Isaac Enríquez Pérez
Investigador y escritor, autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos
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¿Cómo será el mundo post-pandémico? ¿En qué condiciones se ingresará a la publicitada “nueva normalidad”? ¿De qué manera impactará la pandemia al conjunto de la vida social, sea a corto, mediano o largo plazo? ¿La vacuna —entronizada corporativa y oficialmente como la única solución— será el elixir ante la crisis epidemiológica global? Son algunas de las preguntas que cabe ventilar a la luz de la construcción de escenarios futuros en condiciones de creciente incertidumbre.
En principio, si la pandemia del Covid-19 es parte o se entrelaza con una crisis sistémica y ecosocietal (https://bit.ly/3l9rJfX) de amplias magnitudes que —en tanto hecho social total (https://bit.ly/3kAjxVA)— cimbra las estructuras, instituciones, hábitos y prácticas de la sociedad contemporánea, la realidad que emerja de ella no será igual al día anterior en que se identificó el primer caso de ese padecimiento en el mundo (17 de noviembre de 2019), ni mucho menos lo será a los días de marzo previos a la imposición del confinamiento global.
Las significaciones de la gran reclusión remiten a que ésta se configuró como un macrofenómeno de alcances globales que no dejó indiferente a ningún habitante del planeta tierra y que éste se conformó —una vez más— como una totalidad sistémica, comprimida, articulada y a la vez diferenciada, en la cual la vida de los habitantes —cualquiera sea su condición socioeconómica o cultural— se encuentra sincronizada. La pandemia nos hizo recordar la cercanía y entreveramiento de los problemas públicos suscitados a miles de kilómetros de distancia, y que éstos tienden a irradiarse conforme se intensifican los procesos de globalización y conforme las relaciones sociales incrementan su densidad transterritorial. Por supuesto, el otro pilar de las significaciones de la pandemia lo representa el hecho constatable de que no a todos afectan por igual las múltiples crisis que se entreveran con la masificación del Covid-19, y que son los ciudadanos de a píe los principales náufragos (https://bit.ly/3ekj5qP) del maremágnum pandémico. Más aún, con la pandemia la estratificación social se exacerbó y muestra su rostro más calamitoso; al tiempo que ésta crisis epidemiológica global arrojó en la cara de la humanidad entera el látigo implacable de las desigualdades extremas.
A las clases sociales de antaño, se sumaron dos nuevas escalas de la estratificación social: la clase trabajadora que tiene las posibilidades de laborar desde casa (home office) y que se insertan en los oficios fundamentados en el conocimiento, la información, los símbolos y las decisiones; y el resto de la clase trabajadora (migrantes indocumentados, empleados dedicados al hacer y mover cosas, empleadas domésticas, comerciantes y empleados en situación de informalidad, repartidores de mercancías y alimentos, etc.) que no tiene la posibilidad real y material de resguardarse del Coronavirus SARS-CoV-2. La grieta y la brecha de la desigualdad no solo se ampliaron con la pandemia, sino que ésta potenciará la exclusión social, la vulnerabilidad y los riesgos. Esos fenómenos ya están aquí desde hace meses y no necesitamos llegar al fin de la crisis sanitaria para que se manifiesten a flor de piel.
El hiperdesempleo acelerado con la pandemia y el confinamiento global —hacia finales de septiembre se registraron 150 millones de puestos de trabajo perdidos en América Latina (https://bit.ly/2Ji8F1t)— no solo ampliará la brecha de la desigualdad, sino que modificará radicalmente el paisaje de las sociedades al ampliarse el foso entre quienes tienen derecho a ser explotados en el campo laboral y quienes son excluidos del mismo. Por su parte, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) prevé la pérdida de 590 millones de empleos en todo el mundo durante el segundo semestre del 2020; lo que se adiciona a los 495 millones de puestos de trabajo a tiempo completo perdidos a lo largo del primer semestre. Por tanto, alrededor de 1085 millones de desempleados se acumularán a lo largo del presente año (https://bit.ly/3fMKhAW). De esa proporción será la magnitud de seres humanos que caerán en el desfiladero de la pobreza: a razón de cuatro miembros por familia dependiente de quien pierde su empleo a tiempo completo, más de 4 340 millones de no lograrán satisfacer sus necesidades elementales.
A raíz de ello, el primer escenario futuro que se plantea para el día después de la pandemia es el de una sociedad depauperada ante la erosión y pérdida del ingreso familiar, así como un avasallamiento sistemático de las clases medias. Lo cual abriría paso a una mayor globalización de la pobreza y a la emergencia de fenómenos como las hambrunas, con efectos letales en el mundo subdesarrollado.
El día después de la pandemia no llegará con la vacuna, pues como hecho social total no se limita a lo estrictamente sanitario. Sus implicaciones profundas son no solo epidemiológicas, sino también geopolíticas, geoeconómicas, laborales, ambientales, educativas, mediáticas, entre otras, que se inscriben en el escenario dado por las cruentas disputas entre las facciones de las élites plutocráticas que se condensaron en la elección presidencial de los Estados Unidos y en el declive de la hegemonía norteamericana (https://bit.ly/36GXQO3). La exposición de las sociedades humanas a las epidemias no cesará con la ansiada vacuna, sino que éstas —conforme se intensifique la contradicción proceso económico/naturaleza—, tenderán a ser recurrentes, frecuentes y más agresivas con el organismo humano. Mientras no cambie radicalmente el patrón de producción y consumo, la exposición de las sociedades humanas respecto a virus zoónicos seguirá latente y el látigo de las epidemias no perderá fuerza.
Más aún, el Coronavirus SARS-CoV-2 llegó para quedarse, estará expuesto a mutaciones constantes y no desaparecerá ni con la vacuna ni con el decreto del fin de la contingencia sanitaria. La vacuna es parte de las decisiones unilaterales que se tomaron para enfrentan esta nueva epidemia, y con ella y su especulación financiera los corporativos globales del big pharma ya logran ganancias. Los subsidios de los Estados juegan un papel crucial en los nuevos procesos de acumulación de capital abiertos con la vacuna; y para ello es fundamental la existencia de amplios contingentes de población enferma y no sana ni muerta. No menos importantes serán los riesgos al aplicarse entre la población estas vacunas transgénicas.
La cortedad de miras no solo prevalecerá con esta apuesta por la vacuna, sino también con la misma obstinación de no afianzar estrategias sanitarias de prevención y políticas públicas que atiendan las causas profundas de las recurrentes epidemias, y que se relacionan con el estilo de vida y con el patrón de acumulación de las sociedades contemporáneas. Estas limitaciones pueden exacerbar la misma crisis de legitimidad de los Estados (https://bit.ly/3aPdgBL), que ante la pandemia se muestran inoperantes y postrados (https://bit.ly/2Z3YYre), así como indispuestos para incentivar la cooperación internacional (https://bit.ly/3lu3o47). De ahí que el colapso civilizatorio (https: //bit.ly/3mY2sXo) acelerado con el manejo de la pandemia, no cesará tras el fin de la crisis epidemiológica global, sino que será exacerbado y llevado a su más acabada expresión conforme la sociedad capitalista no revierta las promesas incumplidas del liberalismo y conforme el Estado asediado por el fundamentalismo de mercado no sea capaz de resolver los problemas más inmediatos de los ciudadanos de a píe.
La sociedad post-pandémica será una preñada por la mayor incidencia de la incertidumbre en la vida de las sociedades humanas. Ni los individuos, ni los Estados tendrán control pleno sobre los aspectos más inmediatos que les atañen, ni sobre su cotidianidad, decisiones y acciones. De ahí que el ámbito de la toma de decisiones también se modificará sustancialmente (https://bit.ly/3j7iwmV) y estará más expuesto a la volatilidad y a la imprevisibilidad; especialmente en aquellas sociedades laceradas por el subdesarrollo, la dependencia y la exclusión social. Con la emergencia del Estado sanitizante inoculado de la ideología del higienismo, adquiere relevancia el tema de los cuidados y de la salud, pero al cambiar el conjunto de la vida social y la naturaleza de los problemas públicos, cambiará también la forma de tomar las decisiones. Ello comienza a perfilarse con un Estado más intrusivo en la vida de los ciudadanos a través del despliegue de dispositivos incisivos de control del cuerpo, la mente, la conciencia y la intimidad de esos ciudadanos invadidos por el miedo o por la indiferencia. Este Estado hobbesiano pretenderá restablecer su legitimidad erosionada desde hace cinco décadas, y los efectos de esa nueva ideología del higienismo se sentirán a lo largo de varios años más, alterándose con ello las formas hacer, pensar, imaginar, fabular y soñar.
El día después de la pandemia evidenciará si la gran reclusión fue útil para que las sociedades emprendiesen cambios provechosos en sus formas de organización social, o si solo fue un paréntesis que dejará intacto el statu quo y sus principales contradicciones. La misma vida de los ciudadanos de a píe o se modifica a raíz de la serie de rupturas históricas condensadas a lo largo del 2020, o será de nueva cuenta una vida anquilosada en la indiferencia, el individualismo hedonista y en el social-conformismo. Ello estará en función de la relevancia que para cada sociedad asuma la espiritualidad (https://bit.ly/36r1nkI), la cultura política y el ejercicio del pensamiento utópico. Sin esas mínimas herramientas, la peor de las condenas será que todo siga igual en cuanto a las condiciones de vida y bienestar, que los mismos ciudadanos perpetúen su excesos con el patrón de producción y consumo imperante, y que los dispositivos sistemáticos de avasallamiento de la clase trabajadora se impongan sin reparo y sin resistencia creativa. Solo la imaginación creadora y la capacidad para proyectar el futuro contribuirán a remontar la lápida que se cierne con la pandemia y con sus múltiples implicaciones estructurales, sistémicas, coyunturales, cotidianas y familiares.
En suma, el día después de la pandemia no será el mismo al que se vivió a lo largo del año 2019 —o antes—, ni se recuperará la normalidad de esa época; mucho menos se instaurará sin contradicciones y aspavientos una “nueva normalidad” como regularmente se perfila desde los mass media. El mundo post-pandémico será el mundo del vértigo de la incertidumbre y del entrelazamiento de recurrentes crisis en múltiples esferas de la vida social. Escapar de ello impone la urgencia de pensar en tiempo real (https://bit.ly/3of8X82), de desentrañar el carácter inédito de esta pandemia (https://bit.ly/2VvSGiF) y de desplegar nuevas formas de organizar a la sociedad para modificar las estructuras de poder, dominación y riqueza que hasta la fecha se despliegan y encubren los intereses creados.
Por gentileza de Alainet