Héctor J. Freire
Poeta. Profesor en Letras, crítico literario y de cine. Fundador de la Primera Escuela Literaria del Teatro IFT.
Dios no tiene unidad.
¿Cómo la tendré yo?
Pessoa, “ese desconocido de sí mismo”
Desde su muerte, el 30 de noviembre de 1935, cada vez ha sido más celebrado su cumpleaños. Murió prácticamente inédito y desconocido, incluso en su patria. Pero hoy a 127 años de su nacimiento su obra poética llega mucho más allá de las fronteras de la lengua portuguesa.
Fernando Pessoa, como dijo Octavio Paz fue “un ser insignificante, y nada en su vida llamó la atención, salvo sus poemas. Su secreto, por lo demás, está escrito en su nombre: Pessoa quiere decir persona en portugués y viene de persona, máscara de los actores romanos, personaje de ficción, ninguno: Pessoa. Su historia podría reducirse al tránsito entre la irrealidad de su vida cotidiana y la realidad de sus ficciones. Estas ficciones son los poetas Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis y, sobre todo, el mismo Fernando Pessoa. Así, no es inútil recordar los hechos más salientes de su vida, a condición de saber que se trata de las huellas de una sombra. El verdadero Pessoa es otro”.
Sin embargo, esta “miniatura” de Pessoa, y su exceso de anonimato, ese “hombrecito gris” que inventó las biografías para sus obras, y no las obras para las biografías, se convirtió en lo que Antonio Tabucchi llamó metafóricamente un baúl lleno de gente, que supo almacenar grandeza. Y ésta desde la rutina más banal, y su mediocre cotidianidad de oficinista, se transformó en vasta a su modo, inmensa. Como quedó expresada en los primeros versos de su ya inmortal, y máximo poema, Tabaquería:
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
“Fernando Antonio Nogueira Pessoa, hijo de Joaquín e Madalena Pinheiro Nogueira, empleado a media jornada como traductor de cartas comerciales en empresas lisboetas de importación y exportación. En las horas libres, Poeta.”
Pessoa mismo, en 1931, se definirá como una paradoja, como un oxímoron (figura retórica más que emblemática, que atraviesa toda su obra). ¿Fernando Pessoa, alter ego del propio Fernando Pessoa?:
El poeta es un fingidor/ finge tan completamente/ que llega a fingir que es dolor/ el dolor que de verdad siente.
A propósito, conviene remarcar que Pessoa, no creaba personajes, sino poetas completos, incluso a uno de ellos se debe el demoledor y fragmentario Libro del desasosiego. Un dato increíble, “esotérico”: Se tardaron 47 años en publicar el libro, los mismos años que vivió el poeta.
Se calcula que en su corta vida Pessoa inventó 136 autores ficticios, algunos de estos heterónimos, a parte de los tres más conocidos son: Alexander Search, Charles J. Search, Chevalier de Pas, Charles Robert Anon, A.A. Crosse, Baron de Teive, Bernardo Soares, Vicente Guedes, Antonio Mora, Federico Reis, Abilio Quaresma, Thomas Cross, Raphael Baldaya, C. Pacheco, Mr. Dave, Jean Seul de Méleuret, F. Summan, Pêro Botelho, Erasmus, y sigue la lista de esta Galaxia heteronómica.
Es imprescindible pues, incluir definitivamente el nombre de Pessoa, en la lista de los grandes artistas del siglo XX junto a: Picasso, Joyce, Le Corbusier, Stravinski, Eliot, Vallejo, entre otros.
En sus Ensayos de Poética, Roman Jakobson incluye a Pessoa entre los grandes poetas de la estructuración, y comenta: “la obra del poeta portugués es un arte esencialmente dramático, cuya complejidad se halla sometida a una estructuración integral. Y las pretendidas incoherencias y contradicciones en los escritos de Pessoa reflejan en realidad el diálogo interno del autor, que éste trata incluso de transformar en una complementariedad de los tres poetas imaginarios (heterónimos): Caeiro, Reis y Álvaro de Campos, que transforman a Pessoa en un verdadero “desconocido de sí mismo”.Incluso el tema de la enajenación y de la búsqueda, es algo más que un tema: es la esencia de su obra. Durante su corta vida y a lo largo de toda su inmensa producción poética, Pessoa se buscará y tratará dramáticamente de inventarse. Una labor que desarrolló con intensidad, especialmente en sus últimos seis años, en los que escribió muchas páginas del Libro del desasosiego, de su Fausto, y de Mensaje.
Durante este período escribió también variados poemas inolvidables, tanto atribuidos a los heterónimos de su Drama en gente, como poesías ortónimas. Estos poemas ortónimos han sido agrupados y traducidos por Ángel Crespo en el libro Noventa poemas últimos (1930-1935), publicados en Madrid en 1993, y de escasa difusión en Argentina. Al decir de Crespo, se trata, en efecto de un diario escrito en verso, llenos de espontaneidad, incluso en rima. Estos noventa poemas, son paralelos al representado por el Libro del desasosiego, y constituyen verdaderos documentos poéticos, imprescindibles para la exégesis de la obra total de Fernando Pessoa. A los temas ya clásicos del desasosiego, del tedio, de la creación de los heterónimos, vienen a sumarse el del rompimiento con Ofelia Queirós, y el del presentimiento de la muerte que llegará muy pronto. Vayan como muestra de su profundidad, estos tres sintéticos textos:
Más triste que lo que acontece
Es lo que nunca aconteció.
Mi corazón ¿quién lo entristece?
¿Quién me lo dio?
La nube trae lo que oscurece
Al campo que el cielo alumbró.
¿Memorias? Ninguna aparece.
La vida es cuanto se perdió
¡Y hay gente que nunca enloquece!
¡Ay de lo que en mí llamo yo!
*
El río que pasa dura
En las olas al pasar,
Y cada ola figura
El instante de un lugar.
Puede ser que el río siga,
Mas la ola que pasó
Es otra cuando prosiga.
No continúa: duró.
¿Cuál es el ser que subsiste
Bajo estas formas de estar?
¿La ola que ya no existe
O el río que es un pasar?
*
Basta pensar al sentir
Para sentir al pensar.
Mi alma es la que hace reír
A mi misma alma al llorar.
Después de parar y andar,
Después de quedarse e ir,
He de ser quien va a llegar
Por ser quien quiere partir.
Vivir es no conseguir.
Es preciso remediar la contradicción entre el yo (Pessoa) y el mundo. El camino lo señaló Spinoza, hace cuatro siglos, en su Ética concebida en forma geométrica. El filósofo estableció, en su panteísmo acósmico, que de los infinitos modos de Dios sólo podemos conocer dos: el pensamiento y la extensión: la res cogitans y la res extensa, dos formas de una misma realidad. La extensión en la cual se inserta el pensamiento y el pensamiento capaz de pensar esa extensión.
Pessoa en su poética nos propone una sustancia única, la única sustancia del Uno, cuyos infinitos modos componen las múltiples formas donde el Uno se refracta: el uno y lo múltiple. En otras palabras Martín Buber nos dice: el uno y el todo, no indica dos términos unidos copulativamente, sino una equivalencia y, también una dialéctica. La cópula más que unir, marca confrontaciones que alcanzan su ápice, en el violento ejercicio que hace Pessoa del lenguaje, y que además alcanza su más alta temperatura, o grado de intensificación dramática en el uso casi excesivo del oxímoron dialéctico. En estos oxímoron se cumpliría y condensaría la idea de Hegel:
El das ganze (“¡la verdad está en el todo!”).
El ascético monismo de Spinoza reaparece en las poesías de Pessoa revestido por el inesperado esplendor elocutivo, el uno y el todo, el yo y el universo. Es como dijéramos, lo uno y lo múltiple: variaciones en torno a un mismo tema, o un mismo tema y sus distintos modos. Lo que varía es el enfrentamiento, la contradicción, la inter-locución. En Pessoa, nada es más impreciso que los límites. En el momento de llegar, se constatan nuevos límites o nuevas lejanías. Como la línea del horizonte, cuanto más nos acercamos a ella, más se aleja.
La obra de Pessoa es una estructura dinámica y en plena acción. Pues en el mundo de la acción es donde el alma se halla realmente a sí misma. (Hegel)
Por consiguiente, los textos de Pessoa, resultan ser un lugar, un espacio de ideas: un laberinto repleto de encrucijadas.
Pero, como expresara Octavio Paz, en su libro Cuadrivio: “el mundo poético de Pessoa, es un mundo de pocos seres y muchas sombras. Falta la mujer, el sol central. Sin mujer, el universo sensible se desvanece, no hay tierra firme, ni agua ni encarnación de lo impalpable. Faltan los placeres terribles. Falta la pasión, ese amor que es deseo de un ser único, cualquiera que sea. Hay en el poeta, sin embargo, un sentimiento de fraternidad con la naturaleza: árboles, el mar, las nubes y las piedras, máquinas, todo fugitivo, todo suspendido en un vacío temporal. Irrealidad de las cosas y realidad del sueño, reflejo de nuestra irrealidad”.
También hay en Pessoa, negación, cansancio y desconsuelo. En el Libro del desasosiego, el poeta describe su “paisaje moral”:
“Pertenezco a una generación que nació sin fe en el cristianismo y que dejó de tenerla en todas las otras creencias, no fuimos entusiastas de la igualdad social, de la belleza o del progreso, no buscamos en orientes y occidentes otras formas religiosas (“cada civilización tiene una filiación con la religión que la representa: al perder la nuestra, perdimos todas”).
Algunos de nosotros, se dedicaron a la conquista de lo cotidiano, otros de mejor estirpe, nos abstuvimos de la cosa pública, nada queriendo y nada deseando, otros se entregaron al culto de la confusión y el ruido: críean vivir cuando se oían, creían amar cuando chocaban contra las exterioridades del amor, y otros RAZA DEL FIN, LÍMITE ESPIRITUAL DE LA HORA MUERTA, vivimos en negación, descontento y desconsuelo”.
Este retrato no es el de Pessoa pero sí es el fondo sobre el que se destaca su figura y con el que a veces se confunde. Límite espiritual de “La Hora Muerta”: el poeta es un hombre vacío que, en su desamparo, en su desasosiego, crea un mundo para descubrir su verdadera identidad perdida.
– El amor no realiza al yo mismo: abre una posibilidad al yo para que cambie y se convierta. En el amor no se cumple el yo sino la persona, el deseo de ser otro. El deseo de ser.
El deseo de ser Fernando Pessoa.
Por gentileza de El psicoanalítico