Inmaculada Jauregui Balenciaga
Doctora en psicología clínica e investigación. Máster en psicoeducación y terapia breve estratégica [1]
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Resumen
La infidelidad suele desencadenar una inestabilidad en la relación amorosa que frecuentemente desemboca en separación y divorcio. Tiene graves consecuencias tanto a nivel individual como familiar, social y económico. A pesar de la profunda conmoción, muchas parejas deciden seguir en relación, lo que implica habitualmente atravesar por un proceso de cura.
Tanto si se separan como si siguen juntas, la labor terapéutica se ve impelida a trabajar el duelo, debido a las numerosas pérdidas que conlleva. Un duelo por lo general complicado por su intensidad y duración, así como por lo traumático de la experiencia.
Summary
Infidelity often triggers instability in the love relationship that often leads to separation and divorce. It has serious consequences both at the individual, family and social level. Despite the deep shock, many couples decide to stay in relationship, which usually involves going through a healing process.
Whether they are separated or if they remain together, the therapeutic work is impelled to work the mourning, due to the numerous losses that it entails. A duel that is usually complicated by its intensity and duration, as well as the traumatic nature of the experience.
Introducción
Una buena parte de los trabajos sobre la elaboración del duelo hacen referencia a “la pérdida de un ser querido a través de la muerte” (Neimeyer, 2000, p. 47). No obstante, hay muchas pérdidas vitales a lo largo de la existencia humana que nos confrontan al duelo como por ejemplo una separación o un divorcio, la pérdida de la salud, la jubilación, la pérdida de una mascota, un trauma…, iniciándose un proceso similar al duelo por fallecimiento. Este parece ser el caso de la infidelidad. El tipo de pérdida a la cual se ven abocadas a hacer frente las personas involucradas en relaciones íntimas en las que uno de los miembros ha sido sexual y/o emocionalmente infiel genera, en muchas ocasiones, reacciones de duelo igualmente importantes a las que se generan por fallecimiento. Y es que en la infidelidad hay una serie de pérdidas no solo interpersonales, sino psicológicas y simbólicas que pueden comprometer la estabilidad emocional presente y futura. Las formas habituales de respuesta para gestionar el dolor generado por este suceso tales como el bloqueo, la rabia y la búsqueda de explicaciones, no parecen permitir transformar el dolor, requiriendo así un proceso de elaboración de la pérdida, no siempre fácil.
El motivo de este artículo es el de sugerir que la infidelidad, en no pocos casos, debido a las múltiples pérdidas que ocasiona, afectando de lleno el sentido de la autoestima y la continuidad de la identidad de las personas, genera un proceso de elaboración del duelo complejo y difícil, que encaja en el diagnóstico de trastorno por duelo prolongado.
El duelo: un proceso común a toda pérdida
El duelo es una experiencia humana en parte natural y en parte social. Esto es, por un lado, las respuestas de pérdida son un reflejo de nuestra herencia y evolución tanto biológica como social, derivada de la interrupción de los lazos de apego necesarios para la supervivencia.
El duelo no siempre es sobre la muerte, sino sobre la pérdida. Hay muchos tipos de pérdida y la muerte es uno de ellos. Ahora bien, independientemente del tipo de pérdida sufrida, el proceso de duelo es real. La pérdida es definida como “cualquier daño en los recursos personales, materiales o simbólicos con los que hemos establecido un vínculo emocional” (Harvey y Weber, 1998).
Algunos estudios (Papa y Maitoza, 2013) han demostrado que ciertas pérdidas como el trabajo, la enfermedad, las rupturas relacionales, los lesiones, los traumas… generan síntomas de duelo; sintomatología diferente a patologías como la depresión, desde el momento en que la pérdida afecta al sentido de la identidad. Si las reacciones de duelo son una respuesta a la alteración del sentido del yo, entonces otros tipos de pérdidas personalmente relevantes, también pueden estar asociadas con la experiencia del duelo (Ibid). Es el caso igualmente de la pérdida de la salud por enfermedades crónicas como la enfermedad de Huntington (Klodniskly, 2004).
El fenómeno del duelo
Por duelo se entiende el proceso de adaptación a una pérdida entendida como “la privación de algo que hemos tenido (…), con el fracaso para conservar o conseguir algo que tiene valor para nosotros (…), con una disminución mensurable (..) y con la destrucción o la ruina” (Neymeyer, 2000, p. 15).
Esta adaptación puede ser pasiva o activa. En la concepción pasiva del duelo, los sujetos se ven atravesando un proceso que sigue su curso, empujados por “una experiencia que deben superar, pero sobre la que tienen poco o ningún control” (Ibid p. 67). La pérdida les convierte en víctimas y poco se puede hacer con el dolor.
En el intento de comprender este proceso, hay autores que se han centrado en las etapas del duelo. Uno de los modelos más extendidos es el de Elisabeth Kubler—Ross (2006) quien divide el duelo en cinco etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Otros autores reconocidos en la materia han hablado de fases. En este sentido, el modelo de Parkes (1970) presenta cuatro fases: período de insensibilidad, fase de anhelo, desorganización y desespero y finalmente, la fase de conducta reorganizada. Sanders (1999) ha descrito el proceso en cinco fases: choque o impresión, conciencia de la pérdida, conservación—retirada, sanación y renovación.
Finalmente, otros autores renombrados en la materia como William Worden (1991), siguiendo el modelo del psicólogo evolutivo Robert Havinghurst (1972), se centrará en las tareas del duelo, alegando que, en estos modelos basados en fases, subyace una concepción del duelo pasiva. Este autor plantea este fenómeno como un proceso activo por lo que hablará de tareas, para asimilar y superar la pérdida. Hablará de reconocer la realidad de la pérdida, de abrirse al dolor, de revisar del mundo de los significados, de reconstruir la relación con lo que se ha perdido y de reinventarse. En esta misma línea de pensamiento, Therese Rando (1993) construye una teoría del duelo activo más elaborada, cuyos procesos más importantes serían: el reconocimiento de la pérdida, la reacción a la separación, el recuerdo de la persona pérdida y de la relación que se mantenía con él, la renuncia al apego establecido con ella y la anterior concepción del mundo, el reajuste adaptativo al nuevo mundo y la reinversión en nuevas relaciones. Enfocando el duelo como aprendizaje, Atting (1996) apunta que la tarea fundamental del proceso doliente es la de reaprender cómo es el mundo. Silverman (1986) plantea el duelo como una transición y, como tal, equivalente a una experiencia de aprendizaje. En esta misma línea argumental, Parkes (1986) entiende que la persona doliente es un ser en crecimiento y el duelo lo enfoca como una resistencia al cambio. La pérdida es entendida como cambio y el duelo será entonces el conjunto de reacciones de ajuste a dicha pérdida. De ahí la noción de proceso y de fases durante el mismo.
Sintomatología del duelo
El duelo puede expresarse de formas muy diferentes. Unos síntomas aparecen y desaparecen fácilmente. Otros en cambio, pueden durar tiempo. Pueden ser intensos o leves. Pero dicho proceso presenta, independientemente de pérdida, una sintomatología común dividida en cuatro amplias categorías: a) desorganización cognitiva, b) emociones disfóricas, c) déficits en la salud y d) interrupciones en el funcionamiento social y ocupacional (Bonanno y Kaltman, 2001).
A nivel cognitivo, hay una sensación de confusión y preocupación por la pérdida, una dificultad para aceptar la realidad, así como sensaciones de desrealización y desorganización (Mancini, Prati y Bonano, 2011). Esta desorganización cognitiva se manifiesta habitualmente a través de distracciones, olvidos, incapacidad para concentrarse, pensamientos intrusivos, rumiaciones, incredulidad… (Klodniskly, 2004). Worden (1991) detalla algunos de los patrones de pensamiento que marcan la experiencia del duelo: incredulidad, confusión, preocupación, sentido de presencia y alucinaciones.
A nivel emocional, hay toda una variedad de emociones disfóricas que van más allá de la tristeza, destacando la inquietud, la ansiedad, la angustia, el desasosiego, la ira, la irritabilidad, la hostilidad, la tristeza, el miedo, la culpa y la depresión (Mancini, Prati y Bonano, 2011). Worden (1991) hablará de sentimientos como tristeza, enfado, culpa, ansiedad, soledad, fatiga, impotencia, shock, anhelo, emancipación, alivio e insensibilidad. A nivel de sensaciones físicas destaca vacío en el estómago, opresión en el pecho y en la garganta, hipersensibilidad al ruido, despersonalización, falta de aire, debilidad muscular, falta de energía y sequedad en la boca.
Existen bastantes evidencias empíricas que indican que el estrés de la pérdida tiene un coste significativo en la salud física (Horowitz, 1986; Lindemann, 1944). Los síntomas que se observan con mayor frecuencia, constituyendo motivos de consultación médica
son: dificultad para respirar, palpitaciones, opresión en la garganta y pecho, malestar estomacal, pérdida de apetito, entumecimiento, fatiga intensa y falta de energía, dolores de cabeza, suspiros frecuentes, pérdida de peso, mareos, fuertes latidos del resfriados y gripes, insomnio… También se han registrado correlaciones con problemas de salud mental como crisis de ansiedad, depresión, brotes psicóticos, adicciones y suicidios (Prigerson et al., 1997). El duelo también ha sido asociado a interrupciones en el funcionamiento social y ocupacional. Estas dificultades han sido observadas con mayor frecuencia en forma de aislamiento social y una concomitante dificultad para asumir o mantener roles sociales y ocupacionales ordinarios. También se ha observado una actividad excesiva para distraerse (Ibid).
Ahora bien, que el duelo sea de una u otra manera no depende de la naturaleza del objeto perdido, sino del valor acordado. De ahí, la importancia del aspecto subjetivo del duelo y así poder analizar los factores que pueden incidir en el proceso. Murray Parkes (1986) y John Bowlby (1997), autores reconocidos en la materia, dirán que el duelo es la consecuencia de los apegos afectivos, por lo que la intensidad del duelo será proporcional a la fuerza del apego según Alexander Bain (Pangrazzi, 2004).
Concepto de infidelidad: el síntoma
La condición esencial para definir un acto como infidelidad reside en su ocultación, su mentira, su negación y su secreto. En definitiva, toda intimidad fuera de la pareja ocultada, mentida, negada y secreta será susceptible de entenderse como infidelidad. Al hilo de lo expuesto, la infidelidad puede ir desde el coqueteo oculto entre personas conocidas o compañeras de trabajo, hasta salir con alguien a escondidas, pasando por chatear sin que la pareja lo sepa (Pittman, 2003). También se incluyen el mantenimiento de relaciones ambiguas con exparejas, relaciones no compartidas, no consensuadas, no negociadas, al igual que la pornografía. La infidelidad no será estrictamente una aventura sexual, sino que englobará también una aventura sentimental (Jauregui, 2018). Un consenso general puede extraerse en lo referente al concepto de infidelidad, entendida como el incumplimiento de un convenio donde se infringen acuerdos de exclusividad relacional; una violación del convenio relacional, sea cual sea este. De ahí la infidelidad como traición y fraude (Pittman, 2003). Walter Risso nos explicita: “Cuando los pactos se cumplen, hay fidelidad, y cuando se incumplen de una manera solapada, hay trampa” (Risso, 2010, p. 32). Lo que define en esencia la infidelidad es la forma en que se hace la ruptura del convenio: unilateral, desigual, en secreto, mintiendo, ocultando, engañando, desorientando, desinformando. «Todo esfuerzo deliberado por desorientar a la pareja a fin de rehuir el inevitable conflicto en torno de una violación del convenio matrimonial» (Pittman, 2003, p. 20). La cuestión sobre la definición de infidelidad y fidelidad parece estar bastante clara: «Cuando los pactos se cumplen, hay fidelidad, y cuando se incumplen de una manera solapada, hay trampa» (Risso, 2010, p. 32). Y no parece haber diferencias significativas en cuanto a las consecuencias entre la infidelidad presencial y la virtual, en cuanto a su esencia (Hertlein y Piercy, 2006).
En la infidelidad parecen confluir fundamentalmente dos elementos fundamentales: el primero —y quizás principal—, el sexo; el segundo, el afecto, descrito fundamentalmente como sentirse amada y amar, así como escuchar y sentirse escuchada; otras personas hablan de comprensión y compañerismo (Jaramillo, 2014). No obstante, las personas infieles cada vez más, buscan romanticismo, chispa y afección tanto o más que sexo (Ibid). En definitiva, buscan enamorarse. Así pues, un patrón parece extraerse de las relaciones infieles, de tal forma que perfilan básicamente dos tipos de infidelidad: aquella que implica involucrarse afectivamente y otra muy distinta, en la que no hay una implicación afectiva, pero sí sexo.
Actualmente, en la clínica se observa cada vez con mayor frecuencia el tipo de infidelidad emocional, afectiva e íntima. La sexualidad, cuando llega, llega más tarde. Este tipo parece estar más ligada a entornos laborales, en los que la amistad entre colegas de trabajo se desliza hacia la confidencia y ésta hacia la aventura (Reyes, 2016), poniendo en jaque a la pareja, quizás porque en el fondo, se está iniciando un proceso de ruptura solapado y unilateral. La persona infiel se irá separando progresivamente de su pareja, a medida que profundice la relación con la persona amante. Esta modalidad de infidelidad será pues la culminación de una separación iniciada tiempo atrás. De alguna manera, la persona infiel ya ha iniciado un duelo estando aún en relación. Sin embargo, la persona infidelizada, inicia este proceso de duelo en el momento en que se entera de la relación extraconyugal. En estos casos, la ruptura del contrato parece simbolizar la ruptura de la relación.
La infidelidad también puede ser enfocada en tanto que síntoma, significando la expresión de conflictos psíquicos no resueltos (Jauregui, 2018). Así, es más probable que las partes involucradas en infidelidades románticas lo hagan en momentos críticos de su vida; momentos que demandan cambios estructurales importantes. La infidelidad en estos casos parece ser más un antidepresivo, una forma de desviar la depresión y la atención de aquello que debe modificar. Una cortina de humo. Un paso al acto —acting out—, es decir una acción fuera de la pareja para evitar tomar conciencia. Es la expresión de deseos y fantasías a través de la acción, en lugar de reflexión y sentimientos. En psicoanálisis, estos actos constituyen intentos para poner fin a conflictos infantiles no superados. Acciones impulsivas.
Consecuencias de la infidelidad
Las secuelas de la infidelidad generan toda una gama de malestares físicos, psicológicos, sociales y económicos que van desde un cuadro de ansiedad aguda o trastorno de estrés postraumático hasta la depresión e intentos de suicido, pasando por bajas laborales, absentismo laboral, trastornos somatoformes… A nivel psicológico puede desencadenar angustia, ataques de furia y sentimientos de humillación (Buunk y Van Driel, 1989; Daly y Wilson, 1988). No es excepcional que pueda llegarse a trastornos mentales como la depresión mayor (Cano y Leary, 2000).
Si bien es cierto que la infidelidad es uno de los principales motivos de separación y divorcio (Pittman, 2003), no todas las parejas que viven una infidelidad se separan; algunas se reconcilian y continúan su relación gestionando la situación como pueden. Pero la evidencia clínica pone al descubierto que, el proceso de reconciliación se ha revelado harto difícil y complejo, por lo que en ocasiones es necesaria la intervención terapéutica para llevarlo a cabo. En terapia de pareja, la infidelidad se considera uno de los más difíciles asuntos a tratar (Whisman, Dixon, y Johnson, 1997; Heintzelman, Murdock, Krycak, y Seay, 2014; Hall y Fincham, 2006). No todas las relaciones son rescatables, particularmente aquellas en las que solo uno de sus miembros está interesado en realizar cambios. Algunos investigadores argumentan que la infidelidad puede ofrecer una “oportunidad de crecimiento” a través del conocimiento y comprensión personal y de pareja (Balswick y Balswick, 1999, p. 423). Ciertos estudios sugieren que una pequeña proporción de parejas que han vivenciado la infidelidad permanecen juntas y dicen haber mejorado en sus relaciones, aumentando el conocimiento personal y la comprensión (Heintzelman, Murdock, Krycak, y Seay, 2014). De cualquier modo, la investigación empírica al respecto parece escasa.
Los síntomas hallados en numerosas investigaciones sobre las secuelas de la infidelidad orientan al trastorno de estrés postraumático: Estado de shock, negación, angustia, culpa, ansiedad, ira, rabia, venganza, resentimiento, depresión, flashback, autoestima baja y vergüenza (Jauregui, 2018).
Conceptualizar la respuesta ante la infidelidad como una reacción a un suceso traumático interpersonal ayuda en la formulación de aquellos casos difíciles, así como orienta en la realización del tratamiento (Baucom et al., 2006; Glass y Wright, 1997; Gordon y Baucom, 1998; Allen y al., 2005; Gordon y Baucom, 1999, Gordon y col., 2004, Lusterman, 2005). Este último autor describe las consecuencias de la infidelidad similares en la sintomatología a los indicios de que se ha dado un trauma: dificultades en el sueño, irritabilidad con ataques de ira, hipervigilancia para asegurarse de que no se van a dar de nuevo los problemas, una exagerada respuesta de susto, una fuerte reacción fisiológica a los estímulos que le recuerden la traición, por ejemplo, películas, tv, comentarios, etc. Ortman (2005) acuña el término trastorno de estrés post-infidelidad para definir un tipo de trastorno de ansiedad que se desarrolla a partir del estrés extremo que sigue al conocimiento de la existencia de infidelidad por parte de la pareja. Las defensas psicológicas naturales terminan siendo abrumadoras, dejando a la persona incapaz de funcionar de manera saludable. La ansiedad asociada con el trauma posterior a la infidelidad parece ser crónica y persistente en casos. Los investigadores sugieren que la tasa de prevalencia está entre el 20% y el 40%. Hay terapias que tratan la infidelidad como un trauma interpersonal (Heintzelman, Murdock, Krycak, y Seay, 2014). Se enfoca en la mejora del funcionamiento interpersonal, vinculando los cambios de humor con los acontecimientos vitales o significativos perturbadores y cuyas consecuencias pueden revertirse (Bleiberg y Markowitz, 2014). Se reencuadra el estrés postraumático en tanto que evento de la vida que compromete el funcionamiento, y en el presente, de tal manera que disminuye la focalización en le acontecimiento traumático pasado, redirigiendo la atención a la situación y funcionamiento actuales. La validación de los sentimientos, así como la exploración de opciones, resulta un aspecto clave del trabajo terapéutico (Ibid). La terapia de pareja basada en la emoción afirma que las emociones que siente el miembro traicionado son una reacción consecuente al daño que se ha realizado al vínculo sobre el que se basa la pareja, similar al que se da entre los padres y los hijos (Johnson, 2005). El miembro traicionado ha perdido la base segura sobre la que podía realizar la exploración de nuevas conductas y obtener seguridad y apoyo en las dificultades que podría encontrar en su vida. Esa pérdida genera las reacciones que se han mencionado, tan fuertes como las que se dan en el trastorno de estrés postraumático, la persona infidelizada siente que sus relaciones en el mundo ya no son seguras; que cualquier persona puede hacerle daño, puesto que se lo ha hecho la persona que más quería, en quien más confiaba y que se había comprometido a ayudarla en todas las circunstancias. Esta perspectiva terapéutica, ofrece la ventaja de que se puede hacer ver a la persona que ha sido infiel que las respuestas de la pareja son fundamentalmente consecuencias de su infidelidad y como tales, normales y no patológicas.
Pero no todas las víctimas de infidelidad presentan esta sintomatología traumática particular. La reacción psicológica ante la infidelidad depende de muchas variables como la edad, las circunstancias, la estabilidad de la pareja, los recursos psicológicos, la red social o la propia personalidad.
En las parejas en las cuales la infidelidad salpica a la progenitura, ésta se ve envuelta en medio de un conflicto de fidelidades entre ambos progenitores. Las reacciones observadas son de diversa índole, dependiendo de muchos factores como la edad, el desenlace de la familia… Nos obstante, la respuesta típica suele ser la de reagruparse en torno al cónyuge abandonado (Pittman, 2003). A veces ocurre que los vástagos protegen a la persona víctima de infidelidad y se vuelven cuidadores, dependiendo mucho de los estados anímicos de ambos cónyuges.
Si la progenitura está en edad infantil, hasta los 12 años aproximadamente, la situación puede que no se agrave, pues no acaban de entender bien el concepto mismo. Lo que suele ocurrir en estas edades es que pueden somatizarse o concretarse, los efectos, en trastornos del comportamiento tanto en casa como en la escuela. Estos comportamientos disruptivos parecen tener como finalidad, inconscientemente, distraer la atención del conflicto que la infidelidad ha generado en la pareja progenitora.
Quizás la época más frágil sea la adolescencia y el principio de la edad adulta. En estos momentos y por el desarrollo evolutivo, la pérdida de autoridad de los padres se hace más patente, sobre todo la de la persona infiel. La pérdida de calidad en el contacto con la persona infiel suele generar auto o heteroagresividad, porque se vive como una pérdida. El vástago hasta entonces tenía dos progenitores. Y de la noche a la mañana, dependiendo, puede pasar a tener uno o ninguno. La persona infiel puede centrarse tanto en su nueva relación que pierde de vista su progenitura Y la persona víctima de infidelidad está imbuida de tanto dolor que no puede ocuparse de sus vástagos como antes. En algunos casos, la persona infiel que decide vivir con la persona amante directamente se desliga de su progenitura y forma una nueva familia con sus propios vástagos. En otros casos, la persona infiel pretende que los vástagos de la anterior relación acojan a la persona amante, cuando este proceso requiere tiempo; a veces años.
Estas edades son críticas porque se desidealiza las figuras parentales. En el caso de la infidelidad, esta desidealización llega a cobrar la forma de pérdida de confianza y caída de la imagen que se tenía de la figura parental infiel. La/el adolescente puede sentir el engaño no solo hacia el cónyuge, sino también hacía sí. La decepción puede ser mayúscula, significando un distanciamiento, un cuestionamiento y reproches, perdiendo además del respeto, la confianza básica.
Una situación particular y potencialmente delicada sucede cuando los vástagos se convierten en cómplices indirectos de la infidelidad, ya sea por ser testigos presenciales o por confidente (Pittman, 2003). Esta situación suele marcar mucho, al punto de desconfiar de personas del mismo sexo que el progenitor infiel, generando conductas defensivas o incluso de retraerse a la hora de formar pareja. La infidelidad parental suele crear vívidas impresiones que conducen a reacciones oscilando entre dos extremos: perpetuar el patrón de infidelidad o rehusarlo (Glass, 2003).
La realidad empírica del tratamiento de parejas por infidelidad nos ha dirigido, además de hacia el estrés postraumático, hacia la realización de un trabajo de duelo. Trabajo que no siempre culmina con la aceptación de lo ocurrido, lo que puede significar el fin de la relación. La infidelidad suele ser vivenciada como una gran pérdida que afecta a muchos actores, generando así duelos harto complejos en todos ellos.
El duelo en la infidelidad
La infidelidad emocional suele socavar los cimientos de las relaciones porque este acto parece ser una propuesta, habitualmente de manera inconsciente, de separación. Lo cierto es que esta modalidad de infidelidad es vivenciada por los miembros de la pareja en momentos diferentes como una pérdida amorosa. En efecto, lo que se observa en la práctica clínica es que la persona que inicia una relación sentimental fuera de la pareja, en realidad ya comenzó hace tiempo un proceso de separación con respecto a la relación oficial. A medida que profundiza en intimidad en la relación extraconyugal, debilita los lazos de unión con la relación oficial. La infidelidad en estos casos, parece más bien la culminación de una separación iniciada desde hacía tiempo por la persona infiel pero que, por cuestiones psicológicas sin resolver, no se atrevía a concretarla, haciéndole falta apoyarse sobre el bastón de la infidelidad para realizarla. Para cuando inicia la infidelidad, el proceso de duelo hasta entonces solapado, emerge a la superficie llegando así a su finalización. Sin embargo, lo paradójico y confuso de estas situaciones es que no es frecuente que la ruptura se lleve a cabo. Al contrario, en bastantes ocasiones la persona infiel afirma no querer separarse de la pareja oficial y en algunos casos en que ha habido una separación de facto, la persona infiel regresa a la relación, rompiendo lo establecido con la amante. Es poco frecuente que la ruptura de la pareja se lleva a cabo porque la persona infiel inicia una relación formal con la amante. Y menos frecuente aún, que se lleve a cabo la ruptura con ambas, la amante y la oficial. No solo algunos autores mencionan —según testimonios de personas entrevistadas— la comodidad que supone la relación oficial, sino que muchos relatos escuchados en consulta apuntan en esa dirección.
Como consecuencia de la brecha explícita o implícita que puede traer consigo la infidelidad, tratar el duelo aparece como un elemento a tener muy en cuenta, haciendo más compleja aún la labor terapéutica. La evidencia clínica pone de relieve que la infidelidad suele desencadenar toda una gama de pérdidas no sólo de personas, sino psíquicas. Y, si entendemos el duelo como un proceso de adaptación que sigue a las pérdidas, ya sean éstas simbólicas o físicas, comprendiendo tanto las repercusiones directas de las pérdidas como las acciones que se emprenden para gestionar las consecuencias para adaptarse (Rando, 1993), es fácilmente entendible que un trabajo de duelo sea necesario en la terapéutica por infidelidad.
En el caso de la infidelidad, el proceso de adaptación a las pérdidas se ha revelado en la práctica dificultoso, no sólo por la cantidad de personas involucradas en el fenómeno, sino por la cantidad de dimensiones implicadas. Por un lado, al menos tres personas se pueden encontrar sufriendo duelo por la pérdida de un ser querido en un mismo período de tiempo. Por otro lado, hay toda una serie de pérdidas como la confianza, la imagen ideal del cónyuge (idealización), los valores, las creencias… Algunas pacientes han hablado de “pérdida de la inocencia”. En esta dimensión psicológica de la pérdida, también incluimos la pérdida identitaria. Algunos estudios postulan que las mujeres definen su identidad a través de sus relaciones, por lo que el duelo en la infidelidad no sólo puede significar la pérdida de la persona significativa, sino también una sensación de pérdida de sí misma (Zaiger, 1985). Otros estudios hablan del rol masculino en tanto que padre y sostenedor de la familia. Perder este rol, es también perder una parte de la “identidad masculina” (Herrera, 2010).
El duelo puede ser motivo de demanda e intervención cuando las personas no consiguen seguir adelante con sus vidas porque la pérdida interfiere en ella significativamente. Al principio del duelo es normal una dificultad para gestionar el dolor, pero mantenido en el tiempo, más allá de un año o dos, podría convertir el duelo en patológico o complicado. En este sentido, podríamos entender este tipo de duelo por infidelidad como una intensificación del dolor, de manera que la persona está y se siente psicológicamente desbordada, por lo que recurre a conductas —tildadas de— desadaptativas que, de alguna manera, la mantienen en un bloqueo en el proceso de duelo, sin poder resolverlo (Horowitz, 1980). De ahí que la complicación del duelo en la infidelidad, hace que se hable casi indistintamente de duelo complicado (no resuelto), duelo patológico o duelo traumático.
El concepto de duelo traumático nace en la década de los ‘80 de una nueva área de estudios que combina la traumatología con la tanatología, debido a las semejanzas existentes entre los síntomas del duelo y del trauma (Nader, 1997). Un duelo se considera traumático por la particularidad de la pérdida en el sentido de sorpresiva e inesperada, desencadenando mecanismos de supervivencia postraumáticos, además de los comunes del duelo. Prigerson y colaboradores utilizaron el término de duelo traumático por la combinación de trauma con respuestas de duelo (Jacobs, 1999; Prigerson et al., 1997; Shear et al., 2001). Incluye síntomas similares al trastorno de estrés postraumático, pero específicamente enfocados en la persona infiel, incluyendo la preocupación intrusiva y angustiosa por la pérdida, la exploración hipervigilante del entorno, la ansiedad de separación, la futilidad sobre el futuro, una visión del mundo destrozada, la ira y un funcionamiento social deteriorado.
En cuanto al duelo complicado, Horowitz y col. (1980) lo definió como aquel cuya intensidad llega a un nivel tal que la persona está desbordada, recurriendo a conductas desadaptativas, o permaneciendo inacabablemente en este estado sin avanzar en el proceso de duelo hacia su resolución. Muchas personas infidelizadas permanecen fijadas a la pérdida, a cómo ocurrió la infidelidad, e incluso la recuerdan con dolor en muchos casos, pasado mucho tiempo. Incluso la desconfianza generada por la infidelidad frecuentemente se extiende a otras relaciones, de manera que sentimientos de resentimiento, por ejemplo, dificultan la posibilidad de entablar nuevos vínculos. Therese A. Rando (1993) ha desarrollado su propio modelo de intervención en el duelo basándolo en seis estadios, agrupados en tres categorías emocionales: evitación, confrontación y acomodación. El duelo complicado es aquel en el que no se llega a la acomodación por una intensidad y duración prolongada en el tiempo (Worden,1991).
El duelo patológico, es definido como un proceso de duelo que, por la intensidad y lo prolongado del mismo, no se logra trascender el dolor a pesar del tiempo transcurrido, por lo que es susceptible de intervención psicológica. En estos casos, el síntoma de tristeza va adquiriendo mayor connotación e intensidad conforme pasa el tiempo, llagando a desarrollarse cuadros de depresión mayor. En psicoanálisis particularmente este tipo de duelo está constituido fundamentalmente por una constante reconstrucción del recuerdo del objeto [2], al que ahora atribuye unas supuestas cualidades que en el pasado nunca tuvo y que en el presente echa de menos. El malestar que se vive genera un anhelo de un tiempo pasado y un objeto idealizados. Condición que lleva a diferenciar la fijación primaria al objeto, es decir, previa a la pérdida, de la fijación secundaria, esto es fijación a un objeto fantaseado construido en el presente y considerado como la causa de un pasado de supuesta felicidad (Bleichmar, 2012). Según el autor los sentimientos de impotencia e indefensión constituyen un aspecto esencial del duelo patológico. Esta fijación en la infidelidad nos hablará de un antes —idealizado— y un después de la infidelidad —desidealizado—. Hay una desesperanza en la persona herida por la infidelidad de su pareja que se refleja en la imposibilidad de dar marcha atrás y regresar a los tiempos anteriores a la infidelidad. Esta situación es quizás el “talón de Aquiles” que bloquea el proceso de duelo en la infidelidad cuando la pareja desea continuar y que reaviva la rabia y la impotencia.
Las dos clasificaciones utilizadas para los desordenes mentales, CIE-10 y DSM-5 incluyen un diagnóstico específico para los procesos de duelo anormales. Pero un grupo de expertos en el campo del duelo acordó nuevos criterios para el diagnóstico de este tipo particular de duelos llamados “trastorno por duelo prolongado” (PGD) (Prigerson et al., 2009) definido como una forma patológica de duelo que se caracteriza por síntomas crónicos y funcionalmente incapacitantes mucho después de una pérdida. Este nuevo diagnóstico, PGD, incluye síntomas como ansiedad por separación, intenso anhelo por la persona perdida, dolor y pena profunda a diario durante más de seis meses, dificultad para aceptar su pérdida, dificultad para avanzar en la vida, sensación de vacío y sinsentido desde la pérdida. A ello, se añaden síntomas cognitivos, conductuales y emocionales como evitar lugares, personas y símbolos que recuerdan lo perdido (en general la pareja antes de la infidelidad), sentimientos de aturdimiento o parálisis (bloqueo), confusión acerca del papel en la vida, dificultad para confiar en los demás, amargura… Para este diagnóstico, la persona que lo sufre debe continuar mostrando a diario niveles incapacitantes de estos síntomas al menos seis meses después de la pérdida en los ámbitos doméstico, social o laboral.
Particularidades del duelo por infidelidad
Es importante señalar que, en la infidelidad, el duelo no parece tratarse de un proceso convencional. Aunque no hay fallecimiento e incluso muchas parejas siguen adelante juntas, puede hablarse de un duelo amoroso porque hay una pérdida real que se deriva de la infidelidad. En el caso de ruptura como consecuencia de la infidelidad, se han hallado sensibles diferencias entre quienes terminaron el vínculo a causa de la infidelidad, presentando mayor hostilidad y desesperanza en comparación con otras razones como desacuerdos o falta de tiempo (Sánchez y Martínez, 2014). Estas autoras en particular destacan en este tipo de duelo las fases de negociación, hostilidad, desesperanza y pseudoaceptación.
La negociación la definen como “el primer periodo posterior al rompimiento amoroso que se caracteriza por pretensión cognoscitiva y conductual de llegar a un acuerdo de reconciliación con la expareja. Esta intención se basa en el extrañamiento y anhelo de dicha persona, así como en el rechazo a lo que sucede (negación), lo que facilita, por un lado, que la persona reconozca que pudo haber hecho algo mal con respecto a la relación, y por otro, favorece la experiencia de depresión y otras emociones como la desesperación, la frustración y la ansiedad” (Ibid, p. 1338). Durante esta fase es frecuente manifestar signos claros de negación y de búsqueda de soluciones para evitar la pérdida. Es precisamente en este momento cuando muchas parejas suelen acudir a terapia.
La hostilidad parece ser el segundo estadio del duelo romántico en que se dan comportamientos hostiles, “incluyendo el intento de chantaje a la pareja, inventar cosas que no sucedieron o tratar de vengarse, lo que hace evidente que la persona se encuentra desorganizada en su yo” (Ibid, p. 1339). Además, es frecuente que aparezca una tendencia al aislamiento tratando de evitar a la gente, “lo que proporciona la oportunidad de sumergirse en su tristeza, llorar, dejar de comer y auto-flagelarse” (Ibid). Este escenario hace que sea difícil para la persona afectada buscar distracciones, interactuar o manejarse con tranquilidad, contribuyendo con ello a pensar que el rompimiento se dio por la presencia de un tercero o falta de amor. Durante este período no es excepcional que la persona infidelizada se muestre agresiva, desorganizada y emocionalmente decaída al no recibir una respuesta adecuada a su necesidad de continuar la relación.
La desesperanza propia de la fase depresiva del duelo se caracteriza por “un conglomerado emocional que involucra emociones como la desesperación, la frustración, la ansiedad, la decepción, la resignación y la desilusión, en ausencia de emociones que favorecen el bienestar como gusto, entusiasmo, esperanza, calma, entre otras” (Ibid).
La pseudo-aceptación es la última etapa del duelo romántico que “incluye pensamientos de desprecio y arrogancia con respecto a la ex pareja (…)” (Ibid) al mismo tiempo que la persona trata de resignarse, pues ve que no puede hacer nada al respecto, a pesar de tratar de distraerse y adaptarse a la nueva situación. Es frecuente en esta etapa la hostilidad hacia la pareja infiel permanezca, a pesar de los intentos por reorganizar y aceptar la ruptura. Se intentan gestionar emocionalmente las razones por las cuales no se ha conseguido una negociación exitosa. Con frecuencia nos encontraremos con que la víctima de infidelidad va llegando a una resignación, es decir, permanece enojada con la situación. Esta resignación la he encontrado con frecuencia en la clínica con las parejas que han seguido juntas tras la infidelidad. En la terapéutica del duelo por infidelidad lo difícil es llegar a una aceptación.
Duelo en las personas afectadas por la infidelidad
Duelo en la víctima de infidelidad
Es quizás el duelo más complejo porque en él se involucra sintomatología propia del estrés postraumático además de la del duelo. En él se adecuan bastante bien los criterios diagnósticos del trastorno por duelo prolongado (PGD).
La dificultad reside en la persistencia de la rabia e ira, los pensamientos rumiantes y los flashbacks. Estas personas entran en bucle y preguntan obsesivamente buscando un sentido y una comprensión a la que no llegan. Parecen fijadas en una inestabilidad emocional agotadora, ancladas rígidamente en una concepción de la pareja inmaculada. Como se suele decir no pasan página. Algo les impide seguir hacia adelante aceptando lo ocurrido. La aceptación y el perdón se producen difícilmente. Aquellas que llegan a la aceptación, afirman no poder olvidarlo. En el mejor de los casos, aprenden a vivir con ello.
Duelo en la persona amante
En ciertos casos, veremos que este duelo se produce en plena fase de enamoramiento, por lo que suele asemejarse a un duelo amoroso o duelo romántico.
Según el estudio realizado por Rozzana Sánchez Aragón y Rebeca Martínez Cruz (Ibid), existen diferencias entre la experiencia de un duelo ante la muerte de un ser querido y la muerte simbólica que representa la separación amorosa. Una de las diferencias está en la inestabilidad emocional (montaña rusa), ya que, en la infidelidad, se puede mantener la esperanza de retorno durante mucho tiempo e incluso intentar conectar, saber de la persona infiel, lo que hace que las emociones se reactiven. Ante la muerte de un ser querido, hay una certeza: la muerte es un hecho irreversible. En cambio, en las relaciones amorosas, la reversibilidad es posible, lo que hace que la esperanza se alargue. Por ello, este tipo de duelos presente una mayor dificultad de elaboración.
La ruptura de una relación romántica representa una muerte simbólica ante la cual las personas amantes experimentan la esperanza del retorno y con ello la vivencia de emociones y ejecución de conductas con dicho propósito, dando cabida a una pseudo-aceptación, pudiendo abrirse escenarios como la depresión, debido a una expectativa poco realista de que se continúe en relación o de que se pueda restablecer el vínculo.
Duelo en la persona infiel
En la persona infiel el duelo puede llegar a complicarse dependiendo de la decisión que tome.
Puede ocurrir que decida dejar a la pareja oficial e irse con la amante, en cuyo caso, el duelo suele ser complejo, porque el duelo de la pareja oficial puede verse interrumpido o diferido. En estos casos, suelen presentarse cuadros de ansiedad y estados bajos del ánimo —bajones— sin razón aparente porque, de alguna manera, el proceso de duelo se ve interrumpido por la euforia de comenzar la nueva relación. También pululan sentimientos de culpabilidad que sostenidos en el tiempo pueden acarrear la ruptura de la nueva pareja y la vuelta a la pareja oficial.
En el caso de que decida seguir en la pareja oficial y dejar a la amante, se iniciará un duelo con respecto esta última con su consiguiente fenómeno de ambivalencia. Debemos entender que, estructuralmente, todas las infidelidades forman un triángulo perverso en el que, aunque él o la otra desaparezcan, se mantiene una triangulación fantasmagórica, por lo que será indispensable trabajar terapéuticamente con estos fantasmas. Y este duelo se mezclará con el duelo de la pareja oficial en el proceso de reconstrucción.
Por último, y realmente excepcional, la persona infiel se puede encontrar haciendo el duelo de las dos relaciones porque ha decidido vivir en soledad. En este caso los duelos se solapan, coincidiendo con una serie de duelos relacionados con la reconstrucción de la nueva individualidad.
Duelo en la progenitura
A menudo, los vástagos tienen que hacer frente a muchos cambios en la familia cuando los progenitores se ven envueltos en situaciones de infidelidad, especialmente si se separan. Por lo que necesitarán tiempo y asistencia para ajustarse.
Los vástagos se verán abocados a hacer un proceso de duelo, particularmente cuando la persona infiel decide abandonar la familia, en particular como consecuencia del distanciamiento emocional y físico por parte de la persona infiel. El proceso de duelo en estos casos suele teñirse de sentimientos de abandono y de culpabilidad, traduciéndose en trastornos del comportamiento, fracaso escolar e inadaptación social. El duelo por pérdida también puede desencadenarse como consecuencia del distanciamiento emocional del cónyuge infidelizado, produciéndose fenómenos como el de parentificación, que es cuando alguno o alguna de las hijas se convierte en cuidador del adulto. También en la clínica encontramos relatos de hijos e hijas que han decidido distanciarse física y afectivamente del progenitor infiel en su proceso de duelo.
Al igual que en los adultos, las pérdidas no son solamente interpersonales, sino que incluyen pérdidas psicológicas y simbólicas diversas.
La pérdida de la confianza suele ser una variable que puede afectar en las relaciones futuras de los vástagos, ya sea porque tienden a repetir el patrón de infidelidad, ya sea porque en la elección de la pareja futura se tiene en cuenta este fenómeno con el fin de evitarlo. En estos casos, la incertidumbre y la inseguridad están presentes, al punto de establecer criterios rígidos en las futuras relaciones interpersonales. En estos casos suele predominar el estilo de apego ansioso.
Otra de las pérdidas que influye en el proceso de duelo de la progenitura tiene que ver con el poder adquisitivo y el estatus, confiriendo al duelo cierta sintomatología relacionada con el sentimiento de inferioridad, la vergüenza y la baja autoestima.
Hemos observado que el lugar que ocupan padres y madres tiende a tambalearse y a vivirse como pérdida en el caso de la infidelidad. La pérdida de la autoridad moral parental se hace en muchos casos patentes, precipitando el proceso de desidealización como parte integrante del duelo.
No obstante, no hay mucha literatura al respecto. Los diversos autores que han tratado el tema de la influencia de la infidelidad en la progenitura, hacen referencia a las consecuencias de la infidelidad, pero no al proceso de duelo.
Otras pérdidas que se aúnan en el proceso de duelo por infidelidad
Robert A. Neimeyer (2000), uno de los más relevantes en la actualidad y máximo exponente del enfoque constructivista, señala que la pérdida de un ser querido supone un cambio sustancial en el mundo interno y externo de cada uno de nosotros, porque las cosas no volverán a ser iguales, ni las vamos a ver de la misma manera.
En la infidelidad existen otras pérdidas que van más allá de las interpersonales.
Pérdida de confianza
Una de las pérdidas fundamentales es la de la confianza debido a la traición, el engaño, la ocultación y la mentira.
La infidelidad suele darse en secreto y ello implica traición a lo pactado más o menos tácito, lo que acarrea la ruptura de la confianza necesaria y básica sobre la que se establece la relación. Nos encontramos aquí con uno de los objetivos terapéuticos más difíciles de conseguir: la restauración de esa confianza (Lusterman, 2005). Confianza que en algunos casos no acaba de restablecerse. El trabajo consiste en entender que la infidelidad no es algo personal, contra alguien y, por lo tanto, no requiere una exhaustiva vigilancia del cónyuge infiel, sino más bien un posicionamiento. Como volver a empezar en una relación nueva, desde una perspectiva que incluye la finitud.
Pérdida de la inocencia
Siguiendo el mito de la caída de Adán y Eva, esta caída en la infidelidad abre una importante puerta: la toma de conciencia.
Quizás es que se había elevado a la pareja y/o a la relación al rango de Dios y se vivía de espaldas a la muerte. Quizás es que se había idealizado el amor. La infidelidad hace emerger un aspecto profundamente vulnerable en el ser humano que es el de la finitud: de la pareja, del amor, de la pureza… Quizás es que se habían puesto las esperanzas en recrear el paraíso perdido. Quizás es que se había abordado la pareja desde el pensamiento mágico, aquel que no tiene la mediación del trabajo entre la realidad y el deseo, confundiendo ambas dimensiones. Porque quizás, el proceso de duelo que genera esta pérdida de la inocencia es en realidad un proceso de maduración, una superación de lo egótico, del narcisismo primario [3] que supone la recreación del paraíso perdido entre la madre y el bebé en la pareja presente donde las primigenias heridas como el abuso, el abandono, la negligencia, el rechazo… son subsanadas, cuidadas y reparadas. El proceso de duelo de la infidelidad permitiría evolucionar desde una inmadurez adolescente y narcisista que la caracteriza, hacia una realidad y una toma de conciencia de que la infidelidad era una posibilidad. Y es que en toda relación existe la posibilidad de ruptura y de infidelidad. Así pues, la infidelidad parece representar una herida narcisista en los diferentes egos: ni somos tan importantes ni tan especiales, ni tan únicos, ni tan invulnerables, ni tan perfectos, ni tan amorosos, como creíamos. La infidelidad en ese sentido, introduce ese principio de realidad y una buena parte de los protagonistas implicados en el fenómeno infiel están atascados en ese no soltar esa realidad idílica y egótica. La infidelidad baja a muchas personas de un pedestal. Para algunas, representa un duro golpe para el ego. Darse cuenta de que el amor no es para siempre y de que esa promesa de “ser fiel hasta que la muerte nos separe” se vuelve una tragedia. La realidad acaba por imponerse. Hay mucha ingenuidad en el pensamiento mágico que predomina en muchas parejas. Esa pérdida de inocencia nos hace vulnerables. Nos enfrenta a darnos cuenta de que el amor puede perecer como todo. En el momento de darnos cuenta del engaño, todo lo construido pierde sentido. La duda y un gran pesar invaden al no saber quién es esa persona que duerme al lado. Vienen pensamientos catastróficos. De pronto toda la historia de amor se re-ordena, se re-evalúa. De lo ideal a lo real hay sólo un paso: la muerte. Se muere la esperanza, la certidumbre, la estabilidad, la confianza y en muchos casos, el respeto. Y también muere lentamente un ego: esa parte invulnerable que no acepta perder. Y justamente ahí, es donde le podemos dar un sentido de crecimiento personal, incluso con lo lastimados que pueden quedarse. Este golpe tiene la posibilidad de dar una lección de vida y aterrizar en el terreno de la incertidumbre, la vulnerabilidad y la muerte. En definitiva, la finitud.
Pérdida de valores
La infidelidad es vista como una patología moral, entendiendo esta como todo acto o comportamiento que genera sufrimiento en otro con quien se tiene una relación y con el que existe un compromiso afectivo y emocional. En la mayor parte de las patologías, los comportamientos son interferidos por éstas, afectando a la voluntad y a la razón. No hay intencionalidad de causar daño. En cambio, en la infidelidad, además de haber aspectos relacionados con dificultades psicológicas, afectivas y emocionales, que pueden ser inconscientes, hay una conciencia del engaño. Quien es infiel es consciente de estar mintiendo; sabe que está traicionando a alguien. Esto lleva a muchos autores y profesionales a considerar la dimensión moral a la hora de intervenir en esta vasta problemática. No olvidemos que la infidelidad es una decisión que implica ocultación, mentira, engaño y, por lo tanto, intencionalidad. Por ello, dicho fenómeno es complejo; porque confluyen dimensiones morales, patológicas y culturales. Y por supuesto, los terapeutas no están exentos de prejuicios a la hora de valorar el fenómeno. Como consecuencia sería un requisito importante el adquirir una formación al respecto en la que suspendan sus prejuicios sobre la infidelidad para evitar comprometer el proceso terapéutico.
Pérdida simbólica
Originariamente la palabra símbolo, symbolon, hacía referencia a un objeto partido en dos, siendo cada mitad conservada por dos personas diferentes unidas por un vínculo.
Estas dos partes del medallón servían para reconocer a los portadores del símbolo su compromiso o su deuda.
Los símbolos son fundamentales en el ser humano en general y por supuesto, también para la pareja. Crean sentido. Una relación es una construcción de sentido y significados y por ello los símbolos son fundamentales. Una canción, una cama, un casco de moto, un edificio, lugares… es algo exclusivo de la pareja.
En la infidelidad los símbolos suelen también romperse porque ya no son exclusivos de la pareja. Y eso genera muchísimas dificultades a la hora de hacer el duelo. ¿Qué ha pasado con estos símbolos nuestros? ¿Los habrá compartido? ¿Qué otros símbolos se habrán creado con la persona amante? Muchas preguntas, muchas dificultades. ¿Cómo recomponer esto? Esta recomposición suele generar muchos problemas en terapia. Crear nuevos símbolos, deshacerse de los anteriores, romper la asociación de símbolos a la persona amante… Esta dimensión suele acarrear consecuencias económicas importantes, puesto que en muchos casos supone mudarse de casa, rehabilitación del inmueble, cambiar de (puesto de) trabajo, emigrar, cambiar a los vástagos de colegio, denuncias…
Aspecto identitario de la pérdida
En la vida adulta, cuando se elige estar en pareja, el ser y la evolución individual entran en una dimensión de desarrollo en la que la presencia del otro se incorpora en la constitución de sí mismo. En otras palabras, la experiencia existencial en pareja sobrepasa la individualidad y la catapulta a niveles evolutivos de una mayor complejidad vital. Por lo tanto, entendemos la relación afectiva como una construcción en donde solo se incluyen a dos personas y de manera conjunta, dejan fuera todas las voces intrusivas, para crear una historia y una convivencia con sentidos exclusivos, propios y de intimidad. La relación de pareja requiere de manera permanente la mutualidad y reciprocidad explícita en todos los ámbitos. De lo contrario, lo individual al no ser puesto en común ni contrastado con el otro en la pareja, se convierte en interlocutor privado, abriendo así una brecha entre los miembros de la pareja. Empiezan los diálogos internos que se van volviendo más gruesos y más desviados de lo común de la pareja, creando historias individuales silenciadas que se retroalimentan dando un sentido de realidad a lo fantaseado privadamente sin involucrar al otro en la intimidad de la pareja. En este sentido, la pareja deja de crear significados simbólicos de la relación y emergen significados fantasmagóricos individuales que se traducen en dos historias paralelas que nunca se encuentran y funcionan como fugas que vacían de contenido la intimidad de la pareja. La pareja deja de ser sostenida desde dentro para empezar a ser sostenida desde fuera con un cúmulo de responsabilidades, obligaciones y compromisos que ejercen una presión tácita. A partir de esta perspectiva entendemos por qué la presencia de terceras/os comienza a cobrar importancia para los miembros de la pareja y que de ahí se genere ruido. Y este ruido comienza a deteriorar paulatinamente el vínculo porque no permite una genuina conversación, en la medida en que crea barreras infranqueables en la forma de crear significados desde dentro de la relación.
Conclusión
El duelo en el caso de la infidelidad no hace referencia estrictamente a la ruptura de la pareja “oficial”, sino a las pérdidas que se ocasionan en consecuencia. Debido a la particularidad de las pérdidas por infidelidad, en el abordaje del tratamiento terapéutico, tanto en caso de ruptura como de continuidad, resulta importante el trabajo de duelo. Que se haga este trabajo siguiendo los modelos basados en etapas, fases o tareas, la infidelidad requiere un abordaje particular, puesto que parece, muchos casos, desencadenarse un trastorno por duelo prolongado.
Notas
1. @Inmaculada Jauregui Balenciaga. Email: inmajauregui@gmail.com www.psicologiajauregui.com
2. El concepto de objeto en psicoanálisis hace referencia al sujeto amado.
3. Freud definió el narcisismo primario como un estado en donde el sujeto dirige su libido hacia sí mismo para posteriormente dirigirlo hacia el exterior. Un estado indiferenciado en donde no hay separación entre el mundo externo y el sujeto. Todo forma una unidad. El llamado paraíso perdido. La fusionalidad entre la madre y el bebé.
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