Roberto Hernández
Profesor universitario, consultor y analista
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Poco o nada tiene de extraño prolongar el sueño, casi siempre por su carácter placentero y reconfortante; o, en contraste, despertar para que cese la angustia que provoca un mal sueño. Hay quien despierta, sin embargo, para seguir soñando, para evadir lo Real con la realidad. No es infrecuente, aunque no lo parezca.
En un intento por leer a Lacan desde Freud, en este artículo se analizan dos sueños freudianos —uno de ellos el sueño prínceps del psicoanálisis— con el propósito de puntualizar el estatuto de lo Real en ambas piezas oníricas.
El gran sueño
Viena, 1895: los liberales pierden la mayoría parlamentaria y el Partido Socialcristiano se hace con la alcaldía; el emperador Francisco José se niega a otorgar el nombramiento al líder de esa formación, el conocido antisemita Karl Lueger —a quien Hitler consideraba “el más eficaz alcalde de todos los tiempos”, pues dos años más tarde Lueger accedería al cargo—, y Freud se permite celebrar este hecho con algunos habanos, que por cierto tenía prohibidos por prescripción de su amigo el doctor Wilhelm Fliess, quien ya entonces se había convertido en médico de todas sus confianzas (entre 1894 y 1895 operó en dos ocasiones a Freud de la nariz).
En marzo de aquel año, nos informa Ernest Jones, por primera vez Freud alude al análisis de los sueños (la Carta 22, dirigida a Fliess, fechada en Viena el 4 de marzo de 1895), aunque existe una mención de ello en el expediente de Emmy von N. [1]; y es a propósito de uno de sus pacientes, no cualquiera por cierto, se trata de Rudolf —Emil, según Jones— Kaufmann, sobrino de Breuer, y lo relaciona con el cumplimiento de un deseo: en este caso, el de un estudiante somnoliento que para no abandonar la cama, sueña que ya se encuentra en el hospital, donde debía estar [2]. El propio Freud nos hace saber que su práctica analítica le llevó a la interpretación de los sueños: “Mis pacientes, a quienes yo había comprometido a comunicarme todas las ocurrencias y pensamientos que acudiesen a ellos sobre un tema determinado, me contaron sus sueños y así me enseñaron que un sueño puede insertarse en el encadenamiento psíquico que ha de perseguirse retrocediendo en el recuerdo a partir de una idea patológica. Ello me sugirió tratar el sueño como un síntoma y aplicarle el método de interpretación elaborado para los síntomas” [3].
Se acerca el verano. Al parecer, a Freud no le ha hecho mella la fría recepción de los Estudios sobre la histeria y su amistad con Fliess —que llegará, como se sabe, a grados superlativos— le hace más llevadero el rompimiento con Breuer. Su trabajo intelectual continúa; como se sabe, además de otros escritos que serían publicados ese año, Freud dedica parte de sus noches a escribir, con ímpetu, el Proyecto de psicología.
Con más resignación que entusiasmo, el matrimonio Freud espera, también para ese año, al sexto de sus hijos —Wilhelm si es varón, Anna si es niña. Con altibajos, por otro lado, la consulta del doctor Freud demostraba ya entonces ser una fuente confiable de recursos, que incluso le permitía algún ahorro para su principal lujo: los viajes.
En ese año, sabemos también por Jones, Freud se acerca a la asociación judía Verein Be’nei B’rith, a la que asiste cada quince días, en donde incluso pronuncia alguna conferencia. En fin, un año de altibajos, como otros, pero que hasta entonces no pinta particularmente adverso. Contrario a este paisaje, Didier Anzieu dibuja un escenario más bien preocupante:
[Freud] tenía preocupaciones de salud, de trabajo y de familia. Los comentarios que hizo al sueño [de la inyección de Irma] ponen en evidencia, sobre todo, problemas médicos. Los días precedentes había recibido una serie de noticias desagradables. Una enferma cuya hinchazón de la mucosa nasal trató —de conformidad con el consejo de Fliess— mediante aplicaciones de cocaína, reaccionó con una necrosis. Un histérico, al que dejó partir a Egipto tuvo allí un nuevo acceso que fue tomado por una disentería por un colega ignorante. Las noticias sobre su hermanastro Emmanuel, en Manchester, y sobre su amigo Fliess, en Berlín, no eran mejores: la artritis hacía cojear al primero, y el segundo, por muy otorrinolaringólogo que fuese, sufría de supuraciones nasales. La serie continuó la víspera: por el hijo de la interesada, supo que la anciana señora a la que ponía dos inyecciones diarias […] y a quien trataba un colega durante vacaciones, tuvo un acceso de flebitis, debido probablemente a una jeringa no del todo limpia. Por último, recibió la visita de su asistente y amigo, el doctor Otto Rie, que además es el pediatra de la familia Freud. Otto, soltero, tiene la costumbre, irritante para Freud, de llevar regalos. El presente del día fue particularmente desafortunado: un licor de ananás avinagrado, que olía mal y que hubo que tirar [4].
Preocupaciones quizás no más graves, o acaso similares, a las de otros años en una vida que, por lo demás, nunca fue sencilla —como la de la gran mayoría—. Como sea, es este el escenario que rodea aquel sueño histórico.
El sueño de una noche de verano
Entre la noche del 23 y las primeras horas del 24 de julio de 1895, Freud tiene un sueño breve y cristalino. El sueño prínceps —Lacan dixit. Un sueño modélico para la interpretación; histórico para el psicoanálisis. Su trascendencia justifica su reproducción íntegra:
Un gran vestíbulo —muchos invitados, a quienes nosotros recibimos. —Entre ellos Irma, a quien enseguida llevo aparte como para responder a su carta, y para reprocharle que todavía no acepte la ‘solución’. Le digo: ‘Si todavía tienes dolores, es realmente por tu exclusiva culpa’. —Ella responde: ‘Si supieses los dolores que tengo ahora en el cuello, el estómago y el vientre; me siento oprimida’. —Yo me altero y la miro. Ella se ve pálida y abotagada; pienso que después de todo he descuidado sin duda algo orgánico. La llevo hasta la ventana y reviso el interior de su garganta. Se muestra un poco renuente, como las mujeres que llevan dentadura postiza. Pienso entre mí que en modo alguno tiene necesidad de ello. —Después la boca se abre bien, y hallo a la derecha una gran mancha blanca, y en otras partes veo extrañas formaciones rugosas, que manifiestamente están modeladas como los cornetes nasales, extensas escaras blanco-grisáceas. —Aprisa llamo al doctor M., quien repite el examen y lo confirma… El doctor M. se ve enteramente distinto que de ordinario; está muy pálido, cojea, está sin barba en el mentón… Ahora también está de pie junto a ella mi amigo Otto, y mi amigo Leopold la percute a través del corsé y dice: ‘Tiene una matidez abajo a la izquierda’, y también señala una parte de la piel infiltrada en el hombro izquierdo (lo que yo siento como él, a pesar del vestido)… M. dice ‘No hay duda, es una infección, pero no es nada; sobrevendrá todavía una disentería y se eliminará el veneno’… Inmediatamente nosotros sabemos de dónde viene la infección. No hace mucho mi amigo Otto, en una ocasión en que ella se sentía mal, le dio una inyección con un preparado de propilo, propileno… ácido propiónico… trimetilamina (cuya fórmula veo ante mí escrita con caracteres gruesos)… Es probable también que la jeringa no estuviera limpia [5].
El sueño breve y cristalino se vuelve una abigarrada red de asociaciones, de recuerdos y alusiones fragmentarias, fantasmales. Pieza a pieza, Freud interpreta el sueño: lo mismo ofrece pistas sobre la identidad de los protagonistas que de los lugares, de los hechos que los dichos que dibujan los contornos de la historia soñada… Así, nos informa acerca de su paciente y de personas asociadas a ella (Irma, su amiga, Mathilde, la hija mayor de Freud de igual nombre y su propia esposa, Martha), de sus amigos (doctor M., Otto, Leopold), del tratamiento que dispuso para estas pacientes, de sus erratas médicas, de sus inseguridades y temores.
En el “Informe preliminar” del sueño, Freud confía apenas algunos rasgos muy generales del caso: Irma es una “joven señora”, amiga suya y de su familia, que presenta algunos dolores —no muy agudos en el vientre— y, sobre todo, sensaciones de náusea y asco. Un perfil que ofrece la identidad de Emma Eckstein [6]. (Por otras fuentes sabremos que Irma padece también de dolores y hemorragias nasales). La cura fue un éxito parcial porque desaparece la angustia histérica pero persisten algunos síntomas somáticos en la paciente.
Por principio de cuentas, habría que tener siempre presente que la interpretación de Freud es parcial no solo por lo que involuntariamente deja fuera, lo que no alcanza a ver o no comprende, sino por esos “miramientos personales” en el análisis de ese sueño advertidos por el propio Freud y que le hacen detener la interpretación en ciertos puntos —“Quien esté pronto a reprocharme esa reserva no tiene más que probar él mismo que es más sincero que yo” [7], dice en tono retador.
Dentro de ese terreno de lo analizable, la interpretación del sueño a cargo de Freud gira, en primer término, en torno a Irma —en la que superponen distintas figuras femeninas— y, en segundo, a varios médicos. En ella y las sombras que le acompañan se concentran los reproches, los intentos de expiación y un cierto interés personal de Freud apenas velado y sobre el que prefiere no inquirir.
Conforme van apareciendo síntomas y molestias van develándose las identidades: Irma es la primera en irrumpir en el sueño, y de la mano aparece la expiación y la culpa, línea principal de la interpretación freudiana. “Si todavía tienes dolores, es realmente por tu exclusiva culpa”, le reprocha a su paciente con la evidente pretensión de eludir la responsabilidad por los dolores. “¿Deberá buscarse por este sendero la intención del sueño?”, pregunta Freud, cuando ya parece saber la respuesta.
El siguiente fragmento que analiza es el de los dolores de Irma en el cuello, vientre y estómago. No son dolencias de su paciente, y al igual que las que describe a continuación (“Ella se ve pálida y abotagada”), le revelan la identidad de otra persona: “Sospecho que aquí la he reemplazado por otra persona.” No habría que esperar que informe que buena parte de estos síntomas están asociados a la preñez, es decir, relacionados con su esposa, Martha.
Viene entonces una escena aterradora: en el sueño, a Freud le “aterra” el aspecto de la enferma y le genera la duda acerca de algún descuido respecto de “algo orgánico.” Por lo que la lleva a la ventana para revisar “el interior de su garganta”. Irrumpe la angustia del analista: “No costará trabajo creerme si digo que es esa una angustia que nunca se extingue en especialistas que atienden casi exclusivamente a neuróticos y están habituados a atribuir a la histeria tantas manifestaciones que otros médicos tratan como orgánicos” [8]. Tal preocupación lo lleva a examinar la garganta. La paciente se muestra renuente a abrir la boca, como aquellas mujeres que utilizan dentadura postiza.
Elena Fernández y Andreas Ilg han reparado en el sentido original de las frases que Freud emplea:
und schaue ihr in den Hals (literalmente ‘y le miro la garganta’) como la situación descrita en las líneas siguientes recuerda la expresión alemana etwas auf dem Hals haben, literalmente ‘tener algo en el cuello o la garganta’, que significa ‘tener culpa de algo’. Hay en alemán una serie de frases hechas emparentadas con esta expresión:
Jetzt habe ich das eben auch noch am Hals. Literalmente, ‘y ahora tengo también esto en el cuello/garganta’, que entre nosotros vendrá ser algo como ‘y ahora también me cuelgan (o me culpan de) esto.’
Warum musste ich mir das nur aufhalsen. ‘Por qué tuve que echarme esto a cuestas.’
Jetzt muss ich eben Hals hinhalten. Literalmente, ‘y ahora tengo que mostrar el cuello’ (lo que Irma se resiste a hacer) que equivaldría más o menos a ‘y a mí me toca pagar los platos rotos’.
Así nos explicamos mejor que Irma, como quien se avergüenza de algo se resista a abrir la boca: mostrar que tiene algo en la garganta equivale a darle a Freud la razón, a incriminarse (‘abrir la boca’, en alemán como en español, equivale a hablar sobre lo que se querría mantener oculto) [9].
Algo hay en la garganta de la paciente, puede ser “algo orgánico” o una voz que porte una verdad insoportable: el error, el descuido… Incluso como imagen, el sueño es perturbador: “reviso el interior de su garganta”, asomo por zonas insondables, enigmáticas, en las que habrá ocasión de detenerse.
Este fragmento del sueño revela otra figura femenina sobre la que parece recaer un cierto interés por parte de Freud, quien apunta que Irma no usa ni necesita una dentadura postiza, como aparece en el sueño, sin embargo ello le lleva a un recuerdo: “El modo en que Irma estaba de pie junto a la ventana me hizo recordar otra vivencia. Irma tenía una amiga íntima a quien yo apreciaba mucho. Una tarde en que fui a su casa de visita la encontré junto a la ventana, en la situación en la que el sueño reproduce…” [10]. Sabe de sus síntomas histéricos, la quisiera como paciente pero conoce, igualmente, de su renuencia a solicitar análisis y de su fortaleza para hacer frente a sus síntomas.
De las sombras de la memoria emerge otra figura: Martha Bernays. Pálida, abotagada, dolores en el vientre… “se trata, desde luego, de mi propia mujer”, confiesa Freud en una nota al pie de la página. Tanto la amiga de Irma como su propia esposa comparten la renuencia hacia el tratamiento analítico.
La “mancha blanca” que Freud descubre del fondo de la garganta de Irma lo conduce al recuerdo de una enfermedad que padeció su hija mayor y de vuelta a los temores: por el padecimiento de su hija pero no solo, ya que asocia ese parte del sueño (en la que luego de ver la mancha blanca y cornetes con escaras llama a un colega, el doctor M.) a un recuerdo poco agradable en el que, con sulfonal —que se empleaba como somnífero—, causó una infección a una mujer que, precisamente, llevaba el mismo nombre que su hija: Mathilde. “Hasta ahora nunca había reparado en ello; ahora todo ocurre casi como un venganza del destino. Como si la sustitución de las personas debiera proseguirse en otro sentido; esta Mathilde por aquella Mathilde, ojo por ojo y diente por diente. Es como si yo buscara todas las ocasiones que pudieran atraerme el reproche de falta de probidad médica” [11].
Irma, su amiga, Martha Bernays, Mathilde su paciente y su hija del mismo nombre… sucesión de figuras femeninas marcadas ya sea por el afecto, la culpa o ambas. A partir de aquí el sueño se torna una suerte de convención médica, son los colegas de Freud los que dominan esta parte de la interpretación.
Todos son convocados —en el sueño— por Irma y sus síntomas, por su aspecto. Así, el doctor M. aparece para una segunda auscultación de la paciente, y confirma el diagnóstico, pero luce diferente: pálido, imberbe y rengo. Una descripción que casa con la del hermano mayor de Freud, que reside en Inglaterra. Concurren dos personas más: Otto y Leopold, ambos alrededor, también, de Irma; Leopold repite el examen y comprueba una matidez —indicador de un posible derrame. Un pasaje que Freud asocia no con Irma sino con su colega médico y la solidez de su saber, la pertinencia de sus diagnósticos, de lo cual Freud ha sido testigo, según relata —lo que en el sueño aparece casi igual que en la vigilia: como criterio de validación del primer examen sobre Irma.
Además de confirmar el diagnóstico, Leopold señala una infiltración en el hombro izquierdo de la paciente, ello remite a Freud a su propio reumatismo, que sufre sobre todo cuando trabaja hasta entrada la noche. Los citados Fernández e Ilg, llaman la atención sobre la homofonía entre Schulter (hombro) y Schuldner (deudor, culpable), de tal modo que entre las frases ‘es exclusivamente por tu culpa’ (ist nur deine eigene Schuld) y ‘se trata de mis propios dolores reumáticos en el hombro’ (ist mein eigener Schulterrheumatismus) se establece una fuerte simetría de contraste.
[…] Ambas palabras alemanas se emplean en frases hechas que encajan de maravilla en las cadenas asociativas que Freud sí comparte con nosotros.
Auf die eigene Schulter nehmen es, literalmente, ‘tomar sobre el propio hombro’: lo que hace Freud al relacionar las lesiones de Irma con su propio reumatismo. En ambas lenguas, ‘tomar sobre los hombros’ tiene el sentido de ‘echarse a cuestas’.
Las expresiones anteriores están muy cerca, por su sonido y su significado, a die Schuld auf sich nehmen, ‘echarse la culpa’ [12].
No pasa de largo que el siguiente fragmento en el que Freud se detiene —luego de vérselas con la culpa y debatirse sobre cargar con ella— sea en la frase “a pesar del vestido”, que relaciona con la auscultación habitual que hacen los médicos, particularmente refiere el recuerdo en el que aparecen sus dos colegas, pero también introduce el comentario acerca de un clínico que decía siempre haber examinado a sus pacientes femeninas siempre a través del vestido. Justo en este punto Freud hace explícito que no va más, que no está dispuesto a seguir hurgando en esa veta: “Lo que sigue a esto me resulta oscuro; para ser franco, no me siento inclinado a penetrar más en este punto” [13].
Se aproxima el grand finale del sueño: el doctor M. diagnostica una infección, que desestima por sus nulas consecuencias (“no es nada… y se eliminará el veneno”), pero que cuyo origen ofrece un broche a la medida de toda la pieza onírica porque alude a una inyección con un preparado algo confuso en su concepto —“propilo, propileno… ácido propiónico… trimetilamina”— pero muy claro en su fórmula química —que aparece en gruesos caracteres—, y que insiste en la culpa frente a un eventual descuido médico: que la jeringa no estuviera limpia y ello fuera, precisamente, el origen de la infección.
Las asociaciones de este fragmento, por un lado, le traen recuerdos un tanto funestos: el amigo querido que se envenenó con cocaína; y, por el otro, la trimetilamina lo conduce al terreno de la sexualidad, en donde aparecen dos personas, su paciente Irma —a cuya viudez le atribuye cierta relación con su histeria— y su amigo Fliess, de quien dice valorar su aprobación en momentos de aislamiento y explica su aparición por sus teorías acerca de la relación entre los cornetes nasales y los órganos sexuales femeninos, además de que confiesa haberle solicitado evaluar a Irma.
Finalmente, la imagen de la inyección le remite a desaprobaciones hacia su amigo Otto (“no se dan esas inyecciones tan a la ligera”) y, de nueva cuenta, a la preocupación por algún descuido propio (“que la jeringa no estuviera limpia”).
Hasta aquí el análisis fragmentario del sueño. Pero no concluye aún el trabajo analítico. Bajo la hipótesis del sueño como cumplimiento de un deseo, Freud ofrece una interpretación general, es decir, revela el sentido de esa historia soñada: “El sueño cumple algunos deseos que me fueron instalados por los acontecimientos de la tarde anterior (el informe de Otto, la redacción de la historia clínica). El resultado del sueño, en efecto, es que no soy yo el culpable de que persistan los padecimientos de Irma, sino Otto; éste, con su observación, acerca de la incompleta curación de Irma, me ha irritado, y el sueño me venga de él devolviéndole ese reproche. El sueño me libera de responsabilidad por el estado de Irma atribuyéndolo a otros factores; produce toda una serie de razones. El sueño figura un cierto estado de cosas tal como yo desearía que fuese; su contenido es, entonces, un cumplimiento de deseo, y su motivo, un deseo” [14]. [Cursivas en el original].
¿Cumplimiento de un deseo? ¿Cuál y de qué tipo? ¿De expiación? ¿De qué responsabilidad, entonces, pretende Freud ser relevado? ¿De las consecuencias del diagnóstico, por recomendar una intervención quirúrgica tal vez innecesaria? ¿Culpa frente a la paciente o ante el médico responsable de la operación? ¿De otros pacientes o de quienes no lo son pero se dan cita en ese sueño? ¿Respecto a su propio método? ¿De qué tipo de deseo: consciente o inconsciente?
Aunque no le fue sencillo arribar a tal interpretación, por demás conocida, y más allá de las lagunas y limitaciones que él mismo advierte y reconoce, el sueño prínceps del psicoanálisis sigue siendo fuente de múltiples interpretaciones y debates.
Conviene señalarlo desde ahora, de una buena vez: en este episodio, precisamente en este, múltiples autores han localizado el origen torcido y falsario del psicoanálisis freudiano. Un amplio espectro que admite gradación y del que, a guisa de ejemplo, podríamos mencionar uno de los más recientes: el del conocido y no menos polémico filósofo francés Michel Onfray.
Fundador de la Universidad Popular de Caen y autor de un nutrido corpus de obras filosóficas, en Freud. El crepúsculo de un ídolo, Michel Onfray plantea “una historia nietzscheana de Freud, del freudismo y del psicoanálisis: la historia del disfraz freudiano de ese inconsciente (la pluma de Nietzsche escribe la palabra…) como doctrina de transformación de los instintos y las necesidades fisiológicas de un hombre en doctrina que sedujo a una civilización; los mecanismos que permitieron a Freud presentar objetiva, científicamente, el contenido muy subjetivo de su propia autobiografía: en pocas palabras, propongo aquí el esbozo de una exégesis del cuerpo freudiano…” [15]. Puesto en esos términos, parecería una empresa más seria, pero no lo es, al menos no por completo, porque en buena medida Onfray, más que discutir y controvertir las tesis freudianas, continúa una tarea añeja: documentar la falsificación de resultados, la invención de pacientes y casos clínicos y la destrucción de pruebas de esas falsificaciones e invenciones en que incurre Freud y el freudismo.
De allí que se haga particular eco de ciertos casos clínicos y episodios biográficos, y el sueño de la inyección de Irma es uno de ellos. Como sabemos, entre otros por Peter Gay, Irma es un personaje “compuesto” —o sería mejor decir descompuesto, quizás—, es decir, mixtura de por lo menos dos personas: “Lo más probable es que se tomara sus principales rasgos de Anna Lichtheim, hija de su maestro de religión, Samuel Hammerschlag, viuda joven y una de sus pacientes favoritas. Pero de modo inequívoco —por su juventud, su vuidez, su histeria, su trabajo con Freud, su relación con la familia Freud, y probablemente sus síntomas físicos— Anna Lichtheim se asemejaba mucho a otra paciente suya Emma Eckstein” [16].
Onfray se desentiende de este apunte de Gay —citado a conveniencia— y se concentra en Emma Eckstein, y lo hace porque ello le permite documentar “una porfiada mala fe en un individuo que se niega a reconocer sus equivocaciones y prefiere incendiarlo todo antes que confesar un error comprobado” [17]. Ese individuo de mala fe y reacio a reconocer equivocaciones es, por supuesto, Sigmund Freud. A decir del autor del Tratado de ateología. Física de la Metafísica (2005), Freud y sus descendientes —sobre todo Anna— intentaron borrar las huellas de Eckstein en la obra freudiana. No ayudó gran cosa que Freud hiciera del sueño de la inyección de Irma —cuya protagonista central es la mencionada Eckstein— una pieza fundamental de su interpretación de los sueños.
Como se sabe, Fliess cultivaba una muy poco consistente teoría acerca de ciclos menstruales de 23 días en hombres y 28 días en mujeres, además de que sostenía la relación entre la nariz y la sexualidad (en 1897 publicó un libro que lleva por título, precisamente, Las relaciones entre la nariz y los órganos sexuados femeninos desde un punto de vista biológico); especulaciones que Freud promovía. A ello —y no solo a las hemorragias nasales— atribuye Onfray la decisión de Freud de someter a Emma Eckstein a una operación de la nariz —“para poner fin a su patología histérica”— y de sus desafortunadas consecuencias.
A fines de febrero de 1895, a petición de Freud, Fliess viajó a Viena para intervenir a Irma. La operación no tuvo mayor éxito, antes al contrario, según relata Gay, pues los dolores de Irma persistieron y las hemorragias aumentaron; a este cuadro se agregó, además, un fétido olor nasal. Preocupado por el agravamiento, Freud consultó a otros colegas de Viena, entre ellos, su amigo Ignaz Rosanes, quien se hizo cargo y “resolvió” el problema. A partir de la Carta 56, fechada el 8 de marzo de 1895, que Freud dirige a Fliess se reconstruye aquel episodio:
Era mediodía. [La señorita Eckstein] sangraba muchísimo por nariz y boca, el hedor era muy intenso. Rosanes limpió el contorno del orificio, arrancó coágulos adheridos, y de repente tiró de algo como de un hilo, siguió tirando; antes que cualquiera de nosotros tuviera tiempo para reflexionar, había extraído de la cavidad un trozo de gasa de un buen ½ metro de largo. Al instante sobrevino un golpe de hemorragia, la paciente se puso blanca, los ojos desorbitados y quedó sin pulso. Enseguida se le introdujo de nuevo gasa con yodoformo, y la hemorragia se detuvo, había durado ½ minuto, pero fue suficiente para que la criatura, a quien en ese momento acostamos, se volviera irreconocible. Entretanto, o sea en verdad después, ocurrió aún algo. En el momento en que apareció el cuerpo extraño, y todo me resultó claro, y tuve enseguida la visión de la enferma, me sentí mal; después de que le pusieran los tapones, escapé a la habitación contigua, tomé un vaso de agua y me sentí miserable. La valiente doctora me alcanzó entonces un vasito de cognac, y volví en mí.
[…] Durante la escena de la hemorragia no perdió su juicio; cuando entré en la habitación un poco vacilante, me recibió con esta serena observación: He aquí al sexo fuerte [18].
Una página dramática e impresionante en el historial clínico de Irma y en la biografía de los involucrados, a partir de la cual Onfray no solo fustiga los yerros y debilidades de Freud, por demás evidentes, sino que le reprocha un comportamiento insensible, indolente y ruin: más que responsabilizarse y condolerse por la paciente —según el filósofo—, Freud hace todo por exculpar a su amigo Fliess, ocultar las huellas de sus desatinos mayores y, en el colmo, arremeter contra Eckstein.
Incluso en ese nivel de lo anecdótico y a juzgar por otros párrafos de la misma carta, no sería exactamente tal cual lo plantea Onfray. Luego de haber recibido esa frase sobre la debilidad del sexo fuerte, Freud escribe: “No creo que la sangre me haya vencido; en ese momento se agolparon en mí los afectos. Le habíamos hecho pues un agravio; ella de ningún modo había sido anormal sino que un trozo de gasa yodoformizada se te había cortado cuando la extraías, había permanecido allí 14 días y había impedido la curación, hasta que al fin, arrancado, produjo la hemorragia. Que esta desgracia hubiera de sucederte, cómo reaccionarías a ella, saber lo que los otros harían con eso, el desaguisado que cometí contigo al instarte a operar en el extranjero, donde no puedes seguir el caso, ver alevosamente estropeado mi propósito de obrar el mayor bien a la pobre niña, y con riesgo de la vida para ella, todo eso se abatió sobre mí” [19].
Una última estocada, para cerrar su querella en este caso en particular, Onfray refiere que “Un decenio más adelante, a los cuarenta años, Emma Eckstein sigue sufriendo. Tiene la cara definitivamente desfigurada, y Freud diagnostica… ¡una recaída en la neurosis! Le propone retomar el análisis. Ella se niega y consulta a una joven médica, que remueve un voluminoso absceso abdominal. Algunos años después le sacan el útero, con un diagnóstico por fin serio: un mioma; en otras palabras, un tumor benigno del tejido muscular, probablemente responsable de las hemorragias desde la época adolescente” [20]. Touché.
Este es el tipo de crítica al que Onfray somete a Freud, al freudismo y su teoría. Bajo la conjetura de que el psicoanálisis no es sino una terapéutica personalísima de Freud, su aventura existencial que le permitió vivir con sus muchos tormentos [21], en la medida en que desacredita a Freud, Onfray considera que, al mismo tiempo, echa abajo el edificio psicoanalítico. ¿Así de simple? ¿Con eso basta para echar abajo la teoría freudiana y desarrollos posteriores?
Se cierra el paréntesis. Demasiado largo quizá para ideas tan cortas. Se impone, por tanto, volcarse sobre el sueño y, sobre todo, hacia su interpretación, materia, ésta sí, de debate y argumentación.
Por demás previsible, el interés por el sueño de la inyección de Irma no ha cesado a lo largo de los años. A más de un siglo de aquel sueño, las interpretaciones siguen engrosando un abultado historial que si bien ha enriquecido el análisis, demanda, al propio tiempo, un criterio selectivo que permita introducirse al estudio del sueño desde un cierto costado de la interpretación, en nuestro caso habremos de detenernos en la interpretación de este sueño por parte de Lacan y su acento en los registros RSI, señaladamente en lo Real.
Lacan: el sueño y la tríada RSI
En 1954-55, en el Seminario 2, Lacan emprende una revisión de un concepto de la teoría freudiana sobre el que, a su juicio, pesa una confusión monumental: el yo. De allí el título del Seminario: El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Continúa con su revisión de los conceptos que habría iniciado con el llamado Discurso de Roma (septiembre de 1953) [22] y desarrollado desde el Seminario 1. A decir de Moustapha Safouan, “Para Lacan se trata de despejar los conceptos que sirven de base a la distinción introducida el año anterior entre el análisis del discurso y el análisis del yo, y de aclarar su alcance respecto tanto de la técnica como de la teoría psicoanalítica” [23].
Lacan dedica dos clases de marzo de 1955 al análisis del sueño de la inyección de Irma. Echa mano de este sueño para ocuparse del concepto de regresión —asociado en un primer momento al esquema del aparato psíquico planteado en la Traumdeutung, que algunos conocen como de “peine invertido” [24]— y explicar el desarrollo teórico en la obra de Freud, todo ello como parte de su esfuerzo por precisar los conceptos freudianos y deslindarse de la “confusión” post-freudiana, contra la que arremete en esas páginas.
Antes de emprender el análisis, Lacan plantea —como de paso— un apunte metodológico que permite entender el sentido del conocido “retorno a Freud”. En la clase del 9 de marzo de 1955, Lacan señala:
Pues bien: vamos a retomar este sueño con nuestro punto de vista actual. Estamos en nuestro derecho, siempre que no pretendamos hacerle decir a Freud, quien tan solo se encuentra en la primera etapa de su pensamiento, lo que está en la última; siempre que no intentemos poner esas etapas en concordancia unas con otras, a nuestro capricho.
Descubrimos bajo la pluma de [Heinz] Hartmann la cándida confesión de que al fin y al cabo las ideas de Freud no concuerdan tanto entre sí como parece, y que necesitan ser sincronizadas. Son precisamente los efectos de tal sincronización del pensamiento de Freud lo que vuelve necesario un retorno a los textos. A decir verdad, dicha sincronización me sugiere un desagradable eco de puesta en vereda. Para nosotros no se trata de sincronizar las diferentes etapas del pensamiento de Freud, ni siquiera de ponerlas en concordancia. Se trata de advertir a qué dificultad única y constante respondía el progreso de este pensamiento, formado por las contradicciones de sus diferentes etapas [25].
No solo echa luz sobre el sentido del “retorno a Freud” sino que señala una condición metodológica de la lectura que emprende de los textos freudianos en general y que lo distingue de la interpretación de esa tradición postfreudiana contra la que discute en particular: la psicología del yo. Como se puede colegir del texto citado, se trata de leer a Freud en sus propios términos con todo y sus contradicciones y aprietos —como el que padece precisamente con el término de regresión—, situando los conceptos en el desarrollo teórico de Freud, identificando las preguntas que trata de responder, la materia que conceptualiza. De allí que el acento no se coloque en la psicología del soñante (como lo hace, por ejemplo Erik Erikson) [26], en el ego de Freud, sino en el texto de Freud —es en donde Lacan deposita la orientación de su enseñanza.
Reviste particular importancia este apunte metodológico porque, precisamente, lo que pretende Lacan, al recurrir al análisis del sueño de la inyección de Irma, es desplazar la noción de ego por la del sujeto, descentrar el yo y su preeminencia en la lectura post-freudiana. Tales son las coordenadas que orientan la interpretación de Lacan de este sueño.
El análisis arranca con un par de preguntas exactas, pertinentes: ¿Por qué Freud le concede tanta importancia a este sueño? ¿Qué obtiene de él? Es tan importante —afirma Lacan— porque obtiene la verdad, a saber, que el sueño es la realización de un “deseo”.
El deseo es el punto de partida. Y, en efecto, lo es. Pero el deseo que sostiene la interpretación de este sueño por parte de Freud no es sino un deseo preconsciente o incluso “completamente consciente”, plantea Lacan: el deseo de librarse de la responsabilidad por los malestares que persisten en Irma. Pero el sueño y su interpretación no responden solo a éste sino que plantean la pregunta por el deseo inconsciente.
Para avanzar en la solución de este enigma, Lacan introduce sus tres registros: rsi, particularmente pone énfasis en los planos imaginario y simbólico y distingue dos momentos, dos operaciones en relación con el sueño: tenerlo e interpretarlo; que bajo la nomenclatura lacaniana se plantean en los siguientes términos: 1) “iS: imaginar el símbolo, poner el discurso simbólico bajo forma figurativa, o sea, el sueño”; y 2) “sI: simbolizar la imagen, hacer interpretación de un sueño” [27].
Lacan identifica un momento del sueño en el que se pueden distinguir estos dos registros y, podríamos agregar por nuestra cuenta, incluso el de lo Real:
Habiendo conseguido que la paciente abra la boca —justamente de eso se trata en la realidad— lo que Freud ve al fondo, esos cornetes recubiertos por una membrana blancuzca, es un espectáculo horroroso. Esta boca muestra todas las significaciones de equivalencia, todas las condensaciones que ustedes puedan imaginar. Todo se mezcla y asocia a esa imagen, desde la boca hasta el órgano sexual femenino, pasando por la nariz; muy poco antes o muy poco tiempo después Freud se hace operar, por Fliess u otro, de los cornetes nasales. Es un descubrimiento horrible: la carne que jamás se ve, el fondo de las cosas, el revés de la cara, del rostro, los secretos por excelencia, la carne de la que todo sale, en lo más profundo del misterio, la carne sufriente, informe, cuya forma por sí misma provoca angustia. Visión de angustia, identificación de angustia, última revelación del eres esto: Eres esto, que es lo más lejano de ti, lo más informe [28]. [Cursivas en el original].
Imaginar el símbolo, dice Lacan, recubrir con figuras e imágenes el discurso simbólico: una boca que se abre, cornetes y membranas blancuzcas, un espectáculo horroroso… Simbolizar la imagen, asociarla: esa boca abierta que puede ser desde el órgano sexual femenino o el masculino, la nariz… y a partir de ello involucrar a una serie de personas (la esposa, la hija, la amiga de Irma, Otto, Fliess, el hermano, etcétera…).
Pero también irrumpe un tercer plano: el que desborda lo imaginario y se resiste a la simbolización: ese que deja ver lo que no se ve, “la carne que jamás se ve, el fondo de las cosas, el revés de la cara, del rostro…”, la carne tal cual, “informe”, un “descubrimiento horrible” y que “provoca angustia”… se trata del plano de lo Real, ese registro que le recuerda al sujeto: “eres esto, que es lo más lejano de ti, lo más informe”, pero que lleva pegado al hueso.
En la segunda clase dedicada al sueño, la del 16 de marzo de 1955, Lacan identifica este plano: “Hay, pues, aparición angustiante de una imagen que resume lo que podemos llamar revelación de lo real en lo que tiene de menos penetrable, de lo real sin ninguna mediación posible, de lo real último, del objeto esencial que ya no es un objeto sino algo ante lo cual todas las palabras se detienen y todas las categorías fracasan, el objeto de angustia por excelencia” [29].
Un momento angustioso para el soñante, una imagen horrorosa, un sueño de angustia, una pesadilla… y sin embargo, el sueño continúa, Freud no despierta. ¿Por qué? Una pregunta central, a partir de la cual introduce la segunda parte de su análisis del sueño.
La respuesta que Lacan ofrece no solo se hace cargo de la pregunta sino que le permite refutar la hipótesis del yo y sus etapas (tan cara a los teóricos de la psicología del yo): allí donde éstos no ven sino el yo, Lacan advierte la emergencia del inconsciente, del sujeto del inconsciente, del sujeto que habla más allá del yo, ese sujeto que permanece en el sueño justo cuando el yo se desvanece.
Como advierte el aludido Erik Erikson en su interpretación, cuando en el sueño Freud encara ese momento de angustia en que la boca de Irma se abre, entonces declina, desaparece y apela al maestro y a sus favoritos. Dice Erikson que se refugia en su seguridad infantil, de allí ese achicamiento, incluso esa “feminización” de la posición que Freud ocupa en el sueño —la idea es de Erikson [30].
A Lacan, por su parte, no le pasa inadvertido ese desvanecimiento de Freud en el sueño y, como correlato, la aparición de los tres chiflados: el doctor M, Otto y Leopold. “Con este trío de clowns vemos establecerse en derredor de la pequeña Irma un diálogo sin ton ni son, que se parece más bien al juego de las frases truncadas e incluso al muy conocido diálogo de sordos” [31]. A partir de aquí, Lacan identifica también una tríada femenina y otras más que desembocarán en la fórmula de la trimetilamina.
¿Qué está detrás de todas estas tríadas? El inconsciente. Enigma y revelación, eso es lo que el sueño esconde y le revela a Freud: lo que está más allá del yo, más allá del deseo preconsciente o consciente de Freud —a saber: ser exculpado—, incluso más allá del sujeto. “En estos tres que seguimos encontrando, es ahí donde está, en el sueño, el inconsciente: lo que se halla fuera de todos los sujetos. La estructura del sueño nos muestra con claridad que el inconsciente no es el ego del soñante, que no es Freud en tanto Freud prosiguiendo su diálogo con Irma. Es un Freud que ha atravesado ese momento de angustia capital en que su yo se identificó al todo bajo su forma más inconstituida. Él, literalmente, se ha evadido. Ha apelado, como Freud mismo escribe, al congreso de los que saben. Se ha desvanecido, reabsorbido, abolido tras ellos. […] Este sueño nos revela, pues, lo siguiente: lo que está en juego en la función del sueño se encuentra más allá del ego, lo que en el sujeto es del sujeto y no es del sujeto, es el inconsciente” [32].
No es la persistencia, la reciedumbre de un yo —como sugiere Erikson—, como el de Freud, que saca seguridad y confianza de su niñez para hacer frente a una imagen angustiante lo que lo hace avanzar, lo que —en última instancia— le revela el secreto de los sueños. Es la irrupción del inconsciente, que se deja ver a través de los sueños, lo que a un tiempo le revela a Freud la verdad del sueño, que no es otra cosa que la palabra del inconsciente, el orden simbólico que lo sostiene, de allí la fórmula de la trimetilamina que remite no a una imagen sino a una palabra tal cual, que no guarda otro secreto que no sea el de enfatizar la palabra en cuanto tal.
El sueño de la inyección de Irma, según Lacan, tendría dos finales: uno, signado por la imagen terrorífica y angustiante: la boca abierta de Irma, frente a la cual se desvanece la figura de Freud y las palabras se detienen ante una imagen innombrable. El segundo final estaría marcado por la fórmula de la trimetilamina, última palabra, que cierra el sueño y le da sentido: es la palabra, no hay otra que la palabra, el orden simbólico, en donde se juega el reconocimiento y la ley, una palabra que no está allí para otra cosa que no sea recordar la palabra, en sí misma, su orden, su estatuto, un estatuto constitutivo del sujeto, como lo adelanta Lacan con un párrafo que pone preciso fin a esa sesión de su seminario: “Desde el momento que la palabra verdadera emerge [la del inconsciente], mediadora, genera dos sujetos muy diferentes de lo que eran antes de la palabra. Eso significa que no empiezan a constituirse como sujetos sino a partir del momento en que la palabra existe, y no hay un antes” [33].
El secreto del sueño no es otro que la palabra, esa que surge cuando el yo se desvanece y aparece un diálogo absurdo pero que revela que algo más allá del yo ha empezado a hablar: el inconsciente, el de Freud, cuya palabra se le presenta como una revelación al propio Freud, un descubrimiento de su deseo inconsciente y que Lacan pone en los siguientes términos, que merece la pena reproducir en toda su extensión:
Soy aquel que quiere ser perdonado por haber osado empezar a curar a estos enfermos, a quienes hasta hoy no se quería comprender y se desechaba curar. Soy aquel que quiere ser perdonado por esto. Soy aquel que no quiere ser culpable de ello, porque siempre es ser culpable de transgredir un límite hasta entonces impuesto a la actividad humana. No quiero ser eso. En mi lugar están todos los demás. No soy allí sino el representante de ese vasto, vago movimiento que es la búsqueda de la verdad, en la cual yo, por mi parte, me borro. Ya no soy nada. Mi ambición fue superior a mí. La jeringa estaba sucia, no cabe duda. Y precisamente en la medida en que lo he deseado en demasía, en que he participado en esa acción y quise ser, yo, el creador, no soy el creador. El creador es alguien superior a mí. Es mi inconsciente, esa palabra que habla en mí, más allá de mí [34].
En efecto, el sueño de la inyección de Irma confirma la tesis freudiana del sueño como realización de un deseo, del deseo inconsciente de ser exculpado no por las dolencias y malestares de Irma —en ello descansa el deseo preconsciente o consciente de Freud— sino por haber dado con el inconsciente, con la palabra, con la solución —que se revela a partir de la disolución del yo de Freud en el sueño—, con la cura.
Como se advirtió, el énfasis del análisis emprendido por Lacan de este sueño está puesto en cuestionar al yo, y para ello se sirve de la tríada rsi —otra tríada—: el paso de lo imaginario a lo simbólico le permite evidenciar que lo que define la estructura psíquica del ser humano no es el yo, sino el inconsciente, que el yo no es sino una función original asociada al plano imaginario en la constitución del sujeto. De ello da cuenta con su “estadio del espejo”, o la “experiencia del ramillete invertido” como también le llama, a través del cual explica la función de la imagen en la formación del yo, que le permite al sujeto establecer una “relación del organismo con su realidad; o, como se ha dicho, de la Innenwelt con el Umwelt” [35], y que al propio tiempo empieza a revelarle la imposibilidad de la identificación plena con su imagen, en esos primeros meses en virtud de la prematuración particular del hombre.
En el Seminario 1, Lacan lo plantea en los siguientes términos: la sola visión de la forma total del cuerpo humano brinda al sujeto un dominio imaginario de su cuerpo, prematuro respecto al dominio real” [36]. Pero la imagen no basta, como en el sueño, es el orden de la palabra el que impone las coordenadas y hace advenir al sujeto del inconsciente. Y el sueño de la inyección de Irma lo confirma: “en el instante en el que el mundo del soñante se sume en el mayor caos imaginario entra en juego el discurso, el discurso como tal, independientemente de su sentido puesto que es un discurso insensato. Se ve entonces al sujeto descomponerse y desaparecer. Este sueño implica el reconocimiento del carácter fundamentalmente acéfalo del sujeto, pasado un cierto límite. […] Y no sin humor, ni sin vacilación, pues esto es casi un Witz, les propuse ver en ello la última palabra del sueño. […] Y esta palabra no quiere decir nada a no ser que es una palabra [37].
El paso de lo Imaginario a lo Simbólico, donde también se articula lo Real, en tanto innombrable, esa carne que no se ve, el fondo insondable, el “ombligo” del sueño, como lo llama Freud.
Un momento fundacional. Se abre una boca, emerge la palabra, alguien escucha. El sueño como formación del inconsciente.
Con su interpretación del sueño de la inyección de Irma, Lacan echa por tierra la tesis que sostiene la preeminencia del yo y de paso asesta otro golpe a la corriente posfreudiana de la psicología del yo —circunstancia histórica que enmarca su lectura. Además, aporta nuevas coordenadas para analizar no solo este sueño y los sueños en general sino la teoría freudiana en su conjunto; al tiempo que pone a funcionar su propio instrumental teórico, en particular sus tres: rsi, de particular interés en esta investigación.
El sueño y lo Real
Una pieza de colección. Un “sueño paradigmático”, tal como Freud lo calificó. Piedra de toque del psicoanálisis. Sueño prínceps, texto fundador. Territorio en disputa, este sueño y su interpretación es suelo fértil y fuente inacabable de múltiples lecturas y análisis no solo divergentes sino encontrados, opuestos: lo mismo revisiones y recortes en clave lacaniana —como lo pretende el presente artículo—, encaminados a trazar y/o explorar ciertos vínculos entre la teoría freudiana y la lectura emprendida por Lacan, que interpretaciones críticas que convierten esta pieza onírica en la prueba que no solo descalificaría a Freud sino que echaría abajo el psicoanálisis, como sugiere el texto de Onfray.
Lacan nombra lo que Freud revela. No es una invención de Lacan, es un descubrimiento de Freud; al final, campo compartido: lo Real del sueño de la inyección de Irma es señalado por Freud, es él quien advierte ese plano del sueño, quien lo distingue y alude, pero es Lacan, con sus “tres” tan suyos, quien descubre el descubrimiento, quien recupera esas dimensiones del sueño ya apuntadas por Freud.
En su análisis del sueño, como se recordará, Freud identifica en Irma a varias personas: dos que igualmente son renuentes a su tratamiento: su esposa y una amiga de Irma. A propósito de esta parte, en una nota al margen, Freud confiesa: “Sospecho que la interpretación de este fragmento no avanzó lo suficiente para desentrañar todo su sentido oculto. Si quisiera proseguir la comparación de las tres mujeres, me llevaría muy lejos. —Todo sueño tiene por lo menos un lugar en el cual es insondable, un ombligo por el que se conecta con lo no conocido” [38]. [Cursivas nuestras].
Más adelante, en el conocido capítulo VII (“Sobre la psicología de los procesos oníricos”) de la misma obra, en una digresión al tratar “el olvido de los sueños”, Freud insiste: “Aun en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras, porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar, pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño. Entonces ese es el ombligo del sueño, el lugar en que él se asienta en lo no conocido” [39]. [Cursivas nuestras].
“Ombligo”, “madeja”, “lugar de sombras”, “lugar insondable”, “lo no conocido”… tentativas, todas estas, de poner palabras justo allí donde retroceden, de colocarlas sobre aquello que se resiste a ser nominado.
Freud y lo Real. Habría que llamar la atención sobre un punto: Freud encara lo Real tanto en el sueño como en la vigilia: lo ve en el sueño a través de esa imagen aterradora de una boca abierta; lo simboliza en el análisis con la idea del ombligo del sueño: ese nudo que no se deja desenredar, que no agrega nada al contenido del sueño ni a su interpretación pero que está allí —“lo que ya estaba allí”, como llega a definir Lacan lo Real—, que persiste en el sueño y en la vigilia, lo que insiste, “lo que siempre vuelve al mismo lugar”, como dice Lacan acerca de Lo Real en el Seminario 11—, aquello indisoluble pero que conecta con algo: con lo “no conocido”.
Con los ojos abiertos y también cerrados, Freud se encuentra con lo Real. Soñando o despierto, en el sueño de la inyección de Irma y al analizarlo, Freud da de frente con lo Real. Esta experiencia nos permite elaborar una primera conclusión: lo Real no depende de la realidad, en tanto vigilia y asociado a un estado consciente del sujeto. Lo Real sigue allí en el sueño y en la vigilia.
Lo Real no es la realidad. El sueño de la inyección de Irma permite constatarlo. Para avanzar un poco en esta línea, proponemos analizar un segundo sueño donde Freud alude al encuentro con lo Real —o mejor habría que decir desencuentro en tanto inesperado, inefable, inenarrable, traumático— y cuyo desenlace parece contrastante en un primer momento, pero visto desde lo Real quizás no lo sea: en un sueño, el soñante despierta y el sueño se interrumpe; en el otro, la ensoñación continúa.
Además del sueño de la inyección de Irma, proponemos ocuparnos del sueño que abre el célebre capítulo VII de La Interpretación de los sueños: un niño que arde. En ambas viñetas oníricas, el soñante advierte el plano terrible, inefable de lo Real, pero en el caso del primero, el sueño continúa; en el segundo, se interrumpe, el soñante despierta. Dos sueños complejos. En ambos casos, ¿cuál es la relación que prevalece en el sueño entre el encuentro con lo Real, la respuesta del soñante y la realidad? Tal es la pregunta que conduce esta reflexión final.
Al inicio de ese capítulo, que algunos consideran un libro aparte, y que la mayoría coincide en reconocer como un cierre digno, muy digno se diría por sus aportaciones, de una obra mayor en su extensa bibliografía, Freud comenta el siguiente sueño:
Las condiciones previstas de este sueño paradigmático son las siguientes: un padre asistió noche y día a su hijo mortalmente enfermo. Fallecido el niño, se retiró a una habitación vecina con el propósito de descansar, pero dejó la puerta abierta a fin de poder ver desde su dormitorio la habitación donde yacía el cuerpo de su hijo, rodeado de velones. Un anciano a quien se le encargó montar vigilancia se sentó próximo al cadáver, murmurando oraciones. Luego de dormir algunas horas, el padre sueña que su hijo está de pie junto a la cama, le toma del brazo y le susurra este reproche: ‘Padre, ¿entonces no ves que me abraso?’ Despierta, observa un fuerte resplandor que viene de la habitación vecina, se precipita hasta allí y encuentra al anciano guardián adormecido, y la mortaja y un brazo del cadáver quemados por una vela que le había caído encima encendida [40].
Destaca, en primer término, la transparencia del sueño: Freud se refiere a ello y considera tan claro el sentido del sueño que no parece precisar de mayor interpretación, análisis. A primera vista, por otra parte, sueños como este plantearían serios cuestionamientos a la hipótesis freudiana del sueño como cumplimiento del deseo. Se trataría de los llamados sueños de angustia, sueños que producen el despertar. Freud se hace cargo de ello: se ocupa de aquellos sueños cuyo contenido onírico es doloroso, causan pena y angustia, por lo que difícilmente pueden ser considerados como cumplimiento de deseo.
Se podrían distinguir dos líneas de respuesta en Freud frente a este cuestionamiento: por un lado, desarrolla argumentos que replantean el lugar de la angustia. No se trata, como lo señala en una frase agregada en 1911, de los sueños sino de la angustia: “la angustia en los sueños, permítaseme insistir, es un problema de angustia y no un problema de sueños” [41]. Y la angustia es un problema de la neurosis —no de los sueños. Freud lo ilustra con un sueño propio —un sueño infantil donde aparece su madre muerta— y algunos ejemplos, en todos ellos la imagen angustiante, dolorosa, aparecería como síntoma en tanto señal, indicación de algo más penoso: “Pongamos que un neurótico sea incapaz de marchar solo por la calle, lo que con derecho rotularíamos de ‘síntoma’. Ahora bien, suprimamos ese síntoma obligándolo a realizar esa acción para la cual se cree incapaz. Subseguirá entonces un ataque de angustia, tal como a menudo un ataque de angustia sobrevenido en la calle es la ocasión para que se produzca la agorafobia. Averiguamos así que el síntoma se constituyó para prevenir el estallido de la angustia; la fobia se antepuso a la angustia como si fuera un fortín” [42].
Planteado en tales términos, entonces en el sueño que nos ocupa, colegimos, la imagen dolorosa del hijo aparecería como síntoma en tanto señal de alerta para prevenir de algo más aterrador, como una suerte de defensa que provoca el despertar. ¿Sobre qué alerta y de qué busca proteger al soñante a través de forzar su despertar? De lo Real, de esa imagen terrible que se condensa en el reproche del niño muerto hacia su padre. No cualquier reproche.
La otra línea de respuesta que Freud ofrece es la que se refiere a la confirmación de su hipótesis del sueño como cumplimiento de un deseo. Incluso en un sueño tan angustiante como este, Freud defiende su tesis acerca del cumplimiento del deseo. ¿Cuál? ¿Qué deseo se cumple en este sueño? El del padre, nos dice, que prolonga el sueño pese al fuego que se extiende sobre el cadáver de su hijo en el cuarto de al lado, porque al hacerlo prolonga también la imagen vívida de su vástago. Se trata, nos dice páginas más adelante, de un “deseo inconsciente y reprimido”, que en este caso permite a aquel hombre prolongar, aunque sea por un breve lapso, el sueño donde aparece vivo, aunque sea en condición sufriente, el hijo que ha perdido.
En tanto inconsciente, el cumplimiento de este deseo es percibido por “el yo del soñante” como penoso, angustiante, insoportable. En este sueño, en principio, la imagen onírica de un hijo muerto puede ser penosa, pero, a decir de Freud, no lo es porque en el sueño el niño se comporta “como si estuviera vivo”, en ello consistiría el deseo inconsciente del padre, de allí que continué su ensoñación.
Visto así, la tesis freudiana se confirma, en términos del cumplimiento del deseo. Sin embargo, queda un punto pendiente: ¿cuál es la diferencia entre ambos sueños en términos del encuentro con lo Real? ¿Por qué solo en un caso el sueño se interrumpe? ¿Cómo se articula la vigilia, el despertar, la realidad y lo Real? ¿Estas respuestas del soñante suponen una diferencia en cuanto al cumplimiento del deseo inconsciente?
Como sabemos, aunque un poco más tarde, pero en este sueño del padre que ha perdido a su hijo, a diferencia del de la inyección de Irma, el soñante despierta a causa del contenido onírico. ¿Por qué? Freud ofrece una respuesta: puede ser que el trabajo del sueño consiga borrar las representaciones penosas del sueño e imponer imágenes satisfactorias; o bien, de no ser así, esas representaciones penosas, aun modificadas, alcanzan el contenido manifiesto intolerable para yo del soñante, lo que provoca el despertar. Estaríamos en esa hipótesis.
Esta respuesta sigue teniendo en mente el cumplimiento del deseo y sugiere la diferencia entre un deseo preconsciente o consciente y otro, pasado por la censura, reprimido, transfigurado, que es el deseo inconsciente. Pero si se piensa en cuanto al encuentro del sujeto con lo Real parece que no hay diferencia entre ambos sueños: en los dos casos el sujeto retrocede ante lo Real.
En el sueño de la inyección de Irma, como ya se apuntó, el yo del soñante se diluye y apela a sus colegas, y en tanto que comparten la ley —de allí lo de co-legas—, apela al orden de la palabra, de la ley, de lo simbólico para vérselas con lo Real, para tratar de nominarlo, de inscribirlo en ciertas coordenadas que lo hagan aprehensible. Poco importa que el soñante siga durmiendo, se trata de un dato secundario porque la operación principal es la de introducir lo simbólico frente a eso insoportable, inefable (la imagen de la boca abierta de Irma y sus significaciones para Freud).
En el sueño del niño que arde sucede algo similar. Frente a esa imagen aterradora del niño que se dirige a su padre con palabras de reproche: “Padre, entonces no ves que ardo”, éste retrocede y se refugia en la realidad frente a ese Real insoportable. El propio Freud señala que esta frase probablemente sería un resto diurno, que procedería de un recuerdo penoso del padre: “Quizás la queja ‘Me abraso’ fue expresada por el niño en medio de la fiebre que lo llevó a la muerte…”.
¿Acaso no se echa a andar el mismo mecanismo frente al (des)encuentro del soñante con lo Real: retroceder, apelar a otro registro, colocarse en otro plano, incluso en el de la vigilia, en el de la realidad, por desgraciada que parezca como en este caso?
Para Lacan no hay duda: este sueño revela en toda su crueldad, su absoluta crudeza, el encuentro con lo Real: “Padre, ¿acaso no ves que ardo? La frase misma es una tea —por sí sola prende fuego a lo que toca, y no vemos lo que quema, porque la llama nos encandila ante el hecho de que el fuego alcanza lo Unterleg, lo Untertragen, lo real. […] Esto nos lleva a reconocer en esa frase del sueño arrancada al padre en su sufrimiento, el reverso de lo que será, cuando esté despierto, su consciencia…” [43]. Un hombre, remata Lacan, que solo soñó para no despertar.
Despertar para seguir soñando, escapar a la realidad para eludir lo Real: ese reproche que, cual tea, hace arder al padre en una cierta culpa. Ni siquiera la realidad donde el niño está muerto, donde es un cadáver, es tan terrible e insoportable como esa imagen, como ese reproche dirigido hacia el padre.
Difícil resistir la tentación de una apostilla propuesta por el filósofo Slavoj Žižek: “[El padre] Huye a la llamada realidad para poder continuar durmiendo, para mantener su ceguera, para eludir despertar a lo real de su deseo. Podríamos parafrasear aquí el viejo lema ‘hippy’ de los años sesenta: la realidad es para aquellos que no pueden soportar el sueño. La ‘realidad’ es una construcción de la fantasía que nos permite enmascarar lo real de nuestro deseo” [44]. El deseo inconsciente de tener al hijo con vida pero que está asociado al reproche que le dirige el hijo, a la deuda que parece tener este padre hacia su hijo. Lo Real del deseo inconsciente. En el sueño o en la vigilia, lo Real sigue allí, persiste, insiste…
El sueño se confirma no solo como la vía regia hacia el inconsciente, sino que muestra los planos de la experiencia del sujeto, a saber, lo Imaginario, lo Simbólico, lo Real. Si todo sueño tiene un ombligo, como apuntó Freud, que muestra ese lugar de sombras, insondable y no conocido, en nuestra lectura, el sueño de la inyección de Irma aparece además como ombligo en tanto que conecta, anuda, la teoría freudiana con la interpretación lacaniana.
Notas
1. Al referirse a la compulsión a asociar, en una nota de página, Freud relata que “Durante varias debo trocar mi lecho habitual por uno más duro, en el cual es probable que soñara más o con mayor vivacidad, o quizás era solo que no podía alcanzar la profundidad normal en mi dormir. En el primer cuarto de hora tras despertar yo sabía de todos los sueños de la noche, y me tomé el trabajo de ponerlos por escrito y ensayar su solución. Conseguí reconducir todos esos sueños a dos factores: 1) al constreñimiento de finiquitar aquellas representaciones en las que durante el día me había demorado solo pasajeramente, que solo habían sido rozadas y no tramitadas, y 2) a la compulsión a enlazar unas con otras las cosas presentes en el mismo estado de conciencia. Lo carente de sentido y contradictorio de los sueños se reconducía al libre imperio del segundo factor.” Freud, “Señora Emmy von N. (40 años, de Livonia)”, en J. Breuer y S. Freud, Estudios sobre la histeria (1893-1895), Buenos Aires, Amorrortu, Obras completas vol. II, 2006, pp. 89-90.
2. Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud, Barcelona, Anagrama, 2003, p. 307.
3. Sigmund Freud, La interpretación de los sueños (1900), Buenos Aires, Amorrortu, Obras completas, vol. iv, 2005, p. 122.
4. Didier Anzieu, El autoanálisis de Freud y el descubrimiento del psicoanálisis, México, Siglo XXI, tomo I, 6ª ed., 2004, p. 161.
5. Freud, La interpretación…, op. cit., pp. 128-129.
6. Véase Lisa Appignanesi y John Forrester, Freud’s women, London, Basic Books, 1992, pp. 133 y ss.
7. Freud, La interpretación…, op. cit., p. 141.
8. Ibíd., p. 130.
9. Elena Fernández del Valle y Andreas Ilg, “¿Son traducibles los sueños? Una mirada al ‘Sueño de la inyección de Irma’ en su texto original”, en Juan Vives Rocabert y Teresa Lartigue Becerra (comps.), La interpretación de los sueños. Un siglo después, México, Plaza y Valdés, 2002, pp. 33-34.
10. Freud, La interpretación…, op. cit., p. 131.
11. Ibídem, p. 133.
12. Fernández del Valle e Ilg, “¿Son traducibles…”, op. cit., p. 35.
13. Freud, La interpretación…, op. cit., p. 134.
14. Ibídem, p. 139.
15. Michel Onfray, Freud. El crepúsculo de un ídolo, México, Taurus, 2011, p. 30.
16. Gay, Vida y legado de un precursor, Buenos Aires, Paidós, 2010, p. 111.
17. Onfray, op. cit., p. 273.
18. Freud, Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), Buenos Aires, Amorrortu, 2ª ed., 2008, pp. 118-119.
19. Ibídem, p. 119.
20. Onfray, op. cit., p. 276.
21. Ibídem, p. 35.
22. Véase Jacques Lacan, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (Informe del Congreso de Roma, realizado en el Istituto di Psicologia della Università di Roma), en Escritos 1, México, Siglo XXI, 3ª ed. (corregida y aumentada, 2011, pp. 227-310.
23. Moustapha Safouan, Lacaniana. Los seminarios de Jacques Lacan 1953-1963, Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 31.
24. Véase Freud, La interpretación…, op. cit. (segunda parte), p. 531 y ss.
25. Lacan, El Yo en la teoría de Freud y en el psicoanálisis, Seminario 2, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 225.
26. Erik. H. Erikson, Los sueños de Sigmund Freud interpretados, Buenos Aires, Hormé, 1973.
27. Lacan, op. cit., p. 232.
28. Ibíd., pp. 235-236.
29. Ibíd., p. 249.
30. Erikson, op. cit., pp. 48-49.
31. Lacan, El Yo en la teoría…, op. cit., p. 237.
32. Ibídem, p. 241.
33. Ibíd., p. 243.
34. Ibíd., p. 259.
35. Lacan, “El Estadio del espejo como formador de la función del Yo (Je) tal como se nos revela en la experiencia analítica”, en Escritos 1, op. cit., p. 89.
36. Lacan, Los escritos técnicos de Freud, Seminario 1, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 128.
37. Lacan, El Yo en la teoría…, op. cit., pp. 257-258.
38. Freud, La interpretación…, op. cit. (primera parte), nota 18, p. 132.
39. Freud, La interpretación…, op. cit. (segunda parte), p. 519.
40. Ibídem, p. 504.
41. Ibíd., nota 5, p. 573.
42. Ídem.
43. Lacan, Los cuatro conceptos del psicoanálisis, Seminario 11, Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 67.
44. Slavoj Žižek, El sublime objeto de la ideología, México, Siglo xxi, 2ª ed., 2001, p. 76.
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Por gentileza de Acheronta