‘El feminismo está reconceptualizando el internacionalismo desde la práctica’

Juliana Hernández y Julià Martí entrevistan a Verónica Gago, militante del colectivo NiUnaMenos
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Verónica forma parte del colectivo argentino NiUnaMenos en Buenos Aires, ciudad en la que tomó parte en las acciones feministas contra la cumbre del G20. Estudió Ciencia Política y se doctoró en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires, donde actualmente da clases de Economía Internacional. El próximo martes 19 llegará a Hika Ateneo (Bilbao) para participar en un encuentro organizado por Feministalde, que busca seguir tejiendo mimbres hacia un nuevo internacionalismo feminista. En plena ola reaccionaria frente a la potencia de este movimiento -representada en el estado español por el discurso antifeminista de VOX- Verónica Gago reflexiona sobre las claves para consolidar las redes feministas en clave global.

Para comenzar, ¿nos puedes contar tu análisis del neoliberalismo en América Latina y los debates que existen hoy en día?

Tenemos que pensar en qué sentido el neoliberalismo ha persistido en nuestra región a la vez que ha mutado; creo que sólo así podemos entender de qué manera retorna, si queremos usar esa palabra demasiado lineal; o en qué sentido hoy el neoliberalismo requiere de una micropolítica fascista para establecerse en este momento. Creo que esto nos pone otro realismo político para decir de qué hablamos cuando hablamos de neoliberalismo, y qué horizonte le ponemos a una situación para caracterizarla como posneoliberal y/o antineoliberal.

En particular, me preocupa cómo problematizamos lo que fueron los mecanismos llamados de inclusión social. La inclusión dada por la dinámica del consumo a través del endeudamiento masivo y generalizado tiene una cantidad de problemas que no podemos dejar de ver, sobre todo pensando cómo esa capilaridad del endeudamiento y de los dispositivos financieros hoy estructuran las economías domésticas y lo cotidiano. Hoy son las finanzas las encargadas de endeudar ese deseo, privatizarlo, ajustarlo y someterlo a tasas de interés altísimas. Entonces, creo que ahí se arma otro mapa tanto para leer a qué le llamamos neoliberalismo y cuáles fueron las dinámicas de la región, como para pensar qué sostiene hoy este nivel de avance neoliberal en nuestra región.

En tu análisis de la economía popular en Argentina, ¿qué elementos destacarías para la construcción de alternativas?

Los movimientos sociales cuestionaron a qué se le llamaba trabajo, qué tipo de dignidad te daba el trabajo cuando el trabajo era precario, de mierda, etcétera. Pensar qué sería construir formas de trabajo autogestionado sin patrón, sin tener un modelo perfecto anticapitalista, alternativo, de qué implica eso en condiciones de despojo, de crisis, de fragilidad en todos los territorios, y a la vez lanzarse a hacer eso y negociar recursos con el Estado desde la autonomía, complejizando esa noción.

Es un proceso que viene del movimiento piquetero, que además fue un movimiento fuertemente feminizado. El empuje de esos movimientos, de abrir el confinamiento del hogar cuando el “jefe” (entre comillas) de familia caía en desgracia, fue de las mujeres y desde las mujeres, que armaron los comedores, las guarderías, que empezaron a hacer todos estos emprendimientos en el barrio, y esa infraestructura social es la que después posibilitó el corte de ruta como mecanismo político de mucho impacto público. Creo que hoy muchas de las compañeras de la economía popular son las hijas de las piqueteras, así en términos de trayectoria generacional, de experiencia acumulada.

Mi hipótesis es que se puede trazar esa genealogía y poner de relieve en las economías populares los vectores de radicalidad que tienen que ver con los elementos de insubordinación antisexista, anticlasista y antiracista que no pueden ser aplacados. No será un modelo alternativo perfecto, con un programa anticapitalista de manual, pero sí está habiendo un territorio en el que se disputa, por ejemplo, cuál es el trabajo remunerado y cuál es el trabajo históricamente invisibilizado y no remunerado y donde se combate la moralización de la pobreza por parte de quienes impulsan las economías de la obediencia, hoy con fuerte incidencia de las iglesias.

Además del movimiento piquetero, ¿qué otros procesos han permitido hoy esta explosión de la marea verde en Argentina y también a nivel latinoamericano y mundial?

En la Argentina hay tres líneas muy importantes. Además del movimiento piquetero que mencionábamos, está la trayectoria del Encuentro Nacional de Mujeres que es algo bastante singular y lleva más de tres décadas. Allí se ha ido acumulando experiencia, ha sido un espacio de pedagogía feminista popular para muchas generaciones, que se mantiene como cosa ritualizada pero al mismo tiempo muy porosa y muy permeable a lo que van planteando las diversas coyunturas.

La tercera es Madres y Abuelas de Plaza de Mayo: la genealogía que hace que los derechos humanos en Argentina no sean liberales, a diferencia de muchos otros lugares del mundo. Se trata de una lucha histórica protagonizada por mujeres pero que ahora también se están releyendo en clave feminista, ahora las Madres están diciendo “nos damos cuenta de que éramos feministas”. Entonces, también me parece una cosa increíble de ver el movimiento por el cual las luchas de cada época permiten a las luchas anteriores repensarse, redefinirse y reinscribirse en una genealogía más amplia.

Agrego que esta conexión de Madres y Abuelas es muy importante porque todo el tiempo ellas abrieron la discusión sobre qué significa producir justicia, y eso las llevó en cada momento a buscar aliarse con otras luchas. Ahí hay una zona de contacto muy importante con el movimiento feminista, que también abre de nuevo la idea de la justicia. Tanto para la discusión con la justicia patriarcal, como por el desafío de pensar qué otros tipos de justicia se hacen posibles, deseables, imaginables, en cuestiones que tienen que ver con abusos, acosos y violencias machistas. ¿Cómo se piensa una reparación que no es puramente institucional? ¿Cuál es el vínculo entre injusticia y condena social? Se trata de reabrir también lo que plantearon en su momento los escraches contra los genocidas sueltos: “si no hay justicia, hay escrache”, una consigna que es parte de un dispositivo colectivo para construir condena social, popular, barrial.

A nivel de América Latina son muy importantes todas las dinámicas de lucha contra los emprendimientos neoextractivos. Eso abre toda la discusión, que las compañeras de Centro América comenzaron llamando la dimensión del cuerpo-territorio, como la ampliación del cuerpo ya no entendido en términos individuales, del confín de lo individual, de los límites de derecho individual, sino la ampliación del cuerpo en términos extensos con un territorio. Creo que ahí, a nivel de la región, hay otra dinámica que hoy está nutriendo, hilando, produciendo otras imágenes y otro vocabulario para el feminismo.

¿Cómo se ha construido o se busca la pluralidad dentro del movimiento feminista?

Hoy esta capacidad de construir transversalidad tiene que ver con formas de ir produciendo proximidad entre luchas muy distintas: entre luchas migrantes; de las trabajadoras; compañeras que están en los sindicatos; en las universidades; en las escuelas secundarias; en las villas y que te dicen “acá no es que tenga que llegar el feminismo, nosotras hacemos feminismo villero”. El feminismo dejó de ser una exterioridad que se relaciona con “otrxs”, para ser tomado en cada uno de estos territorios como clave para leer el conflicto en el territorio.

Una cuestión importante que pone el feminismo es que nadie está afuera de un territorio, nadie carece de territorio, todas estamos situadas y, a la vez, plantea el cuerpo como un cuerpo-territorio. Entonces, eso es lo que problematiza cierta idea de solidaridad que implica siempre un grado de exterioridad en la que vos te vas a solidarizar con alguien cuyo conflicto no se vincula a vos.

¿Cómo ves el próximo 8 de marzo, cómo ves esto que a veces se llama una nueva ola global, qué retos plantea?

La dimensión del internacionalismo, de lo global, ha sido muy importante para el feminismo y está reconceptualizando qué entendemos por internacionalismo, abriendo ese interrogante desde la práctica. Porque me parece que los modelos anteriores de internacionalismo eran una estructura que homogeneizaba las experiencias de distintos lugares, y ahora creo que hay algo que para mí se podría definir con la pregunta: ¿cómo el internacionalismo hoy se siente como fuerza concreta en cada lucha?

Se abre la discusión acá sobre la cuestión del aborto y de repente eso da fuerza en una cantidad de países inesperados para que planteen la discusión; y la cuestión del aborto justamente desbordada en esta clave de no solo derecho individual sino de quiénes son las que mueren por abortos, quiénes pagan, quiénes no pagan, quiénes legislan sobre nosotros, en qué sentido quieren mantener ese poder de legislación sobre nuestros cuerpos, qué instituciones protagonizan la contraofensiva, etc. Esa expansión de la problemática, los discursos y las prácticas en relación al aborto es indisociable del tejido político de los paros internacionales y del impulso internacionalista que inauguró.

Me impresiona mucho que los paros, tomados y reinventados por el movimiento feminista, abrieron una posibilidad de investigación concreta y transnacional. Hay una diferencia muy fuerte con el sindicato que te dice “bueno, parás” y ya sabés que tenés que hacer, qué significa y cómo se va a medir el resultado de eso, y además a quiénes interpelan. Es diferente cuando al paro lo convoca el movimiento feminista diciendo “trabajadoras somos todas”, entonces cada colectivo, cada compañera tiene que decir, bueno en qué sentido trabajo, cómo trabajo, cuánto, quién lo reconoce. Se abre una experiencia muy práctica de pensar a qué le llamamos trabajo, cuál es el reconocido, cuál no, cómo estamos hoy produciendo valor, cómo aparece la economía del cuidado. Es decir, un montón de discusiones muy importantes se ponen en términos prácticos, desde la experiencia cotidiana.

En esta idea de un nuevo internacionalismo, ¿cómo habría que articularlo?

Yo creo que tiene los dos planos, que puede ser de resonancia, que no es solamente espontáneo pero sí hay una especie de efecto de repercusión, de compartir imágenes, textos, consignas, de reconocerte en algo de otra lucha que te habla a vos. Es un tipo de conexión por afectación diría. Y luego el otro plano es cómo lo vamos estructurando, con redes, de manera de estar en contacto sostenido, de dar cuenta de una acumulación de saber y de poder nuestro que no es el modo de acumulación político clásico. Diría un tipo de conexión que nos permita hacernos cargo de nuestras fuerzas y también cuidarlas.

Creo que no se puede dejar de ver la triple contraofensiva que se nos dirige: militar, financiera y religiosa. Está directamente respondiendo a la fuerza de desestabilización del feminismo. Lo que pasa es que lo que intentan es señalar esa relación pero en clave de culpabilización. Por ejemplo, eso en Brasil es muy claro. Ahí les decían: “el #EleNão terminó favoreciendo el triunfo de Bolsonaro”, culpabilizando las manifestaciones de #EleNão y también por el asesinato de Marielle Franco cuando fueron las más masivas de Brasil del último tiempo. El intento de culpabilización me parece que es muy fuerte y sobre eso viene la criminalización.

Lo que digo es cómo pensar formas de consolidar este internacionalismo que nos permita hacernos cargo de nuestras fuerzas a nivel global, y a la vez cuidarlas frente a esta contraofensiva que también es global. Tenemos que pensar también mecanismos de autodefensa, porque el nivel de ataque está siendo cada vez peor, cada vez más brutal, y me parece que esa es una pregunta para el internacionalismo de nuevo tipo.

Por gentileza de La Haine