El otro, el enemigo, lo otro

Yago Franco
Psicoanalista y escritor de textos psicoanalíticos y ensayos. Miembro titular del Colegio de Psicoanalistas de Argentina y director de MAGMA, grupo inspirado en la obra de Cornelius Castoriadis (www.magma-net.com.ar) y dedicado a la obra de dicho autor.

Nota: Este texto fue leído en la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo. Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares, el 12-06-2015, en la mesa “Tiempos de intolerancia en la escena política actual. Los unos y los otros”, elaborado a partir de una viñeta clínica. La misma se refiere a la consulta de una pareja en la cual la intransigencia frente a las diferencias políticas (kirchnerismo vs. macrismo) pone en riesgo su convivencia.


De entre las cenizas

Esta pareja me hizo recordar a otra, de ribetes mucho más dramáticos, pero entiendo que con la cual guarda elementos en común. Se trata de la pareja protagónica de la película alemana conocida aquí como Ave Fénix (Phoenix en el original). Que fue dirigida por Christian Petzold, quien junto con Harun Farocki adaptó el libro El regreso desde las cenizas.

Muy sucintamente: la historia transcurre en la Berlín de posguerra, ocupada por tropas aliadas y soviéticas. Nelly Lenz regresa de un campo de concentración con su rostro desfigurado: las balas lo han destruido. Sucesivas operaciones intentan volverlo al estado original.

Está desesperada por encontrar a quien fue su marido. Nelly, como una suerte de muerta-viva, como un alma en pena, camina entre los escombros de Berlín.

Entre los cuales finalmente lo encontrará. Para su sorpresa y angustia abismal, él no la reconoce. Ella ha sido cantante, él pianista. Él —observando el parecido con su mujer, de quien está seguro que sucumbió en el campo— le propone un pacto: que se haga pasar por aquélla, que podrá cobrar la herencia que le corresponde por haber sido aniquilada toda su familia, herencia de la cual promete darle una parte. Para ella, es hacerse pasar por sí misma.

Ella acepta. Lo hace creyendo que en algún momento él advertirá que ella es ella. Esto no ocurrirá.

Johnny la viste con las ropas de su mujer, le da su maquillaje, sus zapatos, le enseña a caminar como ella. Quiere transformar a Nelly en Nelly. El director de la película admite que se inspiró en Vértigo, de Hitchcock. Llamada De entre los muertos en algunos países. A Nelly la amiga que la ha traído del lager le dirá que Johnny la entregó para salvar su propia vida y que ahora pretende quedarse con su cuantiosa herencia. Ella duda, no puede creerlo. Dice: “No hubiera sobrevivido sin él, cada día de mi cautiverio pensé en Johnny”.

Él —cuando ve que está prácticamente igual a ella— le va a proponer entonces que protagonice una escena: que se haga pasar por ella —es decir, por ella misma— y regrese, regreso  en  el cual  será  recibida  por  él y viejos conocidos —que serán víctimas del engaño— en la estación de tren. La idea es revivir a la cantante, volver al ruedo, lucrar con el regreso inesperado e insospechado de la gran artista. Esto dará un giro inesperado en el final de la película —uno de esos finales, tal vez el mejor que haya visto en el cine, que no voy a revelar—. En el medio de la trama, su cuidadora, la que la trae desde el campo, que no sabe qué hacer luego de semejante catástrofe, dónde ir, de qué se podría tratar su vida, y viendo la tragedia en la cual su amiga está sumida, desconocida por el amor de su vida, que quiere explotarla y que antes la entregó a los nazis, su cuidadora, ante lo insoportable, se suicida. Ve el abismo y se arroja al mismo. Al caos, al sin fondo del sinsentido absoluto que encuentra al final de la guerra y el exterminio.

Se preguntarán qué tiene que ver esto con las cuestiones que hoy nos reúnen. Tiene todo que ver.

Intolerancia, psique y sociedad

Pero antes de continuar les voy a comentar mi propósito: recorrer las raíces, tanto psíquicas como histórico sociales, que favorecen la intolerancia. Que voy a retomar ubicándola dentro de los modos en los cuales el otro puede ser integrado a la vida psíquica. O no. Porque una cuestión fundamental es que el otro puede no estar integrado a la vida psíquica. Es decir, cuando el otro es lo otro, eso familiar tornado en siniestro que asoma en el rostro del otro transfigurándolo, como le ocurre a Nelly Lenz. Como a los judíos, a los palestinos, en su momento a los armenios, o a los negros, a los integrantes de los pueblos originarios de América, o a quienes fueron transformados en desaparecidos. Por cierto, y por suerte, no es lo que nos convoca hoy en esta reunión. Pero forma parte de las gradaciones que hacen que el otro pueda pasar de ser adversario a enemigo —por lo tanto alguien a quien no se tolera— para finalmente —pero no fatalmente— devenir en lo otro, y ya no ser sencillamente no tolerado, sino exterminado.

Hablaba de mi intención de recorrer aquello que desde la psique y desde lo histórico social puede favorecer que el otro sea intolerable: agrego ahora, por haber devenido enemigo. No crean lo intolerable sino que son fundamentos sobre los cuales esto puede advenir, cuestión que va a depender de factores sociológicos, históricos y políticos.

Con respecto a María y José —los integrantes de la pareja de la viñeta—, tengo sobre todo preguntas: si lo que les ocurre muestra los efectos de la pertenencia a un colectivo —por un accidente en la historia de éste— y además por las formas actuales de la cultura. Dejaré también abierta la pregunta acerca de si hubiera quedado ubicada su problemática —la intransigencia— en otro lugar de no haber existido cierto estado de lo colectivo. ¿La intransigencia acontece por la convivencia, que desencadena una suerte de contienda narcisista entre ambos que ven amenazadas cuestiones identitarias depositadas en este caso en cuestiones ideológicas? Tal vez, quizá. Me interesa subrayar lo identitario.

Caso extremo el que la película Ave Fénix relata, sin embargo encuentro en su singularidad una posibilidad de abordar lo que puede acontecer en un colectivo social cuando se produce un fading, un desvanecimiento de las significaciones que lo mantenían unido —aun en el conflicto—. En su singularidad se podría abordar una generalidad. Nos vamos acercando a las preocupaciones que aquí hoy nos reúnen. Los unos y los otros, la intolerancia.

Repeticiones, diferencias

Argentina es un lugar habituado a encontrarse frente a situaciones en las cuales el sentido colectivo sucumbe: está demasiado acostumbrada a enfrentarse a lo real, aquello que el sentido vela. Hay una recurrencia de episodios de crisis de las significaciones colectivas, crisis que han producido siempre un impacto en los sujetos, muchas veces más allá de la clase o grupo social de pertenencia.

Los episodios han sido variados y se extienden a lo largo de la historia y tienen presencia también en su prehistoria. Pero sus efectos han sido diversos, encontrando diferencias en las repeticiones. Las crisis simbólicas colectivas generan efectos inanticipables, produciendo consecuencias en los sujetos, que a su vez no son generalizables. Lo cierto es que no se sale de éstas sin alguna alteración. Del lado del sujeto, generará una urgencia en encontrar significaciones estabilizadoras, que reintegren el sentido perdido. Y esto es urgente porque el desamparo simbólico en el cual queda el colectivo suele replicarse a nivel individual.

Vengo sosteniendo que dichos estados de desamparo deben pensarse como ubicados más allá del malestar en la cultura. Algo diferenciado del malestar. Mientras el malestar está relacionado con la renuncia pulsional, el más allá tiene que ver con el desamparo. Cada fading o alteración profunda del sentido colectivo, deja a los sujetos y a la sociedad frente a lo real, por lo tanto frente al desamparo. Se produce de modo momentáneo o duradero la pérdida del bienestar mínimo que la sociedad debe producir para que vivir en ella tenga sentido.

La cuestión es cómo se sale de ese estado. Anticipo algo que enseguida retomaré: nuestro último accidente simbólico, con la caída de significaciones centrales de la sociedad, es el que tuvo lugar a partir de diciembre de 2001, que arrojó a muchos sujetos más allá del malestar cultural. Y considero que el tratar los temas que nos han sido propuestos hoy, no puede llevarse a cabo sin considerar que venimos de ese accidente en el tejido simbólico, y que estamos viendo las formas que adoptó la salida del mismo. Digo formas porque han sido variadas. Pero estas tampoco pueden analizarse sin considerar las condiciones actuales de la cultura. Una encrucijada por cierto compleja.

Unitarios o federales, rosistas o antirosistas, irigoyenistas o anti-irigoyenistas, peronistas o antiperonistas, kirchneristas o antikirchneristas. No se trataría de los unos y los otros, sino de los unos o los otros. Desde la prehistoria y los orígenes de este país ha estado presente la división que genera dos campos que suelen acaparar el sentido colectivo. Y casi siempre esto ha sido precedido de episodios de fading de significaciones colectivas. Seguidos de la imposición de una lógica de dos términos: estar con uno o con el otro. Campos exclusivos y excluyentes de lo social.

Diferencia y alteridad

Decía que la última claudicación de sentido fue la ocurrida a fines del año 2001;  ésta fue precedida de una década durante la cual se fue produciendo de modo insidioso una ruptura importante del tejido social a raíz de la destitución de lugares de apoyo importantes para el psiquismo de los sujetos, tarea ya iniciada durante la última dictadura. Se terminaron de socavar instituidos que llevaban décadas de presencia y, o no vinieron otros en su lugar, o lo hicieron formas destructivas del sentido colectivo. De hecho surge una nueva categoría: la de los excluidos. Ya no pobres, ni proletarios: excluidos.

Como bien sabemos, esto estalla a finales del año 2001. Y durante un tiempo todo parece colapsar. La economía, la moneda, el trabajo, también los poderes del Estado. Esto produjo muy diversos efectos por ser lugares de apoyo para el psiquismo en sus diversos registros: hemos visto así efectos desestructurantes, tanto individuales —con un incremento notable de patologías somáticas, crisis identificatorias, depresiones, etc.— como grupales, institucionales, familiares. Pero al mismo tiempo emergieron nuevos modos de sociabilidad: piqueteros, clubes de trueque, fábricas recuperadas, asambleas barriales. Luego de un período de aparente estabilidad —durante el cual esos nuevos modos irán eclipsándose por distintas razones— todo se tensará a principios de 2008: a partir de allí dos significaciones se harán presentes, antagónicas, y de un lado quedan unos, del otro, los otros. Y se tratará a partir de allí de los unos o los otros.

Por supuesto que estoy realizando un análisis por fuera del cual quedan muchos elementos: no estoy hablando de organizaciones políticas y sus proyectos, sino de lo que late entre los sujetos. Y si bien en esta contienda hay algunas ideas que parecen diferenciar a ambos proyectos —que a mi entender son muy pocas—, se produce en muchos casos una suerte de atrincheramiento como el que aparece en la viñeta clínica. Pero también en instituciones, en grupos, en familias, entre amigos, etc. O se está con uno o se está con el otro. El otro está siempre en el límite de convertirse en enemigo, ya no adversario.

Sabemos por Freud de la existencia de actos anímicos sociales y también narcisistas. Esta diferencia me parece crucial. El narcisismo —en el límite— implica la abolición de la alteridad.

Entre las malas noticias que trajo el psicoanálisis, está la de la presencia de una asociabilidad en el origen del sujeto. El mundo exterior nace con la proyección masiva del odio por la diferencia que se produce al interior del aparato psíquico debido a la presencia de la experiencia de dolor, la cual cuestiona la mismidad del narcisismo originario. El displacer contradice lo Uno, esa unidad narcisística originaria que no puede darle lugar y debe expulsarlo fuera del aparato. Así, lo primero que da lugar al advenimiento de una diferenciación con el otro es el odio, esa proyección originaria de un aspecto de la psique. El otro queda alojado en ese lugar, allí nacerá. Mejor dicho: no se trata en ese momento del otro, sino de lo otro. El otro, la alteridad, es una adquisición que se producirá a lo largo de la infancia. Y habitará en un espacio de ambivalencia, siempre frágil: no podemos ser sin ese otro, y al mismo ese otro es nuestro infierno (Sartre), nuestra principal fuente de malestar, pero también de bienestar, es uno de los destinos del placer (Aulagnier). El alter, el otro, implica siempre un cuestionamiento de lo idéntico, abre una brecha en el narcisismo.

La alteridad implica discriminación (mala palabra en esta época) entre el yo y el otro, que nacen al mismo tiempo. Discriminación que lejos de implicar rechazo (aunque siempre está ese riesgo) obliga a integrarlo a la vida psíquica: como ayudante, objeto, modelo, adversario… El efecto en el psiquismo de las diferencias sexuales anatómicas vendrá a complejizar y profundizar la cuestión del sujeto y el otro.

Ahora bien: que el otro sea otro no significa que llegado el caso yo no luche contra éste. Si enarbolo significaciones de autonomía, es decir, de libertad, igualdad, justicia, etc., lucharé contra aquellos proyectos que lo contradigan, y enfrentaré las dictaduras, la opresión, la explotación, el terrorismo estatal, etc. Y no estoy obligado a tolerar a quien no me tolera. Así el otro estará integrado a la vida psíquica ya no como adversario sino como enemigo. Este pasaje se produce cuando el otro se convierte en una amenaza a la identidad. Pero no solamente: también sucede cuando es una amenaza para lo autoconservativo. Es decir, para la vida, también para las condiciones de vida.

En ese sentido, no es necesariamente negativo que haya nosotros y otros: estos aún están integrados a la vida psíquica. El límite de esta integración es el enemigo. Luego vendrá lo otro. Lo que hoy  nos reúne remite, a mi entender, al establecimiento de la lógica del enemigo, que es necesariamente binaria. “Al amigo todo, al enemigo ni justicia” (Perón).

Unos y otros y la cultura actual

Todo lo dicho hasta ahora se produce además en una cultura moldeada y dominada por una significación. El “siempre más”, el dominio racional —pseudo racional— sobre todos los aspectos de la vida y su consecuencia: la promesa del Otro de que lo ilimitado puede ser posible. La exigencia de que el sujeto sea ilimitado: “sé ilimitado” decía hace poco una publicidad de una empresa de telefonía móvil.  Lo que desde el psicoanálisis entendemos como la promesa de que la castración podría ser abolida, y que tiene tanto éxito porque satisface las tendencias más profundas del psiquismo.

La castración entendida en este caso como el límite al narcisismo, que implica, por lo tanto, los límites y el cuestionamiento que el otro produce al sujeto.

La lógica narcisista se hace predominante en esta cultura, que la facilita, mediante sus imperativos de consumo, goce, felicidad, juventud, etc. Esto se superpone, en el caso de nuestro país, con las vicisitudes que describí previamente: las repeticiones de los unos o los otros.
Pero a esto debemos agregar además la presencia insidiosa, penetrante y permanente de los medios masivos de comunicación, que intentan formatear la realidad y el psiquismo de los sujetos de acuerdo a los intereses de las grandes corporaciones y del Estado mismo. Finalmente, la aceleración de la temporalidad que sabemos que es un ataque a la capacidad reflexiva de los sujetos: produce el pasaje de la reflexión al reflejo.

Antes de terminar, quiero resaltar lo siguiente. Y es que esto que nos ocupa hoy no es lo único que está presente, aunque predomina.  Es más: entiendo que hay una trampa en la cual es fácil caer, y que es favorecida por el goteo constante que hacen los medios de comunicación masiva predominantes, que trazan dos campos excluyentes. Porque resulta que hay quienes no están ni con unos ni con otros, y pueden cuestionar que haya dos y que no pueda haber multiplicidad. Por ejemplo, es observable una tendencia al funcionamiento asambleario a partir de los años 2001/2002: hay una clara facilitación a agruparse para realizar reclamos de toda índole, algo inexistente previamente. También está la existencia, en medio de lo que intenta ocuparlo todo, de proyectos políticos diversos, ya sea desde las organizaciones de izquierda que intentan diferenciarse críticamente de unos y otros, del trabajo en las fábricas recuperadas, como también de las asambleas socioambientales que han logrado en muchos casos imponer su punto de vista sobre los llamados representantes del pueblo. Me detengo en esto último. Hay  territorios en los que se expulsó a empresas con proyectos de minería a cielo abierto a punto de instalarse: esto ha ocurrido en localidades de Chubut, Neuquén, Mendoza, La Rioja, y Catamarca. En Jachal (San Juan) se ha frenado un emprendimiento uranífero. Y se lograron leyes prohibitivas en Chubut, Río Negro, La Rioja, Tucumán, La Pampa, Mendoza, Córdoba, San Luis. La lucha socio ambiental también logró imponer la llamada «Ley de Glaciares» [1]. En este último caso se da un entrecruzamiento entre los procedimientos de democracia representativa y la democracia directa.

Esto quiere decir que tras los unos y los otros, hay vida, hay formas políticas diferenciadas, otras lógicas de los lazos, que por ahora ocupan un lugar marginal, cuando no inexistente, en los medios masivos y por lo tanto en el conocimiento de la población. Esos son los verdaderos otros.

Notas

1. Información sistematizada por Germán Ciari.

Por gentileza de El psicoanalítico