La memoria y el devenir de la historia

Julio Peña y Lillio
Director del Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL)
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CIESPAL: XVI Reunión del Comité Regional de América Latina y el Caribe del Programa Memoria del Mundo de la UNESCO

Desde el Centro de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL), ratificamos cotidianamente —en nuestro accionar investigativo—, a la comunicación como un derecho, como un servicio público, como un bien común. De igual forma, desde esta plataforma de comunicación, estamos conscientes de la fuerza y la importancia que posee el trabajo de recuperación documental y de archivos, ya que no hay mayor energía política, que las imágenes y los vestigios históricos, cuando estos son capaces de generarnos un nuevo discurso, o nuevas capacidades y orientaciones para reinterpretar nuestra realidad (Mal, Cédric 2012).

Estudiar la acción comunicativa como una herramienta y práctica ciudadana implica al mismo tiempo, acortar las distancias entre los seres humanos, permitiendo una mayor comprensión entre los diferentes actores de la sociedad. Desde esta perspectiva, recuperar el patrimonio documental, es un reconocimiento del valor de lo común, frente al voraz despojo, expropiación, y marginalización que genera el sistema mundo capitalista, sobre las relaciones humanas y sociales en nuestro planeta. Cultivar la relación con la memoria, permite velar por los intereses de la humanidad presente y futura, protegiendo lo extra-commercium, es decir, todo lo que sirve para el beneficio de la humanidad, y que no puede y no debe ser susceptible de ningún tipo apropiación, aquello que se conoce hoy en día como patrimonio Común de la Humanidad (Christian Laval y Pierre Dardot 2015).

En este sentido, la acción de la Unesco a lo largo del tiempo ha sido crucial, a la hora de ir ampliado los campos de lo común de la humanidad como son; educación, conocimiento, salud, trabajo, memoria, creencias, ritos, técnicas, lenguas; que forman hoy, parte de los monumentos patrimoniales de nuestras sociedades.

Esto explica a su vez, por qué razón la lógica mercantil pretende limitar la extensión de los bienes comunes —a los cuales gustaría privatizarlos—, mientras que las luchas sociales y políticas por el contrario, intentan cada vez más ampliar el dominio de los bienes comunes de la humanidad, vinculándolos como derechos fundamentales; esto quiere decir, anteponer el derecho a los valores de uso, en función del aprovechamiento social, por sobre el derecho mercantil privado y privativo, propio de la dinámica capitalista (Christian Laval y Pierre Dardot 2015).

El ser humano, como nos recuerda Bolívar Echeverría (2011), es ante todo un ser histórico, porque las acciones que emprenden cada una de sus generaciones —desde la más fundamental a la más insignificante— termina siempre por comprometer a las generaciones siguientes. Las acciones del pasado, tienen la actualidad de lo inconcluso, de lo que está abierto a ser continuado, en un sentido o en otro.

Recuperar la memoria o patrimonio histórico resulta de vital importancia, puesto que las narrativas y las diferentes estéticas nos permiten revivir y conocer cuáles han sido las representaciones posibles para los sin voz, los excluidos y marginalizados, o aquellos que el sistema considera que no poseen ese llamado “discurso racional”. El arte sirve también para eso, para promover y reconocer el valor de esas expresiones culturales que tornan visibles a los invisibles, muchas veces, sin necesidad de palabras (Moreau, Delphine 2014).

Para la cultura y memoria de nuestras sociedades, la recuperación del acervo histórico pasa a ser una herramienta fundamental, sobre todo cuando consideramos que la sociedad organizada por la modernidad capitalista, reproduce la enajenación del sujeto humano, la suspensión de sus capacidades de auto-reproducirse, limitando sus posibilidades de generar formas para sí mismo, elementos que vienen atados a la supresión de su capacidad política de organizar su mundo, el cual ha quedado reducido al principio de acumulación del capital, en donde lo único que debe ser valorizado, son las mercancías.

No podemos olvidar, como ya nos decía Walter Benjamín (2008), que la historia viene siendo la historia de la represión y del dominio de una parte de la sociedad sobre otra. Por ello, nada de lo que una vez aconteció debe darse por perdido, siempre puede y debe haber un momento de reactualización, que al ser invocado o citado, pasa a ser rescatado del olvido, o de la ruina y vestigio en la que ha terminado.

El pasado para Benjamín (2008), tiene un derecho sobre el presente, está en condiciones de exigirle que lo rescate, que salga en su defensa, que pelee por él; le confiere una fuerza mesiánica redentora (Echeverría, 2008). Sacar a la luz las diversas expresiones culturales de nuestra historia, es volver a tornar visible las dificultades de vivir que posee gran parte de nuestra gente, es poder presenciar o ser testigos de realidades diferentes, de injusticias todavía presentes, esto es, hacerlo público, y atender al llamado de auxilio que desde el pasado se lanza al presente.

Sólo un presente que es capaz de aceptar el desafío que el pasado le lanza como fuerza mesiánica, puede permitirnos recuperar la empatía con aquellos que fueron derrotados en la carrera por el “progreso” (Echeverría, 2008). El arte radica de esta manera, en la capacidad de convertir al llanto de unos, en un llanto común, o en el sufrimiento de todos.

La energía política del arte, no se debe necesariamente a su tema político, sino a la construcción de emociones que derivan de sus diferentes problemáticas (Mondzain, Marie-José 2012). Revisar la historia a contrapelo, como nos proponía Benjamín (2008), es sumergirse en la historia y volver a revisar sus cicatrices, sus moretones, sus traumatismos, que no son inmediatamente visibles, puesto que, en muchos casos, han sido escondidos y ocultados por la historia oficial.

Si la realidad es opaca, nos dice Ginzburg (2010), es indispensable seguir los indicios ocultos que nos permitan descifrarla, y los indicios como sabemos, son datos que muchas veces están ahí, en lugar de la prueba que falta o más allá de la prueba existente. Los vestigios del arte o de un documento histórico son una incitación a buscar algo que por alguna razón no ha dejado restos, sino tan solo huellas indirectas, algo que por alguna razón estuvo impedido de manifestarse, algo que tuvo prohibido mostrarse, o que era necesario ocultar (Echeverría, 2008).

El historiador comprometido debe recuperar los indicios de nuestra historia para reconstruirla, brindándonos de esta manera la posibilidad de conocer otro sentido de los acontecimientos, y muchas veces, como se presenta la realidad misma. Los indicios por descubrir, nos dice Ginzburg (2010), son aquellos que el continuum capitalista de la historia lucha por esconder.

Por lo tanto, de lo que se trata en nuestra región y en nuestro continente, es de recuperar y preservar el punto de vista de los oprimidos, relacionarse con la tradición de los vencidos, comprendidos estos, como las víctimas permanentes de los diferentes sistemas de opresión y dominación: mujeres, siervos, campesinos, proletarios, minorías étnicas, religiosas. Al igual que el materialismo histórico, nuestro patrimonio histórico debe tener entre sus principales tareas, la de cepillar la historia a contrapelo (Lowy, 2005).

En este momento de la historia, en nuestro continente estamos plenamente conscientes de la urgencia que tenemos de construir sociedades mejor informadas, con ciudadanos sociales que hagan valer y respetar sus derechos, que sean activos política y cívicamente, que puedan poner en práctica su sentido de la responsabilidad, capaces de generar e inventar instituciones que les permitan ser coproductores consistentes de lo común y no solo consumidores de servicios.

Recordemos siempre que el cultivo del arte, así como la recuperación de nuestra memoria histórica, debe hacernos desconfiados, debe hacernos dudar sobre todo, del supuesto “éxtasis”, o lado positivo y maravilloso de los llamados productos culturales o mercancías de la sociedad de consumo. Recuperar nuestro patrimonio y su memoria, es una manera de no seguir reproduciendo la cultura del olvido, es una manera de mantener presente, los conflictos reales de la sociedad.

Referencias bibliográficas

BENJAMIN, W. (2008): Tesis sobre la historia y otros fragmentos. México: Ítaca.
DARDOT, P. y LAVAL, Ch. (2015): Común, ensayo sobre la revolución en el siglo XXI. España: Gedisa.
ECHEVERRÍA, B. (2011): “Cultura y Barbarie”. Presentado en el Coloquio: Cultura contra Barbarie, en la Mesa: Cultura, Identidad y Política. México: UNAM.
ECHEVERRÍA, B. (2008): “La historia como descubrimiento”. Revista Contrahistorias. México.
GINZBURG, C. (2010): Mitos, emblemas, indicios: Morfología e historia. España: Gedisa.
LOWY, M. (2005): “Reflexiones sobre América Latina a partir de Walter Benjamin”. En La Mirada del Ángel. (Comp. Bolívar Echeverría). México: Era.
MONDZAIN, M-J. (2012): “Construire un regard politique ?”. Le blog documentaire. Francia. http://bit.ly/1GQPRsO
MOREAU, D. (2014): “Retour sur Lussas 2013 : « Le peuple à l’écran ? ». Compte-rendu du séminaire”. Le blog documentaire. Francia. http://bit.ly/1EA6N5J

Por gentileza de OLACOM