Lo ideal y el absurdo

Diego González
Psicólogo
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Lo ideal y el absurdo [1]

Quizá sea buscar «lo ideal», lo absurdo figurado por Kafka. Lo ideal en psicología es entre otras cosas el motor de muchos sufrimientos. El «yo ideal» del psicoanálisis; o la idealización que tanto engrandece los objetos, hasta volverlos irreales y fantásticos. Esta transformación puede tornar insoportable la existencia en los casos más extremos. Lo ideal también lo encontramos en la base de las patologías de la angustia, y de las denominadas crisis existenciales.

Lo ideal en El Castillo aparece como lo inasible, lo perfecto. Lugar que por razones misteriosas nunca puede ser descubierto. Este castillo está habitado por «secretarios» excepcionales, complejizados por una jerarquía truculenta, que los hacía sempiternos en sus puestos «gente que por profesión está dotada de una extraordinaria sensibilidad para estas cosas». Pero, no obstante, es una maquinaria que falla.

«pero uno relee uno después los expedientes y se extraña frecuentemente de sus fallas a todas luces evidentes. Y estas fallas, siempre medio injustificadas, y que por lo menos de acuerdo a con nuestras reglamentaciones, ya no puede más reparar por la vía corta normal.»

Por lo tanto, el mundo y sus cosas, con sus estructuras e ideales, es algo que por definición falla. En Kafka nada es absoluto, y el novelista propone como una atalaya, que nuestro mundo estará condenado a barro y contradicción, y este es quizá uno de sus adelantos.

El tránsito en la búsqueda de lo ideal está lleno de engaños y desengaños, de vueltas impensadas, de futilidad pura. Por ejemplo, el Señor K., en su anhelo por acercarse a Klamm, quien es el funcionario del Castillo con más brillo para sus designios, toma por novia a Frieda, quien es a su vez una empleada del comedor de la aldea y la presunta amante del funcionario. En ese sentido, Frieda es el vínculo posible entre la Aldea y El Castillo. Un ser bisagra entre dos cosas, una mujer objetualizada.

«Ahora su único objetivo es tratar con el señor jefe sobre ese precio. Como Frieda no le interesa en absoluto, sino solamente el precio, respecto del precio se muestra exigente.»

Pero Frieda engaña al señor K. de la forma más astuta y jovial. Es catalogada por Pepi, su amiga, como una «zorra» con graves poderes de observación y «decisión», como una «artista inimitable». Frieda es una mujer que se ha alejado y nunca estuvo presente en su vida, porque ella fue el producto de la búsqueda de su ideal, pero nunca de deseo real. Es decir, su búsqueda no estuvo motivada por el más tierno amor, sino por el frio interés.

En esta novela, el universo kafkiano es estratificado, tortuoso y lleno de improbabilidades.

“Ahora bien: Barnabas no es empleado, ni siquiera de la más baja categoría ni se atreve a pretender serlo -pero los sirvientes de alto rango, que de ninguna manera se dejan ver en la aldea, según dice Barnabas tampoco tienen trajes oficiales de ninguna especie.”

Es decir, lo que marca el hilo es siempre la falta de certeza, y en este aspecto se acerca a nuestro sujeto de interés psicológico. K., quien es el personaje principal, es un sujeto de abajo, ajeno a las decisiones, su «altura» no tiene «injerencia para nada», y en algún punto parece ser absurdo. Esta condición logra ser solucionada por el señor K. mediante una formula netamente kafkiana: aceptando que la contradicción y el error son la vida misma.

«yo vine aquí por propia voluntad, y voluntariamente me he aferrado a este lugar. Pero todo lo que desde entonces sucedió, y sobre todo mis perspectivas para el futuro —por más sombrías que sean existen—.»

Es decir, la formula kafkiana para el sujeto absurdo, es la aceptación de la vida como un devenir constante, lleno de contradicciones, en donde se chocan los deseos y los ideales de forma permanente.

El mundo de los sentimientos es otro aspecto problemático del ser contemporáneo. El amor efímero y «líquido» de nuestros días; las relaciones superfluas e inconstantes; la virtualidad y su fugacidad han hecho que el «ser emocional» sufra de graves decepciones. Hoy todo es cambiante, frío, y tiende a desaparecer con facilidad. La futilidad ha hecho del mundo emocional un absurdo más. Siguiendo con las fórmulas kafkianas, el amor sucede sin garantías, sin premeditaciones, y es en muchas ocasiones la desdicha la culpable del amor:

«Sin Klamm usted no habría sido desdichada, no se habría sentado en el jardincito. Sin Klamm no habría visto allí a Hans. Sin su tristeza el tímido Hans no se habría animado a hablarle. Sin Klamm no habría usted mezclado sus lágrimas con las de Hans.»

Quizá vuelva a tener razón Nietzsche cuando proponía mediante sus aforismos, que, para darle consuelo a una persona desgraciada, es necesario mostrarle que «su desgracia le otorga una distinción entre los demás».

En conclusión, de la mano de Kafka hemos presentado dos fórmulas. Una, aceptar que el absurdo constituye la existencia, y es una potencia; y dos, que el amor deviene sin previo aviso, para complejizar el mundo del devenir mismo. Y finalizamos afirmando que los ideales pueden iluminar el camino, pero el mundo vivido como un ideal es un absurdo insalvable, y una trinchera del sufrimiento psíquico. Es decir, un abalorio más.

Notas

[1] Comentario a propósito de la novela El Castillo, de Franz Kafka. Traducción de Francisco Zanutigh Núñez. Ed. Losada (1997). Por Diego González: dag227@hotmail.com