La clínica: desaparición de un quehacer

Alberto Sanen Luna
Psicoanalista, catedrático de la Universidad del Valle de México y de la Universidad Insurgentes. Adscrito al Hospital Psiquiátrico Infantil “Dr. Juan N. Navarro” (México)

 

Partimos de una enunciación fuerte, compleja, pero sobre todo grave, hablar de la desaparición de la clínica, no alude simplemente a un quehacer, un sitio o un proceso, se trata de la desaparición de una relación en el amplio sentido que esta palabra puede tener.

Poder abordarle requiere en un inicio de acotar a cuál clínica nos referimos, cuál es su origen y su devenir, requiere que tomemos el camino de la etimología pues es la que pone rumbo y sentido. Clínica proviene de klinei que significa “la cama”, tomando a ésta como un lugar donde se despliega la intimidad, no sólo en su posible referencia a la sexualidad, su aproximación a la dimensión del sueño o la disminución de las resistencias, si no también es el espacio del llanto, de la congoja, del sufrimiento como tal, dolor primordial que se actualiza en ese justo instante donde tras el acto sexual o al inicio del adormecimiento nos percatamos de la inmensa soledad que nos habita.

En el territorio psi, sitio de nuestro que-hacer, lo anterior es aún más patente, pero ello nos lleva a asegurarnos, en la medida de lo posible a la palabra, el campo psi es irrealizable sin la pre-esencia del paciente: este sujeto afectado por la vida y sujetado impostergablemente por la muerte.

Paciente nos merece el mismo trato que klinei es alusivo a pathiens, sufriente, sufrido, aquel cuya voz, cuya palabra se ha trasmudado en queja y en silencio; es pues el que sufre calladamente, es el que dice su padecer con su silencio, pero que se muestra ante nuestros ojos.

De allí que la clínica, la que nos compete, surgiera justo con la medicina de lo mental, donde la mirada tendía a la “descripción exhaustiva, a analizar objetivamente y a clasificar racionalmente” (Bercherie, 1980), ciertamente era una mirada taxonómica, pero que no renunciaba a mirar, que incluso estaba anclada a ello y acudía de primera mano al gran teatro del mundo.

Este inicio que corresponde a la inexistencia tanto de la psiquiatría como del psicoanálisis, y sin embargo es la primera huella de ambas, encuentra a su representante princeps en la figura de Pinel quien ubicaba que aquello de lo mirado debería de “pasar al lenguaje, de adquirir una estructura enunciable” (Bercherie, 1980), cuestión que implicaba tanto a aquél mirado como a aquél que miraba; donde el primero justamente por ese medio podía encontrar un sitio para sí. Los signos —por qué no, los significantes— que de dicho acto podían surgir tenían entonces el valor de una narrativa de la existencia, no componían únicamente un cúmulo de información clasificatoria, la taxonomía de la subjetividad no había hecho su aparición.

Esta clínica provenía de una tradición galénico-islámica, donde el médico, el sanador “debía sentir al paciente y por esta razón olían, por ejemplo, el aliento, las heces y la orina de los pacientes, probaban los siete sabores de su sudor y examinaban su piel, uñas, pupilas y lengua. La recámara del paciente, sus costumbres, ropa, incluso sus familiares eran objeto de la curiosidad resuelta del médico. Este intenso e íntimo examen se desarrollaba a lo largo del tiempo” (Farage, 2010). Tras de ello “interrogaba al paciente sobre sus malestares y dolores, modo de vida incluso sus sueños, resalta entonces que no era un interrogatorio dirigido a la captación de información sino que rescataba “la importancia de la palabra” (Farage, 2010), de esta manera el clínico se mostraba como Hakin, filósofo y médico.

De allí que la aproximación al sujeto y su mundo estuviera marcada en ocasiones por un vivenciar su mismidad a través de su cotidianeidad. Resultaba imprescindible saber de su vida, no sólo interior, se debería tener noción de sus calles, sus sitios, de los rincones de su casa, el color de las paredes, en fin sea por hecho o por su palabra se trataba de recrear el lugar natural de la vida y por tanto de la enfermedad.

Este recrear (engarzado al crecimiento y las exigencias de una comunidad, la búsqueda de regulación de las praxis, el establecimiento de estados soberanos, el incremento poblacional), dio pauta para la creación de un complejo artificial: el hospital y con ello inició el desvanecimiento de un quehacer. De la intimidad se pasó lentamente a la intimidación, el hospital sin ser hospitalario y el consultorio fuera de él irrumpieron en la escena de la clínica y reconfiguraron el panorama.

Sin embargo, como bastión de resistencia ante la operacionalidad del devenir humano, la clínica continuó por vía de una praxis de la mirada, del ojo clínico y ante su paulatina ceguera como relevo natural, la escucha; acciones del clínico hermanadas, engarzadas por el ámbito de los sentidos como un referente al Hakin, conservaba en su epicentro el asunto de sentir al otro. De allí esa vieja insistencia hueca de hablar de la empatía como “un colocarse en el lugar del otro” cuando en realidad no alude a una condición topográfica sino que en todo caso sería topoanímica igualmente podemos observar en la actualidad de la clínica psiquiátrica, o para ser exactos del quehacer psiquiátrico, el que se coloca únicamente como bisagra entre la neurología y la genética, y por tanto busca realizar un mapeo cromosómico del alma, declive sutil del arte de la observancia.

Por otra parte, un ejercicio como el psicoanálisis, que encuentra su eje en la escucha paulatinamente se repliega sobre sí mismo, se enreda con su discurso y por tanto se asfixia, Bercherie (1980) en cierto momento apuntaba que tan sólo bastaba que encontrase el psicoanálisis la manera en que sistematizara su trabajo para venir al relevo de la sabiduría psicopatológica de la clínica clásica; quizá no contaba con que, en esa sistematización el quehacer psicoanalítico, confundiese su objeto. Al situarse ante el Deseo como su premisa, se tiende a olvidar al deseante; al considerar que el deseo del analista es analizar se alcanza una cierta pureza técnica pero se dejan de lado otras cuestiones y, en todo caso, debemos recordar junto con Lacan que “no hay en el asunto solamente lo que el analista quiere hacer de su paciente, también hay lo que el analista quiere que su paciente haga de él” (Lacan, 1963), así antes que un campo del deseo es asunto del querer, es decir de la querencia cuya traducción debemos a Ferenczi (2001) y que es indicativa de la pulsión.

Alejado de sus inicios tenemos entretenido un psicoanálisis con sus figuras y figuraciones, hablando de los nudos y topologías, de goces, de falos, de toros y de otras tantas cosas como si estas estuviesen frente a nosotros. Hace clínicas de lo imposible, pretendiendo atender estructuras y no sujetos, tomando como salida la declaración de “un sujeto de la estructura”, en ese punto la suplantación teórica resulta sumamente costosa.

No se trataría de imponer un humanitarismo, sino de replantearnos una aproximación humanista, entiéndase de pleno respeto, de cuestionamiento duro y profundo, de no sanción de no júbilo, no furor curandis como se ha llegado alegar, pero tampoco de abandono del deseo de cura del sujeto consigo mismo y de uno junto a él.

A riesgo de mucho, cabrá acotar que nuestros planteamientos hasta ahora expuestos no sólo alcanzan a estos dos quehaceres; si no hemos avanzado a lo que se denomina psicología clínica, se debe a que ésta, en cierta medida, nace muerta. Su sustantivo —psicología— de amplio abolengo, pierde eficacia y puntualidad cuando el adjetivo que está con ella tan sólo es indicativo de un trabajo de escritorio, donde sus resultados terminan convirtiéndose en referencias de papel.

Por ello que sostengamos que la clínica, ese trabajo meticuloso, de detalle, pero nunca de minucia en el sentido que Barthes (2004) da a este término, está desapareciendo. En su lugar surge y se multiplica la teoría, la administración y la jurisprudencia sobre ella.

Se plantean clínicas fuera de sitio como las de belleza o de fútbol; otras emergen engarzadas a conceptos, clínicas del desarrollo, del vacío, del imaginario; algunas más pretenden tratar acciones y en el extremo acciones llevadas a cabo con el sujeto como las de uso de sustancias o abuso sexual.

Se trastocan los sentidos de la palabra, una pose viene al relevo de la acción, en otros momentos la irrupción violenta de la intervención, de la imposición; se establece como medio de dominio y adaptación por encima de un estar efectivamente allí, momentos de la clínica que sucumben junto a ella.

En fin, es en su tecnificación, en su proceso industrial de constitución que encontramos un no saber del sujeto, no como docta ignorancia sino como decisión puntual, se requiere saber por un lado con mayor insistencia de neurotransmisores y cuestiones moleculares y del otro más del goce, del falo y de lo real, más de escalas, más de pruebas. Ahora la mirada, aquella que solía percibir las pequeñas variaciones del alma, se posa encima de los resultados de las escalas y los laboratoriales, pero por otro lado escucharle se convierte en un trámite pues la escucha está dirigida a otro punto, dicen, un más allá del sujeto.

Así, vemos emerger caricaturas de la clínica, condiciones relativas a una clínica de la belleza, la estética y la asepsia del trabajo, la limpieza y la pulcritud, el profesionalismo entendido como un hacer sin sustancia, por lo anterior no podemos coincidir con Foucault respecto al nacimiento de la clínica, ya que lo que nace es la sistematización de un conocimiento pero lo que muere es un quehacer, él mismo autor nos sirve para justificar esta última enunciación al apuntar que la clínica “antes de ser un saber, era una relación universal de la humanidad consigo misma” (Foucault, 1994), algo que tiende a desaparecer.

Referencias bibliográficas

BARTHES, R. (2004): Lo neutro. México, Siglo XXI.
BECHERIE, P. (1980): Los Fundamentos de la Clínica, Argentina: Manantial.
FARAGE, L. (2010): “El pulso y la ética médica”, Revista Conspiratio, número 5. México: Jus.
FERENCZI, S. (2001): Diario Clínico. Argentina: Paidós.
FOUCAULT, M. (1994): El nacimiento de la clínica. México: Siglo XXI.
LACAN, J. (2009): La Angustia, seminario 10. España: Paidós.