Héctor Illueca
Vicepresidente segundo de la Generalitat Valenciana | España
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La guerra de Ucrania se ha convertido en el parteaguas de un mundo nuevo que se hace legible ante nuestros ojos. EEUU ha utilizado el conflicto para impulsar una recomposición del bloque occidental, subordinando a sus aliados europeos desde el punto de vista político y militar. La UE ha devenido en el brazo político de la OTAN y su autonomía estratégica se ha reducido hasta extremos que parecían impensables. Lo fundamental, a mi juicio, es la derrota de Alemania, cuya estrategia económica se ha visto dramáticamente frustrada en apenas unos meses, provocando un inmenso vacío de poder en el seno de la UE. EEUU ha movido ficha para defender su hegemonía y ha sacrificado a los países europeos como si fueran peones en una partida de ajedrez. De fondo, como importantes analistas vienen advirtiendo, aparece la posibilidad real de escalada militar en una guerra que Rusia no puede perder y la OTAN no puede ganar. El complejo militar-industrial que denunció el presidente Eisenhower concentra cada día más poder, dirige las operaciones y condiciona la política mundial.
Definitivamente, el mundo ya no es el que era, y la mejor prueba de ello son los efectos de las sanciones económicas impuestas por Occidente, muy limitados en Rusia pero masivos en el territorio UE. Al principio, se dijo que la confiscación de las reservas de oro y de divisas de Rusia provocaría un derrumbamiento del rublo, pero la verdad es que el rublo está batiendo récords e incluso el Banco Central de Rusia ha podido bajar los tipos de interés. También se dijo que las sanciones a las exportaciones de petróleo y gas harían que se hundiera la economía rusa, pero la verdad es que han alimentado un proceso inflacionario en todo el mundo que está haciendo que Rusia reciba más ingresos que nunca por las exportaciones de energía.
La agricultura y la industria rusas se están adaptando a las sanciones y son cada vez más autosuficientes, reorientándose hacia China para encontrar nuevas vías de desarrollo. La multipolaridad económica y social se está transformando en multipolaridad política, ofreciendo alternativas a todos los países para buscar su propio camino. Desde que se impusieron las sanciones, India, Pakistán y China se han convertido en los principales clientes de Rusia, y América latina dirige su mirada hacia este nuevo mundo que nace.
Mientras tanto, Europa ha caído en una trampa mortal y se enfrenta a dilemas que van a marcar su futuro. La inflación golpea ya las clases populares, y todo hace pensar que los tipos de interés van a seguir subiendo en un contexto de elevados niveles de deuda, tanto pública como privada, a causa de la pandemia. De confirmarse esta tendencia, la subida de tipos podría poner en aprietos a los países más endeudados, multiplicando los riesgos de que se produzcan insolvencias que podrían desencadenar una crisis financiera. Ya ha habido algunos avisos en los mercados, y el BCE ha reaccionado a la desesperada creando un nuevo programa de rescate con condicionalidad opaca denominado Instrumento para la Protección de la Transmisión (TPI por sus siglas en inglés). Y aún hay más: la sombra de una recesión anunciada por casi todos se proyecta sobre las economías europeas, añadiendo el problema del paro a un escenario que ha sido calificado, con razón, como una «tormenta perfecta«. Arrastrada por EEUU, la UE se ha metido en un inmenso atolladero que compromete su futuro inmediato y pone en riesgo la existencia del proyecto europeo.
La pregunta surge inmediatamente a la vista de los acontecimientos: ¿Por qué? ¿Cómo es posible que los gobiernos europeos hayan aceptado una estrategia que perjudica gravemente a sus propias poblaciones? Para responder a esta pregunta debemos mirar de frente a una verdad incómoda que casi siempre permanece oculta: en la actualidad, Europa no es más que un protectorado militar de EEUU que alberga en su territorio centenares de miles de soldados y más de 400 bases norteamericanas, muchas de las cuales están nuclearizadas. Lo que significa que el poder real de decisión está en Washington, no en Bruselas, y que Europa carece de autonomía en la configuración de su política exterior. Esta subordinación se ha manifestado de una forma obscena en la celebración de la pasada cumbre de la OTAN en Madrid, en la que los dirigentes europeos, empezando por Pedro Sánchez, rindieron pleitesía a Biden y aceptaron dedicar el 2% de su PIB anual al presupuesto militar, un incremento brutal que se va a detraer inevitablemente del gasto social. Lo subrayo: inevitablemente.
Todo está cambiando a velocidad de vértigo, y la España de 2019 ya no existe. El país ha sido transformado por la pandemia y lo va a ser mucho más como consecuencia de la crisis que ha provocado la guerra. Los conflictos sociales están agudizándose y emergen contradicciones profundas que serán ineludibles en la fase de excepción en la que entramos.
Las condiciones que hicieron posible la constitución de Gobiernos de coalición progresistas en el ámbito estatal o en territorios como la Comunitat Valenciana han cambiado por completo. Debemos poner en valor los avances conseguidos, sin duda, pero también hacer un balance crítico de las limitaciones objetivas que supone gobernar con esta correlación de fuerzas a la hora de afrontar asuntos como la reforma fiscal, el cambio de modelo productivo, el problema territorial o, seamos claros, la defensa de la paz frente a la creciente militarización de las relaciones internacionales. Los logros cuestan mucho, a veces llegan tarde, y otras desvirtuados porque la subordinación del PSOE a los poderes económicos dificulta o impide los cambios que necesita el país. En nuestra tierra lo hemos constatado de forma rotunda con motivo de la aprobación de la tasa turística.
La guerra lo ha cambiado todo y cada cosa tiene su tiempo histórico. La estrategia belicista de la OTAN determina la agenda económica y aboca a una crisis que puede ser muy larga con la inflación al alza y, me temo, elevadas tasas de desempleo. La sociedad no necesita una izquierda que asuma este estado de cosas. Debemos crear las bases para la constitución de nuevas coaliciones de gobierno, sí, pero con una correlación de fuerzas distinta que permita consolidar y desarrollar los avances sociales sin hipotecas a ninguna estructura de poder.
El ejemplo de Mélenchon demuestra que hay espacio para un polo democrático-republicano que apueste por un proceso constituyente y defienda una política exterior y de defensa auténticamente europea. Un proyecto que tenga en la base la construcción de una economía nacional, la planificación ecológica, la reindustrialización del país y la transición hacia un modelo de sociedad diferente. Llevar esperanza a la gente y decirle que hay futuro si nos comprometemos colectivamente a construirlo. Esto sólo acaba de empezar.
Por gentileza de Socialismo21