Biopolítica y malestar contemporáneo

Julio Riveros
Psicoanalista. Profesor de la Universidad de Buenos Aires | Argentina
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En Defender la sociedad Foucault se ocupa de la tecnología del biopoder y toma la “hipótesis Nietzsche”. Las relaciones de poder son “una relación de fuerza en sí mismo.” Si el poder es fuerza, voluntad de dominio, se trata de una guerra que condiciona las relaciones de fuerza en las instituciones, en las desigualdades sociales, en los cuerpos, en el lenguaje. Es necesaria una nueva poiética en democracias fundadas en un suelo que no sea el del desamparo hipermoderno.

Es obligado revisar el texto Nietzsche, la genealogía, la historia, para situar el valor de efecto Nietzsche en la obra de Michel Foucault.

La incidencia fulgurante de la intervención niestzscheana en la obra del pensador francés, se hace patente con el uso que este último hace de la genealogía, concepto que recorta del primero.

De lo que se trata es de dar cuenta, desde otro lugar, de lo que sucede por fuera de lo que se dio en llamar filosofías del sujeto. Dichas filosofías respondían a proyectos que implicaban una manera de pensar el sujeto de la ciencia, el campo experimental, el método científico y por consecuencia un modo determinado de pensar la episteme, sino también un modo de pensar la política, la sociedad civil y el poder.

Y esta ruptura, quizás no sistemática pero sí por cierto efectiva, la empezamos a registrar en los llamados filósofos de la sospecha, post kantianos, post hegelianos, autores que socavaron la certeza del sujeto como la instancia fundadora al plantearse preguntas, nuevas preguntas, nuevos modos, nuevas miradas e indagar cómo se formaron los saberes, indagación genealógica mediante.

Para este propósito, Foucault recurre a Marx y fundamentalmente a Nietzsche y da cuenta de esa herencia, por ejemplo en el texto mencionado en primer lugar y luego en Defender la sociedad, donde vuelve a situar en su clase del 07 de enero de 1976 qué entiende por genealogía.

Si bien en la Conferencia de 1976 que pronuncia en Brasil, en la que instala el uso de la noción de bio-poder [1] Foucault le cuestiona a Freud el uso del modelo represión/instinto, dado que se sostiene en una doctrina del poder que hay que revisar, no le sirve para dar cuenta de la presencia ineludible del bios, de los cuerpos, en la operatoria de nuevas tecnologías de poder.

Foucault cuestiona estas concepciones de poder contractualistas, economicistas, jurídicas, negativas en última instancia. Pone en juego lo que él va a llamar en Defender la Sociedad, “la hipótesis Nietzsche”, donde le da una nueva vuelta a la noción de represión exceso entendido como tributario de lo que Foucault llama opresión), sino como efecto de poder pero tomando a la guerra como el fundamento de esa represión.

Invirtiendo el aforismo de Carl von Clausewitz, dice que la política como la prosecución de la guerra por otros medios y deja de lado a los pensadores clásicos “belicistas” al estilo de Hobbes o Maquiavelo y se queda con la doctrina del poder nietzscheana y usa incluso el método del filósofo de Así hablaba Zaratustra, es decir la genealogía, método que él se ocupa de situar en el campo de la investigación de los saberes.

Por tanto, la política es la operación de una “voluntad de poder” (Willie zur Macht) tal como pensó Nietzsche. Esta es una noción que usa Foucault para dar cuenta del Bios y su relación con el Poder.

Antidarwin

Queda explicitada también del lado de Nietzsche, la impronta de un filósofo muy valioso para él como lo fue Arthur Schopenhauer, sobre todo cómo pensaba las nociones de vida y voluntad.

Sobre esta problemática de la vida y la voluntad de poder, Nietzsche en su aforismo “Antidarwin”, en El crepúsculo de los ídolos, da cuenta que la vida no se trata del despliegue de una lucha por la sobrevivencia y por la vida misma. Lo que para Nietzsche se pone en juego es una lucha por el incremento, por el aumento de poder. Donde falta esta lucha por el poder, donde hay carencia de voluntad de poder, hay “rebaño”, moral de esclavo en oposición a la moral de los señores.

El libro de Charles Darwin que discute Nietzsche es El origen de las especies. Es una obra iluminante de todos modos, porque descentra al hombre de cómo fue pensado hasta la época victoriana, el hombre como producto final y privilegiado de un diseño que lo preexistía. Nada de diseño previo.

Lo que le objeta Nietzsche es su mecanicismo y la finalidad teleológica. Tampoco se trataría para Nietzsche de una lucha por la vida, por la autoconservación. Nietzsche piensa en el poder, no en la conservación; piensa en la autoafirmación de la fuerza, no en la adaptación homeostática. No se trata de la sobrevivencia del más apto. Tampoco de “lo bueno” como aquello que hace a un ser custodiar su propio ser, preservar su propio ser, tal como lo pensaba Spinoza en su Ética.

Por tanto, para Nietzsche no se trata de ningún lugar central en el campo de las especies que estaría comandado por una supremacía de la criatura humana. Se trata del poder y de la voluntad de poder tal como lo explica en varios aforismos de Más allá del bien y del mal y de La voluntad de poderío.

Más allá de Schopenhauer

Si bien Nietzsche reconoce un antecedente importante y valioso en Schopenhauer por los ataques de este a la primacía de la racionalidad, es crítico de su pesimismo que lo liga a cierta visión cristina de la existencia. Ahí donde A. Schopenhauer situaba categorías metafísicas, Nietzsche habla del instinto, de la fuerza, del poder. Nada de metafísica en su postulado. Se trata de un impulso que no cesa, que se impone, que no se debilita, que no se piensa y en el mejor de los casos que se aviene a ninguna domesticación.

El propone una moral de los señores en lugar de la moral del esclavo que dominó la el universo de valores que él cuestiona: “Hay una moral de señores y una moral de esclavos”, dice en Más allá del bien y del mal, “incluso en el mismo hombre, dentro de la misma alma” [2].

El hombre aristocrático, desprecia lo que debilita. No se trataría de una rivalidad bueno/malo, que es de otra procedencia aclara Nietzsche, sino de aristocrático/despreciable, etc. Sigue esa línea argumental donde toda debilidad es una negación a la vida y la voluntad de poder.

Una segunda lectura que se puede hacer de esta “doctrina” de la voluntad de poder nietzscheana, es que asoma la preponderancia del cuerpo, de la pulsión, de lo que va más allá de la moral cristiana, que por otro lado se ha ocupado por siglos de despreciar el cuerpo y los sentidos, como lo desarrolla en varios pasajes del Anticristo y sobre todo en su tratado Genealogía de la Moral, que ya no es aforístico, textos en los que rescata esa ontología degradada por el cristianismo y le da otro estatuto al deseo, a la vida por la vida misma, afirmándose en su “santo decir sí”, como dice en Zaratustra.

No va en la línea de su maestro Schopenhauer (que el mismo Nietzsche rescata y elogia en sus Consideraciones Intempestivas en su aforismo Schopenhauer como educador), que consideraba al núcleo de la vida humana, dolor y sufrimiento.

Entonces, para Nietzsche, se trataría de rescatar el espíritu de la comedia y de la jovialidad de la que da cuenta en El Gay Saber, proponiendo con ese espíritu la transvaloración de todos los valores, yendo más allá de todo pesimismo tanático que debilita.

Con Freud

 Nadie lo enuncia taxativamente, pero leyendo detenida y cuidadosamente algunos textos de Freud, podemos situar algunos rasgos nietzscheanos, sobre todo en Malestar en la cultura.

En ese texto de 1930, Freud hace el tratamiento exhaustivo de la tensión estructural entre mociones pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura, destacándose el tratamiento del sentimiento inconsciente de culpa y la pulsión de destrucción, tema este último que le preocupaba a Freud, tal como quedó demostrado en su escrito El porqué de la guerra y en la carta que le escribe a Albert Einstein sobre la guerra.

Entonces, por un lado Freud no es un filósofo. Es más, quería guardar distancia respecto a los filósofos, sobre todo respecto a Nietzsche, para no dejarse influenciar. Pero no es tan complicado detectar que lo ha leído, así como también a Schopenhauer, Brentano, etc.

Solo para citar algunos pasajes, tomemos como muestra este pasaje del Malestar en la cultura en el que podemos apreciar cómo pensaba Freud la pulsión de destrucción:

 “El ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo”

«Esa agresión cruel aguarda por lo general una provocación, o sirve a un propósito diverso cuya meta también habría podido alcanzarse con métodos más benignos. Bajo circunstancias propicias, cuando están ausentes las fuerzas anímicas contrarias que suelen inhibirla, se exterioriza también espontáneamente, desenmascara a los seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie”

 “La existencia de esta inclinación agresiva que podemos registrar en nosotros mismos y con derecho presuponemos en los demás es el factor que perturba nuestros vínculos con el prójimo y que compele a la cultura a hacer su gasto de energía”.

“Cada uno de nosotros termina por aventar como ilusiones las expectativas que alentó en su juventud respecto de los prójimos, y sabe por experiencia propia cuánto más difícil y dolorosa se le volvió la vida por la malevolencia de éstos. Por consiguiente, sería injusto reprochar a la cultura su propósito de excluir la lucha y la competencia del quehacer humano. Ellas son sin duda indispensables, pero la condición de oponente no coincide necesariamente con la de enemigo; sólo deviene tal cuando se la toma como pretexto y se hace abuso de ella”

 “No es fácil para los seres humanos renunciar a a satisfacer su inclinación agresiva, no se sienten bien en esa renuncia. No debe menospreciarse la ventaja que brinda un círculo cultural más pequeño: ofrecer un escape a la pulsión en la hostilización a los extraños. Siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos, con tal que otros queden fuera para manifestarles agresión” [3].

Como podemos leer en Freud, ya este autor hacía un tratamiento biopolítico de la cultura y la civilización, con el agregado que cualquier sofocación de la satisfacción pulsional se paga con malestar en la cultura, malestar que va a tener en Freud con la formación sintomática (que no deja de ser una satisfacción sustitutiva) y con sentimiento inconsciente de culpa. Por eso se ocupa de primero, hacer una minuciosa descripción de la pulsión en términos generales. La satisfacción de la misma en el seno de la cultura es problemática y en caso de que suceda se paga muy caro.

El experimento socio-bio-político del Nazismo lo demuestra, la más terrible experiencia de la crueldad humana, junto a otros hitos de la intervención científico-técnica en alianza con decisiones políticas de exterminio como las guerras mundiales en Europa, las bombas atómicas en Nagasaki e Hiroshima, las guerras de Vietnam y de Medio Oriente (donde se arrasó con poblaciones enteras cada vez en menos tiempo y con armamentos ultra sofisticados e hiper destructivos).

He ahí donde la hipótesis de Foucault se puede apreciar en todo su despliegue. La guerra instala la prepotencia de un poder que continúa por otra vía en la sociedad civil. La paz es una postergación de la acción de las armas o del exterminio minuciosamente planificado, la paz es un estado de cosas condicionado siempre por una lógica que alejada de todo idealismo metafísico o de principios fundados en ideales como el del bien vivir.

Freud, Lacan (que no dejaba de interlocutar con Foucault), no son pensadores que soslayaron los grandes temas de la contemporaneidad. Sus escritos, sus obras, sus posiciones frente a la cultura, la filosofía, la época, el saber científico, la modernidad, no son mera especulación de analistas encerrados en su consultorio.

De hecho, hoy asistimos a un despliegue inquietante de la industria del psicofármaco. El malestar en la cultura, no es ajeno a las estrategias del capitalismo para acrecentar sus ganancias. Ese es el norte de la modalidad actual de la psiquiatría (orden del cual Foucault también se ha ocupado).

Tenemos como resultado una sociedad moderna psiquiatrizada (es decir medicamentada en exceso) y con protocolos de evaluación cada vez más sofisticados, frente a los cuales las personas son cuerpos protocolizados, evaluados, clasificados, diagnosticados con sus manuales de psiquiatría diseñados por la industria del psicofármaco (DSM-IV, ahora el nuevo DSM-V) .

El síntoma analítico está cuestionado y expulsado de toda consideración clínica. Hay un reinado del Trastorno (Trastorno Bipolar, Trastornos Depresivos, Trastornos de la Sexualidad, de la Alimentación, etc.). Lo que queda forcluído entonces es el sujeto de lenguaje y el deseo. Se trata de forcluir el lenguaje, la metáfora y el inconsciente freudiano.

La ciencia y su inquietante alianza con el Capitalismo, devienen un nuevo Amo.

Por tanto, podemos considerar este fenómeno a nivel global, como un nuevo dispositivo de poder operando –Foucault decía que el poder se ejerce en acto, no se hereda, no se transmite, no se consensúa, va más allá de todo contrato–.

Como conclusión, podemos situar a estas nuevas estrategias tecnológico científicas, como objetos sofisticados de dominación y dispositivos de Poder y que cada vez más insidiosamente se imponen sobre los cuerpos y las personas.

Notas

[1] Consultar Ambrosini, C, «Bíos» y «Poder» en Foucault: el legado de Nietzsche, Congreso Internacional de Epistemología y Metodología «Investigación Científica y Biopolítica», Bs. As. Argentina, 11 y 12 de noviembre de 2010.

[2] Nietzsche, F., Más allá del bien y del mal, Alianza Editorial, Madrid, 1983, af. 261, pag. 227

[3] Freud, S., Malestar en la cultura, Amorrortu Ediciones, Buenos Aires, 1990, pags. 108 y subsiguientes.

Referencias bibliográficas

Nietzsche, F. La voluntad de poderío, Edaf, Madrid, 1981.
Nietzsche, F. Genealogía de la moral, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
Terán, O. El discurso del poder, Folios Ediciones, Buenos Aires, 1983.

Por gentileza de El Sigma