César Hazaki
Psicoanalista y escritor. Editor de Topía Revista
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La otra cara de Victoria
“Durante la penetración, la mujer debe mantenerse lo más rígida posible. El movimiento corporal podría ser interpretado como un signo de excitación por parte del optimista esposo.”[1] Así aleccionaba la sociedad victoriana a las esposas. Los varones eran aterrorizados desde el siglo XVII con los efectos nocivos de la masturbación: “Era considerada un derroche que enfermaba, estaba severamente perseguida. En este sentido el combate contra la masturbación fue uno de los principales esfuerzos en la guerra librada por asegurar la correcta y medida privacidad (…) ya que la vida privada debía mantener las apariencias que la burguesía capitalista, en su primera época, dictaba para la vida pública. Ambos mundos necesariamente tenían que coincidir.[2] Era consecuencia de la unión de capitalismo y calvinismo, que glorificaba el trabajo, la austeridad y el enriquecimiento personal como los caminos para ganar la eternidad. Así producción económica y salvación religiosa se combinaban para la transformación de Inglaterra.
En los bordes de este modelo proliferaba la prostitución y otras variadas experiencias sexuales. Tenían cobijo en burdeles y bares de los bajo fondos londinenses. En esas calles oscuras la sexualidad desbordaba y era considerada pornográfica por el poder. De allí que sostenemos que la historia de la pornografía, sus características de época, si está cerca o lejos del poder central, sus esplendores y prohibiciones tienen mucho para enseñarnos. Especialmente cuando su profusión actual se naturaliza y no se buscan conceptos para dar cuenta de lo que ocurre con ella en la sociedad del espectáculo.
Los penetrantes algoritmos
Desde la Revolución Industrial para acá se ha modificado el lugar que ocupa la pornografía. Su expansión actual es enorme. Siendo la pornografía pura imagen es comprensible que, por vía de las máquinas de comunicar, haya sido una vía regia para marcar algunos rumbos de la hiperconectividad. Ha dejado de ser una industria marginal para convertirse en un enorme negocio y una pasión de multitudes en la web. Si en su origen el capitalismo requería de una moral severa, el capitalismo tardío promueve para su sostenimiento del exhibicionismo erótico a tiempo completo. Llama la atención que quienes estudian las redes sociales no nos indiquen la importancia de la pornografía en la web, cuando no se puede negar lo obvio: las multinacionales con sus máquinas de comunicar y la pornografía han hecho un maridaje que les sienta muy bien a ambas para sostener el despliegue de la sociedad del espectáculo.
Cyborgs
Actualmente cada dieciocho meses, proceso conocido como Ley de Moore, se produce una revolución tecnológica que transforma a la web en su conjunto. Beneficiada por estos desarrollos, la placenta mediática trae modificaciones en las plataformas, en los aparatos, en los modos de comunicación que la cultura de la globalización impone y que profundiza la constitución cyborg –un híbrido de hombre y máquina[3]- de los usuarios. Es la era de las aplicaciones en los Smartphone. Permiten múltiples usos y un control cada vez mayor de los usuarios.
La primera dificultad es que el cyborg minimiza este conocimiento que sobre él tienen las grandes empresas por vía de los algoritmos que lo escudriñan todo el tiempo. Tampoco reconoce que ese conocimiento tiene un objetivo: promover la fascinación con el consumismo.[4] Las multinacionales imponen amar la hiperconectividad, que el hombre sea una unidad indisoluble con sus fetiches: el Smartphone, la Tablet, etc. En este proceso se sostiene una parte central de la cultura dominante. “Por ello en la actualidad no es el goce en la búsqueda de un deseo imposible el motor del consumismo, sino la ilusión de encontrar un objeto-mercancía que obture el desvalimiento originario.”[5]
Por eso sostenemos que la figura del cyborg ha cambiado de manera sustancial: ya no es una representación revulsiva que conmueve y cuestiona a la cultura hegemónica como en la película Blade Runner, ha perdido su posición de figura antisistema.[6] El cyborg hoy es pura adaptación social, es el despliegue de lo que denominamos cuerpo mediático.[7] No hay sociedad del espectáculo sin cyborg en estado de consumidor serial. Bajo el consentimiento entusiasmado de los usuarios, escudriñar y penetrar la subjetividad de cada uno por vía de los motores de búsqueda es el objetivo primordial de las empresas. Las infinitas aplicaciones que se implementan buscan formatear a cada cyborg de manera personalizada. Veamos cómo colaboró la pornografía en este proceso.
Cuando los teléfonos celulares no habían cobrado la relevancia que hoy tienen y las empresas no tenían tan perfeccionado el sistema de investigación y sujeción de sus clientes usaron las páginas pornográficas para investigar cómo y de qué manera accionaban y deseaban los consumidores. Google, aquella empresa que en sus comienzos se ufanó en pregonar que no iba hacer el mal, para el sistema Android [8] investigó exhaustivamente las páginas de pornografía de la web con el objetivo de capturar y utilizar los caminos del erotismo para usarlos en su propio beneficio.
Google sabía que hacia las páginas pornográficas iban la mayor cantidad de visitas de los internautas. Existía una relación de tres visitas a páginas pornográficas contra una a un sitio informativo o cultural. Lo declaró Bernardo Huberman (director del laboratorio de computación social de H.P. por aquél entonces) quien investigó las redes de pornografía con el interés de descifrar cuáles eran los deseos de los internautas. Sus conclusiones fueron: que hay un conjunto básico de deseos, que de los mismos se pueden realizar algoritmos para saber hacia dónde y de qué manera inducir a los internautas. En consecuencia se trató de aprovecharlos, Huberman reconoció que el software del Android está basado en las investigaciones que provienen de las teorías de las redes, las que se produjeron observando las páginas pornográficas.[9] Es decir el Android que apasiona multitudes es producto del maridaje entre la tecnología de punta y la pornografía.
Yo muestro, ¿Tú miras?
En la sociedad del espectáculo los cyborgs se ven compelidos a mostrar. Exhibirse es la obligación para pertenecer, dado que sin unos “me gusta” o “re-tuiteos” la autoestima es barrida y se cae en la temida irrelevancia personal. La vida así se convierte en un rating de popularidad.
Al existir tan enorme empeño por mostrar surge la dificultad: es difícil encontrar alguien que mire. Ergo es necesario mostrar cada vez más para obtener los consabidos minutos de fama. Como todo circula por la mirada, es necesario que nada íntimo quede en el tintero y eso, más temprano que tarde, pondrá al cuerpo desnudo en el centro de la escena. Sostenía Freud: “La impresión óptica sigue siendo el camino más frecuente por el cual se despierta la excitación libidinosa”, Gubern lo refuerza: “En nuestra sociedad que ha semiatrofiado la función del olfato, la principal actividad teledetectora sexual se ejerce mediante el sentido de la vista, agudamente sensibilizada para la función erótica. Y tal hipersensibilidad erótica haría al hombre destinatario óptimo del estímulo pornográfico.”[10] Lo vemos en las páginas de ligue sexual: muchas personas exigen fotografías del partenaire que se encuentra del otro lado de la pantalla para realizar devaneos cysexuales, el oído o la lectura en el cysexual[11] funcionan mejor si se tiene una imagen del otro.
El amigo americano
Hace ya tiempo que los motores de búsqueda se introducen como catéteres en nuestro interior y no requieren imperiosamente el recurso de la pornografía. Por el contrario, constituidos en anticipatorios creíbles de nuestros deseos son, por ejemplo, organizadores del encuentro entre muchachos y muchachas con ganas de touch and go en unas pocas cuadras a la redonda. Hay que tener la aplicación… y sólo es cuestión de hora y lugar para el entrevero sexual. Pero antes de esto los Smartphone inducen lugares de comida, de compra de ropa, de espectáculos, de viajes, etc. Convencen al cyborg de que conocen antes que él sus deseos. Estrictamente hablando formatean, como un cordón umbilical nutricio, los deseos personales de acuerdo al lugar dónde el cyborg está: come dónde le indican, compra en el lugar sugerido, etc.; el cyborg se regodea en la comodidad que promueve el fetiche sabelotodo. La placenta mediática dice qué hacer y dónde, el cyborg obedece dócilmente por vía del Android / Androide. Nos encontramos así con el marcapasos del corazón consumista.
Para el protestantismo del inicio del capitalismo, austeridad y trabajo eran pilares culturales para dominar al conjunto social, la ilusión consumista del capitalismo actual promueve y anuda hedonismo y exhibicionismo. Es necesario mostrar desde los datos personales a escenas sexuales. Los encuentros sexuales deben ser anotados con hora y lugar y con quién se realizó en el mapamundi para tal fin o subir rápidamente el video del acto a la web. El cenit del acto es que muchos miren. Se despliega así una profusa pornografía amateur que busca exhibir la experiencia al comentario de los otros.
Otra vez el burdel
El cliente del prostíbulo ha cambiado sus conductas habituales. Como visitante del mismo ya no quiere conservar su condición de anonimato, también allí busca sus quince minutos de fama mediática. Veamos dos ejemplos. 1) “Big Sister, Praga, Republica Checa: el cliente experimenta la misma sensación que un protagonista de reality show (por el popular programa Gran hermano). El local está repleto de cámaras que emiten en directo a través de webcams a Internet y a un círculo local de habitaciones para voyeurs. El establecimiento cuenta (…) con habitaciones tematizadas donde las chicas preparan sus numeritos y cualquiera puede participar en ellos. (…) sólo se paga a la entrada, pero no por los servicios sexuales, dado que el usuario consiente en ser filmado.”[12] Es decir, paga para que sus hazañas sean transmitidas por la web. El cliente quiere que el mundo lo vea.
2) “Pasha (Colonia, Alemania): Como si fuera una zona de tolerancia de la antigüedad, el burdel es una torre gigantesca de 27.000 m2 donde trabajan 120 prostitutas (…) descuento para colectivos de los mayores de 65 años. (…) protagonizó otras de las campañas de marketing más innovadoras del sector al ofrecer la entrada gratis (no el servicio) de por vida para aquellos hombres que se prestaran a tatuarse el logotipo del local.”[13] Como se ve éste burdel usa, acorde con la sociedad del espectáculo, para promocionarse: el tatuaje en el cuerpo del cliente.
Provisorio final
Esta manera de apropiarse de la subjetividad no hace más que aumentar el control social, muy especialmente a las nuevas infancias digitales. En consecuencia, no se trata de establecer una prohibición de la pornografía en haras de una moral retrógrada como la victoriana, sí de no omitir las relaciones entre pornografía, el entusiasmo que ella despierta en los cyborgs y los beneficios que de esto sacan las empresas multinacionales. La pornografía no intenta desentrañar, como antaño, el saber de la prostituta, sino de unificar el consumismo con el Smartphone constituyendo así el gran fetiche internalizado dentro del cuerpo del capitalismo global.
La sociedad del espectáculo insiste en indicarnos que cada usuario ha producido una burbuja personal en el uso de las redes sociales acorde con los exclusivos intereses personales. Sin embargo, por debajo la pornografía es un masivo unificador, nos debe dar elementos para analizar a los cyborgs que viven con múltiples pantallas abiertas y se lanzan a realizar pornografía amateur. Cabe preguntarse si el erotismo ha perdido su capacidad trasgresora. Si esto fuese así deberemos seguir investigando dónde se instalan las prohibiciones, cuáles son las barreras del pudor y qué es la subjetividad en una cultura donde las máquinas formatean la vida cotidiana del cyborg.
Es indudable que en niños y adolescentes, en sus juegos sexuales, en sus fantasías amorosas, en sus vínculos grupales están las respuestas para investigar las consecuencias de este enorme proceso.
Recordemos una historieta del humorista Copi: Un poderoso burgués le enseña cuadro tras cuadro sus posesiones a un hombre común. Así desfilan: su castillo, su auto, su caballo, su fábrica. En el último cuadro el hombre que permaneció en silencio ante la exuberante riqueza se baja los pantalones y le muestra al burgués lo único que tiene: su culo. Quizás aquí encontremos la verdad pornográfica final del cyborg, despojado de su intimidad y desposeído de sí mismo lo único que pueda ofrecer a la cultura de la imagen, que ya le exprimió todos sus secretos, sea exhibir una parte íntima de su cuerpo transformada por siliconas, con un chip debajo de la piel y un tatuaje.
Notas
[1] García Massaagué, Mónica, Historia de los burdeles, Océano, Barcelona, 2009. Esta cita la toma la autora de los Consejos sexuales para maridos y mujeres de Mrs. Ruth Meyers.
[2] Carpintero, Enrique, “La sexualidad evanescente. La perversión es el negativo del erotismo”, Revista Topía Nº 56, Agosto 2009.
[3] Hazaki, César, “Cyborgs. Los nuevos procesos subjetivos y sociales de adaptación”, Revista Topía N° 69, Noviembre 2013.
[4] La exitosa publicidad de la pareja del Banco de Galicia que todo el tiempo compra es un ejemplo paradigmático.
[5] Carpintero, Enrique, Actualidad de El Fetichismo de la mercancía, Editorial Topía, Buenos Aires, 2013.
[6] Ese modo radical de ruptura con la supuesta esencialidad de lo humano está claramente expuesta en El Manifiesto Cyborg de Donna Haraway.
[7] “Cuerpo mediático: una relación entre el cuerpo de los hombres y el corpus tecnológico”. Ver en Hazaki, César, El Cuerpo Mediático, Editorial Topía, Buenos Aires, 2010.
[8] Android con su nombre demuestra desembozadamente la intencionalidad de Google. Se denomina Androide a un robot con apariencia humana que imita las acciones de los seres humanos. Un organismo sintético.
[9] Hazaki, César, 2010, op. cit.
[10] Gubern, Román, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, Anagrama, Barcelona, 2005.
[11] Definición de Facebook en Argentina que define a aquellos que sólo experimentan actividad sexual a través de internet.
[12] García Massagué, Mónica, op. cit.
[13] García Massagué, Mónica, op. cit.
Por gentileza de Topía