La casa de Asterión o el egoísmo como salida

Alejandro Del Valle
Universidad Nacional de San Martín | Argentina
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El título del cuento refiere a la casa de Asterión. Líneas más abajo, Borges escribe que en realidad se trata del «mundo» de Asterión. La casa es el mundo de Asterión. Un mundo catorce veces infinito, según el modo en que Borges considera que Asterión entiende el infinito. Un laberinto de infinitos pasadizos y pasillos…

Asterión está sórdidamente sólo en el mundo. Él es único, es decir, no tiene pares. Vive atrapado en la soledad atroz: no tiene modelos a quienes imitar, con quienes identificarse, arriba de su cabeza solo cuenta el intrincado sol; tampoco enemigos, las acusaciones de misantropía que se le asignan son irrisorias. Los guerreros que cada nueve años entran en la casa son liberados, tras un breve trámite, de todo mal; y Asterión regresa, después de unas bondadosas embestidas, a la infinidad del hastío. Una vez salió a la calle, comprobó que fundirse en la masa o ser, siquiera, el amparo de un niño desvalido es tan imposible como vociferar esas «toscas plegarias» de la grey. Los hombres se asustan de él y él teme a los hombres. Tampoco el mar figuró para él novedad alguna, pues los mares, al igual que los templos, son también infinitos. Ni siquiera la lectura lo distrae del hastío: su espíritu, capacitado para lo grande, no distingue entre una letra y la otra. Su destino está marcado por el estigma de sus progenitores. El hijo de una reina no puede confundirse con el vulgo, aunque su modestia lo quiera. A través de infinitas galerías e infinitos pasillos imagina otro Asterión para divertirse, hace de sí mismo su objeto de distracción. Sus progenitores le heredaron una sangre real, pero en el mundo de los hombres esa marca real es el estigma de un cuerpo monstruoso. Su prisión es su determinación de origen.

Sin embargo, Asterión tiene toda la esperanza puesta en el exterior. El presagio de un convaleciente prendió en su alma una llama íntima de esperanza: «llegará tu redentor». Asterión se aferró a esta idea con todas sus fuerzas y se consagró a ella, a su realización. El afuera sacará a Asterión de sí mismo, lo liberará de su mundo y lo llevará a otro superior, no tan «infinito».

El ejemplo de Asterión es exquisito. Hijo de una reina, no se pregunta, como hacemos nosotros con una vanidad tan infinita como su casa, como su mundo sin salida, cómo mantener la individualidad en la masa. Su cuestionamiento, fruto del dolor y de la necesidad, subvierte el orden de los valores que estrujan nuestra conciencia. La pregunta que brota de las entrañas de Asterión es: ¿Cómo ser masa en la individualidad?

Para quien vive cautivo en la infinitud, cualquier determinación, cualquier límite, aunque se trate de un difuminado contorno, se convierte en la llama más viva de esperanza. Tanto es así, que en este mundo en el que «cualquier lugar es otro lugar», son los cadáveres los que permiten individualizar una galería o un pasillo. A la más radical infinidad le corresponde la más brutal de las determinaciones. Es por esto que Asterión no le teme a la negra eternidad de la muerte, por el contrario, ve en ella, en contraste con la infinitud del hastío, un punto de referencia: ve en la muerte su libertad.

Sin embargo, Asterión no puede matarse, no puede destruirse, pues no se odia a sí mismo, ni odia a los demás; no hay rencor en el alma de Asterión. Todo en ella es grande y digno, bello y bueno. La idea del suicidio no cabe en este espíritu. Aún en el dolor, el minotauro se aferra a la grandeza de la vida.

Marcado por la necesidad de desprenderse de su falla de origen, Asterión no tiene otra salida que hacer de Teseo su elemento. Donde «hacer» debe ser tomado en toda su amplitud y literalidad. Asterión «construye» en Teseo a su auxiliar. Teseo, en cuanto redentor, es una construcción. Asterión desearía una verdadera lucha a muerte, sería más fácil, pero su liberación es más trabajosa, más fatigosa y más enigmática. (En relación a esto, cabe aclarar que Asterión no se considera un prisionero, pues, la alta estima que tiene de sí mismo le impide ver esta posibilidad). Es necesario, entonces, «crear» al redentor. Asterión no elige a Teseo sino que «crea» a Teseo. Todo lo que Teseo tiene de redentor lo pone Asterión en él.

Un doble movimiento, de humildad y de egoísmo, da «origen» al redentor Teseo. De humildad, pues Asterión debe renunciar a su grandeza aristocrática, debe salir de sí mismo y embarrarse en ese mundo de «enojosas y triviales minucias» para encontrar allí a su redentor, en el sentido de depositar en algo que no sea en sí mismo su salvación. De egoísmo, pues, en algún sentido, la vileza debe penetrar el alma de Asterión para negarle a Teseo la muerte y la liberación. Ya no hay «pureza» en su relación con los demás. Puesto a elegir, Asterión optó por Asterión.

Inabarcables son los sentidos y las conclusiones que se desprenden de esta historia. Sin embargo, no nos gustaría inferir aquí que Asterión murió por su libertad, por el contrario, creemos que vivió por ella. Muchos siglos más tarde, un gran poeta italiano, Pasollini, no sabemos si con referencia a esta historia o no, escribió:

Si no se grita viva la libertad
Humildemente
No se grita viva la libertad.

«—¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.»

Incluso Teseo, mientras limpiaba la sangre de la bestia del bronce de su espada, sospechó haber servido, sin quererlo, a una causa que no era su causa, de haber sido instrumento y servidor de una causa ajena…

Por gentileza de Topía