Hugo Marietán
Médico psiquiatra y profesor de la Universidad de Buenos Aires. Es un escritor distinguido y un punto de referencia científico internacional sobre psicopatía. Es director de Alcmeon, Revista argentina de clínica neuropsiquiátrica.
El ser humano, como cualquier otro ser biológico, necesita de la información para ubicarse en su medio. Definimos la información de acuerdo con la física, como el descenso de la incertidumbre y como un sistema ordenado que se opone a la entropía (caos). Podemos entender el concepto de sistema ordenado si decimos que solamente aquellas señales que pueden ser ordenadas de acuerdo a nuestro sistema lógico pueden ser entendidas. De la multiplicidad de señales que surgen en la realidad, captamos aquellas que pueden ser decodificadas, es decir ordenadas, a las cuales podemos darle forma, y ello significa información.
Para ser captada, la señal proveniente de un objeto depende de un sistema sensoperceptivo que el organismo posee a tal fin. Este sistema comienza en los órganos de los sentidos y lleva una información bruta (sensación) al cerebro, donde es procesada y da como resultado una representación. En consecuencia, la sensación en bruto (S), la estimulación primaria, no da cuenta de la identificación del objeto, que necesita de forma inexorable de otro procesamiento interno para lograrlo, la información almacenada que por definición denominamos memoria. Llamamos representación (R) al material mnésico que utilizamos para complementar la sensación e identificar el objeto.
El percepto (P), la imagen resultante, es una combinación entre la sensación y la representación (S+R=P). Se entiende que el percepto es ya una conclusión, un respuesta a la pregunta ¿Qué es esto?, un juicio de identificación, un pensamiento. La representación, en la cual interviene la memoria, hace que el resultado tenga un alto componente subjetivo, de lo cual se desprende que lo sensoperceptivo es una construcción entre señales provenientes del exterior e información proveniente de la memoria. Se deduce de ello que la llamada objetividad se sustenta más en el consenso de varios observadores que en la percepción de una realidad pura.
En tanto que humanos, no podemos captar la realidad en su esencia. Como especie tenemos información de una parte de la realidad, la que nos es útil o la que nuestros órganos están preparados para percibir. Del resto no tenemos conocimiento. La mente necesita entonces elaborar hipótesis que llenen este vacío de conocimiento -creencias, ilusiones y otros artificios- para evitar un exceso de incertidumbre generador de temor. Tal vez otro ser viviente con distintos órganos sensoriales percibiría de diferente manera la realidad.
Así, la función a la que se le asigna el mayor grado de objetividad, la sensopercepción, tiene en realidad una alta carga subjetiva (R), y es, en consecuencia, relativa.
La construcción sensoperceptiva es una acción global del psiquismo que se vivencia en el «campo de la conciencia» (CC), que llamamos así porque tenemos conocimiento de este proceso. Este CC es virtual, no tiene existencia real en nuestro interior -como tampoco la imagen que se ve en la pantalla de un televisor tiene existencia real dentro de éste-, sino que es el resultado de múltiples interacciones binarias neuronales que se activan (1) o no (0). Y así como nunca encontraremos la imagen del presentador del telediario detrás de la pantalla aunque desmontemos todo el televisor, tampoco hallaremos la imagen de una silla que observamos en ninguna parte de nuestro cerebro. El resultado de este trabajo cerebral se «proyecta» en un campo virtual.
Si prestamos atención a este razonamiento, podemos utilizarlo para abordar una hipótesis sobre la ilusión.
Ilusión
La definición clásica de ilusión dice que «es la percepción deformada de un objeto real». Para entender este concepto debemos comprender que la sensación es complementada adecuada y armoniosamente por una representación para identificar el objeto. Si falla alguno de estos elementos, la identificación que realizaremos es falsa, y eso es lo que ocurre en la ilusión. La sensación es sobrecomplementada con la representación y produce una falsa hipótesis de identificación. El ejemplo clásico ocurre cuando tenemos gran expectativa de que llegue una persona. Entonces miramos a lo lejos, vemos una persona con características similares, pero no tenemos la suficiente precisión en cuanto a los datos de la sensación (S). La vemos de lejos, esa persona es por ejemplo rubia y alta; con estos pocos datos, más lo que nosotros anhelamos, concluimos: «Es Juan» (S+R=’P’). Se acerca dicha persona, va mejorando nuestro nivel de información a través de la sensación (S), nuestros almacenes de memoria trabajan y realizan una complementación más ajustada y acabamos diciendo: «No, no es Juan, es parecido a él» (S+R=P). En ese primer momento, que es ilusorio, vemos a Juan, pero no porque la sensación sea la adecuada, sino simplemente porque mediante nuestra representación estamos sobrecomplementando en función de nuestras expectativas.
Como dicen los clásicos, por agotamiento o por inatención puede haber una falta de información en lo que se reefiere a la sensación. Para prestar atención adecuadamente debemos focalizar nuestra conciencia sobre algo. Si estamos cansados, si hay una expectativa excesiva, si tenemos miedo, etcétera, no podemos hacerlo. La ilusión es una sobrecomplementación de la representación sobre la sensación. Percibimos deformado un objeto que es real; ésa es la diferencia entre la alucinación y la ilusión. Esquirol discrimina este aspecto en 1838, al decir que una cosa es la ilusión y otra la alucinación. En la ilusión el objeto está, en la alucinación no.
Alucinación
La alucinación es una percepción sin objeto, define Esquirol. El paciente cree ver, oír, sentir, gustar, oler algo que no está, que no es consensuadamente visto, oído, sentido, etcétera, por las demás personas. Henry Ey, para darle mayor precisión a la definición agregó: «Que estimule los sentidos.» Esta definición sigue aún vigente.
Pero si nos basamos en el concepto de que para percibir es necesaria la presencia del objeto -pues de lo contrario carecemos de sensación-, no podemos decir percibimos en ausencia del objeto. Y con la puntualización «que estimule los sentidos» la redundancia es todavía mayor.
Certeza incontrastable
Hay un hecho que es perturbador: lo alucinado, desde la visión del que alucina, no aparece en un contexto distinto al consensuado. Eso es lo dramático de la alucinación. Lo alucinado se da en el contexto de las cosas no alucinadas, eso es lo impactante y todavía no resuelto. ¿Por qué, por ejemplo, el esquizofrénico percibe todo como el resto de las personas más «eso» que no se halla consensuado? Éste es un factor de peso para entender la tremenda certeza que tiene el esquizofrénico cuando dice «ese gato está ahí». Él ve a los médicos y demás objetos del entorno, pero con el gato añadido. El alucinado considera que los demás le están «tomando el pelo», dado que él ve el gato con nitidez. Entonces, o lo están engañando, o los demás no tienen la facultad de ver el gato. Con argumentos en contra de la presencia del gato no sacamos al alucinado de su certeza, porque para el alucinado se trata de un hecho que «observa» concretamente frente las meras palabras del que intenta convencerlo de lo contrario. El sujeto tiene la misma certeza respecto al gato que respecto a los otros perceptos.
El consenso como parámetro de realidad
Todas las sensaciones están complementadas con las representaciones (S+R=P). En el caso del aula: la silla, la pared, cada uno de los alumnos, la ventana… , si preguntamos al alucinado qué ve:
S1+R1=P1: «veo asientos», hay consenso;
S2+R2=P2: «veo pared», hay consenso;
S3+R3=P3: «veo gente», hay consenso.
R4= «P»: «veo un gato», no hay consenso. ¿Por qué?
Porque vamos consensuando de acuerdo a nuestra información sensorial (S) que complementamos con nuestras representaciones (R), llegamos a una conclusión o identificación y decimos que sí lo vemos (P). Pero al buscar el gato no hay forma de encontrarlo, pues al no disponer de la señal sensorial no podemos realizar el proceso de complementación con nada, como consecuencia de lo cual tenemos un conjunto vacío: no vemos el gato. El que alucina tampoco tiene sensación, porque para experimentarla debe estar el objeto; y lo que el sujeto posee es una representación a la que le otorga la categoría del percepto «gato». Lo interesante de este fenómeno es que no puede considerarse como perteneciente a la percepción, porque para percibir necesitamos del objeto.
Toda sensación debe ser complementada con una representación, de tal manera que el objeto pueda ser identificado, aspecto en el cual no interviene sólo lo individual, sino el consenso, que es el que proporciona el juicio de realidad. Cotejamos todos los elementos hasta llegar al gato. Nosotros buscamos la sensación (S) y no la encontramos, y por tanto decimos que no hay un gato. Para el alucinado tampoco hay sensación (S), ya que debe estar presente el objeto; de lo cual inferimos que ese gato es producto de su representación, una representación (R) enviada por el almacén de su memoria, que es interpretada como un percepto (P). Todos tenemos representaciones, imaginamos cosas, pero no le damos la categoría o calidad de percepto. Por eso decimos que esto no es un fenómeno relacionado con la percepción, dado que ella identifica, discrimina. Aquí, en cambio, una representación es confundida con un precepto; no se da en el campo de lo externo, sino en el interior del sujeto, en la virtualidad del campo de conciencia.
La alucinación como trastorno aperceptivo
Si unimos el percepto «silla, pared, gente, ventana» obtenemos una idea global o integradora de aula. Esta función que se denomina apercepción -forma en realidad incorrecta, ya que el prefijo «a» significa sin- proporciona por medio de la sumatoria de conjuntos integrados la idea de globalidad -aula + dormitorio + gente + etcétera-. De este modo tenemos:
1) La sensopercepción, que identifica -conciencia de objeto-;
2) La apercepción, que es la idea integradora o global -conciencia de contexto-, y
3) Mi conocimiento con respecto a esa globalidad que observo, mi posición dentro de lo observado.
En este caso sería «yo estoy en el aula». En sentido clásico se llama conciencia del yo.
Como conclusión inicial la alucinación «el gato» no sería un trastorno de la percepción, ya que la persona percibe de forma adecuada -y consensuada- el entorno de lo alucinado, y lo alucinado es un «producto» representacional no reconocido como tal e integrado a lo reconocido como percibido -de origen sensorial-. Luego decimos que es un fenómeno que se produce en el interior del sujeto y depende de este interior. A esta representación se le otorga la categoría de percepto; integra el gato -una representación- como elemento del aula -conjunto de perceptos-. La alucinación, así considerada y en un primer análisis, sería un trastorno de la apercepción, de la función de integrar las señales externas en el campo virtual de la conciencia.
En esencia, una vez que disponemos de este elemento descriptivo podemos decir, como análisis posterior -aunque no definitivo- que lo que falla es un supuesto «filtro» que discrimina lo interno de lo externo.
Diferencia entre onirismo y alucinación
¿Se puede alucinar más de un objeto? ¿Se puede alucinar el aula completa? Aquí hay que diferenciar la alucinación pura del onirismo. En la alucinación pura no varía el contexto, el fenómeno se da en un entorno que se percibe consensuadamente; se agrega algo a lo consensuadamente percibido. En cambio, en el onirismo -fenómeno que se da en los síndromes confusionales, producido entre otras cosas por ingestión de LSD, traumatismos, epilepsia, etcétera- el sujeto vivencia, como en un sueño, la transformación de todo el contexto. El observador infiere claramente que el sujeto está «soñando despierto», no sólo por lo que dice ver, sino también por su conducta. Luego de que en el año 1900 Regís hiciera esta distinción, ya no se puede parangonar la alucinación pura con el onirismo como lo hizo Kant e, incluso en una primera etapa, Freud. Ellos relacionaban el sueño con la alucinación y llegaban a decir que la locura era un «soñar despierto», criterio que no compartimos.
Tipos de alucinaciones
Los clásicos, basados en la definición de Esquirol de percepción sin objeto, decían que si la persona ve algo inexistente es una alucinación de tipo sensorial visual, si escucha algo es una alucinación sensorial auditiva, y así sucesivamente. Pero con nuestro esquema (S+R=P) se pierde esta concepción. Para nosotros no tiene demasiada importancia qué tipo de representación R -qué recuerdo visual, auditivo, etcétera- es tomado por percepto (P). Al decir que un paciente «tiene una alucinación auditiva» se está convalidando el antiguo concepto esquiroliano y validando el discurso del paciente. El observador se asocia en localizar el fenómeno en el órgano auditivo, como si partiera de esta zona. Es decir, le está dando un valor de sensación, oscureciendo aún más el problema.
Decir «el paciente alucina con representaciones auditivas» o «alucinación de representación auditiva», nos parece más clarificador.
La problemática de las pseudoalucinaciones
En 1846 Baillarger afirmó que hay un tipo de fenómeno alucinatorio que tiene punto de partida en el interior de la persona. No podemos llamar a esto alucinaciones, porque de acuerdo con la definición de Esquirol, reservamos dicho término para aquellas ocasiones en que el sujeto ve lo alucinado como objeto externo a él, es decir, le confiere las características de las alucinaciones puras, con imagen de corporeidad y certeza de ser visto como elemento externo. Según Baillarger, hay un tipo de fenómeno no perteneciente al dominio externo en que la persona percibe voces, y al preguntarle dónde las oye, el sujeto se señala la cabeza. Esto no se correspondería con los parámetros propuestos por Esquirol. Éstas son pseudoalucinaciones o alucinaciones psíquicas.
Fallo en la identificación del propio pensamiento
Consideramos el síntoma denominado «pseudoalucinación auditiva», por el que el paciente manifiesta «oír» en su mente voces que no identifica como suyas, como un fallo en la identificación del propio pensamiento. Conceptualizarlo de otra manera es caer en la parapsicología.
El paciente dice escuchar voces que le hablan. Esta posición de colocarse como testigo del fenómeno producido por él mismo es llamativo; sin embargo, creemos que es un paso posterior y que debemos analizar este punto desde un inicio.
Alteración en el campo de la conciencia
Lo inicial es la alteración en el campo de la conciencia de la persona. Este hecho, que es enunciado por todos los autores clásicos como «perplejidad, humor delirante», etcétera, es la irrupción de algo distinto en el campo de la conciencia. Y ese algo distinto es, para nosotros, la génesis de un «pensamiento en paralelo consciente».
Pensamiento en serie y en paralelo
Si autobservamos la manera de operar de nuestro pensamiento consciente, llegaremos a la conclusión de que el proceso es de tipo «serial», es decir, secuencial, enriquecido por ideas anexas, por una serie de juicios concatenados, por razonamientos, pero siempre manteniendo una idea directriz, una temática variable, versátil y plástica que se desplaza dentro de cierto rango ideativo y que identificamos mnésicamente como producida por nosotros. En ese tiempo podemos generar simultáneamente pensamientos en paralelo, como es el caso de la solución de problemas, pero «no somos conscientes de ello», no los vivenciamos como si estuvieran presentes en nuestro campo de conciencia. Sólo nos damos cuenta de su accionar cuando encontramos una respuesta «de pronto» a una pregunta que ya habíamos olvidado. Es el caso de un problema que no podemos resolver y cuyo tratamiento abandonamos para ocupamos de otras cosas durante horas o días hasta que, repentinamente, la solución «irrumpe» en el campo de la conciencia cuando estamos pensando en otra cosa. Existen múltiples pensamientos en paralelo, como es el caso de las variadas «decisiones» que el organismo debe tomar para su funcionamiento y de las cuales no somos conscientes.
Pensamiento en paralelo consciente (PPC)
El hecho nuevo, decíamos, es la génesis de un pensamiento en paralelo consciente. Creemos que al inicio se da como un sobrepensamiento, como algo agregado y fuera del pensamiento serial. Esto lo vemos con claridad en la desafortunadamente llamada percepción delirante -la percepción no delira- y que sería mejor denominar interpretación anómala -o delirante- de lo percibido (IAP). Veamos cómo tipificamos este fenómeno.
Interpretación anómala de lo percibido (IAP)
¿Qué ocurre en la IAP? Un paciente dice: «Estaba caminando y vi a un hombre rascarse la nuca, eso quiere decir que me van a matar.» Otro: «Viajaba en autobús y subieron dos chicos con uniforme escolar. ¡Hasta el Ministerio de Educación me persigue!»
¿Qué es lo primero que llama la atención de estas conclusiones? La pérdida de simplicidad, de lo común, de lo familiar. Un hombre se rasca la cabeza, acto que es observado por muchos con indiferencia. Es un hecho común, sin trascendencia, no genera alarma en la gente; lo mismo que dos alumnos suban con sus uniformes escolares a un autobús.
El S+R=P no genera ningún sobresalto: la sensación es complementada por las representaciones y la conclusión (P) determina una completud conocida que no provoca alarma.
Sin embargo, en los dos ejemplos de IAP expuestos, lo simple, lo consensuado, no es suficiente. Existe una sobrecomplementación representacional porque «hay algo más» detrás de lo simple. Lo común, lo consensuado, en este caso ha perdido su completud. Algo se agrega a la realidad compartida. Hay una sobrecarga de representaciones a lo real. En su campo de conciencia, aparte de lo percibido, hay «algo» que tiene presencia pero no identificación, y que se intuye implicado en lo percibido. En consecuencia se elabora una hipótesis que trata de significar el fenómeno, un intento de explicación, que resulta extraña, anómala a un observador -el término anómalo está tomado aquí como anormal, no consensuado-.
Esta explicación anómala de lo percibido a veces sorprende al propio emisor, ya que al preguntársele por qué ha dicho tal cosa responde: «No sé, pero es así.»
Esta vivencia de certeza o revelación que se da en la IAP se manifiesta luego de un período de desconcierto, como que algo extraño está pasando y no acierta a traducirlo verbalmente ni para él ni para otros. Es el período de perplejidad o humor delirante descrito por los clásicos.
La IAP es un intento de asimilación del proceso de pensamiento en paralelo consciente (PPC), aún no identificado.
Pseudoalucinaciones auditivas
Un paso posterior es la verbalización de este pensamiento paralelo. Es decir, el PPC adquiere independencia y lenguaje y es absolutamente extraño para la propia persona, pues ésta desconoce que genera estos pensamientos. Cuando el PPC se verbaliza y se presentan concatenaciones lógicas, y el paciente comunica esto como que «le hablan». Sin embargo, al menos al principio, ninguna persona puede decir que esas «voces» que oye dentro de su cabeza son iguales a las voces con que le hablan las otras personas de su entorno ambiental. Puede diferenciarlas.
Voces que dialogan entre sí
La presencia de varios PPC determina las «voces que dialogan entre sí». Y a veces el paciente, con su pensamiento en serie -que nunca deja de reconocer como suyo-, interviene y dialoga con las «voces», que identifica como de otros.
Coherencia y delirio
La explicación que encuentra el paciente para estos fenómenos constituye una construcción coherente de su pensamiento en serie frente a sus PPC, pero que resulta extraño para un observador, quien llamará delirante a esta forma de significar.
Persistencia del pensamiento en serie
Lo que queremos puntualizar es que el paciente no pierde su identidad, es decir su pensamiento en serie, que en todo momento reconoce como suyo. Y también puede reconocer su biografía.
Para él su mente no se escinde, sino que sus PPC son vivenciados como pensamientos impuestos. Es alguien que en ocasiones pierde su voluntad y se somete a la determinada por su pensamiento en serie, por causa de sus PPC, que vivencia como extraños.
El mecanismo por el cual los pensamientos paralelos se hacen conscientes y se verbalizan es todavía desconocido para nosotros.
El potencial ideopráxico
El potencial ideopráxico del pensamiento implica el concepto de que una idea puede generar una acción, traducirse en una conducta.
Los PPC son ideas tomadas por el Pensamiento Serial Consciente (PSC) como ajenas a su circuito asociativo, como extrañas. Pasado el período de consternación, de asombro por la aparición de este nuevo fenómeno, el PSC realiza dos de sus tareas esenciales:
a) Identificar los PPC, y
b) Encontrar una hipótesis que los explique, que permita al PSC incorporarlos a su lógica.
Estos dos pasos no son nada nuevo para el PSC, pues los ejecuta constantemente ante cada situación nueva o ante la presencia de una información no conocida. Cuando se encuentra con un objeto no familiar, es decir, del cual no hay en el almacén mnésico una representación complementaria (R) para esa sensación (S), trata de encontrar, por asociación o por analogía, referentes parciales que permitan una identificación, es decir, una respuesta a la pregunta ¿Qué es esto? Cuando no hay completud identificatoria se elabora una hipótesis identificatoria provisional con los pocos elementos analógicos de que dispone la memoria y que son complementados por la imaginación, es decir, representaciones asociativas más libres de las sensaciones. Esto hace que se le dé una identificación provisional, pero suficiente para llamarla de alguna manera, como por ejemplo, «la cosa, el bicho, eso, el ente», o cualquier otra aproximación nominativa.
El segundo paso consiste en encontrar una lógica, es decir, buscarle una analogía con nuestro sistema de pensamiento, poder encuadrarlo dentro de las normas y principios que dan armonía a nuestro estilo de pensar. Se trata de que lo nuevo encaje en nuestros esquemas de pensamiento, para lo cual es necesario encontrarle una explicación -¿por qué?- y una finalidad -¿para qué?-. El hallar estas dos respuestas hace que el individuo «comprenda», es decir, que ubique lo nuevo en su sistema lógico.
La persona está tan habituada a estos procedimientos -identificación y comprensión- que si no puede llevarlos a cabo ante lo nuevo, le generan incertidumbre, displacer e inseguridad, y lo obligan a realizar un gran esfuerzo cerebral en un intento de completarlos. Aclaramos a fuerza de ser obvios, que lo nuevo debe implicar fuertemente al individuo, debe interesarle, pues lo que nos resulta indiferente no nos motiva.
El consenso de la explicación
El entender algo puede ir de lo concreto a lo concreto -una piedra sirve para hacer una flecha-, de lo concreto a lo abstracto -esta piedra me la envió Dios-, de lo abstracto a lo abstracto (2+2=4). Cuando se comunican estos pensamientos, su grado de validación por los otros, es decir, su consenso, varía. El grado de consenso de los pensamientos concretos suele ser muy alto; la gran mayoría estará de acuerdo en que lo que se considera una piedra es una piedra y que puede ser usada para hacer una punta de flecha. El grado de consenso en el segundo caso es menor y depende ya de un hecho cultural, de compartir creencias. Y en el tercer caso se trata de compartir convenciones, y tiene validez y consenso en este ámbito.
Cuando la comunicación de un pensamiento se sale de estos parámetros, es considerado como incomprensible, ilógico, no consensuado. Es decir, los interlocutores no pueden colocarlo, encajarlo, en sus esquemas lógicos o creenciales.
Un ejemplo
Un paciente decía: «La primera vez que escuché una voz estaba jugando en el ordenador un juego donde debía matar a varios enemigos para pasar a otro nivel. De pronto escuché que me decían: ‘así debes matarlos tú.’ Me asusté mucho, porque estaba solo en la habitación y sabía que la voz estaba en mi cabeza. Dejé todo y me fui a la sala, donde estaban mis padres. Y me puse a pensar qué había pasado, de dónde venía esa voz y qué me había querido decirme. A los dos días volví a jugar en el ordenador; quería saber si la voz volvería.»
Lo llamativo es que el paciente no comunicó a nadie esta experiencia y se quedó rumiando solo y perplejo una posible explicación del fenómeno. La familia seguramente comentará que se lo ve más distraído, callado, y que tiende a quedarse solo en su habitación durante mucho tiempo.
La voz es ubicada fuera de su PSC, como si fuera de otro, de modo que para él es una sensación (S). Eso es lo que genera miedo: lo nuevo no entendido. Esa voz contenía un mensaje. Ese mensaje lo implicaba.
En aras de llegar a una explicación se vence el miedo y se vuelve a intentar la experiencia para saber de qué se trata: «quería saber si la voz volvería». Es decir, el paciente trata de encajar el fenómeno en sus esquemas lógicos.
La aparición del PPC -«así debes matarlos tú»- verbalizado, audible, vivenciado como sensación, genera inicialmente sorpresa, luego consternación, temor y perplejidad. Hasta que no encuentre la comprensión de qué es lo que le ocurre la intranquilidad no cesará. «Es algo satánico», dirá inicialmente. «Me habla el diablo», afirmará después. «Llegar a esa conclusión hizo que no durmiera dos noches por el terror. ¿Por qué el diablo me hablaba a mí?» En este intento de explicación los PPC continúan vivenciándose como externos, ajenos a sus PSC, y así se mantendrán a lo largo de todo el proceso. Una cosa es lo que el sujeto piensa -sus PSC- y otra cosa es lo que le dicen -sus PPC-.
Nadie puede generar un pensamiento desde la nada conceptual; lo hace con elementos ideativos previos, aun cuando la forma de asociarlo sea enteramente original o cuando genera palabras por condensación o anudamiento de fragmentos de palabras y emita neologismos. Toda idea tiene su fuente en lo mnésico. Y esto es válido tanto para los PSC como para los PPC.
Formas de PPC
Los PPC pueden ser vivenciados como audibles y con contenido -clásicamente llamados pseudoalucinaciones auditivas o alucinaciones psíquicas-, o vivenciados como imágenes o sonidos provenientes del exterior -las llamadas alucinaciones visuales o auditivas- o como sobrecomplemento de lo percibido (IAP). Los PPC son experimentados como ajenos a los PSC, es decir como objetos externos y no familiares, y en consecuencia pasibles de ser identificados y explicados.
Explicación y delirio
Toda explicación es una conclusión, un juicio. Los juicios son la base de los razonamientos. La comunicación de estos razonamientos puede ser aceptada -es decir, coincidir con los sistemas lógicos del interlocutor-, tolerada -es decir que el interlocutor considere que no maneja los códigos suficientes para decodificar el mensaje, pero que tiene una posibilidad futura de entenderlos, como es el caso de un científico que comunique una nueva teoría-, o rechazada -cuando el contenido del mensaje es considerado absurdo o imposible de encajar por los sistemas lógicos o creenciales del interlocutor-. Cuando se da esta tercera posibilidad la explicación de la experiencia es considerada inicialmente como un disparate, y la persistencia del fenómeno como una extravagancia o un delirio, es decir, un sistema lógico no consensuado, o sea, con una significación completa para el emisor pero vacía o absurda para el receptor.
Pensamiento y conducta
Decíamos que el pensamiento tiene potencial ideopráxico. Nos comportamos de acuerdo a nuestras creencias. Traducimos con nuestra conducta lo que pensamos. Si nuestra conducta es adaptativa, es decir, responde al patrón conductual de una comunidad, es aceptada y considerada normal. Si tenemos un sistema lógico no consensuado, eso se traducirá en una conducta que será calificada de extraña, ajena al patrón conductual común, excéntrica, y, ya en un extremo, alienada o loca.
Conclusión
Estos fenómenos se vivencian en el campo virtual de conciencia del individuo y, al principio, no tienen definición ni identificación, pero la persona sabe que están allí. Es una irrupción en el campo de la conciencia y es el inicio de lo que llamamos Pensamiento Paralelo Consciente.
Como una de las funciones del Pensamiento Serial Consciente consiste en identificar lo presente en el campo de la conciencia, ante esa «presencia» nueva elabora una hipótesis en un intento de dar una significación a lo que para el sujeto se halla implicado junto a lo percibido. Y es un intento de significar lo nuevo que aún no tiene una configuración en el campo de la conciencia, de manera tal que pueda ser identificada o analogizada con las experiencias almacenadas o que le resultan comunes al sujeto. Para ese «algo» elabora una hipótesis, cuyo enunciado constituye una Interpretación Anómala de lo Percibido para un observador.
El PPC es un mismo fenómeno al que se le dan múltiples nombres debido a que se los describe en distintas etapas de su propia evolución. Desde lo extraño pero no identificable -presentimiento-, pasando por las hipótesis no consensuadas -IAP-, hasta la verbalización de los PPC -voces- o incluso la visión o audición vivenciadas como procedentes del exterior -alucinaciones-. Sin embargo, para nosotros, el delirio no forma parte de los PPC, sino que es el resultado del intento de explicación de los PCC por parte del PSC.
Los fármacos neurolépticos pueden evitar la verbalización, pero no la impresión de que el PPC continua allí, en el campo de conciencia. Atenúan el fenómeno, de modo que un paciente que decía oír voces que le indicaban qué hacer y detallaban cada una de sus acciones, luego de la toma de neurolépticos decía que ya no oía las voces, pero que seguían allí -como voces en silencio, idea que parece contradictoria-, o que a veces las oía, pero «desde lejos y con bajo volumen».
Es un constante trabajo el que debe realizar el pensamiento serial para dar explicaciones a cada uno de estos PPC. El paciente se pasa rumiando entre la perplejidad, el temor y la incertidumbre cada elemento de los PPC con el fin de explicarlos, de generar algún tipo de hipótesis que tranquilice su sistema psíquico. Cuando consigue un primer nivel de interpretación de los PPC y trata de integrarlos a su sistema lógico -como por ejemplo: «son voces de Dios que me indican lo que debo hacer»-, no termina el proceso de aceptación del fenómeno por parte de la psique, sino que luego ésta debe interpretar cada uno de los siguientes mensajes y así sucesivamente.
Esto puede llegar a producir una saturación de la psique y dar la impresión de que el paciente esta embotado o atontado. Desde luego este proceso de hallar explicación al fenómeno provoca una enorme introversión en el sujeto, y el consiguiente desapego y desinterés por los estímulos externos.
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