Subjetividad postmoderna y patologías del consumo

Mariela Rodríguez Rech
Psicóloga
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Reflexionar, sobre los signos de la época y las problemáticas del consumo,  nos exige sin dudas, admitir que la constitución del Sujeto, descansa  en el a priori histórico que lo condiciona. La época imprime sus  marcas en el devenir de una cultura, una sociedad y por lo tanto en la constitución subjetiva del individuo.

No son tiempos fáciles, el mundo capitalista junto a la revolución tecnológica de los últimos años  han producido un cambio estructural. Vivimos casi a merced de nuestros nuevos amo: la ciencia y la tecnología.  El mundo cibernético-virtual está entre nosotros. Bienvenidos al mercado.

Las patologías del consumo no han quedado exentas de estas transformaciones, hoy visualizamos las marcas de la época en el campo de las adicciones y esto genera una revisión profunda de nuestra práctica y de nuestro encuentro con el Otro. En la clínica diaria es inevitable considerar a fondo las contingencias histórico-culturales.

Revisando la historia…

Hay un paradigma actual que sin duda puede resultar provocativo: no existe, ni existió una sociedad sin drogas; recorriendo la literatura podemos ver que desde  siempre hubo un producto que funciona de una manera distinta del resto y que  se caracteriza por ir más allá del registro de las necesidades básicas.

A lo largo de la historia  hubo un deslizamiento: las drogas fueron ocupando distintos lugares en el imaginario social y en por ende en la subjetividad;  a pesar de los cambios no podemos dejar de vislumbrar que tuvieron siempre un sentido en la vida psíquica y emocional del Sujeto, ocupando un lugar en su discurso imaginario y simbólico.

Hoy estamos frente a una patología sin precedentes que ha ido adquiriendo variantes que la complejizan no sólo por las nuevas drogas existentes y sus modos de consumirla, sino también por la posición del Sujeto en este mundo postmoderno, su particular modo de gozar y desear, que sin duda han vacilado

Las patologías de consumo problemático se han ido insertando en un  mundo postmoderno, globalizado y total.

Es el comienzo de una nueva era de la humanidad: la sociedad del conocimiento, en donde la tecnología ha devenido tan importante e integrada a nuestras vidas, que trasciende su sentido utilitario para constituirse en eje de todos los cambios políticos, económicos, sistemas de ideas y creencias, determinando  comportamientos individuales y colectivos.

Estos nuevos escenarios traen aparejado ciertos riesgos:

La vivencia de tiempo y espacio se ven profundamente alteradas: todos podemos estar conectados ya, sin el Otro del lazo presente. Es vivir parte de la existencia en un mundo virtual donde no hay diferencia entre lo cerca y lo lejos, por ejemplo no es un mundo perceptible ni tangible: el otro es un desconocido, no tengo contacto con él, realmente está muy lejos…

Leía en algún texto que el símbolo de la época no es el libro, sino la pantalla. Impregnados de imágenes pero sin una mirada. El siglo de las imágenes…un demasiado de imagen. Nos vamos moviendo así, en un mundo  de relaciones mutables, renovables, efímeras… al modo del zapping, todo vale lo mismo y se olvida con rapidez

Hay una propaganda actual que dice en su texto literal:

“tenés internet ilimitado, todos juntos, todo el tiempo, en todos lados….”

“yo soy ilimitado, qué es un mundo ilimitado?… tenés todo, sin renunciar a nada… ilimitado”

Presencia inquietante de la ausencia de límites, del todo es posible, del goce masivo, del exceso, que paradójicamente deviene en vacío y desconcierto.

Recapitulo algunos conceptos que quiero que persistan de estas líneas anteriores para poder pensar luego las patologías del consumo:

Simultaneidad, falta de jerarquización, sin identidad, el todo parece ser posible a cualquier precio, sin historia, la satisfacción tiene que ser ya, el tiempo y el espacio pierden su real dimensión,  el lenguaje se agota, aparecen nuevos modos de comunicarse, estamos atestados de objetos que sin duda producen un aplastamiento subjetivo, ya no hay garantes y estamos en absoluta soledad… la soledad del Sujeto conectado. La soledad postmoderna.

Si retomamos las patologías del consumo, no podemos dejar de pensar al adicto fuera de ésta época con sus signos y su síntomas; cada una de estas mutaciones  en el mundo global  ha dejado su impronta que escuchamos puertas adentro del consultorio o la institución.

Los signos epocales traen aparejado consigo una lógica del consumo, en donde la angustia pasa a ser inadvertida para tenerlo todo, rápido  primando fundamentalmente la ignorancia: este no querer saber sobre las preguntas fundamentales de la existencia humana: el amor, la muerte, el sufrimiento.

Podemos escuchar a diario, una pérdida de ideales, una banalización de los objetos que vienen a colmar éstas  preguntas  inquietantes, movilizadoras y angustiantes. En el mundo adulto como el adolescente hay un derrumbe de la función paterna como efecto regulador y ordenador. Hay un culto a la juventud, la imagen y el cuerpo que impregnan el mundo del Sujeto. Vivimos un debilitamiento de los lazos sociales, el Otro ha perdido su eficacia y todos los vínculos parecieran estar mediados por este mundo virtual que consigue evitar el encuentro con el Otro, con el cuerpo del Otro, con las palabras.  Hoy tenemos una amplia gama de alternativas a los que el  Individuo recurre para cancelar el malestar estructural que lo atraviesa y del que nada quiere saber.

Aparece así el objeto tóxico: cualquier objeto puede adquirir esta dimensión: droga, internet, comida, compras, parejas, deportes, cirugías, etc. Objetos  del mercado  embestido por el Sujeto de una cantidad de propiedades inagotables: mágicos, certeros, contundentes, con quien se mantiene una relación pasional, voraz; una vinculación despótica, idealizada y siniestra  de la que no se puede salir y a quien se puede responsabilizar de todo lo que le pasa, logrando así desvincularse de la implicación subjetiva que cada uno tiene en su padecer.

Estos modos de vincularse al objeto es propicio para la época: no deja lugar para la pregunta y posibilita al Sujeto seguir en esa ignorancia  acerca de su responsabilidad  en éste síntoma elegido: la adicción. Lo tóxico por lo tanto no son los objetos en sí, sino el lugar que han venido a ocupar en la economía psíquica.

Extraigo de la clínica un breve fragmento: en una entrevista familiar donde estaba el padre, la madre y el joven de 19 años, ante el reclamo paterno acerca de  cómo lo trata el hijo, su falta de respeto los insultos etc, etc, dice el joven:

“cómo me vas a poner límites ahora si nunca me dijiste un NO, ahora no lo quiero, no me gusta, siempre hice lo que quise, nunca me dijiste un no a nada…”

En otro encuentro el joven refiere:

“Siempre tuve todo, no me faltó nunca nada, estuvieron siempre encima mío, yo le digo a mi viejo en lo económico nunca faltó nada, tuve de más y eso no hace bien…”

Es el mismo joven que abraza a su padre y ante la respuesta tibia de éste, le dice:

“abrázame fuerte carajo… rómpeme la espalda, no ves que soy tu hijo…”

Un llamado al orden, a una ley que regule el caos,  a un garante  que testifique que no todo es posible, que la demanda incesante puede llegar a ser mortífera si no se la puede encauzar por el camino del deseo ;un demás dice el paciente, un demás que entorpece el desenvolvimiento subjetivo y que deja sin palabras.

La adicción aparece como un intento de poner en palabras aquello de lo que no se quiere saber y a la vez un modo de cancelar  el malestar constitutivo del Sujeto.  Y así como en Internet el Sujeto queda borrado, no sabemos quién está ahí, el tóxico oculta al Sujeto del inconsciente; habrá que dejarlo de mirar para que algo de otro orden, del orden de la palabra pueda devenir.

Pero llegado un punto, la droga se convierte en un malestar. ¿Para quién?

Para la pareja, el juzgado, la escuela, la familia, etc.etc. ; para estas otras instituciones, debilitadas por cierto, decaídas en su función. Pero no para el paciente, la urgencia es del Otro, por eso deberíamos ser muy cauto cuando aparecen las llamadas “urgencias” en los dispositivos institucionales; somos los técnicos quienes debemos instaurar «la demora»: ese tiempo de espera necesaria y productiva tanto para el Sujeto, la familia y  también para las instituciones. Me pregunto si acá no habrá que esperar a que aparezca la “emergencia” en el sentido de esperar y dejar emerger esta soledad con la que se tiene que encontrar el paciente: para enfrentarse en definitiva a su inconsistencia del ser.

Retomando un poco lo planteado al inicio, la época sin duda deja su impronta en las patologías que hoy nos convoca, y es un verdadero  desafío en nuestra tarea diaria  acompañar a este sujeto  y a su familia. ¿Cómo alojar tanto acto? ¿Cómo hacer discurrir por los canales simbólicos lo que se resiste a ser dicho?

Se intenta desde la clínica abrir un espacio que posibilite la palabra, donde sea factible la renuncia  al amparo absoluto y al goce sin límites, que no permite la circulación del deseo; se trabaja para abandonar la ignorancia aunque angustie, para lograr algo en el orden del saber, para restablecer un lazo social que no esté entorpecido por el partener-droga, y donde el deseo pueda fluir.

Se propone una pausa ante tanta urgencia; se propone al analista en función de donante de un sentido en la era del sinsentido, para de esta manera autorizar a que el discurso del inconsciente haga su aparición.

Se apunta sin dudas a conmover algún signo de la época, a hacer tambalear este mundo ilimitado, a sacar de su lugar algo de esta solidez para que por una ínfima grieta se cuele la palabra.

Referencias bibliográficas

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Por gentileza de Topía