Psicoanálisis | Pensamiento crítico en tiempos de la posverdad

Juan Carlos Volnovich
Médico y psicoanalista
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Estoy en mi escritorio. La periodista de la revista especializada hace alusión a la comunidad LGTBIQ y me interroga acerca de la intersección entre psicoanálisis y género.

Hasta ahora los discursos psicoanalíticos sobre las diferencias sexuales han respetado el postulado de la bisexualidad original y fundaron en el interior del cuerpo, o en las ofertas identificatorias y los mandatos externos, el surgimiento de una identidad de género pensada, siempre, en plural masculino y femenino singular.

Pues bien: tal parecería que estamos llegando al fin. Si la característica del género es su construcción —y si un género no es otra cosa que la imaginería instituida e inscripta como efecto de verdad por un discurso de identidad estable y persistente en la superficie de los cuerpos— entonces los géneros no serían ni femeninos, ni masculinos. Serían, si acaso, multiplicidades inconsistentes. Eso que Alain Badiou [1] llama verdades transposicionales cuando intenta acercar conceptos que aporten a la construcción de una ontología de lo múltiple.

Por primera vez en la Historia del pensamiento universal estamos al borde de poder concebir un infinito laico que haga efectiva una nueva concepción de sujeto: ni de femenino, ni de masculino se trata. No existe una tal categoría que sea contingente, conflictiva, problemática. Y, de existir esa categoría está siendo permanentemente construida por un discurso que vanamente intenta definir el ser mujer, el ser varón en el nivel de lo biológico, de lo psicológico, o de lo social. Misión imposible si es que aceptamos la multiplicidad infinita de sujetos que se resisten a quedar aprisionados dentro de categorías totalizadoras.

Entonces ¿Cómo sería la relación de un hombre y una mujer de acuerdo a la lógica fálica?

La “lógica fálica”. La pregunta y la alusión a la “lógica fálica” me perturba, me descoloca. Acabo de afirmar la inexistencia de una categoría “hombre” y “mujer”… y la pregunta bienintencionada no hace más que desmentirla. Todo lo dicho se estrella ante la contundencia de esa “lógica fálica”. Los comentarios auspiciosos acerca de la presencia de la comunidad LGTBIQ quedan abolidos por la invocación suprema a la “lógica fálica”.

Pienso, entonces, que esa “lógica fálica” funciona como una certeza ineludible, como una verdad inalterable; como la marca indeleble que la sociedad patriarcal instaló en la subjetividad, acuñó en la teoría y cuya deconstrucción parece imposible.

Ahora, estoy en mi consultorio. Recibo a mi paciente que en medio de asociaciones más o menos libres me espeta un:

Vio Dr. lo mal que estamos. ¿Y eso por qué? Porque se lo robaron todo y nos dejaron esta pesada herencia.

Me cuesta reponerme. Llevo casi medio siglo analizando y, aun así, ante esa afirmación, me siento como un novato que no sabe cómo reaccionar; un principiante que vacila ante la contundencia del “se lo robaron todo”.

¿Qué tienen en común “lógica fálica” y “se lo robaron todo”?

Quizás… nada. Una, vehiculiza un término teórico, pregunta de escritorio acerca de mi posición conceptual. La otra, tal vez la búsqueda desde el diván de una cierta complicidad en el contexto de una transferencia positiva. No obstante, ambas resuenan como “verdades” monolíticas legalizadas por consenso. Por eso me pregunto: en ese océano de palabras en el que navegamos mi paciente y yo ¿cuánto de verdad y cuánto de mentira circula en el “se lo robaron todo”? ¿Quién se lo robo todo? ¿Qué le robaron: la posibilidad de pensar? ¿Qué es lo que ella robó? ¿Soy yo el ladrón? ¿Cuál pesada herencia: la de sus abuelos inmigrantes, víctimas de la persecución nazi, o la de sus padres millonarios? Las preguntas se reproducen en mi cabeza y se agolpan sin tregua.

Insisto: ¿Cuánto de verdad y cuánto de mentira circula por allí? Difícil responder porque en el análisis, cuando la verdad aparece, cuando esa verdad se revela, lo hace como mentira pretenciosa que solo aspira a ser reconocida como verdadera. Sé muy bien, y desde hace mucho tiempo ya, que los psicoanalistas en el reino de la mentira debemos situarnos; dominio de las mentiras que son pretenciosas por que intentan decir lo inefable, porque se construyen con la clara intención de ayudarnos a tolerar la insoportable ausencia de palabras; la intolerable presencia de una verdad sin lenguaje; de una verdad que no tiene nombre. Si la verdad nunca se entrega del todo, nunca se obtiene plenamente, si la verdad es mentirosa; si la mentira siempre es una verdad a medias y algo del inconsciente revela, el par antitético de la verdad no es la mentira. Para el psicoanálisis el par antitético de la verdad y la mentira es el olvido. Y, por olvido, aludo a aquello que cae y queda preso de la represión para hacerse visible solo como síntoma individual y social. ¿Será por eso que en el “se lo robaron todo” se asoma algo del síntoma individual y social?

No se trata, entonces, de la “posverdad” en la clínica. Para los psicoanalistas, esa relatividad de la verdad, esa relatividad de la mentira, nos viene de lejos, nos viene de Freud; de su concepción del síntoma [2] como falsa conexión que se desprende de una falsa premisa; nos viene de los recuerdos encubridores; de la conceptualización de la transferencia como simulacro de un vínculo establecido entre quién analiza y quién está en posición de ser analizado; de un vínculo que es puro simulacro: ¿Qué otra definición más pertinente para transferencia que la de simulacro? No es copia. No son buenas imágenes reactualizadas, dotadas de algún parecido con aquellas originales de la infancia. Por el contrario, es puro simulacro. Es la ilusión de un saber sobre un modelo que nunca existió.

La relatividad de la verdad, la relatividad de la mentira nos viene de Lacan cuando afirmaba que “A veces, mentir es la forma como el sujeto enuncia la verdad de su deseo, porque no hay otra manera de enunciarlo que por la mentira.” [3]

En el psicoanálisis… en esa aventura maravillosa que Freud inició para intentar darle palabra a la verdad, la verdad resultó ser tan esquiva como la mentira misma, “dócil a los efectos del significante, consagrada a una metonimia sin tregua, sometida a retroacciones semánticas, cambiando constantemente su valor. En resumen, la verdad reveló no ser más que semblante.” [4] De modo tal que, resignados a que la verdad desaparezca como un espejismo cada vez que pretendemos apresarla, no nos queda más que defender lo real; lo real del inconsciente “del que sólo estamos seguros cuando carece de todo sentido.” [5]

Pero ahora estamos en los tiempos de la posverdad. Una clínica situada supone aceptar que las cosas han cambiado. Fue hace mucho tiempo atrás cuando Freud postuló al superyó ligado a la autoridad del padre, al poder del gran Otro, del Otro mayúsculo. Hoy en día, las cosas ya no son así y tal vez solo el Mercado reúne las condiciones para ocupar el lugar vacante que el gran Otro tuvo en la modernidad; no obstante, eso está por verse, aún. Más bien parecería que los nuevos tipos de dominación remitieran a una tiranía sin tirano donde triunfa el levantamiento de las prohibiciones para dar paso a la pura impetuosidad de los apetitos. Más bien parecería que el capitalismo hubiera descubierto y lo estuviera imponiendo una manera barata y eficaz de asegurar su expansión. Ya no solo intenta controlar, someter, sujetar, reprimir, amenazar a los ciudadanos para que obedezcan a las instituciones dominantes. Ahora, simplemente destruye, disuelve las instituciones, de modo tal que los “sujetos” quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por la catarata del Mercado, por los flujos comerciales. Y el bombardeo de las “lógicas fálicas” y de los “se lo robaron todo” son aceptados como salvavidas con los que vanamente intentan hacerle frente al naufragio subjetivo: salvavidas de plomo.

Entonces ¿Qué tienen en común “lógica fálica” y “se lo robaron todo”?

Quizas… nada. Una, vehiculiza un término teórico, pregunta de escritorio; la otra, la búsqueda de una cierta complicidad en el contexto de una sesión. No obstante, ambas comparten los mismos atributos: tienen algo de letanía, de rezo, de plegaria, de palabra vacía. Hay algo de desgaste semántico producido por su reiteración. No solo “lógica fálica”. También “Complejo de Edipo”, “ley del padre”, “deseo de la madre” son conceptos que reclaman ser pensados no criticados, así por separado y en abstracto, sino pensados en el interior de una práctica situada para ubicar la función que cumplen en el interior del edificio psicoanalítico.

El pensamiento crítico como estrategia para abordar el psicoanálisis no es una iniciativa fácil ni exenta de riesgos. Supone toda una recomposición de la teoría que se asemeja al de un cambio estructural en cualquier edificio. Los arquitectos saben muy bien que pueden tirar abajo una pared y mejorar el habitat, pero intentar derribar las columnas principales obliga a una tarea de reequilibramiento ineludible.

Lacan, qué duda cabe, construyó su obra pensando críticamente la obra de Freud y, después de Lacan, muchos más se atrevieron a reconocer prejuicios cognitivos, argumentos falaces, y a aportar argumentos posibles de ser articulados en el corpus de la obra.

Entre nosotros León Rozitchner dio un ejemplo magistral del pensamiento crítico en su Freud y los límites del individualismo burgués [6]. Cuando Silvia Bleichmar redefine la prohibición edípica como la interceptación que toda cultura realiza de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto [7] pone en evidencia la eficacia del pensamiento crítico. Y cuando Enrique Carpintero [8] inaugura con las pasiones, el poder y la potencia del colectivo social, una profunda reflexión acerca de los modos en que la cultura abre y clausura la posibilidad de rebelarnos, consuma un ejercicio de pensamiento crítico.

Transitamos los tiempos de la posverdad. La cultura actual tiende a producir sujetos volátiles, libres de toda atadura simbólica. De ahí, el desafío que se abre a las puertas del psicoanálisis: sostener un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; una invitación a resistir el arrasamiento subjetivo; una oposición significativa al vértigo indetenible que imponen los flujos consumistas. Si bien la presencia del Mercado tiende siempre a deslizar al analizando a la posición de cliente y, al analista a la posición de prestador de un servicio, el trato que en el análisis se inaugura tiende a ser enteramente diferente a cualquier otro. Es un acuerdo de palabra; es un contrato anacrónico si se quiere: corresponde a una época donde la palabra valía tanto o más que cualquier papel firmado.

Así, hoy en día, el psicoanálisis cumple con el delicado trabajo de invitar a un sueño, de ilusionar otro universo, de proponer un juego que, desde el seno mismo del torrente mercantil, a la velocidad que los flujos imponen, pueda construir una isla, un mínimo dispositivo simbólico, un acuerdo tan sólido como flexible para, desde allí y con esos recursos, hacerle frente al dolor y al sufrimiento que la adaptación al sistema no sólo no ha logrado atenuar, sino que aporta como plus, como malestar en la cultura. Hoy en día, el espacio de la clínica debería estar al servicio de la imaginación, de la denuncia de la naturalización del consumo; al servicio de reforzar la esperanza de poder transitar este mundo con valor crítico y poder transformador. En última instancia, a sostener la transferencia. Pero no sólo la transferencia del analizando y la transferencia recíproca del analista, sino la transferencia, siempre asimétrica, de ambos con el psicoanálisis. La transferencia con ese psicoanálisis que no tiene precio. Porque la dignidad del psicoanálisis se basa en que su potencia es irreductible al precio. La dignidad del psicoanálisis, esa parte pequeñita que hace alusión más que evidencia, no encaja en el flujo comercial, no le es funcional al Mercado.

Así, la transferencia con el psicoanálisis se presenta como esa tabla salvadora, tabla flotadora que, en parte, resiste al torrente devastador y, de esa manera, autoriza a cada uno, a cada una, a defender su lugar, a registrar y usar los propios recursos, a apropiarse de su talento, al ejercicio del pensamiento crítico. Si hasta ahora la clínica estaba allí para incitar a la emancipación respecto del Otro (los dioses, los amos, el poder del superyó), de aquí en adelante debería aportar al proyecto de ligar al sujeto descolgado, al sujeto “neoliberal”, tan libre de ataduras como expuesto a la crueldad que supone la dominación económica y social de los mejor adaptados.

Ligar el sujeto a su deseo. Esto no es nuevo. Remitir al sujeto a su propio deseo ha sido desde siempre, anhelo del psicoanálisis y es probable que ese acto fuera en alto grado subversivo en los regímenes en los que el sujeto estaba simbólicamente sometido al Otro. Pero, en nuestras democracias de Mercado, donde todo reposa al fin de cuentas en el individualismo más condensado, ese criterio corre fácilmente el riesgo de transformarse en una iniciativa reaccionaria, al servicio de la adaptación sumisa al sistema. Ese gesto psicoanalítico de remitir al sujeto a su deseo plantea hoy un serio problema político, puesto que lo que está en juego es la supervivencia y el destino de la especie.

Notas

1. Badiou, Alain, “¿Es el amor el lugar de un amor sexuado?” en El ejercicio del saber y la diferencia de los sexos, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1993.

2. Freud, Sigmund (1916-7), “Conferencia 17: El sentido de los síntomas”, pp. 235-249; “Conferencia 23: Los caminos de la formación de síntomas” pp. 326-343, Conferencias de introducción al psicoanálisis, Vol. 16, Amorrortu, Buenos Aires, 1984.

3. Lacan J., “El acto psicoanalítico”, 21 de febrero de 1968, Inédito.

4. Miller J-A, La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires, 2003, clase 2 de junio de 1999, p. 362.

5. Lacan J., “Préface a l’édicion anglaise du Séminaire XI”, Autres Ecrits, Seuil, París, 2001, p. 572.

6. Rozitchner; León, Freud y los límites del individualismo burgués, Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2013.

7. Bleichmar, Silvia, La subjetividad en riesgo, Topía, Buenos Aires, 2009.

8. Carpintero, Enrique, La alegría de lo necesario: Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, Topía, Buenos Aires, 2007.

Por gentileza de Topía