Las lógicas del alimento en la obesidad infantil: Una síntesis de investigación

José Ignacio Fuentes
Licenciado en Psicología | Psicólogo

Resumen

El presente documento es una síntesis de la investigación realizada por José Ignacio Fuentes, quien pretende dar una mirada desde el psicoanálisis a la temática de la obesidad infantil, problemática que en los últimos años ha experimentado un considerable incremento, por lo cual su abordaje ha sido diverso, desde las disciplinas clínicas hasta investigaciones empírico-sistemáticas basadas en concepciones médicas y nutricionales.

La postura adquirida aquí se basa, principalmente, en la idea que la relación particular que establece el niño y la niña con el alimento podría vincularse con la primera relación de alimentación y de comunicación que tuvo con sus figuras parentales durante el período de lactancia, las que marcarían el acceso del bebé al mundo simbólico. De esta forma, el alimento, y las lógicas de otorgarlo a los hijos, hablarían de las significaciones que adquiere como elemento real insertado en el registro simbólico.

Introducción

Desde la visión de la ciencia, la obesidad en adultos y niños es una enfermedad de origen biológico con fuerte carga genética y que presenta importante prevalencia en la población occidental. Es una enfermedad crónica, “madre” de varias patologías que representan los mayores índices de morbimortalidad y de alteraciones importantes en la calidad de vida, por lo que sus consecuencias psicológicas tienden a quedar minimizadas por los prejuicios, principalmente venidos de los dispositivos con pretensiones científicas (Zukerfeld, 2011).

Es así como según los criterios y las definiciones de la OMS (2013a) se entenderá la obesidad como la acumulación de grasa excesiva o anormal que podría perjudicar la salud, la cual se establece de acuerdo al Índice de masa corporal (IMC) que relaciona al peso con la talla en el adulto. Se define como el peso de una persona en kilogramos dividido por el cuadrado de su altura en metros (kg/m²), por lo que un IMC mayor o igual a 25 corresponderá a un adulto con sobrepeso y mayor o igual a 30 corresponderá a obesidad. En cambio, resulta difícil encontrar una forma así de simple en la medición del sobrepeso y la obesidad en niños, debido a que su organismo sufre una serie de cambios fisiológicos a medida que van creciendo, lo que obligó a la OMS a su clasificación en patrones de crecimiento. [1]

Históricamente se ha intentado abordar la obesidad desde diversos puntos de vista, tesis distintas en el campo psicológico que surgen con los trabajos de Bruch en 1940, en el cual se especifica que la alimentación constituiría una gratificación sustitutiva de carencias afectivas. En 1961, bajo los nuevos conceptos provenientes de la psicología de la interacción y de la teoría de la comunicación, comienza a estudiar la conducta de niños obesos, señalando la importancia de los factores emocionales en el desarrollo de la obesidad, llegando a indicar que los trastornos de la comunicación serían tan importantes, que los obesos sufrirían pérdida de su propia identidad con falta de reconocimiento de sensaciones corporales, además de remarcar el parecido entre el marco familiar de los obesos infantiles y adolescentes y el de los esquizofrénicos, en los cuales “los deseos del enfermo son deseos del otro” (Zuckerfeld, 2011, p. 23), lo que quiere decir que la madre del obeso, o su sustituto, suministraría al hijo lo que ella siente que él necesita, y que no coincide con lo que él siente que necesita. Señalará que las madres de estos niños obesos serían incapaces de dar un verdadero amor maternal, pues ellas mismas tendrían necesidades insatisfechas de ser dependientes y amadas, sin embargo, sí podrían dar a sus hijos alimento y cuidados conscientes.

Esto indicaría, según Gómez, Gutiérrez y León (2012b, 2013), que la actividad de dar comida sería un sustituto de dar amor. Cuestión que perturbaría la sensación de hambre del niño, imposibilitando reconocer cuándo tiene hambre verdadera o cuándo tiene carencias afectivas, ello debido a que impone su propia representación de los deseos del niño mediante concepciones racionales “acerca de un niño perfecto y una educación perfecta, en detrimento de una atención dirigida al niño tal y como es” (2013, p. 1182).

Es Freud (1905) el primero quien se refiere al autoerotismo encontrado en la acción de chupeteo del bebé, por lo que la succión correspondería a la búsqueda de un placer ya experimentado y recordado, en el cual se evidencia que la primera satisfacción que el niño obtiene proviene del mundo exterior y consiste en ser alimentado; pero además, el psicoanálisis ha develado que no sería solamente ello lo que genera placer, sino la experiencia del bebé cuando su boca es estimulada al succionar el pecho. Así la demanda de ser nutrido estaría íntimamente ligada a la de dejarse nutrir, hendidura que emerge como una primera diferencia, la cual haría desbordar un deseo a la demanda oral del infante, quien no se contentará con un sustituto, generando un capricho [2]. De esta forma, no pareciera importar lo que se come, sólo comer sin pensar lo que es, por tanto, lo gravitante se alojaría en el requerimiento de incorporar, posteriormente introyectar, por lo que el comer del obeso hablaría de un más allá del hambre, de una demanda que va más allá de la comida y que ha sido disfrazada por la necesidad de alimento (Zadra, 2007). Alimento que tendría otras funciones más allá de experimentar placer y displacer, y que al mismo tiempo que produce un efecto inoculatorio, mantendría una función socializadora al producir, en palabras de Almenara (2005), una “especie de sinapsis psíquico-afectiva” (p.190) que vendría a ser el arquetipo del lazo social subyacente a la alimentación.

En la infancia, debido a las particularidades del desarrollo humano, el niño pequeño dependerá en gran medida y durante un largo período de tiempo de un sujeto-agente que velará por su alimentación. Es así como surgen los Trastornos de la Alimentación en la Infancia, Feeding disorders (FD), los cuales revelarán la participación activa de este sujeto-agente, que generalmente está representado por la madre nutricia o su sustituto familiar; a diferencia de los Trastornos de la Conducta Alimentaria, Eating disorders (ED). Por tanto, la vivencia de hambre en los bebés y en los niños pequeños promovería la demanda a otro agente para que por medio de éste se logre apaciguar el displacer. De esta manera se producirá un interjuego entre pasividad-actividad de acuerdo a la implicancia que el sujeto tenga en el acto de alimentarse: en los ED la acción recaería en la primera persona, mientras que en los FD se trataría de la acción de un tercero ejercida sobre el primero (Almenara, 2005).

Aquello determinaría, según Pieck (citado en Gómez et al., 2012a), siguiendo los planteamientos de Lacan, que en los primeros días de vida del lactante, la necesidad de ser alimentado se transforme en una demanda de amor:

La madre no sólo da leche al niño. Con la alternancia de su presencia y su ausencia, cada vez que el niño la necesita o queda satisfecho por un rato, empieza a necesitar más las palabras y el amor de la madre que el alimento mismo. La presencia física de la madre no basta; ahora se pone en juego el don de amor. La frustración, dice Lacan, no se da por la falta de alimento, sino por la falta del don de amor. La madre, en el lugar del Otro, introduce al niño al registro simbólico cuando éste experimenta su ausencia. Al ausentarse la madre cuando el niño la necesita, por haber vivido su regreso, sabe que va a venir cuando la llame con un grito o con su llanto, pero, aunque la madre acude a su llamado, la presencia que el niño solicita es la de su amor y sus palabras, más que la del alimento. Éste, en sí, cobra una importancia dentro de este registro simbólico. De manera que cuando éste falta, los objetos reales se insertan en un registro simbólico para compensar la carencia (p. 49).

Ya que es el adulto quien introduce al bebé en el mundo simbólico, se sugiere en este estudio que la obesidad infantil podría corresponder a una de las vicisitudes y avatares de aquello, ya que “todos los seres humanos establecen a partir de la relación con su madre una relación particular con la alimentación” (Gómez et al., 2012b, pp. 59-60). Así, la significación inconsciente que otorgan ambos padres a la figura del sujeto-agente en la relación de alimentación con el hijo o hija, producida por la demanda del bebé, expresada con gritos y llantos; se vería mediada, según Winnicott, (1967) por la adaptación que aquel logre a las necesidades que demanda la criatura, lo que plantea el problema de lograr interpretar los requerimientos del lactante.

Por consiguiente, ya que el niño se relacionó por primera vez con el mundo exterior a través de la comida y la alimentación suministrada por el sujeto-agente; éste habría constituido el primer objeto de amor del niño, un objeto que de cierta forma perdería con el destete, pérdida que puede no ser aceptada por el bebé o niño diagnosticado con obesidad, negando la ausencia y haciéndola presente a través de la relación comida-objeto materno (Gómez et al., 2012b). Relación que podría hacer del niño un prisionero en la dinámica de ingesta permanente, dinámica del obeso que Salles (2009) postula como prisionero en su intento de evitar la angustia, ya que ellos:

No logran distinguir la sensación de hambre de otras emociones debido a dificultades maternas en la relación temprana madre-hijo, pues son madres que, por su ansiedad, han tenido dificultades para decodificar el lenguaje sin palabras del bebé, teniendo respuestas estereotipadas ante cada requerimiento de su hijo, dando de comer ante cada pedido (Rovira, 2009, citado en Gómez et al., 2012b, p. 57).

Comprensión que en este estudio sitúa el foco de atención en la participación activa del sujeto-agente de la alimentación del niño, que no pretende responsabilizar a la madre, sino abordar las implicancias de este otro agente en la condición de obesidad en la infancia y en las lógicas que adquiere el alimento suministrado.

Primera relación de alimentación

Cuando un bebé viene al mundo, llega un momento en que él comienza a interesarse en algo externo volcándose hacia el exterior debido a que siente hambre. En ese momento está dispuesto a aceptar algo que viene desde fuera de él y que no sabe que será, sin embargo, se orienta hacia ello, la madre. “El bebé ve y siente lo que hay ahí y lo estimula, y a su vez el bebé estimula al pecho y a todo lo fisiológico, y es verdadero pero no suficiente” (Winnicott, 1948, p. 64).

De esta forma explica Winnicott lo que ocurre con la primera relación de alimentación del bebé. Y continúa:

Está el bebé con su capacidad de alucinar algo, y está la madre, que tiene lo que ella sabe que es bueno para el bebé pero éste aún no lo sabe, y la madre debe ingeniárselas para situarse de modo que lo que el bebé desee encontrar sea efectivamente a ella misma (1948, p.64).

Es en este sentido en que la madre se las ingenia para brindarle al bebé la ilusión de que lo que encuentra y toma, ha sido generado a partir de sus propios sentimientos y de su poder de alucinar. La madre se ha situado en muchas ocasiones en la dirección apropiada para el bebé, de manera que éste ha llegado a tener, a partir de la experiencia real, el material para alucinar (Winnicott, 1948). Así, el planteamiento que formula este autor en 1967, específicamente acerca de la causa en las dificultades de la alimentación del bebé, se dirige hacia el enorme problema que enfrenta toda madre para adaptarse a las necesidades de su criatura, dejando fuera posibles infecciones y las propiedades bioquímicas de la leche.

En este punto, la interferencia que pudiese existir entre las necesidades del bebé y las respuestas de su madre, adquieren relevancia en la medida que remiten a la prehistoria del sujeto. En el decir de Winnicott (1966), la mujer, durante las semanas y meses que siguen al nacimiento del bebé, entra en una fase en la cual, en gran medida, “ella es el bebé y el bebé es ella” (p. 23), partiendo por considerar que “ella fue un bebé alguna vez, y tiene en sí el recuerdo de haber sido un bebé; también tiene recuerdos de haber sido cuidada, y estos recuerdos la ayudan o interfieren en sus propias experiencias como madre” (p. 23).

De esta manera, desde el momento mismo del nacimiento, el alimento estaría involucrado en las relaciones del sujeto, por ejemplo, durante el acto de amamantar, el alimento se entrecruza con caricias, abrazos, miradas, palabras, sonidos que otorgan a la madre una función fundante en cuanto al reconocimiento; con ello se instauran ritmos y se establecen pautas. La madre tiene, entonces, una función ligadora en el momento del amamantamiento a través de la voz y la palabra facilitando un proceso de intrincación pulsional, por lo que “el ser humano no sobrevive si no hay Otro que lo reconozca en su existencia” (Mato, 2005, citado Gómez et al., 2012b, p. 59). Además, planteará Zadra (2007), desde un inicio, el alimentarse estaría unido a la buena voluntad del Otro, a su encuentro e incorporación, que no es sólo de alimento, sino fundamentalmente, de palabras.

En los bebés y niños pequeños el acceso a la comida se ve determinado principalmente por el acercamiento del alimento por parte de los familiares, y muy especialmente, por la madre y el padre; lo que configuraría una actividad individual frente a la satisfacción del hambre. Por este motivo, la díada sujeto-agente e hijo se torna gravitante en relación a la generación de patrones en la ingesta de alimentos, y sobre todo, por la configuración del primer vínculo de socialización en el niño, ya que al ser una actividad social y comunicativa, también se configura en una actitud, primero proveniente del mundo cercano, que es la familia y luego se extiende a una red más amplia (Castañeda, 2009). De este modo, MacDougall (1991) citado por Gómez et al. (2013) especifica que si existieran deficiencias en la comunicación entre el bebé y su madre “éstas se manifestarán, a menudo y desde los primeros meses, de un modo psicosomático, siendo ésta la vía de expresión de los conflictos psíquicos” (p. 1182), afectando principalmente las funciones fisiológicas de la respiración, la digestión, la evacuación y el sueño.

Aspectos familiares y psicopatológicos

Los estudios realizados por el Dr. Zukerfeld plantean que el cuerpo biológico (CB) del obeso se ve alterado, “los brazos se le engrosan tres veces por la grasa y no puede respirar por la elevación del diafragma, el peso y diversos trastornos metabólicos” (p. 64), así también, Bruch (citada en Parysow, 2005) señala que este “tamaño corporal excesivo se convierte en el órgano de expresión de un conflicto” (p. 7).

En este sentido, Alperovich (citado en Parysow, 2005), concluye respecto de la génesis y perpetuación de la obesidad, que existiría un “comportamiento parental inmovilizante del hijo” (p. 7) que consistiría en un aprisionamiento filial expresado de diversas maneras, en la cual el niño obeso también tendría su parte en la interacción familiar, “sometiéndose, obedeciendo, dejándose inducir, como si hubiera un beneficio incestuoso” (p. 7).

Es por esto que el concepto de cuerpo, su representación mental y su valor erógeno plantean cuestiones gravitantes en relación a la obesidad infantil, ya que es su imagen total (CI) [3] “la que demuestra ser estructurante para la identidad del sujeto, por medio del propio cuerpo” (Zukerfeld, 2011, p. 63). Este planteamiento también tiene por base lo señalado por Bruch en 1973, acerca de la imagen del cuerpo como precedente y determinante de la estructura corporal. Todo ello ocasionaría que en la obesidad no sólo se altere el CI sino que se esconda detrás de las alteraciones del CB. Asimismo, este autor hace hincapié en que pareciera necesitarse mantener una constancia, una homeostasis, al expresar que:

CB / CI = 1

Por lo que la entidad 1 se rescataría incólume si se diera la siguiente ecuación:

CB / CI = (trastorno)

(Pero si se aumenta el cuerpo biológico [CB ], la igualdad se mantendría conservando el equilibrio).

CB ↑ / CI ↑ = 1

De esta forma, en la obesidad infantil “se violaría la integridad del cuerpo biológico para salvaguardar una identidad amenazada por la alteración del cuerpo imaginario” (p. 64), posibilitando que ella pueda “servir como una manera de manejarse en contra de más severas descompensaciones psicológicas como una gran depresión o una psicosis esquizofrénica” (p. 67), ya que en el comer del obeso se “insiste en la negación implícita de la pérdida del objeto original, mediante el acto de incorporar repetida y reiteradamente el alimento que lo representa” (p. 68).

Así, la presencia de obesidad en la infancia podría comprenderse como la forma de expresión de ciertas dificultades en la autorregulación de los estados afectivos inconscientes, frente a los cuales el alimento cumpliría con generar un estado interno de equilibrio emocional (Gómez el al, 2013).

En estas familias el hijo obeso vendría a compensar frustraciones y desacuerdos parentales, familias que tienden a entrampar a sus hijos de forma similar a la dinámica de las familias de esquizofrénicos. Por tanto, si el sujeto sucumbe se desarrollará una psicosis y si se defiende, probablemente engordará, ya que “el cuerpo biológico, que es lo violado para mantener la integridad de la imagen del cuerpo, es a la vez el límite de esa violación” (p. 73)

Por último…

Se piensa que algunas formas de obesidad infantil se encontrarían relacionadas con una falla en el reconocimiento de la sensación de hambre en la primera infancia, lo que se pudiese haber generado en la medida en que la comunicación con el bebé se realiza mediante la relación de alimentación con él, es decir, que la respuesta de las figuras parentales ante cualquier manifestación emitida por el bebé en forma de llantos y gritos, se realizó de manera estereotipada suministrando alimento. Respuesta que genera una rutina entre ambas partes y que, posteriormente, no le permitiría distinguir al niño el hambre de otras sensaciones internas, lo que más tarde le llevaría a calmar cualquier sensación mediante la ingesta, provocando sobrepeso y obesidad (Gómez et al., 2013).

Así, en la obesidad infantil, estas deficiencias en la comunicación se vincularían con la primera relación de alimentación, por lo que el niño sentiría que comiendo logra satisfacer esta demanda que ya no reconocen y que se disfrazó de la necesidad de alimento.

Además, ello produciría una falla en la guía ofrecida al niño hacia expresar sus pulsiones más allá del sólo goce del cuerpo, falla que lo dejaría atrapado en el intento de satisfacer su deseo por medio de la satisfacción de la necesidad, por lo que cada vez que hubiese frustración de amor, se compensaría mediante la satisfacción de la necesidad.

Es así como el comer adquiere valor simbólico, es decir, el modo de aprehensión que deja al niño en posesión del objeto. De esta forma, “el objeto compensatorio de la frustración del don de amor es la ingesta en sí. Ésta, al poder prescindir del objeto real da lugar a una satisfacción sustitutiva de la saturación simbólica, fundamental para la ubicación del sujeto, aunque sea por la vía de la renegación” (Gómez et al., 2012a, p. 50).

En cuanto al desarrollo de la obesidad infantil, vemos que suele ocurrir en un marco familiar que adquiere características particulares, las que generan dinámicas específicas. Éstas harían que la madre, al escuchar y mirar a su hijo o hija que llora, reconozca en ello un llamado, un requerimiento hacia ella, que la lleva a responder estereotipadamente suministrando alimento; mientras que el padre, ante los mismos gritos y llantos del bebé, sienta inseguridad y confusión, al punto de que toma como única alternativa acercarlo al cuerpo de la madre que lo calmará con alimento. Así, el padre adjudica a la madre alguna capacidad interpretativa que él carece. Imposición frente a la que ella sólo podrá ejercer el cometido de ser sujeto-agente de la alimentación (Fuentes, 2014).

Por ello, cuando el lactante demande, el objeto real suministrado por los padres se carga de todo aquello que desean brindar a su hijo. Además que, en el establecimiento de la comunicación entre las figuras parentales y los hijos, el intercambio entre ellos, el otorgamiento de algo al niño, debiera cumplir con las características de ser concreto, al punto de modificar al otro, cuestión que logra el alimento.

Se sugerirá entonces, considerando algunos planteamientos del Dr. Zukerfeld, más los hallazgos del estudio, que en la obesidad infantil habría un cociente con un factor fijo correspondiente a la constitución (C) y otro factor variable constituido por las influencias familiares (IF):

C / IF = ¿?

Ecuación que permitiría que las influencias familiares (IF) tengan un funcionamiento, respecto de la comunicación con el bebé, como sujeto-agente (S-A) de la alimentación, es decir, otorgando leche y/o comida ante sus gritos y llantos. Manifestaciones que tendrían que ver, en muchas ocasiones, con su demanda y no con la necesidad de alimento. De esta forma, si hubiese posibilidad por parte del niño de generar una respuesta constitucional a las deficiencias en la comunicación con sus padres, la respuesta serviría para equilibrar el cociente en el entero, esto es, en 1:

C / (IF) S-A = 1 (equilibrio)

En la obtención del equilibrio, Zuckerferld (2011) señala que en la obesidad infantil deberá violarse la integridad del cuerpo biológico permitiendo que el cuerpo engorde. Respuesta que sería posible aquí, ya que el niño no sería capaz de generar una imagen corporal de sí sino en relación a un otro parental que lo mire, cuestión que releva el contacto, la cercanía y la comunicación que desarrolle con las figuras parentales, “procurando una constitución de la imagen del cuerpo en base a los lazos afectivos que se hayan establecidos” (Manzo et al., 2010).

Notas

[1] Para el diagnóstico de sobrepeso y obesidad en niños y niñas, se utiliza como medidas los patrones de crecimiento infantiles de la OMS presentados en abril de 2006. Las cuales incluyen mediciones del sobrepeso y obesidad en lactantes y niños de hasta 5 años (OMS, 2013b).
[2] Se podrá comprender el capricho del niño como el modo de protección de su deseo frente al posible aplastamiento que el Otro, en este caso la madre, pueda realizar de su demanda (Zadra, 2007).
[3] Siguiendo lo planteado por Zukerfeld (2011), quien, a pesar de que la sinonimia no sea exactamente correcta, incluirá bajo el concepto de CI, al cuerpo en tanto imagen o representación, así como también el conjunto de zonas erógenas.

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