El lenguaje onírico

Miranda Fëz
Psicóloga

Los modelos organizadores

Los seres humanos actuamos y respondemos no en función de la realidad como tal, sino de la interpretación que hacemos de dicha realidad. Existe, por lo tanto, una realidad independiente de nuestras interpretaciones: la realidad objetiva, y una realidad que depende de la interpretación que hagamos de ésta: la realidad subjetiva. Dicha interpretación se halla mediada por nuestra personal manera de percibir el mundo y de conceder arbitrariamente mayor o menor relevancia a los datos contenidos en la información procedente del entorno, lo cual, a su vez, está determinado en gran medida por los sistemas de interpretación que utiliza la cultura a la cual pertenecemos.

La actividad intelectual nos conduce a elaborar sistemas coherentes de interpretación, es decir, sistemas representativos no isomórficos de la realidad que den cuenta del universo y sus fenómenos. Dichos sistemas orientan nuestras percepciones y la selección que hacemos de los datos provenientes del entorno, de manera que elaboramos explicaciones y organizamos nuestras acciones no en función de los hechos de la realidad objetiva, sino en función de cómo éstos se reflejan en nuestros modelos representativos.

Dichas acciones o conductas constituyen un caso particular de intercambio entre el mundo exterior y el sujeto, pero a diferencia de los intercambios fisiológicos, que son de orden material e implican una transformación interna de los cuerpos que se enfrentan, las conductas psicológicas son de orden funcional y operan a distancias cada vez mayores en el espacio y en el tiempo, siguiendo trayectorias cada vez más complejas.

La asimilación mental, como conducta psicológica, puede definirse como la incorporación de los objetos del mundo a los esquemas de la conducta, o, por decirlo de otra manera, la incorporación de la información del medio a través del filtro impuesto por las limitaciones del desarrollo cognitivo del individuo y sus conocimientos previos, lo cual supone siempre una cierta deformación de dicha información. La asimilación interactúa dialécticamente con la acomodación, que es la modificación de los instrumentos de conocimiento que realiza el sujeto para adaptarlos a las nuevas necesidades del medio.

Dicho proceso, como obviamente puede deducirse de lo expuesto, no está exento de dificultades. El funcionamiento cognitivo se apoya en unas constantes del pensamiento que se hallan en el inconsciente cognitivo; el «estudio de la evolución que sufren con el tiempo los sistemas representativos del universo próximo al sujeto nos pueden informar de las características de su realidad subjetiva en diferentes momentos del desarrollo y de algunos aspectos interesantes de su funcionamiento intelectual.» (Moreno, 1988)

Puesto que los datos del entorno son limitados, seleccionamos para construir nuestros modelos aquellos que son más fáciles y notorios, obviando los otros. Por otra parte, el hecho de que la percepción no nos informe suficientemente nos obliga a realizar inferencias para interpretar el mundo. La coherencia interna que caracteriza a los modelos representativos así elaborados, y que es superior a la que tiene en relación con los hechos de la realidad objetiva, evidencia que la realidad subjetiva se impone a la objetiva, lo cual es una característica tanto del pensamiento del niño como del adulto, aspecto que se manifiesta en las teorías precientíficas utilizadas en la explicación de determinados fenómenos.

«Precisamente para entender cómo funciona dicho pensamiento y se construye el conocimiento de la realidad, es necesario comprender la manera de pensar de una persona, saber qué factores o elementos tiene en cuenta y considera relevantes, qué valor o significado les atribuye y qué consecuencias o implicaciones tienen para esta persona los significados atribuidos, lo cual es lo mismo que decir que hay saber cómo relaciona todo esto […] qué conclusiones extrae de las relaciones que establece» (ibídem) y cuáles son las conductas que desarrolla.

Conciencia y pensamiento

Sin embargo, el pensamiento no funciona en abstracto, requiere de un substrato biológico —el cerebro— y de las condiciones que sobre esta estructura fundamental permiten la aparición y desarrollo de la conciencia. La capacidad de abstracción es por tanto producto de complejos procesos neurofisiológicos y psicológicos, y es lo que define al ser humano como tal. Capacidad de abstracción y de simbolización son fenómenos estrechamente unidos. El ser humano es de hecho un animal simbólico, y su actividad simbólica puede mostrarnos cómo estructura el mundo y conocer cómo piensa, y de este modo establecer la existencia en los procesos mentales, tanto individuales como colectivos, de modelos organizadores como sistemas de integración y ordenamiento de datos, significados e implicaciones, cuya función es dar coherencia al pensamiento y al comportamiento, y sentido a la realidad.

Pensamiento y lenguaje

Pero a la capacidad de abstracción y de simbolización se añade un elemento fundamental: el lenguaje, ya sea en su forma visual —imágenes— o verbal —expresión oral y escrita—. ¿Qué relación existe entre abstracción, simbolización y lenguaje? ¿Es este último producto de los primeros, o viceversa? Considero que estos aspectos evolucionaron paralelamente y no podrían existir el uno sin el otro. En un principio seguramente existía una representación basada en imágenes, es decir, el hombre podía evocar y reconstruir mentalmente aspectos de la realidad aunque éstos no se hallaran presentes —y expresarlos, como se pone de manifiesto en el arte prehistórico—. De esta manera los humanos primitivos podían abstraerse del mundo y construir sus primeros modelos organizadores. A medida que pensamiento abstracto y lenguaje evolucionaron, la necesidad de comunicarse con sus congéneres y de encontrar formas más «pragmáticas» de hacerlo —formas de expresión más directas, breves e inmediatas— hicieron que las imágenes se redujeran a palabras que representaran estas imágenes. Así, la imagen isomórfica de la realidad fue cediendo paso al símbolo, el cual adquirió al mismo tiempo una traducción verbal. El lenguaje devino así en algo «pragmático y funcional» y permitió a los seres humanos comunicarse y referirse a objetos y fenómenos de la realidad, tanto presentes como no presentes. Un pensamiento que evolucionara junto con ese tipo de lenguaje eficaz y eficiente tenía todas las posibilidades de experimentar un rápido desarrollo.

Mente y lenguaje evolucionaron juntos, pero subyaciendo a todo ello, el lenguaje eterno de la imagen persistió y persiste representando lo más ancestral y simbólico, lo que aflora en el arte, en los sueños, en los pensamientos más profundos e íntimos… Los seres humanos podríamos haber desarrollado otros lenguajes y otras formas de pensar, pero debido a las leyes de la «selección natural» sólo desarrollamos uno, el más adapatativo. Sin embargo, abstracción y simbolización nos distancian de la realidad, de ahí que estemos cada vez más alejados de la naturaleza a la cual pertenecemos. La realidad es en sí misma una realidad simbólica, una construcción humana que quizás no tenga nada que ver con lo que en verdad es dicha realidad. Parafraseando a Freud, probablemente la pérdida de contacto con la naturaleza es el precio que el ser humano debe pagar por haber desarrollado una inteligencia.

Sea como fuere, lo que es evidente es que pensamiento y lenguaje son inescindibles, y que ambos fenómenos no pueden prescindir de las imágenes, que están en el fondo de todos los procesos —porque al final una palabra es en esencia una imagen—. Quizás por eso hoy en día tenga tanta relevancia la imagen ¿Estaremos desarrollando una nueva forma de lenguaje y pensamiento? ¿Se producirá de este modo un salto cualitativo en la evolución de éstos? Tal vez simplemente sea una forma de volver a los orígenes, al momento en que el ser humano y la naturaleza eran un todo integrado y existía un contacto íntimo entre el hombre y todas las cosas y los seres, contacto que permitía «sentirlos», experimentar «emociones» y desarrollar «empatía»».

Los sueños como lenguaje

Todos estos aspectos han de considerarse seriamente y traducirse en hipótesis pasibles de ser confirmadas o rechazadas. Por lo que concierne al presente trabajo, la idea básica es considerar los sueños como un lenguaje interno del ser humano —lenguaje de imágenes y verbal— que integra tanto elementos de representación visual no isomórfica de la realidad como elaboraciones simbólicas.

Según Piaget, una imagen onírica es una imagen mental que hace psicológicamente presente algo que perceptivamente no lo está, característica que le confiere la calidad de símbolo. Para Freud las imágenes internas, entre ellas las oníricas, se relacionan con su significado de forma indirecta o figurativa y tienen una naturaleza simbólica de la cual generalmente el sujeto no es consciente. Ambos autores coinciden en que la imagen onírica es un símbolo, y como tal, indica algo que está más allá de sí misma y que trasciende la experiencia personal del individuo (Furth, 1992).

Freud denominó sueño manifiesto a los contenidos oníricos que un sujeto recuerda al despertar y que son producto del trabajo onírico, actividad inconsciente desarrollada sobre el contenido latente del sueño. El contenido latente actúa en dos direcciones, en una de ellas se relaciona con la actividad consciente y las experiencias del estado de vigilia, y en otra se relaciona con la actividad inconsciente, que puede expresarse a través de él como deseo reprimido satisfecho.

La satisfacción de dicho deseo, sin embargo, no es admitida por la conciencia del sujeto y generaría un nivel de ansiedad que despertaría al durmiente si no mediara el trabajo onírico, que transforma el contenido latente en actividad onírica y sueño manifiesto, es decir, en satisfacción disfrazada, asumible para la conciencia, del deseo reprimido.

El trabajo onírico no se ciñe al principio de realidad y por lo tanto no se rige por las leyes de la lógica o la razón, abriendo las puertas a un mundo de infinitas realizaciones fantásticas. Freud distinguió dos tendencias del trabajo onírico: el desplazamiento y la condensación. El desplazamiento implica transformaciones espaciotemporales y situacionales, y en especial la disociación entre el afecto y la imagen correspondiente a éste, y las inversiones cualitativas y cuantitativas. La condensación, por su parte, implica que una imagen onírica abarque el todo y tenga múltiples significados (Laplanche, 1996).

La interpretación psicológica ocupa la franja que media entre la verdad objetiva del símbolo y la exigencia situacional de quien vive ese símbolo, aspecto en el cual también interviene en distinto grado la tendencia subjetiva del intérprete. Es en este momento en el que los símbolos, aparte de su carácter universal, pasan a sobredeterminarse con sentidos secundarios, aleatorios, accidentales y transitorios relacionados con variables contextuales. La espada, por ejemplo, sin dejar de poseer un sentido objetivo, tendrá un significado secundario que podrá incluso aparecer como principal en un momento dado según el modelo mental organizador del sujeto. El símbolo toma de esta manera distintos valores y dificulta la interpretación, porque aparte del sentido del objeto simbólico se deben considerar las razones que llevan a transformar dicho sentido según las características de personalidad del individuo y del contexto.

Posiblemente los mitos y gran parte de los símbolos arquetípicos son al mismo tiempo narraciones distorsionadas de hechos históricos y de ideas acerca del mundo y sus fenómenos y una expresión de los conflictos elementales del ser humano; y quizás configuren una manifestación psicológica de lo individual en relación con lo colectivo y contextual en un momento histórico determinado. Las similitudes, la continuidad de lo simbólico y lo arquetípico vendrían dadas por la similitud y continuidad de las características biológicas y psicológicas del ser humano —tanto a nivel individual como colectivo—, que se traducen en respuestas similares ante estímulos contextuales parecidos, y por la utilidad psicológica de la función adaptativa de dichas respuestas a lo largo de la historia de la humanidad.

Conclusiones

Atendiendo a lo expresado, el recuerdo de los elementos que conforman el sueño —especialmente las imágenes— representaría el sueño manifiesto, el contenido del cual, por su naturaleza simbólica y expresiva se equipara al lenguaje. Las imágenes y símbolos que el sujeto utiliza para configurar dicho lenguaje puede mostrarnos —como expresé antes— cómo estructura el mundo y conocer cómo piensa, y de este modo establecer la existencia en los procesos mentales, tanto individuales como colectivos, de modelos organizadores como sistemas de integración y ordenamiento de datos, significados e implicaciones, cuya función es dar coherencia al pensamiento y al comportamiento, y sentido a la realidad.

La detección a partir del lenguaje onírico, de la existencia de modelos organizadores comunes relacionados con determinadas características de personalidad permitirían afirmar que el contenido simbólico de los sueños manifiestos se relacionan con características de personalidad y formas de funcionamiento psicológico diferentes y tienen valor informativo y diagnóstico de dichas características y formas de funcionamiento, tanto en la normalidad como en la patología. Sin duda un interesante tema de estudio para quien o quienes se animen a desarrollarlo.

Referencias bibliográficas

CAPA. F. (1999): La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos. Málaga: Sirio.
FURT, H. G. (1992): El conocimiento como deseo. Un ensayo sobre Piaget y Freud. Madrid: Alianza.
LAPLANCHE, J.; PONTALIS, J. B. (1996); Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Paidós.



el lenguaje onírico

MIRANDA FËZ
psicóloga

los modelos organizadores

Los seres humanos actuamos y respondemos no en función de la realidad como tal, sino de la interpretación que hacemos de dicha realidad. Existe, por lo tanto, una realidad independiente de nuestras interpretaciones: la realidad objetiva, y una realidad que depende de la interpretación que hagamos de ésta: la realidad subjetiva. Dicha interpretación se halla mediada por nuestra personal manera de percibir el mundo y de conceder arbitrariamente mayor o menor relevancia a los datos contenidos en la información procedente del entorno, lo cual, a su vez, está determinado en gran medida por los sistemas de interpretación que utiliza la cultura a la cual pertenecemos.

La actividad intelectual nos conduce a elaborar sistemas coherentes de interpretación, es decir, sistemas representativos no isomórficos de la realidad que den cuenta del universo y sus fenómenos. Dichos sistemas orientan nuestras percepciones y la selección que hacemos de los datos provenientes del entorno, de manera que elaboramos explicaciones y organizamos nuestras acciones no en función de los hechos de la realidad objetiva, sino en función de cómo éstos se reflejan en nuestros modelos representativos.

Dichas acciones o conductas constituyen un caso particular de intercambio entre el mundo exterior y el sujeto, pero a diferencia de los intercambios fisiológicos, que son de orden material e implican una transformación interna de los cuerpos que se enfrentan, las conductas psicológicas son de orden funcional y operan a distancias cada vez mayores en el espacio y en el tiempo, siguiendo trayectorias cada vez más complejas.

La asimilación mental, como conducta psicológica, puede definirse como la incorporación de los objetos del mundo a los esquemas de la conducta, o, por decirlo de otra manera, la incorporación de la información del medio a través del filtro impuesto por las limitaciones del desarrollo cognitivo del individuo y sus conocimientos previos, lo cual supone siempre una cierta deformación de dicha información. La asimilación interactúa dialécticamente con la acomodación, que es la modificación de los instrumentos de conocimiento que realiza el sujeto para adaptarlos a las nuevas necesidades del medio.

Dicho proceso, como obviamente puede deducirse de lo expuesto, no está exento de dificultades. El funcionamiento cognitivo se apoya en unas constantes del pensamiento que se hallan en el inconsciente cognitivo; el «estudio de la evolución que sufren con el tiempo los sistemas representativos del universo próximo al sujeto nos pueden informar de las características de su realidad subjetiva en diferentes momentos del desarrollo y de algunos aspectos interesantes de su funcionamiento intelectual.» (Moreno, 1988)

Puesto que los datos del entorno son limitados, seleccionamos para construir nuestros modelos aquellos que son más fáciles y notorios, obviando los otros. Por otra parte, el hecho de que la percepción no nos informe suficientemente nos obliga a realizar inferencias para interpretar el mundo. La coherencia interna que caracteriza a los modelos representativos así elaborados, y que es superior a la que tiene en relación con los hechos de la realidad objetiva, evidencia que la realidad subjetiva se impone a la objetiva, lo cual es una característica tanto del pensamiento del niño como del adulto, aspecto que se manifiesta en las teorías precientíficas utilizadas en la explicación de determinados fenómenos.

«Precisamente para entender cómo funciona dicho pensamiento y se construye el conocimiento de la realidad, es necesario comprender la manera de pensar de una persona, saber qué factores o elementos tiene en cuenta y considera relevantes, qué valor o significado les atribuye y qué consecuencias o implicaciones tienen para esta persona los significados atribuidos, lo cual es lo mismo que decir que hay saber cómo relaciona todo esto […] qué conclusiones extrae de las relaciones que establece» (ibídem) y cuáles son las conductas que desarrolla.

conciencia y pensamiento

Sin embargo, el pensamiento no funciona en abstracto, requiere de un substrato biológico —el cerebro— y de las condiciones que sobre esta estructura fundamental permiten la aparición y desarrollo de la conciencia. La capacidad de abstracción es por tanto producto de complejos procesos neurofisiológicos y psicológicos, y es lo que define al ser humano como tal. Capacidad de abstracción y de simbolización son fenómenos estrechamente unidos. El ser humano es de hecho un animal simbólico, y su actividad simbólica puede mostrarnos cómo estructura el mundo y conocer cómo piensa, y de este modo establecer la existencia en los procesos mentales, tanto individuales como colectivos, de modelos organizadores como sistemas de integración y ordenamiento de datos, significados e implicaciones, cuya función es dar coherencia al pensamiento y al comportamiento, y sentido a la realidad.

pensamiento y lenguaje

Pero a la capacidad de abstracción y de simbolización se añade un elemento fundamental: el lenguaje, ya sea en su forma visual —imágenes— o verbal —expresión oral y escrita—. ¿Qué relación existe entre abstracción, simbolización y lenguaje? ¿Es este último producto de los primeros, o viceversa? Considero que estos aspectos evolucionaron paralelamente y no podrían existir el uno sin el otro. En un principio seguramente existía una representación basada en imágenes, es decir, el hombre podía evocar y reconstruir mentalmente aspectos de la realidad aunque éstos no se hallaran presentes —y expresarlos, como se pone de manifiesto en el arte prehistórico—. De esta manera los humanos primitivos podían abstraerse del mundo y construir sus primeros modelos organizadores. A medida que pensamiento abstracto y lenguaje evolucionaron, la necesidad de comunicarse con sus congéneres y de encontrar formas más «pragmáticas» de hacerlo —formas de expresión más directas, breves e inmediatas— hicieron que las imágenes se redujeran a palabras que representaran estas imágenes. Así, la imagen isomórfica de la realidad fue cediendo paso al símbolo, el cual adquirió al mismo tiempo una traducción verbal. El lenguaje devino así en algo «pragmático y funcional» y permitió a los seres humanos comunicarse y referirse a objetos y fenómenos de la realidad, tanto presentes como no presentes. Un pensamiento que evolucionara junto con ese tipo de lenguaje eficaz y eficiente tenía todas las posibilidades de experimentar un rápido desarrollo.

Mente y lenguaje evolucionaron juntos, pero subyaciendo a todo ello, el lenguaje eterno de la imagen persistió y persiste representando lo más ancestral y simbólico, lo que aflora en el arte, en los sueños, en los pensamientos más profundos e íntimos… Los seres humanos podríamos haber desarrollado otros lenguajes y otras formas de pensar, pero debido a las leyes de la «selección natural» sólo desarrollamos uno, el más adapatativo. Sin embargo, abstracción y simbolización nos distancian de la realidad, de ahí que estemos cada vez más alejados de la naturaleza a la cual pertenecemos. La realidad es en sí misma una realidad simbólica, una construcción humana que quizás no tenga nada que ver con lo que en verdad es dicha realidad. Parafraseando a Freud, probablemente la pérdida de contacto con la naturaleza es el precio que el ser humano debe pagar por haber desarrollado una inteligencia.

Sea como fuere, lo que es evidente es que pensamiento y lenguaje son inescindibles, y que ambos fenómenos no pueden prescindir de las imágenes, que están en el fondo de todos los procesos —porque al final una palabra es en esencia una imagen—. Quizás por eso hoy en día tenga tanta relevancia la imagen ¿Estaremos desarrollando una nueva forma de lenguaje y pensamiento? ¿Se producirá de este modo un salto cualitativo en la evolución de éstos? Tal vez simplemente sea una forma de volver a los orígenes, al momento en que el ser humano y la naturaleza eran un todo integrado y existía un contacto íntimo entre el hombre y todas las cosas y los seres, contacto que permitía «sentirlos», experimentar «emociones» y desarrollar «empatía»».

los sueños como lenguaje

Todos estos aspectos han de considerarse seriamente y traducirse en hipótesis pasibles de ser confirmadas o rechazadas. Por lo que concierne al presente trabajo, la idea básica es considerar los sueños como un lenguaje interno del ser humano —lenguaje de imágenes y verbal— que integra tanto elementos de representación visual isomórfica de la realidad como elaboraciones simbólicas.

Según Piaget, una imagen onírica es una imagen mental que hace psicológicamente presente algo que perceptivamente no lo está, característica que le confiere la calidad de símbolo. Para Freud las imágenes internas, entre ellas las oníricas, se relacionan con su significado de forma indirecta o figurativa y tienen una naturaleza simbólica de la cual generalmente el sujeto no es consciente. Ambos autores coinciden en que la imagen onírica es un símbolo, y como tal, indica algo que está más allá de sí misma y que trasciende la experiencia personal del individuo (Furth, 1992).

Freud denominó sueño manifiesto a los contenidos oníricos que un sujeto recuerda al despertar y que son producto del trabajo onírico, actividad inconsciente desarrollada sobre el contenido latente del sueño. El contenido latente actúa en dos direcciones, en una de ellas se relaciona con la actividad consciente y las experiencias del estado de vigilia, y en otra se relaciona con la actividad inconsciente, que puede expresarse a través de él como deseo reprimido satisfecho.

La satisfacción de dicho deseo, sin embargo, no es admitida por la conciencia del sujeto y generaría un nivel de ansiedad que despertaría al durmiente si no mediara el trabajo onírico, que transforma el contenido latente en actividad onírica y sueño manifiesto, es decir, en satisfacción disfrazada, asumible para la conciencia, del deseo reprimido.

El trabajo onírico no se ciñe al principio de realidad y por lo tanto no se rige por las leyes de la lógica o la razón, abriendo las puertas a un mundo de infinitas realizaciones fantásticas. Freud distinguió dos tendencias del trabajo onírico: el desplazamiento y la condensación. El desplazamiento implica transformaciones espaciotemporales y situacionales, y en especial la disociación entre el afecto y la imagen correspondiente a éste, y las inversiones cualitativas y cuantitativas. La condensación, por su parte, implica que una imagen onírica abarque el todo y tenga múltiples significados (Laplanche, 1996).

La interpretación psicológica ocupa la franja que media entre la verdad objetiva del símbolo y la exigencia situacional de quien vive ese símbolo, aspecto en el cual también interviene en distinto grado la tendencia subjetiva del intérprete. Es en este momento en el que los símbolos, aparte de su carácter universal, pasan a sobredeterminarse con sentidos secundarios, aleatorios, accidentales y transitorios relacionados con variables contextuales. La espada, por ejemplo, sin dejar de poseer un sentido objetivo, tendrá un significado secundario que podrá incluso aparecer como principal en un momento dado según el modelo mental organizador del sujeto. El símbolo toma de esta manera distintos valores y dificulta la interpretación, porque aparte del sentido del objeto simbólico se deben considerar las razones que llevan a transformar dicho sentido según las características de personalidad del individuo y del contexto.

Posiblemente los mitos y gran parte de los símbolos arquetípicos son al mismo tiempo narraciones distorsionadas de hechos históricos y de ideas acerca del mundo y sus fenómenos y una expresión de los conflictos elementales del ser humano; y quizás configuren una manifestación psicológica de lo individual en relación con lo colectivo y contextual en un momento histórico determinado. Las similitudes, la continuidad de lo simbólico y lo arquetípico vendrían dadas por la similitud y continuidad de las características biológicas y psicológicas del ser humano —tanto a nivel individual como colectivo—, que se traducen en respuestas similares ante estímulos contextuales parecidos, y por la utilidad psicológica de la función adaptativa de dichas respuestas a lo largo de la historia de la humanidad.

Conclusiones

Atendiendo a lo expresado, el recuerdo de los elementos que conforman el sueño —especialmente las imágenes— representaría el sueño manifiesto, el contenido del cual, por su naturaleza simbólica y expresiva se equipara al lenguaje. Las imágenes y símbolos que el sujeto utiliza para configurar dicho lenguaje puede mostrarnos —como expresé antes— cómo estructura el mundo y conocer cómo piensa, y de este modo establecer la existencia en los procesos mentales, tanto individuales como colectivos, de modelos organizadores como sistemas de integración y ordenamiento de datos, significados e implicaciones, cuya función es dar coherencia al pensamiento y al comportamiento, y sentido a la realidad.

La detección a partir del lenguaje onírico, de la existencia de modelos organizadores comunes relacionados con determinadas características de personalidad permitirían afirmar que el contenido simbólico de los sueños manifiestos se relacionan con características de personalidad y formas de funcionamiento psicológico diferentes y tienen valor informativo y diagnóstico de dichas características y formas de funcionamiento, tanto en la normalidad como en la patología. Sin duda un interesante tema de estudio para quien o quienes se animen a desarrollarlo.

referencias

CAPA. F. La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos. Sirio, Málaga, 1999.
FURT, H.G. El conocimiento como deseo. Un ensayo sobre Piaget y Freud. Alianza, Madrid, 1992.
LAPLANCHE, J.; PONTALIS, J.B. Diccionario de Psicoanálisis. Paidós, Barcelona, 1996.