José Vieyra Rodríguez
Licenciado en Psicología Clínica. Licenciado en Filosofía y Humanidades. Máster en Bioética y Bioderecho. Catedrático universitario
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Es por demás común escuchar en esta época a personas que ponen de relieve la exacerbada hipocresía que se destila por navidad. La crítica se orienta a señalar que de nada sirve abrazar a alguien un día y hacerle saber el afecto que se le tiene, si al siguiente día, u horas después, se actúa totalmente de forma contraria a las palabras antes proferidas, por lo cual, optan por oponerse cabalmente a este festejo cristiano.
El ataque intelectual, por otra parte, proviene de quienes recuerdan que en realidad la navidad es una tradición con un crisol milenario de fiestas paganas, desde los antiguos romanos y “la fiesta del nacimiento del sol invicto”, correspondiente al solsticio de invierno en el cual la noche más larga del año se lleva a cabo, y por ende, la duración de los días comienza a ser cada vez mayor. Hasta las festividades de Saturnalia (en honor a Saturno, dios de la agricultura) en donde se hacían regalos. O quizá recuerdan la fusión intrínseca con la celebración del dios persa, Mitra, que coincide con el 25 de diciembre, además de la fundición con rituales celtas que propiciaron los árboles decorados (Cfr. El Castellano).
No olvidemos por último, el argumento marxista por antonomasia para desestimar la navidad, aquél que habla sobre la comercialización, el capitalismo, la enajenación y el fetichismo de la mercancía.
En última instancia, lo que me parece que obvian todos ellos, es que durante la navidad aparece un fenómeno psicológico equivalente, sólo en su contrario, al de otra fiesta pagana: el carnaval (celebración que fusiona también desde festividades romanas hasta egipcias).
Una posible etimología de “carnaval” refiere que proviene de “carne-levare” que significa “adiós carne” o “echar fuera la carne”, es un festín para despedir a la carne, justamente antes del comienzo de la cuaresma, en donde la purificación del cuerpo se propicia por la abstinencia y el sacrificio, por lo tanto el carnaval es el período de permisividad a la posterior represión de los placeres, propia de la cristiandad.
Sigmund Freud, en su libro Tótem y tabú relacionó las fiestas totémicas con un exceso permitido; la violación solemne de una prohibición, es decir, la eliminación momentánea del tabú. En este mismo sentido, el carnaval funciona como fiesta en la cual está permitido dar rienda suelta a los placeres carnales, la posibilidad de aquello que está prohibido el resto del año. Algo parecido podemos observar con el fenómeno universitario de los “spring breakers”.
Regresando a la navidad y la aparente hipocresía de cariño y fraternidad, habría que considerar que con ella sucede algo parecido al carnaval, pues es durante este día, en que se da una suspensión de ciertas reglas sociales y morales que nos dictan un comportamiento respetuoso con el otro, hasta el punto de no abrazarlo o darle un beso, así mismo, es posible en función de la permisividad del día, volver a cruzar palabra con quienes el orgullo y la dignidad nos impiden hacerlo el resto del año. Lo anterior no implica que al día siguiente cambiemos y nos reconciliemos, ni tampoco que volvamos a abrazarnos cada vez que nos veamos, sino solamente es el momento anual en el cual se nos está permitido exteriorizar afecto y recibirlo sin necesidad de una cuidadosa interpretación moral. Es probable que en poco tiempo, ese abrazo que fue sincero en el momento, en retrospectiva se piense hipócrita y aparezcan interpretaciones acerca de lo acontecido durante este día, ayudando a regresar a todos al lugar en el cual sabemos des-envolvernos.
Así pues, la navidad es un día en el cual se suspenden ciertas restricciones y permitimos hablarnos y estrechar un lazo que quizá dure tan sólo unos minutos, pero no por ello es hipócrita, ya que sólo lo será en función de la interpretación posterior que demos de él.