David Moscovich
Psicoanalista
La singularidad del recorrido de un análisis requiere, cuando se lo somete a estudio, repensar la teoría. Afirmación más pertinente si la aplicamos a un caso de psicosis, terreno clínico que nos invita a revisar ciertos conceptos que, como sostienen varios autores, hay que pensarlos casi en contrapartida con respecto a su pertinencia en las neurosis. Colette Soler, por ejemplo, llega a hablar, al recordar un término utilizado por Lacan, de contrapsicoanálisis del psicótico, aunque aclara que dicho término no sería del todo apropiado. Intentaré ilustrar a través de la presentación de un material clínico que demanda y transferencia son conceptos que no escapan a esta regla. Veremos entonces si el análisis del mismo puede instalar alguna novedad, tanto en lo que al desarrollo teórico se refiere, como así también en cuanto a la práctica clínica, terrenos ambos que como bien sabemos, no pueden de ningún modo disociarse. Por ello podemos afirmar que el psicoanálisis constituye una praxis. Estos recortes de la producción discursiva de la paciente han sido seleccionados y extraídos de un abundante material, a los fines de ilustrar esta articulación de la práctica con la teoría; pertenecen a un análisis llevado a cabo hace varios años, y puedo decir que su revisión enriqueció la perspectiva y me revela en lo actual ciertas cuestiones de sumo interés, que en su momento transcurrieron inadvertidas.
La paciente a la que voy a referirme, a quien llamaré Mariana, me fue derivada por el equipo de ingresos de un pabellón de internación de mediano plazo en el Hospital Psiquiátrico Braulio Moyano. Mariana procedía de la Unidad 27 del Servicio Penitenciario Federal, en la cual había permanecido durante dos años. ¿Cómo había llegado a esa institución?
Pues bien, había matado a su madre a golpes de bastón, y pudo decir sobre el episodio, algunos días posteriores al suceso, que había recibido mensajes de la radio que se superponían con el desarrollo del programa que ella escuchaba a diario. Los mensajes, en tono imperativo, le ordenaban ejecutar el acto. La aplicación del Artículo 34 del Código Penal determinó, luego de los estudios periciales del caso, su inimputabilidad. Así llegó Mariana a la mencionada Unidad del Servicio Penitenciario, y cuando se determinó la desaparición de su estado peligroso, fue trasladada al Hospital Moyano, y comienzo a tener entrevistas con ella. Como era de esperar, me encontré con una sujeto presa del discurso y la lógica institucional, de la maraña inextricable de peritos, médicos, especialistas en esto y en aquello, medicación en exceso, dictámenes, abogados y leyes. Para ese momento, la paciente tenía 45 años. En su historia clínica se señala a la edad de 18 años el desencadenamiento de la psicosis, el primer episodio, asociado de manera directa al ingreso a la Facultad de Medicina. Uno de los profesores, según consta en el relato transcripto de Mariana, comienza luego de algunas clases a dirigirse a ella de manera exclusiva, adquiriendo este dato que surge de su interpretación, el estatuto de la significación personal. La clave de su descubrimiento se hallaba para ella en la forma en que el profesor la miraba. Lo mismo va a decir, después de algunas semanas, de otro docente de la facultad, con el agregado, muy significativo por cierto: él me ama. Todos los elementos clínicos se orientaban, de este modo, hacia la idea de la erotomanía. Al experimentar el rechazo de este hombre —recordemos al pasar la brillante afirmación de de Clérambault: es el objeto el que ha empezado a declararse. Él es quien ama o el único que ama— lo atacó a golpes, destruyó su automóvil, como culminación de un proceso que duró varios meses, y este fue el contexto que determinó el inevitable desenlace de su primera internación, de las varias que va a atravesar en lo sucesivo. Sin embargo, su persistencia y una inteligencia destacada le permitieron concluir sus estudios universitarios y obtener el título de médico. Su vida va a transitar, durante varios años, por una relativa estabilidad. Mucho tiempo después, instalado ya el análisis que comenzó conmigo, va a decir que las ideas erotómanas y persecutorias nunca la abandonaron. Mariana trabajó en una clínica privada e hizo guardias. Vivía con su madre, con quien había logrado sostener una relación más o menos amigable, luego de largos períodos de violencia y padecimiento. Cuando ésta se enferma y queda casi postrada y en un estado dependiente, el hermano mayor de Mariana le ordena que deje sus actividades y se dedique al cuidado de la madre. Imperativo que nos evoca la máxima kantiana. Ese ‘tú debes’ que la sujeto va a obedecer sin ofrecer la menor resistencia ni cuestionar bajo ningún aspecto. Lo cual no constituye un dato clínico menor. Así, de un día para el otro Mariana, que había logrado una estabilización prolongada, abandona los lazos con el mundo exterior y se interna, podemos decir, para dedicarse a atender a su madre, y no lo digo en un sentido genérico ya que también le administraba la medicación y le ordenaba estudios en su calidad de doctora. Su niñez y adolescencia se caracterizaron más bien por la violencia física y verbal ejecutada en especial por su padre alcohólico y tolerada por la madre, que la humillaba y auguraba para Mariana un futuro oscuro, miserable y anodino. Con el tiempo, según los dichos de la paciente, va a ir creciendo un odio importante hacia la figura de la madre. Volveré enseguida sobre los antecedentes del caso y el devenir del tratamiento. Voy a situar allí una intervención que provocará un giro en la dirección del análisis, y un cambio notable en cuanto a su posición subjetiva.
Comentaba algunas líneas atrás que recibí a una paciente tomada por el discurso institucional, el discurso del Amo. ¿Qué demanda puede articularse allí? ¿Puede construirse una demanda de análisis? En todo caso: ¿habrá que realizar una oferta previa desde el lugar del psicoanálisis en tanto praxis que puede plantarse frente a esa lógica institucional?
Hay pacientes psicóticos en tratamiento. Esto es una realidad clínica, y la demanda de análisis bien puede articularse, en muchos casos al menos, con la ruptura de una compensación imaginaria en una relación dual que sostenía más o menos precariamente un equilibrio en la estructura. ¿Qué se presenta entonces, acompañando los primeras manifestaciones de la psicosis clínica —el automatismo mental, los fenómenos llamados de franja, el desastre de lo imaginario— y en directa relación con las mismas? Eso es, a mi entender, lo que puede sostener la demanda de análisis para un paciente psicótico; a saber, ese sentimiento de la muerte que, como indica Colette Soler, jamás está ausente en la psicosis. Se trata de algo que muestra la clínica de todos los días para aquél que toma pacientes psicóticos en tratamiento, y que Lacan describe de un modo harto peculiar: “Está claro que se trata aquí de un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto…” [1], desorden en definitiva acaecido en virtud del mecanismo de la ‘forclusión’ del Nombre-del-Padre: “Para que la psicosis se desencadene, es necesario que el Nombre-del-Padre, verworfen, precluido, es decir, sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto” [2]. No es difícil, entonces, articular la idea referida a aquello que sostiene la demanda de análisis para un sujeto psicótico: alguna función debe suplir al Nombre-del-Padre, para que el sujeto pueda ampararse en ello y, desde ese lugar, tomar a su cargo el tratamiento de un goce en exceso que lo arranca de la vida, y lo posiciona en esa instancia de la muerte subjetiva. Pero es claro que no debemos confundir, de modo apresurado, esta cuestión con el lugar que el sujeto psicótico le destinará al analista en la transferencia, por un efecto de estructura. Como bien sabemos, esa instancia de la muerte siempre presente en la psicosis puede conducir al sujeto al acto auto o hétero lesivo, como ocurrió con Mariana.
Al fin y al cabo, podemos discutir y revisar la noción de demanda de análisis en la psicosis, pero no menos interesante es pensar que la demanda en sí es siempre engañosa. Nadie, de hecho, viene a analizarse. ¿Qué demanda el sujeto neurótico del dispositivo analítico y del analista en cuestión? Más allá de cómo se plantee el asunto en el recorrido singular del tratamiento que podrá o no instalarse en tanto tal, el sujeto va a demandar que se restituya el equilibrio o la estabilidad del fantasma, que ha vacilado frente a la irrupción del trauma, lo que viene de lo Real. ¿Qué viene a buscar al análisis? A un padre, que le dé un nombre a aquello que, por estructura, escapa al significante. Es claro que la comparación con la situación de la psicosis ahí se detiene, y resultaría interesante en otro contexto repensar este punto desde la perspectiva de la última clínica en la enseñanza de Lacan.
Retorno al caso de Mariana y me pregunto cómo pensar ahí, en el inicio del tratamiento, esta cuestión de la demanda, ya que las cosas, como he señalado, se presentaron bajo circunstancias un tanto forzadas, como ocurre en la mayoría de las situaciones clínicas en el hospital psiquiátrico. La primera entrevista transcurre luego de algunos día de producida la derivación al pabellón. Y lo primero que viene a plantear es lo siguiente: “Tenga en cuenta, Licenciado, que soy una enferma mental, mis facultades mentales están alteradas”, y me relata el recorrido de los hechos que la condujeron a la Unidad 27 de Servicio Penitenciario. Acerca del episodio con la madre: “en ese momento no era yo… no sabía lo que hacía… no era consciente de mis actos”, y cuestiones por el estilo, referidas muy evidentemente a su cosificación, al lugar de objeto que la institución psiquiátrico-penal le asigna, discurso al cual la sujeto se aliena, movimiento favorecido por la estructura, tanto si la pensamos en relación al sujeto como también en lo que corresponde a lo que podemos llamar la estructura social. Esta alienación, entonces, borra por completo al sujeto en tanto responsable de sus actos. Queda bien establecido en las palabras que pronuncia Mariana, repitiendo lo aprendido en las instancias médico legales que tuvo que atravesar. Para ella esta es la cuestión: padezco esquizofrenia —conocía muy bien su diagnóstico— y no puedo por lo tanto ser responsable de mis acciones. (artículo 34 del Código Penal). Escuchemos al respecto lo que dice Foucault: “La oscura culpabilidad, que unía antiguamente a la falta y a la sinrazón, queda, así desplazada; el loco, en tanto que ser humano originariamente dotado de razón, ya no es culpable de estar loco; pero el loco en tanto que loco, y desde el interior de su enfermedad, de la cual no es culpable, debe sentirse responsable de todo lo que en ella pueda perturbar la moral y la sociedad, y no atribuir sino a sí mismo los castigos que recibe”, y menciona más adelante esa “forma de conciencia que el alienado debe tener de su propia locura” [3] ¿y no es esto mismo a lo que se refiere Mariana con su discurso alienado? ¿no ha acaso tomado conciencia de su enfermedad, como les gusta decir a los psiquiatras, y del peligro que representaba la misma para la sociedad? Entonces, hasta tanto ella sostiene y se hace portadora de este discurso que hace al fundamento de lo institucional psiquiátrico-penal, no podemos hablar de responsabilidad subjetiva. Se percibe claramente que la demanda, en un principio, se articula como demanda institucional, de la que la sujeto se constituye en portavoz. ¿Cuál es, bajo estas argumentaciones, la demanda de Mariana? Quiere que el analista repita los mismos fragmentos discursivos, y que acompañe en su intervención a la lógica de la institución.
El sujeto psicótico, cuando es presa de la red institucional, de ese complejo entramado que ordena y regula el funcionamiento social, se hace portavoz de una demanda dirigida al dispositivo —en este caso analítico— para que éste avale la posición de aquél en tanto objeto de una intervención normativa. Mariana articula muy bien dicha demanda que sostiene, lo cual se comprueba al determinar el lugar que le asigna al analista en la transferencia: lugar de saber-garante del Otro del conjunto social, variante del discurso del Amo. Sabemos que en la psicosis, el sujeto le ofrece al analista, por una cuestión propia de la estructura, el sitio del perseguidor, y no olvidemos que la paciente cuenta con el antecedente de una erotomanía en el primer episodio, en el momento del desencadenamiento. Esto es así en tanto que el analista “… Es llamado a suplir con sus predicaciones el vacío súbitamente percibido de la forclusión. (…) le ofrece al analista el sitial del perseguidor, el sitial de aquél que sabe y que al mismo tiempo goza. Si el analista se instala en él sobrevendrá entonces, con toda seguridad, la erotomanía mortífera” [4]. De este modo, aceptar ese lugar de garante de un discurso que responde a los intereses del orden y la regularidad, no elude el hecho de estructura sino que más bien lo favorece, y puede conducir al paciente a formas diversas de aniquilamiento subjetivo. Después de transcurridas varias sesiones en las que Mariana se explayaba con precisión y rigor médico a la cuestión de su “estado de alienación mental en el momento del hecho”, comienzo a intervenir del siguiente modo: le hago evidente mi cansancio de escuchar siempre lo mismo, y le señalo, no sin intención de desacreditación: todo eso está muy bien, pero acá me parece que hay otra cosa, algo más para decir. Subrayo el pero en tanto en tanto va a cumplir una función de corte. La sesión, una y otra vez, se terminaba en ese punto. Y bastaron tres encuentros más para que Mariana comenzara, en efecto, a hablar de otra cosa. Se refiere a las circunstancias de orden familiar que se hallaban cercanas al episodio violento, algo absolutamente nuevo en el devenir discursivo de la sujeto desde el momento del ataque a la madre. Dice: “… yo siempre fui el desecho de la familia, a mi madre yo tenía que bañarla, vestirla, darle de comer, darle los remedios… mi hermano me dejó sola, yo ya no podía más.” Aparece el afecto angustioso y llora durante las sesiones, saliendo de un estado mecanizado, de un argumento aprendido. Y relata también que el día anterior a lo ocurrido con la madre, su hermano fue a la casa para decirle que iba a tomarse dos meses de vacaciones, colocando estas palabras que no carecen de significación: “mamá es toda tuya”, ante lo cual ella experimentó una irrefrenable sensación de odio, irrupción de la subjetividad. Ya no se puede sostener, entonces, la idea de que en el momento de darle golpes a la madre hasta matarla, estaba “fuera de sí”, o que, como decía al comienzo, “ no era yo”, y afirmo esto más allá del fenómeno alucinatorio que en apariencia condicionó el acontecimiento, en tanto ahora se puede realizar otra lectura a posteriori, en virtud de las asociaciones de la paciente. Ubico en aquella intervención resumida en el “pero” que interrumpe y desactiva un discurso repetitivo y alienante —ese que sostiene la demanda institucional— el comienzo del análisis para esta paciente psicótica que a partir de ese momento deja de referirse a esas cuestiones y se pone a hablar de ella, de su posición en la familia y del odio que alimentó al crimen. A partir de aquí, Mariana ya no va a solicitar ninguna confirmación de un saber que la hace objeto: objeto inimputable. Apreciamos de este modo la modificación del lugar del analista en la transferencia; deja de ser el que sabe y confirmaría en todo caso un destino para la sujeto prefigurado en un discurso que responde a un orden social-legal, para transformarse en el que escucha y le otorga valor a su decir en tanto sujeto. Primera consecuencia clínica: la paciente se humaniza, se vitaliza. Retoma su afición por la pintura, por ejemplo. Ocurre algo notable, y que generó malestar y controversias más o menos serias en el servicio de internación: solicita que se revea la causa, quiere que se la juzgue por el acto homicida, y escribe una nota dirigida al juez. ¿Se trata de un pedido delirante de castigo? No lo creo. Aparece más bien un sentimiento de culpa que supone una oportunidad para que como sujeto en un análisis sostenga algo del orden de la responsabilidad. Antes había, podemos decir, negación del sujeto: era una pura enfermedad que se sostenía en el saber psiquiátrico-legal la que hablaba. Después, ocurre un paso, promovido por el no del analista frente a eso que la ubicaba como objeto. Yo creo que recién al reconocer su propio odio en este momento del devenir de la cura se constituye como sujeto responsable. Redacta su carta durante las sesiones, y la entrega al jefe del servicio para que siga su curso. Nada de esto tuvo consecuencias legales, pero el progreso en el tratamiento fue notable; a tal punto, que a los pocos meses fue dada de alta y Mariana comenzó con un emprendimiento económico interesante. En el transcurso del análisis va construyendo la estructura familiar. Aparecen recuerdos de la infancia, teñidos del drama de la violencia ejercida por un padre alcohólico que contaba con la complacencia de la madre. A los ocho años, la mandaron a trabajar a una verdulería, y perdió un año de escolaridad. En ocasiones, su padre le propinaba con el cinto, mientras la madre miraba la televisión, sin el menor atisbo de intervenir al respecto.
Su idea delirante referida a aquél profesor de la universidad no ha desaparecido; todavía guarda la esperanza de encontrarlo, y se imagina que podría cruzárselo por la calle, o juega con la idea de ir a buscar su rastro a la facultad. Le señalo: quizá no vale la pena. Trato de interponer elementos significantes que dilaten el encuentro posible, y la cosa se va llevando. Se ha alcanzado una estabilidad duradera. Dos claves puedo remarcar en lo atinente al análisis de Mariana: en primer término, la no respuesta a la demanda planteada por el discurso del poder institucional, y de la que el sujeto psicótico se hace su portador. En segundo lugar, la maniobra de transferencia que desautoriza ese discurso y abre el juego, permitiendo el surgimiento de otra cadena, otra palabra, que es la del sujeto. Se trata para ambas cuestiones de sostener un no. Por lo tanto, como diría Colette Soler, aquí el analista se hace guardián de los límites del goce, y acompaña al sujeto en este auto tratamiento de lo Real.
Referencias bibliográficas
1. LACAN, J. (1987): De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. Siglo Veintiuno Editores.
2. LACAN, J. Op. Cit.
3. FOUCAULT, M. (1967): Historia de la locura en la época clásica. Fondo de Cultura Económica.
4. SOLER, C. (1991): Estudios sobre las psicosis. Ediciones Manantial.
Contacto
dalupsi@yahoo.com.ar