (¿quién no tiene alguna “rareza”?) [7]. Algo se pierde en ese ingreso, algo queda excluido, reprimido (la fantasía que se es todo, que se puede todo); pero gracias a ese pasaje, la gran mayoría de seres humanos participamos del todo social como sujetos adaptados. En otros términos: ingresamos en la Ley.

Quien no ingresa y queda encerrado en su propio mundo, es el psicótico, que vive en la alucinación, en el delirio [8]. Hay un tercer grupo, muy pequeño, que ingresa a medias: por un lado “juega” a ser normal integrado respetando el orden social, legal, y por otro lo viola, lo transgrede sin culpa (los neuróticos tenemos sentimiento de culpa). Eso es lo que llamamos perversión. Valga aclarar que hoy día este término debe entenderse no como sinónimo de algo “maligno” sino como una estructura de personalidad, alguien que se posiciona contra las normas sociales.

La inmensa mayoría entra en los códigos sociales y vive en el medio de esas normas. En otros términos: la normalidad es una cuestión de adaptación –nunca falta de tropiezos e incomodidades– al marco socio-legal vigente, siempre relativo a una época histórica. No hay normalidad en abstracto; lo social es la dimensión de lo humano. “Solo no eres nadie; es preciso que otro te nombre”, decía Bertolt Brecht [9]. Los rasguños y marcas que deja esa incorporación constituyen el inconsciente. En síntesis: el psicoanálisis, distinto a la psiquiatría, no se empecina en clasificar y decidir –casi con valor de policía de la salud mental– quién está sano y quién no. No se empecina, porque esa búsqueda está fallada desde el inicio, pues así lo que se puede lograr es una segmentación de la sociedad entre quienes sí están adaptados y son aptos para reproducirla (cuerdos), y entre quienes la desconocen, o caminan en su borde (a-normales). El raro, el que no repite los códigos dominantes, es el “loco”, y la psiquiatría lo segrega mandándolo al manicomio, reduciéndolo con electrochoques, con medicación (hoy se habla de “chaleco químico”, sucedáneo del chaleco de fuerza de otras épocas). O dándole “buenos consejos” (lo que también hace la psicología llamada “positiva”). El psicoanálisis, por el contrario, sin etiquetar a nadie, privilegia la palabra, escucha las “rarezas”, con lo que ayuda a procesarlas y resolverlas.

“El neurótico es un enfermo que se trata con la palabra, sobre todo con la suya. Debe hablar, contar, explicar él mismo. Freud lo define así: “asunción de parte del sujeto de su propia historia, en la medida en que ella está constituida por la palabra dirigida a otro”. El psicoanalista no tiene más remedio que ser el rey de la palabra. Freud explicaba que el inconsciente no es tanto profundo sino más bien que es inaccesible a la profundización consciente. Y decía también que en ese inconsciente “Ello habla”: un sujeto en el sujeto trascendiendo al sujeto. La palabra es la gran fuerza del psicoanálisis” [10].

En psicoanálisis no se parte de una defensa de lo normal, de lo que debe ser, de lo “correcto” (¿lo sano?). No es, en absoluto, una técnica de readaptación, una prótesis para “andar adecuadamente”. Su ejercicio representa una pregunta abierta a la ética dominante, por eso es tan molesto, tan “insoportable”. Por eso, entonces, todos estos prejuicios antes mencionados que intentan menoscabarlo, despreciarlo. La sociedad “normal” no desea que se le muestren sus flaquezas; es más fácil sentirse siempre “sano”, absolutos dueños y dominadores de nosotros mismos, aunque sea mintiéndonos. El psicoanálisis muestra esas flaquezas, para que nos hagamos cargo de ellas.

La idea de normalidad siempre está ante la posibilidad de fracasar, de quebrarse; es una cuestión de adaptación a una “mentira” oficializada, legalizada, aceptada como dominante. Para trabajar con el sufrimiento humano, con los síntomas que pueden llegar a una consulta, la idea de “normal” o “enfermo” no son el mejor punto de partida; en todo caso, son cuestionables. Y el psicoanálisis cuestiona. En realidad, constituye una invitación a que cada quien se pueda conocer, que haga consciente sus contenidos inconscientes encontrándole sentido a su sufrimiento, para modificarlo. Hablar de “sanos” y “enfermos” es una manera de mantener un ejercicio de poder, donde el que no entra en la norma, el que la cuestiona, el que la subvierte de algún modo (el psicótico delirante, el transgresor, alguien perteneciente a la diversidad sexual, cualquier “locura”, extravagancia o contravención) es descartable.

De algún modo, la angustia cuestiona. Es una pregunta abierta que la medicina tradicional o el sentido común no puede responder, ante la cual no hay palabras. Pero “la angustia”, según Lacan, “es lo único que no engaña”, y es ella la que muestra que siempre existe un malestar intrínseco en lo humano. “La neurosis es el precio a pagar por la civilización”, dirá Freud. Por lo pronto, una sopesada obra de su senectud, de 1930, donde plantea la dinámica social, la forma en que se desarrolla la civilización, es justamente “El malestar en la cultura”.

La psicología positiva, la psicología de la felicidad, busca la adaptación y el “final feliz” (película de Hollywood). El psicoanálisis, por el contrario, es una pregunta crítica a la normalidad, para demostrar lo cuestionable que hay siempre en los ejercicios de poder. Resumámoslo con esta provocativa pregunta de ejemplo: ¿por qué se establece la hetero-normatividad como paradigma? No existe una respuesta enteramente biológica, porque lo “instintivo-natural” está fallado/subvertido/trastocado; en todo caso, lo que se intenta mostrar es que las construcciones humanas son eso: construcciones. Por tanto, son cambiantes, históricas, producto de factores humanos y no biológicos, eternos. Mucho menos, designios divinos. Hablando podemos curarnos de los malestares psíquicos; con psicofarmacología, los tapamos, los diferimos.

En muchos países latinoamericanos, y sin dudas también en Guatemala, el psicoanálisis todavía sigue siendo mala palabra, asusta. Lo vemos en la forma en que se lo considera, y en la que se lo enseña. Por lo pronto, casi no está en los planes de estudio de ninguna universidad. Los estudiantes de psicología lo ven muy de pasada, en un semestre, en dos exagerando. En general se lo estudia poco, y mal. Existen unos pocos, muy contados centros extra universitarios donde circula su teoría, pero no tienen mayor incidencia en la formación y práctica del gremio psi (psicólogas/os y psiquiatras). Lo que prima en general en el ámbito de la salud mental, además de la psiquiatría biomédica que inunda de psicofármacos, es una psicología que no pone el acento en la dimensión inconsciente, más cercana a ideas que se alejan del campo freudiano: autoayuda, resiliencia, autoestima, superación personal.

Existe una visión bastante deformada de los conceptos psicoanalíticos; se los conoce a través de manuales de difusión, tomando el psicoanálisis como una escuela psicológica más. Se tiene de él una versión biologista, y en muy raras ocasiones, o más bien nunca, se leen los textos de Freud, menos aún los de Lacan.

Lo que prima en la formación de los psicólogos son los manuales de psiquiatría, las neurociencias, la consejería y las técnicas de readaptación, en general de procedencia estadounidense. No se pone mayor énfasis en la formación social humanística. Tanto Freud como Lacan decían que para formarse como psicoanalistas, además del imprescindible análisis personal, era necesario adentrarse en las humanidades, leer filosofía, conocer historia del arte, historia de las civilizaciones. Ambos, médicos de profesión, recomendaron no tanto el estudio físico-químico de la biología que reciben los estudiantes de medicina sino las “profundidades” de lo “espiritual”. Contrario a eso, un libro de cabecera obligado para los practicantes de la psicología clínica en nuestro ámbito es el Manual de psiquiatría de origen estadounidense, usualmente conocido como DSM [11]. Teniendo en cuenta que la visión no psicoanalítica es lo que más abunda, el psicoanálisis no pasa de ser un rara avis en la academia. Mucho más aún, en la práctica cotidiana de la psicología [12].

Es por eso que en el ámbito psicológico puede encontrarse una muy particular Torre de Babel que da para todo, donde cualquier cosa con el prefijo “psico” pareciera tener ganado su lugar: psicorelajación, consejería, técnicas de autoayuda, coaching, terapia centrada en el cliente, psicología humanista, abordaje cognitivo-conductual, técnicas para “controlar la masturbación”, psicotécnicas metamórficas, relajación tapping-pampering asociadas a psico-caricias activas, selección de personal en empresas para devenirlo nuevos y eficientes “colaboradores” y no quejosos trabajadores, psicoyoga, terapia familiar sistémica, reiki, thai chi chuan, aromaterapia, hipnosis, abordaje gestáltico, dinámica de grupos, constelaciones familiares, psicoenergética …. A lo que debería agregarse: psicología educativa, psicología organizacional, psicología de la publicidad, psicología social-comunitaria, tests de inteligencia, tests de personalidad, ¿también polígrafos? No son pocas las intervenciones donde psicólogas/os oran y leen la Biblia con sus pacientes. ¿Dónde queda lo científico entonces?

De ese modo, el gremio psicológico, como parte de ese capítulo siempre problemático de la llamada “salud mental”, está bastante constreñido a ser el “pariente pobre”. “¿Qué hace usted si recibe un paciente psicótico?”, se le pregunta a un estudiante de psicología en un examen. “Lo refiero a un psiquiatra”. Pareciera que los profesionales psicólogos/as pueden hacer tests, dinámicas, dar consejos… ¿y dejar los casos graves para quienes “sí saben”?

A partir de esa formación académica -algo difusa, donde falta una teoría sólida que enmarque las acciones, donde el sentido común descriptivo es lo dominante-, el psicoanálisis, casi denostándolo, no está incorporado en el tejido social. La población sigue emparentando ir al psicólogo con estar loco, con todos los temores y fantasías que allí se juegan. Al psicoanálisis se lo sigue viendo como algo raro, distante de la gente, como un exótico producto intelectual reservado a minorías. A lo que se suman los otros prejuicios arriba mencionados, obviando lo fundamental: el psicoanálisis es una teoría del sujeto, a partir del concepto de inconsciente, que sirve para transformar el sufrimiento, para mejorar la condición humana, que abre puertas rompiendo tabúes e hipocresías y nos permite construir sujetos más sanos.

El inconsciente y sus formaciones

“Inconsciente” es el concepto principal de toda la teoría psicoanalítica. Con él se sintetiza el sentido del descubrimiento freudiano. ¿Qué es el inconsciente? Es un escenario, un ámbito simbólico que explica lo que el sentido común o la psiquiatría no pueden explicar. La preocupación del psicoanálisis no es, en absoluto, la localización física de ese inconsciente; eso, en todo caso, será preocupación de la neurología. Lo que importa psicoanalíticamente son los efectos de ese ámbito. Esos efectos, que llamamos formaciones del inconsciente, son ciertas cosas que dejan sorprendidos al sentido común, a la medicina, a la filosofía. Ahí tenemos los sueños, los actos fallidos, los chistes y -lo más importante para la dimensión clínica- los síntomas psicológicos.

¿Por qué soñamos? ¿Qué significan los sueños? ¿Por qué a veces nos equivocamos cuando hablamos, olvidamos un nombre, una fecha? Así funciona nuestro aparato psíquico para producir un síntoma: ¿por qué en un determinado momento, sin ninguna afección orgánica, un varón joven está impotente, o una mujer resulta frígida? ¿Por qué se produce un tic, o un delirio? ¿Por qué tenemos los rasgos de carácter que tenemos?: unos son especialmente ansiosos, meticulosos, obsesivos, mientras que otros son despreocupados, o parranderos a

morir. ¿Por qué sucede todo eso? ¿Por qué nos angustiamos? ¿Por qué alguien se suicida, o es alcohólico? ¿Por qué alguien es heterosexual y otro, digamos su hermano criado en el mismo hogar, homosexual? ¿Por qué hay quien llega a los cuarenta años y nunca tuvo una relación sexo-genital, mientras otra persona es promiscua, y otra hace votos de castidad como religiosa o religioso? Cualquiera de esas expresiones: el síntoma, el acto fallido cuando hablamos o leemos, el sueño, el chiste, no puede entenderse desde el sentido común, desde una visión biomédica tradicional. Es ahí donde entra el inconsciente.

Según nuestra larga tradición filosófica de cuño aristotélico-tomista, fundamento del sentido común cotidiano, somos seres racionales. Dicho de otro modo: somos los dueños de nuestro destino, el conflicto es un cuerpo extraño en nuestras vidas y cada uno de nosotros decide por dónde va. La idea de inconsciente viene a romper esa ilusión: “No somos dueños en nuestra propia casa”, dirá Freud. Asimilar eso es muy cuesta arriba; preferimos quedarnos con la ilusión de ser dueños de nuestro destino.

La experiencia clínica, y el análisis de infinidad de fenómenos cotidianos, nos lo confirma. Freud justamente empezó mostrando su descubrimiento del inconsciente no desde la experiencia clínica, desde la “enfermedad mental”, sino desde la normalidad cotidiana: los sueños (su principal obra es “La interpretación de los sueños”, de 1900), los actos fallidos (lo muestra con un texto genial que es la “Psicopatología de la vida cotidiana”, de 1901) y con el análisis de los chistes (“El chiste y su relación con lo inconsciente”, de 1905). El sentido común, la ciencia oficial de su época, que sigue siendo básicamente la que rige hoy día, la ideología dominante centrada en la razón -que es la que sigue primando- no pueden digerir esa verdad. De ahí que se intenta por todos lados minimizar la obra freudiana, denigrarla. El psicoanálisis, en ese sentido, es visto como “afiebrada elucubración” de su creador, una serie de incongruencias supuestamente pansexualistas, algo impráctico para la vida. De ahí que se sigue poniendo la razón, la voluntad, como el centro de nuestra vida anímica. La consciencia, de la que supuestamente somos dueños, sigue estando por arriba de todo: por debajo estarían esas cosas “pecaminosas”, incomprensibles, esos productos de desecho que serían el inconsciente, emparentado con lo demoníaco. Resuenan ahí las reminiscencias platónicas de un alma racional centrada en la cabeza, círculo perfecto, lo más cercano al sublime mundo de las ideas, versus un alma concupiscente, ubicada por debajo del diafragma, donde estarían los “bajos instintos”, decadentes, lo menos divino del ser humano.

Por eso en psicoanálisis no se habla de “subconsciente”, porque esos contenidos que no dominamos conscientemente (que se muestran en el sueño, en el lapsus, en los síntomas), no están ni arriba ni abajo, no son “sub”. Simplemente son parte de nuestra vida. ¿Por qué tenemos una determinada identidad sexual? No es una decisión voluntaria. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Todos sabemos, por ejemplo, que fumar puede ocasionar cáncer de pulmón, pero una amplia mayoría sigue fumando. Desde la idea de razón, de voluntad, de consciencia, aquellos comportamientos no se pueden explicar; se termina apelando a un puro ejercicio de poder regañando (criminalizando) al portador de los mismos. Se habla desde una pretendida normalidad, y lo sub se ve siempre como un producto marginal. De igual modo, esa visión racionalista no puede explicar el sueño, el olvido o la ansiedad, cualquier fobia, el delirio persecutorio de un paranoico o la alucinación de un esquizofrénico. Para entender esos fenómenos -y para poder operar sobre ellos- es que surgió el concepto de inconsciente. Y a partir de él, toda la práctica psicoanalítica.

El inconsciente freudiano es algo novedoso en el campo de los conceptos. De “inconsciente” ya se había hablado con anterioridad: el jurista escocés Henry Home Kames lo empleó por vez primera en 1751. En la Alemania decimonónica varios filósofos lo mencionan (Schelling, von Hartmann, Nietzsche, Schopenhauer), pero siempre en la línea de algo irracional, el lado oscuro de lo humano, casi lo demoníaco. Freud dará un giro a esto: el inconsciente tiene una lógica muy particular, ahí está siempre en la vida humana como producto de cada historia personal. No está en ningún lugar físico; está en la historia, en las palabras que dan cuenta de esa historia. Es algo dinámico, no debe entendérselo al modo de una “cosa”, un órgano, un elemento establecido; es continua producción. El inconsciente se expresa, habla. Por eso es tan importante, vital, definitorio de la práctica psicoanalítica, escucharlo.

Con esta idea, que toma su mayoría de edad en 1900 con la aparición de “La interpretación de los sueños”, Freud produce un salto fenomenal en la comprensión de lo humano. No solo de lo que la medicina y la psiquiatría llaman “enfermedad mental” sino en el sujeto, en su cotidianidad: todos somos productos de una historia que no elegimos. Esa historia, inconsciente, habla, se expresa. Por tanto, hay que saber escucharla.

Freud, formado en la biología mecanicista de su época, en el clima positivista de finales del siglo XIX, necesita generar un marco teórico nuevo para dar cuenta de lo que va descubriendo. De ahí que apela a una “mitología conceptual” novedosa, tal como él mismo la llama. Conceptos que rompen epistemológicamente con un pasado centrado en el racionalismo, imbuido de un profundo biologismo impulsado por ese espíritu del positivismo finisecular. Estudiar psicoanálisis es sumergirse en esa nueva lógica.

El aparato psíquico, formulado para “hacer inteligible la complicación del funcionamiento psíquico”, tiene un funcionamiento especial. En el Capítulo VII de “La interpretación de los sueños”: La Psicología de los procesos oníricos, aparece su estructura. Freud, en lo que llamará su primera tópica (teoría de los lugares), habla de tres instancias: inconsciente, pre-consciente y consciente. Los contenidos del inconsciente están reprimidos, y solo llegan a la consciencia de manera deformada. Todas estas formaciones que se mencionaban: sueños, actos fallidos, chistes, síntomas, tienen una misma estructura: expresan un deseo. Sucede que el mismo nunca se muestra de modo claro, está deformado, hay que leerlo adecuadamente, interpretarlo.

En esta formulación se halla un salto cualitativo enorme: en estas “cosas” que se consideraban -y que el sentido común actual, incluso la medicina o la psicología de la consciencia- siguen considerando productos desechables, incomprensibles incluso, Freud encuentra una lógica implacable que expresa el conflicto fundamental que anima al sujeto: un choque entre deseo y defensa. En las “Conferencias de introducción al psicoanálisis” dirá Freud, hablando de los síntomas neuróticos (proceso que se da similarmente en todas las formaciones del inconsciente):

“Son el resultado de un conflicto. (…) Las dos fuerzas separadas se encuentran de nuevo en el síntoma y se reconcilian, por así decirlo, mediante el compromiso que representa la formación de síntomas” [13].

Como se ve, el conflicto ocupa un lugar fundamental en la dinámica psicológica del ser humano, siempre, no solo en la llamada “enfermedad mental”. Esto echa por tierra la noción biológica de homeostasis, de equilibrio. Dicen Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis:

“El psicoanálisis considera el conflicto como constitutivo del ser humano y desde diversos puntos de vista: conflicto entre el deseo y la defensa, conflicto entre los diferentes sistemas o instancias, conflictos entre las pulsiones, conflicto edípico, en el que no solamente se enfrentan deseos contrarios, sino que éstos se enfrentan con lo prohibido” [14].

Pero ¿qué es lo que se desea? Es necesario diferenciar claramente “deseo” de necesidad biológica. El deseo del que habló Freud (Wunsch) y que retomará especialmente Lacan, no se colma con ningún objeto real, como sí sucede con las necesidades materiales (aire, alimento, bebida, excreción, abrigo). Es por eso que pasamos la vida deseando, es decir: buscando algo que no sabemos exactamente qué es, que no se colma nunca con algo real, que nos complete, que logre la ilusión de totalidad. Ocurre, sin embargo, que eso no se puede obtener nunca, pues siempre falta algo. La completud absoluta no existe; hay límites. Ese es el conflicto fundacional del sujeto: siempre hay una falta constitutiva. El multimillonario, que ya “lo tiene todo”, ¿para qué sigue buscando más dinero? ¿Por qué existen las relaciones extraconyugales si en el matrimonio se tiene todo? Es más que evidente que nunca se puede “tener todo”. Justamente como siempre hay una falta, vivimos deseando. El deseo es lo que nos mueve a buscar [15].

En esa formulación de nuevas ideas, en esa “mitología conceptual” o “metapsicología”, como la llamó Freud, evocando un pensamiento filosófico16, debió forjar nuevas explicaciones que ni la física ni la química de su momento le proporcionaban. De ese modo concibió conceptos originales, que pudo idear a partir de la clínica, y de la vida cotidiana (recordemos que tan importantes como los síntomas pueden resultar los sueños, los chistes o los actos fallidos).

En las formaciones del inconsciente, tomando como modelo de ellas el sueño, se asiste a un contenido manifiesto (lo que el soñante relata ya despierto) y las ideas latentes (el contenido que devela el análisis). Se da esa deformación debido a la censura que hace que ciertos contenidos, moralmente inaceptables, queden reprimidos. En ese sentido, dirá Freud en “La interpretación de los sueños”: “el sueño es la realización disfrazada de un deseo reprimido”. O sea que las formaciones del inconsciente constituyen una formación de compromiso entre un deseo y una defensa contra el mismo. En otros términos -cosa incomprensible para el sentido común y para la medicina- en el síntoma psicológico hay un nivel de satisfacción. Satisfacción encubierta, por cierto, que al mismo tiempo conlleva una carga de angustia. Ahí se abre una nueva y subversiva visión del sujeto: en eso que nos hace sufrir también hay un nivel de goce. La racionalidad consciente queda absorta ante esto.

En esta primera tópica Freud distingue entre proceso primario y proceso secundario. Este último es el modo de funcionamiento del sistema preconsciente-consciente, en tanto el proceso primario es propio de lo inconsciente. Allí aparece una nueva lógica; ya no estamos ante ese campo de algún modo tenebroso e irracional del inconsciente pre-freudiano, sino que aparecen mecanismos acotados, que Freud presenta de modo impecable. Mientras la consciencia se mueve por medio del principio de realidad, no buscando la satisfacción inmediata sino dando rodeos y adaptándose a las condiciones del mundo externo, en lo inconsciente rige el principio del placer, procurando la consecución de satisfacción en forma inmediata, alucinatoria para el caso, sin contemplar la realidad externa.

Freud, sin conocer los vericuetos de la ciencia lingüística que formularía años después Ferdinand de Saussure, pudo entrever magistralmente cómo funciona ese inconsciente. De ahí que, al hablar de los procesos primarios, elucubró los conceptos de condensación (un elemento determinado condensa en sí varias cadenas asociativas) y desplazamiento (la intensidad de un elemento puede desprenderse del mismo pasando a otros elementos poco intensos, ligados todos por diversas cadenas asociativa). Este modo de actuar de nuestro psiquismo inconsciente permitió años después a Lacan, manejando conceptos tomados de la semiótica, formular su famosa aseveración “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”, asimilando las nociones de condensación y desplazamiento con metáfora y metonimia, las figuras básicas del lenguaje. Esto significa que en el sujeto humano partimos de la supremacía del lenguaje (orden simbólico) como su fundamento, como aquello que lo constituye. Recordemos la cita de Brecht: “Solo no eres nadie; es preciso que otro te nombre”. Ese orden simbólico, que viene de otro, es lo que nos construye, nos instituye en lo que somos.

Freud desarrolla esta idea de inconsciente y va ampliando cada vez más su teorización. En un primer momento todo lo inconsciente se consideraba reprimido. El desarrollo posterior lo llevó a formular, en 1923, lo que se conoce como segunda tópica, contenida en su obra “El Yo y el Ello”. Ahí hablará de tres instancias: Ello, reservorio de las pulsiones; Yo, representante de los intereses de la totalidad de la persona, y Super Yo, instancia crítica, portadora de los principios morales y las prohibiciones sociales. La necesidad de formular esta segunda concepción general del aparato psíquico se debe a que no todo lo inconsciente es reprimido; también hay inconsciente represor. En la segunda tópica el Yo no se corresponde mecánicamente con el consciente/preconsciente y el Ello con el inconsciente. Sin embargo, esta nueva concepción no altera la formulación básica: el sujeto no es enteramente dueño de sus actos. Lo inconsciente siempre habla; la historia personal y la incorporación de ese orden simbólico dado por prohibiciones y una determinada carga moral, nunca deja de expresarse a través de alguna de las formaciones ya mencionadas. El síntoma, por supuesto, es la más notoria.

Sexualidad: instinto y pulsión

Entre algunos de los prejuicios que existen en torno al psicoanálisis, uno sumamente extendido es el que lo ve como un desaforado pansexualismo. En otros términos: se dice que todo se reduce a una explicación sexista, que Freud tenía -y alguna imagen ya famosa así lo pinta- “una mujer desnuda en la cabeza”.

Esta tremenda falacia obliga a definir con precisión qué entendemos por sexualidad. La concepción común sobre el tema, lo que decimos a diario sobre ello, tiene una base de corte biologista. Esa visión domina nuestra forma de entender las cosas: el positivismo del siglo XIX sigue vigente, amén de una consideración moralista que envuelve toda la cuestión. Dicho de otra forma: cuando hablamos de sexualidad humana tenemos a la mano la idea de un instinto que gobernaría nuestros actos: macho y hembra de la especie se buscan para unirse genitalmente y dejar descendencia. Habría así, para esa concepción, un modelo instintivista, biológico, que rige nuestra conducta. Pero en el ámbito humano las cosas no son tan sencillas: nos movemos por algo más que por la necesidad de procreación. ¿Por qué cubrimos los órganos genitales, o tenemos prohibición del incesto? (cosa que a los animales no les ocurre). Ahí está la gran diferencia. Todo lo humano es una construcción, producto de una historia social, cultural. Somos animales civilizados.

Los humanos nos movemos por el deseo, una búsqueda, una fuerza que continuamente nos lleva a buscar algo pero que nunca se termina de conseguir. ¿Por qué hay transgresión? ¿Por qué hay leyes, códigos sociales que reglan nuestra vida? No tenemos un instinto que nos asegura nuestro objeto sexual: el objeto sexual es siempre una búsqueda, y puede ser cualquier cosa: un zapato, un ser humano del sexo opuesto, una parte de ese ser humano, una película pornográfica, un juguete. Esa búsqueda, ese objeto deseado, tiene que ver con el placer, que no se corresponde forzosamente con la necesidad biológica. Por ejemplo: hablamos de monogamia, pero las relaciones extramaritales están a la orden día. ¿Por qué sucede esto? No hay instinto que nos conduzca en forma segura, sino configuraciones sociales, simbólicas, culturales. La unión genital se puede dar con la forma de monogamia, de poligamia, de poliandria, de pareja abierta. El ofrecimiento de trabajo sexual -fundamentalmente dado por mujeres, aunque últimamente también por varones- no lo rige un instinto.

De esa misma manera podríamos decir que se construye todo lo que tiene que ver con la sexualidad, que va de la mano del deseo, de la búsqueda de un objeto simbólico que puede ser cualquier cosa. En la sexualidad humana entra siempre un elemento de incomodidad: ¿por qué tapamos siempre, en cualquier cultura, los órganos genitales? ¿Por qué la sexualidad, al menos en la cultura occidental, está asociada con algo tabú, sucio, pecaminoso? ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de eso, pero nos pasamos la vida haciendo chistes sobre el asunto? ¿Por qué en toda cultura se repiten patrones similares; por ejemplo: esconder los órganos genitales? Definitivamente asistimos ahí a una represión social, moral (pensemos en todos los prejuicios que existen al respecto).

Algo se reprime porque la sexualidad demuestra de un modo evidente la finitud de lo humano. Es por eso que tapamos, que cubrimos los órganos genitales externos que dejan ver esa diferencia, por tanto: el límite. La fantasía de completud, poder ser todo, desfallece ante la realidad sexual anatómica: somos una cosa u otra, machos o hembras, que por un largo proceso civilizatorio nos transformamos en caballeros o damas, o alguna identidad en este complejo marco de lo LGTBIQ+, respetando códigos sociales como el incesto. Ese largo y complejo proceso, nunca falto de dificultades, de tropiezos, de rasguños, da como resultado, por ejemplo, una dama como mamá, y la niña cuando crezca y “tome toda la sopa”, podrá tener su “papacito”, que no es el padre real de carne y hueso. Y el niño podrá llegar a ser, quizá, todo un señor como papá, teniendo su “mamacita” una vez que tome toda la sopa y adquiera los estandartes fijados como normales. Procesos, como sabemos, que nunca están libres de dificultades.

Con todo esto queremos significar que la sexualidad en modo alguno queda explicada por lo biológico. Cualquier juguete sexual, la infidelidad conyugal o los interminables problemas que vienen conexos con esta esfera humana, se articulan con esa compleja construcción que hace de la cría humana un ser adaptado, o no, a su realidad circundante. La carga genética no da cuenta de esos procesos: el voto de castidad ¿es algo natural?, cómo debe ser el matrimonio: ¿monogámico, o privilegiamos el harem, o quizá la pareja abierta, eso que ahora llamamos poliamor?, ¿hasta qué edad decimos que es “normal” la masturbación? Nada de esto lo explica la biología.

Para resumir: la sexualidad es el talón de Aquiles de todos los seres humanos porque muestra de modo más que patente la finitud. Como dijo el psicoanalista francés Jean Laplanche: “el instinto está “pervertido” por lo social”. Cuando hablamos de la sexualidad -y nos pasamos muy buena parte de nuestra vida hablando de eso, haciendo chistes al respecto, y cuando no nos ven, en el baño público también escribiendo sobre esto, siempre en forma de chiste grosero-, cuando hablamos de estos temas, cuando nos referimos a este campo, estamos ante la demostración de nuestra finitud. Por eso nos angustia. El psicoanálisis trata de eso: de la finitud del sujeto humano, de su angustia ante eso, que se expresa con síntomas. La disfunción eréctil masculina o la frigidez femenina, como todo síntoma psicológico, hablan de esa finitud, de la dificultad de lidiar con el ingreso al mundo simbólico, a la cultura.

Freud, para dar cuenta de estos procesos, de esta intrincada realidad que no se corresponde con aquella que explica la biología, utilizó el término alemán Trieb, habitualmente traducido como pulsión. “Concepto límite entre lo somático y lo físico”, como la definió, “representante psíquico de los estímulos procedentes de lo interior del cuerpo”, es parte toral de su aparato conceptual. Se diferencia claramente del instinto, que sería un esquema de comportamiento heredado, propio de una especie animal, que varía poco de un individuo a otro, y que se desarrolla siempre según una secuencia temporal fija, teniendo un objeto y una finalidad invariable. La pulsión, por el contrario, es un proceso dinámico consistente en un impulso, una fuerza, un enérgico deseo (nunca con un objeto específico predeterminado) que hace mover al sujeto.

A lo largo de su obra, Freud mantuvo invariable como un gozne fundamental de la edificación teórica del psicoanálisis la idea de pulsión, siempre en una dualidad fundamental. En un primer momento, la misma enfrentaba pulsiones sexuales a pulsiones de autoconservación. A partir de 1920, con su obra “Más allá del principio de placer”, cuando introduce la noción de compulsión a la repetición, ese dualismo enfrentará a las pulsiones de vida o Eros (que subsumen pulsiones sexuales y de autoconservación) con la pulsión de muerte. Lo cierto es que esa dimensión de fuerza implacable, tal como sería la pulsión, atraviesa todo el discurso psicoanalítico.

La sexualidad, por lo pronto, tiene esa característica de perentoriedad, de excitación que debe descargarse. Pero para el psicoanálisis la misma no queda circunscripta a los órganos genitales, y mucho menos a la procreación, sino que es algo presente ya desde la infancia y ligada a muy distintas zonas erógenas [17]. En tal sentido, la pulsión sexual está compuesta por diversas pulsiones parciales, que desde la niñez tienen distintas fuentes. De ahí que Freud habló de una energía psicosexual básica, la libido, que sería equivalente, respecto al amor, del hambre respecto a la nutrición. Sin establecer fases evolutivas al modo biológico, como etapas determinadas genéticamente y que se continúan mecánicamente, se habla de zonas erógenas oral, anal, fálica, pasando por un período de latencia, hasta llegar al despertar genital en la pubertad.

El placer sexual, por tanto, está ligado como un plus a actividades biológicas en las que se apoya: el chupeteo en la oralidad, la retención en lo anal, el apoderamiento en la musculatura, lo escópico en el ojo. Así, cualquier mucosa, o la piel en su conjunto, pueden terminar siendo una zona excitable, erógena. De esa forma, hay una apoyatura donde –y ahí cobra más sentido lo dicho anteriormente– “el instinto está “pervertido” por la pulsión”. Es decir: sobre funciones biológicas puntuales –alimentación, excreción– se erige una búsqueda de placer que será el molde de la actividad sexual. Por eso la genitalidad adulta es un presunto punto de llegada, pero siempre constituida por la suma de momentos anteriores, donde todo puede valer. Para el psicoanálisis el cuerpo humano, el cuerpo así erogenizado, no guarda correspondencia con el cuerpo anatómico. El fetichismo, por ejemplo, está presente, en diversos grados, en la llamada sexualidad normal. ¿Por qué, si no, excitaría ver pornografía?

Está claro: no hay una sexualidad “normal”. La genitalidad adulta, que puede estar al servicio de la procreación, es producto de una larga evolución dada por la entrada del infante en el mundo de lo social, donde el otro (progenitores, la cultura) es quien nos instituye como sujetos sexuados según los vericuetos de nuestra propia, particular e irrepetible historia. Esa construcción está dada por un nudo fundamental, centro de la humanización: el complejo de Edipo.

Para Freud, y para todos los psicoanalistas posteriores, este momento es crucial en el desarrollo del ser humano, es el complejo nuclear. De acuerdo a cómo se lo procese se determinará la historia subjetiva de cada sujeto. Básicamente consiste en el conjunto de deseos amorosos y hostiles que el infante (varón o mujer) experimenta por sus progenitores. Habría una forma llamada positiva –según el modelo de la tragedia griega de Sófocles “Edipo Rey”– según la cual el infante ama al progenitor del sexo opuesto y odia al del mismo sexo, a quien considera su rival. Junto a ello, la forma negativa invierte los tantos: amor hacia el progenitor del mismo sexo y odio hacia el rival del sexo opuesto. Pero ambas formas conviven, en distinto grado, en la forma completa del Edipo.

Este complejo tiene lugar en lo que Freud llamó la fase fálica, entre los tres y los cinco años de vida, momento de capital importancia en la construcción de la subjetividad, porque allí se da para el infante el descubrimiento de la diferencia sexual anatómica. Allí cobra especial relevancia el falo, el cual no debe asimilarse a un órgano concreto sino, tal como lo plantea Lacan, a una condición organizadora de las subjetividades: tener o no tener.

“El falo en la doctrina freudiana no es una fantasía, si hay que entender por ello un efecto imaginario. No es tampoco como tal un objeto (parcial, interno, bueno, malo, etc.) en la medida en que ese término tiende a apreciar la realidad interesada en una relación. Menos aún es el órgano, pene o clítoris, que simboliza. Y no sin razón tomó Freud su referencia del simulacro que era para los antiguos. Pues el falo es un significante, un significante cuya función, en la economía intrasubjetiva del análisis, levanta tal vez el velo de la que tenía en los misterios” [18].

El complejo de Edipo se articula con el concepto de falo y con el complejo de castración. La primacía del falo no es, en modo alguno –tal como erróneamente se ha criticado– una visión machista de las cosas. Es un intento de conceptualizar cómo se edifica la personalidad. Para Freud, la constatación de esa diferencia en los cuerpos reales: pene/vagina, lleva al niño varón a fantasear la posibilidad de ser castrado, a perder eso que tiene. En tal sentido, la castración lo aleja del fantasma edípico introduciéndolo en el período de latencia [19], que le permitirá terminar de socializarse esperando el despertar genital puberal. En la niña mujer, la castración (simbólica), la constatación de que falta algo igualmente la aleja del momento edípico, renunciando a los sentimientos amorosos y hostiles para con sus progenitores, a la espera de su genitalidad adulta. De todos modos, está claro que se trata de construcciones simbólicas, porque en la realidad corpórea no falta nada. En todo caso: hay diferencias.

De ese modo, la castración lleva al niño o niña a renunciar a su Edipo (amoroso y hostil, siempre combinado), optando por mantener la integridad de su cuerpo. La amenaza de castración (la constatación empírica de la diferencia genital evidencia, según la construcción mental que hace el infante, que eso es posible) instaura el temor a la ley. Dicho de otro modo: el mundo organiza la vida del infante en crecimiento, marcándole que hay cosas que no se pueden, que están prohibidas. Esa, en definitiva, es la eficacia de la ley: organiza el mundo, libera del caos, ordena las cosas. El Super Yo, la consciencia moral, es el heredero del Edipo. Salir del Edipo, entonces, posibilita abandonar los personajes familiares como objetos eróticos, estableciéndose así la prohibición del incesto, que abre la exogamia. De hecho, la prohibición del incesto parece un núcleo común a todo grupo humano, informa la antropología [20].

El Edipo, por tanto, posibilita:

“a) Elección del objeto de amor, pues éste, después de la pubertad, está marcado por la libidinización infantil de los objetos parentales, por las identificaciones inherentes al pasaje por el Edipo y por la prohibición del incesto. (…)

a) Acceso a la genitalidad, que en el ser humano, a diferencia de los animales, no está garantizada por la maduración biológica. (…)

b) Efectos sobre la estructuración de la personalidad” [21].

Posteriormente Lacan reinterpretará el Edipo, siempre considerado como núcleo fundamental de la humanización, según un esquema de tres tiempos lógicos, que no cronológicos: 1) unión madre-hijo, el niño desea ser el objeto de deseo de la madre. La madre desea tener el falo: el hijo (varón o mujer) es su falo, lo que la completa. 2) El padre, o la persona que cumpla con esa función, aparece privando al niño del objeto de su deseo –la madre– y privando a la madre del objeto fálico –el niño–. Esa función paterna instituye la ley, o sea: prohíbe (a la madre: restituir su producto, y al niño: cohabitar con la madre), marcando una castración simbólica. 3) Producida esta castración simbólica e instaurada la ley de prohibición del incesto, el niño deja de ser el falo, la madre no es fálica y el padre o su sustituto no “es” la ley, sino que la representa. El Edipo, de este modo, significa el paso del “ser” al “tener” –en el caso del niño–, o “no tener” –en el caso de la niña–.

Como vemos, la sexualidad humana o, dicho de otro modo: la construcción de las subjetividades, es producto de un largo proceso social, no de una maduración instintiva El ocultamiento de los órganos genitales y el temor al incesto son productos de esa socialización. Sucede que los “raspones” que puede dejar ese proceso produce síntomas. De ahí que el psicoanálisis se ofrece, según el apartado B de la citada definición de Freud, como un “método terapéutico” para atenderlos.

La práctica clínica

Por el histórico desconocimiento y/o temor que existe en Guatemala en relación a la teoría psicoanalítica, la práctica clínica en el campo psicológico en muy buena medida queda centrada en el trabajo con los elementos conscientes. De ahí que prima el consejo, la orientación bienintencionada, la recomendación, las técnicas de relajación: “si usted quiere, puede”, “todo es cuestión de actitud”, “eleve su autoestima”, “deje atrás su pasado”, “tenga pensamientos positivos”, “libérese del estrés”. El síntoma se ve siempre como sufrimiento y se parte de un esquema donde el psicoterapeuta “sabe” lo que le pasa al paciente. De ahí que se pidan tests (de personalidad, de inteligencia) para “saber” qué tiene quien consulta.

“El psiquiatra tradicional [e igualmente la psicología de la consciencia] dispone de un saber concebido de acuerdo con el modelo del saber médico: sabe lo que es la “enfermedad” de sus pacientes. Se considera, en cambio, que el paciente nada sabe de ello. (…) La actitud psicoanalítica no hace del saber un monopolio del analista. El analista, por el contrario, presta atención a la verdad que se desprende del discurso” [22].

El psicoanálisis invierte los tantos en relación a la práctica médica: el único saber que cuenta en la clínica es el saber inconsciente. Y eso lo trae quien viene a consulta, quien sufre, quien tiene algo que decir. La clínica psicoanalítica permite develar esos contenidos inconscientes, a partir de lo cual podrán cejar los síntomas, las inhibiciones y las angustias. Para ello, contrariamente a lo que es la práctica más frecuente en nuestro medio, no se parte de encontrar (¡saber!) a qué categoría psicopatológica pertenece quien habla –para eso se enseña casi de memoria un manual de psiquiatría con 216 cuadros nosográficos– sino a permitir que ese sujeto pueda escucharse a sí mismo, preguntarse el motivo de su sufrimiento y encontrar así las respuestas en su propia historia subjetiva.

En resumen, la cura psicoanalítica consiste, como decía Freud, en “hacer consciente lo inconsciente venciendo las resistencias”. De ahí que Lacan, ante la fuerza que venía cobrando la psicología del yo y el creciente llamado a un olvido de la noción freudiana de inconsciente, produce su grito de guerra de retornar a Freud. Es por eso que toma la famosa frase pronunciada por el maestro vienés en 1933 en las “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” de Wo Es war soll Ich werden, habitualmente traducida como “El Yo debe desalojar al Ello”, proponiendo un reposicionamiento de la clínica psicoanalítica: “Allí donde había Ello, Yo debe advenir” (“Là où était du ça, du moi doit advenir”). Es decir: se trata de escuchar las producciones del inconsciente para, a partir de la relación de transferencia establecida entre analista y analizado, lograr una interpretación que resignifique la historia del sujeto hablante y permita su curación. No se trata de dar un “buen consejo” de lo que el paciente debe hacer: “El analista sin duda dirige la cura, pero no debe dirigir al paciente”, dice Lacan. Se trata de, desde la abstinencia y atención parejamente flotante del terapeuta, y a partir de la asociación libre del analizante, reconstruir la historia subjetiva para que, quien consulta, se pueda hacer cargo de esa historia.

Freud encontró al inicio de su carrera como médico que muchos de los padecimientos psicológicos de quienes atendía no tenían correlato con afecciones somáticas. Por el contrario, eran expresión de “afectos reprimidos”, y que podían desaparecer hablando. Entre 1880 y 1882, Joseph Breuer, médico colega de Freud, atendió a una paciente aquejada de una profusa sintomatología histérica. Años después, en 1895, ambos galenos presentan ese caso, bautizado como Anna O., en un libro preámbulo del psicoanálisis: “Estudios sobre la histeria”. Allí, tomando lo dicho por la propia paciente, el método de trabajo fue una talking cure, una “cura por la palabra”. Es decir: la joven realizó una “limpieza de chimenea” –así decía ella misma–, una evocación y supresión de recuerdos perturbadores que habían quedado inconscientes, y que fueron revelándose como el origen de sus síntomas. Con ese método, llamado en ese entonces catártico (descarga), hablando, verbalizando lo que estaba taponado y se expresaba como angustia y síntomas somáticos –hasta un embarazo histérico tuvo la joven, ficticio pero vivido como real– Breuer encontró que la paciente sanaba. Al teorizar lo allí acontecido, Freud sigue adelante con su elucubración y encuentra que los pacientes neuróticos “sufren de recuerdos”. Si hay un escenario más allá de lo consciente, la cuestión es encontrar esos recuerdos reprimidos, esas “reminiscencias” borradas del campo de la consciencia y, hablando, poder elaborarlas. Dicho de otro modo: si son palabras las que nos construyen (recordemos lo dicho más arriba: “Será un individuo mientras haya quien lo nombre”, “Queremos lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla”), serán también palabras –a través del proceso psicoterapéutico– las que nos curen, las que nos permitan transformar ese sufrimiento.

Surge así el psicoanálisis como técnica terapéutica. Breuer quedó en el camino, no quiso –no pudo, no se atrevió– a profundizar lo que había entrevisto en su atención de Anna O., en tanto su colega vienés elaboró una enorme edificación conceptual a partir de ese caso y de sus propias reflexiones, poniendo así en marcha esto que al día de hoy nos convoca. ¿Qué es y para qué hacer psicoanálisis entonces? Freud lo dijo así:

“El objetivo del tratamiento es suprimir las amnesias. Una vez cegadas todas las lagunas de la memoria y aclarados todos los misteriosos afectos de la vida psíquica, se hace imposible la persistencia de la enfermedad e incluso todo nuevo brote de la misma. Puede decirse también que el fin perseguido es el de destruir todas las represiones, pues el estado psíquico resultante es el mismo que el obtenido una vez resueltas todas las amnesias. Empleando una fórmula más amplia; puede decirse también que se trata de hacer accesible a la consciencia lo inconsciente, lo cual se logra con el vencimiento de la resistencia” [23].

Para que haya acto analítico, es decir: para que pueda producirse la desaparición/elaboración de los malestares psicológicos que porta quien consulta, deben darse algunas condiciones: establecerse transferencia, hablar desde la asociación libre y poder realizarse una interpretación de los contenidos inconscientes. Solo así habrá psicoanálisis. Fortalecer el Yo, lograr que alguien “ponga de su parte” o “se supere” no tiene nada que ver con los fundamentos de la práctica psicoanalítica.

Entonces, ¿qué es la transferencia? Es la repetición, en el proceso psicoanalítico, por parte del paciente de esquemas de relacionamiento infantiles, de amor y odio, vividos como sentimientos de actualidad sobre la figura del analista. Es “el más poderoso medio auxiliar del tratamiento”, el terreno sobre el cual se trabaja. En pocas palabras: analizar la transferencia, analizar la repetición de prototipos de la infancia, permite a quien habla “hacer consciente lo inconsciente” y avanzar en su proceso de curación. El analista, por razones éticas, pero más aún por razones prácticas, técnicas, no debe acceder a los requerimientos transferenciales del analizante, ni los amorosos ni los hostiles. Su abstinencia lo coloca, como diría Lacan, en el “lugar del muerto”; esa supresión del deseo del analista es la que permite que fluya el discurso del analizante. En palabras de Freud:

“La satisfacción de las pretensiones amorosas del paciente [o igualmente las hostiles] es tan fatal para el análisis como su represión. El camino que ha de seguir el analista es muy otro, y carece de antecedentes en la vida real. Nos guardamos de desviar al paciente de su transferencia amorosa o disuadirla de ella, pero también, y con igual firmeza, de toda correspondencia. Conservamos la transferencia amorosa [u hostil], pero la tratamos corno algo irreal, como una situación por la que se ha de atravesar fatalmente en la cura, que ha de ser referida a sus orígenes inconscientes y que ha de ayudarnos a llevar a la consciencia del paciente los elementos más ocultos de su vida erótica, sometiéndolos así a su dominio consciente” [24].

Si se establece esa relación transferencial, podrá haber análisis. Con ello queda superada la noción de hipnosis, eso que primaba en los tiempos iniciales del psicoanálisis a fines del siglo XIX y principios del XX, la sugestión, el intento de direccionar la vida del paciente, modelo del que tomó distancia Freud. O lo que se ve tan a menudo en la práctica psicológica actual en Guatemala, reminiscencia de aquellos tiempos, centrada en el “saber” del profesional: el consejo, la orientación, el coaching (en tanto entrenamiento para conseguir metas determinadas).

El psicoanálisis se apartó del saber técnico del médico que dice al paciente lo que debe hacer, para poner énfasis en eso tan particular que es el convocar a que el analizado diga lo que se le ocurra, regla fundamental de esta práctica. Dirá Freud:

[Se] “invita a los pacientes a comunicar todo aquello que acuda a su pensamiento, aunque lo juzgue secundario, impertinente o incoherente. Pero, sobre todo, se exige que no excluyan de la comunicación ninguna idea ni ocurrencia por parecerles vergonzosa o penosa su confesión” [25].

Esto es lo que se llama asociación libre, elemento medular de la clínica psicoanalítica. A partir de esas asociaciones, que tienen como correlato la atención flotante [26] del analista, y sobre la base de la transferencia debidamente establecida, se da la interpretación.

Ésta, según la definición del Diccionario de Laplanche y Pontalis, es:

“A) Deducción, por medio de la investigación analítica, del sentido latente existente en las manifestaciones verbales y de comportamiento de un sujeto. La interpretación saca a la luz las modalidades del conflicto defensivo y apunta, en último término, al dese que se formula en toda producción del inconsciente.

B) En la cura, comunicación hecha al sujeto con miras a hacerle accesible este sentido latente, según las reglas impuestas por la dirección y la evolución de la cura” [27].

La interpretación psicoanalítica no es una traducción mecánica de contenidos inconscientes a su correspondiente significado consciente. Eso, que se asemeja más bien a la oniromancia, la adivinación del futuro por medio de la interpretación de los sueños, no tiene nada que ver con los fundamentos y la práctica real del psicoanálisis. Se le llama a eso “psicoanálisis salvaje”. La interpretación debe entenderse como el momento en que una intervención determinada –que puede ser una palabra del analista, un comentario, una pregunta, un chiste incluso, o un silencio– produce efecto, permitiendo el desbloqueo de algo que permanecía reprimido. Ese desbloquearse es lo que abre una nueva perspectiva en quien se está analizando, con lo que puede dejar atrás el síntoma que le consumía tanta energía y vivir más tranquilo, menos angustiado.

A modo de conclusión

Dice Juan David Nasio:

“¡Sí, el psicoanálisis cura! ¿Cómo justificar semejante afirmación? Me he dado cuenta de que mi experiencia clínica y mi reflexión teórica se han enriquecido con el paso de los años y de que los pacientes que manifestaban su gratitud luego de concluido su tratamiento eran cada vez más numerosos. Hoy me digo que puedo y debo confiar plenamente en la eficacia de mi larga y apasionante práctica psicoanalítica que no dejo de conceptualizar, de enseñar y de compartir con otros clínicos. Es esta confianza la que me incita a decirlo, sin vacilar: ¡Sí, el psicoanálisis cura! Evidentemente ningún paciente se cura completamente, y el psicoanálisis, como todo remedio, no cura a todos los pacientes ni cura de manera definitiva. Siempre quedará una parte de sufrimiento, una parte irreductible, inherente a la vida, necesario a la vida. Vivir sin sufrimiento no es vivir.

Es útil destacar que el psicoanálisis, contrariamente a lo que sostienen sus detractores, ha demostrado desde el inicio su indiscutible eficacia para tratar numerosas afecciones: trastornos del humor (depresiones), trastornos ansiosos (fobias), trastornos alimentarios (anorexia, bulimia), trastornos obsesivos y muchas otras patologías que llevan nuestros pacientes a la consulta. La eficacia del psicoanálisis se verifica asimismo en el tratamiento de la depresión del lactante, en el de la neurosis infantil, en la resolución de conflictos familiares, conyugales, o hasta profesionales, sin olvidar el papel de coterapeuta que desempeña el analista en el tratamiento de las neurosis graves y de las psicosis trabajando en colaboración con un psiquiatra que prescribe la medicación. Pero, hagamos una salvedad. Para que el psicoanálisis sea eficaz, es necesario que quien consulta reúna las siguientes características: que sufra, que no soporte más sufrir, que se interrogue sobre las causas de su sufrimiento y que tenga la esperanza de que el profesional que lo va a tratar sabrá cómo librarlo de su tormento.

Una precisión con respecto a la palabra “curar”. Habitualmente “estar curado” significa haber superado una enfermedad. Por supuesto, la mayor parte de nuestros pacientes no están enfermos en el sentido médico del término, sufren por estar en conflicto consigo mismos y con los demás. Justamente, es ese conflicto interior y relacional lo que el psicoanálisis intenta hacer desaparecer. En suma, y desde el punto de vista psicoanalítico, uno está curado cuando consigue amarse tal cual es, cuando llega a ser más tolerante consigo mismo y, por lo tanto, más tolerante con el entorno cercano” [28].

Suele decirse, como prejuicio, que el psicoanálisis se despreocupa de los problemas sociales. Como toda teoría –la física, la química, la matemática– lo “social” está en su implementación. Los conceptos de la física nuclear, por ejemplo, pueden servir para generar electricidad con la que iluminar toda una ciudad, o para hacerla volar en pedazos con una bomba. Lo importante es el proyecto político-social, la ideología en que se encarna. El “compromiso político-social” está en la forma en que esa teoría es implementada por trabajadoras y trabajadores concretos, de carne y hueso, que articulan esas formulaciones en una praxis determinada. El psicoanálisis es una teoría revolucionaria por cuanto rompe patrones, deja ver cosas nuevas del sujeto, instaura una pregunta crítica a la ética. Qué se pueda hacer con ella depende del proyecto humano para el que se lo implemente. En otros términos: las y los psicoanalistas pueden trabajar atendiendo pacientes en el ámbito de la práctica privada, o fomentando políticas públicas para beneficio de toda la población. O igualmente, desde su esquema conceptual, se puede abordar la interpretación de fenómenos históricos, sociales, culturales, proponiendo nuevas formas de entender mucho de lo humano.

Sabiendo que el malestar, dicho de otro modo: el conflicto –la interminable “lucha de contrarios”, para expresarlo en términos hegelianos, dialécticos– es el motor de lo humano –en lo micro y en lo macro– quienes ejercen el psicoanálisis tienen mucho que hacer en el ámbito de la salud mental. Desde una posible política pública que no ponga el énfasis en el manicomio ni en la psicofarmacología, se debe generar una cultura que no niegue ni tape los conflictos en la esfera psicológica. Es decir: hay que apuntar a hablar de ellos. Por allí debería ir la cuestión: no estigmatizar los problemas –comúnmente llamados, quizá en forma incorrecta, “mentales”– sino permitir que se expresen. “¡Sea positivo!”, “¡Sera resiliente!” …, ¿y si eso no se logra? Dicho en otros términos: priorizar la palabra, la expresión, dejar que los conflictos se ventilen.

Esto no significa que se terminarán las inhibiciones, la angustia, el malestar que conlleva la vida cotidiana, no terminarán las fantasías, los síntomas, las congojas. ¿Cómo poder terminar con ello, si eso es el resultado de nuestra condición? La promoción de la salud mental es abrir los espacios que permitan hablar del malestar. ¿Qué significa eso? No que podamos llegar a conseguir la felicidad paradisíaca, a evitar el conflicto, a promover la extinción de los problemas (ningún medicamento ni acción terapéutica, consejo bienintencionado o libro sagrado lo podrá lograr nunca). En tanto haya seres humanos habrá diferencias (culturales, étnicas, de género, etáreas, de puntos de vista), lo cual es ya motivo de tensión. Pero no de patología. Por lo que inhibiciones, síntomas y angustias habrá siempre, y no puede dejar de haber. A lo que habría que agregar delirios, alucinaciones, transgresiones. Todo ello es el precio de la civilización. Tal como dice Freud en El malestar en la cultura:

“La maldad es la venganza del ser humano contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del ser humano son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestras pulsiones y nuestra cultura” [29].

El psicoanálisis, en definitiva, aporta su granito de arena para hacer la vida un poco más llevadera.

Notas

1. Freud, S. (1991). Psicoanálisis y teoría de la libido. En Obras completas. Volumen XVIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

2. Lacan, J. (1975). Joyce, el síntoma I. Conferencia dictada el 16 de junio de 1975. Disponible en: http://biopoliticayestadosdeexcepcion.blogspot.com/2012/11/joyce-el-sintoma-i-16-de-junio-1975.html.

3. Psicoanalista francés que, viendo el rumbo que iba tomando el psicoanálisis a la muerte de Freud con una visión biologista y adaptacionista quitándole fuerza al revolucionario concepto de inconsciente, intenta resituar la obra freudiana en su justa dimensión subversiva. Es así que, amparado en una lectura estricta del texto original, utilizando las herramientas de la semiótica, y posteriormente la topología, propicia un “retorno a Freud”, evitando así la precarización del psicoanálisis, convertido en una técnica de autoayuda que ponía el acento en la dimensión consciente, en el Yo: “Todo depende de usted. ¡Si quiere, usted puede!”

4. Es importante puntualizar que la obra freudiana dio lugar a numerosos seguidores, algunos de ellos duramente criticados en su momento por el fundador del psicoanálisis -como Carl Jung y Alfred Adler- dado su desvío de los fundamentos originarios del psicoanálisis. A la muerte de Freud se dieron diversos desarrollos. Los más notorios fueron los de Melanie Klein (1882-1960), en Gran Bretaña, dedicada en buena medida al psicoanálisis infantil; Donald Winnicott (1896-1971) y Wilfred Bion (1897-1979), ambos ingleses; la Psicología del Yo, desarrollada básicamente en Estados Unidos, con autores como Hartmann, Kris, Loewenstein, Erikson, Rapapport (alejándose en buena medida del radical descubrimiento freudiano) y el ya mencionado Jacques Lacan, acérrimo crítico de todos los anteriores, el “Freud francés”, como se le ha llamado.

5. Braunstein, N. (1980). Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis. Hacia Lacan. México D.F.: Siglo XXI.

6. Freud, S. (1991). Psicología de las masas y análisis del yo. En Obras completas. Volumen XVIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

7. En términos clínicos, psicopatológicos, y también de estructura “normal”, puede hablarse de neurosis: 1) histérica, 2) obsesiva y 3) fóbica. Todos somos algo de eso; cuando esas expresiones se hacen inmanejables, se debería consultar con el psicoanalista, porque la vida se torna insufrible.

8. En términos clínicos, psicopatológicos, puede hablarse de psicosis: 1) esquizofrénica, 2) paranoica y 3) maníaco-depresiva.

9. Citado por Braunstein.

10. Lacan, J. (1974). Entrevista realizada y publicada por la revista Panorama (Roma, Italia) del 21 de diciembre de 1974. Disponible en: https://www.iztacala.unam.mx/errancia/v14/polieticas_5.html#aste2.

11. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. En inglés: Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders.

12. Valga agregar que el referido Manual es producido, financiado y promovido por las grandes empresas farmacéuticas multinacionales, cuyo interés fundamental es vender medicamentos. Ello puede verse en la evolución del libro: en 1952, cuando aparece su primera versión, presentaba alrededor de 100 cuadros psicopatológicos. La última edición, de 2013, duplicó la cifra, con 216 diagnósticos posibles. ¿Crecieron tanto las “enfermedades mentales” …, o creció la voracidad comercial de las empresas fabricantes?

13. Freud, S. (1991). Conferencias de introducción al Psicoanálisis. En Obras completas. Volumen XV. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

14. Laplanche, J. y Pontalis, J.B. (2004). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

15. Nótese que el término alemán que utiliza Freud: Wunsch, ligado al verbo wünschen, no tiene la connotación libidinosa del “deseo” en español. Para esa connotación, ligada a concupiscencia, a lascivia, utiliza otras palabras: Lust o Begierde. Wunsch habría que entenderlo, más bien, como “anhelo”, “ambición”. El sujeto busca, anhela, procura algo que no sabe bien qué cosa es, porque siempre le falta algo. Nada nos completa ni nos puede completar nunca: los límites nos definen.

16. “Durante mi juventud, solo aspiraba al conocimiento filosófico, y ahora estoy a punto de realizar este deseo, al pasar de la medicina a la psicología”, dirá en 1898 en una carta a su colega Wilhelm Fliess.

17. Cualquier zona del revestimiento cutáneo-mucoso que pueda ser excitada produciendo placer. Hay zonas particulares: mucosa labial, mucosa vaginal, mucosa anal, pezones. En definitiva, toda la piel puede funcionar como zona erógena.

18. Lacan, J. (1971). La significación del falo. En Escritos II. Madrid: Siglo XXI Editores.

19. Período comprendido entre la declinación del complejo de Edito (cinco o seis años) y el despertar puberal (doce años aproximadamente). Durante la latencia los impulsos sexuales quedan adormecidos, siendo la época propicia para completar la socialización de niños y niñas.

20. Fueron los trabajos del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss los que dieron esa información sobre esta universalidad.

21. Tubert, S. (2000). Sigmund Freud: fundamentos del psicoanálisis. Buenos Aires: Editorial Ensayos.

22. Mannoni, M. (1976) El psiquiatra, su «loco» y el psicoanálisis. Barcelona: Siglo XXI Editores.

23. Freud, S. (1992). El método psicoanalítico de Freud. En Obras completas. Volumen VII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

24. Freud, S. (1991). Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, III). En Obras completas. Volumen XII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

25. Freud, S. (1992). El método psicoanalítico de Freud. En Obras completas. Volumen VII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

26. “Al igual que el paciente, que debe decir todo lo que pase por su mente eliminando toda objeción lógica y afectiva que le induciría a seleccionar, también el analista debe estar en condiciones de interpretar todo lo que escucha, a fin de descubrir en ello todo lo que el inconsciente oculta, sin que su propia censura venga a reemplazar la selección a la que ha renunciado el paciente”, dirá Freud.

27. Laplanche, J. y Pontalis, J.B. (2004). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

28. Nasio, J.D. (2017) ¡Sí, el psicoanálisis cura! Buenos Aires: Paidós.

Referencias bibliográficas

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Tubert, S. (2000). Sigmund Freud: fundamentos del psicoanálisis. Buenos Aires: Editorial Ensayos.

Por gentileza de Marcelo Colussi

 

 

Edipo, sujeto e historia

León Rozitchner
Filósofo y escritor [1]
.

El texto que transcribimos a continuación fue una clase realizada por León Rozitchner, luego de su regreso del exilio, para el Centro de Estudiantes de Psicología de Argentina el 21 de agosto de 1984. Si bien se refiere a cuestiones de un pasado lejano, creemos que muchos de los interrogantes que plantea pueden ser leídos en clave de nuestra actualidad. El texto fue publicado por primera vez por la Revista Topía.

Vamos a hablar de una historia en el campo de la Psicología pero de una manera que merecedores, por decirlo así, desde esta apertura de un campo teórico, todo él también definido por las categorías del poder, por las categorías de un lenguaje que se convierte en un lenguaje de capilla, por la pretensión de una ciencia completamente alejada de los problemas que nos acucian hoy, no solamente los problemas tradicionales nacionales, los que se entienden como política, sino los problemas que seguramente están presentes en todos uds. ¿Qué pasó? ¿Qué nos pasó durante el proceso? ¿Cómo pudo ser que, en este país, en nuestro país se produjera, no es cierto, la presencia de un sistema donde la muerte, el asesinato, la alienación, es decir, la alienación a nivel político hubiera existido?

Frente a esa tremenda realidad en la cual vivimos y que todavía está presente entre nosotros, sin embargo, había aquí una ciencia, una pretendida ciencia, un pretendido saber que se desentiende por completo de toda esta problemática.

Yo no he visto ninguno, o no he escuchado ninguno de estos enfrentamientos por el poder del psicoanálisis en que estuviera presente justamente en el debate, el interés por elucidar, por tratar de comprender ese problema fundamental que tenemos.  Entonces, evidentemente uno se decide a algo, que va a pasar acá, en la Escuela de Psicología, es que aquí también se da lo mismo, es que ahora tendrán que enfrentar uds aquellas formas de conocimiento que sirvieron en su momento para encubrir lo que estaba pasando en el país.

Y les decía que esto forma parte de una historia que tal vez uds no conozcan y que estas “ciencias”, que aparecen pretendiendo la totalidad del saber, también innovan y encubren. Yo por ejemplo podría señalarles que esto que uds están viviendo a nivel del psicoanálisis como una lucha por el poder, y con una pretensión de ejercer el saber cómo un garrote mágico contra los demás, todo en función de un predominio en el campo de la profesión, es decir todo al servicio de un determinado desarrollo de una posición y un mercado.

Me estaba preguntando si uds sabrían que este problema, el problema de un enfrentamiento de una Psicología dentro del Psicoanálisis para abrir un campo que permitiera pensar nuestros propios problemas ya había existido antes de que existiera el proceso. Porque el problema del proceso, uds conocen, tiene un antecedente aquí en el país. Es decir, los gobiernos militares se han sucedido, los intentos de dominación, los intentos de evitar precisamente que el pensamiento, que el conocimiento pudiese habitarse en nuestra propia problemática, eso ha existido hace mucho tiempo y no hemos estado nosotros mismos exentos de participar en el debate.

Entonces, yo recordaba, por ejemplo, antes del proceso, durante los años ´60, justamente cuando se produce el golpe de Onganía, se cerró también la Universidad. Ya en esa época se iniciaba en el país un debate muy importante que dio como consecuencia que la Asociación Psicoanalítica Argentina, que era el recinto sagrado de los teóricos donde la herencia de Freud, que también pretendía permanecer cerrada a los grandes problemas que presentaba el país, y aquellos problemas a los cuales nosotros también estamos inmersos como personas, esa dramática fundamental que nos correspondía vivir en un momento histórico determinado también había sido radiada del campo del conocimiento. También había sido ejercido en nombre de Freud un conocimiento que dejaba fuera del campo freudiano, perdón por la palabra que parecería propiedad privada, había dejado fuera de esa ciencia, inaugurada por Freud, una cantidad de problemas.  Habían hecho que la Psicología creyera estrictamente en el análisis individual. Una individualidad, por lo tanto, separada de la sociedad, separad de lo histórico, de lo colectivo, encerrado, presuntamente en una intimidad que para nada necesitaba, en tanto los problemas y las dificultades de los enfermos iban requiriendo el trabajo médico, para nada requería ser incluido en ese campo como si hubiese una dramática esencial, una dramática metafísica que no estuviese constituida con el surgimiento del hombre dentro de una determinada circunstancia histórica. Decíamos que en la A.P.A., que pretendía también ejercer ese saber y mantener la herencia de ese otro muerto ilustre que era Freud, se vio enfrentada al desarrollo de la lucha política argentina, frente al desarrollo de ciertos partidos.

Dentro de esa A.P.A. aparecieron, entonces fuerzas que trataron de abrirse campo, que trataron de defender el saber de la Psicología para convertirlo en un conocimiento que englobara aquellos aspectos que estaban también presentes en Freud señalados, pero que la asociación psicoanalítica tradicional había dejado de lado. Así, apareció el grupo Plataforma, el grupo Documento, que se separaron de la A.P.A.

La ideología lacaniana, que justamente se declaraba como proviniendo de Freud  pero que pretendía, de alguna manera determinar qué era lo bueno y que era lo malo en Freud, cuál era el verdadero y cual el falso Freud, es decir, nuevamente regentear un muerto a cuyo nombre se erigía un nuevo saber

Al mismo tiempo que esto sucedía, al mismo tiempo que desde estos grupos enfrentados al poder, que de alguna manera regenteaban el saber freudiano, frente a esa situación, frente a ese enfrentamiento aparece en la Argentina, con la presencia de Masotta y a través de él, el conocimiento de Lacan. Y nosotros meta repetir el mismo esquema del despotismo dentro de esta nueva corriente, ahora acentuando porque la presencia de Lacan le permitía a él excluir todo lo que se refiriese a la temática nacional, excluir todo lo que se refiriese a una ampliación o extensión del saber freudiano, que justamente estaba abierto con el grupo Plataforma y Documento, para volver a restringirlo ahora en función de una nueva ideología, la ideología lacaniana, que justamente se declaraba como proviniendo de Freud pero que pretendía, de alguna manera determinar qué era lo bueno y que era lo malo en Freud, cuál era el verdadero y cual el falso Freud, es decir nuevamente regentear un muerto cuyo nombre se erigía un nuevo saber. De aquí que las características de ese nuevo saber eran las mismas, era un nuevo saber que ocultaba todo aquello que, en la Argentina, dificultosamente se estaba abriendo en el campo del conocimiento.

Era la misma época en que estábamos nosotros dando clase acá. Y ese grupo, de ese grupo, de esa, de alguna manera, primera aparición del lacanismo en la Argentina que trataba de copiar exactamente el mismo poder despótico que estaba presente en la escuela lacaniana de París, esa misma escuela es la que se desarrolla aquí durante todo el proceso militar. Esa misma escuela es la que permite elaborar aparentemente un conocimiento científico, y así no habría ningún achaque particular por no haber enfrentado estos problemas, simplemente decimos que durante el proceso, ese sistema, esa forma de comprensión de la teoría freudiana, y por lo tanto de la Psicología y del Psicoanálisis le permitieron, bajo la evocación de Lacan, destruir todo lo que pudiese hacerle correr peligro frente al sistema aterrorizante que dominaba en la Argentina, y que por algo, por lo tanto fue utilizado en tanto tal, es decir, permitir o seguir permitiendo el ejercicio de la profesión sin tener que enfrentar ningún otro problema que pudiera presentarse si uno aspiraba a ir más allá. Es esta misma ideología, por lo tanto, producto de la presencia del sistema apolítico que hemos vivido la que pretende ahora prolongarse en la realidad luego del proceso político vivido. Es la misma forma de pensamiento, es la misma forma, por lo tanto, de tornar invisible, convertir en un punto ciego, los problemas fundamentales que son justamente aquellos, insistimos una vez más, que están presentes en la obra de Freud, y no por nada tanto, en esta presencia nueva de un Freud envidiado por Lacan como, en la presencia anterior de un Freud descubierto por la Escuela Psicoanalítica, siendo que se trata de desplazar, de admitir una herencia, tratando justamente de circunscribir el campo de lo solamente pensable, el campo de lo solamente audible, aquello que esta camarilla, así presente, que se adueña de ese poder hablar ella únicamente en función de la verdadera ciencia, es la posibilidad de seguir excluyendo de nuestro propio campo la presencia de los problemas fundamentales que nosotros estamos viviendo todavía aquí como continuación del proceso político. Por eso les decía, me extraña no encontrar dentro de lo que se está elaborando en este momento en la Argentina, no encontrar que la Universidad, que el saber que están recibiendo ahora en la Universidad no ponga en juego, no trate de ampliar el campo de la teoría, no trate de profundizar en el problema del saber cómo para poder dar cuenta de aquello que está todavía presente en nosotros. ¿Cómo comprender nuestro propio pasado? ¿Cómo comprender aquello que tan profundamente nos transformó? ¿Cómo no comprender el problema del terror que circunscribía el problema del saber? Y ¿Cómo no comprender, por lo tanto, que se trataba de inaugurar otra forma de conocimiento? Conocimiento que incluye aquello que antes tal vez no podía ser pensado por la existencia del poder aterrorizador militar pero que ahora sí. Nosotros, pienso, no podemos seguir en ese juego de mantener presente, una vez ya desaparecido, el terror militar, la presencia del terror en la cabeza del que piensa como prolongación de aquel anterior. Por eso les decía entonces que no se trataba de un retorno.

Nosotros no podemos continuar con aquellas categorías que estaban presentes en el proceso y que impedían pensar. Yo no vengo aquí a pedir que nadie haya hecho más de lo que hizo o podía hacer, puesto que yo mismo estuve fuera del país y hacía afuera lo que uds, tal vez no podían decir. Ese es otro problema. Yo no vengo acá a reivindicar ningún discurso. Solamente digo lo siguiente, por el hecho de haber pasado por el proceso no podemos seguir pensando y recibiendo una teoría que fue adecuada al encubrimiento y que sigue ahora.

Decía entonces que, ¿cómo es posible, ¿cómo podemos pensar que después de lo que ha pasado vengan a reunirse mil profesionales, estudiantes argentinos, aquí en Buenos Aires, a discutir el problema de la herencia de Lacan, y donde desaparece el problema fundamental? ¿Qué capacidad tenemos para resolver esos problemas, para volver a pensar con un instrumento adecuado eso que no pudimos pensar en su momento? ¿Qué nos pasó a nosotros los argentinos en este país? Eso es de alguna manera a lo que me estaba refiriendo. No estaba pidiendo para nada que hicieran algo que no podían hacer.

Pero lo que sí ahora podemos hacer es exigirnos a nosotros mismos no caer de nuevo en la trampa de aquellos que, o por qué no quisieron, o por qué previeron antes del proceso que no convenía pensar, porque no pueden negar que no hizo falta solo la presencia del proceso para que en la A.P.A. desde mucho tiempo atrás se encubrieron los verdaderos problemas de la realidad nacional.

Entonces, una vez más lo que plantea, es que tiene que ver Freud con todo este problema, que tiene que ver Freud con esta limitación del pensar, hasta tal punto que yo he escuchado una vez un lacaniano, y no voy a hablar de Lacan, esto es solo un ejemplo, voy a rescatar los aspectos más positivos, que de pronto, se asiste a un club socialista donde yo estuve presente, se estaba discutiendo el problema del marxismo, la decadencia del marxismo y un profesor, un psicoanalista lacaniano creo, comienza a explicar lo que decía Lacan y dice: “claro porque Lacan también había hablado bien de Marx”, como  reconfortándose. Claro, lo que él decía era que lo más importante era que Marx había puesto el énfasis en el problema del signo…(risas). Claro, se dan cuenta uds, Marx había puesto el énfasis en el problema del signo. Pero no es el problema del signo que está presente en el primer capítulo del Capital, se extiende hasta abarcar todo el proceso de producción, se extiende hasta abarcar toda la contradicción social, y desarrolla a partir de allí y de ese signo minúsculo para dar cuenta de todo el problema del Capital y de la organización social, por lo tanto, de todo un problema de la teoría de la acción y de la teoría transformadora lacaniana. Se dan cuenta de que no depende desde que perspectiva nosotros leamos el problema. Si estoy esperando que Lacan me venga a anunciar a mí la verdad que tengo que describir en Marx estamos bien listos, ¿no es cierto?

Es evidente que no tiene sentido.

El problema de la alienación tiene que ser leído desde más atrás, desde aquel planteo que viene desde Hegel, que viene desde Marx, el problema de la alienación que nos atañe a todos, no simplemente al enfermo, todos estamos alienados en un sistema que encubre la relación que tenemos con él

Todo eso da cuenta de un estrechamiento de la perspectiva, que antes, puedo decirles, antes del proceso no existía. De pronto antes del proceso la Universidad del estado hubiera dado este surgimiento, actualmente más determinada por la teoría del psicoanálisis. Antes pretendíamos por lo menos, creo leer a Freud y tratar de encontrar una temática que permitiera pensar. Pero ahora nos pretenden mostrar un Freud donde los aspectos positivos de la teoría freudiana, aquellos aspectos expresados desde un comienzo cuando Freud decía que la Psicología individual es ya desde un comienzo y en un principio psicología social, no estaba diciendo meramente una frase, estaba diciendo que el análisis, el discernimiento de estructuras más específicas, más profundamente individuales tenemos que ver, ya presente aquí dentro la estructura social y colectiva. Y esto no es un juego, entonces por qué diablos, nos preguntamos este psicoanálisis ramplón que viene a buscar el descubrimiento del lenguaje que creo más preciso cuando más encubridor es, que cree que son más independientes cuando menos se dan cuenta de la sujeción, que permanecen ignorando el problema de la alienación, que no es un problema referido a la enfermedad “mental” de la madre. El problema de la alienación tiene que ser leído desde más atrás, desde aquel planteo que viene desde Hegel, que viene desde Marx, el problema de la alienación que nos atañe a todos, no simplemente al enfermo, todos estamos alienados en un sistema que encubre la relación que tenemos con él.

Entonces, por lo tanto, lo que nos interesa mostrar es que en Freud ya está presente, incluso en ese Freud revolucionario extremadamente izquierdoso señalado como un liberal y pequeño burgués.

Hasta en estos que están tratando de administrar al derecho de Freud bajo la vocación de Lacan, hay un encubrimiento de una verdad muy profunda que tenemos y que pienso justamente que lo importante sería volver nuevamente a Freud apoyándose en una concepción teórica que pueda analizar los presupuestos de los que parte cada teoría en cada teoría científica. En ese caso una concepción filosófica que haya debatido previamente el problema de los presupuestos de esa ciencia, esos presupuestos de los cuales nosotros comenzamos a pensar los presupuestos de la ciencia, tal vez y solamente desde allí, podamos entonces tratar de comprender que significa una ciencia y una psicología. Por eso pienso que no se puede leer a ninguno de estos autores sin remitirnos a una constitución anterior. La desgracia es que ahora está todo separadito y atomizado. Se estudia psicología, pero no filosofía, la psicología es una rama y la filosofía es otra. Pero, sin embargo, pienso que no hay posibilidad de hacer una sin la otra. Pienso que justamente ese requerimiento está presente en Marx y en Freud. No por nada Freud en última instancia se consideraba a sí mismo como un filósofo frustrado frente a por ejemplo la filosofía hegeliana. No por nada en Marx está presente una psicología a la cual él tiende a elaborar y dar los primeros pasos. Es decir que el problema que ha determinado toda esta búsqueda, el problema de estos hombres que han sentado las bases de un desarrollo nuevo del saber, ha sido justamente que no han atomizado ni han separado. Así como Marx tendía a abarcar desde lo histórico y lo individual, así también Freud trató de abarcar desde lo individual lo histórico, y no podía estar separado un aspecto del otro.

Y, qué nos enseña este nuevo psicoanálisis que nos vienen a mostrar en nombre de Lacan, un sujeto sin historia, así como, por otro lado, Althusser nos quería mostrar una historia
sin sujeto

Y, qué nos enseña este nuevo psicoanálisis que nos vienen a mostrar en nombre de Lacan, un sujeto sin historia, así como por otro lado Althuser nos quería mostrar una historia sin sujeto. No sé si uds recuerdan, pero el debate de Althuser ha sido superado porque Althuser no estaba ligado a un problema profesional, salvo el de la proyección revolucionaria, y fracasado ese proceso revolucionario con el también desaparece, por así decirlo, la concepción althuseriana que había relegado el problema del sujeto en el problema del proceso histórico, que había relegado al problema de la subjetividad en el proceso político.

Pero encontramos ahora una contraposición semejante y análogo en cierto sentido, en el seno del psicoanálisis encontramos una concepción que excluye la historia. Es decir, una subjetividad sin historia, una subjetividad que quedaría para ser comprendida en su más profunda dramaticidad separada completamente de lo que nos ha pasado, por ejemplo, lo que pasó en el proceso militar que acaba, o mejor dicho que está queriendo terminar. Estos aspectos están presentes en Freud, yo no creo que tenga que iniciarlos a uds, hoy en ese desarrollo. Está presente en la enunciación más elemental del Edipo. Uds saben es la estructura mínima de la cual se constituyen, tanto para Freud como desde una concepción marxista, se constituye el primer poder despótico en la subjetividad del niño. Pero para Freud el problema del Edipo es la presencia, la aparición de una subjetividad despótica como determinando la conducta y la acción, y por lo tanto la escisión del yo.

Ese problema no lo podemos analizar si no lo vemos y lo ponemos de relieve sobre el fondo de un deseo colectivo, entonces tratar de recurrir para analizar el problema de lo individual, de lo individual que estaría constituido por la matriz elemental de la familia, recurre a un tránsito histórico, trata de comprender como fue el advenimiento de la historia el tránsito de una colectividad a otra, el tránsito de la horda primitiva a la alianza fraterna, el tránsito forzosamente violento que implicó la muerte del dominador a la alianza fraterna, es decir, de la misma manera aparece en Freud una extensión de los límites de lo individual, como exigiendo que para poder ver lo minúsculo, él dice así, de la conducta individual es preciso ampliar la visión y esta ampliación de la visión solo se consigue a nivel de las ciencias humanas, ampliando el marco en el cual está inscripto, ampliando más hasta abarcar la totalidad del proceso histórico.

Supongamos que sea válida que la explicación que hacen los lacanianos hayan deformado aún la teoría de Lacan.

Lacan no se basta a sí mismo, hay que recurrir a Freud. Pero más todavía, retomando la teoría de Lacan yo no veo que haya prolongado ninguna de las teorías de Freud hasta abarcar el problema de lo colectivo y lo político. Es decir, a incluir dentro de todo lo que aconteció, la teoría de la definición histórica. Esto es visible aún en la concepción de lo simbólico en Lacan, donde el problema de Edipo, todo el problema que muestra Freud, el enfrentamiento que tiene que ver con lo económico, es decir, con la creación de fuerzas antagónicas, y por lo tanto con la represión de la agresión. Todo eso no aparece planteado en la obra de Lacan.

Yo digo que aún está también presente como está en el campo de esta gente que de alguna manera se actualiza al negar el código que legó Lacan, como también creo que es posible negar en Lacan porque él también está negando a Freud.

Una cosa es Lacan que puede ser un tipo admirado por el enfoque y el desarrollo que hizo, aún en su imparcialidad, eso no hace, por lo tanto, que tenga que ser reverenciado como el que abre un nuevo campo científico como es Freud. Podríamos nombrar un sinfín de autores que han aportado a la teoría freudiana, pero que de ninguna manera han significado un olvido de aquella triste matriz que elaboró esta teoría y que era mucho más rica en su desarrollo de lo que está presentando el lacanismo. De ahí la insuficiencia con la cual nosotros leemos a Lacan, de ahí al mismo tiempo los psicoanalistas que son expertos en detectar el problema de la sumisión o de la identificación con el otro, no perciben que Lacan exige para ser leído, solamente para ser leído la sumisión. Para ser desentrañable exige que de alguna manera nosotros tengamos que ser reverentes con su discurso y admitir la profundidad de su verdad que nos obliga a insistir varias veces en su lectura para desentrañar su mensaje. Esa característica del lacanismo no puede pasar desapercibida porque evidentemente sí somos teóricos verdaderamente del discurso no podemos dejar de lado aquello que está circulando en él, en su primera presentación. Ahí también circula una significación especial. En fin, esto lo dejamos de lado como algo parcial.

Pregunta inaudible.

Prof.: Al escucharte hablar parecería que no hay nada que hacer porque el poder hace de nosotros lo que quiere. Y parecería también que la represión no viene a reprimir nada, sino que se instala simplemente como una represión pura. Si el proceso viene a reprimir y a asesinar y a violar y a matar y a destruir y a transformar la economía del país es evidente que lo que hace una presencia de un poder que estaba emergiendo.

Ningún poder represivo reprime por placer, sino porque detecta en ciertos índices, la aparición de un posible futuro contrapoder que lo puede enfrentar.

Yo creo que los militares veían más lejos en ese momento. No eran procesos esporádicos que aparecían aquí y allá sin significación.

Y por algo cuando reprimen, no solo reprimen a la clase obrera, destruyen toda la educación del país, cierran las universidades, expulsan a los profesores, niegan la posibilidad en la sociedad de que empiece a expandirse un saber diferente, destruyen las organizaciones de barrio, las organizaciones populares, destruyen las organizaciones a nivel agrario del interior del país. En fin, no golpeaban de cualquier manera. Ellos veían cuales eran los puntos de emergencia de ese poder que evidentemente no estaba constituido de manera cabal porque estaba formándose, y eso les sirvió, de alguna manera para encontrar el punto de aplicación del terror valiéndose del terror. Para ellos no era el problema de la guerrilla, era el problema del país.

Bueno, retomando, en la medida en que el Edipo se va abriendo, lo que quedó relegado como sometimiento del niño, permanece como intento de dominación también.

Justamente, lo que Freud nos da es una teoría donde están presentes los dos aspectos en el niño mismo. La presencia de lo que en el niño es absolutamente indelegable, que es su propia libertad, que por un momento cede en esa situación equívoca de la salida infantil. ¿Pero eso no desaparece para siempre, queda por lo menos presente en el campo inconsciente, que explico? Es decir, como algo que vuelve nuevamente a plantearse en ¿?? Nueva relación de sometimiento a la cual el niño, convertido en adulto va a tratar también en gran parte, de escapar. Por eso creo que de la teoría no vamos a tener solamente el aspecto de sometimiento, el aspecto de la implantación de la ley, si mantenemos eso no hay salida, caemos en el pesimismo, pero si mantenemos justamente eso que esta presente en el niño ya; aquello que va a subsistir en el adulto. Podemos contar con una dimensión e optimismo de pensar que la represión, que sigue reprimiendo, reprime porque hay algo incontenible que no puede resistir lo que está presente siempre. Esa es la conclusión de Freud.

Alumno: -En este planteo estaría el deseo antes que la represión.

Prof.: -Está presente el deseo y también como una salida imaginaria del niño. Lo que Freud plantea en el deseo es la primera aparición en el campo imaginario de satisfacción, es el esquema de la repetición, saliendo del pecho de la madre, del vientre de la madre la primera satisfacción de alimento, ahí aparece claramente expresado. El deseo es el intento de repetir la percepción del primer objeto que produce satisfacción y repetirlo tal cual.

Pregunta no desgrabada.

Profesor: -…Un campo político que simplemente se plantea el problema de la alienación enfrentando la determinación despótica en el campo del estado o enfrentándola en el campo de la economía, descubriendo la estructura falaz de la economía o descubriendo el problema de la religión, todos estos son planteos insuficientes, porque si vos pretendés movilizar a la gente para una acción tenés también que movilizarlos desde ese punto fundamental que quedó sin tocar en esta teoría que es lo que se llama politiquismo habitual, que es lo que a izquierda habitualmente desarrolló. La izquierda habitualmente desarrolló aquello que se refiere a la puesta en duda y a la puesta, por lo tanto, en el cauce de la cuestión del sometimiento infantil que sigue presente en el adulto. No tocó las estructuras afectivas de dominación presentes en nosotros. Es por eso que podía tener la cabeza a la izquierda y el cuerpo a la derecha.

Profesor Kaminsky: -Comenzaste generando un fenómeno restringido pero que tiene que ver con nosotros, que es un fenómeno de sometimiento profesional que explica agresiones, sumisiones, etc. Llegamos a la conclusión de que en el campo colectivo solamente podemos pensar si podemos hacernos cargo del fracaso.

Este pedido colectivo de pedir una receta tiene que ver creo yo, no tanto con la receta sino con sobre el fondo de qué subjetividad social podemos estar analizando este fracaso, sobre el fondo de que colectividad esta subjetividad se desarrolla.

Entonces cómo construir una teoría que resista bien, cómo construyo una subjetividad que sea fuerte frente al embate de este poder despótico y cómo me amplío en un cuerpo común colectivo que también pueda enfrentar el poder colectivo despótico. Yo creo que más allá de las recetas hay un punto que creo que duele, me gustaría saber qué pensás y qué lo tocaste tangencialmente hace un ratito, acerca de que, entre el fracaso y la resistencia, hay algo que duele mucho en el campo profesional de la psicología y en el campo colectivo del poder despótico implantado en los años anteriores, que es la cuestión relativa a qué es lo que hemos invertido nosotros para ser sometidos.

Es decir, esta represión, además de ese garrote del que hablaba, ha sido productiva, ha podido reconstruirse tomando elementos que estaban ahí. Así como existe una política de destrucción de la economía nacional, Martínez de Hoz, existen por la calle coches importados, en este sentido hay un juego de agresiones, algunos sociólogos que le quieren llamar consenso, que tienen que ver con el sometimiento. Entonces yo quisiera que ahondaras un poquito más en esto: qué de sometimiento ha habido en cada uno de nosotros y colectivamente en todos para comenzar a pensar los índices, la profundidad y el registro de este profundo fracaso y para poder imaginar con estos optimismos que podemos sacar desde el fondo del Edipo y desde lo colectivo. Entonces me gustaría que apuntaras un poco más a esto: entre fracaso y resistencia está el tema del sometimiento y la adhesión positiva en esto del sometimiento y no el “nos tuvimos que callar la boca”, nos mataron, etc. Hubo un cuantus de agresión y lo señalaste claramente en un campo restringido como el de la psicología. Cree que de manera ampliada puede haber ocurrido exactamente lo mismo ¿Qué pasó con esto del sometimiento?

Profesor Rozitchner: – Yo, francamente ante esa pregunta puedo decir no sé que pasa. No sé que pasó, primero porque yo estuve fuera del país y por lo tanto no sé qué pasó porque estuve fuera de lo que les pasó a los que se quedaron acá. No estoy autorizado a contestar esa pregunta porque no tengo con qué contestarla, podría contestarla a nivel teórico y sería una presunción, el querer hacer una teoría con un contenido que desconozco. Por eso pienso que uno viene más bien tratando de escuchar y comprender más que de dar recetas y hablar y decir cómo hay que enfrentar con recetas concretas este problema. Yo vengo a ubicarme en la misma posición en que estamos todos acá, a preguntarnos qué nos pasó y en última instancia a preguntarles a uds también, así como algo nos pasó a los que nos quedamos afuera, que pasó con los que se quedaron adentro. Pero ese es un campo todavía reconquistable, a reconquistar, a comprender. Yo no sé, en ese sentido qué pasó. Podría tirar unas categorías que me aproximen a ese entendimiento y que seguramente uno podrá utilizar para entender. Pero ahora yo no podría decir sobre eso nada más.

Alumno: -Perdón, cuando el profesor se refirió al sometimiento, a mi se me ocurrió, se me conectó con el tema de la desaparición y el tema de la forclusión respecto de la desaparición. Entonces…

Profesor: -de la forclusión…

Alumno: -Si, eso de quedarse sin registro, de un número, un nombre, sin ninguno de los estatutos en que uno estaba acostumbrado a vivir. De allí es que pensé, quizás ese terror, ante ese terror, el tema del sometimiento se hace efectivo.

Profesor Kaminsky: -Yo decía esto porque yo también estuve algunos años afuera.

Señalaba León hace un rato que el miedo no se deja, el terror está, que esta situación uno la padeció desde afuera, desde ese extrañamiento que se llama exilio sobre el que León tiene un trabajo. Y esta pregunta yo la hacía un poco indirectamente para justamente ver desde ahí, desde ese encuentro, Norman Brisky decía: “Si hubo dos exilios, uno interior y otro exterior, tiene que haber dos regresos”, y tenemos que regresar y encontrarnos, no podemos correr, caminemos despacio. Pero tenemos como direcciones bastantes precisas, pero solamente lo podemos hacer en la medida en que podamos hacernos cargo de las trampas que están anudadas en nosotros mismos, no ponerlas afuera o nosotros ponerlas adentro en términos geográficos. Y en términos subjetivos de la misma forma.

Hubo los que se entregaron, hubo los que se resistieron. Yo creo que tenemos que empezar a desenmarañar y tenemos algunas herramientas y algunos instrumentos, vamos a ver que eficacia tienen todos estos instrumentos, teorías, elementos y autores. Lo que tiene que haber fundamentalmente es la voluntad de hacer. Además, recogiendo lo qué decías antes, reorganizando experiencias de seminarios, de grupos, etc…, en donde de alguna manera esto de lo colectivo y lo individual comience a resolverse. Pero desde la idea de que también el sometimiento transitó por nosotros. Eso es un poco la pregunta.

Yo decía qué de adhesión hay en nosotros en toda esta cosa que ahora reconocemos, qué de terrorífico tengo yo ante este problema adentro mío cuales son mis propios aspectos monstruosos. Yo no se realmente si tiene que ver con, o si lo podemos analizar a partir de esto que señalaba el compañero que es la forclusión. En ese sentido podríamos decir, bueno qué asociación hacemos entre forclusión y terror. Habría que pensarlo. Pero desde estas adhesiones, desde estas inversiones de deseo qué es lo que nosotros tenemos invertido en todo esto.

Si nosotros no lo reconocemos en nosotros mismos lo vamos ampliando mal y vamos a poder analizarlo aparentemente, objetivamente.

Profesor Rozitchner: -Para terminar un poco la cosa. Yo lo que veo, por otra parte, es este juego entre dos aspectos de la teoría que desarrollábamos siguiendo a Freud, el aspecto de lo individual y lo colectivo, y aquí apareció, evidentemente, lo platearon uds., los distintos niveles en los cuales la contradicción se ha planteado.

Yo pienso que lo fundamental, lo importante es la aparición como propia de una teoría que se ocupa de la subjetividad, de una teoría que se ocupa de la subjetividad, de una teoría que se ocupa de la psicología social, de estos problemas que no pueden estar al margen, y tienen que ser, como uds lo hacen, recuperados.

Me parece que como punto de partida es importante esta recuperación, este volver en este campo que anteriormente estaba vedado, este sinnúmero de problemas que tal vez no tengan o con seguridad no tienen una solución, un enfoque adecuado, pero que los tengamos presentes para poder comenzar dese allí en estos dos extremos y manteniéndolos presentes, plantear los problemas que nos traen, de alguna manera, que nos traen aquí. Eso es lo que me parece digno de ser señalado como punto de partida para esta charla. Haber hecho o haber dejado que aparezcan, que afloren estas dimensiones de la realidad que habitualmente ponemos entre paréntesis, al margen, como suspendidas, cuando nos metamos en el campo de la teoría así llamada científica, tanto de Freud como de Lacan.

Yo no sé si hay algo que agregar a todo esto. No se si podemos, por el modo en que se ha ido desarrollando todo esto. Intentar un resumen cabal paso a paso de lo dicho en cada momento. A no ser que haya alguna pregunta que pueda contestar.

Aquí se está repitiendo un poco lo que dice Foucault y lo que por otro lado también dice Freud. El sistema no podría subsistir si solamente reprimiera, para poder subsistir tiene que conceder y a través de la concesión, reprimir. Las formas más sutiles de la represión son las formas de la satisfacción.

Es decir, el sistema no aparece solamente para reprimir, insisto, aparece con la intención de satisfacer, pero la forma sutil que tiene justamente este poder es que en la satisfacción misma que nos va proporcionando nos reprime. La forma más útil de esto que les estoy diciendo es la aparición de Perón. Perón reprimió, pero no reprimió de golpe inmediatamente, reprimió en la medida en que organizaba, en la satisfacción a la clase obrera y tenía que conceder, pero esta concesión tenía también su contraparte.

La parte de sometimiento que él obtenía a través de esta concesión y que por otra parte le permitía a él obtener lo esencial, como decía Perón: “asentarse en el corazón de los hombres”. Este asentarse en el corazón de los hombres, Perón lo lograba a través e dar, a través de conceder, a través de gratificar.

De modo tal que no podemos seguir pensando el poder como simplemente desnudo represivo, como el que aparece en el momento de decir su verdad, en el momento del terror. Ese es un momento, nada más, un momento extremo en el cual ya no puede satisfacer y solamente queda en ese momento si, la necesidad de reprimir. Lo característico del poder es eso.

Peor, en fin, habría que hablar mucho más y tal vez hablar de por qué es necesario acudir a la teoría de la guerra para entender que el Edipo no funciona estrictamente a nivel individual, sino que también funciona a nivel de una teoría, de la elaboración de una teoría que organiza las fuerzas dominantes de la sociedad. Pero, en fin, estas son palabras mayores que acá no vamos a desarrollar ahora. Yo creo que tendríamos que terminar acá.

Aplausos.

Notas

1. León Rozitchner, nació en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, el 24 de septiembre de 1924 y falleció en CABA, el 4 de septiembre de 2011. Fue filósofo, escritor y uno de los intelectuales argentinos más importantes. Estudió Humanidades en La Sorbona de París, Francia, donde se graduó en 1952. Fue codirector en 1953 de la mítica revista Contorno, donde compartió espacio con Ismael, David Viñas y Oscar Masotta. Siendo profesor de la Universidad de Buenos Aires, en 1976 tuvo que exilarse en Caracas, donde fue profesor de la Universidad Central de Venezuela, director del Instituto de Filosofía de la Praxis e investigador del CENDES (Centro de Estudios del Desarrollo).

Por gentileza de Topía

 

EL sur invisible

José Ernesto Nováez Guerrero
Profesor, escritor y periodista
.

Las naciones del Sur hemos sido, en lo que al Occidente conquistador y colonizador respecta, siempre invisibles. El proceso iniciado por Europa a finales del siglo XV y principios del XVI, denominado por el historiador Serge Gruzinski como la mundialización ibérica (y por extensión europea), puso a los occidentales por primera vez frente a sociedades y culturas con las que no tenían ningún tipo de relación y de las cuales, muchas veces, ni siquiera tenían referencias.

La llegada de los portugueses a África y Asia y la llegada de los españoles a América marca no solo el inicio de un violento proceso de dominación del otro, sino el inicio del olvido para muchas de estas sociedades. Olvido forzado por la destrucción de las fuentes escritas u orales por las cuales se preservaban y transmitían los elementos constitutivos de la identidad de estos pueblos. Por la imposición de una lengua, de una religión y de prácticas culturales completamente extrañas a lo que dichos pueblos eran. Y también por la reescritura consciente de importantes pasajes de su historia, particularmente los relativos al momento de la conquista, buscando presentar una empresa exclusivamente de lucro como una piadosa acción civilizatoria.

Claro que el éxito de este ejercicio de sumir en el olvido va a depender en gran medida no solo del éxito de la conquista, sino también del carácter de la propia sociedad con la cual se enfrentan los intereses europeos. En su libro El águila y el dragón. Desmesura europea y mundialización en el siglo XVI (Fondo de Cultura Económica, México, 2021), el historiador Serge Gruzinski compara dos procesos que se pudieran considerar como paradigmáticos en cuanto a la expansión europea. Por un lado, la llegada portuguesa a China y, por el otro, el arribo de Hernán Cortés a México.

Los portugueses, que ya habían irrumpido violentamente en el sudeste de Asia, anhelaban añadir a sus posesiones el vasto y rico país de la seda. Con este fin, envían una primera expedición disfrazada de embajada diplomática al mando del mercader y conocedor del Oriente Tomé Pires. Tras un largo proceso lleno de contradicciones, incomprensiones, errores de los portugueses y un poco de mala fortuna, toda la expedición acaba fracasando, son arrestados, los chinos derrotan la flota enviada a rescatarlos y ejecutan a todos los prisioneros. Los anhelos portugueses chocan con el muro de miles de años de cultura y una civilización que, si bien acumulaba cierto retraso tecnológico con respecto a Europa, no podía ser sometida tan fácilmente. Como vencedores, los chinos escribieron su recuento de los hechos, incluyendo importantes advertencias con esos bárbaros venidos de tierras desconocidas.

En México el proceso fue otro. A diferencia de China y el sudeste de Asia, las sociedades mesoamericanas eran sociedades que vivían en un relativo aislamiento. A pesar de la riqueza de su mundo, no contaban con las armas físicas y biológicas para hacer frente a la irrupción de los conquistadores españoles. La destrucción del mundo precolonial americano, que va mucho más allá del derrumbe de la Triple Alianza encabezada por Tenochtitlán, marca el inicio del proceso de invisibilización violenta del mundo colonial durante la modernidad. La historia de este proceso y las sociedades indígenas la van a contar los cronistas españoles. La voz de los indios va a permanecer totalmente invisibilizada hasta hace relativamente poco tiempo.

El emergente capitalismo europeo necesitaba riquezas para poder desarrollarse. Estas fueron robadas al mundo colonial mediante un sistema especialmente articulado para este fin. Mientras eran condenadas a producir unos pocos recursos, las tierras coloniales daban salida al excedente de bienes de la producción manufacturera europea, perpetuando un modelo que permanece hasta hoy.

El mundo colonial solo existía como lo exótico o lo bárbaro. Así fue reflejado en numerosos grabados, novelas y otros textos de la época. Sus vicisitudes solo importaban si, como protagonista, aparecía algún europeo. Muchas de las mentes más ilustradas solo se acercaron a nuestras realidades desde una perspectiva parcial, sin lograr comprender muchas cuestiones esenciales.

Si bien es cierto que, entre los europeos, hubo quienes expusieron con acierto las particularidades de nuestras sociedades, inclusos quienes denunciaron las barbaridades de la conquista y del régimen colonial, estas fueron voces en el desierto que no modificaron en esencia la actitud de Europa hacia el mundo colonial.

Que algo sea conscientemente invisibilizado, no quiere decir que no exista. Los pueblos sometidos resistieron. Fue una resistencia en ocasiones violenta y, muchas veces, cultural, solapada. Camuflaron sus creencias detrás de las de sus opresores, adaptaron sus ritmos a los instrumentos musicales del amo y, en no pocas ocasiones, derivaron géneros nuevos donde se mezclaban elementos de diversa procedencia.

De esta dialéctica entre identidades opresoras y oprimidas fueron naciendo las nuevas sociedades que, con el paso de los siglos, se comprobarían criollas más que europeas e iniciarían los complejos y dilatados procesos de descolonización que, con intervalos más o menos largos, se extienden desde, por lo menos, el siglo XVIII hasta el presente.

Pero la independencia política, como apunta atinadamente Franz Fanon en su libro de 1961 Los condenados de la tierra, escrito ante el hecho de la revolución argelina pero mirando con agudeza a todo el mundo postcolonial, no implica necesariamente la independencia real. Muchas veces los movimientos populares carecen de fuerzas para ir más allá del momento de la derrota del enemigo. La falta de programa, la traición, derrota o muerte de los principales líderes, las divisiones al seno de las fuerzas revolucionarias son muchas veces factores que acaban dejando el proceso en manos de la burguesía nacional. Y esta burguesía, que nació tuerta, manca y coja bajo la cobija del sistema colonial, no sabe hacer otra cosa que garantizarse las mayores prebendas para sí y vender el país a los representantes financieros de los antiguos amos coloniales.

Vencer por las armas el colonialismo no implica vencerlo en las almas de los sujetos coloniales. La invisibilización no es solo un proceso del dominador sobre el dominado, sino que es un proceso de conciencia del dominado sobre sí mismo y lo suyo. Acostumbrado a no ver, el sujeto colonial considera en positivo todo lo que venga de la metrópoli y desdeña y demerita lo que le es propio, lo que debieran ser los elementos que muestre orgulloso como pruebas de su identidad. El desprecio del Sur por el Sur, las violentas fracturas entre sociedades y países, el desdén con que algunas naciones miran a otras y sus habitantes, la dificultad crónica para articular políticas conjuntas por el bien común son resultados inevitables de este proceso.

Para sostener nuestra invisibilidad, los poderes fácticos han apostado por recursos que van más allá de los medios coactivos. La coacción solo garantiza el sometimiento físico temporal. Es preciso sembrar en el alma de los dominados verdades ideológicas que no desaparezcan aunque desaparezca el poder que las sembró. Con este fin el sistema colonial usó lo que Althusser denominaba como “aparatos ideológicos del Estado”, particularmente la religión y la escuela, aunque no es de desdeñar el papel de la familia en esta “educación” de los individuos. A estos aparatos tradicionales el desarrollo capitalista sumó un desarrollo sin precedente de los medios de comunicación, que pasaron de ser meros vehículos de transmisión de noticias a ser poderosas estructuras de construcción de sentidos.

A la pretensión homogeneizadora de la conquista se sumó luego la del capital y con ella la de las poderosas industrias culturales del capitalismo contemporáneo. El resultado, hoy como ayer, es que el Sur no existe, no se ve y, si aparece, es folclor o escenografía.

Tomemos como un pequeño botón de muestra de esta estrategia de invisibilización permanente a las numerosas películas de superhéroes que abundan en las pantallas contemporáneas como una verdadera hemorragia. No solo son la glorificación idealista de las capacidades del individuo, sino que son una fuente de educación ideológica de primer nivel para audiencias millonarias en todas partes del mundo. En estas películas casi todos los protagonistas son hombres y mujeres de increíble belleza, casi todos caucásicos, aunque hay algún asiático, negro o latino como muestra de diversidad y corrección política. Cuando un villano ataca lo hace siempre en las grandes capitales del mundo desarrollado, en Londres, París o Nueva York. Si de casualidad atacara algún país de África sería en alguna de las ciudades de Sudáfrica o El Cairo, relevante por su pasado faraónico. Si atacara en Asia sería en Pekín o en Singapur. Jamás se le ocurriría a ningún villano atacar Bamako, Lomé, Kinshasa, Ulan-Bator, Asunción, Paramaribo o cualquier otra capital de nuestros olvidados países.

Para estas grandes industrias culturales, para el capitalismo que las sustenta y que sustentan, la mayor parte del mundo solo existe en la forma de fuente de materias primas, mercado para sus productos excedentes y fronteras cada vez más vigiladas para impedir que ingrese el otro. Por eso solo interesan las guerras y las catástrofes que involucran directamente a los países ricos o a sus intereses. Por eso se rasgan las vestiduras ante la invasión rusa a Ucrania mientras tienden un oneroso silencio sobre la masacre cotidiana de Israel sobre el pueblo palestino o los bombardeos sauditas sobre el empobrecido Yemen.

Somos invisibles precisamente porque fuimos sometidos. Porque hace quinientos años el naciente capitalismo europeo nos asimiló a su maquinaria y, a pesar de varios contratiempos y resistencias, así permanecen la mayor parte de nuestros pueblos. Porque nuestras burguesías nacionales, muchas veces vendieron y siguen vendiendo nuestros países al capital trasnacional. Y, cuando hablamos de Sur, vamos mucho más allá de un concepto geográfico, es una condición política y social.

Recientemente un importante político europeo, el presidente francés Emmanuel Macron anunciaba que “Estamos viviendo el fin de la abundancia”. Esta sola frase demuestra la magnitud de nuestro olvido. Porque las sociedades subdesarrolladas, que somos la mayor parte de la humanidad, no hemos vivido ninguna abundancia. Muchas personas en las propias sociedades del capitalismo desarrollado no han vivido ninguna abundancia. Es el fin entonces solo para los privilegiados en los países del núcleo duro del capitalismo contemporáneo y las élites aliadas en otras partes del mundo.

El resto de la humanidad se enfrenta a una crisis multifactorial donde está en peligro incluso la propia supervivencia de nuestra especie. La resistencia del Sur en esta hora no es solo la lucha por tener un espacio visible en las vitrinas del capitalismo actual, sino que debe ser la lucha por un orden superior, donde quepamos todos y todas, sin ningún tipo de discriminación. Un orden donde el ser humano y la naturaleza estén por encima de los beneficios de unos pocos.

Nosotros, los habitantes del Sur, somos los modernos proletarios. Trabajemos donde trabajemos, más allá de cualquier posesión personal, no tenemos otra cosa que nuestra fuerza de trabajo que vender. Vemos como se roban la materia prima de nuestros países y solo nos devuelven deuda y medidas de ajustes. El régimen del capital es violento por naturaleza y no cederá su lugar sin lucha. Debemos estar dispuestos entonces a dar la batalla por todos los medios a nuestro alcance.

Debemos apertrecharnos con lo mejor del pensamiento crítico y buscar, como individuos y como pueblos, la necesaria unidad. Solo unidos podemos hacer frente al absurdo fuertemente armado que ha secuestrado nuestra época.

Y debemos dar la batalla cargando con las taras heredadas de nuestra condición colonial nunca totalmente superada. Contra el subdesarrollo estructural, la corrupción, la incultura, las burguesías entreguistas, el individualismo consumista, los atavismos de cualquier índole, las diferencias impuestas. Contra nuestras conciencias de individuos y pueblos sometidos.

El Sur debe recuperar el Sur. La belleza de sus pueblos y la grandeza de sus gentes. Como avizoraran los grandes revolucionarios de épocas recientes, Lenin, el Che, Fidel, el futuro pertenece a las naciones periféricas. Aunque nos desconozcan, nos desvirtúen, nos obvien, el fuego de la necesaria transformación sigue ardiendo y emergerá formidable donde todos lo vean.

Por gentileza de La Jiribilla

 

Psicoanálisis y mentalización | De la pulsión al pensamiento

Gustavo Lanza-Castelli
Psicoanalista. Psicoterapeuta. Presidente de la Asociación Internacional para el Estudio y Desarrollo de la Mentalización [1]
.

“…si bien el psicoanálisis se desarrolló sin preocuparse demasiado de los
procesos de pensamiento en los casos de psiconeurosis de transferencia

bien estructuradas, la aparición de variadas estructuras no neuróticas
demostró que, para entender estas manifestaciones, hacía falta

una concepción psicoanalítica del pensamiento”.

André Green, 2003

Resumen

El trabajo comienza planteando que, a pesar del desarrollo que la teoría de la mentalización propuesta por Fonagy y colaboradores ha conocido en los últimos veinte años, de su llamativa similitud con la teoría de Bion y de los buenos resultados obtenidos en la práctica clínica a la que informa, no es mayormente conocida en las instituciones psicoanalíticas.

Postula que cabe pensar que es posible llevar a cabo una articulación entre las caracterizaciones que la misma hace del pensar y el enfoque de Freud acerca del mismo tema.

A efectos de realizar dicha articulación, se reseñan los principales aportes de Freud a la teoría del pensamiento.

Posteriormente se caracteriza la forma en que, desde el punto de vista de la mentalización, se enfoca este proceso mental y se lo relaciona con el pensar preconsciente-consciente, tal como es desarrollado en la obra freudiana.

Seguidamente se ilustra el modo en que la consideración del pensar mentalizador puede ser de utilidad para comprender las vicisitudes de la acción específica, así como las dificultades de ciertas situaciones clínicas, cuando falla y se ve reemplazado por un modo pre mentalizado de pensamiento.

Se concluye señalando las limitaciones y alcances del presente trabajo.

Palabras clave: mentalización, teoría del pensamiento, preconsciente, acción específica.

Abstract

This work starts positing that, in spite of the development of Fonagy and colleagues’ mentalizing theory during the last 20 years, of its resemblance to Bion’s theory and its evidenced good results in clinical practice, it is still relatively unknown within psychoanalytic institutions.

This paper suggests that it is possible to articulate the notions of this theory has about thinking, and the conceptions of Freud about this same topic.

To carry out this articulation, Freud’s main contributions to the theory of thinking are reviewed.

The paper then advances into characterising the way in which mentalizing theory conceives this mental process and related it to preconscious-conscious thinking, as it has been discussed by Freud.

An illustration is given, in how this idea of mentalizing thinking can be useful to understand the vicissitudes of the specific action, as well as the difficulties arising in certain clinical situations when mentalizing thinking fails and it is replaced by a pre mentalizing mode of thinking.

This paper is concluded with the scope and limitations of this work.

Key words: mentalization, theory of thinking , preconscious, specific action.

Résumé

Le travail débute disant que, malgré le développement que la théorie de la mentalisation proposée par Fonagy et collaborateurs, a connu dans les derniers vingt ans, de sa notable similitude avec la théorie de Bion et des bons résultats obtenus dans la pratique clinique qu’elle a informé, elle n’est pas majoritairement connue dans les institutions psychanalytiques.

Le travail énonce que c’est possible d’établir une articulation entre les caractérisations que cette théorie fait sur la pensée et celles de la théorie de Freud au sujet du même thème.

Aux effets de réaliser une telle articulation, on mentionne les principaux apports de Freud à la théorie de la pensée.

Par la suite il caractérise la façon dans laquelle le point de vue de la mentalisation comprendre ce processus mental et sa relationne avec la pensée préconscient-consciente, tel qu’elle est développée dans l’œuvre freudienne.

En suite se développe la façon dans laquelle la considération de la pensée mentalisateur peut être utilisée pour comprendre les vicissitudes de l’action spécifique, tout comme des difficultés de certaines situations cliniques, quand le mentaliser fait default et se voit remplacé par une façon pre-mentalisé de la pensée.

La conclusion est de signaler les limitations et les conséquences de ce travail.

Mots clé: mentalisation, théorie du pensée, préconscient, action spécifique.

Introducción

La teoría de la mentalización, presentada originariamente por Fonagy (1991), Fonagy y Target (1996), Target y Fonagy (1996), Fonagy et al. (1998) y la práctica que de ella deriva, se han extendido de manera exponencial en los últimos veinte años en Inglaterra, EEUU, Alemania, Noruega, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Italia, Holanda, España, Suiza, Austria, Nueva Zelanda, Australia y países de Latinoamérica como Brasil y Perú (Jurist, 2018, p. 92). Por otra parte, una serie de estudios de seguimiento sobre los resultados de la terapia basada en la mentalización (MBT) muestran que la misma posee un elevado grado de eficacia en el tratamiento de los pacientes no neuróticos (Bateman, Fonagy, 2008; Jørgensen et al., 2013; Kvarstein et al., 2015). No obstante esos datos, en la mayoría de los círculos psicoanalíticos continúa siendo ignorada, a pesar de sus innegables aportes y de su parentesco notable con el pensamiento de Bion y con algunos de los desarrollos de Winnicott (Jurist, 2018; Mantilla Lagos, 2007; Taubner, 2015).

Al igual que el autor de Aprendiendo de la experiencia (Bion, 1962), la teoría de la mentalización pone un fuerte acento en los procesos de pensamiento y sus perturbaciones, en sintonía con el epígrafe de Green y con los muchos desarrollos que éste y otros autores dedicaron a este tema, considerándolo de vital importancia en la comprensión y tratamiento de los pacientes no neuróticos (Bion, 1962, 1967, Donnet, Green, 1973; Green, 1995, 2003; Marty, de M’Uzan, 1963; Marty, de M’Uzan, David, 1963; Smadja, 2005).

Por esa razón, es dable considerar que a pesar de las innegables diferencias que existen entre el pensamiento freudiano y las propuestas del así llamado psicoanálisis contemporáneo (Green, Urribarri, 2013), por un lado, y los desarrollos de la teoría de la mentalización, por otro, vale la pena llevar a cabo algunas reflexiones a efectos de interrogarnos si esta teoría tiene algo que aportar a la teoría y práctica psicoanalíticas.

Con este objetivo in mente, en lo que sigue llevo a cabo en primer término algunas puntualizaciones sobre la teoría freudiana del pensamiento. Seguidamente reseño algunos conceptos claves de la teoría de la mentalización. Por último, intento articular algunos de los conceptos de esta última en el corpus freudiano y utilizo esta articulación para considerar hasta qué punto estos aportes permiten comprender mejor las vicisitudes de la acción específica, así como ciertas situaciones clínicas que presentan desafíos complejos a nuestras intervenciones.

La teoría freudiana del pensamiento

En un artículo ya clásico de 1911, Freud diferencia dos tipos de pensar, uno de ellos que se rige por el principio de placer y otro por el principio de realidad, manifestándose el primero en los sueños, el fantasear, el juego y los sueños diurnos.

Dado que una caracterización pormenorizada de ambos tipos de pensamiento excede largamente el objetivo de este trabajo, me limitaré a señalar algunas características de los mismos, que nos permitirán establecer comparaciones con la teoría de la mentalización.

En lo que hace al primero de ellos, que se expresa en fantasías, sueños, etc., cabe decir que su origen es muy anterior a la constitución de estas formaciones complejas y que se remonta a la vivencia de satisfacción.

En dicha experiencia, tal como nos enseña Freud (1900), lo esencial es el empuje de “las grandes necesidades corporales”, cuya excitación busca primeramente un drenaje mediante la alteración interna (expresión de las emociones), sin conseguirlo. Será a partir del auxilio externo, de la madre que da de mamar al niño, que se alcanzará la vivencia de satisfacción, la cual cancelará el estímulo interno… hasta que éste reaparezca.

Un componente esencial de dicha vivencia consiste en la presencia de percepciones (gustativas, motrices, olfatorias, táctiles, visuales) del objeto materno, que quedarán inscritas en el psiquismo como huellas mnémicas asociadas a la huella dejada por la vivencia de satisfacción y a la huella dejada por la excitación emanada de la necesidad corporal. De este modo, cuando reaparezca la tensión de la necesidad, y gracias a la asociación establecida, tendrá lugar un movimiento psíquico (al que Freud denomina deseo) que buscará investir nuevamente las huellas de aquella percepción del objeto, a efectos de reproducir la misma percepción satisfactoria. Cuando tal cosa se logra, se produce una alucinación consistente en una identidad de percepción.

Pero no por ello se consigue el apaciguamiento de la necesidad, por lo que esta “primitiva actividad de pensamiento” (ibidem) se muda paulatinamente en otra, más acorde al fin, consistente en la inhibición de este camino corto e inmediato y el establecimiento progresivo de un rodeo, a partir de la imagen mnémica, para buscar en el mundo externo la identidad perceptiva deseada, en un objeto real capaz de calmar la necesidad.

Como dice Freud,

“…toda la compleja actividad de pensamiento que se urde desde la imagen mnémica hasta el establecimiento de la identidad perceptiva por obra del mundo exterior, no es otra cosa que un rodeo para el cumplimiento de deseo, rodeo que la experiencia ha hecho necesario” (ibidem)(cursivas en el original).

Este conjunto de huellas mnémicas, comandadas por las huellas mnémicas visuales, se organizan como representaciones de cosa, que son el contenido primordial del sistema inconsciente de la primera tópica y que permiten la primera ligazón de la pulsión (Green, 1987) en lo inconsciente, donde la energía es libre, rigen los procesos primarios (desplazamiento y condensación) y prevalece el principio de placer (Freud, 1900, 1915b).

Una segunda ligazón tendrá lugar por medio del sistema preconsciente, tal como sucede, por ejemplo, en los sueños y en la psicoterapia (1900).

Cabe aclarar que las representaciones de cosa, no consisten en las huellas mnémicas de objetos del mundo exterior, sino en huellas derivadas de la percepción de un otro humano, de un “prójimo”, tal como refiere Freud en el Proyecto (1950[1887-1902]).

Por otro lado, es evidente que las representaciones de cosa no existen aisladas unas de otras, sino que tienden a combinarse y formar unidades mayores, sea en lo inconsciente ―“El núcleo del inconsciente consiste en representantes de la pulsión (Triebreprepräsentanzen) que quieren descargar su investidura; por tanto, en mociones de deseo” (1915b, p. 183)―, sea en sus retoños en el preconsciente, entre los que encontramos las escenas, las fantasías, los sueños diurnos, etc. (Freud,1907 [1906]; 1908 [1907]; 1909 [1908]), En la construcción de estos retoños participan tanto el sistema inconsciente como el preconsciente. De este modo, se conjugan en ellos dos tipos de pensamiento, el previamente señalado, que tiende a la ligadura del representante psíquico de la pulsión (Green, 1987) y a su descarga, y el pensar propio del preconsciente., que posee otras características. Así, en relación con las fantasías, señala Freud que reúnen notas contrapuestas, ya que presentan una alta organización y están exentas de contradicción, habiendo aprovechado todas las adquisiciones del sistema preconsciente, pero no son susceptibles de devenir conscientes. “Por tanto, cualitativamente pertenecen al sistema preconsciente, pero, de hecho, al inconsciente” (1915).

Otro tipo de pensamiento que pertenece al inconsciente es el pensar por medio de símbolos, que el pensamiento de la vigilia no conoce ni reconoce, pero que se abre paso en los sueños, los mitos, los cuentos tradicionales, los proverbios, las canciones populares y las poesías (Freud, 1915-1916).

Una de las características del pensar inconsciente es que por su intermedio se liga y se vehiculiza la pulsión, a la vez que adquiere figurabilidad el representante psíquico de la misma. Esta necesidad de conquistar la figurabilidad se halla particularmente sugerida en la segunda tópica, ya que en ella el Ello consiste en una serie de mociones pulsionales sin representante representativo ―a diferencia de lo que ocurre en la primera, en la que la representación es el dato de partida―, al cual deberán ligarse, según postula Green en diversos textos (1987; 2000; Green, Urribarri, 2013).

En lo que hace al movimiento pulsional, podríamos decir que su recorrido es predominantemente interno ―aunque la huella de la experiencia con el objeto primario sea decisiva―: comienza en el cuerpo, prosigue con el representante psíquico de la pulsión y continúa con las formaciones ya mencionadas, pero siempre al servicio del trabajo que la pulsión exige a lo psíquico “a consecuencia de su trabazón con lo corporal” (Freud, 1915a).

Es indudable que el movimiento no termina en la representación, sino que ha de llegar hasta el objeto para que la pulsión alcance su satisfacción mediante la acción específica (Freud, 1895 [1894]) y es ésta la razón por la que ha de ser tenida en cuenta la realidad y por la que será necesaria la puesta en juego de otro tipo de pensar, capaz de tomar en consideración las restricciones y peligros que aquélla conlleva.

Vale la pena aclarar que el objeto del que se trata aquí ―caracterizado del siguiente modo: “… es aquello en o por lo cual [la pulsión] puede alcanzar su meta. Es lo más variable en la pulsión” (1915a)― es visualizado desde el objeto fantasmático. El objeto de la realidad es visto siempre por el sujeto desde este entramado representacional investido libidinalmente, tal como lo expresa Freud reiteradas veces, por ejemplo, de un modo sumamente sintético, en los Tres ensayos: “El hallazgo (encuentro) de objeto es propiamente un reencuentro” (1905).

Yendo ahora al segundo tipo de pensar, referido al comienzo y mencionado por Freud en el artículo de 1911, cabe decir que le atribuye allí relación con la realidad y la función de representar las condiciones del mundo exterior por más que sean desagradables, lo que es correlativo del establecimiento del principio de realidad. Esto implica el aumento en la importancia de la realidad, de la aprehensión de las cualidades sensoriales, de la conciencia, la atención y de parte de la memoria. Asimismo, el que en lugar de la represión surja el fallo imparcial, que decide si una representación es verdadera o falsa, y que la descarga motriz se transforme en acción dirigida a modificar la realidad.

La suspensión de la descarga motriz ―“… inhibición de la proclividad a la descarga, característica de las representaciones investidas” (1915b)― ha quedado entonces a cargo del proceso del pensar preconsciente-consciente, que requiere la transformación de las investiduras libres en investiduras ligadas. “Es probable que en su origen el pensar fuera inconsciente, en la medida en que se elevó por encima del mero representar y se dirigió a las relaciones entre las impresiones de objeto; entonces adquirió nuevas cualidades perceptibles para la conciencia únicamente por ligazón con los restos de palabras” (1911).

Este último párrafo señala la importancia de las representaciones de palabra, propias del preconsciente o del yo de la segunda tópica, que establecen diversas relaciones con las representaciones de cosa y entre sí, tema que sería demasiado extenso desarrollar en el presente trabajo (Forrester, 1980; Maldavsky, 1977). Baste decir que dichas representaciones se organizan en frases y éstas en relatos, para la comprensión de los cuales es necesaria la presencia de lazos lógicos, responsables de su ensambladura. Entre ellos, podríamos citar: “sí”, “porque”, “así como”, “o bien… o bien”, “en consecuencia”, “semejante a”, “diferente de”, “contradictorio con”, etc. (Freud, 1900; Maldavsky, 1977). Son estos lazos los que organizan el “material concreto del pensamiento” (Freud, 1923), que es lo único que puede devenir consciente en el pensar visual, sin palabras (ibidem).

Sintetizando lo expuesto hasta este punto, podríamos decir que el primer tipo de pensamiento (representación cosa, fantasía, etc.), que se rige por el principio del placer, tiene como objetivo, al decir de Green (1987), ligar el representante psíquico de la pulsión y tornarlo representable, lo que lo habilita para dar lugar a la descarga del quantum pulsional, sea por la vía corta del sueño o el síntoma, sea por mediación del rodeo impuesto por el principio de realidad, con la participación del segundo tipo de pensamiento. Como hemos visto, el principio de realidad se enlaza con este tipo de pensamiento ―ligado a la representación de palabra y poseedor de lazos lógicos― y tiene como objetivo, no la cancelación del principio de placer, sino su aseguramiento: “… el yo decide si el intento [de satisfacer la pulsión] desembocará en la satisfacción o debe ser desplazado, o si la exigencia de la pulsión tiene que ser sofocada por completo como peligrosa (principio de realidad)” (Freud, 1938).

Cabe agregar que, en el Proyecto, Freud postula que el pensar solo se torna posible después de que ha tenido lugar una inhibición, por parte del yo, de la intensidad del deseo, lo que permite entonces distinguir entre percepción y recuerdo.

Cobran entonces valor los signos de realidad objetiva, suministrados por la percepción del objeto real.

Respecto a este último es útil para el sujeto compararlo con la investidura deseo del complejo de recuerdos, ya que “… la experiencia biológica enseñará que es inseguro iniciar la descarga cuando los signos de realidad no corroboran el complejo íntegro, sino solo una parte” (Freud, 1895 [1894]).

Por tal motivo, el juicio descompone el complejo perceptivo en una parte constante (a lo largo de diversos complejos-percepción), que es semejante al núcleo del yo y es denominada “la cosa del mundo”, y una parte variable: su predicado.

Esta descomposición favorece el establecimiento de la concordancia entre el complejo-recuerdo y el complejo-perceptivo ―lo que hemos llamado “la identidad perceptiva por obra del mundo exterior”―, con lo cual la descarga (acción específica) se volverá posible, poniendo término al acto de pensar.

Cuando tal concordancia no se logra, el trabajo del pensar continúa mediante investiduras nuevas que permiten llegar al elemento faltante para lograr dicha concordancia. Nos encontramos aquí con el proceso secundario del pensar reproductivo, el cual tiene entonces un fin práctico, consistente en alcanzar la identidad y el “derecho a la descarga” (ibidem).

Ha sido el interés por establecer la situación satisfactoria la que ha producido, en un caso, el meditar reproductor y, en el otro, el apreciar judicativo “… y ello, como un medio para alcanzar desde la situación perceptible dada, real, la situación perceptiva deseada” (ibidem). Esto habla del “sentido eminentemente práctico de todo trabajo de pensar” (ibidem).

Posteriormente, en el mismo texto, Freud introduce los signos de descarga lingüísticos ―que posteriormente denominará representación palabra―, los cuales “… equiparan los procesos del pensar a los procesos perceptivos, les prestan una realidad objetiva y posibilitan su memoria” [cursivas en el original] (ibidem). Tenemos así el pensar observador consciente (ibidem) o pensar discerniente (ibidem).

Dejo sin consignar aquí las consideraciones freudianas acerca de la economía del pensar, el pensar desinteresado, las representaciones-meta en el pensar, el pensar reproductor recordante, el pensar crítico, el desprendimiento de displacer en el pensar y su domeñamiento, la defensa de pensar primaria, el error en el pensar, etc. Estas elucidaciones revisten el mayor interés, pero su consideración nos alejaría del objetivo de este trabajo.

Baste consignar que el pensar práctico es “… el origen de todos los procesos de pensar, [y] sigue siendo también su meta última. Todas las otras variedades se han desprendido de él” (ibidem), y tiene lugar en el pasaje entre la representación investida y la acción específica. Su función se relaciona con la inhibición de la investidura de modo tal que no se llegue a la alucinación, y con la función del juicio, que descompone el complejo perceptivo hasta lograr la concordancia con la imagen de deseo, para dar curso, entonces, a la acción específica.

Podríamos decir, entonces, que el pensar práctico es el mediador entre la representación investida y la acción específica.

Cabe agregar que en la medida en que el pensar se interpola entre el deseo y la acción, recurriendo a los restos mnémicos de la experiencia, anticipa también si la satisfacción de la moción pulsional acarreará algún peligro (pérdida de objeto, castración, etc.), en cuyo caso el yo dará una señal de alarma que pondrá en marcha el mecanismo de la represión (Freud, 1926 [1925]; 1933 [1932]), o decidirá no llevar a cabo la acción, si el proceso transcurre de modo consciente.

Sintetizando lo expuesto hasta aquí, cabe decir que podemos diferenciar dos tramos en el recorrido que va del proceso corporal hasta la acción específica.

El primer tramo parte del cuerpo, que encuentra un representante en el representante psíquico de la pulsión, el cual inviste la representación (derivada de las huellas mnémicas del objeto primario y erigida como representación de cosa), a la vez que se descarga como afecto. Estas representaciones de cosa se ligan luego con representaciones de palabra y están en la base de las fantasías, los sueños, los sueños diurnos, etc. En estas últimas producciones participa también el pensar preconsciente, con sus lazos lógicos.

Llegamos así a la representación investida (objeto fantasmático), diferenciada de la alucinación, que tiende a buscar la satisfacción en el mundo real.

El segundo tramo, entonces, comprende el pasaje desde la representación investida a la acción específica en el objeto real y supone la puesta en juego de los diversos tipos de pensar, mencionados más arriba, que son los mediadores entre una y la otra.

Por su parte, Fonagy y colaboradores ponen el acento de modo decidido (aunque no exclusivo) en este segundo tramo, en este ámbito de la relación con el otro, pero de un modo diferente. Y es en ese aspecto que creo que tienen algo que ofrecer al enfoque psicoanalítico.

Para decirlo de una vez: en este segundo tramo privilegian el estudio de las interacciones interpersonales efectivas entre dos sujetos, así como sus perturbaciones, en el interior de las cuales sitúan el pensar mentalizador.

Así, en uno de los pocos textos en que Fonagy se ocupa de cuestiones filogenéticas, postula que las capacidades mentales se desarrollaron (en nuestros antepasados homínidos) no tanto para lidiar con las fuerzas hostiles de la naturaleza, sino para hacerlo con la competencia con los otros hombres, lo que tuvo lugar después de que nuestra especie hubo alcanzado un dominio relativo sobre el entorno físico. Fue en ese momento que nuestros congéneres se volvieron las fuerzas hostiles principales, así como los aliados más importantes en la lucha contra los otros grupos que disputaban un mismo territorio. En ese contexto, el éxito en dicha empresa dependía esencialmente de la experticia alcanzada en la cognición social, cuya faceta nuclear es la capacidad para representar simbólicamente los estados mentales. Predecir y anticipar el comportamiento del otro, forjar estrategias y prever contraestrategias, basándose en la comprensión de sus estados mentales, se volvió una herramienta poderosa en esta competencia social (Fonagy, 2006).

Más allá de la eventual exactitud de esta conjetura filogenética, lo que resulta útil de la misma es que expresa con claridad el punto de vista que privilegia este autor y torna comprensible que enfoque los procesos de pensamiento desde otro vértice, poniendo el acento en un tipo de proceso mental que, si bien no fue desconocido por Freud, no mereció su conceptualización debido a su propio ―y diferente― punto de vista en relación al pensar.

Cabe en este punto recordar las consideraciones de André Green, quien hace referencia a un cierto solipsismo en el enfoque freudiano, a la vez que destaca la presencia en el psicoanálisis actual de una especie de tercera tópica, la que se centra en la relación sí mismo-objeto (1982), de la cual el pensamiento de Fonagy es tributario.

Por su parte, considera el autor francés que más que marcar una contraposición entre ambos enfoques, resulta más adecuado a los hechos clínicos y más enriquecedor en el aspecto teórico, postular una unión indisoluble entre la pulsión y el objeto (1995), o, dicho de otro modo, una articulación entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo (Green, Urribarri, 2013). Éste es el punto de vista que adopto en este trabajo y de ahí mi propuesta de articular algunos desarrollos de la mentalización en el contexto del corpus freudiano.

En referencia a Peter Fonagy y colaboradores, cabe decir que han identificado y diferenciado un tipo de pensamiento al que llamaron capacidad de mentalizar (o mentalización), que podríamos definir como un pensar que habilita al sujeto para comprender el comportamiento propio y ajeno en términos de estados mentales.

Este pensamiento debe diferenciarse del pensar ―vigente en el primer tramo ya señalado― que busca la ligadura y figurabilidad de la pulsión, o su procesamiento en el interior del aparato psíquico (aunque pueda enlazarse con él de múltiples formas), como así también de aquellos tipos de pensar ―que corresponden al segundo tramo― de los que habla Freud en el “Proyecto” y que tienen al pensar práctico como su meta última.

Si bien la cognición social es central en este enfoque, los desarrollos del mismo no se restringen a ella, sino que abarcan también la mentalización del propio self, la regulación emocional y el énfasis en las relaciones interpersonales mediadas por el mentalizar.

A lo largo de más de veinte años estos autores han investigado las características de este tipo de pensamiento, su evolución, su relación con los vínculos tempranos; los tres tipos de déficits o fallas que puede experimentar, a los que denominan modos pre mentalizados (equivalencia psíquica, modo teleológico, modo como sí [pretend mode]), así como su relación con los pacientes no neuróticos y el modo en que determina una serie de desenlaces clínicos en estos pacientes.

El cuerpo teórico elaborado en todos estos años en el campo de la mentalización es de tal magnitud que sería imposible reseñarlo en este trabajo, ya que incluye las relaciones de apego tempranas con los progenitores, la constitución de las representaciones secundarias para simbolizar los afectos, los modos de pensamiento a partir de los cuales surge el mentalizar, los modos pre mentalizados, las polaridades de la mentalización, las etapas en el desarrollo del self y su relación con el mentalizar, la regulación emocional, el self ajeno, el pensamiento concreto, la hiper mentalización, etc. (Allen, Fonagy, Bateman, 2008; Bateman, Fonagy, 2004, 2006, 2016; Fonagy et al., 2002).

De todo este conjunto me centraré exclusivamente en caracterizar la capacidad de mentalizar y, posteriormente, trataré de enlazar dicha capacidad con la acción específica, como así también las fallas de esta capacidad con ciertos desenlaces psicopatológicos.

La capacidad de mentalizar o mentalización

Según la propuesta de Fonagy y colaboradores, el concepto mentalización se refiere a una actividad mental, predominantemente preconsciente, muchas veces intuitiva y emocional, que permite la comprensión del comportamiento propio y ajeno en términos de estados y procesos mentales.

También cabe definirla diciendo que este constructo se refiere a una serie variada de operaciones psicológicas que tienen como elemento común focalizar en los estados mentales, de uno mismo y de los demás. Estas operaciones incluyen una serie de capacidades representacionales y de habilidades inferenciales, las cuales forman un mecanismo interpretativo especializado, dedicado a la tarea de explicar y predecir el comportamiento propio y ajeno mediante el expediente de inferir y atribuir al sujeto de la acción determinados estados mentales intencionales que den cuenta de su conducta (Gergely, 2003).

La capacidad de mentalizar está sustentada por un cierto número de habilidades cognitivas específicas, algunas de las cuales encontramos también en la caracterización que hace Freud del pensar preconsciente-consciente (como la atención), mientras que otras son exclusivas de la mentalización.

Entre estas últimas encontramos la comprensión intuitiva de los estados emocionales ajenos, la capacidad para representar los estados mentales de los demás con contenido epistémico (creencias), la habilidad para representar estados mentales con contenido ficcional (imaginación, fantasía). Esta capacidad para representar los estados mentales ajenos es complementaria de la capacidad para diferenciarlos de los propios.

De igual forma, encontramos la capacidad para realizar juicios acerca de los estados subjetivos propios y ajenos, así como para pensar explícitamente acerca de los estados y procesos mentales, etc. (Fonagy, 2006; Fonagy, Gergely y Target, 2007).

Cabe diferenciar entre un mentalizar automático y otro deliberado. El primero no es reflexivo ni consciente (sino preconsciente), tiene un tiempo de procesamiento rápido, procesa estímulos en paralelo (gestos, tonos de voz, ritmo del habla, posturas, etc.), no requiere esfuerzo ni atención concentrada, se mueve en el registro de lo sensorial y suele conocérselo como intuición (Allen, Fonagy, Bateman, 2008). Su discernimiento no escapó a la aguda percepción de Theodor Reik (1948).

El segundo es deliberado, tiene un tiempo de procesamiento más lento, procesa la información de modo serial, se vale de las palabras y requiere esfuerzo y atención concentrada.

En relación a la capacidad para representar y hacer juicios acerca de los estados mentales ajenos, podríamos decir que fue llevada a cabo por el propio Freud hasta límites difíciles de igualar, e inclusive no se le escapó que constituía una capacidad humana universal, tal como consigna en el siguiente párrafo:

“En verdad, se puede aseverar universalmente que cada persona practica de continuo un análisis psíquico de sus prójimos, y por eso los conoce mejor de lo que cada quien se conoce a sí mismo” (1901, p. 207).

No obstante, Freud no desarrolló teóricamente este discernimiento, ni incluyó en el pensar preconsciente-consciente el pensar acerca de los estados mentales, diferenciándolo del pensar práctico e investigando los efectos de sus perturbaciones en diversas patologías no neuróticas, tal como han hecho Fonagy, Bateman y otros (Bateman, Fonagy, 2004, 2006, 2016).

El mentalizar implica también una serie de conocimientos y supuestos acerca de los estados mentales, que son de dos tipos: generales e idiosincráticos. Entre los primeros encontramos, entre otros, el conocimiento del tipo de experiencias que están en el origen de ciertas creencias y emociones, de las actitudes y comportamientos esperables dado el conocimiento de determinadas emociones, motivaciones y creencias, de las relaciones transaccionales esperables entre emociones y creencias, como así también de los estados mentales propios de determinada fase del desarrollo, o de determinado tipo de situación vincular (como el amor de la madre por su hijo, por ejemplo). Este conocimiento no está organizado en forma declarativa, sino en forma procedural, por lo que no es de esperar que las distintas personas puedan articularlo de modo explícito, pero sí que incida de modo implícito en el desempeño mentalizador que tiene lugar en las relaciones interpersonales (Fonagy et al., 1998).

Entre los idiosincráticos encontramos el conocimiento de los estados mentales habituales de tal o cual persona particular, de su modo de funcionamiento mental, de su forma de reaccionar a determinadas situaciones interpersonales, etc., que le son propias. La experiencia muestra que cuanto mayor conocimiento tenemos de una persona, mayor es nuestra capacidad para entender su comportamiento en términos de sus estados mentales y su modo de funcionamiento mental.

Por otra parte, para focalizar en los estados mentales y poder reflexionar sobre ellos, necesitamos contar con un sistema representacional simbólico para los mismos, que es específico y diferente del conjunto de representaciones con las que pensamos el mundo de los objetos materiales. Así, el niño de tres años de edad posee una serie de símbolos para operar en el mundo físico, pero no posee aún símbolos para sus propios procesos mentales (Fonagy, 1991). Estos símbolos se construyen a lo largo de un complejo proceso, que comienza por la construcción de representaciones secundarias para simbolizar los afectos. En dicho proceso, el reflejo parental de los estados emocionales del niño juega un rol cardinal (Fonagy et al., 2002).

La caracterización del mentalizar esbozada hasta este punto, subraya tres variables que le son específicas: a) determinadas habilidades cognitivas; b) ciertos conocimientos generales e idiosincráticos; 3) un sistema simbólico particular.

Esta caracterización muestra con claridad lo propio de este modo de pensamiento, así como su diferencia con el pensar práctico ya mencionado. Asimismo, permite postular la importancia que posee su deslinde y caracterización detallada, en la medida en que sus disfunciones se encuentran en la base de perturbaciones de la más variada índole, según postulan los autores previamente mencionados (Bateman, Fonagy, 2004, 2006, 2016).

Por lo demás, podríamos incluir este tipo de pensamiento en la secuencia que hemos consignado más arriba: soma ― representante psíquico de la pulsión ― representación de cosa ― fantasías y otras formaciones complejas ― representación de palabra ― pensar preconsciente-consciente… incluyendo el mentalizar. La justificación de esta inclusión se pondrá de manifiesto en los dos apartados siguientes.

Acción específica y satisfacción pulsional mediada por la mentalización

Podríamos ahora considerar el hecho de que en la teoría freudiana el objeto es caracterizado ―tal como hemos dicho― como aquello en lo cual la pulsión puede encontrar su satisfacción (Freud, 1915a). En su enfoque el objeto es, por tanto, visto básicamente desde el punto de vista de la pulsión y no es resaltada ni su actividad ni su condición de “sujeto”, así como tampoco se pone el énfasis en el intercambio que tiene lugar, en las relaciones interpersonales, entre dos sujetos.

Otro aspecto importante de la relación con el objeto, tiene que ver ―tal como ha sido mencionado― con la acción específica que se realiza sobre el mismo a efectos de lograr la satisfacción pulsional (Freud 1950 [1887-1902]). En este caso el otro es visto como un “objeto” de la realidad, a la que hay que tener en cuenta y cuyos peligros hay que evitar (Freud, 1938). En el acceso a este objeto tiene lugar ―según hemos dicho ya― un rodeo, diferente al circuito corto a través del cual se satisface la pulsión en el sueño, el sueño diurno y el síntoma.

En los desarrollos de André Green, y en la medida en que este autor habla de una unión inextricable entre la pulsión y el objeto (1995), se pone el acento en la relación, así como en la necesidad de tener en cuenta al objeto de la realidad. Entre otros párrafos elocuentes al respecto, cabe citar el siguiente:

“La evolución exige, no como decía Freud, que la pulsión acabe domesticada por el yo, sino que éste consiga ligarla. Entonces, y solo entonces, el objeto podría ser reconocido en su realidad, lo cual implica una cierta renuncia al cumplimiento irrestricto de la totalidad de las metas pulsionales. De un lado, porque no todas las que nacen en su mundo interno pueden ser satisfechas, pero, además, porque el sujeto se ve llevado a considerar también las pulsiones del objeto, fijándose la meta de satisfacerlas, al menos en parte, incluso si algunas de ellas no gozan de su favor” [cursivas agregadas] (Green, 1995, pp. 43-44).

En este párrafo de Green se ve un cambio considerable respecto al enfoque de Freud, ya que el “objeto” es considerado como un sujeto que tiene sus propias pulsiones, que hay que tener en cuenta para que sea posible alcanzar la satisfacción.

De todos modos, cabe agregar que la conceptualización de Green, del otro como sujeto, no va mucho más allá de señalar su condición de sujeto de pulsiones, que es menester tener en consideración.

En el enfoque de Fonagy, en tanto el mentalizar (considerado como aprehensión de los estados mentales ajenos) permite anticipar cómo determinada actitud (o verbalización) propia impactará en el otro, su eficaz desempeño posee la mayor importancia para regular la propia conducta en función de la reacción probable del otro que podamos prever.

Para lograr este rendimiento tienen que tener lugar una serie de complejos procesos mentales.

Uno de ellos consiste en la capacidad para construir un modelo de la mente del otro que nos permita aprehender los estados desiderativos, afectivos y cognitivos que tienen lugar en él en determinada situación vincular, de un modo descentrado, esto es, desde el punto de vista del otro y no como mera proyección de nuestras características o ilusiones. A partir de esta información, será posible prever cómo será vivida por el otro una solicitud pulsional determinada (una propuesta amorosa o erótica, por ejemplo).

Dicha previsión, edificada sobre la inferencia de los estados mentales ajenos, se encuentra en la base de la decisión de si dar cauce, o no, a la moción pulsional de que se trate, así como del “modo” en que habrá de dársele cauce para que la misma encuentre una respuesta que permita alcanzar la satisfacción, lo que da una idea de la importancia del mentalizar en la tramitación del empuje pulsional.

La imposibilidad de realizar algunas de estas operaciones (inferir los estados mentales ajenos, anticipar las consecuencias de la propia acción, identificar el mejor modo de dar cauce al empuje pulsional teniendo en cuenta el sentir del otro) da pie para toda clase de conflictos interpersonales, desarrollos de afectos displacenteros y frustraciones en el intento de canalizar la pulsión, esto es, de llevar a cabo la acción específica.

Podemos decir entonces que para encauzar el devenir pulsional de modo satisfactorio en un entramado intersubjetivo específico, es necesario ponerse intuitivamente en el punto de vista del otro, identificar su deseo o saber cómo despertarlo (a partir de la construcción de un modelo de su mente) y llevar a cabo aquel repertorio de acciones que encuentren un eco en él, con las que sintonice, que ayuden a crear un clima de reciprocidad, etc. Sin ello, la acción específica carecería de guía para poder llegar a un desenlace adecuado.

Lo que se vuelve importante del objeto en este punto no es solamente aquello que lo hace atractivo como objeto de la pulsión, sino también aquello que lo convierte en un sujeto con un deseo propio, con modos de sentir, creencias, representaciones, valoraciones, etc., también propios. En suma, con una serie de estados mentales que es necesario tener en cuenta, ya que deciden acerca de su conducta y de su respuesta a cualquier solicitud que se le haga. Y es solo en la medida en que son tenidos en cuenta y en que se puede incidir sobre ellos de algún modo, que el empuje pulsional puede ser satisfecho de un modo interpersonalmente satisfactorio.

De este modo, vemos cómo en este punto (la satisfacción pulsional en el mundo real) es posible lograr una fructífera inclusión del mentalizar en el pensar preconsciente-consciente, que da cuenta del tipo de rodeo que es necesario llevar a cabo para satisfacer la pulsión.

Podríamos ilustrar esta idea con el caso de un paciente de cuarenta y cinco años, separado, al que llamaremos Fernando, que conoció a una mujer, Marisa, en una reunión, la cual le pareció muy atractiva y seductora. Salió con ella dos veces sin que el acercamiento físico pasara a mayores, no obstante el deseo ardiente que en él se había despertado y el enamoramiento que comenzaba a sentir. Así las cosas, Marisa lo invitó a cenar a su casa, en la que convivía con su hijo de dieciséis años, Germán, fruto de un matrimonio que se había truncado por la muerte de su cónyuge, cinco años atrás.

Durante la cena, el hijo hizo gala de sus habilidades deportivas e intelectuales en una serie de relatos sobre la escuela, mientras su madre lo miraba arrobada. Por lo demás, en la medida en que Fernando expresó algunas ideas políticas y opiniones sobre un coche que pensaba comprar, Germán descalificó sus opiniones con actitud soberbia y hostil.

En la sesión en la que hizo el relato de esta velada, Fernando refirió la hostilidad que en él se había despertado a raíz de la actitud y comentarios del hijo de su amada, agregando que había tratado de responderle de la manera más suave y conciliadora posible, porque el amor que había identificado en Marisa hacia Germán (y que podríamos también considerar como un conocimiento general, en el sentido expuesto más arriba) podría hacer que ésta se molestara con él si hubiese respondido de una manera hostil hacia ese “chaval engreído”, como lo llamó en la sesión. Pensó entonces que las actitudes de Germán, que supuso derivaban de los celos que su presencia había despertado, así como el amor de Marisa hacia su hijo, eran dos variables que tenía que tener muy en cuenta si quería avanzar en la relación con ella. Por esta razón, pensó que su trato con el hijo debía mantenerse en el cauce que había podido sostener durante la cena, esto es, inhibiendo la hostilidad que le surgiría si situaciones de similar índole volvían a repetirse, a los efectos de no predisponer a Marisa de manera negativa hacia él.

En este breve y sencillo ejemplo podemos ver cómo, a los efectos de llevar a cabo la acción específica, la consumación de sus deseos sexuales y amorosos, el paciente necesita “mentalizar”, esto es, aprehender el sentimiento de Marisa hacia Germán y anticipar las consecuencias que tendría en el sentir de aquélla que él se dejase llevar por el impulso a mostrarse hostil, a su vez, con su hijo. Esta aprehensión y la anticipación basada en ella, permitía que inhibiera dicho impulso a los efectos de no obstaculizar la concreción de la acción específica. Vemos cómo operan también en esta situación la mentalización del self (identificación del impulso hostil) y la regulación emocional (inhibición del mismo).

La experiencia clínica, así como las experiencias de la vida de cada quien, muestran con elocuencia que el caso mencionado no es una excepción, sino más bien la regla, en la medida en que la capacidad para aprehender los estados mentales de la persona amada, así como los propios, como asimismo la de anticipar consecuencias de determinadas acciones, son variables de la mayor importancia a los efectos de que la acción específica pueda tener lugar. Podríamos decir, entonces, que en este sentido le hacen de guía.

De todos modos, cabe agregar que en el ejemplo mencionado lo que primordialmente vemos en acción es la mentalización deliberada. En la mayor parte de las interacciones que tienen lugar en el camino hacia la consumación de la acción específica, en cambio, juega un papel de la mayor importancia la mentalización involuntaria, que procede de un modo que podríamos llamar intuitivo, según fue mencionado con anterioridad.

Mentalización en el trabajo clínico

Llegados a este punto vale la pena consignar que la identificación, deslinde y caracterización de este tipo de pensar (el mentalizar) no solamente resulta de interés en tanto nos permite un mejor discernimiento de la dimensión interpersonal en que tiene lugar la acción específica, sino que también nos resulta de la mayor utilidad a los efectos de comprender ―y actuar sobre― diversos tipos de perturbaciones que pueden ocurrir en él, las que son responsables de diversos desenlaces y dificultades clínicas.

Dada la variedad de estas perturbaciones, cuya consideración excede largamente el espacio disponible en este trabajo, en lo que sigue me limitaré a describir una sola de ellas, la “equivalencia psíquica”, uno de los modos pre mentalizados que pueden activarse cuando colapsa el mentalizar.

Diremos entonces que cuando este modo pre mentalizado forma parte de la problemática clínica de un paciente adulto, estamos asistiendo a la reactivación de una manera de experimentar el mundo interno que es normal en la temprana infancia. Hasta los tres años de edad, aproximadamente, el pensamiento del niño es muy diferente de lo que es para el adulto promedio, ya que no ha adquirido todavía una teoría representacional de la mente y, por tanto, no considera que sus ideas sean representaciones de la realidad, sino más bien réplicas directas de la misma, reflejos o copias de ésta que son siempre verdaderas y compartidas por todos (Gopnik, 1993).

Cuando tiene vigencia este modo de experimentar el propio pensamiento, no es posible que haya distintos puntos de vista sobre el mismo hecho, ya que pensamiento y realidad no se diferencian y, por tanto, hay solo una única forma de ver a esta última (Target, Fonagy, 1996) y basta la existencia de una idea para que sea considerada como “real”. Lo que existe en la mente ha de existir en el exterior, y lo que existe fuera ha de existir también en la mente.

En los pacientes límite vemos que en ciertas situaciones padecen una perturbación de la capacidad que permite diferenciar los pensamientos de la realidad efectiva, junto con una reactivación de este modo pre mentalizado, lo que configura entonces un modo de funcionamiento mental diferente al normal o al neurótico, ya que en este último caso no se pierde la capacidad de tomar a la representación como mera representación en el preconsciente o en la conciencia (sabemos que en el sistema inconsciente dicha diferenciación no se produce, según nos enseña Freud en 1911).

Esta diferenciación entre “mera representación” y “equivalencia psíquica” posee la mayor importancia, no solo en cuanto a las manifestaciones que produce la vigencia de la segunda, sino también en lo que hace al enfoque clínico que debemos adoptar en un caso y en el otro. Cuando lo que predomina es un modo de experimentar el mundo interno en el que la representación es reconocida como tal (un modo “mentalizado”), cabe trabajar mediante un abordaje interpretativo que busque desvelar lo latente de dicha representación, sea que ésta aparezca como síntoma, fantasía, sueño, idea obsesiva, etc. En tanto el paciente reconoce este carácter “representacional” de sus fantasías, sueños y creencias, se predispone a trabajar sobre ellas en la búsqueda de los determinantes que las subtienden. Pero si en él predomina el modo de equivalencia psíquica, el intento del terapeuta por “interpretar” dicha manifestación confundirá al paciente (¿cómo “interpretar” algo que es “real”?), lo perturbará, o no tendrá el menor efecto sobre él.

Intentaré ilustrar esta diferencia con dos breves viñetas clínicas, de dos pacientes diferentes.

La primera se refiere a una paciente con rasgos histéricos y fóbicos, con un funcionamiento mental mentalizado, que presentó, como uno de sus motivos de consulta, la angustia que le despertaban las relaciones sexuales y el dolor que sentía en las mismas. En el curso del trabajo analítico fuimos descubriendo que poseía una imagen de su novio como agresivo y de su pene como un arma que podría dañarla (como resultado de la proyección en él de su propia hostilidad hacia los hombres). En los comienzos del trabajo sobre esta temática la paciente seguía viviendo de esta forma a su novio y sintiendo angustia pero, a la vez, podía identificar conscientemente que se trataba de una imagen suya y no de una “realidad”, aunque este saber no implicara en el primer momento mayores cambios en su sentir. Más allá de cómo prosiguió el análisis de esa situación ―que no es el objeto de este escrito― lo esencial para nuestro tema es que el “carácter representacional” que la imagen mencionada del novio tenía para la consultante, posibilitaba que la misma se volviera “analizable” y que pudiera ser abordada mediante un trabajo interpretativo, con la colaboración de la paciente, en la medida que sus resistencias se lo permitían.

Como dicen Target y Fonagy (1996): “El analista y el paciente discuten fantasías, sentimientos e ideas que “saben”, al mismo tiempo, que son falsas” (Target, Fonagy, 1996, pág. 66).

Distinta fue la situación en el caso de una paciente esquizoide con rasgos paranoides y evitativos. La consultante comenzó una relación de pareja a poco de iniciado el análisis y al poco tiempo relató una situación en la que su novio se había mostrado algo agresivo, lo que desencadenó en ella una intensa angustia. A la semana siguiente relató que su pareja se había rapado el pelo, lo que la angustió porque lo vio transformado en un militar (un militar la había violado en su adolescencia). A partir de ese momento interpretaba diversos estados de malhumor y actitudes algo bruscas de su novio como signos de una violencia que ella suponía intensa y contenida, pero susceptible de emerger en cualquier momento de una manera brutal, lo que le daba mucho miedo y era origen de múltiples dificultades en la relación. Hablaba de esto con la mayor seguridad y sin que asomara en su decir un atisbo de duda o crítica respecto de sus propias afirmaciones (lo que hubiera indicado la activación de la capacidad de mentalizar).

Intenté entonces una aproximación similar a la mencionada en la viñeta anterior, ya que conjeturaba también en este caso (a raíz de una serie de indicadores) una proyección de la propia hostilidad en la persona de su pareja. Comencé diciendo que suponía que lo que ella veía en su novio era una “imagen” que había construido de él como violento, cuya razón de ser sería cuestión de investigar. Pero esta intervención desató una reacción levemente paranoide y una fuerte angustia en la paciente: si ella creía (o yo le hacía creer) que se trataba de una “fantasía” suya, esto haría que bajara la guardia y que quedara inerme frente a la “realidad” de la agresión de él. Si mi intervención resultó tan perturbadora fue porque en aquél entonces no advertí con suficiente claridad que en la paciente se había reactivado un modo de experimentar el mundo interno, consistente en la “equivalencia psíquica”, por lo que sus pensamientos eran para ella equiparables a la realidad: era “real” la violencia del novio, y constituía un elevado riesgo que “le hicieran creer” que la misma era solo una fantasía suya.

La comprensión de esta situación me llevó a realizar un abordaje diferente, centrado no ya en la interpretación, sino en estrategias y técnicas que buscaban favorecer la reactivación de las capacidades mentalizadoras inhibidas, de modo tal que la equivalencia psíquica fuera reemplazada por el mentalizar (esto es, por la dimensión “representacional” de la mente) y se recuperara paulatinamente la capacidad reflexiva. Y fue solo en la medida en que se iba logrando este objetivo y que la paciente recuperaba poco a poco dicha dimensión representacional, así como la capacidad de interrogarse y de reflexionar sobre su propia mente, que comenzaba a ser posible inquirir por las razones de esa construcción mental (el hombre como violento) y trabajar de un modo centrado en la interpretación.

Consideraciones finales

Las consideraciones propuestas hasta este punto pretenden llamar la atención sobre una serie de desarrollos recientes, poco conocidos en el ámbito del psicoanálisis, algunos de los cuales considero que pueden ser integrados provechosamente en el contexto del pensamiento psicoanalítico, y más específicamente, del pensamiento freudiano y del psicoanálisis contemporáneo (Green, Urribarri, 2013; Revue Française de Psychanalyse, 2001).

No obstante, dichas consideraciones adolecen de, al menos, dos limitaciones. Por un lado, no he llevado a cabo una reflexión metapsicológica acerca del pensamiento mentalizador y de los modos pre mentalizados, aunque en la obra de Freud se encuentran referencias que podrían utilizarse provechosamente para tal fin. Por esa razón, las consideraciones que he vertido en este escrito sobre las propuestas de Fonagy y colaboradores se despliegan en un plano diferente, más descriptivo, que aquél en el que se encuentran los conceptos freudianos que he reseñado.

Por otro lado, he tomado en consideración solo unas pocas ideas del complejo acervo conceptual producido por estos últimos autores, lo que no permite formarse una idea cabal de sus desarrollos teóricos y sus propuestas clínicas.

De todos modos, el presente escrito no pretende ser más que un pequeño aporte en la dirección de articular estos desarrollos y propuestas en un marco conceptual psicoanalítico. Si dicha articulación se ha logrado, queda cumplido el objetivo que me había propuesto al redactar estas páginas.

Referencias

1. Gustavo Lanza Castelli. Psicoanalista. Psicoterapeuta acreditado por la Federación Latinoamericana de Psicoterapia y el World Council for Psychotherapy.
Presidente de la Asociación Internacional para el Estudio y Desarrollo de la Mentalización.
Director de Mentalización. Revista de Psicoanálisis y Psicoterapia, disponible en  http://revistamentalizacion.com | gustavo.lanza.castelli@gmail.com

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Por gentileza de Temas de psicoanálisis