Sobre el problema de la universalización del complejo de Edipo

Agustina Saubidet B.
Psicoanalista, investigadora, profesora y escritora

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Uno de los efectos más actuales de la modernidad capitalista dentro del ámbito de formación “académico- científica”, ha sido su largo y riguroso proceso de “esterilización del saber”, lo que otros llaman especialización; o, desde otras lenguas, castas, ghetos. ¿Efectos del capitalismo sobre el discurso de la ciencia?

Desgraciadamente, y muy a pesar de sus maestros —Freud y Lacan— el psicoanálisis no ha quedado exento de las mismas lógicas, al plantear por ejemplo, un uso naturalizado e indiscriminado del término sujeto que con facilidad se confunde con la idea de ‘paciente’, o ‘persona’ como si fueran lo mismo. Banal abstracción del término como toda abstracción.

El sujeto no está primero, el sujeto es efecto.

Otro ejemplo de esto, el uso de la idea de lo singular, que suele tropezarse con la idea de individuo moderna, propiedad privada y narcisismo, con una facilidad que a veces sorprende y asusta; como también asusta, ya desde Freud, el efecto de la confusión entre universal y particular.

No debemos olvidar que la idea de individuo es producto, efecto del discurso de la modernidad que inscribe sobre los cuerpos una gramática particular, siempre histórica. A nosotros nos toca la gramática capitalista moderna, pero no la europea, sino la latinoamérica que encierra otra gran cantidad de particularidades y problemas (1).

El sujeto, en cambio siempre es efecto, no es un dato previo. Al sujeto se lo supone, es marca de una división. Por eso no es correcto decir: “vino el sujeto al consultorio”. El sujeto no va, ni viene, el sujeto es efecto que reproduce cierta forma de relacionarse con un objeto (la fórmula del fantasma). Por eso, el fantasma es ante todo una gramática de contenido particular; lo que es universal es que siempre hay “por lo menos uno con el que no”, pues esa es la condición para el armado de cualquier lazo, discurso, estructura, gramática, cualquier conjunto. Una cuestión lógica, de conjuntos, diría Lacan.

Un cuerpo, en cambio, es materia. Caduca. Muere.

Lo universal no caduca. Lo particular se repite igual en su lógica; lo que varía es su contenido.

Mientras que lo singular…

Lo singular es otra cosa. El campo de lo singular es aquel artificio con el que el mitopoiéticobricoleur (Lévi-Strauss, 1962) ha ido componiendo con lo exo, con esos retazos del acontecimiento, juguetes de la historia, diría Agamben (2007), con esos pedacitos de nada, esos restos de otros. En lo singular hay un saber hacer con eso, un modo singular de hacer con eso.

Lo singular siempre es la expresión de un colectivo. No es una abstracción y menos una universal. Es una composición singular, la marca de lo discontinuo que escapa la razón-conocimiento, al sentido dado por la gramática hegemónica. Lo singular escapa entonces a lo hegemónico, e inventa otra forma de hacer con eso, generando otra forma de decir sobre eso. Es un paisaje que va más allá de la lógica del fantasma capitalista de Edipo, que nos adormece.

Esta ausencia de distinciones y confusiones entre sujeto y persona, o entre lo universalizable y la gramática particular, suele escucharse mucho en Jornadas de hospitales, Congresos y cursos especializados, lo cual es lógico pues son lugares donde se comparte un saber ya construido y constituido (institucionalizado) donde a veces —y este es el mayor riesgo— se naturaliza la Idea, el concepto, por no atrevernos a cuestionar e inventar otras formas de decir más allá del padre. La bien famosa “zona de confort” no permite dejarse afectar por lo diferente, por la experiencia con ‘aquello’; como si el concepto apresuradamente respondiera lo que nos incomoda preguntarnos.

Freud lo decía es sus conferencias: el psicoanálisis es ante todo una posición crítica.

El diván relata lo vivido con lo exo.

Lo exo, como “otro mundo posible”, sigue estando siempre afuera.

Estar dentro de una misma comunidad de saber tranquiliza, pero también adormece. Sabemos: no siempre es fácil salir de ahí. La idea de ‘precio alto de la ex-comunión’ funciona de sombra. Con el miedo, olvidamos la belleza del salto.

Tampoco hay que irse tan lejos, ni tan hondo. Ni es preciso hablar otras lenguas ni saltar muy alto. La apuesta es a poder decir desde un borde, desde un afuera que arma un adentro distinto. Tarea para nada fácil, con la generalización del modo fálico más banal que entiende el saber como ‘conocimiento individual acumulado y a-histórico’, propiedad privada de un individuo.

Sin dudas, la ausencia de amor del padre se siente en ambos lados de las fórmulas, de la vida. Toda invención es condenada al principio como cosa rara, aunque ahora cualquier cosa rara puede volverse una invención.

No toda.

La gaya ciencia.

Sorprende entonces al comparar estas posiciones esterilizadas y hasta automatizadas que el saber moderno pretende (las llamadas formas puras, un imposible en sí mismo) con las formas/modos de creación de saber de Freud, Lacan, Marx, Lévi-Strauss, Foucault, Deleuze, siempre de a retazos, a veces hasta incalculados (Deleuze, Guattari: 1991). Estos autores han sabido tomar referencias de los más diversos campos, incluso de los más extranjeros -por ejemplo la importancia de la sonoridad de los instrumentos brasileros ligada a la ionización, tomada por Deleuze del compositor francés Varese (Deleuze, 2005) e influyendo de igual manera sobre otros territorios (como es el caso de Deleuze y el surf, o el teatro, o la pintura). Es un Cesar Gonzalez (2), también.

Estos grandes pensadores asumieron una abierta posición de bricoleur (3) —sujeto mitopoietico— que se arroja hacia el acontecimiento, hacia la experiencia de la Otredad más radical, creando lo distinto, combinando lo más diverso (como lingüística y psicoanálisis o topología, matemáticas) componiendo con las marcas que deja el acontecimiento y con los sujetos-objetos particulares que deja la historia (Agambem: 2007):  retazos heterogéneos desechados por ahí, que el bricoleur valora y resguarda del olvido del tiempo, pues sabe que frente al acontecimiento, experiencia del agujero de la palabra, estos retazos serán algunas de las herramientas de las que se servirá el bricoleur para crear su propia poiesis: como Artaud, como Pessoa, como Lispector (4).

Si nos olvidamos de esta base mitopoiética heterogénea y singular que implica toda invención, vamos a pensar entonces que toda creación es divina y con esto, estaríamos matando la vida. Toda vida que nace desde un encuentro entre, al menos, dos distintos.

Sobre la Universalización del Complejo de Edipo

Recientemente la antropóloga argentina, Rita Segato en su libro Las estructuras elementales de la violencia –en clara alusión al libro de Lévi-Strauss lanza dos críticas centrales hacia el psicoanálisis: una, histórica, la universalización del complejo de Edipo; la segunda, la célula violenta ligada al falo que ‘Lacan no vio’.

Es aquí donde voy a detenerme porque antes que sujetos (siempre efecto), somos personas de derecho. Somos superficies biológicas materiales devenidas personas civiles, cuyos cuerpos llevan las marcas de los discursos y poderes.

Cuerpos disciplinados: dóciles, sutiles formas, a veces, de un saber que educa (también).

Lacan nos advierte, tal como lo hace Nietzsche, que no debemos confundir causa con efecto; ni lógica con gramática.

Hecha esta advertencia analicemos un segundo los seminarios de Lacan en su conjunto.

A simple vista nos encontramos con dos fotografías esenciales: un progresivo decir que ‘se achica’, junto con una potencia mayor en su decir poético. Ahora ‘se trata de tratar’ lo real -no ya lo simbólico- vía la poesía.

C´est lalangue, c´est la vie.

Este parece ser su giro final.

Por otro lado, casi al final de su obra, en los últimos tres seminarios, este Lacan poeta en su transmisión, progresa hacia el acto final de dejar la palabra a los otros. Aparecen así intercaladas las voces de Vappereau, Didier Weil, Nasio, entre otros, gestos para nada menores, y que aunque desapercibidos en su lectura más política, no dejan de ser una marca para pensar la posición final de Lacan ligada al acto de ceder la palabra, ceder el lugar, el topos, desde donde se enuncia lo que se enuncia, ‘soltar la cosa’.

Donar la palabra es un acto.

Este acto del ceder conlleva otra de las tantas funciones del nombre del padre, ligada a la muerte y su transmisión. Una transmisión abierta al enlace con lo exo.

Aunque parezca raro, ésta es otra de las funciones del nombre del padre, como cuarto que enlaza y diferencia los registros, los términos, los lugares y las funciones, anudando el tiempo cronológico; y aunque parezca aun más extraño, la omisión de este cuarto término fue lo que causó el ‘mal entendido’ de la universalización del complejo de Edipo.

Vayamos por partes. El Edipo freudiano está pensado desde su base universal biológica sexual reproductiva. Para que haya un hijo debe haber primero una unión sexual entre un hombre y una mujer, que devendrán -como efecto de esa unión- padre y madre respectivamente, con roles y funciones asignadas socialmente, que muchas veces también se las ha pensado universales y naturales. Esto es en la época de Freud, donde las leyes de la naturaleza se aplicaban al campo de las ciencias sociales sin ningún tipo de reparo, pues era su modelo. Ahora es distinto. Freud en aquel entonces no contaba más que con la biología para pensar la familia; y la antropología, de la mano del funcionalismo, comenzaba sus críticas al Edipo como Universal de la mano del avuncular, cuarto elemento (simbólico) que se agrega a la celula biológica del tres edípico, aunque aun no con un uso estructural. Sin embargo, Freud sí “lo pesca” en términos de función, recurriendo al mito ‘del padre de la horda excluido’ para nombrar alguna de sus funciones.

Freud sabe que ni la ciencia ni el psicoanálisis son discursos cerrados y acabados, verdades absolutas; porque antes supo que un cuerpo no es igual a su representación (Freud, 1883-93 [1893]). Sin embargo, cuando elige el Edipo de Sófocles, el análisis del drama parece surgir por una cuestión de biología que va en contra de la cultura.

Lacan desde el comienzo de su obra anoticiado de la necesaria objeción al Edipo como universal (Saubidet: 2017c), retoma la crítica ya realizada hacia Freud por la antropología —Malinowski (1932) y Radcliff Brouwn (1924)— Desde aquel momento Lacan insiste en la importancia de la inclusión, la lectura y el análisis del cuarto término, pues fue lo que le permitió sortear lo particular del contenido de los mitos freudianos para darles un estatuto estructural, lógico a partir de la formalización de su función en las fórmulas de sexuación (‘existe al menos uno que dice que no al conjunto’ idea proveniente de la lógica levistraussiana).

Para que haya diferencia se necesitan al menos cuatro

Una de las funciones del cuarto es ceder goce, resignar la posibilidad de jouissance con al menos un objeto (la madre, la hermana), donándolo al intercambio. De esta manera, el cuarto término queda por fuera, excluido de la posibilidad de goce con lo idéntico (hermana/ madre/hija). Esta es justamente la función del padre de la horda en Freud que tan bien traduce Lacan en las fórmulas de sexuación con la función de la excepción: “existe  al menos uno que le dice que no”. Esto es lo universal: hay al menos siempre una relación prohibida, vacío lógico que se vuelve condición para cualquier creación/producción. Condición para el armado de la estructura del fantasma y el conjunto fálico. Sin embargo, en materia de producción, no se reproduce de cualquier manera.

El fantasma será entonces la estructura particular que asume el capitalismo, a partir de su equivalente general: el falo, correspondiente a nuestro modo de producción epocal. Ahora bien, que el conjunto que delimita esta exclusión sea el conjunto fálico, esto ya es un particular. Podría haber sido otro.
Allí operó el azar.

El particular, a diferencia del universal, posee un contenido social, histórico, económico, ideológico determinado; pero a Lacan le interesa también formalizar la historia vía su matematización, para poder ir más allá del Capital, del Edipo y de su mito y acercarse más hacia el enjambre de lalangue, el fonema sin sentido ni jerarquía.

Enjambre es un sustantivo colectivo. Como manada.

“Se trata en el psicoanálisis de elevar la impotencia (la que le da la razón al fantasma) a la imposibilidad lógica (la que encarna lo real)”, dice Lacan en Ou pire… (Lacan, 1971-1972: 239).

Así, veremos como la estructura lógica de cuatro se observa en casi todos sus esquemas y más avanzada su enseñanza, como en los cuatro discursos (estructuras de cuatro lugares y términos) o el nudo borromeo (que va desde el particular complejo de Edipo de tres más uno, a la función universalizable del cuarto, sinthome, que anuda y diferencia los tres registros).

El problema del Edipo freudiano es que al ser de sólo tres elementos, lo encierra en el campo de la biología, donde no hay ni sujeto ni cosa, pues no hay la distancia, vía la palabra que lo separe. Se omite así el enlace que va del hecho de la reproducción biológica, al hecho cultural de la alianza, que Lévi-Strauss explica en Las Estructuras elementales de parentesco (1949) y que Lacan retoma en varios momentos de su obra.
Durante mucho tiempo, incluso hasta la actualidad, se sostiene una crítica hacia Lacan absolutamente falsa: el Edipo es universal. Esa crítica, como dijimos, es válida hacia Freud. Pero Freud no fue Lacan (aunque desgraciadamente la lectura del “fenoménico lacaniano” haya omitido por completo la importancia estructural que Lacan le otorga al cuarto, gracias a Lévi-Strauss).

Lacan sabe, a partir de Lévi-Strauss, que para que el Edipo sea cultural y no biológico/natural/universal, es necesaria la lectura del cuarto término. Su función es condición de la estructura, siendo al mismo tiempo un término por fuera de ella, lo cual le da su carácter paradójico, adentro y afuera. El cuarto término hace la diferencia, en acto, al ceder. Sin este acto inaugural no hay cultura, no hay palabra, no hay topología posible pues no hay al menos un punto por fuera.  Edipo es una versión particular de esta lógica universal. Hay otras. Hay muchas formas de sinthome, menos edípicas, culposas y resentidas.

Alrededor de las clases que van desde el 9 el 20 de enero de 1979, Lacan nos comenta su evidente fastidio hacia las “formas borromeas más generalizadas”; aquellas de 4-2; 5-3; 6-4; 7-5; 8-6 que lo que tienen en común es conservar una diferencia de 2.

Estas formas, dice Lacan, lo fastidian profundamente ¿por qué?

4-2, no es igual a 3-1. Si bien ambas dan como resultado lo mismo, es otra su presentación, distribución, modo, regulación. Algo debe dejar diferencia. Se trata de una cuestión matemática, concluye casi al final de la clase del 20 de enero del 79’.

A los ojos de Lacan, el Edipo universal ha sido el error más evidente de Freud y el más caro para el psicoanálisis. Pero no se trata de ninguna manera de matar a Edipo (de la manera más resentida) o de negarlo. No es nada fácil para la neurosis salir de Edipo.

Las Psicosis denuncian todo el tiempo el goce aberrante del conjunto fálico: “la explotación del hombre por el hombre mismo”; mientras que las perversiones no hacen más que gozar de ello. Es por esto importante que, ante todo, debemos ser bien conscientes de sus efectos, para no caer en la misma trampa que se desea aniquilar.

Algunos ‘nuevos deleuzianos’ gritan: ‘Edipo no existe. Edipo no sirve para nada. Suprimámoslo’. Spinoza nos advierte con la espina de la rosa: no se deviene enjambre sólo por cantar bien o leer poesía.

Edipo existe, y no es sólo proletario, también es burgués -plusválico. No sólo es una farsa. Es el mito más acabado de la familia capitalista, regido por el imperativo de goce: ‘no ceder nada’, ‘no perder nada’, ‘acumular más de lo mismo’, ‘gastar lo menos posible’. Así, estas gramáticas capitalistas que acompañan los modos de producción y de enlace, determinan las políticas de goces epocales.

Edipo al servicio de la reproducción de estas gramáticas van en contra del principio mismo de la cultura, que necesita como condición para subsistir, que ‘al menos haya un elemento que ceda algo’, acto que iría en contra del imperativo de goce capitalista: “no perder nada”. Estas gramáticas de goce, sujetan a los sujetos de la ciencia, y atraviesan también al psicoanálisis.

Lacan esto lo sabía desde el comienzo.

Si nos metemos de lleno en la historia, tal como lo hace tan rigurosamente Carina Basualdo en su trabajo Lacan (Freud) Lévi-Strauss. Crónica de un encuentro fallido (2016)- ya desde 1938 Lacan sospecha que la pretendida universalización del Edipo es un problema dentro de la obra freudiana, cuyas críticas desde la antropología funcionalista, previa a Lévi-Strauss, no dejaban de hacerse oír.

Así, decidido a ir más allá del padre, en “Los complejos familiares en la formación del individuo” (1938), Lacan retoma la antropología de Malinowki (1932), para visibilizar la función de un cuarto término que hasta el momento yacía oculto a los oídos del psicoanálisis y de las ciencias sociales en general (Lévi-Strauss, 1945) (Berenstein, 2008, 2012). Ésta será la crítica que retomará Lévi-Strauss de la mano de Radcliffe-Brown (1924), el otro funcionalista, para evidenciar cómo la antropología clásica confundió también, al igual que Freud, el hecho biológico de la reproducción (la madre- papa- hijo) con el hecho cultural de la alianza (donde un elemento, al menos uno, debe quedar por fuera, siempre: el cuarto). Este cuarto llamado avuncular o tío materno, es el representante del padre de la madre (el elemento que debe ceder primero un objeto para que pueda producirse la alianza con lo exo, el lazo social).

En el ámbito de la cultura, a diferencia del animal, la reproducción conlleva un intercambio simbólico que está dado por la función del avuncular o tío materno, cuyo secreto está, como ya dijimos, en abstenerse de gozar con un bien propio, con lo idéntico a sí mismo (su propia hermana/madre), para donarla como objeto de intercambio. El secreto de la Ley de prohibición del Incesto radica en la lectura de este cuarto término (Saubidet, 2017a, 2017b, 2017c), pues en su acto de don determina y distingue el resto de los lugares y de las funciones.

Si la función del avuncular tal como nos enseña Lacan en El mito individual del neurótico –siguiendo a Lévi-Strauss (1945)- se visibiliza en situaciones de crisis, equilibrando la carencia paterna, una pregunta que podríamos hacernos al interior del corpus psicoanalítico sería: ¿cuál es la trampa del Complejo de Edipo pensado como tres? ¿Por qué no alcanza el tres para formar el dos? ¿Cuál es el riesgo mayor para el psicoanálisis -y no sólo- de confundir el tres, con el cuatro?

El riesgo mayor es que el psicoanálisis caiga en las mismas lógicas capitalistas que el mismo Lacan, siguiendo a Marx, denuncia como síntomas particulares: neurosis obsesiva e histeria, modos particulares de goce (Lacan, 1974-1975).

Los modos de síntoma neurótico implican un tipo particular de políticas de goce, siempre culturales, históricas y sociales, no biológicas; ‘que ordenan las cosas de una determinada manera’, donde el campo del saber no queda excluido de su trampa.

Si el psicoanálisis vuelve a confundir como le ocurrió a Freud, el tres de la biología con el cuatro de la cultura, estará yendo, al igual que el capitalismo y el discurso de la ciencia, en contra de la cultura misma: de la vida.
Si el tres es biología; el cuarto es la marca del pasaje entre naturaleza y cultura, del enlace entre real y simbólico, del movimiento que va del hecho universal de la reproducción al hecho cultural de la alianza (Lévi-Strauss (1949). Tal vez podríamos enunciarlo como el momento de la inauguración de una discontinuidad a partir de la Ley de prohibición del incesto —‘no gozarás con lo más propio’— se pone en juego en cada acto. Siempre algo debe perderse, si no, no hay acto.

Esta ley, siempre simbólica, ha intervenido sobre lo real, operándose el movimiento entre naturaleza y cultura, la separación entre el sujeto y la cosa, regulándose así las formas de intercambio y de distribución de los bienes, la gramática proletaria, donde todo cuerpo paga el costo. ‘La explotación del hombre por el hombre mismo’.

Ya Lacan en las “Conferencias en las Universidades norteamericanas, el 24 de noviembre de 1975, había dicho:

El síntoma en el sentido psicoanalítico es de una naturaleza muy diferente que el síntoma orgánico; los analistas no son idiotas al respecto. El primero que tuvo la idea del síntoma es Marx. El capitalismo se señala por cierto número de efectos que son síntomas; es un síntoma en la medida en que Marx imputa a la humanidad tener una norma, y él elige la norma proletaria. (Lacan, 1975, s/n)

Y en su Seminario RSI, en la clase del 18 de febrero en 1975 dijo:

“Si hacemos del hombre, no ya lo que vehiculiza un futura ideal, sino si lo determinamos por la particularidad en cada caso de su inconsciente y de la manera en que goza de él, el síntomas queda en el mismo lugar en que lo ha puesto Marx. Pero adquiere otro sentido: no es social, es un síntoma particular (Lacan, 1974-1975, 18/02/1975: 93)

Es esencial resaltar entonces tres cuestiones: a) La ley de prohibición del incesto no está dada de una vez y para siempre, en cada acto se vuelve a inscribir. b) Las formas de reproducción cultural no son azarosas, responden a las necesidades económicas de la propia cultura. c) Cuando decimos que la ley de prohibición del incesto (simbólica) inscribe la gramática particular de ciertos ‘modos de hacer’, decimos, en consecuencia, determina el modo de lazo con lo otro. Gramáticas fijas, leyes que ordenan discursos, formas históricas y particulares de goce, que podrían haber sido otras, pero fueron estas (marca de la operatoria de un azar) y cuyas particularidades se vuelve necesario visibilizar.

Lacan, desde sus primeros textos, entiende que en nuestras sociedades contemporáneas capitalistas la función el avuncular ha ido perdiendo visibilidad y que la diferencia entre el padre simbólico y el imaginario, no sólo es estructural sino histórica, contingente y particular de cada sujeto (Lacan, 1953) (Alberti, Mendez, 1993)

A partir de la lectura de la obra de Lévi-Strauss, y siguiendo las múltiples pistas que nos dejara el meticuloso trabajo de Carina Basualdo, en estos eternos tiempos de la llamada “crisis de la imago paterna” se vuelve necesario aislar algunas de las funciones de este cuarto término, aquel que anuda la forma lógica (universal) con la simbólica, gramatical (particular) que claramente no explica ni subsume el campo de lo singular, sino que restringe algunas posibilidades conectivas (no todo es posible), generando por esto, ciertos síntomas particulares (5).

Lacan nos recuerda, siguiendo a Lévi-Strauss que el avuncular no sólo se visibiliza en situaciones de crisis, sino que una de sus funciones principales es equilibrar la falla de la nomenclatura paterna en términos de sistema de actitudes. Es de ahí que Lacan toma la idea de la función dinámica del cuarto, como el elemento más importante en la cura misma (Lacan, 1953) que lo acompañara hasta su última enseñanza —el analista sinthome—.

Este ha sido posiblemente otro paso que algunos psicoanalistas han obviado, ya que como nos advierte Masotta (1970), Lacan aplica el cuarto a otro registro de problemas. Es por esto que el estudio de la función del cuarto nos permite entender por analogía, las muchas veces que Lacan lo fue nombrando y aplicando en términos lógicos vía la formalización de su función.

Otro aspecto dejado de lado de la obra levistraussiana es el átomo elemental de parentesco (Saubidet, 2016, 2017a, 2017b, 2017c). Estructura cuaternaria mínima que inscribe el pasaje de la naturaleza a la cultura dado por la operatoria de la ley de prohibición del incesto. Este átomo está conformado por un aspecto rígido – sistema de nomenclatura del parentesco (de por lo menos cuatro términos)- al que se le anuda aspecto dinámico —un sistema de actitudes—.

El sistema de actitudes está compuesto por: una actitud de afecto, ternura y espontaneidad (mutualidad), una actitud resultante del intercambio recíproco de prestaciones y contraprestaciones (reciprocidad), una actitud de acreedor (derecho), una actitud de deudor (obligación) – que por ser el aspecto dinámico del átomo elemental de parentesco equilibra la estructura. Es decir, la actitud anuda al nombre una función, función al interior del juego del resto de los elementos de la estructura para que el sistema se mantenga en equilibrio.

Advertimos una vez más el peligro de llenar de sentido común la estructura cuaternaria. Su imaginarización debe ante todo contribuir a deducir y aislar su lógica de funcionamiento, no a pensar que se trata de una cuestión bio-lógica o razonable. Poco importa si hay biológicamente un tío materno o avuncular (representante del nombre de la madre, marca simbólica del que ha sabido perder), debe haber función cuarto -diría Lacan, marca del precio por la castración-. El arte, el estudio pueden funcionar de cuarto, simbólico que anuda y diferencia los tres registros. Algo debe resignarse para producir lo distinto y dejar de acumular lo idéntico. Es por esto que el arte, el amor al saber y el amor en su forma más genérica, tiene una relación al objeto a, completamente distinta de la capitalista, edípica basada en la propiedad privada, donde el objeto es más bien resto o de consumo descartable. El amor no sabe de la idea de propiedad, menos de usufructo. El amor no se entiende. El amor pasa o no pasa. No es medible, no es cuantificable, no busca ganancia. No piensa en términos de ganancia, tampoco en términos de pérdida. El amor no piensa. No tiene que ver con la propiedad privada, y ésta puede llegar a ser la banalización más generalizada del falogocentrismo, con las mostraciones más obscenas de la falta de amor. En Argentina el femicidio sigue aumentando sus tasas. ¿por qué no se pueden hacer estadísticas del amor? Porque el amor no cuenta, diría Lacan, el amor se cuenta por sus efectos. Es lo menos calculado y por eso el amor genera la principal diferencia (muy lejos de la idea de la propiedad privada).

Por esto es sorprendente ver cómo Lacan lee a la perfección a Lévi-Strauss, incluso al final de su otra, cuando anuncia que el cuarto posee la función de anudar y diferenciar los tres. Su traducción es exquisita.

El problema con Lévi-Strauss, cosa de la que se queja Lacan, es que ni en las Estructuras elementales del parentesco, ni en ninguna parte de su obra, desarrolla en profundidad la particularidad que asumen, es decir el contenido particular que imprimen al átomo elemental de parentesco, las culturas capitalistas. Lacan, gracias a su entorno de época (Lacan, 1966-1967), se anima a dar un salto e ir más allá de su queja, anudando a Marx y a Lévi-Strauss por primera vez cuando enuncia el valor de goce. Esta pista la encontramos en el Seminario XIV cuando enlaza Marx con Lévi-Strauss y la mujer en el acto sexual como objeto de goce, objeto de cambio en Marx, donde la jouissance ligada a la idea usufructo se anudan.
Lo primero que usufructúa el sistema capitalista, como bien lo denuncia Federici en el Caliban y la bruja, es el cuerpo de la mujer. Así, en nombre del Dinero, de la familia, de Dios, de la Ciencia y del amor privatizado/objetalizado, puestos en el lugar trascendental, se han cometido los actos más denigrantes y asesinos de nuestra historia.

Tal vez haya sido justa la queja de Lacan por la ausencia en el trabajo de Lévi-Strauss de las particularidades que inscribe la gramática capitalista sobre el átomo de parentesco, tal vez éste haya sido un precio muy caro para el psicoanálisis, que durante mucho tiempo pensó que el capitalismo era simplemente un discurso, algo que pasaba lejos; como si el discurso capitalista fuera una cosa tan simple, una mera abstracción de la cual el psicoanálisis estuviera exenta (volviendo al psicoanálisis una doxa religiosa que adormece: el hijo que usufructúa el nombre del padre, eterno adolescente que no logra componer con el afuera).

Sin embargo, no todo está perdido.

Con una rigurosidad deconstructiva sorprendentemente creativa y alegra, las recientes producciones a algunos psicoanalistas salidos de la academia —como es el caso de Julieta de Battista (con “el deseo en las psicosis”), Carina Basualdo (con su trabajo  Lacan (Freud) Lévi-Strauss Crónica de un encuentro fallido Levi-Strauss y Lacan) o Manuel Coloma Arenas (“del don del Amor al objeto a”)— posiblemente cansados de la repetición de lo mismo, logran saltar la trampa de la referencia UN-ívoca del al psicoanálisis religioso, para autorizarse a pensar más allá de él y de sus axiomas; restituyendo así la voz de Lacan a un conjunto polifónico mayor, dándole al psicoanálisis una bocana de aire, hereje; siempre hereje, por eso el aire, por eso renueva,  porque toma el afuera y lo incorpora, devolviéndole a la obra su movimiento.

Como nos sugiere Freud: a no perder el espíritu crítico, ni a tomar las ideas como conceptos naturalizados.

Las ideas son siempre particulares, responden a problemas de época y no sin la firma de quien los crea (Deleuze, 1991).

Hay que estar anoticiado entonces, como dice Lacan (1972) que hay muchas maneras de generar plusvalía, de gozar con lo propio acumulado. El dinero no es la única.   Sostener una única verdad sin tensión con lo exo —exo llamado clínica también— es un problema.

Y bueno, no queda otra: hay que ir más allá del padre y seguirla creando.

Notas

(1) Sobre este tema trabajó la antropóloga Rita Segato en su libro “La crítica de la colonialidad en ocho ensayos y una antropología por demanda” y en “Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos”.

(2) César González, escritor (Crónica de una libertad condicional ) y director de cine argentino (¿qué puede un cuerpo?)

(3) Idea que proviene de Lévi-Strauss en su libro El pensamiento salvaje.

(4) “¿Por qué es que un llamado Freud logró con su poesía –suya quiero decir– instaurar un arte analítico? Es lo que permanece absolutamente dudoso. ¿Por qué es que uno se acuerda de algunos hombres que triunfaron? Eso no quiere decir que lo que ellos lograron sea válido. Lo que hago allí, como lo observa alguien con buen sentido que es Althusser, es filosofía. Pero la filosofía es todo lo que sabemos hacer. Mis nudos borromeanos, es filosofía también. Es filosofía que he manejado como he podido siguiendo la corriente, si puedo decir, la corriente que resulta de la filosofía de Freud.

El hecho de haber enunciado la palabra inconsciente no es nada más que la poesía con la cual se hace la historia. Pero la historia, como lo digo algunas veces, la historia (histoire) es la histeria (hysterie)…”

“…Marx era igualmente un poeta, un poeta que tiene la ventaja de haber logrado hacer un movimiento político. Por otra parte si califica a su materialismo de histórico, eso no carece ciertamente de intención. El materialismo histórico es lo que se encarna en la historia.” (Lacan, 1977-1978, 19).

(5) Posiblemente se entienda mejor la crítica de Deleuze y Guattari en el AntiEdipo cuando dicen que el Edipo reprime las maquinas deseantes, pues inscribe y preformatea las posibilidades combinatorias, inhabilitando otras.

 Referencias bibliográficas

-Agamben, G. (2007) Infancia, e historia. Buenos Aires : Adriana Hidalgo editora, 2007.
-Alberti, B. y Mendez, M.L. (1987) Antropología, Psicología y Psicoanálisis. Dos versiones de un ensayo. Tekné. Buenos Aires: Colección Antropología, 1987.
_____ (1993) La familia en la crisis de la Modernidad. Argentina: Ed. Libros de la Cuádriga, 1993.
-Basualdo, C. (2010/2) « La Structure Quaternaire du Don », en Revue du Mauss, 2010/2, nº 36 pp. 391-400. Recuperado el 25 de abril de 2017 en Cairn Info http://www.cairn.info/revue-du-mauss-2010-2-page-391.htm
_____ (2013) « L´homoparentalité, Ni Lacan ni Lévi-Strauss n’étaient des moralistes apocalyptiques” Entrevista  del 03 de mayo de 2013 a Carina Basualdo, publicada originalmente en dos partes en el blog Féministes en tous genres, del periódico francés Le Nouvel Observateur. Recuperado el 20 de marzo de 2017
http://feministesentousgenres.blogs.nouvelobs.com/archive/2013/04/04/l-homoparentalite-ni-lacan-ni-levi-strauss-ne-s-y-opposeraie.html
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Por gentileza de Acheronta