Infidelidad y traición | La dimensión sensoriomotriz en personas infidelizadas

Inmaculada Jauregui Balenciaga
Doctora en psicología clínica e investigación. Máster en psicoeducación y terapia breve estratégica [1]
.

Resumen

La infidelidad en tanto que herida traumática genera un sufrimiento que desborda lo cognitivo y emocional, implicando el cuerpo sobre el cual se escriben las secuelas, lo que genera en muchos casos una disociación de las emociones intensas por ser abrumadoras, y que en la práctica clínica quedan sin procesar.

La infidelidad vivenciada como trauma lo cambia todo. Y el estrés postraumático no es una cuestión estrictamente psicológica cuya superación supone pasar página, sino que tiene una base fisiológica de la que conviene ocuparse; implica el cuerpo, la mente y el cerebro.

Summary

Infidelity as a traumatic wound generates a suffering that goes beyond the cognitive and emotional, involving the body on which the sequels are written, which in many cases generates a dissociation of intense emotions because they are overwhelming, and in clinical practice are left unprocessed.

Infidelity experienced as trauma changes everything. And post-traumatic stress is not a strictly psychological issue whose overcoming means turning the page, but rather has a physiological basis that should be dealt with; it involves the body, mind and brain.

Introducción

El trauma de traición se produce cuando la infidelidad es vivenciada como traumática.

Por traición se entiende la quiebra de la confianza al no cumplir con la palabra dada, con lo acordado y mentir. Se refiere al acto o conducta de deslealtad o falta de compromiso entre dos o más personas involucradas en una relación. La infidelidad podría bien considerarse como una de las diferentes formas en que la traición se concreta.

En muchas personas este suceso es vivenciado como traumático. Al respecto Judith Herman (2004) dice que el trauma es la aflicción de las personas sin poder; la víctima se ve indefensa ante una fuerza abrumadora.

La cualidad de traumático en un acontecimiento no lo da el hecho de ser extraordinario como lo define la OMS, sino la indefensión ante un suceso que hace recurrir a respuestas de catástrofe. Y en este sentido, la infidelidad, a pesar de ser un hecho ordinario en el sentido de común; tan omnipresente en la esfera relacional como descuidado y desatendido, pone a las personas traumatizadas por la infidelidad en una situación de indefensión, replegando así una batería de mecanismos de defensa.

La respuesta humana normal a la amenaza consiste en un sistema complejo e integrado de reacciones que abarcan tanto el cuerpo como la mente (Herman, 2004). Conocida y etiquetada esta forma de reactividad prolongada en el tiempo como estrés postraumático (TEPT), se trata de una serie de reacciones que se despliegan cuando una acción no sirve para nada. Las secuelas que deja la vivencia de un acontecimiento traumático producen profundos y duraderos cambios en la respuesta fisiológica, así como las emociones y las cogniciones.

La intervención terapéutica del trauma por infidelidad por lo general aborda el carácter cognitivo y emocional del suceso, ignorando el componente corporal, mental y cerebral. En este artículo abordamos la dimensión sensoriomotriz del procesamiento del trauma de la infidelidad en las personas infidelizadas, para así poder comprender la complejidad del abordaje de esta realidad que, aunque minimizada, banalizada, ninguneada e incluso ridiculizada, destroza la vida de muchas personas, implicadas directa o indirectamente.

Definición de trauma

“Cada vez que narro mi historia me pregunto si he sanado o no. Ya casi no la cuento (…) Al principio, no quería hablar del tema, para no volver a vivir esa época tan dolorosa, tan tormentosa. Llegué a sentir que no iba a poder salir de ella. No paraba de llorar, no podía comer. Adelgacé como seis kilos. No podía estar sola en casa. No me sentía capaz. No tenía lo que necesitaba. La incertidumbre era total. Tenía mucha rabia. Con todo lo que descubría, tenía momentos de absoluta negación. Me preguntaba, ¿Cómo es este hombre del que me enamoré, con quien me casé (…) el que por ningún motivo negociaba los valores que me prometió, el que juró que iba a ser distinto a su papa, podía estar haciendo lo mismo? La confusión fue total. Fue como un golpe por la espalda. Sentía que nada de lo que estaba pasando era cierto (…) Mi vida se me convirtió en un círculo, negación, rabia; volvía la negación, volvía la rabia, con una tristeza profunda. No podía dormir, el sueño se me alteró, mis ciclos normales se saltaron como un interruptor. Si dormía tres horas, me levantaba mil veces (…) daba vueltas, sin salida, sin soluciones, esperaba hasta que saliera el sol. Un hueco negro, muy negro (…) Estaba como muerta, pero muerta en la incertidumbre, en el dolor. El sueño por el que había luchado, se esfumó. El sueño de la familia por el que me había sacrificado (…)” (Jaramillo, 2014, p. 80).

Freud lo define como una invasión disruptiva del psiquismo, con la consecuente ruptura de las defensas, dejando al aparato psíquico en el desamparo, paralizando la capacidad de respuesta del sujeto, generando un tipo particular de angustia (Freud, 1990). El aparato psíquico no es capaz de construir un sentido, de elaborar simbólicamente una representación de los afectos por desbordamiento emocional, por lo que se produce una regresión psíquica hacia un funcionamiento más primitivo, menos integrado. En otras palabras, en el trauma se produce un flujo excesivo de excitación intolerable para el psiquismo del sujeto, de tal forma, que acaba generándose una serie de efectos patógenos que dan forma a trastornos de diversa índole. El psiquismo pierde el control, el equilibrio. El sujeto se vuelve prisionero de emociones descontroladas, perdiendo la capacidad de enfrentarse a sí mismo. El sujeto se vuelve desconocido para sí mismo: “En realidad he cambiado tanto que esa ya no soy yo.”

Aparecen emociones que antes nunca se habían albergado como la ira, la rabia y el odio, cuya intensidad puede sobrepasar la capacidad de nuestro cerebro para procesar dicha experiencia, pudiendo llegar incluso a pensar en matarse o matar o en vengarse:

“Cada día espero saber que le ha pasado algo malo, que aborte o tenga un accidente, que muera, que quede tetrapléjica o que tenga un cáncer, o que quede sin amigos, que el marido la deje, que tenga un brote psicótico o que se mate. En cambio, la veo allá lejos, sonriéndole a su hija como si no fuera nada, aparentemente feliz con su barriga llena al lado del marido. Como si no hubiera pasado nada. Como si yo no existiera, como si lo que hizo no le afectara. Me quema mucho.”

La desregulación emocional [2] consecuente en el caso del trauma por infidelidad suele venir por la amenaza que supone para la integridad de la identidad, lo que suele ocasionar una ruptura de creencias sobre la propia persona, la relación amorosa, la pareja y el mundo, que exceden la capacidad del sistema nervioso para procesarlo.

El trauma psíquico implica una interacción entre el mundo externo, el acontecimiento violento, y el mundo interno, es decir, la manera en que es vivenciado. Lo esencial del trauma parece ser: “una abrumadora emoción y un sentimiento de total impotencia. Puede o no, haber una lesión corporal, pero el trauma psicológico, junto con el trastorno fisiológico, juega un papel principal en los efectos a largo plazo [3] (Allen, 1995, p. 14). Efectivamente, sabemos que el trauma no puede definirse en base al evento externo, sino en interacción constante con la persona que lo vive: “lo traumático es consecuencia de una específica interacción entre lo fáctico y la forma en que esto es vivenciado por el psiquismo” (Tutté, 2004, p. 897).

Un criterio importante para determinar si un suceso es o no traumático es el de amenaza (Tutté, 2004). Es decir, el peligro al que se está expuesto constituye una amenaza de vida o muerte. Pues bien, la infidelidad puede ser vivida por la persona infidelizada como una amenaza real. Toda su existencia se desmorona como si por su vida hubiera pasado un tsunami: “El hueco fue infinito, no tenía fondo, totalmente perdida, desubicada. Si lo pudiera explicar con palabras, lo haría, pero esa sensación es inexplicable. Te quieres morir y no hay muerte, quieres desaparecer y no desapareces, quieres dejar de existir y sigues existiendo.” (Jaramillo, 2014, p. 87). Si bien no se trata de una muerte física, sino de una especie de muerte psíquica, comúnmente diagnosticada y vivenciada como depresión: “A los 30 años me dio depresión” (Jaramillo 2014, p. 86).

Saakvitne y colaboradores (2000) definen el trauma psicológico como la experiencia individual única de un incidente, una serie de incidentes o un conjunto de condiciones duraderas en las que la capacidad del individuo para integrar su experiencia emocional se ve abrumada, experimentando, objetiva o subjetivamente, una amenaza para su vida, su integridad corporal o la de un cuidador o familiar.

Hay que señalar que no todas las experiencias traumáticas conducen a una respuesta postraumática. Hay un período de tiempo tras el evento susceptible de traumatizar, durante el cual se podría apreciar respuestas o síntomas relacionados con el trauma. Cuando los síntomas o señales perduran en el tiempo, normalmente más allá del mes, y cumplen los criterios diagnósticos específicos, se puede etiquetar de estrés postraumático, y al evento, de trauma. En el caso de la infidelidad, las secuelas suelen, en muchos casos, durar años. Es un suceso que nunca desaparece del todo; que no se olvida.

La situación traumática se percibe como una amenaza a la seguridad o supervivencia de sí, estimulando respuestas subcorticales defensivas, además de una hiper o hipo activación. La percepción de la amenaza no es exclusivamente cognitiva y emocional, sino también a través de sensaciones e impulsos físicos y fisiológicos (Ogden y Minton, 2002).

Pierre Janet definió el trauma psíquico en 1984, matizándolo posteriormente como sigue: “Es el resultado de la exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona. Cuando las personas se sienten demasiado sobrepasadas por sus emociones, los recuerdos no pueden transformarse en experiencias narrativas neutras. El terror se convierte en una fobia al recuerdo que impide la integración del acontecimiento traumático y fragmenta los recuerdos traumáticos apartándolos de la consciencia ordinaria, dejándolos organizados en percepciones visuales, preocupaciones somáticas y reactuaciones conductuales”. (Janet, 1919 en Salvador, 2009, p. 5). Según este autor, en esta definición estarían contenidos los elementos fundamentales del concepto de trauma psicológico, a saber, “la persona se enfrenta a una situación de amenaza psicológica o vital de la que no puede escapar y para la que sus recursos normales no son eficaces, esto es, no puede enfrentarse a ella de manera que pueda hacerla desaparecer ni puede huir” (Ibid, p. 6).

El psicólogo psicoanalista Gabriel Rolón (2020) pone el énfasis en el hecho de que el evento traumático no ha encontrado un lugar simbólico desde el cual ser procesado, por lo que se queda “sucediendo en nuestra mente todo el tiempo” (p. 2804). En este sentido podemos decir que el trauma, más que un recuerdo, es una reviviscencia; no es algo que sucedió en el pasado, es revivir un suceso ocurrido en el pasado, pero revivido constantemente en el presente como si estuviera sucediendo con la misma intensidad que sucedió en su día.

Van der Kolk (2015) destaca la parálisis que supone el trauma en la vida de las personas: “la gente traumatizada permanece atascada y su crecimiento se detiene al no poder integrar las nuevas experiencias en su vida (…). Estar traumatizado significa seguir con tu vida como si el trauma siguiera, invariable e inmutable, ya que cada nuevo encuentro o acontecimiento está contaminado por el pasado.” (pp. 56-57). Para este autor, la esencia del trauma es la disociación: “La experiencia abrumadora se divide y se fragmenta, de modo que las emociones, los sonidos, las imágenes, los pensamientos y las sensaciones físicas relacionadas con el trauma toman vida propia. Los fragmentos sensoriales de recuerdos se cuelan en el presente, donde se vuelven a experimentar literalmente.” (p. 72).

La infidelidad como trauma

Dado que, no todas las personas reaccionan igual ante un suceso, resulta difícil justificar la infidelidad como traumático en sí mismo. No obstante, las secuelas psicológicas en la persona traumatizada por la infidelidad particularmente si la relación es de larga duración, suelen ser de tal magnitud, que podríamos considerar la infidelidad como un evento traumático para muchas personas, siendo conscientes de la dificultad y controversia que genera la conceptualización de tal diagnóstico (Crespo y Gómez, 2011). En el caso que nos ocupa, la consideración de la infidelidad como evento traumático, parte fundamentalmente de la vivencia de indefensión que el evento en cuestión suscita, de la amenaza que despierta, de las secuelas que dicho acontecimiento acarrea en sus víctimas, así como de la dificultad para “superarlo”:

“siento angustia ante la posibilidad de divorcio. Es continua. Me asusta el pensarlo, me da vértigo y lo veo a veces como la solución menos mala ya que no veo salida razonablemente buena a este problema. Creo que no podré superar nunca la infidelidad, aunque Francisco cambie y mejore. Ha puesto una bomba en los cimientos de nuestra relación y también en la confianza que tenía en él. Nunca será lo de antes, ni, aunque llegara a ser incluso mejor nuestra relación de lo que ha sido.”

La indefensión de saber el hecho infiel viene de la imposibilidad de reacción energética en el momento de la infidelidad. La infidelidad se suele conocer a posteriori y como tal, no hay manera de poder hacer nada para impedirla. La descarga de la reacción suele darse con acciones como la separación, la venganza, las discusiones, las agresiones…. Tampoco hay nada que recordar, puesto que la persona infidelizada no ha sido infiel, por lo que se ve impelida a construir lo sucedido y de ahí las preguntas detalladas sobre la infidelidad. La infidelidad por su estructura oculta, secreta y falsa no encaja en la vida de la pareja tal y como había sido hasta entonces. Como un puzzle al que le faltan piezas y no puede ser completado. Pero, las respuestas a las preguntas y dudas, parecen ser exposiciones repetidas al trauma, produciéndose una inevitable y paradójica retraumatización en cada intento de encajar todas las piezas.

Anabel González (2017) afirma que los traumas de tipo interpersonal son más dañinos que las consecuencias de catástrofes naturales o accidentes, puesto que producen “trastornos más profundos en la identidad y las creencias del individuo” (p. 4). Estos traumas se generan dentro de las relaciones de intimidad y dan lugar a cuadros clínicos englobados en el concepto de trauma complejo. Algunos autores han afirmado que “el elemento central del trauma es la traición por parte de aquellos en lo que hemos puesto nuestra confianza” (Ibid). Jennifer Freyd (1998) propuso que la traición es el elemento clave que hace que una experiencia se convierta en traumática.

En las personas traumatizadas por la infidelidad, a nivel anímico, observamos una dinámica, descrita como montaña rusa “con picos” en la cual se alternan síntomas intrusivos con una “cierta calma”, período durante el cual estas personas afectadas parecen seguir adelante con su vida, pero de manera limitada y disminuida. Ninguno de los síntomas facilita la integración del evento traumático y la persistencia de estos estados no acaba de devolver un equilibrio:

“No lo proceso (…) No estoy en shock, pero sí traumatizada (…) Me veo incapaz de manejarlo (…) Muchas cosas las asocio… con la infidelidad. Ya no veo la tele. Evito ver muchas cosas. Todos los días es una bofetada”.

La infidelidad pone en jaque no solo la relación de pareja, sino en general todas las relaciones. “Rompen los vínculos de familia, amistad, amor y comunidad. Destrozan la construcción del ser que se forma y apoya en relación con los demás. Debilitan los sistemas de creencias que dan significado a la experiencia humana. Violan la fe de la víctima en un orden natural o divino, y la condenan a un estado de crisis existencial” (Herman, 2004, p. 91).

Los daños no solo afectan a la identidad del sujeto afectado por el trauma de la infidelidad, sino también a su manera de vincularse a los demás, a su sistema de apego, a su sistema de conexión social: “Me separé de todo el mundo (…) he pasado aislada mucho tiempo (…) Año y medio de aislamiento”. La forma de apegarse se suele volver insegura, ya sea evitativa o ambivalente. También suelen verse afectadas el sistema de creencias y la confianza básica. El sentido de seguridad desaparece: ya no se sabe en quien confiar: “Se me cayó todo. Se me cayó el suelo (…) mi marido no daba el perfil de hacer esto”.

Trastorno postraumático por infidelidad

La infidelidad en algunos casos puede resultar traumática, no ya solo por la amenaza que supone, sino por cómo afecta a los sistemas de procesamiento de la información. “Ha sido un trauma” verbalizaba una de las pacientes atendidas afectada por esta problemática.

En la terapéutica del trauma por infidelidad en parejas de larga duración encontramos frecuentemente en la persona infidelizada, toda la sintomatología de estrés postraumático:

“Al enterarme de la verdad completa, prácticamente tuve un shock nervioso, todo se nubló, la migraña comenzó, temblé, lloré (…). Hoy día sigo teniendo trastorno del sueño, ansiedad generalizada, recuerdos recurrentes, propició mi aislamiento y no he podido realizar mis actividades laborales. Tengo miedo por las noches y malhumor pro el día, lloro espontáneamente, me falta el aire y comienzo a temblar, adelgacé y mi rostro muestra la tristeza que siento por dentro”.

La infidelidad se evidencia, en estos casos, como una herida que no cicatriza, a pesar del tiempo transcurrido: “El problema es que me veo como una veterana de guerra. Pero nadie lo sabe. Y cargo con mi sufrimiento”. Recuerdo una paciente que vino a mi consulta para abordar el problema de infidelidad por parte de su marido ocurrida 17 años atrás.

Lo que clínicamente se observa es que la infidelidad resulta traumática sobre todo para aquellas personas cuyo principio básico de fidelidad se ve atacado. Para estas personas, la infidelidad representa una amenaza vital porque lastima, hiere e incluso destruye no solo la pareja, sino la familia en algunos casos.

La persona infidelizada, en la “reconciliación [4]” se percibe, de alguna manera, como “obligada” a aceptar algo que éticamente no lo aceptaría bajo ningún concepto. Por ello, además de sentirse indefensa, no ve salida al conflicto, porque no puede hacer nada para impedir la infidelidad. Veamos algunos testimonios de pacientes para las cuales ya han pasado al menos dos años de la infidelidad e incluso han pasado por una o varias terapias, en su mayoría no especializadas en esta problemática.

“El dolor no se va. Me duele el pecho, me levanto con esa pesadez. Busco cosas en que concentrarme, me repito “concéntrate” para no llorar. Me siento tan destrozada y triste. A veces superada. Pensando en qué podré hacer de mi Futuro, con tanto miedo y decepción.

Me siento una persona sin valor, a la que nadie es capaz de querer realmente, sea lo que sea lo que yo haga. La persona que tenía que amarme y protegerme sobre cualquier cosa (y que afirma hacerlo) es la que peor me ha tratado nunca.

Exponiéndome a todo esto y llevándome hasta este punto de donde no soy capaz de salir. Y todo esto está tan lejos de mi Manera de ser… que no me reconozco.”

“A veces me digo que solo tengo que marchar. Pero hay muchos peros que me anclan. Es muy cansino todo.”

“Creo que tendría hacer una cosa para salir de todo esto, sin embargo, no tengo coraje de hacerlo. Dolor, miedo, decepción, rabia y frustración conducen mis días. Yo soy seguir “viviendo”, programando, intentando buscar distracciones y cumpliendo con mis deberes, responsabilidades y todo. Pero muchas mañanas me quedaría escondida en mi edredón, a oscuras, lejos de todo, de mis hijas, Ramón, mis padres, el trabajo, mis libros, mis amigos, el móvil. Sola con mis lagrimas que me humedecen los ojos, cada día, todo el día. Y que empujó hacia dentro para ser presentable.”

Por un lado, el miembro infidelizado de la pareja dejaría la pareja porque no entra en sus esquemas “aceptar” la infidelidad, pero, por otro lado, el cambio que dan algunas de las parejas que han sido infieles es realmente el cambio que hubieran querido ver, pero sin la infidelidad de por medio. En consecuencia, se ve en la tesitura de ver cómo seguir con su pareja y que no vuelva a ser infiel. Este bucle se ve reflejado en un ciclo de discusiones frecuentes, a veces incluso de forma agresiva. En esta circunstancia, la persona se ve inmersa en un dilema irresoluble, puesto que la fuente susceptible de proporcionar seguridad en tanto que confiabilidad, es también una fuente de desestabilización.

Cuando observamos los criterios diagnósticos del estrés postraumático, el primer ítem se refiere a una persona que ha estado expuesta a muerte o amenaza de muerte o peligro de daño grave, violación sexual real o amenaza, en más de una las siguientes maneras: experimentar uno mismo el acontecimiento, ser testigo del acontecimiento que le ha ocurrido a otro, tener conocimiento de un acontecimiento que le ha ocurrido a alguien cercano o a un amigo y experimentar exposiciones repetidas o de extrema aversión a detalles del acontecimiento (por ejemplo, personal de emergencias que recogen partes de cuerpo, agentes de policía expuestos repetidamente a detalles sobre abuso infantil…) (Bobes et al., 2000), el caso de la infidelidad se ajusta a esta premisa al tener conocimiento, directo o indirecto, del acontecimiento en cuestión. El hecho de saber o enterarse de la infidelidad sitúa a la persona infidelizada fuera de la pareja, lo que supone una vivencia de amenaza, de peligro o de daño grave. La amenaza reside fundamentalmente en la vivencia de la amenaza de abandono, rechazo o separación además de la desaparición de un sistema de vida estable y el distanciamiento emocional que la infidelidad suele conllevar.

“No sé qué hacer, de verdad. Pienso en cambiar de trabajo, marchar, cambiar de ciudad, de país… sueño con una vida que hubiera sido diferente. Y me fijo en la inmodificabilidad del pasado. Estoy mal. Cada vez más, tengo la sensación de desgarro porque no se arreglará nada. Que es lo que está roto dentro de mí que no se arregla. ¿Cómo salgo de esto? ¿Qué me pasa? ¿Qué tengo que hacer?”

Dentro del ítem síntomas intrusivos, encontramos los sueños recurrentes angustiosos en los que el contenido y/o la emoción del sueño están relacionados con la infidelidad, las reacciones disociativas, los “flashback”, en las que el individuo se siente o actúa como si el acontecimiento traumático estuviese ocurriendo, el malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático e importantes respuestas fisiológicas al recordar el acontecimiento traumático.

“Al marido de la amante lo vi el domingo, porqué ellos volvieron del camping el sábado. El lunes sus hijos volvieron al colegio, y ella (la amante) se presentó a la entrada del cole, con su actitud de actriz protagonista. Dejó a sus hijos bajo mí mirada de destrucción y se fue hacia su coche. Luego se dio la vuelta, vino hacia mí llorando como aguantando la pena. Se acercó con voz rota para decirme “Perdóname”. Yo, desubicada, sorprendida en el desconcierto que ya llevaba más de 72 horas conmigo, le contesté: “Ya te he perdonado”. No era verdad, pero yo no lo sabía. Sin embargo, como si me hubiera creído, ella me contestó “Gracias”, se dio la vuelta y se fue.

La conversación había sido surrealista. Me medio desperté de ese estado de ensueño y la llamé: “Me has destrozado la vida”

Este grupo de síntomas es quizás el más destacado en muchas personas infidelizadas. El revivirla (reimaginarla) constantemente, el reactivarla debido a los estímulos externos y/o internos, el intenso malestar psíquico ante evocaciones, la (hiper)activación fisiológica en forma de vómitos, mareos, náuseas, vómitos, ansiedad, hipertensión…

“Me medio desperté de ese estado de ensueño y la llamé: “Me has destrozado la vida”.

Se medio giró y dijo (creo recordar): “Yo también me la he destrozado” con un tono de reivindicación, como si eso tuviera algo que ver con lo que ella me había hecho. En ese momento fue cuando me sentí ofendida por la conversación, cuando entendí que eso no debía haber ido así. Me empezó a montar dentro la rabia. Me quedé como una idiota, con ella que se había quedado con la última palabra y yo allá, plantada en un parking desierto midiendo mi desconcierto. Monté en el coche y me fui, pero a los cien metros tuve que parar porqué me dio un ataque de pánico, el primero de una serie que tuve después. Nunca me había pasado anteriormente.

Aparté mi coche y me quedé llorando en el volante, respirando con dificultad. Vi pasar el coche de ella, me puse a gritar, no se yo lo que hice. Me di cuenta de que no podía conducir en ese estado. Llamé Ramón, que dejó el trabajo y me vino a buscar para llevarme a casa.”

“También hablas de los Flashbacks: les imagino en cada escena de cama que veo en cualquier película, o cuando oigo hablar de Oviedo incluso en las noticias. Esto me produce ansiedad, dolor de estómago principalmente, aunque en otras ocasiones he llegado a vomitar.”

Esta rememoración involuntaria de la infidelidad parece generar una vivencia de que está volviendo a ocurrir a cada momento:

“A partir de ahí hay una larga lista de palabras, cosas e imágenes que me traen de nuevo esa angustia, como si fuera hoy”. “La rememoración del trauma es vivida como “Me está volviendo a pasar otra vez – todavía no estoy fuera de peligro” (Ogden, Mintón y Pain 2009, p. 54).

Por eso, la persona infidelizada se siente una y otra vez amenazada e insegura. El razonamiento parece fallar y muchas de las acciones y decisiones que siguen, tienden a ser “impulsivas, peligrosas o de alguna otra forma inapropiada a la realidad actual” (Ibid) como por ejemplo hablar con la amante, vengarse, discusiones violentas, agresión física…

El ítem de alteraciones negativas en las cogniciones y del estado anímico asociadas al evento traumático expresado de las formas siguientes: persistentes y exageradas expectativas negativas sobre uno mismo, otros o sobre el futuro, culpa persistente, vergüenza, estado emocional negativo generalizado, reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas, sensación de desapego e incapacidad para experimentar emociones positivas.

“No puedo oír la palabra Oviedo. Se me encoge el estómago. Ahora mismo no creo que pueda volver nunca a esa ciudad.

Me imagino el hotel, los veo a los dos desnudos en la cama. Le veo a él disfrutando con ella y no lo puedo soportar.

Me da rechazo su cuerpo. No puedo acercarme a él y notarle. Me da vergüenza que me vea desnuda. Intento evitarlo.”

A nivel sensoriomotriz, destacaremos el ítem referido a las alteraciones en la activación y reactividad que están asociadas con el acontecimiento (iniciadas o empeoradas después del acontecimiento traumático), tal y como indican tres (o más) de las siguientes formas: comportamiento irritable, enojado o agresivo, comportamiento temerario o autodestructivo, hipervigilancia, respuestas exageradas de sobresalto, dificultades para concentrarse y trastorno del sueño. Destacaremos la dificultad en la atención y la concentración porque el nivel de activación fisiológica no está dentro de los márgenes de tolerancia como para posibilitar la atención adaptativa. Muchas personas infidelizadas, mantienen la atención entre dos extremos, o la fijación o la distraibilidad. Se quedan fijadas de manera compulsiva a ciertos estímulos que les imposibilita redirigir y desplazar la atención hacia otros. Al mismo tiempo, son incapaces de concentrarse. Obsesionadas por los detalles de la infidelidad para comprender y darle un sentido, muchas personas se desconectan (disociación) del cuerpo, de la vida cotidiana, de la vida social… Así, algunas víctimas de infidelidad desarrollan una marcada atención a cualquier señal que les indique de nuevo otra futura posible infidelidad. Lo que motiva esta búsqueda incisiva de señales, esta atención focalizada, es el hecho de que en su día no fueron capaces de preverla. Así, están atentas a cualquier llamada, cualquier detalle, cualquier cambio de voz o de comportamiento. La infidelidad les ha literalmente pillado por sorpresa y ahora, a posteriori, tienen que prevenirla. Por supuesto que una mayor atención y alerta suele ir acompañada de una mayor exaltación sensorial, cognitiva y afectiva. Paradójicamente, esta mayor consciencia suele ir acompañada de una marcada distraibilidad. Otras veces esta búsqueda incisiva de la verdad se produce por las diferentes versiones que las personas infieles han dado a lo largo del proceso de reconciliación:

“Esta es la versión de mayo 2021. Porque, aunque parezca increíble, he tenido como unas ocho versiones diferentes en 3 años. Versiones contadas de frente, mirándome a los ojos, sin pestañear. Asegurando después: «ya sabes lo que pasó». El tema de las versiones me causa hoy mucho dolor. Está claro que para mí esta es una versión más ¿de cuántas? Ya no puedo creer nada de lo que me diga, ni entonces, ni hoy”.

Gran parte de las personas traumatizadas por la infidelidad que acuden a terapia oscilan entre la evitación de todo aquello que les recuerda el fatídico suceso y la vivencia intrusiva del suceso como hemos dicho a través de flashback, sueños, pensamientos, imágenes… Lo que suele ser indicativo de la dificultad para integrar lo ocurrido. Parecen compartimentar tal experiencia, alternando momentos agradables e incluso positivos, como si la infidelidad no hubiera ocurrido, con momentos desorganizados caracterizados por discusiones acerca de cómo ocurrió, con todo el componente y carga emocional y sensoriomotriz que ello implica, que se revela en muchos casos en síntomas psicomorfos: emociones incontrolables como pegar o gritar, dificultades de memoria y de concentración a los cuales se añade la modificación del sistema de creencias, sobre todo relacionado con el cuerpo físico y el sentimiento de no sentirse atractivas o deseadas.

La vertiente sensoriomotriz del trauma por infidelidad

“dolor en el estómago, imposibilidad de tomar decisiones (esto es lo peor), dolores de cabeza y musculares, problemas ginecológicos y dermatológicos. A veces, ataques más graves. Nunca antes en mi vida había tenido un ataque de ansiedad… ha sido lo peor que me ha ocurrido en mi vida, incluso peor que la muerte de mi padre. Llevo tomando lexatín de forma intermitente desde que ocurrió.”

Son muchos los autores que detallan cómo el trauma afecta al cuerpo (Ogden, 2002; Van der Kolk, 2015). Así pues, resulta altamente efectivo en el abordaje terapéutico del trauma de la infidelidad incluir un trabajo sensoriomotriz, el cual pone el énfasis tanto en el proceso ascendente, cuerpo-emoción-cognición, del procesamiento de la información, como en el descendente cognitivo-conductual.

La mayor parte de los modelos terapéuticos en la temática del trauma se focalizan desde lo cognitivo y lo racional, destacando las narrativas verbales, así como los pensamientos, las creencias y las emociones. Este énfasis no permite centrarnos en los aspectos de las funciones reguladoras sensoriomotrices propias de la comunicación no verbal. Desde la perspectiva de la teoría sensoriomotriz, se trata de incluir las “modalidades neurales no verbales de procesamiento” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p.16). Estas modalidades son fuente importante de conocimiento, particularmente en la comprensión de experiencias humanas complejas como lo son las experiencias traumáticas. La integración de estas dos formas de conocimiento nos dará una visión más completa, íntegra, coherente y adaptativa porque, en su ausencia, la actividad mental en exclusiva nos conduce a la rigidez o al caos. Desde esta perspectiva de la neurobiología interpersonal, el trauma se considera como “un defecto fundamental de integración dentro de un individuo, una díada, una familia o una comunidad” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p.17). Se trata de “la integración de diversos dominios vivenciales dentro de un modelo receptivo de conocimiento (…). Dichos vínculos incluyen la integración de las modalidades de procesamiento de la memoria implícita y la memoria explícita, del hemisferio izquierdo y el hemisferio derecho, y del conocimiento intelectual consciente y las sensaciones corporales” (Ibid). El error de Descartes (Damasio, 1994), ese error metodológico de separar la psique del cuerpo que poco a poco la (neuro)ciencia se va encargando de demostrar, no ha sido subsanado aún a nivel clínico.

La vertiente sensoriomotriz del trauma por infidelidad, difícilmente explicable en palabras, la vamos a escuchar muy frecuentemente en consulta:

“El hueco fue infinito, no tenía fondo, totalmente perdida, desubicada. Si lo pudiera explicar con palabras, lo haría, pero esa sensación es inexplicable. Te quieres morir y no hay muerte, quieres desaparecer y no desapareces, quieres dejar de existir y sigues existiendo.” (Jaramillo, 2014, p. 87).

Como nos lo recuerda la psicóloga Pat Ogden (2002), la experiencia vivencial del trauma antes que en la mente se vive en el cuerpo:

“Al principio no entendía, no podía comprender; físicamente tampoco reaccionaba. Mi cerebro dejó de funcionar como yo lo conocía. Emocionalmente me sentí muy brava, una rabia inmensa; me empezó a temblar el cuerpo, no podía parar de temblar, eso me asustaba aún más. El pecho se me apretaba y me costaba trabajo respirar. Eran tan nuevas esas sensaciones que me angustiaban aún más sentirlas. Me desconocía a mi misma, me aturdía. No podía concentrarme (…); yo estaba en otro lugar, ni sabía en dónde (…) Mi capacidad analítica estaba reducida a mínimo, no podía sacar conclusiones (…) El cerebro se me bloqueaba (…) Es como si hubiera estado ausente, como si viviera en otra dimensión. Es algo tan indescriptible, que las palabras no me alcanzan para transmitirlo”. (Jaramillo, 2014, p. 95).

Los síntomas psicomorfos (reacciones físicas sensoriomotrices no resueltas) y somatomorfos (trastornos caracterizados por síntomas físicos o preocupaciones corporales sin explicación médica) nos indican que el trauma sucede tanto a nivel mental como corporal. Y es que el procesamiento de la información conlleva un proceso evolutiva y funcionalmente jerárquico, distinguiendo los niveles, cognitivo, emocional y sensoriomotriz (Wiber, 1996 en Ogden, Minton y Pain, 2009). Todos estos niveles se correlacionan a tal punto que una falla en alguno de estos niveles, influirá notablemente en los demás. El aspecto jerárquico de la evolución cerebral nos indica que “Las funciones integradoras de “nivel superior” evolucionaron a partir de (las funciones inferiores) y dependen de la integridad de las estructuras de “nivel inferior” y de la experiencia sensoriomotriz.” (Fisher, Murray y Bundy, 1991, p. 16 en Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 58). En otras palabras, “En muchos sentidos, el procesamiento sensoriomotriz es fundamental para los otros tipos de procesamiento”. (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 58).

Aún recuerdo a una paciente que su intento de hablar sobre la infidelidad tuvo que ser interrumpido porque empezó a vomitar y a somatizar, por lo que tuvo que ser atendida en varias consultas a nivel somático, antes de poder abordar el suceso.

Cuando hablamos del procesamiento sensoriomotriz, hablamos de sensaciones corporales internas y externas, así como de los movimientos voluntarios e involuntarios, conscientes e inconscientes, ascendentes y descendentes.

Cada nivel de procesamiento de la información, cognitivo, emocional y sensoriomotriz se influyen y retroalimentan mutuamente.

Procesamiento cognitivo

Este procesamiento “hace referencia a la capacidad de conceptualización, razonamiento, adscripción de sentido, solución de problemas y toma de decisiones. Engloba la capacidad de observar y abstraer a partir de la experiencia, de sopesar un abanico de posibilidades de actuación, de planificar el logro de los objetivos y de evaluar los resultados de las acciones” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 61). Es lo que se conoce como procesamiento descendente. En general, esta forma de procesar la información, particularmente en el adulto, predomina jerárquicamente sobre las respuestas emocionales y sensoriomotrices, de tal forma que se puede ignorar, controlar o interrumpir los niveles inferiores de elaboración emocional y sensoriomotriz. Para la persona traumatizada, la intensidad de las emociones y de las reacciones sensoriomotrices relacionadas con el trauma, dificulta la capacidad de este procesamiento, al cual se añaden interpretaciones rígidas e inadaptadas sobre el hecho traumático:

“Pienso que mi matrimonio ha sido un engaño. Creo que Francisco siempre ha tenido a esa chica en la cabeza y que nunca la olvidó.”

“No sé cómo digerirlo. Me ha mentido tantos años! Cómo se puede mentir con tanta frialdad y sin tener remordimientos? Veo fotos y es como si fuese mi vida una estafa. Esto ha sido como un punto de inflexión en el que lo que había antes ya no cuenta. Y dudo de lo que hay ahora. No le puedo creer cuando dice que me quiere.”

De todo esto saco una palabra: injusticia. Nadie me lo quita de la mente: he sufrido una injusticia y no lo aguanto. No lo soporto. Soy como esos padres a los que les matan un hijo y no son capaces de perdonar, por muy arrepentido que esté el asesino. Es injusto, un padre no tendría que perder un hijo. Y así es injusto lo que me hicieron: un marido y una amiga no tendrían que traicionar a una mujer. No por la formalidad, por el vínculo civil, sino por el pacto de amor y de afecto más o menos implícito que haya dentro de las relaciones. Ya lo dije en otra ocasión: es como cuando traviesas un puente en la autopista confiando en que aguantará tu peso, y en cambio el puente se cae y te arrastra hacia el fondo del barranco entre rebotes sobre las paredes de piedra.”

Interpretaciones que adoptan la forma de pensamiento involuntario o intrusivo de carácter general, presentando sesgos negativos como por ejemplo “soy mala”, “fue culpa mía” “todos los hombres son iguales” …, que, a su vez, generarán más cogniciones negativas con sus correspondientes emociones y reacciones sensoriomotrices. Así pues, este tipo de pensamientos continuarán organizando la experiencia traumática de la infidelidad, la cual se ve determinada por la presencia de una pauta generalizada de distorsiones cognitivas del estilo “lo nuestro no fue real”, “nada ha sido real…, que a su vez se traducen en vivencias de baja autoestima, sensación de fracaso, percepción de inseguridad y miedo… Lo que está claro es que las sensaciones sensoriomotrices cobran protagonismo, nublando el procesamiento cognitivo, que forman parte sintomática de lo que se conoce como trastorno de estrés postraumático. Hay toda una serie de sensaciones corporales que son activadas durante el procesamiento cognitivo del trauma de la infidelidad, que dificultan este tipo de procesamiento. Es más, por mucho que razonen -y lo hacen- la intrusividad de la sintomatología postraumática, parece impedir el procesamiento del dolor, convirtiéndose así en sufrimiento.

Las personas traumatizadas por la infidelidad, en su intento de procesar cognitivamente este suceso, entran en discusiones “bucle” sobre el porqué la persona infiel hizo lo que hizo de manera, en ocasiones, agresiva: pegan, arañan, gritan, muerden…Para Janet, este tipo de reacciones defensivas hiperactivas pueden ser “una variante extrema de una resolución fallida de la reacción de ataque” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 205). Bucles que en ocasiones se repiten en forma de pensamientos intrusivos recurrentes:

“¿Por qué pasa esto? ¿Por qué un padre se descuida de sus criaturas? ¿Por qué la persona que te ama (que tú amas) y que comparte contigo la vida (¡la vida! es todo lo que un ser humano tiene!) te daña de la peor manera?”.

Conversaciones bucle que pueden durar incluso años. Se denominan “tendencias de acción”, es decir disposiciones “hacia una conducta específica” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 82). Las personas traumatizadas por la infidelidad tienen dificultades para interrumpir estas tendencias desadaptativas a la acción en forma de bucle e introducir la reflexión y formas más deliberadas de acción (Fonagy y al., 1995 en Ibid). En muchos casos nos damos cuenta de que no es una cuestión de autocontrol emocional o de procesamiento cognitivo, ya que hay síntomas fisiológicos que se hiper/hipo activan involuntariamente, sobre los cuales conviene trabajar antes de buscar y dar un sentido a lo experienciado, antes de centrarse en lo cognitivo.

Procesamiento emocional

El procesamiento emocional “se refiere a la capacidad de vivenciar, describir, expresar e integrar estados afectivos“ (Brewin, Dalgleish y Joseph, 1996 en Ogden, Minton y Pain, 2009, p.66).

Si bien las emociones siguen una pauta fásica, es decir, un comienzo, un desarrollo y un final (Frijda, 1986 en Ibid), en muchas personas traumatizadas no se llega al final, de tal forma que las respuestas emocionales no parecen extinguirse. Parece que quedan fijadas a emociones traumáticas de dolor, miedo, rabia… Veamos esto en algún testimonio:

“Y él estaba lleno más de dolor que de resentimiento, así que la rabia se hundió en esas aguas amenazantes y oscuras. Solo salieron flotando, en esos primeros días, el desconcierto, la decepción, el dolor mudo y atónito. Toda yo estaba atónita, en momentos catatónica, trastornada, incrédula. Chocada. Es verdad lo que describes, Inma: no hay palabras para eso. Y en esa nube de confusión, desesperación y abandono, se me fueron los días sin que yo reaccionará con algún acto fuerte, de defensa, agresivo. Algo quizás inútil, a largo plazo, pero que en ese momento me hubiera seguramente permitido echar la rabia y todos los sentimientos mezquinos que sigo albergando en mí hoy en día. Además, y sin duda, si me hubiera permitido no ser como yo soy, por una vez; si me hubiera permitido “bajar a su nivel”, dejar fluir mis instintos y actuar “sin pensar”, como ellos lo hicieron conmigo; si me hubiera permitido que mis sentimientos más oscuros guiaran mis acciones sin que mi mente y mi corazón les frenaran; pues hoy no probaría esa desdicha hacia mí misma por “no haber hecho, no haber dicho”. Siento de alguna manera haberme rendido por el bien común, por salvaguardar la imagen, por proteger mis hijas y, en el fondo, también sus hijos; siento haber aguantado con todas mis fuerzas los muros de esa casa que se derrumbaba encima de mí cuando el terremoto ocurrió, en lugar que salir huyendo de la casa entre gritos de alerta: “¡Ayuda! ¡Mirad el terremoto! ¡Mi casa se derrumba!” Así el terremoto vino, destrozó de encima abajo las fundamentas de mi casa, esa casa bonita que llevaba años construyendo y arreglando, me hirió a muerte chafándome bajo el golpe de los muros, pero las paredes de fuera, de cara al mundo, siguieron de pie, con mi esfuerzo sobrehumano.”

Las hipótesis sobre este hecho pueden ser varias: como mecanismo de negación, de evitación del dolor o sufrimiento, o pérdida de conciencia con respecto a la relación entre las emociones actuales y el trauma del pasado… En la terapia de pareja llegar a la reconciliación tras una infidelidad lleva bastante tiempo, años incluso, acabando, en ciertos casos, por convertirse en un tema tabú.

Las emociones otorgan “un colorido motivacional al procesamiento cognitivo” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p.65). Actúan a modo de señales de advertencia con el fin de focalizar la atención en ciertos estímulos en particular. Así pues, las emociones nos van a guiar en la realización de acciones adaptativas “llamando la atención respecto de los hechos y de los estímulos significativos que se producen en el entorno” (Cristal, 1978, Van der Kolk, McFarlane y col., 1996 en Ibid). “El cerebro emocional nos mueve en dirección a las experiencias que buscamos y el cerebro cognitivo trata de ayudarnos a llegar a ellas de la forma más inteligente posible” (Servan-Schreeiber, 2003, p. 26 en Ibid). De igual modo que el tono muscular hace de plataforma básica para la ejecución de los movimientos, “las emociones representan la plataforma premotriz en su condición de elementos impulsores o disuasorios aplicados a la mayoría de nuestras acciones” (Llinas, 2001, p. 155 en Ibid).

Para las personas traumatizadas, este proceso emocional se ve turbado porque, básicamente, “pierden la capacidad de utilizar las emociones como guías para la acción(Ogden, Minton y Pain, 2009, p.65). Pueden presentar alexitimia (perturbación de la capacidad para reconocer y encontrar palabras para describir las emociones). Pueden también mostrarse emocionalmente distantes y desapegadas con sensaciones de vacío, falta de interés y motivación en la vida e inhibición en la acción. Por el contrario, puede ocurrir que las emociones desborden hacia acciones impulsivas e inmediatas, sin reflexividad para guiar dichas acciones y con una expresividad emocional explosiva, desorganizada y descontrolada. “A través de la rememoración no verbal desencadenada por las reminiscencias de los hechos, las personas traumatizadas reviven el tono emocional de las experiencias traumáticas anteriores, encontrándose a merced de unas emociones muy intensas relacionadas con el trauma” (Ibid), conduciendo así a “acciones impulsivas, ineficaces, conflictivas e irracionales tales como arremeter física o verbalmente, o sentirse desvalidos, paralizados o entumecidos” (Ibid). De esta forma, con frecuencia toda esa excitación emocional en las personas traumatizadas se traduce en acciones inadaptadas al entorno no traumático en el presente, lo que parecen constituir una versión de una respuesta adaptada al trauma original.

Las emociones se expresan en el cuerpo entero afectando al corazón, el estómago, el intestino, el cerebro, la circulación, los riñones, el ritmo cardíaco, el sistema endocrino, el sistema inmune, el sistema nervioso central… a partir de sensaciones fisiológicas internas o externas, seamos o no conscientes de ello. Los estados emocionales internos se reflejarán en nuestro físico externo, en nuestra expresión corporal. Estas actitudes corporales pueden ser simplemente una respuesta inmediata a una situación traumática actual o bien, se puede cronificar. En el caso de la infidelidad como trauma, observamos con frecuencia una cierta oscilación entre la desregulación afectiva y la alexitimia funcional tan característica de los estados postraumáticos. Emociones que desbordan y con muy poca conciencia de cómo el cuerpo está involucrado en la creación y mantenimiento de las emociones. Se confunden emociones con sensaciones corporales, consecuencia de la activación fisiológica, hecho que despierta en las personas traumatizadas una dificultad para procesar y gestionar lo que les ocurre. De ahí esa sensación de extrañeza, de alienación: “Es que no me reconozco”, “Esa no soy yo”… Ello influye a su vez en las cogniciones basadas en el miedo, la inseguridad, la impotencia, la renuncia, la falta de perspectiva de un futuro… que a su vez hace aumentar la activación fisiológica, entrando en un bucle difícil de salir. Y prácticamente, cualquier cosa puede detonar este tipo de alarmas.

No basta con trabajar el procesamiento emocional, ya que este se suele ver a menudo alterado por reacciones fisiológicas. Resulta fundamental trabajar con la activación fisiológica que se produce tratando la infidelidad, de cara sobre todo a distinguirla y diferenciarla de las emociones. Este trabajo proporcionará una sensación de control y seguridad que contrasta con la sensación de descontrol experimentada por la infidelidad. Muchas veces, a partir de esto, resulta más fácil abordar las. emociones generadas por la infidelidad.

El procesamiento sensoriomotriz

“El lunes por la noche vi una película en la que, como siempre, había una escena de cama entre los dos protagonistas. Esto me ha ocurrido ya alguna vez más. La anterior vez, me dio un ataque de ansiedad tal, que me fui al baño a vomitar. Lo pasé fatal. Pero esta vez, me puse mal, pero no me dio ningún ataque. Dentro de lo malo, estuve contenta, porque me parece que los síntomas van disminuyendo. Aun así, me sentí muy mal y me duró hasta el miércoles.”

El procesamiento sensoriomotriz, más que corporal en general, “incluye los cambios físicos en respuesta a los estímulos (entrada de información) sensoriales, las

pautas de acción fijas que se observan en las defensas, los cambios en la respiración y el tono muscular, y la activación del sistema nervioso autónomo.” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 58). Este procesamiento, también conocido como ascendente, irrumpe en el cotidiano de las personas traumatizadas por la infidelidad, de tal manera que se sienten a menudo invadidas por toda una gama de sensaciones y reacciones físicas, anulando así la capacidad de regular estas funciones, además de las emocionales y cognitivas.

En la clínica de la psicoterapia sensoriomotriz “se distinguen tres componentes generales dentro de este procesamiento: las sensaciones corporales internas, las percepciones procedentes de los sentidos y los movimientos” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p.70).

Las sensaciones corporales internas hacen referencia a las sensaciones físicas generadas por los movimientos dentro del cuerpo. Los autores hablan de espasmos musculares, contracciones intestinales, circulación de fluidos, cambios bioquímicos, alteraciones hormonales, cambios en los movimientos relacionados con la respiración, los músculos, ligamentos o huesos. Estas sensaciones son percibidas por los interoceptores. El sentido kinestésico del movimiento del cuerpo dependerá de los propioceptores, los cuales comunican la posición del cuerpo. También interviene el sistema vestibular. El sentido visceral conocido como enterocepción, informa de movimientos como la aceleración del pulso, náuseas… Están los nociceptores que informan sobre la piel, las articulaciones, los tendones y ciertos órganos. Los termoceptores que informan de la temperatura. Son sensaciones corporales continuas, pero difícilmente perceptibles que influyen en el estado general del cuerpo (Damasio, 1994). Estas sensaciones son importantes para el sentido de la propia identidad. Por ello, las personas en este tipo de circunstancias corporales alteradas, se sienten como extrañas a sí mismas.

Muchas de estas sensaciones, aunque sentidas, no llegan a la conciencia y son retroalimentadas por las cogniciones y las emociones. A ello, luego se sumarán las interpretaciones y el sentido que se les da, pudiendo generarse reacciones de ansiedad, angustia, miedo… Este tipo de reacciones son muy frecuentes en las personas traumatizadas por la infidelidad. Están molestas por toda esta amalgama de sensaciones corporales internas vividas como invasivas e imposibles de controlar e incluso de sentir o nombrar. De ahí muchas veces la ansiedad debido a la sensación de pérdida de control. También ocurre a veces una especie de congelación o falta de contacto con las sensaciones corporales, vivenciadas como “no siento el cuerpo”, “no siento nada”, “empiezo a temblar y no lo puedo controlar”, “¿Qué me está pasando?”

Las personas traumatizadas por la infidelidad o bien sienten demasiado e intensamente, o bien, demasiado poco. En cualquier caso, les resulta perturbador. A veces no saben ni cómo expresar las sensaciones físicas con palabras, lo que se conoce como alexisomia (Bakal, 1999; Ikemi e Ikemi, 1986 en Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 73).

Las percepciones procedentes de los sentidos suelen predominar sobre la capacidad de pensar, reflexionar y razonar de muchas personas traumatizadas por la infidelidad. También influye en la “elección” de a que hacer o no hacer caso; a que prestar o no atención. Registran y advierten estímulos relacionados con este evento vivido como traumático. Es como si todo lo que ven, escuchan y perciben, está relacionado con la infidelidad. Toman conciencia de cuán omnipresente está esta problemática, sobre la cuál, la mayoría estaba segura de que nunca les sucedería.

Los movimientos somáticos suelen ser voluntarios e involuntarios, conscientes e inconscientes, ascendentes y descendentes. Hablamos de la respiración, del movimiento de los órganos, las pulsaciones de la sangre, el bombeo de las hormonas, contracciones, temblores, movimientos relacionados con la motricidad gruesa y fina, expresiones faciales, posturas, gestos… Todas estas percepciones se ven afectadas en el trauma por infidelidad.

En muchas ocasiones, las reacciones fisiológicas se ven desencadenadas por situaciones tanto internas como externas, como, por ejemplo, conversaciones, imágenes evocadas por películas o series, flashbacks, pensamientos intrusivos, caricias… y adquieren “precedencia cuando otras acciones podrían resultar más adaptativas” (Ibid). Es como si estas personas quisieran entender; comprender algo a lo que no le encuentran sentido para así poder calmar esa serie de sensaciones de angustia, ansiedad y miedo, vivenciada de manera intensa corporalmente como inseguridad y pérdida de control que emerge en esos momentos de procesamiento. Como si esa angustia necesitara una seguridad fisiológica (proceso ascendente [5]) pero que intenta ser calmada cognitivamente (proceso descendente [6]). Desgraciadamente esta consecución de calma, estabilidad y seguridad resulta imposible cuando la persona infidelizada se sumerge en un bucle repetitivo de discusiones prolongadas. Es como una explosión sobre la cual no se tiene ningún control. No acaba de procesar la información, no integra la experiencia traumática de la infidelidad y no porque no quiera, sino porque siente que no puede; siente que pierde el control porque se ve invadida por muchas emociones, muchas de ellas confusas y contradictorias. Por mucho que se le insista para que pase página, no puede:

“Otras veces pienso que tengo que perdonarle. Que ha pasado una mala racha y que debo ser generosa con él y pasar página. PERO NO PUEDO!!! Y pienso que soy mala, que debería olvidarlo todo por el bien de todos, pero no puedo.”

En la mayor parte de estos casos, en el abordaje a través de las cogniciones introduciendo la lógica racional para establecer una seguridad de base y/o el trabajo con las emociones para facilitar el duelo traumático no resuelto por las pérdidas que la infidelidad supone, quedan sin procesar las reacciones somáticas como la ansiedad en sus formas clásicas de opresión en el pecho, temblores… o la rabia en su forma fisiológica, aumento del ritmo cardíaco, de la presión sanguínea, de los niveles de adrenalina y noradrenalina generando así una respuesta de ataque -o huida- por el daño percibido. De ahí las discusiones. Están presentes igualmente otras manifestaciones fisiológicas difíciles de restaurar como las alteraciones del sueño. Resulta harto difícil bajar la activación fisiológica hasta volver a la normalidad solo con el uso de técnicas descendentes que trabajan las creencias y los pensamientos. Se precisa en muchos casos una intervención psicoeducativa por medio de técnicas ascendentes que incidan sobre los procesos fisiológicos de activación.

Tradicionalmente la psicoterapia psicológica ha venido utilizando técnicas descendentes como la sublimación voluntaria y consciente -racional- de las respuestas sensoriomotrices y emocionales. Ante una experiencia perturbadora o descendente de la activación fisiológica, este tipo de intervenciones puede reducir la intensidad, modular el grado de activación o de desorganización. Por ejemplo, ante una vieja discusión sobre el porqué de la infidelidad suscitada a partir de un estímulo ambiental inocuo como una película, puede controlar dicha activación identificando el estímulo y pensando racionalmente hasta bajar el nivel de activación. O puede también hacerlo a través de la distracción, cambiando el foco de atención. Puede igualmente descargarlo decidiendo hacer ejercicio físico. Así pues, la respuesta de hiper o hipo-activación fisiológica “es voluntaria y conscientemente sublimada a través de la actividad física, la descarga conductual, la invalidación cognitiva o la distracción mental” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 84). Estas técnicas descendentes de distracción o descarga no pueden abordar la totalidad del problema, a pesar de poder facilitar un control eficaz y un alivio de la activación (Allen 2001). En estos casos hablamos de control, no de asimilación. Y esto es lo que observamos en el trauma por infidelidad. Las discusiones bucle se suceden tras una hiperactivación fisiológica porque la infidelidad no acaba de ser ni racionalizada y emocionalmente asimilada. En la práctica observamos que cuesta mucho integrar y aceptar este hecho. Así, por ejemplo, una paciente puede entender racionalmente el sentido de la infidelidad en la vida de la persona infiel sin que pueda impedir, tras cualquier desencadenante, el aumento vertiginoso de la activación fisiológica subyacente hasta grados abrumadores. “La experiencia traumática y la activación derivada de los niveles sensoriomotriz y emocional puede ser redirigida a través del control descendente, pero es posible que no haya tenido lugar el procesamiento y la asimilación de las reacciones sensoriomotrices al trauma” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 85).

En el trauma por infidelidad, al igual que muchos otros tipos de traumas, la intervención descendente propio de la psicoterapia sensoriomotriz se utilizará para facilitar el procesamiento de la infidelidaad a través del rastreo “con plena conciencia (…) la secuencia de sensaciones y de impulsos fisiológicos(…) a medida que van progresando a lo largo del cuerpo, y dejar a un lado transitoriamente las emociones y los pensamientos que puedan salir a la superficie, hasta que las sensaciones y los impulsos corporales se resuelvan alcanzando un nivel de reposo y estabilización” (Ibid). La persona en estas circunstancias, podrá “identificar y vivenciar estas reacciones físicamente (procesamiento sensoriomotriz ascendente). El paciente aprende a observar y seguir las reacciones sensoriomotrices que se activaron en el momento del trauma, además de realizar con plena conciencia unas acciones físicas que interrumpan (neutralicen) las tendencias desadaptativas” (Ibid). Para tratara los efectos traumáticos de la infidelidad en los tres niveles de procesamiento resulta importante el abordaje del procesamiento ascendente de las sensaciones, la activación fisiológica, los movimientos y las emociones tanto como el procesamiento descendiente, emocional y cognitivo.

Márgenes de tolerancia

Las personas traumatizadas por la infidelidad suelen oscilar entre dos extremos, sea una hiperactivación o una hipoactivación. En un principio, el shock que suele suponer el conocimiento de la infidelidad, las sumerge en una zona de hipoactivación caracterizada por un embotamiento o entumecimiento de las emociones, una reducción de los movimientos físicos y una disminución de la capacidad para procesar cognitivamente. Una paciente verbaliza este estado explicando que tras enterarse de la infidelidad estuvo como unos seis meses “paralizada” es decir como “congelada”, viviendo en piloto automático sin ser capaz de procesar lo ocurrido. “No reaccionaba”. Una vez “despierta”, pasó casi año y medio -hasta tomar la decisión de dejarlo- en una hiperactivación casi constante. Pero también, tras el shock de la infidelidad y esta etapa de bloqueo, suelen entrar en una zona de hiperactivación caracterizada por un aumento de sensaciones, de reactividad emocional, de hipervigilancia, de imágenes intrusivas y de desorganización del procesamiento cognitivo. Lo más común es que oscilen entre la hiper y la hipoactivación.

Parecen mostrar un margen de tolerancia tan estrecho que se desregulan fácilmente como consecuencia de la activación fisiológica que puede ser desencadenada por casi cualquier estímulo. Por ello, tienen una gran dificultad para procesar la información. Se dice en estos casos que el umbral de respuesta es bajo. En estas circunstancias “el sistema nervioso de la persona se activa con muy poca estimulación” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 90). Dependerá del tipo de estímulos, de la duración, del nivel de activación de la persona, de la experiencia previa y del temperamento (Ibid).

Apego inseguro

Uno de los sistemas defensivos que se ve más afectado en el trauma por infidelidad es el sistema de conexión social (sistema parasimpático ventral), el cual en contextos adecuados nos hace sentirnos fisiológicamente tranquilas, seguras y conectadas socialmente, mientras que en entornos amenazantes genera afectos negativos, distanciamiento y desconfianza. Se trata de un sistema que se activa ante señales de calma y de tranquilidad y se desactiva ante amenazas. Según la teoría polivagal (Porgers, 2018), la rama simpática ventral del nervio vago se corresponde con el sistema de conexión social el cual se activa cuando está dentro de una zona óptima. Además de favorecer las relaciones sociales y la comunicación, este sistema es capaz de activar y desactivar áreas del cortex cerebral, así como el sistema límbico (cerebro emocional) sin que el sistema nervioso simpático intervenga. Este sistema facilita la vinculación en contextos seguros y, por el contrario, dificulta el vínculo en situaciones amenazantes como puede ser la infidelidad. En este concreto contexto, el vínculo con la pareja infiel no suele ser el único que ve comprometido, sino que dicho compromiso se suele generalizar a contextos sociales más extensos.

Las relaciones afectivas en general tienen su base en el sistema de apego o “conjunto de pautas de procesamiento mental de la información sobre la base de las cogniciones y emociones con objeto de crear un modelo de realidad” Crittenden, 1995, p. 401 en Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 117). Son patrones de comportamiento en las relaciones sociales, destacando fundamentalmente tres: seguro, inseguro (evitativo y ambivalente) y desorganizado. Es bastante común que el apego seguro de la persona traumatizada por la infidelidad se transforme en apego evitativo consecuencia del debilitamiento del sistema de conexión social que muchas veces se manifiesta en estados elevados de ansiedad, angustia y pánico. En otras palabras, en situaciones de trauma por infidelidad, la manera de vincularse se ve afectada no solamente en la esfera íntima, sino en la social, pasando, en muchos casos, de una forma de apego segura a formas de apego cuanto menos inseguras o ansiosas. Es como si, en la persona infidelizada, el estilo de apego seguro se vuelve evitativo, ambivalente y/o desorganizado, debido a la vivencia de la infidelidad como trauma de traición o trauma relacional. En este cambio en la forma de apego, es como si dos sistemas de apegos opuestos se superpusieran: por un lado, la búsqueda de proximidad e intimidad relacional y, por otro, toda una serie de reacciones defensivas, normalmente cognitivas, emocionales y sensoriomotrices, dominadas por el ataque -o la huida- despertadas fisiológicamente por la rabia que la infidelidad desencadena. La persona infidelizada busca desesperadamente volver a crear -y creer en- una relación de confianza como la que tenía antes, la cual se ve asediada por miedos y sospechas aprendidos a raíz de la infidelidad, que impiden tener conductas relacionales adaptativas. A la persona infidelizada le resulta imposible vivenciar la pareja como segura y confiable. El vínculo como tal es querido y temido al mismo tiempo, dado que la propia persona que debía proporcionar amor, seguridad y apoyo es la que ha generado un entorno de desamor e inseguridad. La persona infidelizada intenta manejar estados asociados a unos efectos negativos desbordantes, de tal manera que los estados afectivos positivos se ven perjudicados. “Desbordadas por los afectos negativos e impedidos por los recuerdos del trauma, estos pacientes descubren invariablemente que incluso su capacidad de volverse conscientes de sus vivencias placenteras está debillitada” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 139). Se trata de favorecer la vuelta a un apego seguro.

El campo de conciencia

Tiempo después de la infidelidad, las personas traumatizadas por este suceso intentan anticiparse a estímulos que se asemejan al suceso y al contexto, en un intento de controlar lo que en su día les pasó inadvertido. El campo de conciencia de éstas se estrecha, de tal manera que aquellos esfuerzos realizados por la persona infiel para reparar el daño, no son percibidos como tales, e incluso pueden activar reacciones de hiper o hipoactivación. Prácticamente todo les remite a la infidelidad. No ven más allá. Es como si, de repente, toman conciencia de la cantidad de estímulos externos que hacen referencia a la infidelidad: películas, series, conversaciones… además de todos los estímulos internos: como los flashbacks… Ello hace que la persona parezca que está orientada hacia la infidelidad. La persona busca respuestas a lo inefable del hecho. Es como si toda su vida se reduce al trauma. Su “reflejo de orientación”, es decir, su respuesta involuntaria a estímulos novedosos o inesperados, está orientado hacia la infidelidad. Es lo que se llama tendencia de adaptación desadaptativa que incluye: “1) una hipersensibilidad a los pequeños cambios ambientales o internos” (Ogden, Minton y Pain, 2009, p. 153).

La persona infidelizada intenta a posteriori identificar señales que en su momento le pasaron desapercibidas. Repasa todo lo pasado con detalles. De ahí, que quiera saberlo todo sobre la infidelidad, a ver qué se le pudo pasar por alto. “2) una tendencia a orientarse excesivamente hacia estímulos arcaicos relacionados con el trauma” (Ibid). Buscando respuestas, estas personas dolientes tienden a leer y a escuchar todo aquello que hable del tema, a empaparse del fenómeno. Y “3) una incapacidad de discriminar y valorar el contexto de los estímulos, sobre todo en relación con las indicaciones que podrían señalar peligro en determinados contextos, pero no en otros” (Ibid). Si antes no vieron señales de infidelidad, ahora las ven por todas partes y desconfían. Están en alerta continúa y en una actitud de hipervigilancia, ya que no saben por dónde puede volver a venir “el golpe”; ¿Cómo estar segura de que no va a volver a suceder? ¿Cómo verlo ahora en caso de que se vuelva a producir? La percepción y orientación hacia estímulos positivos por parte de la persona que ha sido infiel como dar cariño, cuidados, atenciones… Las propias acciones para reparar el daño generado por parte de la persona infiel pueden orientar a la persona infidelidazada constantemente hacia la infidelidad que intenta “superar”. Todo es susceptible de activar el dolor. Este tipo de respuesta desadaptativa se produce en el cuerpo mucho antes que en la mente. La rabia, el dolor, la tristeza… se amalgaman generando toda una gama corporal de respuestas; el cuerpo se hiper o hipoactiva mucho antes que la mente. De alguna manera el trauma de la infidelidad genera un enquistamiento en un aprendizaje condicionado en el que se asocian estímulos neutros o inocuos con sensaciones de miedo y amenaza. La resultante es una hiper o hipoactivación fisiológica que no deja orientarse a otro tipo de estímulos, quedándose ancladas en la infidelidad, la cual parece reproducirse a cada momento. Se reacciona a la defensiva en vez de manera adaptativa.

Las reacciones defensivas

Si bien las reacciones defensivas tienen una función fundamental de supervivencia, en las personas afectadas por el trauma de la infidelidad, estas reacciones adoptan un giro inadaptado ya que las reacciones defensivas persisten bastante tiempo después. Muchas de las discusiones que se dan en torno a la infidelidad, de alguna manera, se producen porque la persona infidelizada se siente atrapada en una especie de bucle debido a los esfuerzos ímprobos para hacer frente al agente estresor -la pareja-, perdiendo así la capacidad de desprenderse de dicha actitud porque fallan los recursos disponibles a su alcance y, como consecuencia, se sienten cada vez más perturbadas por el tema conforma avanza el tiempo:

“Inma, hay unas cosas que ayer no salieron quizá de manera contundente:

-obligación es la palabra. Obligada a aguantar todo esto, por ello atrapada. Porque no hay un botón mágico que me libere de este sufrimiento. Y estoy enfadada con Ramón por haberme encerrado aquí.”

La repetición de las reacciones defensivas tiene un efecto debilitador, lo que hace que estas personas pierdan su confianza incluso para superar los desafíos más cotidianos.

Continuar en pareja sanando esta herida tiene el inconveniente de que la pareja -y su infidelidad- se percibe como una constante amenaza. Los elementos de defensa, además de las reacciones sensoriomotrices más o menos inconscientes y fijas, incluyen elementos emocionales y cognitivos. ¿Qué ocurre? Que nada de lo que hagan las personas infidelizadas va a poder evitar la infidelidad por lo que no hay una vivencia de alivio y victoria frente a la amenaza ni tampoco una sensación de seguridad y tranquilidad. Nada de lo que hacen puede ya evitarlo. Por ello, muchas de ellas quedan atrapadas en bucles en forma de discusiones y conversaciones que se prolongan en el tiempo, generando saturación en la pareja y una imposibilidad de sanar. No hay posibilidad de “acciones de triunfo” (“acciones acabadas”, y defensas movilizadoras),

sino que se quedan estancadas en la reiteración de determinadas acciones defensivas (discusiones, preguntas incisivas e incesantes sobre el por qué, el cómo pasó, cómo es que no pensó en ella durante el acto…), evocadas en muchas ocasiones por estímulos ambientales anteriormente neutros (una película, una conversación, ciertos lugares…). Y aunque las personas infidelizadas son conscientes de su sobrerreacción a posteriori, no son capaces de modular sus reacciones en el momento en que el “bucle” se inicia tras una inocua detonación. No hay manera consciente de que puedan hacer uso de respuestas alternativas propias de una situación no traumática. Sino que se quedan como fijadas a estas sobrerreacciones, convirtiéndose en respuestas generalizadas. Y lo peor es que estas respuestas se convierten en una reacción omnipresente debido a los intentos de anticipación de una posible futura amenaza de infidelidad. La gran dificultad es que las personas infidelizadas no han podido siquiera poner en marcha reacciones defensivas que pudieran garantizarles de nuevo la seguridad en el momento en que la infidelidad tuvo lugar. De ahí que se quedan traumáticamente expuestas a sus reacciones defensivas, aparentemente incontrolables. Se ven superadas por el acontecimiento, así como por sus propias reacciones vividas como ajenas. Se sorprenden gritando, chillando e incluso pegando. “Las reacciones traumáticas tienen lugar cuando ninguna acción sirve de nada” (Herman, 1992, p. 34).

En la mayor parte de estos casos, una de las acciones que ha quedado incompleta es la separación:

“Quiero separarme, pero cuando pienso en cómo les va a cambiar la vida a mis hijos, me freno. Ellos no entenderían una separación sin una explicación. Y a ver cómo les dices que su padre se ha ido con otra. Pueden reaccionar de cualquier manera, desde volverse contra él a volverse contra mí por no perdonarle. Porque él llorar iba a llorar y me se iba a arrodillar lo que hiciera falta. En cualquier caso, problemas muy muy serios. Me da miedo todo eso.

Y pienso en mi madre. No se merece un disgusto así. Y mis suegros? Se les caería la venda de los ojos, su hijo perfecto!”

Bien que una separación temporal puede ayudar a procesar lo ocurrido, evitando reacciones postraumáticas que enquisten el trauma, la propia solución puede verse tan amenazadora de una nueva infidelidad que es descartada casi de inmediato. Las discusiones pueden incluso verse como un intento de pegar aquello que está separado, la pareja, cuando el cimiento del amor no es capaz de unir. Es importante precisar, que la pareja en terapia por infidelidad, prácticamente hasta el final estará oscilando en los diferentes niveles del procesamiento. Mientras que la persona infiel ha tenido tiempo para, al menos parcialmente, procesarlo durante la infidelidad, la persona infidelizada comienza su proceso cuando lo sabe. Y tendrá que recorrer todo un camino para poder procesar lo ocurrido.

Tenemos que tener en cuenta que el abandono total o parcial de la vida cotidiana no deja de ser una reacción normal ante la situación traumática de infidelidad. Se inician toda una serie de cambios fisiológicos, comportamentales y cognitivos tras conocer el hecho en sí. Tras un período inicial de shock, de duración variable, comienza todo el proceso de asimilación, acercándose así, al proceso de duelo (Jauregui, 2022). Y es que “el trauma trae inevitablemente consigo una pérdida.” (Herman, 2004, p. 289).

Las estrategias defensivas que parecen primar en el procesamiento de la infidelidad por parte de la persona infidelizada es el sistema de conexión social y de apego, junto con los otros subsistemas defensivos como el ataque en tanto que defensa de movilización, o como el bloqueo, la depresión y la ansiedad, en tanto que defensas de inmovilización. De ahí la necesidad de hablar con la pareja de lo sucedido una y otra vez en profundidad. Estas personas parecen tener la necesidad de poder descubrir los desencadenantes de la infidelidad, para que no les vuelva a pillar por sorpresa si ocurriera de nuevo. El sistema de apego suele también activarse en la demanda de ayuda, ya sea la de un profesional, ya sea la de algún familiar o amistad. También en buscar información sobre el tema. Se suelen igualmente desencadenar defensas como el ataque a través de discusiones o implosiones somáticas en forma de tensiones y dolores diversos como cefaleas… También están las defensas de inmovilización como la resignación o la depresión, o el hacer como si el evento no ha ocurrido.

Se suelen intensificar las respuestas de orientación, es decir, aquellos estímulos estrechamente relacionados con la amenaza de -una nueva o próxima- infidelidad. La persona así se muestra en alerta e hipervigilante para poder procesar lo que no se pudo anteriormente y valorar posibles futuras infidelidades.

La recuperación de la pareja suele ser difícil porque no se llega fácilmente a sentir que la amenaza de infidelidad se ha ido. Por ello, se alternan momentos de activación y reacción por encima o debajo del umbral… con momentos de calma. Pauta descrita por muchas pacientes como “montaña rusa”, lo que da como resultado una vivencia de desorganización e impotencia por no poder salir de ese círculo.

Una de las reacciones que llama la atención, en algunos casos en particular es que la persona infidelizada estaba pensando en dejar la relación poco antes de “enterarse” de la infidelidad. Y, sin embargo, tras producirse la infidelidad, pone todo su empeño en conseguir sacar la pareja adelante. En otras ocasiones, la pareja ya estaba separada o en trámites de separación, y tras la infidelidad, reinician la relación. Es como si la infidelidad hubiera hecho emerger un estilo de vinculación ansiosa o un apego ansioso-preocupado, predominado por el miedo al abandono, la angustia y la ansiedad de separación. En este sentido, estas personas dudan de su valía, sobre todo en lo que concierne al cuerpo y la sexualidad, se auto inculpan por lo ocurrido, muestran una baja autoestima… de manera que buscan en la pareja una especie de confirmación. Aparecen así elementos propios de una relación tóxica o lo que Ximena Márquez (2005) llama pareja irrompible. “Se encuentran en un círculo vicioso que fluctúa entre dos polos: unión y separación” (p. 29), mostrando una cierta dependencia emocional, inestabilidad, incertidumbre y ambivalencia. Es como si la persona infidelizada no pudiera hacer el duelo de la relación que fue. No logra desidealizar e integrar los aspectos buenos y malos de la relación y del cónyuge. Recordamos aquí la diferencia que estableció Freud entre duelo y melancolía. En esta última, hay una reacción de pérdida del objeto amado, la pareja, que suele ser más ideal que real:

“Nunca pensé que sería capaz de esto”, “Lo escogí porque no tenía un perfil de persona infiel”, “Si lo hubiera sabido, no me caso con él”.El sujeto no ha muerto, pero ha quedado perdido como objeto erótico” (Márquez, 2005, p. 39).

Conclusión

La infidelidad vivenciada como trauma cambia profundamente a las personas; hay un antes y un después. Incluso tras la “superación”, nada vuelve a ser igual.

“Lo que más me preocupa es que me he vuelto desconfiada. No confío ya en que haya gente con principios sólidos, nada es inamovible. He perdido la fe en la gente. Y no hablo a nivel de pareja, sino de mi familia, mis hijos, mis amigos…Ahora todo el mundo me parece impredecible. Esa confianza en mi intuición que siempre me ha guiado en las decisiones a tomar con las personas y que me había funcionado bastante bien hasta ahora y me daba seguridad en mi vida se ha venido abajo.”

La aceptación de la infidelidad con sus efectos irreversibles y las pérdidas generadas forman parte del proceso de integración, en algunos casos largo y costoso.

Lo traumático de la infidelidad parece radicar en la imposibilidad de una defensa, a partir de lo cual, el sistema de autodefensa se ve desbordado y la persona infidelizada queda desorganizada.

El factor más habitual del trastorno de estrés postraumático tras la infidelidad suele ser la persistencia. Factor de permanencia muchas veces por falta de un abordaje corporal, mental y cerebral que permita salir del bloqueo fisiológico o de la hiperactivación.

La experiencia traumática de la infidelidad, como cualquier otra de esta índole, se traduce en reacciones sensoriomotrices como imágenes, sonidos, olores, sensaciones corporales intrusivas, dolores físicos, síntomas somatomorfos, entumecimientos, shock…

Gran parte de la narrativa infiel incluye una vivencia corporal dolorosa en tanto que vivida en ocasiones como ajena a la propia personalidad y generadora de gran sufrimiento, por lo general obviada.

Los modernos hallazgos científicos por parte de la neurología y la neuropsicología muestran claramente la importancia del cuerpo y todo lo que ello implica a nivel sensoriomotriz, en la génesis, desarrollo y procesamiento de las emociones y cogniciones; incluso en la búsqueda de sentido al sinsentido traumático que la infidelidad puede significar.

Notas

1. @Inmaculada Jauregui Balenciaga.
email: inmajauregui@gmail.com
www.psicologiajauregui.com

2. Respuestas pobremente moduladas que dificultan la capacidad de gestionar y controlar las emociones, en gran medida, por una falta de conciencia y de estrategias para manejar esa situación, con lo que tienden a intensificar dicho estado a través de pensamientos obsesivos o rumiantes, una preocupación ansiosa y una negación de los sentimientos.

3. “It is the subjective experience of the objective events that constitutes the trauma…The more you believe you are endangered, the more traumatized you will be…Psychologically, the bottom line of trauma is overwhelming emotion and a feeling of utter helplessness. There may or may not be bodily injury, but psychological trauma is coupled with physiological upheaval that plays a leading role in the long-range effects”.

4. Proceso por el cual la persona infidelizada decide seguir en pareja y “superar” este acontecimiento sin romper la pareja.

5. Procesamiento del flujo de información de niveles inferiores -cerebro reptiliano y límbico- a superiores -neocortex.

6. Procesamiento del flujo de información de niveles superiores -cortex- a niveles inferiores -sistema límbico y reptiliano.

Referencias bibliográficas

Allen, J.G. (1995). Coping with trauma: A Guide to Self-understanding. American Psychiatric Press. Washington, DC.

Bobes, J., Bousoño, M., Calcedo, A., y Gonzáles, M.P. (2000). Trastorno de estrés postraumático. Masson. Madrid.

Crespo, M. Y Gómez, Mari Mar (2012). La evaluación del Estrés Postraumático: Presentación de la Escala de Evaluación Global de Estrés Postraumático (EGEP). Clínica y Salud, vol, 23 (1): pp. 25-41.

Damasio, A. (1994). El error de Descartes. Booket. Bacelona.

Freud, S. (1990). Conferencia de introducción al psicoanálisis. En Obras Completas, vol. XVI. Buenos Aires

Freyd, J. (1998). Betrayal Trauma: The Logic of Forgetting Childhood Abuse. Hardvard University Press.

González, A. (2017). No soy yo. Anabel González Editor.

Herman, J. (1992). Trauma y recuperación. Espasa. Barcelona.

Jaramillo, P. (2014). Infidelidad. La búsqueda del placer y el encuentro con el dolor. Grijalbo.

Jaureugi, I. (2018). Retratos ocultos. Psicología de la infidelidad. Terapia. Círculo Rojo.

Jauregui, I. (2022). Duelo en la infidelidad. Revista de psicología y humanidades Epsys. http://www.eepsys.com/es/el-duelo-en-la-infidelidad/

Márquez, X. (2005). Ni contigo ni sin ti: la pareja irrompible. Revista de psicología y educación, 7(2), pp. 27-42.

Ogden, P., y Minton, K. (2002). Sensorimotor approach to processing traumatic memory. In C. R. Figley (Ed.), Brief treatments for the traumatized: A project of the Green Cross Foundation (pp. 125–147). Greenwood Press/Greenwood Publishing Group.

Ogden, P., Minton, K. y Pain, C. (2009). El trauma y el cuerpo: Un modelo sensoriomotriz de psicoterapia. W. W. Norton & Company. New York, USA.

Porgers, S.W. (2018). Guía de bolsillo de la teoría polivagal. Editorial Eleftheria. Barcelona.

Rolón, G. (2020). El duelo. Cuando el dolor se hace carne. Buenos Aires: Planeta.

Saakvitne, K. W., Gamble, S., Pearlman, L. A., & Lev, B. T. (2000). Risking connection: A training curriculum for working with survivors of childhood abuse. The Sidran Press.

Salvador, M. (2009). El trauma psicológico: un proceso neurofisiológico con consecuencias psicológicas. Revista de Psicoterapia, 20(80), pp. 5-16. DOI:10.3388/rdp.v20i80.835

Tutté, J. C. (2004). «The concept of psychical trauma: A bridge in interdisciplinary space» ha sido publicado originariamente en The International Journal of Psychoanalysis, 85, 4 (2004) pp. 897-921.

Van der Kolk, B. (2015). El cuerpo lleva la cuenta. Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Eleftheria. Barcelona.