Franco Berardi
Filósofo y profesor
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En La cuestión de la culpa (Die Schuldfrage), un texto de 1946, Karl Jaspers, el filósofo alemán considerado uno de los padres del existencialismo, distingue el carácter “metafísico” de la culpa, del “histórico”, para recordar que si nos hemos librado del nazismo como evento histórico, todavía no nos hemos librado de aquello “que ha hecho posible” el nazismo, justamente la dependencia de la voluntad y de la acción individual de la cadena de automatismos que la técnica inscribe en la vida social.
Introduciendo la edición italiana del texto de Jaspers (La questione della colpa, Sulla responsabilitá politica della Germania, Raffaello Cortina Editore, Milano 1996), Umberto Galimberti cita un párrafo de Gunther Anders: “En una de las entrevistas que Gitta Sereny hizo a Franz Stangl, director director general del campo de exterminio de Treblinka, se lee:
«¿Cuánta gente llegaba con un convoy? », le pregunté a Stangl.
«Generalmente cerca de cinco mil. Algunas veces más».
«¿Hablado? No… generalmente trabajaba en mi oficina hasta las once –había mucho trabajo de oficina. Después hacía otra recorrida partiendo del Totenlager. A esa hora, ahí estaban bastante adelantados con el trabajo (quería decir que a aquella hora, las cinco o seis mil personas que llegaron esa mañana estaban ya muertas: el «trabajo» era el acomodamiento de los cuerpos, que requería de casi todo el día y que a menudo continuaba también durante la noche). […] Oh, la mañana a aquella hora, todo estaba bastante terminado en el campo inferior. Normalmente un convoy nos tenía ocupados por dos o tres horas. A mediodía almorzaba… Después otra recorrida y otro tiempo de trabajo en la oficina ». […] «Pero usted… ¿no podía cambiar todo eso? », pregunté yo. « En su posición, ¿no podía poner fin a esa desnudez, a esa flagelación, a esos horrores espantosos dignos de corrales ganaderos?
« No, no, no… el trabajo de matar con el gas y quemar cinco mil y, en algunos campos hasta veinte mil personas en veinticuatro horas, exige el máximo de eficiencia. Ningún gesto inútil, ninguna fricción, nada de complicaciones, ninguna acumulación. Llegaban y dos horas después, estaban ya muertos. Este era el sistema. Lo había ideado Wirth. Funcionaba. Y desde el momento que funcionaba, era irreversible ». (G. Anders, Noi figli di Eichmann, Giuntina,
Firenze 1995, título original: Wir Eichmannsöhne, 1964)
Puede parecer excesivo parangonar el actual dominio de los automatismos financieros sobre la democracia política con el nazismo. No lo es en absoluto.
Más allá de estar determinado como evento histórico en la Alemania de los años ’30 y ’40, el nazismo es el primado de la funcionalidad técnica por sobre la compasión por la fragilidad del organismo humano.
En 1964 escribía Anders: “La técnica que el Tercer Reich puso en marcha a gran escala no ha alcanzado todavía los confines del mundo, no es aún “tecno-totalitaria”. No se ha hecho noche todavía. Esto, naturalmente no nos debe consolar y, sobre todo, no nos debe hacer considerar el reino (“Reich”) que está detrás como algo único y errático, como algo atípico para nuestra época o para nuestro mundo occidental, porque el obrar técnico, generalizado a dimensión global y sin laguna, con la consiguiente irresponsabilidad individual, tomó de allí su punto de partida.”
Y agrega: «el horror del reino que viene superará en demasía a aquél de ayer que, en comparación, aparecerá solo como un teatro experimental de provincia, una prueba general del totalitarismo engalanado de estúpida ideología» (G. Anders, Noi figli di Eichmann, cit. p. 66)
Griegos y judíos
En un artículo de 1918 escribe Carl Gustav Jung: “El psicoterapeuta de extracción judía no encuentra en el hombre alemán ese humorismo melancólico que a él le viene de los tiempos de David, sino que ve al bárbaro de ayer, es decir, un ser para el cual la cuestión se convierte rápidamente en algo tremendamente seria. Esta permanente expresión de desagrado del hombre bárbaro impactó también a Nietzsche, y es por esto que él aprecia la mentalidad judía y reivindica el cantar, el volar, y el no tomarse todo tan en serio.” (Jung: edizione italiana delle Opere, Bollati Boringhieri, 1998, Volume 10, pag. 13). La ironía y la ambigüedad del judío derivan de la estratificación de muchas experiencias, de muchas patrias, de muchas ilusiones y desilusiones. En contraste, está para Jung, la permanente expresión de desagrado del hombre alemán, inquebrantable en sus convicciones.
Por supuesto que aquí Jung piensa en su relación con Freud, pero su relación con Freud capta un aspecto que va más allá de los confines del psicoanálisis (admitiendo que el psicoanálisis tenga confines): la “fiera rubia” (Blonde Tiernelle palabras de Nietzsche tomadas de Jung) se siente en peligro cuando las certezas son puestas en dudas y ve en el judío a aquel que mina desde el interior las certezas de la civilización.
La campaña de odio que la prensa y la política alemana desencadenaron contra el hebreo en los años Treinta, estaba esencialmente fundada sobre dos motivaciones: antes que nada, los judíos eran vistos como la causa de la ruina económica de Alemania. En segundo lugar, los judíos no eran confiables, eran ambiguos, y hacían bromas sobre la pulcritud y la simplicidad de los sentimientos del buen alemán.
Alemania cambió profundamente en la segunda parte del siglo veinte, esto está fuera de discusión. Ha desmantelado cada sistema de agresión militar y, para algunos, su ejército aparece como una compañía de campistas. Pero el empuje geopolítico para someter el territorio europeo y poder garantizar la Lebensraum (espacio vital) alemana se ha movido de la esfera del blitzkrieg (guerra relámpago) a aquella de la economía financiera. Y la estrategia de consenso a través de la identificación de un chivo expiatorio se repite: la sospecha y el disgusto que el contribuyente alemán parece sentir frente a los Griegos contemporáneos (sospecha y disgusto que el grupo dirigente alemán alimenta con su estilo arrogante y la prensa alimenta con una campaña de desinformación) ha asumido en los últimos meses caracteres similares a aquéllos que había tenido la campaña de odio contra los judíos. El resentimiento por la buena fe alemana engañada, recuerda los sentimientos que la «fiera rubia» sentía frente al judío. La fiera rubia se ha democratizado en las últimas décadas, esto es notorio. Ha sustituido el uniforme militar con las medias mangas del contador. Pero la inquebrantabilidad de la fe es la misma. Dios (o Wotan) ha sido sustituido con el algoritmo financiero, pero Gott ist mit Uns (Dios está con nosotros) de todos modos.
He aquí entonces a los banqueros alemanes dando órdenes a los Untermenschen (gente de abajo), aquí están exigiendo a las otras naciones (meridionales, holgazanes y ambiguos) que hagan sus deberes en casa. Los talentosos colegiales Rajoy, Hollande y Renzi, como unos Quisling pos-modernos, trataron de hacer los deberes en casa y han recibido alguna palmadita de aliento o algún reproche de parte de los jueces de una ajena moralidad. Es bastante claro quién detenta el poder de juzgar y quién se encuentra en la posición de ser juzgado. Puesto que no existe ninguna norma formal que atribuya al gobierno alemán el derecho de juzgar, de condenar, de imponer el ritmo acelerado y de pretender reducciones de los gastos- puesto que esta división de los roles cada vez más evidente e incluso embarazosa no tiene ningún fundamento jurídico, es necesario pensar que se trata de una atribución de roles que pertenece a la esfera de lo cultural, o incluso hasta de lo natural. La superioridad del gato respecto al ratón no está en discusión aunque no esté escrita en ningún reglamento. Pero si los mediterráneos están todos bajo constante examen, los griegos en el examen están reprobados.
No solo: votando por un partido como Syriza y después encima votando “no” en el referendum en el cual tuvieron que decidir si obedecer o no los diktat (dictados) de la troika, han intentado rebelarse al orden natural de las finanzas, y no ceder posteriormente a la humillación y al robo; pero como los ratones no pueden ganar el desafío contra los gatos, al final han tenido que ceder.
Y después, ¿qué cosa les sucederá? ¿serán expulsados, arrojados al aislamiento y a la pobreza, expuestos a la furia de los mercados después del empobrecimiento impuesto por la troika? ¿y después? ¿sobrevivirá la Unión al castigo de la insolvencia? ¿o la Unión está condenada a colapsar?
Con el dinero de los otros
«Nuestros griegos» es el título que aparece en la portada del semanario Spiegel del 11 de julio. En la portada hay un colorido dibujo: un ceñudo y gordo trabajador alemán de vacaciones, con la billetera llena de euros y un libro titulado Socrates for dummis en un bolsillo, baila sirtaki con un alegre griego de bello aspecto, no ya tan joven pero alegre y risueño, que bebe un vasito de ouzo y va guiando la danza hacia el borde de un abismo. A sus espaldas, en la parte inferior del acantilado, se ve el azulísimo mar Egeo. El alemán mira a sus espaldas con terror, mientras el griego lo disfruta.
En la revista, junto a una cantidad de estereotipos culturales y de insultos respecto a los Griegos – holgazanes, irresponsables y un poco ladrones- podemos leer un simpático artículo del señor Jan Fleischhauer que se titula «Das Geld der Anderen» (El dinero de los otros) y explica que el experimento socialista en Grecia fue sostenido con el dinero de los alemanes.
«El experimento socialista funciona sólo cuando hay una fuente garantizada de entradas, no importa lo que hagas. En Venezuela el petróleo ha permitido al gobierno revivir el Marxismo bajo las palmeras, en Grecia está el dinero de los alemanes. El socialismo de Syriza es la continuación de la pubertad con métodos políticos. ¿De qué otra manera llamar, sino inmaduro, a alguien que insiste en querer ser independiente pero vuelve continuamente de sus padres porque no puede avanzar sin su dinero? Ser adultos significa pagar por los propios errores”.
Este es el tono con el cual la prensa alemana (y Spiegel no alcanza las vetas de racismo del Bild) trata al pueblo griego desde hace unos años.
Aquello que me interesa no es sólo el hecho que nos encontramos de frente a una falsificación radical de la realidad económica: el pueblo griego no ha recibido más que el 11% de los financiamiento europeos, porque gran parte de los préstamos fueron para pagar la deuda infinita con los bancos alemanes, franceses e italianos, y los griegos ciertamente no se enriquecieron en los últimos años, más bien se han empobrecido enormemente por los programas de «rescate» concebidos de la troika para imponer privatizaciones, despidos y reducciones de salario. Lo que me interesa es, sobre todo, la infame campaña de linchamiento que recuerda de un modo impresionante el tratamiento con el cual la prensa alemana sometió a los judíos en los años ‘30. Los judíos tramaban en la sombra para robar al buen trabajador alemán, mientras los griegos, todavía más desvergonzados, lo hacen a la luz del sol, y qué sol, y qué mar…
En las palabras de Fleischhauer, entonces, hay un aspecto particularmente desagradable, casi horrible: la frase «Ser adulto significa pagar por los propios errores» es escalofriante porque olvida el hecho que de los «errores» (Fehler) de los demás los alemanes no deberían hablar por los próximos diez mil años, y menos aún deberían hablar de deudas. La deuda que el pueblo alemán tiene con respecto a la humanidad no es conmensurable con aquélla de los griegos, y no es medible en dinero. Es una deuda que se mide en millones de muertes, decenas de millones de muertes. Es una deuda que consiste en la destrucción del aparato industrial y civil de todos los países europeos. Por este crimen incalificable e inconmensurable Alemania no ha pagado jamás porque en 1953 en la Convención de Londres los países de Europa decidieron suspender el pago de una deuda que habría definitivamente postrado por décadas toda posibilidad de recuperación económica. Para evitar repetir el error de Versailles 1919 se decidió restituir a Alemania un futuro. Hoy nos damos cuenta, con consternación, que el nacionalismo alemán resurge y no es un nacionalismo como todos los otros.
Por razones geopolíticas y por razones culturales, Alemania fue y ahora es nuevamente un peligro permanente para la paz europea. Las razones geopolíticas son bien conocidas: Alemania ha alcanzado con gran retraso la condición de estado nacional. Este retraso, y su ubicación geográfica, han impedido al imperialismo alemán de seguir líneas de colonización ultramarina, como ha ocurrido con el imperialismo británico y el francés. En consecuencia, el imperialismo alemán explotó como factor de violencia agresiva y de colonización en el interior del continente europeo.
Luego de la conclusión (provisional) de la tragedia griega, es necesario reconocerlo: por tercera vez en un siglo Alemania ha destruido Europa. La Unión de hoy no se puede definir con la palabra “unión”, gracias a seguir el ritmo alemán. Nos encontramos, evidentemente, en una condición de tipo colonial. Una forma inédita de colonialismo financiero en el cual la potencia dominante sustrae recursos a los países dominados a través de la imposición del Pacto de estabilidad y mediante el pago de un tributo anual destinado a durar hasta la eternidad.
Por gentileza de El psicoanalítico