¿Hacia una historia de la mente?

Jorge Kolar
Psicólogo
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En los últimos tiempos, en diversas áreas de conocimiento se han realizado numerosos trabajos de investigación que se aproximan desde distintas perspectivas disciplinares a lo que podríamos denominar «historia de la mente». Los resultados de dichos trabajos permiten vislumbrar una línea de desarrollo caracterizada por ciertas continuidades y puntos de coincidencia que, según muchos científicos, parecerían aproximarnos a la construcción de una nueva disciplina orientada a desarrollar una historia del pensamiento. Quienes apoyan el desarrollo de esta disciplina consideran que la evolución de la mente de los seres humanos se caracteriza por una linealidad histórica jalonada por hitos concretos que han implicado un significativo cambio cualitativo. Si bien estoy de acuerdo con la construcción de una historia de la mente, ya que ello abriría un nuevo campo de conocimiento y permitiría acceder a nuevas e interesantes perspectivas, no comparto la idea de la existencia de un desarrollo lineal igual y común a toda la humanidad.

¿Qué entendemos por historia de la mente?

Antes de seguir adelante, considero necesario determinar primero qué se entiende por historia de la mente. Atendiendo al objetivo de este artículo, el concepto debe definirse como una historia del acto de pensar y no de una cronología de la evolución de los productos de dicho acto —ideas—. Esto nos lleva a dos formas de entender el concepto pensamiento: como acto de pensar y como producto de este acto. En este trabajo adoptaré la primera acepción.

Mente, conciencia y pensamiento

Abordar una discusión sobre mente, conciencia y pensamiento excedería el propósito de este trabajo, por tal motivo, me permito considerar aquí que, a grandes rasgos, los tres conceptos son equivalentes, o por lo menos están íntimamente relacionados.

Según Searle (1996), la conciencia debe definirse respecto a dos teorías: la teoría atómica de la materia y la teoría evolucionista. En relación con la primera afirma que debido a que gran cantidad de los rasgos característicos de las cosas grandes son explicados por la conducta de las cosas más pequeñas, las conductas de las neuronas explicarían el funcionamiento del cerebro y el fenómeno de la conciencia. En relación a la segunda postula que la conciencia es un fenómeno biológico sujeto a las leyes de la evolución como cualquier otro fenotipo —verbigracia, la conciencia es un rasgo biológico y por tanto un fenómeno natural—. Según Searle, el pensamiento sería un proceso mental determinado por procesos neurofisiológicos de orden inferior del cerebro, y por lo tanto un rasgo o propiedad de éste de orden cualitativamente superior. De ello se predica que la estructura cerebral y el pensamiento al que ésta da origen se hallan determinados por la organización neuronal y su funcionamiento, aspectos que a su vez son resultado de la evolución filogenética. De este modo, el funcionamiento del todo —el cerebro— vendría explicado por el comportamiento de las partes —las neuronas—.

Pese a tener en cuenta algunos principios de la teoría sistémica, Searle no parece del todo de acuerdo con algunos aspectos que se derivan de ella, a los que califica de «emergentismo» y asegura que «La idea ingenua es que la conciencia es segregada por la conducta de las neuronas, pero que, una vez segregada, adquiere vida propia». Considero que mi propuesta no contiene el grado de ingenuidad que Searle le atribuye, de modo que expresaré mi opinión sobre el emergentismo siguiendo las ideas de Kapra (1998): un todo unificado debe entenderse a la luz de la compleja trama de relaciones de las diversas partes que lo componen, partes que no pueden ser entendidas como entidades aisladas sino que deben ser definidas a través de sus interrelaciones, las cuales se expresan en términos probabilísticos y son determinadas por la dinámica de todo el sistema. Las propiedades de todo sistema son propiedades de conjunto que ninguna parte tiene por sí sola y emergen de las relaciones organizadoras existentes entre ellas en una clase específica de sistema. Existen distintos niveles sistémicos, a cada uno de los cuales corresponden distintos niveles de complejidad. En cada nivel, los fenómenos observados poseen propiedades que no se dan en niveles inferiores, son propiedades sistémicas emergentes de un nivel concreto. El mundo en el cual vivimos es un sistema mayor configurado por complejas redes de interrelaciones entre sus partes.

A la luz de lo expuesto se podría avanzar una nueva definición de pensamiento según la cual éste sería la propiedad emergente del cerebro como sistema a un nivel de complejidad mayor y cualitativamente superior. A diferencia de la definición que se deriva de Searle, aquí la estructura cerebral y el pensamiento al que ésta da origen se hallan determinados por las interrelaciones existentes entre las partes —componentes del organismo humano— en función de la dinámica de todo el sistema —el medio ambiente—. De este modo, la organización y el funcionamiento neuronal vendría explicado por el comportamiento de todo el sistema —la organización neuronal en relación con el organismo y a su vez éste en relación con el medio— comportamiento que —he aquí lo importante— «estaría influido a distintos niveles sistémicos por las características y propiedades de la conciencia», es decir, ésta no adquiriría vida propia, sino que participaría de forma activa en los procesos de retroalimentación de las interrelaciones sistémicas.

La mente: estructura, organización y funcionamiento

A lo largo del texto aparecen con frecuencia los términos estructura, organización y funcionamiento, y quizás sea oportuno determinar qué valor tienen éstos. En mi opinión los tres conceptos están íntimamente relacionados porque aluden a una forma de ordenación de distintos elementos que dan lugar a un comportamiento determinado. Siguiendo la definición antes expuesta, la mente es la expresión psicológica de procesos neurofisiológicos, procesos que al mismo tiempo son influidos por el funcionamiento psicológico. Pese a que lo neurofisiológico y lo psicológico son inescindibles, a efectos prácticos estructura, organización y funcionamiento pueden definirse de dos maneras diferenciadas: a) Referidos a aspectos estrictamente neurofisológicos, es decir, organización de las neuronas, etcétera, y funcionamiento del sistema. b) Referidos a aspectos psicológicos.

Atendiendo a la primera definición, las neuronas son los elementos básicos de nuestro sistema nervioso y tanto aquéllas como éste son el resultado de la evolución filogenética y parte de un sistema mayor y más complejo configurado por infinitas interrelaciones. Por lo tanto, la estructura, la organización y el funcionamiento de nuestro sistema nervioso están determinados por el comportamiento de la totalidad. Esto significa que las relaciones pueden expresarse en términos de probabilidades y que cualquiera de las propiedades de un elemento depende de su interacción con los otros en un momento dado. Así, estructura, organización y funcionamiento son fenómenos relativos cuyas propiedades dependen íntimamente de aspectos contextuales.

Según la segunda definición, el substrato neurofisiológico mencionado en el párrafo anterior tiene unas consecuencias psicológicas: ofrece el marco concreto en el cual se desarrollarán los procesos que conforman la génesis del pensamiento. La estructura, organización y funcionamiento del pensamiento es de orden psicológico y responde también a principios sistémicos.

Cambios neurofisiológicos y cambios psicológicos

Para que un cambio en la estructura, la organización y el funcionamiento tenga una trascendencia real, de largo alcance, debe producirse tanto en el aspecto neurofisiológico como psicológico. No existe un cambio relevante si éste no se produce en ambos ámbitos. Podría decirse que los cambios neurofisiológicos que carecen de traducción psicológica son intrascendentes, mientras que los cambios psicológicos que carecen de correlato neurofisiológico, si bien pueden ser trascendentes en mayor o menor medida, son coyunturales y no dejan una huella filogenética.

Desde la aparición del homo sapiens sapiens, hace aproximadamente 125 mil años, no parece que se hayan producido cambios trascendentales a nivel neurofisiológico en la estructura, organización y funcionamiento del cerebro. Sin embargo, sí se han producido cambios psicológicos —resultado de la plasticidad neuronal—, pero éstos han ocurrido dentro de parámetros biológicamente predeterminados —el sistema nervioso en el cual la plasticidad tiene lugar—. Dada nuestra constitución biológica cualquier cambio psicológico es un fenómeno que se produce dentro de lo que aquélla hace posible.

Pero ¿cuáles son los límites de lo posible? Podríamos decir que el hecho de que desde hace miles de años no se hayan producido modificaciones orgánicas significativas en la especie, el área de desarrollo psicológico es muy amplia —es decir, todavía no ha llegado al límite de las posibilidades neuroanatómicamente determinadas— y aún caben en ella profundas e importantes transformaciones. Sin embargo, estas transformaciones se hallan determinadas por nuestra estructura biológica general: poseemos un sistema perceptivo que nos permite aprehender el mundo y sus fenómenos de una manera y no de otra. Los instrumentos creados por el ser humano han sido concebidos para optimizar las capacidades de «este» sistema, favoreciendo y desarrollando «una» forma de percepción, forma que plantea unas limitaciones cuya traducción es psicológica. La fragmentación de la realidad, la selección de la información proveniente del medio, el análisis, la interpretación dual de la información… son procesos que realizamos a efectos de economía cognitiva, ya que la capacidad de nuestro cerebro es limitada. La reconstrucción de la realidad en nuestra mente sólo es posible mediante el pensamiento abstracto, capaz de «re-integrar» conocimientos de forma holística.

Sin embargo, los procesos de abstracción son enormemente complejos y deben luchar contra la corriente de la evidencia empírica fragmentaria que cada día nos informa de la realidad circundante. Esta información ha crecido en progresión geométrica en los últimos siglos y nos enfrenta a una realidad cada vez más amplia y compleja, hecho que nos empuja a la especialización en todos los órdenes —es decir, a extremar los procesos que garanticen la economía cognitiva—. Nos dirigimos cada vez con mayor énfasis a lo que Kuhn definió como «inconmensurabilidad».

El concepto de inconmensurabilidad

Kuhn (1990) afirma que la noción de inconmensurabilidad la concibió al intentar entender pasajes sin sentido aparente de textos científicos antiguos, y darse cuenta de que tales pasajes eran interpretados equívocamente porque los significados contenidos en ellos pertenecían a otra época y nos eran conceptualmente ajenos desde una perspectiva actual, es decir, las taxonomías —o las formas lingüísticas de los conceptos— utilizadas en la antigüedad difieren totalmente de las nuestras.

Kuhn afirma que las categoría taxonómicas compartidas son un prerrequisito para la comunicación, y que si diferentes comunidades idiomáticas tienen taxonomías distintas en áreas determinadas, los miembros de una comunidad y otra, por separado, pueden formular toda clase de enunciados y teorías significativas dentro de su propio ámbito pero incomprensibles para la otra comunidad. Según Kuhn, «la inconmensurabilidad deviene así una forma de intraductibilidad, restringida a una u otra de las áreas en la que dos taxonomías léxicas difieren». Con lo que viene a significar que la comprensión o interpretación equívocas de conceptos antiguos se explicaría por el cambio que el desarrollo científico produce en una taxonomía léxica, taxonomía que Kuhn llama «esquema conceptual», entendido no como un conjunto de convicciones sino como una forma de pensamiento que es prerrequisito para el desarrollo y delimitación de convicciones.

Kuhn plantea que existe un paralelismo entre el desarrollo científico y el biológico. Diferencia la historia como fuente de evidencia empírica —los detalles de los casos históricos, la ciencia tal como es en un momento histórico determinado— de la historia como fuente de relatividad —perspectiva ideológica en la visión de los casos históricos— y dice que a estas opciones —racionalidad-relatividad— subyace una concepción de la verdad como correspondencia de la realidad, idea que debe ser abandonada y sustituida por una perspectiva evolucionista. En esta perspectiva la «inconmensurabilidad» adquiere su verdadera significación.

Efectivamente, Kuhn sustituye por «desarrollos que requieren cambio taxonómico local y los que no los requieren» los conceptos de «desarrollo revolucionario y desarrollo normal» expuestos en La estructura de las revoluciones científicas, y afirma que durante el cambio revolucionario ocurre «algo diferente» que determina que, a lo largo del tiempo, la evolución de los campos científicos, especialidades y subespecialidades puedan expresarse en forma de un diagrama similar al árbol biológico evolutivo. Pero Kuhn va todavía más lejos y afirma que las revoluciones científicas, que producen divisiones entre campos del conocimiento, son similares a la especiación biológica, y que la individualización y el aislamiento resultante de esta especiación puede parangonarse al aislamiento que una comunidad de especialistas en un área determinada experimenta con respecto a los científicos de otras áreas.

Kuhn introduce en este punto el concepto de «intercambio» para referirse a los puntos de contacto o congruencias entre léxicos distintos, los cuales permitirían la construcción de mínimas leyes lógicas compartidas —universales— para que los científicos puedan desenvolverse en ausencia de teorías de correspondencia de la verdad.

Según Kuhn, la estructura léxica está biológica y socialmente determinada. Esto podría indicar que el mundo dependería de la mente si no fuera porque éste no es inventado y construido sino que existe objetivamente. Kuhn apuesta por la referencia a un «mundo real» en tanto y en cuanto el ser humano encuentra en el espacio y en el tiempo un contexto determinado para su vida individual y social, contexto al que debe adaptarse necesariamente para sobrevivir.

Dado que «el proceso evolutivo da lugar a criaturas más y más estrechamente adaptadas a un cada vez más estrecho nicho biológico. […] Lo que en realidad evoluciona […] son el nicho conjuntamente con las criaturas que lo habitan.» Para Kuhn un nicho biológico es el «mundo real» del grupo que lo habita, cuya evolución cognitiva depende del intercambio de significados entre sus miembros, y una comunidad científica formaría parte del todo grupal.

Según Kuhn el léxico uniría a la comunidad, posibilitaría la experiencia común a la vez que la aislaría de otros grupos, y afirma que no obstante el hecho de que las categorías léxicas son diferentes y cambiantes en el espacio y en el tiempo, debe existir necesariamente un solapamiento, un punto de contacto, un área de congruencia en las estructuras léxicas de las distintas comunidades o no podría existir comunicación.

Kuhn rechaza las pretensiones del positivismo en el sentido de conocer la verdad a través de la experiencia, e introduce el relativismo que implican las diferencias léxicas. Dice textualmente: «La experiencia y la descripción sólo son posibles con el descriptor y lo descrito separados, y la estructura léxica que marca esa separación puede hacerlo de formas diferentes, resultando cada una de ellas en una forma de vida diferente —aunque no totalmente diferente—. Algunas formas están mejor adaptadas a ciertos propósitos, otras a otros. Pero ninguna debe ser aceptada como verdadera o rechazada como falsa.»

Consecuencias de la inconmensurabilidad

La creación de nuevos instrumentos y artefactos y el acceso a nuevos conocimientos por parte de los seres humanos han incrementado de forma ominosa la cantidad de información disponible y han agudizado los procesos de fragmentación y especialización en el proceso de aprehender la realidad y actuar sobre ella. A las diferencias entre categorías léxicas planteadas por Kuhn podrían sumarse ahora las diferencias relacionadas con el conocimiento y utilización de los productos humanos, tanto intelectuales como materiales —teorías, conceptos, instrumentos, artefactos, técnicas específicas, etc.—. Estas diferencias acentúan la especialización, y ésta produce expertos en áreas muy concretas que asimismo son totalmente ignorantes en otras, dando origen a un «analfabetismo funcional» que nos transforma en seres cada vez más dependientes de las técnicas y los instrumentos, y por tanto de los conocimientos y la experiencia de los otros.

De momento parece existir ese solapamiento, ese punto contacto, esa área de congruencia que Kuhn considera condición necesaria para que exista comunicación entre distintas comunidades. Pero ¿hasta que punto esta apariencia refleja la realidad? Si analizamos las diferencias existentes entre individuos de distintos niveles socioculturales dentro de una misma sociedad, constataremos que el grado de incomunicación entre niveles —e incluso entre individuos de un mismo nivel— es importante. Grupos diferentes no sólo hablan idiomas distintos, sino que las formas como perciben la realidad, y sus conocimientos acerca de ella, difieren notablemente. Si extendemos este análisis a la población humana en general, comprobaremos que las diferencias existentes entre áreas geográficas y sociedades es abismal. Este abismo, además, se incrementa a medida que se agudizan las diferencias, no sólo entre países ricos y pobres —o si se prefiere desarrollados y subdesarrollados—, sino entre miembros de una misma sociedad, hecho que hace que millones de personas tengan cada vez menos acceso a unos bienes culturales y materiales cuantitativa y cualitativamente superiores. Las consecuencias cognitivas de este hecho sin duda serán importantes y, si seguimos con la idea de Kuhn, pueden ampliar los alcances de la inconmensurabilidad y plantear una total incomunicación entre individuos y grupos humanos.

¿Es posible que de todo ello se derive una nueva especiación? Si consideramos las consecuencias que pueden derivarse del aislamiento entre grupos humanos, el elevado grado de desarrollo de unos respecto de otros y los cambios psicológicos y cognitivos asociados, una respuesta afirmativa no parece tan descabellada. Quizás lo que nos lleve a rechazar la idea sea simplemente el hecho de estar imbuidos de los valores de una sociedad que se supone humanista pero que en realidad es en esencia hipócrita. Las diferencias existen, y se agudizan, y si miramos esta realidad inobjetable podremos comparar con toda crudeza la coexistencia de los actuales grupos humanos con la coexistencia de aquellos grupos de homínidos diferentemente evolucionados que poblaban la tierra hace miles de años.

La escritura

Muchos autores afirman que la transición de la cultura oral a la cultura escrita constituye un hito de trascendental importancia que produjo un cambio cognitivo relevante, de hecho el más significativo en la historia de la humanidad. A mi juicio, la escritura es «un instrumento más» entre los muchos que el ser humano ha desarrollado a lo largo de su evolución, y que los instrumentos y los procesos asociados a ellos favorecen un cambio psicológico cuya importancia está en función del valor adaptativo y de supervivencia que instrumentos y procesos poseen para el individuo y la comunidad que los utiliza. Así por ejemplo, la escritura puede ser relevante en la cultura europea occidental, pero puede resultar intrascendente para culturas que consideran más beneficiosa y útil la oralidad. El cambio psicológico —o cognitivo— que en una y otra cultura produzca el acceso a la escritura será, como es obvio, diferente.

Esto introduce el tema de la relatividad, y podemos decir que el hecho de que distintos grupos sociales y culturas concedan diferentes valores a los instrumentos y conocimientos que incorporan a su vida, hace que esta incorporación produzca cambios cualitativamente diferentes en la estructura, organización y funcionamiento cognitivo en los individuos pertenecientes a dichos grupos y culturas.

La forma de percibir la realidad, interpretarla y otorgarle un significado está determinada, entre otros muchos aspectos, por las concepciones filosóficas e ideológicas desarrolladas a lo largo de la historia de la humanidad. Filosofía e ideología interactúan dialécticamente y no pueden concebirse la una sin la otra. Todo producto del pensamiento depende a su vez del contexto cultural en el cual se desarrolla y se halla influido por las relaciones sociales y de poder imperantes en un momento histórico dado.

En la cultura occidental las raíces de las concepciones filosóficas e ideológicas se remontan a la historia antigua, sin embargo, la concepción contemporánea del mundo comenzó a desarrollarse durante el siglo XVII con Descartes, Galileo y otros. El dualismo —en tanto que dicotomización forzada y artificial de la realidad— y el positivismo —en tanto que objetivización a ultranza de esta realidad y perpetuador por tanto de la secular oposición entre empirismo y racionalismo— ejercieron una influencia determinante que se extiende hasta nuestros días. Ambas corrientes han contribuido a una visión de la realidad que ha servido de soporte a una cosntrucción del mundo de acuerdo a intereses muy concretos, que no son precisamente los intereses de la mayoría de lo seres humanos sino la de los grupos minoritarios que ejercen el poder en múltiples áreas. Si bien no pueden omitirse las notables contribuciones del dualismo y el positivismo, ambos se erigen hoy como serios obstáculos para alcanzar una visión más amplia, plural, dinámica y profundamente comprensiva del mundo y sus fenómenos.

De ello se predica que la historia del pensar no es lineal y que diferentes culturas desarrollan diferentes formas de pensamiento. Los cambios cognitivos o psicológicos, si se producen, adquieren diferente entidad y velocidad según el grupo humano de que se trate. Cualquier instrumento o conocimiento puede producir un cambio en la estructura, organización y funcionamiento psicológico, y de hecho estos cambios ocurren diariamente, pero de forma paulatina e imperceptible. No puede hablarse de hitos trascendentales o cambios cualitativos relevantes, sino de un proceso que lleva progresivamente —y a diferentes ritmos entre individuos y grupos sociales— al desarrollo de las capacidades cognitivas dentro de los límites de la predeterminación biológica. Una historia del pensar debería abarcar este proceso en toda su amplitud y complejidad, dando cuenta de todos los elementos involucrados —biológicos, psicológicos, culturales, políticos, económicos, etc.— ya que todos ellos intervienen no sólo en la configuración de la realidad sino en la manera como los seres humanos percibimos esta realidad, la interpretamos y le otorgamos un significado.