Ecoísmo | Una forma de narcisismo poco explorado

Inmaculada Jauregui Balenciaga
Doctora en psicología clínica e investigación. Máster en psicoeducación y terapia breve estratégica
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Ecoísmo: (co)dependencia y narcisismo

El término «ecoísmo» fue acuñado por Inmaculada Jauregui (2001) para designar un tipo de dependencia emocional patológica ligada al entorno de las adicciones, conocida como codependencia. La autora señala que las personas codependientes se limitan a «salvar» a sus parejas de la adicción o alcoholismo. Para esta autora, el comportamiento codependiente o codependencia bien podría ser bautizado como «ecoísmo» o «Complejo de Eco», el cual parece representar una problemática complementaria del narcisismo. En realidad parece ser su cara oculta. Un conjunto de comportamientos estructurados alrededor del reflejo de su pareja, de espejarla. Una adicción al amor o adicción a la relación. Una personalidad que, a pesar de situarse en el polo opuesto del narcisismo, por huir del egocentrismo y complacer, podría perfectamente bien situarse en el registro narcisista como trastorno. En otras palabras, el «ecoísmo» podría ser el negativo del narcisismo, por lo que habría que repensar y reconstruir la problemática narcisista como un continuo que va desde un narcisismo extremo caracterizado por una grandiosidad, omnipotencia, sentimiento de superioridad, de ser especiales, arrogancia, altanería, envidia, manipulación, seducción, objetivización de los demás, histrionismo o exageración, incapacidad para amar y vacío interior, al extremo opuesto en el que la persona se borra a sí misma y se fusiona con su complementario para obtener un sentido de sí y llenar un vacío. En este sentido también apunta Craig Malkin (2015) quien afirma que el narcisismo sería un continuo. En este continuo el narcisismo sería una tendencia humana normal: «el impulso para sentirse especial» (p. 9). En este espectro el autor afirma que demasiado poco narcisismo puede ser problemático, tanto como el exceso. Al respecto menciona a Eco, quien no tiene voz propia. Eco es abnegada, casi invisible. Cuanto menos las personas se sientan especiales, más borradas se vuelven, hasta que llegan a tener tan poco sentido de sí mismas que se sienten inútiles e impotentes. El autor llama a estas personas ecoístas (Ibid, p. 11). Este extremo se caracterizaría por la imposibilidad de destacar, por una entrega amorosa casi masoquista, un sentimiento de no ser lo suficientemente buena y baja autoestima. Craig Malkin habla del pánico a sentir necesidades, al punto de mantener las propias demandas a mínimo. Este tipo de personas experimentan pánico ante sus propias necesidades y por ello, rara vez son directas sobre lo que podría ayudarles a sentirse mejor. Porque han trabajado tan fuerte para evitar sus necesidades, expectativas y sueños que pueden no estar seguras de lo que pedir. Pero si sus necesidades aumentan y no superar este temor de una atención especial, pueden caer en depresión. Veamos un ejemplo clínico de funcionamiento ecoísta:

Esta historia comenzó mucho antes de aquel 18 de diciembre en que no sentamos a hacer un picnic y tomar unos vinos en la playa. Esa conexión especial, que se terminó de forjar ese día, ya estaba y surgió como surgen muchas otras cosas, sin querer y con una naturalidad muy especial que siguió su propio curso en el tiempo posterior. Pero ese 18 de diciembre nació algo pasión, amor, confesiones, tacto, suavidad, delicadeza, risas y demás, todo ello con una naturalidad muy exquisita y una cercanía nunca sentida antes. Pero el tiempo quiso que un día te fueras sin motivo y toda esa felicidad que me había abrumado y envuelto desapareció de golpe y porrazo, y sin justificación alguna Me tuve que despedir de la noche a la mañana de todos esos mensajes de whatsapp tan intensos, de tu cercanía, de tus caricias, besos, risas… la ausencia se hizo de lo más terrible, lo tenía todo y de repente ya no había nada, ni siquiera una explicación real que me pudiera hacer entender qué había pasado y quedó un vacío inmenso incapaz de superarse (…) Convivía día a día al lado de una persona por la que sentía y a la que quería; debía reprimir sentimientos, caricias y besos; debía controlar mi actitud hacia él, debía disimular mi tristeza; debía controlar cada acto o palabra que decía; debía, debía y debía una y otra vez. Sin embargo, me mantuve firme a tu lado e intenté ayudarte en todo lo que podía sin tenerme en cuenta porque mi mayor prioridad eras tú. Me permitía sentarme a tu lado para una cerveza y una charla por hundida que estuviera, te escuchaba atentamente, te miraba a los ojos y no hacía más que repetirme que te quería mientras reprimía sentimientos y ganas de abrazarte o besarte, estaba cada vez que necesitabas, te apoyaba en todo momento, te ofrecía todo lo que tenía a mi alcance para que te sintieras a gusto y bien, para que olvidaras el mal que padecías; pero yo siempre quedaba al margen (…) Y llega el tiempo en que decides separarte y pides ayuda. Vuelvo a estar a tu lado sin acordarme de mi y sin pretender recibir nada a cambio. Todo por y para ti (…). Un verano y meses posteriores en que vivimos una relación maravillosa pero siempre a escondidas (…) una relación vetada al exterior, vivida con disimulo (…) Una relación en que ibas y venías dejándote llevar por tus emociones pero sin nada claro, incapaz de decir un te quiero, como mucho un ¿lo sabes, verdad? (…) nunca un te quiero en toda regla (…) En tú último retiro de ausencia y distancia, me citaste un día para decirme que sólo podía haber una relación de amistad y nada más. (…) Siempre he hecho un esfuerzo por ayudarte, por estar a tu lado para que te sintieras bien, para que no tuvieras un sentimiento de abandono (…) he actuado con la mayor empatía posible justificando todas tus respuestas y actuaciones por daño que me hicieran, he permanecido a tu lado cuando apenas podía ni respirar y con una punzada en el pecho y otra en el estómago. (…) Un huracán lleno de emociones e intenso que tal cual llegó, se marchó y dejó la casa en ruinas.» [1]

A nivel clínico, hay características muy similares a cualquier adicción química: dependencia, negación, respuestas emocionales disfuncionales, ansia y recompensa (a través de la interacción con otra persona) e incapacidad para controlar o abstenerse de la conducta compulsiva sin tratamiento. Cada vez se pasa más tiempo pensando, estando con y / o tratando de controlar a otra persona. Otras actividades sociales, recreativas o laborales sufren como resultado. Finalmente, puede continuar su comportamiento y / o la relación, a pesar de los problemas sociales o interpersonales persistentes o recurrentes que genera.

Estaría en le registro narcisista porque obtendría todo el narcisismo pero por procuración. Al respecto, Martine Sandor-Buthaud (2009) nos dice que Eco nos refiere al narcisismo. Contemplado a través de este personaje mítico, la problemática narcisista toma otro aspecto que visto exclusivamente desde el ángulo de Narciso. Esta nueva perspectiva permite otro punto de vista del narcisismo, el cual no es tanto cuestión de imagen y mirada, sino de escucha y de palabra; de entenderse y hacerse entender, de tener su propia palabra. Esta misma autora distingue en el narcisismo un Narciso joven, magnifico, seductor, admirado, así como una Eco humillada, desesperada, en vías de desintegración casi hasta la muerte, pero sin morir.

Ya el psicoanálisis ha profundizado en el narcisismo del personaje mítico de Eco, la pareja de Narciso. En este sentido, hablando del carácter de Eco, Hannan (1992) dice que su comportamiento es consistente en todo con los criterios del DSM-III el trastorno narcisista de la personalidad. En una investigación exhaustiva y profunda sobre el mito de Narciso y Eco, hemos encontrado ciertos artículos que analizaban dicho episodio mítico siempre como la metáfora de un problemática sin nombre, aunque de corte narcisista, pero que sin embargo representa todo un cuadro clínico importante. Sin llamarle «ecoismo», Claudette Lafond respecto a Eco dirá que se trata de un «… complejo pre-edipiano (que) determina una plasticidad en la relación de objeto y (que) facilita las identificaciones a la sumisión» (Lafond, 1991: 1641). La noción de complejo es definida como un «conjunto organizado de representaciones y de recuerdos con fuerte valor afectivo, parcial o totalmente inconscientes. Un complejo se constituye a partir de las relaciones interpersonales en la historia infantil; puede estructurar todos los niveles psicológicos: emociones, actitudes, comportamientos» (Laplanche y Pontalis, 1973: 72).

Buena parte de la literatura sobre este tipo de (co)dependencia ha puesto el acento en la dependencia como una adicción, fundamentalmente afectiva (Prest y Storm, 1988) y ello se expresa a través de diferentes términos: relaciones adictivas, adicción al amor, dependencia patológica y dependencia afectiva. La precursora de esta perspectiva es la psicoanalista Karen Horney (1950) quien habla de «solución autoeliminadora» –self-effacing solution– para describir la «dependencia neurótica» que consiste fundamentalmente en una extrema dependencia hacia los otros de cara a adquirir un sentido de sí. Se trata de una dependencia mórbida que gestiona la necesidad primaria de obtener y preservar la afección, en detrimento del compromiso en una relación de dependencia abusiva (Horney, 1942).

El movimiento anónimo [2] pone el acento en la (co)dependencia como una patología del vínculo y la definen como una excesiva tendencia a encargarse del otro o a asumir responsabilidades por las otras personas (Haaken, 1993). En este mismo sentido, Wegscheide-Cruse (1985) describe esta condición amorosa patológica como caracterizada por una preocupación y dependencia extrema hacia una persona. Eventualmente, esta dependencia al otro deviene una condición tan patológica que afecta a otras relaciones. Mulry (1987) ha definido claramente la (co)dependencia como una adicción (a una persona toxicómana). Peele y Brodsky (1975), por su parte, afirman que una relación personal puede ser tan compulsiva e impulsiva –overdriven– como lo es la adicción química. En otras palabras, este tipo de relación también supone una adicción (Wright y Wright, 1991). Según Cleveland (1987), la codependencia es un término utilizado para describir un patrón exagerado de dependencia llegando hasta la negligencia de sí, debilitando su propia identidad. Schaef (1987) afirma que la codependencia se caracteriza por un patrón exagerado de dependencia, al punto de ser negligente con la propia persona. Lo original de esta autora es la contextualización de las adicciones, toxicomanías y (co)dependencia, dentro de una sociedad y cultura que favorece dichos comportamientos. El término codependencia describe esencialmente el mismo síndrome que el descrito por Norwood (1985) cuando habla de adicción al amor. Gran parte de la literatura sobre codependencia se cimenta sobre el mito de Eco como arquetipo.

Aunque la literatura sobre este tema muestra, en un primer momento, una gran variedad de definiciones y perspectivas teóricas (Neveille, Bradley, Bunn y Gehri, 1991), parece existir actualmente un consenso sobre la problemática relacional de carácter adictivo de la codependencia. De hecho, dicha característica aparece en la definición oficial emergida de la primera conferencia nacional sobre codependencia que tuvo lugar en Arizona, en 1989: «la codependencia es una pauta dolorosa de dependencia de comportamientos compulsivos y de búsqueda de aprobación en un intento de estar a salvo, de adquirir una identidad y un valor de sí mismo» (Lawlor, 1992: 19).

La problemática del narcisismo: la búsqueda del mito

Cuando entendemos narcisismo, no podemos impedir hacer referencia al mito de Narciso y en consecuencia, pensar en ese personaje enamorado de sí mismo a través de la imagen que el agua le reenvía. A partir de este mito, la psicología y más específicamente el psicoanálisis, ha trazado líneas que conciernen esta patología: el narcisismo. Sin embargo, en el mito de Narciso hay una parte que se ha mantenido a la sombra y que hace referencia al aspecto relacional de Narciso con la ninfa Eco. El mito de Narciso, concretamente el episodio de su relación con Eco, se presenta en este trabajo como una metáfora de la «personalidad ecoísta» cuyo rasgo definitorio sería la (co)dependencia. Esta perspectiva metafórica de la codependencia ha sido claramente puesta de relieve por dos autores: Cermak (1986) y Donaldson-Pressman (1994).

Cermak (inédito) ve la persona codependiente como aquella que está dispuesta a reflejar a los otros, es decir actuar como espejo reenviándoles sus propias imágenes. El relato mítico del poeta griego Ovidio que data de hace dos mil años y que concierne, entre otros personajes, a Eco, parece la mejor ilustración de la condición codependiente o ecoísta. En los trabajos de Cermak (1991), la codependencia se revela como una problemática complementaria al narcisismo. En otras palabras, la codependencia y el narcisismo son dos manifestaciones de un mismo proceso subyacente: «si el narcisismo puede ciertamente presentarse como comportamiento necesitado, tenaz y absorbente, esto levanta la posibilidad de que Narciso y Eco sean simplemente dos manifestaciones de un mismo proceso subyacente» (Cermak, 1991: 141). Esta (hipó)tesis de la complementariedad de la codependencia con el narcisismo, viene apoyada por los propósitos de Freud, quien de hecho reconoce este papel complementario del narcisismo cuando escribe que las personas narcisistas sienten mayor atracción por esas otras personas que han renunciado a una parte de su narcisismo: «el narcisismo de otra persona ejerce una gran atracción para aquellos otros que han renunciado a parte de su propio narcisismo y buscan el objeto del amor» (Sandler, Spector y Fonagy, 1991: 19). Al respecto, Masterson (1981) distingue entre los problemas de personalidad narcisista, una serie de manifestaciones más particulares llamadas por él «narcisismo oculto»» –closet narcissism–, frecuentemente mal diagnosticado como personalidad límite. Este autor afirma que estas personas narcisísticamente ocultas, «ecoístas», codependientes, se centran en las necesidades de las otras personas (pareja principalmente) más que en ellas mismas y son el reflejo (espejo) del otro. Estas personas fusionan con el otro para evitar la fragmentación de su yo interno (self). La pareja a quien se fusionan no es más que una idealización, en cierto modo, una invención. En esta forma particular de narcisismo, todavía hoy no clasificada y por lo tanto no del todo reconocida oficialmente, hay una renuncia de sí. La problemática subyacente parece ser del orden de la depresión de abandono (Masterson, 1993). A esta forma de narcisismo también se la ha descrito como narcisismo encubierto –covert narcisism–. A este respecto, Jean Charles Bouchoux (2012) hablará de las angustias de abandono como propias del narcisismo.

Estas personas «ecoístas» suelen ser en general personas complementarias en relaciones con personalidades narcisistas (psicópatas, perversos narcisistas y maquiavélicos), es decir, personas que a pesar de la malquerencia que sufren, permanecen en este tipo de relaciones conocidas popularmente como tóxicas. Personas que entienden que el sufrimiento forma parte del amor. Personas que sufren y que, más se apegan cuanto más rechazo sufren : «Echo´s love (…) increased by the pain of having been rejected» (Ovidio, 1955 en Hamilton, 1982, p. 128). Esta autora habla de una fidelidad masoquista que reafirma este tipo de relación amorosa. Narciso la contempla no ya como un perfecto espejo sino como una criatura patética. A su vez, a través de la pérdida de la autoestima, Eco se enmascara de la melancolía. Cae presa de una ansiedad inmitigable que la absorbe y rumiaciones compulsivas y obsesivas. Personas que intentan tanto acoplarse a la persona amada, que llegan a perder parte de su personalidad. Catherine Chabert (2003) hablará de un «femenino melancólico» –tanto en hombres como en mujeres–, y verá en Eco una representación arquetípica de esta problemática. Bajo el masoquismo, en la brecha de Eco, se encuentra una forma de testarudez delirante que mantiene la esperanza de eliminar la pérdida o de llenar el vacío, con una presencia maternante de la que obtener una escucha, una existencia con sentido. Personas a quienes les falta independencia en su identidad y por lo tanto, buscan en la fusionalidad relacional con un Narciso el sentimiento de identidad y de completud que les falta (Bergmann, 1984).

Jean Charles Bouchoux (2012) dirá al respecto, que «tanto la víctima como su verdugo son a menudo como el negativo y el positivo de una misma foto. Ambos utilizan los mismos tipos de mecanismos de defensa pero tienen, sin embargo una actitud inversa.» (p. 51). Estos mecanismos de defensa son la denegación, la disociación, la proyección y la identificación proyectiva. Y utilizan este mecanismo para evitar la depresión que la desidealización causaría. A este tipo de personas el autor las denomina «personalidades abandónicas». Estas personas tienden a idealizar de manera omnipotente. En este lucha contra la angustia de abandono, la pareja es idealizada y así no se decepcionará nunca. Para mantener esta ilusión, muy a menudo la pareja debe ser inaccesible ya sea porque está casada, distante geográficamente o psicológicamente no disponible. Es el teatro de la imposibilidad.

Claudette Lafond (1991) llama a este tipo de personalidad «el sujeto imposible»; personas con un sentimiento de inexistencia, de ignorar quienes son, una especie de falso-sí, lleno de deseo que no permite el desarrollo de la persona. Esta autora dice que el mito de Eco (nos) sugiere la prohibición de la afirmación de una identidad singular y que la finalidad de la tragedia es la inexistencia. Una existencia que para existir debe reflejar, fusionarse, imitar. Mimetizarse para poder tener una existencia por procuración o para que esta tenga un sentido. La realidad es que este tipo de persona se fusiona a un sujeto narcisista –en el sentido clínicamente conocido–, por lo que su individualización, su identidad, su existencia nunca consigue pasar más allá del deseo de llegar a ser. Eco es el objeto del otro, Narciso. Su espacio psíquico está ocupado por el de otras personas. A defecto de ser, estas personas son portadoras de sufrimientos parentales o víctimas de parentificación. Estas personas cuidan de otras como cuidando de sí mismas. Reproducen así las primigenias relaciones determinantes y la compulsión a la repetición se instala, de tal manera que van en cada pareja repitiendo el mismo escenario de inexistencia o abandono o rechazo a modo de patrón.

Cermak (1986) ilustra a partir del mito el contrato relacional que, según él, está en la base de la codependencia: Eco, queriendo ganar la afección de Narciso por el reflejo de sus propias palabras, seducción, pierde aquello que quería realmente decir, quedándose así con un profundo sentimiento de impotencia, sobre todo del hecho de que le había dado su propio poder a Narciso. El don en el sentido de cesión de su propio poder, de su propia voluntad, sacrificándose ella misma está en el centro de la codependencia. El precio a pagar es la pérdida de la corporeidad y así de su propio lugar de habitación. Sin embargo le quedará la limitada voz.

Eco muestra a Narciso cómo ella se le parece: las palabras eran casi las mismas. Eco, en el mito, hace de espejo sonoro de Narciso. El rasgo diferencial en las personas codependientes es que en sus relaciones, se limitan a reflejar, a actuar como espejo. El problema de la personalidad codependiente podría muy bien llamarse «Ecoísmo», de la misma manera que el problema de personalidad narcisista se le conoce bajo el nombre de narcisismo.

Las investigaciones relacionadas con este mito, en particular con la figura de Eco hablan de una dependencia patológica particular característica como la esencia de esta personalidad. Como una personalidad que no ha podido en su desarrollo emocional llegar al final del proceso de individuación. Un tipo de persona con dificultades para comunicar y responsabilizarse de sus necesidades si no es por procuración, es decir, de manera fusional y parasitaria.

Claudette Lafond (1991) sitúa la «problemática ecótica» en la óptica del proceso de subjetivación. La autora toma como punto de partida una problemática particular encontrada en su práctica profesional. Se trata de una serie de síntomas que presentaban ciertas personas pacientes, fundamentalmente femeninas. Todos los síntomas le llevaron a la reflexión sobre el sujeto, es decir su existencia. La autora piensa que se trata de «… una subjetividad que no ha podido llegar a ser» (Lafond, 1991: 1639). La persona no ha podido edificar «… una mitología personal sin la alienación de la relación imaginaria con el otro» (Lafond, 1991: 1640). Este imposible sujeto no ha podido construir su yo, su morada, a través de «… la posesión psíquica de su territorio, allí donde uno se siente en su casa con un perímetro bien definido y allí donde las aperturas hacen posible evolucionar. Un lugar que se construye en un tiempo. Un lugar que contenga, paralelamente al tiempo, y que constituye la historia del sujeto» (Lafond, 1991: 1640). Comprendemos que el desarrollo de un sí (self), de una subjetividad, de una persona, es la creación de un espacio de habitación intersubjetivo que en ciertos casos no ha podido ser creado. Si esta realización no ha podido tener lugar es porque hay alguna falla en la relación con otra persona que es del orden de la alienación. Se trata, por supuesto, de una relación primaria o constituyente del sujeto. La autora encuentra en el mito la metáfora de esta condición que es la de pacientes que no han podido desarrollar su propia subjetividad. A través del análisis de este mito, la autora intenta aproximarse a esta problemática sin diagnóstico. En su aproximación mítica de esta realidad del imposible sujeto, encontramos puntos comunes revelados por otros autores que tratan de la codependencia y el ecoísmo, sobre todo a aquellos que tratan del aspecto disfuncional o narcisista de la familia original (Donaldson-Pressman y Pressman, 1994). Encontramos así el problema de triangulación entre Eco y sus padres. Encontramos la falta de espacio psíquico en Eco para crear su propio espacio habitable, su morada, ya que se encuentra bloqueada en el espacio parental; un espacio conflictivo entre los cónyuges. Encontraremos también la condena de Eco a ser el espejo sonoro del otro por la pérdida de su capacidad de palabra, fruto de un castigo maternal; encontramos también la problemática incestuosa del padre para con las hermanas de Eco, y encontramos finalmente la dificultad relacional de intimar en su relación con Narciso. El final del drama es la inexistencia de Eco en tanto que sujeto. Eco intenta construir su propia habitación intentando entrar en relación íntima con Narciso, aunque no lo consigue. En otras palabras, su relación con Narciso deviene también tan alienante como la mantenida con sus padres. Eco no consigue establecer un lazo a partir del cual pueda construir su morada, su propio yo, su palabra.

Finalmente, los autores Besson y Brault (1992), aunque sin centrarse en el personaje de Eco, analizan la complementariedad de la relación de esta ninfa con Narciso. Señalan la existencia de una problemática relacional complementaria al narcisismo: «en esta relación mortal, Narciso y Eco son extrañamente complementarios: en los ojos de Eco, Narciso no ve sino a él mismo mientras que Eco no tiene existencia propia, ella no puede hacer otra cosa que repetir lo que el otro dice» (Ibid, p. 194). Este pequeño análisis revela que Eco no tiene una existencia propia. Su comunicación está limitada a repetir las palabras del otro, a modo de reflejo. Eco es simplemente un espejo y no el otro relacional con autonomía propia. Se trata de una relación mortal en donde no solamente Narciso muere sino que también lo hace Eco, en parte. Si la relación es calificada de mortal es porque se trata de una relación de duelo a muerte, en donde la presencia mediatizada por la palabra, la ley, no existe. La mediación, en este contexto, sería la aceptación de la función de la ley; lo que en términos psicoanalíticos hace referencia a la función paterna: «…la función paternal es en primer lugar la de facilitar esta separación del infante y de la madre. Esta función es sobre todo una función simbólica y por tanto tiene una relación con la Ley» (Ibid, p. 187). La dimensión plenamente humana «…supone la confrontación y aceptación de la función de la ley en donde la referencia a un tercero, simbólico, es fundamental» (Ibid, p. 188).

La relación de Eco con Narciso es una relación en donde reina la fusión; hay una incapacidad de encuentro en el sentido de que el encuentro se definiría por una estructura ternaria y no dual. Con la finalidad de que el sujeto pueda reconocer al otro como verdaderamente otro, diferenciado, el sujeto debe tener acceso a la función simbólica o cultural; proceso que pasa ante todo por una separación seguido de un duelo, a partir del cual es posible establecer una relación hospitalaria con el otro: «este reconocimiento de la alteridad pasa necesariamente por la experiencia de la separación (con la madre), de la experiencia del destete» (Ibid, pp. 188-189). Eco está inmersa en una relación de tipo narcisista en donde ella se considera como una prolongación de Narciso, un espejo de éste. No podemos decir que no hay encuentro pues estaríamos en el terreno de la psicosis. Se trata de una relación en donde la existencia del otro no es percibida como tal, sino como una prolongación de sí. La alteridad no se concibe. La otra persona es considerada como objeto y no como sujeto.

A la luz de esta exposición, es de constatar que todos estos autores hablan de síntomas parecidos y de un escenario familiar particular. Ciertos autores han nombrado a esta problemática clínica como codependencia mientras que otros la han llamado «ecoísmo», otros hablan de «personalidad ecoísta». No obstante, ciertos autores sitúan esta problemática dentro del narcisismo, el cual habría que redefinir. Este síndrome, todavía mal conocido y poco reconocido en el dominio de la psicología, se ha quedado atrapado bajo una rúbrica ambigua sin ser reconocido como tal, aunque clínicamente existe. Ells (1990) dirá que no es más un que un nuevo nombre para un viejo problema. Pero en definitiva, existe una problemática narcisista muy conocida en la clínica conocida bajo diferentes nombres: codependencia, narcisismo encubierto, ecoísmo. Una problemática narcisista que reclama la revisión nosológica del trastorno narcisista de la personalidad, de manera a incluir la complementariedad narcisista dentro del trastorno.

El mito de Eco y Narciso

Nuestras lecturas sobre el fenómeno narcisista de la codependencia así como la persona ecoísta nos han llevado hacia un tipo de narcisismo representado por el personaje mitológico de Eco en su relación con Narciso.

El mito de Narciso se encuentra en una colección de historias greco-latinas bajo el título de “Metamorfosis”, completadas en el año VIII a. C. cuando Ovidio fue expulsado fuera de Roma por el emperador Augusto (Berman, 1990). Los historiadores de la literatura han recogido mucho sobre el tema de Narciso a partir de la poesía, el drama y la ficción con la finalidad de documentarse sobre el tema (Ibid).

Si hemos tomado la versión del poeta latino Ovidio es porque esta versión del relato mítico, además de ser antigua y clásica, se considera la más rica en detalles. De hecho ha sido la fuente de numerosas adaptaciones artísticas (Zwettler-Otte, 1990). El mito, tal y como escrito por Ovidio, representa una versión altamente estructurada y compleja (Ibid). Sin embargo, hay versiones más antiguas –que Ovidio conocía ciertamente– y versiones posteriores (Ibid). A pesar de ello, Ovidio pareció ser el primero en relacionar los dos mitos: el de Narciso y el de Eco (Hannan, 1992).

Ovidio era el poeta latino por excelencia. Su lugar en la historia de lo amoroso está asegurada por dos de sus libros: AmoresEl arte de amar  –Ars Amatoria (Bergmann, 1984)–. El genio de este poeta reside en su fineza psicológica y el lazo narrativo que crea entre diferentes mitos.

El relato del episodio mítico de Eco y Narciso presentado aquí es una traducción castellana realizada a partir de la versión latina de “metamorfosis” de Ovidio (Álvarez e Iglesias, 1997).

«Contempla a éste, que azuza hacia las redes a los asus-
tadizos ciervos, la habladora ninfa, que no aprendió a
callar ante el que habla ni a hablar ella misma antes, la
resonante Eco. Hasta ahora, Eco era un cuerpo, no
una voz; pero, parlanchina, no tenía otro uso de su                  360
boca que el que ahora tiene, el poder de repetir de entre
muchas las últimas palabras. Esto lo había llevado a
cabo Juno, porque, cuando tenía la posibilidad de sor-
prender a las ninfas que yacían en el monte a menudo
bajo su Júpiter, ella, astuta, retenía a la diosa con su lar-
ga conversación, hasta que las ninfas pudieran escapar.         365
Cuando la Saturnia se dio cuenta de esto, dijo: «De esa
Lengua, con la que he sido burlada, se te concederá una
mínima facultad y un muy limitado uso de la palabra»,
y con la realidad confirma las amenazas; ésta, sin
embargo, duplica las voces al final del discurso y de-
vuelve las palabras que ha oído. Así pues, cuando vio               370
a Narciso, que vagaba por apartados campos, y se ena-
moró, a escondidas sigue sus pasos, y cuanto más lo si-
gue más se calienta con la cercana llama, no de otro
modo que cuando el inflamable azufre, untado en la
punta de las antorchas, arrebata las llamas que se le
han acercado. ¡Oh!, cuántas veces quiso acercarse con             375
lisonjeras palabras y añadir suaves ruegos! Su naturale-
za lo impide y no le permite empezar; pero, cosa que
le está permitida, ella está pronta a esperar sonidos a
los que puede devolver sus propias palabras. Por azar
el joven, apartado del leal grupo de sus compañeros,
había dicho: «¿Alguno está por aquí?», y «está por                        380
aquí» había respondido Eco. El se queda atónito y,
cuando lanza su mirada a todas partes, grita con fuerte
voz: «ven»: ella llama a quien la llama. Se vuelve a mi-
rar y de nuevo, al no venir nadie, dice: «¿Por qué me
huyes?», y tantas veces cuantas las dijo, recibió las pa-
labras. Insiste y, engañado por la reproducción de la                  385
voz [3] que le contesta, dice: «En este lugar reunámo-
nos [4] y Eco, que nunca habría de responder con más
agrado a ningún sonido, repitió: «“¡unámonos¡” [5], y
ella misma favorece sus palabras y, saliendo de la selva,
arrojando [6] sus brazos al deseado cuello. Huye él y, al            390
huir, aleja las manos del abrazo. «Moriré antes», dice,
«de que te adueñes de mi». Ella no repitió nada a no
ser «te adueñes de mi». Despreciada se oculta en el bos-
que y avergonzada cubre su cara con ramas, y a partir
de entonces vive en solitarias cuevas; pero, sin embar-              395
go, el amor está dentro y crece con el dolor del recha-
zo: y las insomnes preocupaciones amenguan su cuer-
po que mueve a compasión, la delgadez contrae su
piel, y todo el jugo de su cuerpo se va hacia los aires;
solamente le quedan la voz y los huesos: permanece la
voz; cuentan que los huesos adoptaron la figura de
una piedra. A partir de ese momento se oculta en los                 400
bosques y no es vista en montaña alguna, es oída por
todos: el sonido es el que vive en ella».

Análisis del mito

La narrativa literaria mitológica de Eco se estructura en tres partes: el castigo de Juno (madre) a Eco (primera metamorfosis), la relación de Eco con Narciso, y finalmente la conversión de Eco en sonido después del rechazo de Narciso a Eco (segunda metamorfosis).

Eco

El carácter de Eco no cambia como consecuencia de la relación con Narciso, en donde vemos emerger el perfil de verdugo, el explotador de otras personas. Eco mira fuera de sí misma. Su naturaleza se revela parasitaria, «reflectiva». Se trata de un personaje comunicacionalmente hablando, limitado, puesto que Eco no puede establecer un diálogo; está condenada a repetir palabras, es decir a espiarlas. Su comunicación aparenta empatía por el hecho de que repite, refleja, lo que Narciso dice. Pero veremos que más que empatía, parece un mecanismo de defensa que se llama identificación. Esta tan centrada en Narciso que ignora sus sentimientos así como sus necesidades. Tiende a idealizar y proyectar sus anhelos. Eco crea al Narciso que ama. Lo vislumbra bajo su fantasía. Teniéndolo, tendrá éxito y felicidad. Eco ha creado un narciso a su imagen y semejanza para satisfacer sus escondidos y recónditos deseos de existencia y reconocimiento. Así, encontramos en la clínica personas que desean cambiar a la pareja, lo cual, suele resultar imposible. Para ello, intentan comprenderla, llegar el núcleo de la personalidad de su disfuncional pareja. La impotencia de pacientes «ecoístas» se torna omnipotencia. Pacientes que pretenden domesticar parejas en algunos casos claramente narcisistas, psicópatas, perversas (adictas). Parejas con las que sufren mal trato y mal querencia, con las cuales son infelices, pero aún así persisten. Parejas Narcisos autocentradas, incapaces de empatizar; parejas que engañan, a veces sistemáticamente. Parejas delincuentes a quienes pacientes Eco pretenden rehabilitar a base de comprensión y amor. Un amor a todas luces romántico, más del orden de lo imaginado o posible, que de lo real. En este tipo de demandas, poca pizca de realidad se observa a veces. Es cuasi-delirante este deseo de cambiar a la pareja. Muchas de estas personas pacientes vienen cargadas de un profundo sentimiento de culpa e impotencia.

Eco, prototipo de este tipo de pacientes ecoístas, se ha visto en Narciso; ha creado en Narciso una imagen que le satisface. «Cuanto más lo ve, más convencida está de que él es quien quiere que sea» (Hannan, 1992, p. 564). A pesar de que estas personas pacientes ven en cierto modo (a veces intuyen) su error cognitivo, deciden seguir adelante con la relación. Encontramos en ocasiones a Eco bajo los efectos del sesgo perceptivo fruto de la disonancia cognitiva. Las personas Eco se vuelven obsesivas en sus fantasías sobre «sus Narcisos» y lo persiguen obsesivamente hasta hacer realidad lo fantaseado. Tienden a interpretar la conducta de de manera deformada para que cuadre en su fantasía. No acaban de aceptar la realidad. A veces, pretenden comprenderlo, meterse en su mente. Se trata de un amor pasional, doloroso. Cuando no lo consiguen, no pueden cambiarlos, emerge una rabia muy profunda, muchas veces volcada hacia sí. Esperan, desean que Narciso cambie.

La autoestima y el sentido megalómano de su valía la obtienen de engrandecer la valía de la pareja; una valía en muchas circunstancias mediocre y pobre. Su propia valía queda «entre bastidores»; oculta en un segundo plano, intentan dominar y controlar la situación: una relación que se les escapa; que no les pertenece. Isak Dinesen, pseudónimo literario utilizado por la escritora y baronesa de origen danés, Karen Von Blixen-Finecke nos traza este retrato «ecoísta» en el personaje conocido por la película «Memorias de África». Una mujer que pretende cambiar la naturaleza un tanto salvaje de Denis Finch Hatton, un cazador británico que no quiere ningún compromiso a largo plazo, tras el estrepitoso fracaso amoroso con el Barón Bror Blixen-Finecke, el cual había resultado ser un infiel compulsivo, con trazos claramente narcisista y egocéntrico. No solo pretende cambiar a ambos, sino que pretende cambiar el curso del río, pretende alfabetizar a los kikuyu, pretende sembrar café en tierras imposibles. Pretende estar en pareja aún a costa de su fortuna. Pretende controlarlo todo. Es una pretensión bastante megalomaníaca y omnipotente. Al final, lo pierde todo, incluso su capacidad de procrear. Una mujer con gran dificultad para pedir ayuda. Aparentemente independiente y desenvuelta. Pero con profundos miedos e inseguridades.

Volviendo al mito clásico, queremos subrayar algunos puntos importantes. El primero, hace referencia a la corporeidad de Eco. En el mito, Eco aparece corporalmente sólo cuando Narciso le propone reunirse. Hasta ese momento, y después, Eco se esconderá en los bosques, escuchándose de ella sólo la voz. Su presencia se anunciaba por la voz. Efectivamente el eco está hecho de palabras; es una sonoridad, una música. Didier Anzieu (1976) lo describe como un espejo sonoro. Ser entendida (comprendida, validada) por otra persona forma parte de la conformación psicológica sana del ser humano. Como dice este autor, la mitología griega conocía bien el inconsciente y como tal, Ovidio se dio cuenta de la importancia del espejo tanto visual como sonoro de la constitución del narcisismo.

El segundo punto, si prestamos atención a la narrativa, es que ante la proposición de Narciso para reunirse, Eco repetirá solamente la palabra unirse, cuya connotación es totalmente diferente. De esta manera, Eco puede manifestar su propio deseo de intimidad sexual (o relacional) con Narciso (Hannan, 1992). Con ello, Eco rompe la imagen sonora perfecta enviada para seducirle y se presentará ella misma como siendo el otro diferente con corporeidad e iniciativa. De alguna manera rompe el contrato relacional existente entre ambos.

Tercero, Eco estaba ya enamorada de Narciso antes de que éste reclamara su presencia física. De hecho, Eco le seguía furtivamente, esperando una oportunidad para repetir sus palabras y así manifestarse. Eco espía a Narciso y cuando puede, salta a abrazarlo como cualquier cazador que espera su presa. De alguna manera, Eco hace lo mismo que Juno: espiar y saltar cuando la presa cae en la trampa. El espionaje representa aquí la modalidad de interacción unilateral, un amor de una sola dirección.

Cuarto, el amor de Eco por Narciso crece y se retro-alimenta sin que Narciso haga nada por ello. El hecho de seguirle y espiarle de cerca alimenta su amor por él. No es pues el contacto con él lo que alimenta su amor. Lo que alimenta su amor hasta quemarla de pasión es la distancia, la espera y finalmente, el rechazo. Parece pues un amor idealizado, fantaseado puesto que el otro real no está presente.

En la clínica, observamos en este tipo de relaciones tres etapas fundamentales. La primera caracterizada por un inicio similar al amor romántico pero con mayor atención y dependencia de su pareja, así como deseos claros de complacer. En esta etapa, la persona puede obsesionarse con la pareja, negar y racionalizar el comportamiento problemático, así como dudar de las propias percepciones, intuiciones, dejar de mantener límites saludables y renunciar a amistades, actividades e incluso familia. En una segunda etapa, ya la persona ecoísta debe realizar mayores esfuerzos para minimizar los aspectos dolorosos de la relación. Aparece la ansiedad, la culpa (en forma de autoinculpación). La autoestima disminuye conforme va aumentando el compromiso de sí misma para mantener la relación. En otras palabras, la persona ecoísta va dando más, prácticamente sin recibir nada o muy poco a cambio, creciendo así la ira, la decepción, el resentimiento, la impotencia. Durante esta etapa comienzan los intentos de cambiar a la pareja. Suele haber algún tipo de violencia. El estado de ánimo empeora así como aumenta la obsesión, la dependencia, el conflicto, el retiro, el incumplimiento. Cuanto más desesperadamente la persona ecoísta intenta modificar a la pareja, más esa la rechaza, hasta llegar a escenas crueles. Tal y como lo señala Berman (1990), «The more desesperately Echo pursues Narcissus, the more cruelly he rejects her» (pp. 8-9). En la etapa tardía, los síntomas de esta montaña rusa emocional derivada fundamentalmente de los comportamientos, comienzan a afectar a la salud física y la persona ecoísta comienza a somatizar el estrés con trastornos del sueño, problemas digestivos, cefaleas tensionales, dolores musculares, trastornos alimenticios, recaída en adicciones, alergias, enfermedades cardiacas o autoinmunes. Los comportamientos obsesivo-compulsivos así como otras adicciones aumentan, al mismo tiempo que disminuyen en picado la autoestima y los autocuidados. Aparecen sentimientos de desesperanza, ansiedad, depresión así como ideaciones suicidas cuando no, intentos o suicidios fallidos. Posteriormente a ello, viene la separación y más adelante las recaídas, reiniciándose un ciclo.

La ambigüedad de la relación así como su carácter patológico en donde cada miembro de la misma atormenta al otro, se manifiesta en diferentes contextos de la narrativa mítica. Al respecto, hemos destacado el cambio de palabras –unión por reunión–, cambiando así el contrato relacional –de imitar por presentarse. Hemos destacado también el gesto de aproximación rápido que hace Eco, el cual no deja espacio ni tiempo para una respuesta del otro. Echarse al otro abrazándole es un gesto sin autorización del otro; lo que hace que este gesto tenga una connotación de asalto, de ataque, de fuerza. No es una invitación a amar al otro. Finalmente, Narciso se siente decepcionado por esa imagen sonora, esa voz que al alternar, cambia el propósito del encuentro que él proponía: «alternae deceptus image vocis» (Hannan, 1992). En esta relación ambigua, vemos que cada uno pretende presentarse al otro, con una demanda personal. Por un lado está Narciso, con su necesidad de fusionarse con el otro, con la finalidad de que este otro le refleje. Se trata de una relación maternal, pues el papel de la madre es esencialmente el de ser el espejo del infante. La demanda de Eco es también clara: pretende la unión marital con el otro sin que éste pueda decidir. La necesidad del otro parece así un imperativo más que un deseo.

El nudo del drama entre Eco y Narciso se sitúa justamente en el momento en donde intercambian el contrato relacional. La no reciprocidad del intercambio es puesta en evidencia cuando Narciso, escapando del abrazo de Eco, le dice: “moriré antes de que te adueñes de mí» [7]. A lo cual Eco responderá “te adueñes de mí» [8].

Etimológicamente y, en este contexto, el término «copia» hace referencia a la plenitud –en el sentido de abundancia (Bremkman, 1976)– que se siente ante el otro. La presencia amorosa del otro satisface el deseo del ser humano de sentirse completo. Nos hace sentirnos vivos, plenos, satisfechos. En este sentido, Narciso rechaza no solo la relación con el otro, sino ese sentimiento profundo de unión y de satisfacción que se alcanza con el otro. Por su parte Eco, a pesar del rechazo, acepta dar, ofrecer su presencia sin respuesta del otro y, en consecuencia, tampoco conseguirá satisfacer su deseo de plenitud ya que no hay reciprocidad en la relación. Eco, a pesar del rechazo, continúa amando a Narciso. Pero si prestamos atención al texto, Narciso no pudo escuchar las últimas palabras de Eco, o lo que es lo mismo, Eco habló sin auditorio, sin que nadie la escuchara.

La complementariedad de estas dos dinámicas relacionales ha sido puesta en evidencia en esa relación interpersonal. Este episodio mítico testimonia la gran sensibilidad de Ovidio «hacia su gemelidad y hacia una falta de un yo consistente en el narcisismo» (Savitz, 1986:332).

Eco y el espectro familiar

En esta parte de la narrativa, tenemos una rica descripción de la dinámica familiar. Mientras que Júpiter, esposa de Juno y padre de Eco, se abandonaba a los juegos amorosos con las ninfas de la montaña, hermanas de Eco, Juno (madre de Eco) lo intuía y quería saber qué ninfa concretamente era con la que su esposo se divertía. Eco, tan habladora, distrajo y divirtió incluso a Juno, de manera que durante ese tiempo las ninfas pudieran escaparse. Juno se da cuenta de lo que Eco intentaba hacer y en consecuencia, le condena a la ecolalia. El castigo de Juno es así una regresión hacia un estado anterior del desarrollo, es decir una vuelta al estado natural de la palabra humana. La ecolalia es una fase propia del desarrollo del infante (Barclay, 1993) y que debe desembocar en el desarrollo de la palabra. Al respecto, subrayar que el término infante viene del latín infans que quiere decir «sin palabra».

¿Qué significa el castigo de no poder iniciar una conversación? En esta primera metamorfosis, la condena a repetir las últimas palabras de la frase de los otros tiene consecuencias importantes. El pasaje de la conversación a la ecolalia significa una regresión importante. Significa igualmente una naturalización de la palabra, es decir el lenguaje humano se transforma en lenguaje natural –balbuceo– que consiste en emitir sonidos sin significado y dirección claros, lo que imposibilita el ser reconocido por lo otros. De esta manera, Eco no puede responder ni por el silencio, único espacio en donde la palabra del otro puede emerger, ni dirigirse a otro en primer lugar. En consecuencia, el castigo va en «… dirección inversa al proceso de subjetiviación» (Lafond, 1991: 1641). Dado que la humanidad del ser se adquiere en conversación con el otro dentro de un contexto intersubjetivo o interrelacional, Eco no podrá adquirirla y su proceso de humanización quedará comprometido. Sin palabra no hay expresión y sin ésta, no hay existencia humana. La pérdida de iniciativa al diálogo en Eco es la pérdida de la capacidad de dirigirse y, en consecuencia, de construir una relación intersubjetiva y hospitalaria con otra persona. En esta pérdida de la capacidad dialógica hay igualmente una imposibilidad de escucha del otro, lo que significa una imposibilidad de recibir al otro en tanto que invitado para ofrecerle la hospitalidad.

Hacemos un paréntesis para especificar que la conversación de Eco antes del castigo era un «parlar», es decir un hablar desmesurado, en abundancia, cuya finalidad no era comunicar nada, sino entretener. Esta manera de hablar, lejos de revelar al sujeto hablante como es el caso de la palabra dirigida (Arendt, 1961), lo que hace es aturdir al otro, dejándolo fuera de juego. Se trata más bien de una palabra compulsiva que sirve para confundir e incluso seducir. Se trata de un discurso vacío, un monólogo. Las palabras no revelan nada del sujeto hablante. Se trata de una palabra que, habiendo perdido su sentido específico de formar una comunidad humana, una unión, deviene un medio y no un fin en sí mismo. Ello se produce cuando se está por o contra alguien (Arendt, 1961). En este caso podríamos decir que Eco estaba contra Juno y con Júpiter y sus hermanas. Todo ello nos deja entrever conflictos entre los esposos, entre Eco y Juno y finalmente entre Eco, Juno y Júpiter.

Por otra parte, Eco está condenada a seguir al otro de cerca para que pueda repetir fielmente sus palabras. En otros términos, Eco no podrá mantener una distancia propia e inherente al diálogo, sino que es condenada a una relación simbiótica con el otro; una relación en donde haya fusión entre ella y el otro.

El castigo implica también una falta de iniciativa en la acción de ella. Ella no actúa sino que reacciona al otro, repitiendo las palabras: Eco es reactiva. En psicología, la reacción es del orden de la impulsividad y de la inmediatez (Laplanche y Pontalis, 1973). La impulsividad es «actuar» según la impulsión del movimiento donde los actos no son reflexionados sino espontáneos en el sentido de naturales, instintivos, es decir fuera del contexto de la conversación humana. En otras palabras, son actos involuntarios, automáticos, maquinales, reflejos.

La noción de inmediatez hace referencia a carentes de mediación, sin espera. La inmediatez es del momento presente. Inminente, de inminere, quiere decir amenaza. Se trata pues de una reacción ante la proximidad del otro concebida como amenaza y, en este sentido lo es, puesto que no hay mediación alguna entre ella y el otro. Se trata de una proximidad en donde ambos personajes pierden los límites. Se trata de una relación no intencionada, no dirigida, en bruto.

¿Porqué Eco toma el papel de distraer a Juno? ¿porqué Eco no mantiene relaciones sexuales con Júpiter como lo hacen sus otras hermanas? Ovidio nos muestra aquí una ninfa de la montaña, Eco, que no participa directamente de los juegos amorosos de su padre y hermanas pero que los favorece de manera indirecta. Para ella, parece más importante retener a Juno que dejarse ir ella misma a una aventura amorosa con Júpiter. Eco, de alguna manera, evita los contactos sexuales íntimos con los hombres y ello se refleja claramente en otras versiones más antiguas del mito de Eco. En éstas, Eco tiene un gran admirador, Pan, el dios de los bosques y las praderas. Pan castiga a Eco por su rechazo a unirse a él a ser desmenuzada por otros pastores. Eco rehúsa unirse a otro hombre y, de hecho, en la elección de Narciso no habrá consumación sexual con él.

Por otro lado, Eco tiene una gran complicidad con Júpiter manifiesta en el hecho de que protege su placer. Pero ¿dónde se sitúa su propio placer? En el grado de placer de Júpiter primero, de las ninfas en segundo lugar y finalmente en el de Narciso, la búsqueda afectiva de Eco «… toma el camino de la gratificación narcisista del otro» (Lafond, 1991: 1642). En otras palabras, Eco no parece tener un placer propio sino que éste parece ser el de satisfacer el de otros, incluyendo su madre, pero también veremos que se trata de una satisfacción indirecta.

Júpiter y Juno: padres de Eco

Júpiter es un ser divino, un dios en la mitología griega, que se caracterizaba por sus innumerables relaciones sexuales extraconyugales con mujeres más jóvenes. Tenemos aquí el personaje de un megalómano «eternamente infiel» con dificultades importantes ante la intimidad relacional, confundida con la intimidad sexual. Un personaje que necesita constantemente esa juventud perdida que no deja de anhelar en otros. En todo ello reconocemos marcados trazos narcisistas en la figura del dios Júpiter.

Juno, en la mitología griega, ha sido descrita en general de manera poco halagadora. Mujer extremadamente celosa, justificado en parte por las numerosas mujeres honoradas por Júpiter. Es descrita como una mujer colérica y rencorosa pues jamás olvida una injuria. Está persuadida de que los hombres son más felices que las mujeres y tienen mayor placer (sexual). De alguna manera, ella envidia a los hombres. En la mitología, Juno es la diosa protectora del matrimonio y se ocupaba especialmente de las mujeres casadas (Hamilton, 1996), protegiendo la integridad de sus hogares.

La relación entre los esposos no parece ser una relación recíproca puesto que Juno mantiene una relación de espía hacia su marido. Eco, por iniciativa propia, se interpone entre Juno y Júpiter y se convierte en una especie de chivo expiatorio entre aquello que es causa de litigio entre los esposos. Estamos ante la dinámica familiar en donde la triangulación hace acto de presencia. Este fenómeno se define como «una pauta de comunicación utilizando a una persona como intermediario» (Friel y Friel, 1988: 74). Eco ejerce una función particular en la economía psíquica parental, con lo cual ella no es una persona autónoma y diferenciada: «en particular el mito nos dice […] que cuando hay una conexión ausente […] entre padre y madre (Juno y Júpiter), la hija estará abocada a un papel de mediador en una alianza-estructura triangular, sirviendo como un afecto-puente entre ambos progenitores –[…] y al mismo tiempo aportando un portavoz o canal para el deseo no expresado de la madre que es el de conectarse con su marido y su vida» (Kalsched, 1980: 55).

El término «mouthpiece» se refiere a un medio para expresar las opiniones de otros. De hecho, en la etimología del término eco encontramos esta noción de portavoz, particularmente en el periodismo, en donde el término eco tiene la significación de propagación de una noticia. En este sentido, el término eco es concebido como un agente de difusión indirecto. Dicho de otro modo, el eco es la voz de la opinión (pública) de alguien y en ciertos países encontramos hoy esta apelación en un periódico donde las pequeñas noticias circulan.

«Como puente mediador en la indiferenciada atmósfera de dicho ambiente familiar, la hija nunca desarrolla su propia diferenciación interna y autonomía» (Kalsched, 1980: 55). En tanto que alma o principio del sistema familiar, Eco «… nunca llega ella misma a tener su propia ánima, a encarnarla» (Kalsched, 1980: 55). Dicho de otro modo, «nadie ha sido jamás eco de Eco» (Lafond, 1991: 1642). El alma es el principio, el fundamento, el origen, la fuente y no hay otro principio o fuente anterior. Así, comprendemos que el principio humano, el origen, reside en la mediación simbólica de una relación intersubjetiva con el otro, pero este principio no está encarnado por una persona dentro del sistema familiar sino por la cultura, lo simbólico entre las diferentes relaciones que se tejen en la familia. Sin embargo, en este tipo de familias, la persona que juega el papel de portavoz es elevada a la categoría de principio o fuente familiar; de ahí su sensación de no ser percibida por nadie ni nada y en consecuencia su sentido de desarraigo.

El mito nos ofrece una imagen apropiada de «la injuria narcisista oculta en la persona» (kalsched, 1980: 57) de Eco. En otras palabras, Eco «es el núcleo oculto, herido que nunca ha encontrado una voz real o sustancia encarnada en el mundo» (Savitz, 1986: 332).

Júpiter mantenía relaciones sexuales con las hermanas de Eco, y Juno es la madre de Eco. En definitiva, podemos hablar de un entorno familiar en donde el incesto está presente. Sin embargo, Eco no es la persona incestuada físicamente, sino sus hermanas. En la narrativa, Eco defiende a su padre y el acto incestuoso de Júpiter hacia sus hijas (hermanas de Eco). De alguna manera Eco desvía el deseo de su madre y defiende a su padre de la intrusión maternal. Eco mantiene una alianza secreta con su padre y forman así una coalición contra la madre, aunque el precio a pagar por el servicio prestado a Júpiter resulta muy caro. Eco lo paga con la pérdida de su alma, de su palabra, de su psique.

La transgresión del tabú del incesto entre Júpiter y las ninfas, la intromisión de Eco en el conflicto parental y las coaliciones familiares nos hablan de un entorno poco diferenciado, en donde las diferencias transgeneracionales están borradas.

A pesar del castigo del cual Eco es objeto, ella no maldice ni a Júpiter ni a Juno, lo que plantea interrogantes. Eco guarda el secreto sin decir nada, sin defenderse, tomando el castigo como si ella fuera verdaderamente la culpable, como si ella lo mereciera realmente.

La parentificación: el corazón del ecoísmo

A la luz de este mito, comprendemos que el complejo o la problemática ecótica puede emerger de un contexto relacional familiar disfuncional, y a temprana edad. En este mito, concerniendo a la ninfa Eco, «… se trata de una prohibición de la afirmación de una identidad singular» (Lafond, 1991: 1641). Es dentro de esta imposibilidad de que el yo devenga, donde el mito de la ninfa Eco se inscribe.

La obra de Alice Miller (1983) trata de una problemática particular que tampoco tiene todavía diagnóstico, aunque sí cuadro clínico. Desde su perspectiva, la problemática del narcisismo se extiende más allá del narcisismo patológico comprendido como la excesiva idealización de sí mismo, y recubre un espectro particular que es el de los infantes que juegan el papel de sus madres/padres; lo que ella llama el drama del infante dotado. La autora se sirve del episodio mítico de Eco, inmerso en el mito de Narciso, para ilustrar la problemática de estos infantes dotados, inteligentes y sensibles que van a investir a sus madres/padres, produciéndose así una inversión de papeles en donde el infante cuidará de su madre, asegurándose así su amor:

«esta actitud es luego desarrollada y perfeccionada, hasta que estos infantes lleguen a ser […] de sus madres, y que se ocupen de sus pequeños hermanos y hermanas, desarrollando una sensibilidad particular por las señales inconscientes de las necesidades de los otros » (Miller, 1983: 20).

El síntoma central de estos infantes, una vez llegados a adultos, parece ser la depresión. La compulsión a la repetición de este escenario se traduce por una puesta en escena consistente en encargarse de otra persona, y así existir en su rol maternante, con la oculta esperanza de que un día, a su vez, alguien haga de madre. La falla del papel maternal parece subyacer a esta problemática. Esta se acompaña de un profundo sentimiento de vacío, de absurdidad, de sin-sentido y de desarraigo. Sienten una necesidad profunda de recibir eco, de ser reflejados, vistos y comprendidos.

Nos encontramos una vez más con la misma problemática, los mismos síntomas y el mismo escenario de origen: la inversión de papeles revelado de hecho por otros autores cuando hablan del fenómeno de parentificación.

En la obra de Donaldson-Pressman y Pressman (1994) estos autores analizan el carácter mitológico de los personajes Eco y Narciso, describiendo así las características de una familia narcisista o disfuncional. Hacen especial hincapié en las relaciones e interacciones de familias en donde el sistema parental, de trazo marcadamente narcisista, encubierto o abierto, tiene consecuencias nefastas para la prole. En dichas familias el papel parental de conocer las necesidades de la descendencia, con la finalidad de satisfacerlas, está invertido de tal forma que son los infantes, en especial alguno, los «encargados» de conocer las necesidades parentales para satisfacerlas. Son roles asignados como guiones. Lo que caracteriza a estas familias es la comunicación indirecta, la triangulación, la falta de accesibilidad parental, los límites y barreras generacionales oscuros, la falta de autoridad. El pervertido trazo común de estas familias es siempre el mismo: la primacía de las necesidades parentales sobre las necesidades de la progenitura. Así las necesidades de la prole no sólo son secundarias, sino que se ven dañadas y comprometidas seriamente, de tal manera que éstas no son conocidas ni por ellos/as mismos/as. El comportamiento de los infantes es evaluado siempre en términos de su impacto en el sistema parental. Con el tiempo, estas personas parentificadas descubren que sus sentimientos tienen poco valor o más bien tiene un carácter negativo. Comienzan por distanciarse de sus sentimientos, perdiendo así contacto con ellos y con su corporeidad. Negar los sentimientos resultó funcional en una época de sus vidas. En vez de comprender, reconocer y validar sus propias necesidades, estas personas «ecoístas» desarrollan un exagerado sentido de su impacto en las necesidades de los padres, convirtiéndose así en el reflejo de las necesidades emocionales de estos. Estas necesidades se convierten en «un blanco-móvil por el cual luchan por apuntar» (Ibid, p. 6), desarrollando así un profundo sentido de fracaso. Los orígenes de este tipo de familia hay que buscarlos en el seno de la sociedad y de la cultura en la que estamos inmersos. Para estos autores la olvidada leyenda de Eco y Narciso representa la metáfora de la familia narcisista. Narciso representa el sistema parental mientras que Eco representa la progenitura que intentará tener la atención y la aprobación de los padres a través del reflejo reactivo de las necesidades emocionales parentales sin desarrollar así jamás su propia voz.

Y es que ante la dificultad de dar nombre a esta problemática de corte narcisista, existe una unanimidad bastante consensuada sobre su origen sistémico. En el corazón de las relaciones ecoístas, codependientes –addictive relationships– se encuentra el concepto de parentificación (Olson y Gariti, 1993). La parentificación se entiende como una situación de inversión de papeles en la cual el/la niño/a es situado en el papel de abuelo/a o padre/madre de su propio progenitor. La parentificación implica una distorsión de una relación como si el/la niño/a fuera el otro progenitor. En la parentificación, es cuestión de una apropiación inadecuada de la autoridad parental, dando como resultado la interiorización en el/la niño/a de un sentimiento profundo de victimización y de injusticia. Lo que es importante revelar es que el infante se encuentra a menudo en el papel de llenar el vacío de los progenitores. Concretamente, este cumple las funciones de uno de los dos padres (Boszormenyi-Nagi y Spart, 1973). Bowen (1978) cree que las dificultades relacionales de los padres que no han sido resueltas, se canalizan a través de una relación de triangulación en donde el infante parentificado es uno de los vértices del triángulo. La incorporación patológica del/de la niño/a es necesaria para mantener la relación diádica parental y así el sistema familiar puede mantener su equilibrio.

Las consecuencias de esta parentificación son importantes y están relacionadas con la noción de pérdida y abuso. Así, la pérdida en el proceso de parentificación es particular. Para el infante parentificado, éste se convierte física y emocionalmente en cuidador –caretaker– de uno de sus padres o algún otro miembro familiar, produciéndose una pérdida real de su infancia. La persona parentificada entra rápidamente en el mundo de las obligaciones, orientado a la realización de tareas –task-oriented activities–, sacrificando su propio tiempo y esfuerzo mientras que, al mismo tiempo, sufre de la pérdida de ser cuidado por el progenitor del cual se encarga. Pero además, se produce un abuso denominado incesto psicológico ya que el infante parentificado es investido en tanto que cónyuge, pudiendo en algunos casos ir hasta el abuso físico –sexual– del mismo.

Boszormeny-Nagy y Spart parten del principio de que la progenitura está ligada a sus progenitores, pues su supervivencia depende de ellos. Ocurre que en determinadas circunstancias de negligencia, abandono o sobreprotección, el infante «comprende» que las necesidades de los otros, en este caso de los padres, adquieren primacía por encima de las suyas propias. Se trata de situaciones en las cuales este siente que si el progenitor no es apoyado (maintained), su propia existencia, es decir su yo más profundo (self), correrá serio peligro. Aquí empezamos a ver los comienzos de la confusión de límites o de fronteras generacionales entre los miembros de la familia, es decir el enmarañamiento relacional (enmeshed). Cuando el infante parentificado estructura su comportamiento al servicio de otras personas, la pérdida es fundamental: su propio yo (self), su persona. En su lugar, emerge un yo adaptativo, en general (hiper)responsable que llegará a ser cada vez más real, hasta confundirse. En este sentido, las pérdidas de esta persona parentificada durante este proceso son numerosas y variadas. Estas pueden incluir la pérdida de experiencias personales, tales como el afecto –caring– y la crianza –nurturing– por parte de los padres, así como otras formas de validación. Hay igualmente una perdida de objetivos y de identidad. Una de las consecuencias más grandes de este desarrollo es la incapacidad para adquirir un sentido propio del valor personal. Cuando más tarde, una vez adulto, la persona experimenta la pérdida de alguien próximo como un cónyuge, la experimenta como una perdida de sí mismo. Así, la ansiedad de separación, la depresión de abandono y mismo el suicidio son susceptibles de aflorar. Esta sintomatología indica generalmente muchas cosas: fallas a nivel de la diferenciación individual, posibilidad de la existencia de problemas de personalidad y soluciones extremas arraigadas en la propia familia de origen. Este tipo de personas, una vez adultas, tienden a repetir el mismo patrón en las relaciones amorosas, encontrando una y otra vez a personas de corte narcisistas a quienes fusionare. La pérdida de estas relaciones tóxicas es evitada a costa de sí mismas, pero cuando inevitablemente llega, experimentan esta pérdida de manera tan insoportable, que idean el suicidio como salida. Frases como son a menudo escuchadas en el cuadro psicoterapéutico: «siento como si hubiera perdido una parte de mí mismo», «me siento como si no supiera quien soy ahora», «es como si la tierra desapareciera y estuviera suspendida, sin raíces», «es el vacío». Lo que pasa a menudo es que en este tipo de relaciones disfuncionales, la persona (co)dependiente sostiene, nutre narcisísticamente, admira, idolatra al cónyuge, con la inconsciente finalidad de recibir aquello que no recibió de sus padres. La paradoja es que nunca llega ese momento. En otros casos, ni espera, simplemente por procuración obtiene su propia valía.

Para las relaciones atrapadas en este círculo relacional tóxico, esta relación adictiva tiene un sentido. La función subyacente de estas dinámicas repetitivas o compulsivas es instaurar la relación en su estadio original de desequilibrio –allí donde se produjo la falla– en el cual, cada cónyuge puede entonces poner en práctica su papel adaptativo e históricamente confortable, mas sin embargo destructivo. En este sentido, el cónyuge narcisista es utilizado como objeto transicional, objeto material cuya función psicológica fundamental es suplir ciertas funciones maternas cuando la madre está ausente. Constituye una fuente de seguridad para el infante; permite constituir un área intermedia entre él mismo y la otra persona, entre sí mismo y la realidad. Dicho objeto es tanto objetivo como subjetivo. Objetivo porque se materializa en un objeto o persona real y subjetivo porque imaginativamente se le atribuyen ciertas funciones (Winnicot, 1982).

Del mito a la realidad: Raquel (Heredia, 1998), un ejemplo de personalidad ecoista

Raquel: Contexto

Raquel es una madre que un día descubre que su hija es adicta a la heroína. Desde entonces, hará todo lo posible por sacarla de ese mundo de la drogadicción, llegando a reducir prácticamente su vida a dos actividades: el trabajo y salvar a su hija. Durante este duro y penoso trayecto, Raquel se sumerge en las profundidades más abismales de su propio vacío existencial del cual no saldrá. Así mismo, la obra no solo culmina con la muerte de su hija, consecuencia del SIDA, sino también con la pérdida de la razón de vivir de Raquel quien se aferra a sus dos nietos para intentar restaurar el lazo afectivo con Ada y que no pudo encauzarse de otro modo. Con la presencia de estos dos niños, Raquel llena el vacío de su propia existencia sin llegar a cuestionárselo.

A pesar de que muchas cosas del mundo de Raquel se transforman a partir del problema de heroína de su hija, Ada, hay ciertos trazos de personalidad en Raquel presentes mucho antes de que Ada desarrollara su adicción a la heroína que nos dan una perspectiva del mundo codependiente en el que Raquel y toda su familia vivieron.

Raquel, su marido y la familia

Su marido nos es descrito como un hombre mujeriego, seductor y manipulador. A pesar de que Raquel se percató enseguida de estos rasgos de carácter, ella lo eligió como marido y padrei. El futuro marido y padre resultaba ser una persona más bien narcisista, centrado en su apariencia de bohemio-intelectual con marcado aire donjuanescoii. Tenía dones «naturales» para la manipulación y no dudaba en utilizar a cualquiera, mismo a su hija, para conseguir sus finesiii. Aunque el físico de este hombre debía ser más bien exquisito, su punto de atracción estaba más bien en que Raquel tenía la firme convicción de poder cambiarloiv. El tema de querer cambiar al otro, moldearlo como si de arcilla se tratara, nos recuerda a la leyenda judeo-cabalística del Gólem (Hajer, 1988) o el mito moderno de Frankestein. Esta pretensión nos sitúa delante de una construcción de carácter delirante en donde lo interior se confunde con lo exterior, con la realidad. El término delirante hace referencia a una confusión entre ambos planos (Castilla del Pino, 1997) que en el caso de Raquel se expresa en la confusión entre ella (interior) y su marido e hija (exterior). Esta forma de dependencia parece ser un fenómeno muy antiguo, y hace referencia al delirio de grandeza del creador desplazado hacia la criatura, ese ser cuasi-perfectov. El tema de la creación, por parte del hombre, de una criatura cuasi-perfecta nos habla de la pretensión, en Raquel, de jugar a ser Dios (omnipotencia). Ello se acompaña de la negación a aceptar la realidad tal y como ésta se presenta refugiándose en un ideal: la construcción de otro yo pero perfecto o casi.

Lejos de conseguir moldearlo, su marido la abandona dejándola por otra. El abandono y la traiciónvi representan el tema central de la vida de Raquel, y está presente a lo largo de todo el libro. El abandono es el desenlace de su matrimonio después de haber aceptado bastantes situaciones humillantesvii, denotando así un cierto trazo sadomasoquistaviii de la relaciónix. Raquel no sólo no superó este abandonox sino que además ella se sumerge en un agujero del que no encuentra salidaxi.

A pesar de todo el rechazoxii y el abandonoxiii del que Raquel fue objeto, esta siguió amándolexiv. Esta trama recuerda a la narrativa mítica de Eco y Narciso (Lafaye, 1961). Narrativa explorada por diversos autores (Cermak, 1986; Miller, 1983); Donaldson-Pressman y Pressman, 1994) bien como una metáfora de la condición codependiente o bien como una metáfora de una condición clínica particular, todavía sin nombre, pero asemejándose a la problemática de la codependencia (Lafond, 1991). Raquel se comporta exactamente como Eco, quien habiendo sido rechazada y humillada por Narciso, sigue estando enamorada de él; pasión que acaba por consumirla, como de hecho pasa con Raquel.

Si el sentido familiar pareció tambalear y resquebrajarse con el problema de la heroína de Ada, en realidad la familia ya estaba mal desde mucho antesxv y de hecho, Raquel sabía que los cimientos sobre los cuales su familia se asentaba eran muy frágilesxvi. La familia de Raquel presentaba serios problemas, explícitamente alrededor de la figura paternal. Uno de los elementos más indicativos del problema familiar era el fantasma incestuoso. Raquel pone de manifiesto su miedo, inconsciente en un principio, de una relación incestuosa entre padre e hija. Raquel elabora este miedo en sus incesantes y angustiosos sueños llegando a transformarse en pesadillasxvii. Sin embargo, este miedo inconsciente parece estar justificadoxviii.

En lo que a la familia se refiere, en Raquel se refleja una necesidad –y búsqueda– incesante de la figura paterna. En realidad esta figura paterna no es más que la necesidad de un orden, una estructura, una leyxix y de cuya carencia nace un profundo sentimiento de vacíoxx. La estructura, el orden, hacen referencia a una organización en dónde, para que su funcionamiento sea óptimo, el establecimiento y el reconocimiento de diferencias es necesario; diferencias fundamentales para el desarrollo y formación de la persona que evitan la confusión entre el sujeto humano y los otros. Sin el otro diferente la sensación de incompleto se impone y el ser humano se siente vacío; todo se viene abajo y se desmorona y eso es lo que le ocurría a Raquelxxi. Estas reflexiones nos adentran en la necesidad de la presencia del padre en la familia. Sin él, la familia está incompleta, rota, creando así una especie de vacío a diferentes nivelesxxii.

En la familia de Raquel, a parte del marido, la otra figura paternal era el abuelo, pero éste por cuestiones de edad, tampoco ejerció de autoridad, es decir, en la familia de Raquel hay una clara y manifiesta ausencia de la presencia adultaxxiii. La falta paternal parece haber sido remplazada por un bienestar y confort materialesxxiv. La familia de Raquel parecía vivir una situación confusa y caótica, en el sentido de falta de reglas, de autoridad.

Otro indicativo de la confusión familiar era la desaparición de la barrera generacional madre-hijo(s)(as). A lo largo del libro, vemos como esta distancia que separa la generación de la madre y la de los hijos se acorta llegando incluso a desaparecer; lo que sume a la familia en una deriva por la desaparición del elemento último de orden y estructura. Raquel quiso establecer una relación amistosa para con sus hijosxxv; situación que ella misma cuestionaráxxvi. Esta relación de amistad se ve claramente en la relación con Adaxxvii. Raquel llegó incluso hasta hacer suya una amiga de su hijaxxviii. Por otro lado, Ada comparte los amigos de su madrexxix; llegando incluso a tener relaciones sexuales con alguno de ellosxxx. Si bien en este tipo de situaciones no hay incesto, se puede sentir una cierta transgresión sexual; como un incesto desplazado o estupro.

En la relación de Raquel con Ada, no solamente hay una distancia que se borra sino que hay también una especie de inversión de roles. Así, Raquel vuelve a iniciar la relación con su ex-marido a petición de Adaxxxi.

Esa manera de tratar a los hijos como amigos, esa competencia que Raquel establece para con su hijaxxxii, esa dificultad a estar presentexxxiii, a poner límites cuando la situación lo requierexxxiv, a decir noxxxv, parecen más bien índices de una dificultad en Raquel a asumir su papel de adulto y madre.

Raquel y Ada (madre e hija)

Lo primero y más sobresaliente de esta relación es el carácter simbiótico y fusional de la mismaxxxvi. Así, a Raquel le empiezan a aparecer unas manchas (hematomas) similares a las de los heroinómanos. Esto revela una incorporación –embodiment– del sufrimiento de su hija. Las manchas, calificadas por Raquel de estigmas, representan la marca de una especie de identificación. La significación etimológica del término estigma parece muy revelador en este caso. Así, dicho término hace referencia a una marca corporal, símbolo de participación del dolor espiritual del otro. Es una marca de esclavitud y es que, en efecto, Raquel se convierte en una especie de esclavaxxxvii. Es como si Raquel se apropiara de la vivencia de su hija, no solamente a nivel corporalxxxviii sino también a nivel moralxxxix. Sin embargo, a pesar de que Raquel muestra una dificultad en separar la experiencia de su hija con la suya propiaxl, hay que subrayar la existencia de una distancia abismal para con ella y esto se revela en una excesiva idealización de Ada por parte de Raquel. En efecto Raquel idealiza a Ada, la pone en un pedestal, la mitificaxli y al hacer esto la expulsa de su mundo cristalizándola en un más allá inalcanzable, idílico e imposible de tocar. De alguna manera, Raquel parece haber depositado en Ada todas sus aspiraciones y esperanzasxlii y en cierto modo vivía de ella y en ella; Raquel era Ada y Ada Raquel y aquí encontramos de nuevo esa construcción delirante en la que Raquel vivía lo de su hija como propioxliii. Es en cierto modo, lo que hizo también con su marido. Esta situación de incorporación y expulsión se expresa en una relación de amor y odioxliv. Son dos movimientos fragmentados que se reflejan en toda su cosmovisión. Así, para Raquel, la familia y la profesión son incompatiblesxlv. El mundo esta dividido sin una mediación –rol paternal– posible; lo que le imposibilita habitar un mundo real y humano. Para Raquel, el vivir se había convertido en un vegetarxlvi.

Esta ambivalente relación entre Raquel y Ada aparece contaminada por una competencia entre ambas, competencia de la que solamente Raquel es conscientexlvii. De alguna manera, es como si Raquel tuviera envidia o celos de su propia hija y se pusiera a su altura a competir, como si de amigas se tratara. Y es que, en efecto, Raquel siempre trató a Ada más como una amiga que como hijaxlviii. En esta consideración, constatamos la ausencia de una barrera transgeneracional, es decir, Raquel suprime, transgrede, los limites entre dos generaciones: la suya y la de su hija.

Ada fue testigo del sufrimiento conyugal de su madrexlix. Ada desarrolla, pues, un apego fuerte hacia su madre hasta el punto de convertirse en una especie de sombra vivientel. Sin embargo, más tarde Raquel llegaría a convertirse en la sombra de su hijali. Así, la actitud predominante en esta relación es la vigilancialii. Ada llegó a convertirse en el objeto de obsesión de Raquelliii, el monotema del delirio. En la obsesión, no hay una distancia hospitalaria y acogedora para recibir al otro. La obsesión se caracteriza por su aspecto invasor ya que ella invade todo el campo de la consciencia. Lo que caracteriza toda obsesión es su constancia, su insistencia. La obsesión no permite el descanso, el reposo. La obsesión es una fijación.

Para Raquel, la relación con Ada, lejos de madurar, representaba una regresión, una vuelta a un estado primario y primitivo en el que ella debía estar constantemente a su ladoliv e implicaba un dejar de lado una parte de su vidalv. Pero Raquel tenía muy asumido su papel de salvadoralvi habiéndolo intentado primero con su maridolvii y luego con su hijalviii. Raquel llegó a centrarse tanto en el problema de Ada que desatiende al resto de sus hijoslix.

La falta de presencialx y de diálogo de Raquel para con sus hijos está claramente manifestadalxi a lo largo de toda la obra. Concretamente, en cuanto a la relación con Ada, Raquel era incapaz de abordar abiertamente con ella ciertos temas que le pudieran hacer cuestionarselxii. Sin embargo Raquel pensaba que hablaba con su hija con libertad y claramente solamente porque permitía a su hija cosas que ella no había tenido o podido, siempre en referencia a una cierta filosofía de vida liberal alrededor del sexo y la rebeldía contra un orden establecido de carácter dictatorial. Raquel aparece como el prototipo de una generación –babyboom– fruto de un contexto socio-político en donde la autoridad se confundió con autoritarismolxiii y se quiso compensar esta ruptura con el orden social anterior con una substitución de valoreslxiv. El resultado parece haber sido desastrosolxv.

Trazos de la personalidad de Raquel

Llama la atención la actitud de Raquel de no querer ver la realidad de su vida, tanto familiarlxvi, como personallxvii. Esta manera de negar le impide hacer frente a la realidad.

Raquel se presenta como una mujer con grandes complejos de inferioridadlxviii, con una baja estima y una gran desvalorizaciónlxix. Además, Raquel tiene tendencia a comportarse de manera más bien autodestructiva lo que le hace perder la poca estima que le quedalxx.

Raquel tiene gran dificultad de expresión y elaboración de sus propios problemas personales; a falta de elaborarlos, ella los somatizalxxi. La somatización es pues una válvula de escape; una manera de digerirlos sin una elaboración psíquica.

En Raquel hay una división –split– entre la realidad y lo ideal, entre la razón y los sentimientoslxxii, entre la vida profesional y la familiarlxxiii. Esta separación del mundo en dos partes incompatibles, se asemeja a una herida que no puede cicatrizarse lo cual, dificulta una percepción global y matizada de la realidad y al mismo tiempo transforma su percepción deformándolalxxiv.

Raquel presenta síntomas claros de depresiónlxxv, melancolíalxxvi e incluso pensamientos de suicidio y de muertelxxvii. Ella siente que efectivamente algo no iba bien en ella, que necesitaba con urgencia una ayuda profesionallxxviii. Así Raquel va a consultar dos psiquiatras, abandonando el tratamiento al poco de empezarlxxix. Raquel se cierra las puertas que pudieran abrirle nuevos horizontes o perspectivas. Se cierra en una actitud más bien defensiva bajo el pretexto de conocer la causa de lo que le pasabalxxx.

Raquel presenta gran dificultad para situarse en la relación con los demás; es como si ella se ausentara de la escena dejando ésta para el otro. De alguna manera, Raquel está ausente en la relación con los otros; es como si ella no existieralxxxi. Con ello, evitaba tomar posición ante los demás. Raquel evitaba ante todo y sobre todo el abandono del otro y, sin embargo, tal como profecía autorrealizadora, el abandono acababa sucediendo; lo que sumía a Raquel en un vacío profundo. Raquel buscaba llenar un vacío existencial, el que guiaba todas sus acciones. Este tema del vacío, aunque no verbalizado claramente, aparece en forma de sueñolxxxii.

A pesar de toda la actividad de Raquel –que la mantenía ocupada– y de todo su estilo de vida «liberal»lxxxiii en donde predominaba la ida y venida de mucha gente convirtiendo su casa de verano en una especie de comunalxxxiv permisiva, Raquel estaba solalxxxv. Ella se aísla cada más y este aislamiento se reflejaba a todos los niveles: amigoslxxxvi, trabajolxxxvii. Su aislamiento viene de ella pero también desde el exterior de ellalxxxviii. Sin embargo su soledad databa de mucho tiempo, y ello se veía claramente en su sus esfuerzos por desempeñar los roles de madre y padre a la vezlxxxix, aunque al final no desempeñara ninguno en concreto. A pesar de su soledad, ella concebía el ser humano como un ente aisladoxc. Esta concepción viene de su propia dificultad a ser ella misma cuando está con otros; en cuanto está con otros, como por ejemplo sus hijos, una parte de ella la deja de lado. Es como si ella se desdoblara, se desdibujara para ocupar el papel de madrexci. El problema parece ser el hecho de su única dimensión que no era ni exterior ni interior, sino un vacío, una nada. Raquel no se otorgó ningún momento para ella en donde pudiera restaurar la barrera entre interior y exterior pudiendo así introducir un orden en su vida. De ahí probablemente su proprio sentimiento de vacío. Raquel vivía en una especie de errancia ya que siempre estaba en el exterior de la casa, ocupada ya sea en su trabajoxcii, ya sea en su hijaxciii.

La soledad de Raquel habla más bien de un retiro del mundo, de un situarse a parte, al margen de éste. Este retiro se refleja en su idea de vivir en un paréntesisxciv, en una especie de estado de hibernaciónxcv. Raquel estuvo durante una buena parte de su vida en una especie de fuera de juego que la distanciaba del mundo realxcvi. Es como si una parte de su vida estuviera suspendida, fuera del tiempo humanoxcvii. Era un paréntesis oscuro, silencioso y sin horizontesxcviii. Finalmente, el paréntesis en el que Raquel había vivido durante muchos años parecía más bien el habitáculo de una prisión. Raquel estaba atrapada en una única dimensión natural y no podía alcanzar la dimensión humanizante que es la de la mediación, la cultura, la de la intersubjetividad que le hubiera llevado a estar en contacto con el otro de manera diferente a la que ella conocía: la apropiación.

La adicción latente de Raquel pone en evidencia esta dificultad de vivir la vida, de implicarse en ella, de entrar en el juego. Efectivamente, Raquel muestra y verbaliza a lo largo de su libro una relación problemática con determinadas sustancias y actividades. En lo que a las sustancias se refiere, destacan el cánnabis y el alcohol. El problema estaba en la actitud de Raquel, quien utilizaba dichas sustancias para relajarse, dormirxcix, desinhibirse y olvidarc. Su dependencia hacia el alcohol fue creciendo hasta convertirse, durante un tiempo, en su refugioci. Raquel incluso llegó a comprender muy bien cómo y por qué se llega a la toxicomanía puesto que fue lo que a ella le paso viéndose atrapada por la drogacii y de hecho, reconoce en un momento que casi llega a convertirse en alcohólicaciii. La necesidad del alcohol era tan imperiosa que tenía que salir a buscarlo –si no lo tenía– a cualquier hora del día o de la noche aún pagando un precio exhorbitado por dicho productociv. Raquel reconoce ser una toxicómana en potenciacv. Pero además, ella se hace partícipe de la toxicomanía de su hijacvi

En lo que a las actividades respecta, llama la atención no el hecho de trabajar para mantener y sacar adelante a la familia, sino esa especie de trabajar compulsivo, ese trabajar sin descansocvii para mantenerse ocupadacviii y no cuestionarse sobre su vida que ella califica de tristecix. El trabajo, más que una ocupación, parecía una forma de fuga, de huida, de escape ante una situación personal y familiar impregnada de un vacío y falta de una razón para vivir digna y humanamente. La consecuencia era su ausencia. Raquel estaba ausente, fuera de juego, no solamente a nivel familiar sino también personal. El trabajo la mantenía más que ocupada hasta el punto de convertirse en su sola dedicacióncx. Raquel estaba tan ausente que no tenía tiempo ni para dedicárselo a ella mismacxi. Pero en general, en Raquel no es solamente una cuestión de falta de tiempo, sino de un hacer compulsivo sin pensar en ella mismacxii. Así por ejemplo, a pesar de todo lo que paso con su marido y tras la dolorosa separación, ella vuelve con él a petición de Ada.

Raquel vivió durante muchos años una vida febrilcxiii, si parar de hacer cosas ni darse tiempo, sin descanso ni treguacxiv. Vivía en una situación de urgencia continua que le impedía pararsecxv. El mundo de Raquel estaba dominado por la inmediatez de la urgencia del momento presente. La dimensión de lo mediado estaba borrada. Raquel no tenía la posibilidad de pararse y elaborar puesto que no se daba un espacio y un tiempo para ello. Pero ¿elaborar qué? Elaborar ese vacío existencial, ese paréntesis en el que su vida y ella fueron sumergiéndose, ese abandono, esa falta de nexo de unión. Elaborar una narrativa de su vida para que ésta tenga un sentido y una razón de ser propia. En realidad se trataba de elaborar una separación de un mundo inmediato, infantil y sin palabras tan añorado por ellacxvi para entrar en un mundo real y adulto, donde la mediación representa la única vía de acceso al otro, al mundo humanocxvii. Esta dificultad de separación de un mundo inmediato se refleja en la imposibilidad de Raquel de decir nocxviii. El aprendizaje del no conlleva, en la evolución del ser humano, a la elaboración de un momento crucial –turning point– que es el de la separación del mundo simbiótico maternal, ese paraíso terrenal en donde el niño vive en una unión fusional con la madre para así darse la vuelta y entablar relación con el otro, el padre, de una manera más elaborada y madura por mediación del lenguaje. El aprendizaje del no permite al ser el pasaje de un mundo natural inmediato a un mundo humano mediado. En otras palabras, el saber decir no es el primer paso de la emancipación del ser humano; proceso que conlleva su humanización. Sin el aprendizaje del no, dicho proceso corre un serio peligro: el de estancarse en relaciones infantiles.

La obra de Raquel termina con la muerte. No se trata solamente de la muerte de su hija Ada, sino de su propia muerte simbólica manifiesta en ese vivir que era más bien un vegetar. De alguna manera, Raquel no vislumbra el horizonte de lo intersubjetivo; se queda en la verticalidad oscura que la conduce a un pozo vacío que hay que llenar. Así, Raquel, a la muerte de su hija, se aferra a sus dos nietos, todavía de corta edad, pero sobre todo que la necesitaban. Esa sensación de ser necesitada por otro era lo que Raquel buscó constantemente durante su vida sin encontrarlo. A pesar de todos sus esfuerzos, Raquel siguió luchando para llenar un vacío que nunca podrá ser llenado.

La vida de Raquel había estado orientada hacia los demás, sobre todo su hija; de tal manera que cuando los otros desaparecen, ella se queda sin razón de existir; su vida no tiene ya ningún sentidocxix y de ahí su sentimiento de vacío.

Notas

1. Extracto de un escrito de una persona amante en el transcurso de un proceso terapéutico.

2. Alcohólicos anónimos (A.A.), Codependientes anónimos (ACOA).

3. «Imago vocis es el modo de llamar al eco en latín y en griego. En tal juntura se ve perfectamente la unión visión-sonido». (Alvarez e Iglesias, 1997; 285).

4. Aquí he traducido directamente de las versiones francesas e inglesas que dan más fidelidad del cambio de sonidos que hace que Narciso se siente engañado pues ya no es la imago vocis, sino los deseos de Eco los que se manifiestan por esta pequeña alteración de sonidos.

5. Las versiones francesa e inglesas, parecen traducir el término latino coeamus –en su doble sentido de “reunirse en un lugar” y de “unirse amorosamente” (coitus)–, por unirse».

6. Una vez más utilizo las traducciones francesas e inglesas.

7. “Quam sit tibi copia nostri”.

8. “Sit tibi copia nostri”.

Citaciones de la novela

i. «Conocí al que sería mi marido en los exámenes de ingreso a la Escuela. Era uno de los más guapos y arrogantes de cuantos se presentaban; con un estudiado toque de desaliño y, sobre todo, de despiste, como por ejemplo, y fue una de las cosas que me chocaron en él, que llevaba los calcetines de colores diferentes y, naturalmente, los enseñaba para que se lo dijeran y hacerse el sorprendido. Le acompañaba una chica rubia, alta y vistosa que aparentaba ser su novia, y, bajo el brazo, un grueso tomo encuadernado en piel marrón que le mostraba al primero que se lo pedía: resultó ser el cuaderno de apuntes de rincones y edificios de París, ciudad en la que, según él, había pasado los últimos años, preparando su ingreso en arquitectura. Los dibujos tenían calidad y los colores resultaban excelentes, pero el cuaderno era de su padre y él nunca había estado en la bella ciudad del Sena […] a pesar de todo, lo elegí para ser mi marido y el padre de Ada» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 27-28).

ii. «Mi marido era mitómano, lo sabía; mujeriego […] así como ansioso del sexo no siempre ortodoxo […] encantador y maestro de resortes en el arte de enamorar […] fabulador» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 31).

iii. «Buen padre en apariencia, lo fue mucho con Ada durante los primeros años de vida de la niña hasta convertirse en imprescindible. Se la llevaba, siendo bebé, como un juguete precioso […] como si se tratara de una princesa y fardaba; más tarde me enteré de que ligaba gracias a ella, pobrecita, abandonada por su madre nada más nacer… ¡Claro!, a la niña le salían madres voluntarias a montones pensando en la recompensa: el padre. Y por eso, cuando la niña creció y fue prematura en el hablar, muy charlatana y cotilla, a él ya no le hizo tanta gracia y no se la llevaba a pasear con la asiduidad del primer año» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 32).

iv. «En realidad, me sentía tan segura de mi y tan fuerte, que, como una moderna Juana de Arco, di por descontado que aquel guapo muchacho de ojos azules, cabello claro y magnifico estilo, cambiaría en mis manos como si se tratara de arcilla, convirtiéndose en un ser cuasi-perfecto, el mejor engendrador para la hija que soñaba, un marido aceptable y hasta un buen periodista» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 28).

v. «… convirtiéndose en un ser cuasi perfecto, el mejor engendrador para la hija que soñaba, un marido aceptable y hasta un buen periodista» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 28).

vi. «Pero sobre todas las cosas me sentía traicionada en la amistad» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 43).

vii. «Los días que siguieron a aquel momento del despertar a la verdad fueron terribles, me puse enferma, creí morir, supliqué amor…¡y de qué modo! […] Andrea y mi marido aparecieron por la casa algunas horas después de nuestro regreso y alabaron el trabajo que habíamos hecho convirtiendo el que había sido su picadero en hogar para una familia con cuatro niños […] Y cuando a veces se había equivocado al pronunciar mi nombre y decir el suyo, no era una casualidad… Y las desganas amorosas, pues él no era hombre que aguantara muchas cabalgadas… […] De madrugada desperté y me encontré sola. Me vestí y bajé a la playa en busca de mi esposo […] Estaba dentro de su coche; entré, aparentaba dormir, pero pronto, al sentirme, abrió los ojos. Le pregunté con una voz que apenas se oía: ¿Es que no sientes nada por mi, no estás enamorado, no te atraigo como mujer ? ¡No! ¡No! ¡No!… empecé a llorar amargamente… […] Me confesó cruel y llanamente que Andrea le atraía irresistiblemente, pero no de ahora, sino desde hacia años. Si me había dado hijos era porque yo le inspiraba compasión [… ] Sin más, se acostó y se durmió […] Le desperté con caricias y arrumacos que había visto en alguna revista porno –no me importaba comportarme como una prostituta (es lo que el me dijo la primera vez que se me ocurrió)–, y… conseguí que hiciera el amor conmigo… Aún hoy, al cabo de tantos años, me resulta penoso recordarlo, porque una vez hubimos terminado, se levantó y se fue al cuarto de baño a vomitar. Aún hoy se me llenan los ojos de lágrimas y un temblor de humillación recorre mi cuerpo» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 36,37 y 38).

viii. «Aún hoy no puedo explicarme, después de tantos años, cómo fui tan ingenua y crédula. No había pasado ni uno desde que me llevé el gran palo y dejé que me golpeara de nuevo en la misma herida»[Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 46).

ix. «El sexo con él fue tan humillante y decepcionante desde la primera noche, la de bodas, que me habría separado al día siguiente, dando por descontado que ya estaba embarazada después de trece coitos que me dejaron exhausta, tan dolida e insatisfecha […] A pesar de todo, me enamoré de él e intenté ser una buena esposa, achicando mi paso profesional» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 29).

x. «… tardé casi toda mi existencia en superar su abandono y su ausencia» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 131).

xi. «… del pozo en que me había metido el abandono de mi marido» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 69-70).

xii. «… por no mencionar mi estado de ánimo, que no podía ser más lamentable, porque también sufría la vejación de haber sido rechazada como muher y sustituida por otra muy unida a mí» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 43).

xiii. «… separada a los nueve meses de matrimonio –o para ser más exacta, abandonada» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 29).

xiv. «Le deseaba, a pesar de todo […] Aunque mi cerebro martilleaba una y mil veces gritándome que no, mi cuerpo quería estar con el suyo» » [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 37). «Y aún quería a mi marido» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 43).

xv. «Y no éramos una familia nunca lo fuimos en el sentido representativo de la Iglesia ni en el del orden establecido por las normas sociales» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 32).

xvi. «… Andrea […] se metió en mi vida y en mi hogar, cuyos cimientos no eran muy sólidos» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 34).

xvii. «… un terrible sueño que me atormentaba desde que había vuelto a vivir con mi marido. Subía por unas larguísimas escaleras que estaban colocadas en un espacio infinito y cuando llegaba al final de las mismas miraba hacia abajo y sólo veía una enorme cama sobre la que estaba tumbada, desnuda, una mujer de larga melena castaño claro; cuando distinguía su cara, era Ada, y encima había un hombre, haciendo el amor con ella, cuyo rostro nunca veía… Pero la mujer gritaba el nombre de mi marido» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 45).

xviii. «No fue aquel día, sino años más tarde, cuando en una sesión de confidencias en la que intentábamos buscar el origen d sus males, se atrevió a confesarme que su padre se lo había querido hacer con ella. Traducido: Incesto. De modo que esa era la explicación de mi eterna y angustiosa pesadilla» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 165).

xix. «Añoraba al padre de mis hijos […] quizá por lo que él debería haber representado de autoridad y de fuerza, de lo que oficialmente se llama «el cabeza de familia»» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 129).

xx. «… mi familia […] desde la marcha del padre […] empezó a resquebrajarse […] No supo no pude estar en todos los frentes, cubrir los vacíos. ¡Eran tantos…!» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 116).

xxi. «Todos mis esquemas y planteamientos se venían abajo […] pero ahora me encontraba incompleta, porque yo quería una familia tradicional, con papeles diferenciados y asumidos, padre y madre, gestores de la empresa […] Me había fallado uno de los principales accionistas, el padre, que era como el presidente de la compañía, y me sentía incompleta»[Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 43).

xxii. «No supe o no pude estar en todos los frentes, cubrir los vacíos. ¡Eran tantos…! De todos, el que más me preocupaba era el económico, y en ello empleaba todo mi tiempo y relegaba mis aspiraciones profesionales, pero ¡claro!, con ello dejaba sin cubrir otros frentes como el afectivo, el formativo, el psicológico y el sentimental»[Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 116).

xxiii. «Mi padre, con el paso de los años, no tenía nada que ver con el autoritario dictador que fue en mi juventud, y los dejaba hacer. Cuando yo me enfadaba con el por el exceso de permisividad, me contestaba que prefería tenerlos en casa y vigilarlos que no sueltos por ahí […] Y los trataba como amigos, equivocación que yo también cometí» » [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 161,162).

xxiv. «Pero por entonces creía que lo más urgente era proporcionarles una vida material cómoda, que no echaran en falta lo que podrían haber tenido en el seno de una familia tradicional» » [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 54-55).

xxv. «… el planteamiento de amistad que con ella había hecho, como luego con el resto de mis hijos» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 65).

xxvi. «Yo creo, ahora, que el planteamiento de amistad que con ella había hecho, como luego con el resto de mis hijos, estuvo totalmente equivocado» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 65).

xxvii. «… la creencia de que se podía ser amiga y madre a un tiempo» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 56). «… un planteamiento de amistad y compañerismo con ella» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 56). «Una noche fuimos Ada y yo, con un matrimonio amigo mío, a ver la película La Luna, de Bertolucci» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 168).

xxviii. «… Mafalda […] de la edad de Ada y, en principio, amiga suya, aunque luego se convirtiera en mía» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 73).

xxix. «Ada, eso sí, las pocas veces que había salido lo había hecho invitada por alguno de los amigos «comuneros» […] contando con mi permiso y beneplácito» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 79).

xxx. «Alguno de ellos, como Rafa, […] desapareció durante un tiempo de mi panorama y cuando regresó lo hizo dando muchos rodeos y con aires de colegial sorprendido y castigado, para confesar que se había llevado a la niña a la cama. Yo lo sabía porque me lo había dicho ella» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 79).

xxxi. «… Y cuando estaba consiguiendo mi propia redención, Ada rompió el ritmo y me rogó que volviera con su padre… «Que fuéramos una familia otra vez…» La escuché atentamente, pues había empezado a fallar en sus estudios, a dejar de comer y a escribirme largas misivas, que dejaba bajo mi almohada, contándome sus tristezas – la principal, la ausencia de su padre – y el abandono de muchos de sus amigos y condiscípulos […] Conversé con mi esposo y llegamos al acuerdo de intentarlo de nuevo» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 44).

xxxii. «Siempre habíamos hablado con libertad y crudeza y, sin querer, hasta competíamos como mujeres sin que ella entendiera en toda su dimensión mi frustración femenina y el triunfo que para mi suponía gustar más que ella, tan joven, tan hermosa, tan sensual» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 65).

xxxiii. «… Pero no me tenían a mi, que es lo que todos me han reprochado después» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 57).

xxxiv. «A modo de anécdota, diré que como estábamos cerca de uno de sus proveedores, al que como pago de una mercancía anterior había dado un valioso anillo mío, me convenció para ir hasta allí a que me lo devolvieran y pillar algo más para no comerse a pelo el mono durante las primeras horas… Accedí… ¿Estaba loca?» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 169).

xxxv. «… el no haber sabido decir no a rajatabla» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 55).

xxxvi. «… y sentía su fracaso como mío» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 181).

xxxvii. «Empezaba a sentir […] una especie de esclavitud» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 152).

xxxviii. «… e incluso había descubierto unas manchas oscuras con leves puntitos […] Al observar aquellas machas, cada vez más intensas, comencé a darme cuenta de que habían salido en los mismos lugares en donde ella se pinchaba; efectivamente, también me salieron en los tobillos y en la yugular […] eran mis estigmas» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 152-153).

xxxix. «Copio de las notas de un cuaderno de Ada […] esta frase: «mi vida era una amalgama que sólo daba un color […] el color del desamparo». Nunca he adivinado cuál es exactamente, pero lo he hecho mío» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 192).

xl. «… y ser una experta en la adicción, casi tanto como mi hija yonqui. En algunas ocasiones me he considerado una especie de yonqui subliminal» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 82).

xli. «… llegué a convertirla en mito» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 181).

xlii. «… se desvanecían tantas ilusiones depositadas en aquella hija… Recordaba, sin poder remediarlo, cuántas metas le había marcado, alas que siempre llegaba vencedora, aún antes de nacer, cuando le buscaba un nombre y le moldeaba su cara y daba color a sus ojos y vigor a su cerebro y la completaba con un cuerpo esbelto y bien formado y un atractivo especial. Siempre le soñé triunfos y un lugar privilegiado en la vida… fue mi primera creación» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 180-181).

xliii. «… sentía su fracaso como mío» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 181).

xliv. «Empezaba a sentir una mezcla de amor y odio» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 152).

xlv. «Los decepcioné, como a mi misma en lo profesional, pero había elegido un camino incompatible: la familia» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 29).

xlvi. « … se había convertido para mí […] el vivir cotidiano […] en un vegetar» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 192).

xlvii. «… y sin querer, hasta competíamos como mujeres sin que ella entendiera en toda su dimensión mi frustración femenina y el triunfo que para mi suponía gustar más que ella, tan joven, tan hermosa, tan sensual» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 65).

xlviii«Yo creo, ahora, que el planteamiento de amistad que con ella había hecho, como luego con el resto de mis hijos, estuvo totalmente equivocado» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 65).

xlix. «… Ada que no se separaba de mí ni un momento, estaba asustada porque en cierto momento, debido al calor y al disgusto, me dio una lipotimia que me tuvo ausente varios minutos. Su sombra creció, como diría Sartre, cinco veces más que su edad real, y se convirtió en una mujer asustada y burlada» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 36). «Ada se había enterado de todo y fue ella quien no quiso que regresáramos a Madrid» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 38).

l. «Su sombra creció […] cinco veces más que su edad real» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 36).

li. «Nuestro amigo Jorge se convirtió en su segunda sombra, como ya he dicho; la primera era la mía»( Heredia, R. (1998). La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 143).

lii. «Cuando pasó la gravedad tuve que retomar el hilo de mi vida, de mi trabajo. Iba a la clínica a dormir y en cuanto tenia un minuto libre, pero, ¡ay!, ello significaba que la vigilancia había disminuido» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 155). «… el vigilarla sin que ella se diera cuenta» (p. 161). «Si quería vigilarla, tenia que hacerlo personalmente» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 195).

liii. «… mi obsesión por ella» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 156). «Ada me obsesionaba e invadía hasta mis sueños» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 165).

liv. «Era como cuidar a un eterno bebé o a un deficiente físico y psíquico» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 164).

lv. «Lo que no me atreví a confesar es cuanta vida y éxitos profesionales me había costado también, y todo lo que había dejado de hacer, no por su culpa, sino porque mi obsesión por ella, el continuo y extenuante esfuerzo por sacarla del pozo en que se había metido me precipito en el de cabeza» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 156).

lvi. «mi carácter a lo Juana de Arco, salvadora de desahuciados» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 117).

lvii. «… mi carácter a lo Juana de Arco, salvadora de desahuciados. Ya me había ocurrido con mi marido» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 117).

lviii. «Sólo me atrevía a abrazar muy fuerte a mis nietos y a susurrarles que “mamá va a ponerse muy bien; la abuela va a salvarla» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 193-194).

lix. «… yo era consciente de que abandonaba a mis otros hijos, casi los olvidaba» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 152).

lx. «Yo sabía que debía pasar más tiempo con mis hijos […] que debía hablar más con ellos, pero las muchas obligaciones me lo impedían. Veía que alguno se torcía y cuando quería enderezarlo era tarde» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 162).

lxi. «interminable soliloquio sobre lo bueno y lo malo» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 162).

lxii. «Apenas coincidíamos en casa, pues ella llegaba cuando yo salía, y siempre la misma apostilla: «Hija, tenemos que hablar. esta vida que llevas no es posible…» Yo, quizá sin querer saber porque me hacía ilusión de que el peligro había pasado, no concretaba el momento, y ella ni siquiera contestaba, como dando por sentado que no le interesaba demasiado la conversación» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 125).

lxiii. « Pensé una vez más que la culpa era nuestra: de los adultos, padres, educadores, políticos, sociólogos, informadores que habíamos confundido la felicidad con el materialismo; la libertad con el libertinaje…» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 216).

lxiv. «… aquellos que conocí y que llegaban hasta mi casa atraídos por la libertad que yo misma representaba y por la que casi todos, supuestamente, llevábamos años luchando contra viento y marea, en los tiempos duros del franquismo» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 74).

lxv. «Yo había dicho y escrito en muchas ocasiones que estábamos haciendo de nuestros hijos una generación perdida a fuerza de sumergirlos en una sociedad de consumo que no se ganaban con el sudor de sus frentes. Queríamos darles […] cuanto nos había sido negado a nosotros, que éramos la auténtica generación perdida de la posguerra» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 88).

lxvi. «Pero yo paraba poco en casa y no le di importancia al principio, achacando las faltas a mi despiste» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 69). «Empecé a observar que apenas salía de ella, que a pesar del calor utilizaba camisetas o blusas de manga larga y que le había dado por dibujar sorprendentes paisajes y escenas cotidianas […] Venía mucha gente a verla, según me contaban mis amigos y, luego, el resto de mi familia; gente de lo más diversa, desconocidos en su mayoría, algunos guiados por mis sobrinas, amigas suyas y de su edad, amigos de ellas y otros que nadie sabía quiénes eran. No formaban tertulia con los demás y sus visitas eran rápidas y revestidas de urgencia; casi siempre pedían discreción […] La discreción, por supuesto, tenía que ver con su familia, con mi hermana, que ignoraba, como yo, los caminos que recorrían nuestros hijos. Pero ya estaban, de manera irremediable, actuando de camellos» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 75-76). «Empezaron a faltarme objetos de valor, pequeñas joyas, pero sobre todo las que tenían oro, más que piedras; también utensilios de plata, bandejas, ceniceros, marcos y chucherías de esas que antes regalaban cuando uno se casaba; algún dinero del que se tiene en casa para gastos de diario; recibos devueltos de los domiciliados en el banco y cheques, muy bien falsificados, pero no firmados por mí, ante los que me quedaba perpleja y sin saber qué decir al empleado del banco que me aconsejaba que los denunciara… Todo ello, unido como creo que ya he apuntado en otro lugar de este relato, a los olores cítricos podridos, muy peculiares […], el seguir y perseguir esos olores y encontrar su origen en un limón ya casi seco y podrido guardado en los lugares más insólitos de la casa: los cajones de un escritorio de la entrada, un florero con flores secas que decora el cuarto de baño; el cesto de la ropa sucia; cualquier recoveco del armario del cuarto de las niñas…; las bolitas endurecidas de algodón, las cucharillas de café, cuya merma era un misterio, o la forma arqueada del mango de las mismas y la evidente señal de haber sido quemadas por la parte inferior; alguna jeringa de las llamadas de insulina o, sencillamente, el caperuzón que tapa la aguja. Corbatas, cinturones y bufandas, a modo de cintas de goma para resaltar las venas. Objetos no habituales hasta entonces que, naturalmente unidos al confinamiento voluntario en una habitación de la casa, al miedo a salir a la calle por el día y la vigilancia continua por ver si algún coche de policía se detiene ante el portal, más los sobresaltos, aparentemente innecesarios, originados por la presencia de un policía … o simplemente por la luz anaranjada e intermitente de uno de sus vehículos o la sirena de alguno de paso, el no atender las llamadas telefónicas y avisar insistentemente: «¡No estoy si es fulano o mengano o zutano!». El pasar horas encerrada en el cuarto de baño cuando meses antes había que insistir en que cerrara la puerta en lugar tan íntimo; el aparente pudor de no enseñar el cuerpo, aunque el calor fuera agobiante, cuando antes se carecía tanto de él que había que insistir para que no anduviera en pelotas por la casa, todos ellos son motivos más que suficientes para alarmarse o al menos empezar a vigilar. Yo los encontraba raros, pero más bien los achacaba a la edad, a la mala crianza de la juventud en general y las muchas excentricidades que a veces se permite a los hijos en nombre de la modernidad. Y así quedó la cosa, y pasó el verano» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 77-78-79).

lxvii. «Así fue como Andrea se acercó a mí. Se metió en mi vida y en mi hogar […] Durante todo el invierno, siempre que llegaba del trabajo la encontraba en mi casa, con la misma familiaridad que si fuera la suya […]. Hasta Justa, una sirvienta […] se había dado cuenta de que allí pasaba algo […]. Otro personaje entró en escena, un periodista algo más joven que nosotros […] Carlos […] me advirtió un día del rollo que se traían mi prima y mi marido, pero no le hice caso… ¿por qué no podían ser amigos simplemente ? […] !Y pensar que yo no me daba cuenta de nada y hasta me enfadaba con los que me advertían!» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 34-35). «Yo lo había imaginado, me resistía a la constancia de los hechos; lo mismo que sus ausencias, que empezaron de nuevo […] cómo fui tan ingenua y crédula» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 46).

lxviii. «…el no haber sabido encer mi natural timidez y los complejos de inferioridad» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 55).

lxix. «… extrema timidez y porque de mi no me gustaba casi nada, ni siquiera mi voz» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 26).

lxx. «… estuve a punto de convertirme en alcohólica, perdí toda autoestima y acepté como compañero sentimental a un ser profesional y humanamente frustrante, envidioso y con aires de grandeza, acomplejado, en fin… que hizo lo imposible por minar las pocas ilusiones que me quedaban…» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 157).

lxxi. «… en cierto momento, debido al calor y al disgusto, me dio una lipotimia que me tuvo ausente varios minutos» (p. 36). «Mis ánimos no estaban preparados en esta ocasión para aguantar aquel personaje aburrido que recordaba; estaba muy cansada, apenas había dormido y, sí, ¿por qué no decirlo?, la imagen de Ada en la planta de psiquiatría del Ramón y Cajal invadía mi pensamiento. A la media hora, más o menos, de empezar el desayuno, noté que me iba… Una lipotimia hizo que me trasladaran a la habitación» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 171-172).

lxxii. «Le deseaba, a pesar de todo […] Aunque mi cerebro martilleaba una y mil veces gritándome que no, mi cuerpo quería estar con el suyo» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 37).

lxxiii. «Los decepcioné, como a mí misma en lo profesional, pero había elegido un camino incompatible: la familia» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 29).

lxxiv. «Los decepcioné, como a mí misma en lo profesional, pero había elegido un camino incompatible: la familia» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 29).

lxxv. «A medida que pasaban los años comprobaba que eran mis hijos quienes movían los hilos de mi destino y de mi comportamiento. De modo, pues, que yo no era más que una marioneta que cuando quería decidir por sí misma caía en las depresiones más profundas» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 203).

lxxvi. «Dice Machado: “Yo no sé leyendas de antigua alegría/sino historias viejas de melancolía…”. Hago míos estos versos al recordar lo que pasó por aquellos días» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 107).

lxxvii. «Empezaron a palpitarme las sienes y pensé en la muerte como calmante que pusiera fin a ese latido que recorría todo mi cuerpo» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 37). «Aquella noche no pegué ojo, sopesando los pros y los contras de mil ideas que daban vueltas en mi cabeza, sin encontrar solución alguna, y cuando parecía que daba con ella, había de desecharla de inmediato pues no era viable. Fue entonces, quizá, y porque aquella tarde la vi de cerca, que pensé en la muerte; en la suya o en la mía» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 129).

lxxviii. «Estaba lo suficientemente cuerda como para darme cuenta de que necesitaba con urgencia un psiquiatra y, sin dudarlo, pedí hora al mejor de cuantos conocía, un hombre que había tratado a amigos en circunstancias parecidas a la mía» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 45).

lxxix. «Después de varias visitas, el especialista de enfermedades de la piel no encontró explicación para aquellas manchas y ni siquiera pudo achacarlas a mi predisposición antigua a las alergias, en vista de lo cual me mandó a un psiquiatra, del que me cansé al cabo de los meses, después de haberme dejado en su consulta gran cantidad de dinero» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 152). «Volví a la consulta de un psiquiatra, al cabo de unos meses de tratamiento de “aniquilación por sueño inducido”, como le llamo yo, con la consiguiente mengua de mi bolsillo, decidí que o no dormía o lo hacía después de haberme bebido las copas necesarias para caer en estado de inconsciencia» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 166-167).

lxxx. «… como ésa era la causa y yo la conocía, de nada me servían los consejos y tratamientos psiquiátricos» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 203).

lxxxi. «A medida que pasaban los años comprobaba que eran mis hijos quienes movían los hilos de mi destino y de mi comportamiento» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 202).

lxxxii. «… al oír mis gritos, que, como digo, procedían de un terrible sueño […] y cuando yo quería bajar por la escalera, ésta desaparecía y me encontraba en mitad del vacío» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 45). «Apenas dormí dos horas, si dormir se le puede llamar a una pesadilla continua e inconexa, repleta de horrores que yo contemplaba, como siempre, desde lo alto de una larguísima escalera que de repente desaparecía y me dejaba situada en el vacío» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 130).

lxxxiii. «Durante los veranos, mi vieja casa del barrio de Salamanca se convertía , como ya he dicho, en una comuna. Desfilaban por ella los personajes más variopintos» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 71).

lxxxiv. «… mi casa era el refugio de amigos raros, ácratas y disconformes y se convertía en una especie de comuna o fonda de paso donde permanecer unas hornadas hasta que llegara el otoño y cada uno volviera a su puesto y a vestir el uniforme de la disciplina social establecida, al aburrimiento de los despachos y al discurso oficial» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 191).

lxxxv. «Me encontraba sola, hablando conmigo misma, que es la peor de las soluciones a la soledad» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 129).

lxxxvi. «… mis amigos de siempre […] dejaron de visitar mi casa y sólo uno de ellos fue capaz de explicarme la razón, disculpándose como pudo» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 200-201). «… me sentía sola, rechazada» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 202).

lxxxvii. «Estoy, por aquellos días y ya de vuelta a Madrid, hundida moralmente y mal en el trabajo, unas veces porque se cierran medios en los que solía colaborar, otras porque he comenzado a encerrarme en mi circulo, que es oscuro y siniestro, y empiezo a sentir […] frustración» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 179).

lxxxviii. «Me aíslo al mismo tiempo que me aíslan» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 179).

lxxxix. «… mantenedora y responsable de mi familia, como si la hubiera engendrado yo sola» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 173).

xc. «Rara vez pensaba en mí como ente aislado, como ser humano» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 172).

xci. «… me desdibujaba de inmediato para ocupar el lugar de madre» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 172).

xcii. «Pasaba más horas en el palacio de la Carrera de San Jerónimo que en mi casa» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 164).

xciii. «Yo vivía prácticamente en el sanatorio, adonde incluso me había llevado la máquina de escribir» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 151). «Iba a la clínica a dormir y en cuanto tenía un minuto libre» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 155).

xciv. «Empecé a meterme en un paréntesis –es la mejor expresión que he encontrado de lo que ha sido mi vida– […] de más de treinta años» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 55). «… paréntesis, como digo yo, en el que me he pasado media existencia» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 82).

xcv. «… como si hubiera permanecido en un estado de hibernación» (p. 55).

xcvi. «Durante los últimos veinte años de mi vida ha transcurrido como dentro de un paréntesis. Fuera, todo se movía, cambiaba, mis compañeros prosperaban en la profesión, se casaban, algunos más de una vez, o elegían a sus parejas del mismo sexo; otros profesaban en ordenes religiosas, los menos se hacían ricos, y hasta alguno terminó en la cárcel» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 23).

xcvii. «También murieron algunos, pero todos estaban fuera, en la corriente del tiempo, con los acontecimientos visibles en las pantallas de televisión, en las paginas de la prensa escrita, en los oídos de quienes escuchan la radio, en las portadas de los libros» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 23). «… me quedé sola en la barra, con dos copas delante de mí. Entonces recordé quién era, mis obligaciones, mi trabajo, mi realidad en fin. Ya estaba en el paréntesis y empezaba a notarlo. Fuera, el tiempo tenía una dimensión distinta y la realidad toda un matiz diferente» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 133).

xcviii. «… dentro del paréntesis […] todo es oscurantismo, silencio y horizontes de muerte» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 23).

xcix. «… decidí que o no dormía o lo hacía después de haberme bebido las copas necesarias para caer en estado de inconsciencia total» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 165).

c. «Fue en el verano del 68 cuando fumé el primer porro de mi vida y descubrí el whisky, que me hacía olvidar, dormir y, sobre todo, me desinhibía hasta el punto de que hacia cosas inimaginables en estado normal» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 40). «Me levanté a oscuras y a tientas busqué en mi bolso de viaje una botella de whisky que había comprado en el aeropuerto… Y bebí y bebí… y garrapateé, más que escribí, lo que sentía» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 62). «En uno de los establecimientos donde compré canutos hechos de «maría», tomé una jarra de cerveza y me fumé un porro tranquilamente» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 64). «Aquella tarde había llegado antes a mi casa porque tenía trabajo, y no había hecho nada; dispuesta a no tomar ni una copa, y de madrugada casi estaba borracha; dispuesta a no tomar ni uno solo de los somníferos que me recetaba el psiquiatra, y sustituyéndolos por lingotazos de whisky que me hacían perder la noción del tiempo y de mi propia identidad» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 129).

ci. «… y el alcohol, que descubrí tarde, fue durante un tiempo mi refugio y la única manera de olvidar» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 77).

cii. «Me detengo a pensar y encuentro el motivo de que cada cual, con problemas, agujeros en su realidad o complejos, se agarre a la droga que más le guste para resolverlos, o creer resolverlos, que es lo que en principio atrae… hasta que te atrapa. Con esta aparente lucidez me veía como una mala y peligrosa amistad para mi hija» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 65).

cii. i«… estuve a punto de convertirme en alcohólica» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 156).

civ. «Pronto caí en la cuenta de que se me habían acabado el tabaco y el whisky. Fui a un establecimiento cercano a mi casa, de los que no cierran en toda la noche y venden, a precios astronómicos, pequeños vicios» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 173).

cv. «En algunas ocasiones me he considerado una especie de yonqui subliminal» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 82).

cvi. «… y algunas veces que la acompañé – otras he ido yo sola a pillar para remediarle un mono» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 103). «A modo de anécdota, diré que como estábamos cerca de uno de sus proveedores, al que como pago de una mercancía anterior había dado un valioso anillo mío, me convenció para ir hasta allí a que me lo devolvieran y pillar algo más para no comerse a pelo el mono durante las primeras horas… accedí» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 169). «A los dos días Ada se escapó del hospital y tuve que ir a un poblado de gitanos de la avenida de Guadalajara a comprarle una papelina, porque no aguantaba el mono. Como no había chuta de las de insulina, mi padre le preparó la jeringa de cristal» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 172). «Me pidió algo de pasta para ir a pillar y no sólo se la di sino que yo misma la llevé a la avenida Guadalajara» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 192).

cvii. «… trabajar como una mula» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 57).

cviii. «De todas maneras estaba muy ocupada […] tenia mucho trabajo» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 70).

cix. «¡Qué tristeza de vida la que transmitía!» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 57).

cx. «… y me dediqué a trabajar, a decir sí a cuentas faenas me salían al paso, sin tener en cuenta mi porvenir profesional» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 55). «Me dediqué a mi nuevo cometido con todo el ardor profesional posible, asistiendo a sesiones que a veces se prolongaban por espacio de doce horas» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 121-122).

cxi. «Rara vez pensaba en mí» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 172).

cxii. «No tuve en cuenta mi pensamiento, mi cerebro» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 44).

cxiii. «… un ritmo de trabajo febril» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 118).

cxiv. «Sin ir más lejos recordé que a las siete había reunión de la junta directiva de la Asociación de la Prensa, de la que era vicesecretaria. No podía faltar […] A las nueve tenia una entrevista importante con un líder de la oposición y luego una cena en el club Siglo XXI. Y, por supuesto, la cabeza repleta a rebosar con mis asuntos propios» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. pp. 133-134).

cxv. «¡Todo eran problemas! Y por si fuera poco, yo era consciente de que abandonaba a mis otros hijos, casi los olvidaba. Todo lo que se relacionaba con Ada era tan urgente, tan de vida o muerte, que no había posibilidad de elegir» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 152).

cxvi. «Me habría gustado […] no despertar nunca de ser niño» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 157).

cxvii. «Rara vez pensaba en mi […] como ser humano» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 172).

cxviii. «¡Me he reprochado tanto el no haber hablado más con ella, el no haber estado a su lado cuando sus fuerzas flaqueaban para enseñarle a decir no…!» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 43). «… pero reconozco mis culpas […] el no haber sabido decir no a rajatabla» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 55).

cxix. «… Cuando se fue tuve ganas de morir; ¿qué pintaba yo en el mundo?» [Heredia, R. (1998)]. La Agenda de los amigos muertos. Plaza y Janés. Barcelona. p. 216).

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