Sebastián Plut
Doctor en Psicología. Profesor Titular del Doctorado en Psicología UCES y de la Maestría en Problemas y Patologías del Desvalimiento UCES (Argentina). Miembro del Comité Editor de la Revista Subjetividad y Procesos Cognitivos
Lo real no es jamás ‘lo que podría creerse’, sino siempre lo que debiera haberse pensado.
G. Bachelard: La formación del espíritu científico
Hombre soy; nada de lo humano me es ajeno.
Terencio: El enemigo de sí mismo
Resumen
El autor estudia los fundamentos de las relaciones entre marxismo y psicoanálisis. Especialmente, examina cómo se transforman los conceptos freudianos al integrarlos en una teoría sociológica.
Palabras clave: marxismo, psicoanálisis, epistemología, sociedad, teoría, ideología.
Summary
The author studies the foundations of the relations between Marxism and psychoanalysis. He especially examines how the Freudian concepts transform themselves on integration with a sociological theory.
Keywords: marxism, psychoanalysis, epistemology, society, theory, ideology.
1. Introducción
Tomaremos la relación psicoanálisis-marxismo, inserta en los nexos entre psicología y sociología, para examinar cómo diversos autores fundamentaron las correlaciones entre ambas teorías. Nuestra tarea es parcial, por la diversidad de autores posibles (Marcuse, Bleger, Reich, Rozitchner, Langer, Fromm, Bernfeld, Pichon Rivière, Schmidt, entre otros) y porque el psicoanálisis tampoco constituye una unidad homogénea. Nuestro objetivo consiste en explorar la integración entre teorías que pertenecen a disciplinas diversas.
Algunos interrogantes iniciales son: ¿las hipótesis que se combinan pertenecen al mismo nivel? ¿Se modifica la práctica del análisis a partir de su integración con las hipótesis del marxismo? ¿Puede el psicoanálisis explicar el sometimiento que el marxismo vislumbra en el capitalismo? ¿Desde el marxismo se cuestionan problemas teóricos al psicoanálisis o bien que algunas de las premisas del segundo son contradictorias con el primero? Por último, ¿Qué complejización se logra sobre el problema del poder al articular ambas teorías?
En lo que sigue, expondré primero parte de la posición de Freud sobre el marxismo y de los marxistas sobre el psicoanálisis. Posteriormente, presentaré las hipótesis epistemológicas en que nos basamos para examinar el material, desarrollado en la Muestra, compuesto por dos autores: Bleger y Reich.
2. Referencias preliminares sobre psicoanálisis y marxismo
2.1. Freud y el marxismo
Hacia el final de su obra, Freud sintetizó su posición respecto del marxismo tal como se plasmó en su versión soviética: «En la Rusia soviética se han lanzado a la empresa de elevar a unos cien millones de seres humanos, mantenidos en la sofocación, hasta formas de vida mejores. Se tuvo la osadía suficiente para quitarles el ‘opio’ de la religión, y se fue lo bastante sabio para concederles una medida razonable de libertad sexual. Pero, en cambio, se los sometió a la compulsión más cruel, y se les arrebató toda posibilidad de pensar libremente» (1939, pág. 52). Veamos, entonces, diferentes momentos en los que Freud ya se había referido a uno u otro de los aspectos reunidos en esta cita.
Freud entendió el alejamiento de algunos partidarios del psicoanálisis, las críticas a su teoría sexual o el optimismo respecto de un cambio en la naturaleza humana, como una expresión (del marxismo) más ideológica que científica [1] (1914, 1933). También criticó la tesis de Reich según la cual la pulsión de muerte sería producto del capitalismo (Ekstein et al., 1968; Jones, 1960).
Asimismo comparó (1921) el lazo socialista con el religioso, aludió al rol del ideal en la cohesión entre los miembros y al tipo de relación con quienes quedan afuera de dicho ideal (entendido como ilusión de totalización yoica proyectada en el mundo). Posteriormente (1926) delimitó los objetivos del análisis (en torno de la represión, etc.) y los distinguió del alivio que se siente al ingresar en una comunidad religiosa o ideológica. De estas afirmaciones surgen dos orientaciones: estudiar la relación entre cosmovisiones y metas del análisis; revisar el concepto de represión en algunos autores posteriores (Marcuse, Reich, Rozitchner, entre otros).
Freud expuso una mayor argumentación sobre la relación entre economía (la propiedad privada), agresividad (o la injusticia) y cambios sociales. Sostuvo (1930) que no era de su incumbencia la crítica económica al sistema comunista y se centró en las proposiciones psicológicas derivadas de las premisas marxistas. Freud destacó la importancia del análisis de Marx sobre la estructura e influencia económica de la sociedad, así como también señaló las consecuencias positivas de un cambio en la relación de los seres humanos con la propiedad privada. Sin embargo, consideró que los supuestos psicológicos del marxismo constituyen una ilusión. Mientras que para el socialismo la propiedad privada es la causa última de la agresividad, para Freud es solo un instrumento del que se vale el «humano gusto por la agresión». Para el psicoanálisis los fundamentos pulsionales (sexuales, agresivos, autoconservación) son anteriores al tipo de legalidad económica. Por ello, para Freud la hostilidad perdurará aun después de liquidar «a sus burgueses» (ob. cit., pág. 111), lo cual, refiere, le confiere un sesgo idealista a la teoría marxista a pesar del énfasis en el materialismo [2].
Freud también observa que el superyó fue desestimado por los marxistas, especialmente en cuanto a la eficacia del pasado que pervive y no se modifica fácilmente en el curso de pocas generaciones (1933). En ese contexto, señaló que la historia social no se altera bajo la forma de un proceso dialéctico sino por el progresivo gobierno sobre la naturaleza.
Finalmente, citemos a Freud cuando sugiere cómo completar los huecos del marxismo para que se constituya como ciencia de la sociedad [3]: «Si alguien estuviera en condiciones de demostrar en detalle el modo en que se comportan, se inhiben y se promueven entre sí estos diversos factores, la disposición pulsional común a todos los hombres, sus variaciones raciales y sus modelamientos culturales bajo las condiciones del régimen social, de la actividad profesional y las posibilidades de ganarse el sustento; si alguien lo consiguiera, habría completado el marxismo hasta convertirlo en una real y efectiva ciencia de la sociedad» (1933, pág. 165).
2.2. Los marxistas y el psicoanálisis
Por razones de espacio nuestra muestra se limitará a solo dos autores (Bleger y Reich), por lo cual ahora expondré brevemente algunas de las posiciones e hipótesis que sostuvieron algunos otros autores. El objetivo es, pues, contextualizar la discusión que desarrollaré posteriormente.
La teoría freudiana recibió rechazos y aceptaciones, ambas actitudes bajo consideraciones diversas. Quizá el parámetro central para una u otra posición fue si se definía que el psicoanálisis constituía una teoría idealista o materialista. La teoría freudiana llegó a Rusia aproximadamente en 1908 y cuando años después se instaló el gobierno comunista, debió afrontar una doble exigencia: satisfacer las demandas de la IPA y convencer a los funcionarios del partido (PCUS) sobre su legitimidad ideológica [4]. Luria, por ejemplo, sostuvo que el psicoanálisis se correspondía con una psicología monista [5]. Si para el marxismo el mundo es un único sistema de procesos materiales, en psicología se traduce en que «la mente humana es producto del cerebro y, en el análisis final, de los efectos del ambiente social y de las relaciones de clase y condiciones de producción subyacentes en el cerebro y en cada ser humano individual» (citado en Miller, 1998, pág. 136). En este sentido, consideraba que la teoría sobre el inconciente era congruente con la explicación fisiológica, por ejemplo, a partir de la teoría de la energía psíquica. Una línea similar expone Schneider al afirmar que en su teoría sobre el instinto, Freud «nunca perdió de vista su aspecto somático, la fuente de estímulo intrasomática» (1979, pág. 10).
Entre los marxistas que aprobaron al psicoanálisis, mientras para algunos (Reich, Rozitchner, Schneider) la teoría freudiana completa un vacío del marxismo, para otros (Langer) más bien se trataba de reformular algunas premisas teóricas y técnicas del psicoanálisis. Schneider, por ejemplo, refiere que el descubrimiento freudiano puso de manifiesto que el mundo no podría comprenderse únicamente con las categorías de la economía política [6]. De un modo similar a lo que luego veremos de Reich, entendía que el psicoanálisis aporta una nueva interpretación política que da cuenta del nexo entre valorización del capital y depauperación psíquica. En una línea afín, Galende (1974) entiende que rechazar la teoría del inconciente deja un vacío inherente a los procesos singulares de mediación-transformación que se desarrollan entre las condiciones objetivas materiales y su expresión concreta en los sujetos. También consideró que la esencia del hombre es el conjunto de relaciones sociales pero estas no se muestran de un modo directo, sino transformadas en valores constitutivos de la personalidad que configuran lo que llamamos el aparato psíquico.
Langer, por su parte, señaló que la orientación burguesa del psicoanálisis escotomiza el modo en que la sociedad capitalista opera, a través de la familia, en la causación de neurosis y también distorsiona nuestro encuadre y criterios de curación. Sostuvo además que el marxismo enriquecía al psicoanálisis y aboga por una nueva sociedad y por la creación del hombre nuevo. Como ejemplo de dicho enriquecimiento afirmó que «la indiferencia manifiesta de muchos pacientes frente a lo social, corresponde a una represión o negación y debe ser abordada en el análisis» (1971b, pág. 140) [7].
3. Hipótesis epistemológicas
Estudiar desde el punto de vista epistemológico las relaciones entre psicoanálisis y marxismo supone una investigación conceptual sobre los nexos entre teorías correspondientes a ciencias diversas. Maldavsky, Roitman y Tate de Stanley (2008) diferenciaron cuatro alternativas de investigación conceptual: 1) examinar un concepto en un autor y estudiar cómo se transformó en otros autores en otros países; 2) examinar un concepto de un autor y estudiar las críticas que se le han hecho; 3) examinar un concepto de un autor y estudiarlo desde otra perspectiva (por ejemplo, la neuropsicología); 4) estudiar un concepto a la luz de la investigación clínica sistemática. El trabajo que aquí presento roza aspectos de las dos primeras alternativas: por ejemplo, cómo se ha transformado el concepto de represión o qué se le ha cuestionado al psicoanálisis.
Los epistemólogos discrepan en cuanto a si una teoría puede combinarse con otra. Quienes se oponen plantearon, por ejemplo, la inconmensurabilidad de la ciencia (Feyerabend, 1975; Kuhn, 1962) [8]. Quienes acuerdan entienden que el mundo es uno y todas las variables se entrecruzan, o bien desarrollan criterios con los cuales examinar los intercambios ínter-teóricos. Resulta elocuente una carta que Freud le envió en 1923 a N. Osipov (pionero del psicoanálisis en Rusia): «Usted mismo ha reconocido la principal dificultad: no confundir analogías superficiales con identidades esenciales, y también en mostrar la sustanciación más profunda para más similaridades» [9].
Se ha cuestionado la propuesta de delimitar una disciplina por su objeto porque supone desconocer que el objeto científico se alcanza mediante operaciones conceptuales que definen siempre un nivel de análisis determinado (Klimovsky, 1987; Verón y Sigal, 1964). Es decir, el error es superponer el nivel empírico y el teórico. Verón y Sigal sostienen que «la psicología general existe, no porque haya una ‘clase’ de conducta humana que sea no-social, sino porque el nivel de la teoría psicológica general supone hacer abstracción del modo en que las influencias de cada sociedad operan sobre las conductas de sus miembros» (ob. cit., pág. 140). Ello permite construir hipótesis sobre el funcionamiento psíquico sin considerar, por ejemplo, a qué grupos pertenece el sujeto. De modo similar, se estudia la estructura de poder de un partido político prescindiendo del análisis de la personalidad de sus miembros. Los autores dan un ejemplo ilustrativo. Supongamos que identificamos que los votantes del partido A manifiestan significativamente un grado mayor de frustración que los votantes del partido B, o bien detectamos variaciones significativas en los índices de neurosis en las diversas clases sociales. Un investigador podría pensar que las siguientes conclusiones resultan válidas: tales individuos son neuróticos porque ocupan tal posición en la estructura de clases o, que tal grupo de personas vota al partido A, porque siente mayor frustración. Verón y Sigal afirman que tales conclusiones son erróneas pues, al vincular la variable dependiente (neurosis en el primer caso o elección de un partido en el segundo) al factor causal, se la injerta en una teoría ajena. El concepto de neurosis no pertenece al universo teórico de la estratificación social así como el partido político no se corresponde con una teoría sobre la personalidad. A pesar de la complejidad de estas relaciones, los autores admiten su importancia teórica, metodológica y epistemológica: «la única manera válida de relacionar los niveles de análisis es mediante unidades significativas en ambos niveles. De acuerdo con el estado actual de la teoría psicológica, de la teoría sociológica y de sus relaciones, no parece nada fácil cumplir con esta exigencia. Con todo, si los problemas que hemos tratado de señalar son reales, ignorarlos nunca puede ser una buena solución» (ob. cit., pág. 149).
Klimovsky (1973) también distingue objetos o fenómenos y teorías. Es decir, los niveles de integración de teorías científicas son un asunto epistemológico y no ontológico. El interrogante, pues, es doble: cuál es el grado de autonomía que una teoría tiene respecto de otra y bajo qué condiciones pueden establecerse enlaces entre una y otra. Para Klimovsky, «si existen o no grupos autónomos de variables es cuestión empírica que debe ser zanjada por el progreso del conocimiento científico, y no resuelta apriorísticamente mediante una decisión que dependa de ideologías o dogmas» (ob. cit., pág. 492). Respecto de que no habría auténticos niveles de integración (el universo como unidad), Klimovsky sostiene que lo que se desea saber no es si todos los objetos están relacionados en algún aspecto [10], sino si los diferentes tipos de aspectos que los objetos presentan están o no relacionados entre sí. Por otro lado, admite la autonomía de un grupo de variables ya que, aun cuando se violente la realidad, la correlación con variables externas puede ser escasamente significativa y carecer de valor práctico. Si bien para Klimovsky las teorías no son galaxias separadas unas de otras, afirma que son «unidades científicas», siempre que se tenga en cuenta que en la definición de los niveles de integración intervienen bases empíricas, metalenguajes y teorías presupuestas: «las hipótesis de una teoría son, en cuanto conjunto de conocimientos efectivos o conjeturales, las verdaderas unidades conceptuales, empíricas, fácticas y problemáticas del conocimiento» (ob. cit., pág. 501). A partir de allí plantea un examen metodológico sobre cuál es la relación lógica, semántica y estructural que tienen dos teorías determinadas.
Klimovsky enumera siete tipos de relaciones ínter-teóricas: 1) cuando una teoría es metalenguaje de otra (por ejemplo, en lógica, cuando desde un metalenguaje se define un sistema lógico formal); 2) entre teoría presupuesta y teoría específica (cuando la TE requiere, para enunciar sus afirmaciones, las hipótesis, la sintaxis y el vocabulario de la TP); 3) entre teorías fundamentales y teorías derivadas (cuando todas las hipótesis de la segunda se deducen de las de la primera); 4) de reducción (una teoría T1 es reductible a otra T2 si añadiendo reglas R de correspondencia que liguen el vocabulario de ambas teorías, se muestra que T1 se deduce de T2 más R) [11]; 5) cuando una teoría se toma como modelo de otra (las hipótesis de la primera se traducen por algún procedimiento que implique isomorfismo o analogía con hipótesis de la segunda); 6) cuando una teoría es auxiliar de otra (una teoría auxiliar permite manejar material para las experiencias en la otra teoría); 7) cuando una teoría formaliza a otra y esta interpreta a aquélla.
Klimovsky concluye: «el verdadero problema… es examinar metodológicamente la estructura de cada teoría en particular y la de sus relaciones con otras… ¿Se pueden usar dos teorías simultáneamente sin producir contradicción? ¿Se puede utilizar una teoría sin estar obligados a aceptar o presuponer otra?» (ob. cit., pág. 507).
Maldavsky (1997, 1998a) propone encontrar criterios para construir la afinidad en la diferencia. En el encuentro entre teoría y clínica, entre dos teorías psicoanalíticas, o entre el psicoanálisis y otras ciencias, advierte dos riesgos extremos: la reducción de lo diverso a lo idéntico (por un arrasamiento nivelador de las diferencias) y la supresión de toda afinidad (exclusiones fanáticas). Para el enlace entre dos teorías psicoanalíticas (por ejemplo, la kleiniana y la lacaniana) sostiene que «si en lugar de tal esfuerzo por reducir lo diverso a lo idéntico se pretende hallar su afinidad, puede ser que una tercera teoría, la freudiana, de la cual las otras dos se dicen deudoras, haga de punto de encuentro, claro está, solo si se desarrolla un mayor refinamiento conceptual» (1997, pág. 25). Al colocar la teoría de base, más abarcativa, los términos en pugna dejan de ser irreductibles y hallan su lugar específico [12].
Algo similar propone respecto del encuentro entre el psicoanálisis y otras ciencias. Refiere que el mismo Freud usó fragmentos de muchas disciplinas (biología, neurología, antropología, sociología, etc.) en su propio desarrollo, y también contribuyó a las mismas. Son dos los interrogantes que guían el modo de insertar un fragmento ajeno en lo propio: ¿qué de la otra teoría se usa? y ¿en qué sector de la teoría psicoanalítica se inserta?
Por ejemplo, Freud tomó determinas hipótesis biológicas para explicar los fundamentos de la teoría pulsional. «Esto pone en evidencia —dice Maldavsky— que su propósito no consistió en importar un conjunto íntegro de hipótesis sino solo en disponer de aquellas que facilitasen y orientasen la propia argumentación» (ob. cit., pág. 28). Al recurrir a una teoría diversa surgen tres posibles problemas: a) incluir la totalidad de sus hipótesis, con la consiguiente pérdida de especificidad; b) no hallar el fragmento preciso de teoría que se desea incluir; c) no lograr localizar las hipótesis extrínsecas en el psicoanálisis [13].
Sobre la inclusión de hipótesis biológicas, sostiene que es preciso salir de la polémica biologismo-antibiologismo y ubicar el fragmento de dichas hipótesis en el seno de la reflexión psicoanalítica. Respecto de los aportes de las ciencias humanas, Maldavsky observa que se procedió a un retrabajo sobre la teoría extrapsicoanalítica y, también, fue necesario refinar la teoría freudiana misma para dar cabida a un aporte pertinente de una teoría diversa [14]: «algunos autores (Gear y Liendo, Berenstein, Lacan) toman a la lingüística como formalizadora del psicoanálisis, mientras que otros (Liberman, Rosenfeld, Maldavsky) toman de ella solo ciertos contenidos específicos, en cuyo caso los emplean como instrumentos. A su vez, entre quienes proponen el uso de la lingüística para formalizar la teoría psicoanalítica, algunos realizan un trabajo sobre la misma teoría lingüística antes de articularla más explícitamente con el psicoanálisis, como lacan. En cambio, otros como Gear y Liendo, pretenden trasladar inmodificada su estructura a la teoría psicoanalítica» (Maldavsky, ob. cit., pág. 33).
Si bien se valoriza la relación del psicoanálisis con otras disciplinas, esto requiere de una reflexión crítica compleja: hasta dónde pueden darse las combinatorias, qué limitaciones tiene la teoría ajena para dar cuenta de una teoría que exige considerar la vida pulsional, el deseo, las defensas, las transformaciones preconscientes siguiendo los criterios de los procesos inconcientes y, también, hasta dónde la teoría psicoanalítica aporta novedades a los estudios específicos de las restantes disciplinas.
Jerarquizar los intercambios fragmentarios se contrapone a la tendencia a homologar lo diferente mediante una argumentación más ideológica que científica. Maldavsky toma el concepto de cosmovisión y describe seis tipos de nexos con lo diferente: «Freud contrastó las cosmovisiones, las ideologías, por su tendencia a la generalización (como expresión de una ilusión de totalización yoica proyectada en el mundo), con la ciencia, por su tendencia a la fragmentación (como expresión del reconocimiento del carácter no unitario de lo anímico). Freud afirmó que la existencia de elementos diferentes pero afines crea una tensión vital, resuelta por complejización estructural, abierta a su vez a nuevos encuentros con lo diverso de sí. La tendencia ideologizante puede culminar en un arrasamiento, en una nivelación de lo diferente, mediante una actitud frontal, carente de sutilezas, y en tal sentido se contrapone al esfuerzo por rescatar lo diferencial y refinar las propias hipótesis para que lo diverso se vuelva afín. En otras oportunidades describí seis nexos diversos con lo diferente: 1) ignorancia, 2) englobamiento, 3) coexistencia pacífica, 4) coincidencia parcial, 5) reflexión autocrítica, 6) construcción de una complejidad mayor… La coexistencia pacífica puede darse por ejemplo en esos libros sobre problemas de aprendizaje que alternan un capítulo que expone la teoría piagetiana con otro que resume la propuesta psicoanalítica. En el mejor de los casos se trata de síntesis prolijas, no exentas de cuidado y hasta de profundidad, pero con una deliberada evitación de las intersecciones teóricas. La coincidencia parcial, en cambio, puede darse en torno de algún punto en que se observan analogías evidentes, pero poco fructíferas, como podría ser que Piaget y Freud aluden a la inteligencia, y entonces se propone emplear en psicoanálisis, sin reflexión crítica, el aporte del primero a este tema» (ob. cit., pág. 36).
En suma, la investigación epistemológica sobre el nexo entre dos universos teóricos abona el encuentro con lo diferente y la producción científica de la afinidad, vía complejización, que lo vuelve asimilable sin perder los propios rasgos.
4. Muestra
La muestra se compone de cuatro autores: Bleger, Reich, Marcuse y Rozitchner, pero por razones de espacio expondremos solo los dos primeros. Entre ellos presentan diferencias en cuanto a la articulación marxismo-psicoanálisis, su lugar de origen —uno es argentino y otro europeo— y pertenecen a épocas parcialmente distintas.
4.1. José Bleger
Bleger desarrolló una concepción materialista del psicoanálisis, reflexionó sobre dicho enlace, diferenció ciencia y política y abordó desde esta perspectiva la conflictividad institucional en el seno de APA. Asimismo, criticó a ciertos sectores del marxismo [15] y psicoanalistas de la izquierda: «capitular haciendo de todo conocimiento científico un producto ideológico es un error científico y un error ideológico y político. Negar las implicaciones ideológicas de todo conocimiento y no acceder al análisis de estas relaciones, es también un error, no solo ideológico y político, sino también científico» (1973a, pág. 510). Esto es, que un conocimiento científico posea implicancias políticas no lo transforma en un campo político en sí mismo. Más específicamente, Bleger consideraba que la validez de una teoría no se decide por la discusión política.
Sostuvo que el sentido social del psicoanálisis no deriva de su dimensión terapéutica sino de la investigación y aplicación de sus conocimientos en otros campos: «la Asociación Psicoanalítica tiene que abrir las posibilidades de desarrollo y de aplicación de la comprensión psicoanalítica a otros campos de trabajo como la psicosociología, la antropología, la psicoprofilaxis, la psicohigiene, etc. [El psicoanálisis] solo es social y políticamente trascendente en tanto procedimiento de investigación» (1973b, pág. 519). La institución psicoanalítica no puede llevar a cabo una actividad política aunque al realizar su tarea científica está cumpliendo implícitamente objetivos ideológicos y políticos.
La idea de la capitulación fue más manifiesta al referir que muchos de quienes no renunciaron ni al psicoanálisis ni al marxismo, en los hechos evidenciaron un abandono del psicoanálisis [16]. Bleger distinguió tres razones del abandono: por falta de elaboración y claridad; porque la política les resultó más interesante; por buscar una alternativa económicamente más provechosa.
Bleger diferenció el desarrollo interno del psicoanálisis como campo científico, de su examen como «producto y reflejo de cada momento del desarrollo histórico-social» (1962, pág. 22). En esta última perspectiva es que cabe, para el autor, su inclusión en determinadas estructuras ideológicas.
Por otro lado, la relación entre ambas teorías (psicoanálisis y marxismo) requiere definir el lugar que tiene cada una. Para Bleger el marxismo «es una concepción unitaria del mundo, de la naturaleza, la vida y la sociedad, que se propone, con esta concepción, cambiar las condiciones de vida de la sociedad… a diferencia del psicoanálisis y de cualquier otro campo científico, no integra sino que constituye en sí mismo una ideología» (ob. cit., págs. 22-23).
En el mismo texto, Bleger discute cuatro alternativas de relaciones entre marxismo y psicoanálisis:
1) Como el psicoanálisis es una ciencia particular y el marxismo una concepción del mundo, no cabe la comparación (ni integración ni exclusión), como sí ocurre entre dos teorías científicas o dos ideologías. Toda comparación expresa una distorsión del marxismo o una extensión abusiva del psicoanálisis. Esto es, o bien se daría una reducción del marxismo a una ciencia particular, o bien se ampliaría el psicoanálisis hasta transformarlo en una Weltanschauung. Para Bleger como el psicoanálisis se limita a los fenómenos específicos que estudia, «estudia legítimamente al ser humano en cualquiera de sus actividades» (ob. cit., pág. 24), la superfetación [17] puede darse: convirtiendo los fenómenos psicológicos estudiados en motores fundamentales de todo lo existente, o bien extendiendo sus modelos explicativos a todo fenómeno. Un ejemplo de extensión sería explicar la paz por la pulsión sexual y la guerra por la pulsión de muerte. Para Bleger si bien es legítimo que el psicoanálisis estudie los «conflictos psicológicos», resulta abusivo que se los considere la fuente originaria de conflictos sociales, económicos y políticos. Finalmente afirma: «la psicología no puede fundar por sí sola, no solo una ideología o una concepción del mundo, sino tampoco una antropología. El marxismo sí las funda y enriquece con el aporte y concurso de todas las ciencias, incluida la psicología» (ob. cit., pág. 26).
2) Se puede comparar (concordar, oponer, contradecir, integrar) el marxismo con otra concepción del mundo, por ejemplo, la ideología en que se sustenta el psicoanálisis. Para Bleger el psicoanálisis, como toda investigación y teoría, implica una ideología y el marxismo interviene, precisamente, estudiando dicha ideología (implícita) ubicándola en el momento histórico social correspondiente, confrontándola a su vez con el marxismo (relación entre dos ideologías). El autor entiende que el psicoanálisis «parte del materialismo mecanicista, desemboca en el idealismo y utiliza inconciente e inconsecuentemente la dialéctica» (ob. cit., pág. 27). Por ejemplo, la reconducción psicoanalítica de la creencia en Dios a la imagen que el niño tenía de su padre, constituirá una manifestación del idealismo pues desestima las condiciones objetivas (materialistas) que el marxismo consigna respecto del origen de las religiones. «Lo que corresponde demostrar —dice— es cómo lo que el psicoanálisis ha descubierto desemboca en el idealismo si se toma ese segmento de una totalidad del proceso en forma aislada y cómo ese descubrimiento puede ser absorbido por la concepción marxista de la religión, si se lo ubica como momento de una totalidad y se estudian los factores sociales e históricos que permiten la supervivencia en el adulto de su imagen infantil del mundo y del padre» (ob. cit., pág. 28).
3) El marxismo estudia todo momento del desarrollo científico como resultado de fuerzas sociales en pugna, es decir, opera como sociología de la ciencia. En este caso, la relación es de aplicación del materialismo histórico al psicoanálisis (por tanto, no caben las comparaciones). Bleger entiende que cada avance científico se da en condiciones sociales que lo pueden producir o que requieren de su emergencia: «todo descubrimiento, investigación o teoría científica es un producto de las fuerzas sociales en juego en un momento dado» (ob. cit., pág. 32), aunque considera que este tipo de análisis no define la validez de una teoría. Se puede relacionar el interés del psicoanálisis —por ejemplo— en la agresividad, con un acontecimiento social —Primera Guerra Mundial— aunque no sería ese nexo lo que demuestra la falsedad de la teoría sobre la pulsión de muerte.
4) El marxismo valora los métodos, hipótesis, teorías y resultados de cada campo científico. Es un estudio desde «adentro», con la valoración y verificación de hechos y teorías en cuanto tales: «el proceso por el cual en la médula misma del aporte científico y en función de la ideología utilizada, se procede a una trasposición cuyas dos variantes fundamentales son la de una reducción mecanicista o la de una reducción entelequial, sustancialista» (ob. cit., pág. 35). Sería el caso del reemplazo de los fenómenos de conducta por fuerzas y representaciones mentales (reducción mecanicista), o bien de derivar diferenciaciones de la conducta hacia diferenciaciones intrapsíquicas.
Basándose en la psicología concreta (Politzer), observa la contradicción y clivaje producidos en el seno del psicoanálisis entre los hechos y las teorías con que dichos hechos son reflejados. Para Bleger en la construcción del concepto de inconciente, «el significado de los síntomas se cosifica en una entidad de vida interior independiente, generadora de los fenómenos reales y visibles» (ob. cit., pág. 37). Si la abstracción reemplaza los hechos, la teoría en juego queda fuera de la psicología concreta: «si se sigue la teorización sobre el plano de la conducta (en su más amplio sentido), se sigue dentro de lo concreto; si se reemplaza la conducta por abstracciones que las producen y explican, se reemplaza un concreto (como fenómeno y como abstracción) por un ente abstracto que no responde al fenómeno concreto» (ob. cit., pág. 39).
4.2. Wilhelm Reich
Reich (1933) [18] sostiene que el marxismo presenta limitaciones si excluye la psicología freudiana: centrarse exclusivamente en los procesos objetivos de crisis socioeconómica constituye una insuficiencia en la aprehensión marxista de la realidad política. Esta «no había o había integrado mal a sus cálculos y a su práctica política la psicología de las masas y los efectos sociales del misticismo» (ob. cit., pág. 16). Es decir, la perspectiva de los procesos objetivos (economía) dejaba de lado el factor subjetivo de la historia y la evolución y contradicciones de la ideología de las masas.
Reich afirma que el marxismo vulgar [19] no pudo explicar por qué las masas pauperizadas no mostraron una evolución ideológica hacia la izquierda. Más aun, la crisis económica había llevado a las masas proletarias hacia la extrema derecha [20]: «De ello resultó un conflicto entre la evolución de la base económica que empujaba hacia la izquierda y la evolución de la ideología de grandes capas de la población que lo hacía hacia la derecha» (ob. cit., pág. 18). Ante este conflicto (entre situación económica e ideología de las masas proletarias) para Reich no basta con examinar los procesos económicos objetivos, sino que está en juego el papel de la ideología y cómo esta retorna sobre la base económica. No será la estratificación económica sino la ideológica la que opera como factor determinante. En su crítica al marxismo vulgar señala: «se considera buen materialista cuando condena, bajo la etiqueta de idealistas, hechos tales como pulsión, necesidad o proceso psíquico» (ob. cit., pág. 26). De este modo, Reich plantea dos interrogantes que quedan abiertos desde Marx y cuya respuesta requiere de la ciencia psicoanalítica. Si lo material se transforma en ideal (conciencia): a) ¿Cómo sucede esto?; b) ¿Cómo la conciencia así producida repercute contrariamente sobre el proceso económico?
Reich sostiene que la teoría psicoanalítica «no puede explicar la génesis de la sociedad de clases o del modo de producción capitalista… pero es sin duda la única capacitada —y no la economía social— para investigar cómo las contradicciones de su existencia repercuten en él, cómo intenta acomodarse a esta existencia» (ob. cit., pág. 28). La función de la ideología, entonces, será reflejar el proceso socioeconómico y anclarla en las estructuras de los sujetos. De este modo, habría un doble sometimiento: de manera directa, por la repercusión de su situación económica y social; de manera indirecta, por la estructura ideológica de la sociedad. Por este camino se desarrollaría una contradicción en la estructura psíquica entre situación material y estructura ideológica. Así, los miembros de una clase social no serán únicamente objeto de las influencias ideológicas, sino reproductores activos.
Reich coincide con Freud en cuanto a que la ideología se transforma más lentamente que la base económica; el arraigo de la vida psíquica en la infancia, así como la tradición, le otorga un carácter conservador.
También señala que la psicología burguesa explica —con argumentos sobre la irracionalidad— por qué una persona hambrienta roba o hace huelga. En cambio, «para la psicología materialista dialéctica la cuestión es exactamente lo contrario: lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o que el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a huelga» (ob. cit., pág. 32). A partir de allí, refiere que la socioeconomía explica íntegramente un hecho social cuando la acción y el pensamiento son congruentes con la situación económica, pero queda inerme cuando se presenta una contradicción. Allí donde fracasa la explicación socioeconómica, tiene su punto de partida la psicología de masas marxista para explicar qué es lo que impide el desarrollo de la conciencia de clase. Se pregunta: «¿por qué el terreno psicológico de masas es capaz de absorber la ideología imperialista?» (ob. cit., pág. 35) y ahí introduce la problemática de la economía sexual, como ciencia que se edifica sobre los fundamentos sociológicos (Marx) y psicológicos (Freud). Reich indaga por qué razón sociológica la sexualidad es reprimida por la sociedad y conducida a ser reprimida también por el individuo. Critica la filosofía cultural freudiana que pretende que las cosas se desarrollan así por la «cultura», y sostiene que no es por la cultura en sí misma sino por sus formas actuales.
El autor sostiene que la represión no aparece en los inicios del desarrollo cultural sino más tarde, cuando aparecen la propiedad privada de los medios de producción y el principio de la división en clases. Será en ese momento cuando «los intereses sexuales de todos comienzan a estar al servicio de los interese económicos de una minoría» (ob. cit., pág. 44). Luego afirma que el análisis de personas de todas las edades, países y clases sociales muestra que la conexión de la estructura socioeconómica, de la estructura sexual de la sociedad y la reproducción ideológica se produce en los primeros cuatro o cinco años de vida en el seno de la familia. De este modo, la inhibición moral de la sexualidad tornaría al niño temeroso frente a la autoridad, de manera que todo movimiento agresivo quedará cargado de una fuerte angustia.
5. Discusión
Cuando Bleger señala que la actividad de la Asociación Psicoanalítica no puede ser política, aunque cumple objetivos políticos e ideológicos, hallamos una doble distinción: entre ciencia e ideología, y entre teoría e institución. Al distinguir el desarrollo interno del psicoanálisis, de su consideración como producto histórico-social (ideológico), diferencia criterios para valorar un determinado campo del saber: los que derivan de una epistemología propia (que definen su validez) y los de la historia social de la ciencia.
Bleger acuerda con Freud en que el psicoanálisis no es una cosmovisión, no obstante difiere la posición que tienen una cosmovisión y una ciencia para cada uno de ellos. Mientras para Freud una concepción unitaria del mundo es una ilusión resultante de la proyección de la omnipotencia del yo, para Bleger la cosmovisión marxista constituye una meta-teoría desde la cual examina la ideología subyacente a las disciplinas científicas [21].
Sin embargo, si la teoría freudiana estudia legítimamente al ser humano en todas sus actividades, el acento no recae en cuántos o a qué fenómenos se aplica el psicoanálisis, sino desde qué interrogantes se lleva a cabo esa tarea. No haremos aquí un desarrollo particular, pero señalemos que los estudios de Freud sobre problemas ajenos a la clínica (las guerras, las masas, la historia, el totemismo, etc.) no consistieron en transformar su ciencia en pequeñas sociologías o antropologías, sino en aportar un enfoque particular a tales problemas.
Si los fenómenos psicológicos son los motores fundamentales de todo lo existente o no, excede el marco de este trabajo, no obstante dependerá de qué es lo que quede reunido bajo «todo lo existente». En todo caso, no será lo mismo incluir lo inorgánico, lo vivo o la subjetividad. Este tipo de críticas al psicoanálisis incluye aquellas relativas a su presunto reduccionismo, que consistiría en explicar el todo por una de sus partes. Sin embargo, conviene diferenciar reduccionismo, abarcatividad y generalización. Que el psicoanálisis pueda estudiar al ser humano en cualquiera de sus actividades, es expresión de su grado de abarcatividad, en tanto que una Weltanschauung —explicación unitaria— constituye una generalización.
La superfetación por extensión de los modelos explicativos, precisamente, fue realizada por muchos de los marxistas que utilizaron conceptos freudianos, en una suerte de isomorfismo muchas veces infundamentado. El ejemplo de la guerra que propone Bleger admite un interrogante inverso: ¿es posible pensar la guerra sin considerar la eficacia de la pulsión de muerte? En todo caso, no limitar la explicación a la operación de una exigencia pulsional no alcanza para justificar la exclusión de la teoría pulsional por parte de determinados autores. Desde el punto de vista del fenómeno «guerra», es indudable que puede ser explicado por diversas teorías (políticas, económicas, etc.) las que podrán o no complementarse. Pero si lo que procuramos es dar una explicación psicoanalítica, la limitación mencionada es conceptual y no disciplinar. Lo que importará en ese caso es cuál es la elucidación que el psicoanálisis puede aportar, sin que por ello sea la única o excluyente explicación. Lo que el psicoanálisis no puede explicar de una guerra no será necesariamente por insuficiencia de sus desarrollos, sino por las variables que no forman parte de su arquitectura conceptual.
Considerar que los conflictos psicológicos sean fuente de conflictos económicos y políticos no es en sí mismo un desacierto. Una vez más, dependerá de la perspectiva con la que se procure examinar tales conflictos. Conviene diferenciar entre los niveles ontológico y epistemológico, ya que mientras el cuestionamiento de Bleger se centra en la dimensión ontológica, nuestro comentario hace pie en el plano epistemológico.
Respecto de la crítica al idealismo, Bleger no hizo una crítica radical: aun partiendo de premisas falsas, ciertas conclusiones podrían ser válidas. Así rechaza la teoría libidinal pero no «los datos y hechos que con su empleo ha sido factible descubrir» (ob. cit., pág. 28). El idealismo, para el autor, es toda concepción que excluya como factores determinantes centrales, las condiciones materiales de la existencia. Nos preguntamos, entonces, por qué las condiciones de existencia cumplen más con los requerimientos materialistas que la teoría pulsional, sobre todo, siendo que para Freud el fundamento de la misma remite al cuerpo químico.
Dice Bleger que ciertos acontecimientos sociales podrían estimular el desarrollo de ciertos conceptos (por ejemplo, pensar la pulsión de muerte a partir de una guerra). Sin embargo, no resulta claro por qué esta relación, si la hubiera, entre un suceso histórico y un desarrollo teórico, daría cuenta de un contenido ideológico [22]. Tampoco es seguro que la teoría sobre aquella pulsión (y, agregamos, el masoquismo) solo emerja al interior del psicoanálisis como efecto de las vicisitudes bélicas. Es probable que en su origen podamos reconocer los fenómenos clínicos como fuente de mayor potencia estimulante.
El clivaje entre teoría y práctica es un problema efectivo, que requiere de una atención constante y ha sido una persistente preocupación de Freud [23]. Sin embargo, el problema es epistemológico (no ideológico) y corresponde al desarrollo de las hipótesis intermedias. Estas, que reúnen conceptos y lenguaje observacional, proveen una argumentación consistente para justificar el enlace entre los hechos y la teoría (Liberman, 1970; Maldavsky, 1997). Si el problema de los nexos entre teoría y práctica se inserta en la pugna entre idealismo y materialismo, la discusión que propone Bleger no deriva únicamente de la brecha entre uno y otro nivel, sino de una exigencia del materialismo histórico, de la necesidad de explicar la vida psíquica como efecto de las relaciones sociales.
El desarrollo de Reich presenta un enfoque diverso del de Bleger. Mientras que este propone aplicar el marxismo al psicoanálisis, Reich recurre al psicoanálisis para resolver una laguna conceptual del marxismo. Su análisis de la contradicción entre situación económica e ideología supone que el marxismo sería naturalmente la ideología del proletariado. Asimilar la ideología a la situación económica constituye un grado de reduccionismo sobre la constitución de la primera. Reich se pregunta por qué no coincide la base económica con la ideológica y concluye que la fuerza de la represión sofoca la rebelión. Decir que el interrogante de una psicología materialista dialéctica es por qué los hambrientos o explotados no se rebelan, evidencia una vez más la esencialidad que supone en el nexo entre situación económica e ideología (o estructura psíquica). Dirimir si siempre un huelguista desarrolla su acción desde la perspectiva de la lucha de clases marxista, no es lo que aquí nos proponemos. Sí podemos decir que «huelga» no es una categoría psicoanalítica sino de las ciencias sociales. Sin embargo, no descartamos una investigación psicoanalítica, pero en tal caso ¿cuáles serían los interrogantes que orienten la investigación? En cualquier caso, es discutible que el punto de partida sean los presupuestos marxistas, porque ello sesgaría el estudio y porque no constituyen premisas de la teoría freudiana. En investigaciones concretas hemos encontrado que en situaciones de conflicto social, económico y político, los ideales y deseos en juego son diversos [24].
Al igual que Bleger, Reich critica el idealismo, no obstante considera que la teoría pulsional no debería caer bajo ese rótulo.
Cuando Reich afirma que los miembros de una clase social no son solamente receptores pasivos de una ideología sino, también, reproductores activos, nos parece entrever allí una concepción simplificada de los procesos psíquicos. La idea de una reproducción ideológica no se distingue en mucho de la recepción pasiva. Es decir, no hay en Reich un desarrollo sobre las lógicas psíquicas intervinientes en esta reproducción.
Para Freud la ideología forma parte del superyó (que es un factor de resistencia al cambio), mientras que la situación económica corresponde a la realidad. Ambos sectores (realidad y superyó) integran el triple vasallaje, al cual se agrega la pulsión (de mayor peso entre los tres, para Freud). La propuesta de Reich queda confusa en cuanto a cómo se integran estos factores. Asimismo, insistimos, su restricción deriva de suponer que es una contradicción si a una situación económica dada no le corresponde una ideología determinada. No verlo como contradicción, para Reich, es expresión de una postura mecanicista, no dialéctica. La idea de contradicción surge como exigencia desde una teoría específica (marxismo), pero no necesariamente la contradicción es tal en términos psicológicos.
Acordamos con Reich en que la comprensión de las ideologías se fortalece con el concurso de los desarrollos freudianos, pero aquel omite la reformulación del concepto (ideología) en términos psicoanalíticos (y se detiene en categorías como: burgués, reaccionario, revolucionario, etc.). Un problema similar encontramos con la noción de conciencia de clase, la cual —quizá por extensión del término conciencia— queda colocada como categoría psicológica y, más aun, necesaria y no contingente.
En cuanto al factor cultural, Reich se acerca a Freud pero difiere la dimensión que cada uno le da. Para Reich sería causa de la represión únicamente por las circunstancias históricas (formas actuales) y no diferencia tipos de represión (estructurante, patógena). Desde el punto de vista teórico nada impide que un sujeto neurótico (en quien tiene eficacia la represión) sostenga simultáneamente una postura ideológica marxista, hipótesis que no parece posible en la perspectiva de Reich.
El uso que Reich hace del concepto de represión no armoniza con su definición psicoanalítica. Así se advierte en cómo ubica el origen del mecanismo, sus efectos y, también, cuál sería la resultante de la anulación del mismo (ya que Reich supone que la liberación sexual llevaría a las masas a volcarse hacia la izquierda). En efecto, el paso del tiempo puso de manifiesto una mayor liberación sexual y ello no tuvo ningún efecto en lo que respecta a la lucha de clases.
Otra diferencia con Freud comprende a la relación entre represión y trabajo, ya que para Freud la necesidad de trabajar requiere del desplazamiento de las metas sexuales hacia metas sociales (aunque no necesariamente por represión), y para Reich responde al trabajo bajo la lógica del capitalismo. También resulta restringida la comprensión de la angustia frente a la autoridad solo como un efecto de la educación sexual. Tales hipótesis no parecen adecuarse a las proposiciones freudianas, al tiempo que evidencian apreciaciones distantes de los hechos concretos. Nótese, de hecho, la conclusión que resultaría —a juicio de Reich— de los análisis de todas las personas, de todas las edades y de todas las clases sociales, y también en la presunción de que todo niño criado en el capitalismo es temeroso de la autoridad. Tal conclusión no parece sino una generalización idealista.
Resulta llamativo también que en la reflexión sobre el sujeto y la sociedad, Reich desconozca otros mecanismos de defensa, como la desmentida, que precisamente permiten pensar el vínculo entre el sujeto y los representantes psíquicos de la realidad [25].
Por último: si el propósito de una psicología analítica marxista es desentrañar la mística burguesa por la cual el sujeto queda atrapado en una contradicción (entre realidad económica e ideología), ¿qué quedaría de dicha psicología, llegado el caso de establecerse una sociedad sin clases?
6. Conclusiones
El vínculo entre marxismo y psicoanálisis es complejo y son muchas las voces que se pronunciaron a favor y en contra [26]. Algunos lo hicieron agregando objeciones y criticas al psicoanálisis por la supuesta contaminación de una ideología reaccionaria. También se le atribuyó un cierto solipsismo, consistente en explicar la vida psíquica prescindiendo de la realidad social y se le imputó una visión reduccionista de la subjetividad. Sin embargo, en primer lugar, es preciso reconocer que el término subjetividad es heterogéneo. Se trata de una noción que fue considerada no solo por el psicoanálisis, sino también por la filosofía y las ciencias sociales. Más aun, no solo ha recibido múltiples acepciones sino que, quizá por eso mismo, padece de cierta imprecisión o confusión. Tenemos entonces un sujeto del (o explicado por el) psicoanálisis, un sujeto explicado por la sociología, etc. ¿Es, entonces, el mismo el sujeto el del inconciente y el de la historia, por ejemplo? Y ante las diferencias, ¿son armonizables las definiciones? Pero hay otra dimensión del problema que no refiere únicamente a la definición de sujeto que cada disciplina aporta. Me refiero al nivel de los hechos, de las vivencias concretas en que un sujeto participa de la economía, de la política, etc. Así, el psicoanálisis puede hacer su propio desarrollo teórico sobre el valor del dinero, los intercambios económicos, el trabajo, en tanto que la ciencia política o la economía explicarán a su modo tales asuntos. Entonces, en este otro nivel, ¿en qué medida se combinan las explicaciones que una y otra ciencia dan sobre un mismo fenómeno? El problema no es si una sola disciplina (en este caso el psicoanálisis) puede explicar la subjetividad «por completo», sino si la explica acertadamente de acuerdo con su propia definición de subjetividad. Ello no deja de ser así aun cuando, como es evidente, lo social sea constitutivo del sujeto. ¿Es en un todo necesario recurrir a la sociología para explicar el modo en que lo social se inscribe en el psiquismo? Si lo social queda descripto con categorías sociológicas (lucha de clases, explotación, capitalismo) se produce un engorro epistemológico al intentar una explicación psicoanalítica. Que el sujeto está atravesado por lo social es una hipótesis indudable, pero lo que resta definir es si las explicaciones que dos ciencias dan de los tres conceptos (sujeto, social y atravesamiento) son afines o bien solo se los homologa superficialmente [27].
Sobre el poder y el sometimiento diversos autores (Reich, Rozitchner, etc.) explicaron cómo el sistema social moldea la subjetividad para adecuarla a las formas dominantes. Sin embargo, conviene diferenciar los problemas que se incluyen: por un lado, cómo se observa el moldeamiento (o determinación social), cuáles son los datos, etc.; por otro lado, si sostenemos una teoría según la cual lo social resulte decisivo, no siempre tendrá el sesgo del sometimiento. En términos de las disciplinas, una cosa será preguntarse si el psicoanálisis contiene una teoría sobre lo social y otra, distinta, si esa teoría social puede enlazarse con el marxismo. A su vez, también es necesario distinguir las estrategias y objetivos cuando se trata de una investigación psicopatológica y cuando se trata de una investigación psicosocial (Plut, 2008).
Otra objeción fue que el psicoanálisis no es materialista sino idealista; le cuestionan el alejamiento de la realidad concreta [28]. Cuando se afirma que el psicoanálisis es una teoría puramente abstracta se considera que: a) la única materialidad es la realidad objetiva, externa; b) en esa realidad prevalece la lógica económica de explotación o dominación y c) es allí donde debemos rastrear los factores determinantes. La resultante de tal concepción es reducir el psicoanálisis a un puro empirismo, a una simplificación de lo psíquico, entendido como reflejo de la realidad externa [29].
Sin embargo, lo social es heterogéneo, no presenta unicidad, y no solo porque existen diferentes entidades eficaces (iglesia, escuela, partidos políticos, agrupaciones gremiales, profesionales), cada una con sus respectivos representantes, órganos de propaganda y su mayor o menor abarcatividad. Considerar la eficacia anímica solo desde esta perspectiva arroja una conclusión válida pero parcial, a saber, que cada sujeto está atravesado por discursos plurales, por argumentos institucionales de diversa índole. Por este camino solo arribamos a la hipótesis de que lo social en lo anímico deriva de numerosos discursos oídos, del mismo modo que podría pensarse que una representación-cosa deriva solo de una variedad infinita de impresiones sensoriales. De este modo, lo anímico es pensado como una tabula rasa. Maldavsky sostiene que «así como es necesario pensar las representaciones-cosa (inconscientes) como derivadas de un conjunto de operaciones psíquicas que preparan y formalizan las percepciones, y luego reordenan según diferentes lógicas su inscripción como huellas mnémicas, igualmente lo social sufre un procesamiento diferente de aquel que lo supone ingenuamente derivado de la influencia directa de los órganos de reproducción ideológica. En principio eso social es preparado, anticipado y formalizado según el tipo de espacialidad anímica en juego; pero además eso social es luego reordenado según diferentes criterios, y admite la coexistencia de diversos grados de complejidad y abstracción en cada aparato psíquico» (1997, págs. 189-190). Además, la teoría de las series complementarias deja espacio a la creatividad y a los efectos traumáticos de una exterioridad irrumpiente. Asimismo, incluimos la hipótesis filogenética de particular valor en lo que estamos estudiando [30].
Esta distinción sobre la eficacia de lo social es metodológica, en tanto el problema que nos interesa es cómo conciliar perspectivas diversas. Una orientación será conjeturar los hechos acontecidos en la realidad histórica y, otra diferente será examinar los procesos subjetivos en cuestión (Freud, 1939). En el primer caso, tal como sucede en sociología, antropología o historia, importa precaverse del riesgo de descontextualizar temporal o espacialmente. En cambio, la perspectiva de la subjetividad se encuentra en una situación distinta. La vida pulsional y la estructura neuronal se han mantenido prácticamente invariables, el yo, que debe tramitar las exigencias de ello, posee una estructura similar y encara los mismos problemas (las tendencias autodestructivas, la agresividad, la erogeneidad, los complejos materno, paterno, fraterno, Edipo, castración, las exigencias del ideal, etc.). Es decir, «un enfoque histórico-antropológico previene contra los riesgos del ahistoricismo, el psicoanálisis alerta contra el peligro restante: perder de vista la unidad estructural del conflicto y la vida pulsional, al cual los avatares recientes, más que aportar una modificación de fondo en cuanto al hallazgo de soluciones, ofrecen un revestimiento cambiante» (Maldavsky, 1998b, pág. 2).
El problema de lo individual y lo colectivo es compartido por diversas ciencias, no solo la psicología o la sociología, sino también la economía, las ciencias políticas, la antropología, etc. No obstante, será erróneo creer que siempre que el psicoanálisis pretenda explicar fenómenos psicosociales se vea obligado a desplazar y sustituir su propia argumentación por alguna otra, por ejemplo, la sociología. No es lo mismo partir de un interrogante de la propia disciplina, en el camino tomar una hipótesis específica y definida que corresponda a otra y, finalmente, insertarla en la propia argumentación, que hacer coexistir dos argumentaciones diversas que escasamente se acercan y cuya articulación resulta endeble.
Algunas de las propuestas de integración entre marxismo y psicoanálisis presentan una confusión entre el nivel de los fenómenos y el nivel epistemológico. Es decir, creemos conveniente definir cuál es el dato para cada ciencia, en tanto que dato no coincide con fenómeno. En un fenómeno de masas, para una u otra ciencia, será diverso qué es lo constituye un dato. Algo similar puede observarse en las estériles disputas entre corrientes psicológicas. Sería erróneo, por ejemplo, cuestionarle a la psicología conductista que desestima el valor de los sueños o de un acto fallido, ya que la propia concepción no los define como datos significativos (aun cuando dos teorías consideren las conductas o manifestaciones de los seres humanos).
Freud (1922) utilizó el término psicoanálisis en tres sentidos: como método terapéutico, como método de investigación y como teoría sobre los procesos psíquicos (metapsicología). En los autores estudiados hallamos que estas tres dimensiones tienen lugares diversos: limitar el psicoanálisis a los procesos terapéuticos constituye la expresión liberal burguesa del pensamiento freudiano (Langer, Rozitchner), no es en el terreno de la cura donde el psicoanálisis encuentra su potencia social (Bleger), conviene trasladar su poder terapéutico desde la concepción de individuos enfermos hacia la concepción de una sociedad enferma (Schneider). Respecto del psicoanálisis como método de investigación, Bleger explícitamente mencionó que la aplicación del mismo en terrenos más amplios (psicología institucional, comunitaria, etc.) es lo que le confiere al psicoanálisis su valor social. En otros autores (Rozitchner, Marcuse, etc.) advertimos que la teoría freudiana es utilizada en la investigación o análisis social, pero bajo la forma especulativa y no a través de investigaciones sistemáticas concretas. En este sentido, uno de los vacíos que dejan estos autores corresponde al desarrollo e implementación de métodos de investigación sistemática. El carácter especulativo de muchos de estos estudios no les confiere un defecto, sino que los ubica en el contexto de descubrimiento, restando su desarrollo en el contexto de justificación.
El psicoanálisis como teoría sobre los procesos psíquicos cobra mayor relieve en estos autores, sobre todo, a partir de las hipótesis sobre la intersubjetividad, las masas o lo social. Sin embargo, la selección de hipótesis evidencia dos particularidades: quedan afuera hipótesis freudianas sustantivas (por ejemplo, sobre la filogénesis) para el análisis de los problemas en cuestión; y quizá como consecuencia de lo anterior, tales omisiones impiden ubicar en qué nivel o qué valor tiene cada una de las hipótesis que sí rescatan en el corpus freudiano. En efecto, desde la perspectiva de muchos de estos autores, lo más fecundo que el psicoanálisis aporta a una teoría social sería cómo se interiorizan el poder y la dominación en lo psíquico. Así, la subjetividad constituye solo un mecanismo a través del cual el individuo se hace a sí mismo (y reproduce) lo que le impone el sistema de dominación social.
Recordemos que Freud sostuvo que para apreciar una nueva doctrina «no basta con la mera noticia de su contenido positivo; casi igual importancia posee su aspecto negativo, lo que ella desestima» (1939, pág. 22). Los desarrollos de la izquierda freudiana enriquecieron más la teoría marxista que la teoría psicoanalítica. Si bien algunos autores propusieron incluir el análisis de la realidad en la práctica psicoterapéutica, no constituye —más allá de su valor práctico— una profundización de las hipótesis freudianas, ya que la relación del sujeto con la realidad no está desestimada en la teoría psicoanalítica.
1. En la reunión de la Sociedad Psicoanalítica del 10/03/09 debatieron acerca de la psicología del marxismo. Adler sostuvo que los fundamentos marxistas de la economía podían interpretarse como el «estudio de las formas en que convergen la vida pulsional y las tendencias a la satisfacción. La satisfacción solo se logra dando un rodeo a la agresión, que abarca las condiciones de producción» (pág. 164). Para el expositor habría una estrecha armonía entre la teoría de la lucha de clases y la doctrina de las pulsiones. Hitschmann planteó que «le resulta difícil encarar el concepto de conciencia de clase, que solo es una doctrina enunciada por sus líderes», en tanto Steiner y Federn comentaron que «el socialismo es un sustituto de la religión» (pág. 167) y, por lo tanto, no se coloca en el mismo plano del análisis. Freud señaló que las variaciones en la conciencia de la humanidad y en la represión son procesos que avanzan «a través de los siglos». Asimismo, afirmó que «Adler no ha podido ofrecernos prueba alguna de la presencia de nuestra línea de pensamiento en Marx; más bien, ha tratado de presentar las bases psicológicas de las teorías marxistas», y lo estimula a que elabore y publique sus tesis (pág. 165). Véase el Acta 72 de las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, Nunberg, H. y Federn, E. (Comps.). Tomo II, Nueva Visión, 1908-1909,
2. Véase la reciente investigación en Cuba sobre las mujeres víctimas de la violencia física y sexual (López Angulo et al., 2009).
3. En una afirmación probablemente polémica, Freud sostiene que la sociología como ciencia no es sino psicología aplicada (en tanto trata de la conducta de los hombres).
4. Véase una detallada historia en Freud y los bolcheviques (Miller, 1998).
5. En una entrevista que Kazez y yo mantuvimos con Klimovsky, este nos decía que Freud «es ontológicamente materialista, pero metodológicamente dualista… él cree que hay una sustancia única en la materia y que todos los fenómenos que existen son reductibles a la materia… los mecanismos que descubre se pueden admitir con independencia de que en el fondo son reductibles a procesos neuronales» (1994, pág. 21).
6. Freud señaló que un «ultraje a la grandiosa diversidad de la vida humana se comete cuando solo se quieren reconocer unos motivos derivados de necesidades materiales» (1939, pág. 51).
7. Algunas de las observaciones de Langer corresponden, en rigor, a la pregunta acerca de la función que una determinada ideología tiene para un sujeto dado. En tal sentido, por ejemplo, una convicción espiritual podrá ser expresión de mecanismos como la sublimación o la desestimación de la realidad, entre otras alternativas. Sin embargo, una vez más, insisto en que el enfoque que aquí sigo concierne a la discusión epistemológica sobre la relación entre dos teorías diversas. Véase el estudio de Baranger (1954) sobre la función defensiva de la ideología fiolosófica.
8. Al descartar la comparación lógica entre teorías, Feyerabend sostiene: «lo que queda son juicios estéticos, juicios de valor, prejuicios metafísicos, anhelos religiosos; en resumen, lo que queda son nuestros deseos subjetivos» (1975, pág. 285).
9. Véase Miller, 1998, pág. 268.
10. Por ejemplo, todos los objetos sobre la Tierra -humanos o no- estamos sometidos a la ley de gravedad.
11. «Si las reglas R son hipótesis que correlacionan la ocurrencia de eventos psicológicos con ciertos sucesos físicos, una reducción de la psicología T1 a la física T2 consistiría en mostrar que las hipótesis psicológicas de T1 pueden deducirse de las hipótesis físicas de T2 más las hipótesis correlacionales R» (ob. cit., pág. 506). Con ello, no desaparece la identidad de T1 ni la priva de consistencia ontológica.
12. Por ejemplo, la hipótesis acerca de la fijación al pecho malo corresponde a la teoría sobre las fijaciones, en tanto la hipótesis referida al rechazo de la instancia paterna corresponde a la teoría de las defensas. En otros casos, el problema es que dos conceptos aparentemente excluyentes corresponden a niveles de abstracción diferentes (por ejemplo, la teoría de la representación en términos de la pulsión como representante psíquico del soma y las representaciones como representantes anímicos de la pulsión).
13. Por ejemplo, se ha señalado que Lacan no da argumentos propios del psicoanálisis acerca de por qué el discurso lógico (del análisis) se asemeja a la aritmética elemental (Martínez y Piñeiro, 2009).
14. Así sucedió con algunas hipótesis de la teoría de la comunicación.
15. Fue expulsado del Partido Comunista.
16. Para Bleger abandonar la investigación era «terrorismo ideológico». De los críticos del psicoanálisis dijo: «cometen un error grosero cuando no ven en el desarrollo del psicoanálisis uno de los pilares del desarrollo humanístico antistaliniano de la izquierda y del socialismo, y arrastran a los jóvenes detrás de utopías y espejismos» (ob. cit., pág. 527).
17. Término que Bleger toma de Lenin (que le resulta más acertado que el de ampliación) y manifiesta la crítica al idealismo y la metafísica.
18. Agradezco a Juan Carlos Galosi que fue quien me facilitó el libro de Reich.
19. La expresión «marxismo (o materialismo) vulgar» se utilizó para designar el reduccionismo fisiológico que prevaleció en gran parte de la psicología soviética.
20. Recordemos que el texto de Reich se centra en la psicología de masas del fascismo.
21. En su historiografía del psicoanálisis en Rusia, Miller dice: «mientras el marxismo preveía un final para el conflicto a través de la revolución que pondría en el poder a las clases explotadas, el psicoanálisis se basaba en la presunción del conflicto como inherente a la condición humana» (1998, pág. 162).
22. La discusión acerca de la falsedad de la teoría mencionada no es inherente a este trabajo.
23. «Lo difícil no es encontrar material sino conectar acertadamente lo encontrado y agruparlo de acuerdo con los distintos estratos existentes» (carta a Abraham del 3/06/12).
24. Nuestro estudio acerca del ‘corralito’ (Plut, 2005a) mostró la eficacia de ideales ligados con el amor, la justicia, el orden, la ganancia, etc.
25. Algo similar advertimos en textos de Marcuse y Rozitchner.
26. En este artículo he expuesto, centralmente, los desarrollos de autores que de un modo u otro abonaron el nexo entre ambas teorías. Ya sea que presentaran críticas y reformulaciones al psicoanálisis (como Langer), o ya sea que identificaron ciertos aspectos irresueltos del marxismo y sobre los que el psicoanálisis puede hacer su aporte (como Reich), en todos ellos encontramos una postura favorable al nexo entre psicoanálisis y marxismo. En un trabajo posterior, analizaremos las críticas más radicales, las que objetan bajo todo punto de vista un acercamiento posible. Al respecto, puede verse la obra de Voloshinov (1927).
27. Bernfeld planteó problemas similares: «El interrogante podría ser de importancia decisiva: ¿qué importancia tiene el psicoanálisis para el proletariado? Es decir ¿en qué medida y cómo puede ayudarlo en su lucha de clases? Una respuesta a ese interrogante plantearía el problema de la aplicación práctica del psicoanálisis a la acción política de masas… ¿es compatible el psicoanálisis en cuanto ciencia con el socialismo en cuanto ciencia (es decir el marxismo), o existe entre ambos una contradicción excluyente?» (citado por Guinsberg, «Bernfeld y la izquierda marxista». En Vainer, 2009, pág. 45).
28. Curiosamente, psicoanalistas marxistas (Langer, 1971a; Reich, 1933) supusieron que el socialismo construirá un hombre libre, un hombre nuevo, lo cual constituye una expresión abstracta, idealista, en la misma línea que Freud afirmó que la justicia, tal como la explica el marxismo, es solo una categoría abstracta.
29. Para justificar el carácter materialista del psicoanálisis, Brun señaló que el superyó «debe entenderse en el sentido de Pavlov como psicorreflejo condicionado de adaptación a la conducta social» (citado por Schneider, 1979, pág. 10).
30. Véase Freud (1913, 1916-17), Maldavsky (1986), Maldavsky, Kazez y Plut (1994).
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Por gentileza de SciELO