Terapia en la infidelidad

Inmaculada Jauregui Balenciaga
Doctora en psicología clínica e investigación. Máster en psicoeducación y terapia breve estratégica
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Introducción

Una de las grandes dificultades en la terapéutica de la infidelidad es la de comprender realmente el fenómeno de la infidelidad, así como las secuelas que provoca en muchas personas directa o indirectamente.

Observamos una carencia metodológica en el tratamiento psicológico de esta compleja situación, haciendo que la intervención en no pocos casos haya sido —y continúe siéndolo— poco rigurosa, tiñéndose así, más de prejuicios que de postulados científicos frutos de investigaciones. Efectivamente, la terapia en esta cuestión tiende a la dispersión, acorde con los valores de cada profesional, cayendo en ocasiones en una incomprensión, que lejos de ayudar, perjudica.

Si bien la infidelidad no parece tener el estatus de tabú, si parece constituir un hecho científicamente poco conocido, ya que no se le ha dado un espacio digno en el conocimiento. Efectivamente, la ciencia no le ha otorgado el lugar que socialmente parece tener. Por el contrario, alcanza una amplia presencia en la esfera artística, particularmente en la literatura y el cine.

Urge prestar atención a toda la sintomatología que provoca dicho fenómeno, particularmente en las personas que la sufren. La infidelidad llega a muchas personas como un tsunami, arrasándolo todo. Este hecho, para muchas víctimas, es vivido como un auténtico trauma que paraliza sus vidas durante años, sin llegar a veces a saber si realmente se ha superado o no.

En bastantes personas afectadas por la infidelidad, el proceso de superación resulta largo, arduo y complejo. El avance no es necesariamente lineal, prolongándose en el tiempo. Pero en lo que todas las personas entrevistadas coinciden, es que no se olvida nunca.

La terapia en estos casos no es simple. Autores como Pittman, (1994) y Glass (2003) han establecido protocolos de actuación, que han sido —y continúan siéndolo— sistemáticamente ignorados a la hora de intervenir con rigor. Ni que decir tiene que dicha problemática no entra en ningún programa universitario de psicología ni hay ningún master al respecto.

En el presente artículo [2], describiré las combinaciones terapéuticas más usuales que se suelen ver en la práctica clínica psicológica.

Si bien no entraré en la discusión sobre la definición de infidelidad ya que sobre ello he escrito en abundancia, si dejo clara su definición en tanto que violación —unilateral— de un convenio relacional. Una traición, construida a base de ocultar, mentir y negar. Del orden de lo secreto, esta cualidad parece constituir la esencia de este hecho. Desmitificando, puntualizo dos tipos de infidelidad encontradas en la investigación realizada: con y sin implicación emocional, siendo la infidelidad con implicación emocional la que genera más motivo de consulta, ya que suele suponer una mayor amenaza para la continuidad de la pareja. Preciso que la infidelidad no es un problema de pareja, sino que dicha problemática concierne exclusivamente a la persona infiel. Puntualizo que no hay nada que justifique la infidelidad. La justificación y cualquier explicación al respecto no son sino “sesgos a posteriori” (Hallinan, 2009). Concluyo a partir de los resultados obtenidos en esta investigación, que este fenómeno tan común, parece tener compensaciones importantes para la persona que actúa así y una de ellas es antidepresiva. La infidelidad pone al descubierto una panoplia de problemas personales sin resolver para lo que la infidelidad representa en ciertos casos una forma de escape, de huida hacia delante. La investigación evidencia una relación entre infidelidad y crisis personal.

La infidelidad en terapia

La terapéutica de la infidelidad es compleja porque, entre las principales causas, demanda el abordaje de múltiples problemáticas simultáneas que afectan a varias personas. Problemáticas aunadas a la vez que soterradas en una sola. Trabajar en la infidelidad supone abordar muchas cuestiones como el duelo, el miedo, la angustia, el cambio, las crisis, el síndrome de alienación parental, el suicidio, la dependencia emocional, las relaciones tóxicas, las bajas laborales, la ansiedad, la depresión, el trastorno de estrés postraumático, los trastornos de personalidad, los trastornos conductuales, los sesgos cognitivos, las creencias irracionales, la soledad, el vacío.

Necesidad de abordar demasiados frentes; analizar y priorizar demasiadas situaciones; canalizar demasiadas emociones, muchas de ellas desbordantes; gestionar demasiadas consecuencias… Y a veces, ayudar a la vez a demasiadas personas implicadas. En general, suelen ser muchos frentes abiertos a la vez, por lo que priorizar es fundamental.

Hay que añadir a todo lo dicho cierta confusión en muchos profesionales —y paraprofesionales— de la salud que tratan la infidelidad sin conocerla realmente, enfocándola como un problema de pareja o de depresión o como una simple pérdida. Hay quienes todavía piensan que se trata de un problema de comunicación en la pareja, puesto que la persona infiel busca afuera lo que no encuentra adentro, y toda una serie de mitos y creencias erróneas —sesgos cognitivos— que contribuyen al proceso de culpabilización de la víctima. Ya lo han mostrado y demostrado algunos autores: la satisfacción —o no— de la pareja parece ser independiente del fenómeno de la infidelidad, particularmente en los hombres (Glass, 2003). Y es también nuestra conclusión. Contribuir a los problemas maritales no es lo mismo que causar infidelidad (ibíd.).

Resulta clave en cualquier proceso terapéutico situar el problema allí donde realmente está; forma parte de su definición. Sin ello la terapéutica se torna cuanto menos complicada, si no imposible. Y el problema en la infidelidad se sitúa en la persona infiel y en cómo este hecho ha salpicado dramáticamente a la persona consorte y a veces a los vástagos. La culpa de la infidelidad no puede nunca bajo ningún concepto recaer en la víctima. Es responsabilidad única y exclusivamente de la persona infiel. No es un problema de pareja.

Lo que la experiencia clínica especializada en este tema y algunas investigaciones al respecto lanzan como resultado sobre el tratamiento de la infidelidad es que los miembros infieles que han decidido seguir en la pareja oficial —así como la pareja se ha planteado «superar» la infidelidad— se han destacado fundamentalmente por desarrollar la honestidad, sean cuales sean las consecuencias que de ello se derivara. En otras palabras, la integridad, honestidad y transparencia, por un lado, y el compromiso por otro, han resultado ser criterios fundamentales sobre los cuales reconstruir la pareja (ibíd.). Aunque es un lugar común creer que hablar sobre las aventuras con la pareja traicionada genera más problemas que soluciones, al contrario, este factor se revela como un buen camino a partir del cual reconstruir la intimidad y reparar el daño ocasionado (ibíd.).

Importante también en le tratamiento en pareja de la infidelidad es romper todo contacto con la persona amante. Conviene cerrar este capítulo, siendo lo más honesto posible con ambas partes del triángulo amoroso. Sin olvidar el factor tiempo: recuperarse de la infidelidad requiere tiempo, a veces años y, por tanto, paciencia. Evidentemente hay factores que precipitan la recuperación, siendo uno de ellos el reconocimiento y asunción de la responsabilidad. Además de la empatía, paciencia y cuidado de la persona infiel hacia la persona traicionada, particularmente. Enseñar a responsabilizarse respectivamente de las necesidades de los miembros de la pareja resulta fundamental para evitar proyectar sobre la pareja consorte. La piedra angular para la reconstrucción de la pareja es la confianza, y esto es quizás lo más difícil.

La gran diferencia con la terapéutica de problemas estrictamente psicológicos es que, en el caso de la infidelidad, se trata de un perjuicio, es decir, que el acto de la persona infiel daña a más personas que a sí misma. Esto es, de las personas que acuden a terapia por trastornos psicopatológicos o situaciones personales transitorias difíciles, una gran parte vienen con la conciencia del problema o de una situación personal difícil generadora de obstáculos, así como con la voluntad de solucionarlo. En el caso de la infidelidad, hay un factor que marca la diferencia, a saber, la persona que suele acudir en búsqueda de ayuda suele ser la persona afectada por la infidelidad.

También —aunque más raramente— puede acudir a terapia la persona amante. A veces para afrontar la pérdida y otras paradójicamente, para entender qué le ocurre y por qué lo hace, pero sin modificar un ápice su postura de ser amante, es decir, manteniendo la firme convicción de seguir en esa tesitura. Otras veces, para hacer el duelo de la aventura.

Pocas son las personas que, habiendo sido infieles, acuden motu propio a consulta. Y cuando lo hacen, es como medida ante la amenaza de ruptura con la pareja oficial. Suelen mostrar poca o nula conciencia de la profundidad del daño generado; queriendo que su pareja pase página lo antes posible, en parte por su dificultad para gestionar sentimientos de culpa y la disonancia cognitiva generada al darse cuenta de la gravedad de las consecuencias.

Uno de los principales escollos en terapia es la dificultad para asumir las consecuencias de los actos por parte de las personas que han actuado infielmente. A veces lo quieren todo. Y con frecuencia, no muestran disposición para renunciar, elegir, o decidir. Y a pesar de la mencionada confusión que en muchos casos afirman sentir, las cosas muchas veces están más claras de lo que dicen, afirman o piensan. Pero la mente se embota, mintiendo, manipulando, justificando o explicando; en definitiva, utilizando toda una gama de mecanismos de defensa como la negación, la escisión y/o la disociación. El argumento utilizado sobre su estado de confusión, lo que en realidad refleja es que todavía no están dispuestas a renunciar al tercero en discordia. Y es porque la renuncia realmente es un proceso. No hay por tanto confusión. Hay simplemente negación a la renuncia y sus consecuencias.

Terapia con la persona infiel

La persona infiel también se enfrenta a sentimientos de decepción de sí misma, de vergüenza y de culpa, sobre todo si es consciente del daño causado. Reconocen no sentirse a gusto en esa situación. Porque para algunas de ellas, paradójicamente, la infidelidad no parece formar parte de sus valores. Por ello en parte, se observa una tendencia a soslayar muchas consecuencias. La culpa, el miedo, la angustia, el desasosiego y la ansiedad son algunas de las emociones más comunes que llegan a experimentar, pudiendo ser vivenciadas antes, durante y/o después de la aventura.

A nivel terapéutico, además de ver cómo se han gestionado las emociones (y sentimientos concomitantes), necesitamos comprender qué generó el comienzo y la continuación de la relación. Igualmente, es necesario saber si la aventura terminó o sigue en paralelo, quién la terminó y cómo se terminó.

Además de lo anterior, conviene ahondar en la insatisfacción personal que suele arrastrar la persona infiel. Lo que ayudaría a mejorar la comprensión, completando este proceso con la exploración de otros aspectos específicamente psicológicos como el miedo, la dependencia emocional, la baja autoestima y necesidades de autorrealización, entre otros.

Necesitamos investigar si la infidelidad es algo de corte estructural, para lo cual habría que evaluar ciertos rasgos y estilos de personalidad a fin de descartar patologías como la psicosis maniaco-depresiva, la psicopatía o trastornos de personalidad como el trastorno de personalidad narcisista, entre otras. Si forma parte del espectro adictivo: adicción al sexo, al flirteo, a la adrenalina, al romance. O bien, si es más bien contextual. Y, por último, es necesario saber si se trata de una infidelidad con o sin implicación emocional.

En caso de que la persona infiel desee seguir con la pareja oficial, la terapéutica se realizará por partes. Se trabajará la renuncia a la persona amante y el restablecimiento de la confianza básica. Se cerrar puertas y ventanas para eliminar la ambivalencia, lo que en muchas ocasiones conllevará a un duelo. Y se reparará el daño, lo que conlleva —además de una elaboración narrativa de lo sucedido— el desarrollo de una actitud empática hacia el dolor generado, que desembocará en la noción de cuidado.

El aspecto moral del trabajo se centrará sobre todo en la honestidad y la transparencia, así como en la asunción de la responsabilidad de sus actos. Ello contribuirá grandemente a restablecer la confianza.

Otro eje de la terapia viene de la mano del aprendizaje y entrenamiento de habilidades sociales, fundamentalmente la empatía, la tolerancia a la frustración, la gestión de emociones y sentimientos, así como la comunicación y la paciencia.

A nivel existencial, supondrá aceptar la soledad y la autonomía, así como renunciar a una satisfacción completa y tratar sentimientos de vacío.

Dependiendo de la función —en tanto que síntoma— que haya desempeñado la infidelidad, convendría una terapia individual más que de pareja, o bien, intercalar la individual con la de pareja, dependiendo de factores como la toma de conciencia, la evolución de la persona terapizada y la evolución de la pareja.

Es importante que la persona que ha traicionado se haga consciente de sus valores, de sus demandas, de sus expectativas, de sus carencias, de su vacío, de su déficit en la comunicación, de sus conflictos internos, de su rol, de su historia familiar. Entender qué le ha llevado a la infidelidad, sin culpar a la otra persona, resulta revelador y altamente restaurador. Porque se trata de situar el problema allí donde realmente está y desde donde todo parte. De esta forma, el conflicto proyectado hacia el exterior vuelve al interior, que es desde donde se puede abordar. Resulta complicado abordar la infidelidad mientras ésta siga proyectada en la pareja o en la persona amante.

Ahora bien, esto es muy poco frecuente en la práctica clínica. Pocas personas habiendo sido infieles acuden a un profesional de la psicología para hacerse ayudar. La narrativa justificativa resulta tan sólida que elimina en muchos casos, la conciencia de problema. Y cuando acuden, lo hacen fundamentalmente motivadas por la decisión de continuar en pareja ante la amenaza de la pérdida. Por ello es importante que su motivación pase de ser extrínseca a ser intrínseca. Esto es, que la persona infiel vea y sea consciente de su problema, de sus dificultades y quiera resolverlas. Cuestionarse a sí misma en todos los ámbitos: valores, carencias, sexualidad, roles, género… es imprescindible.

La práctica clínica y la investigación realizada nos permiten asegurar que: la infidelidad con implicación emocional resulta ser la punta del iceberg de un malestar interno más profundo. Se revela como el resultado de una separación inicial, de un distanciamiento por parte de la persona infiel iniciada tiempo atrás. Y es el final de un proceso de separación, no el principio.

Al respecto, destaca el hecho de cómo las personas se encuentran divididas entre dos relaciones, entre dos mundos. Una parte de ella quiere seguir manteniendo el confort, la familiaridad y los roles asociados a ésta. Otra parte quiere la excitación, la novedad, la sensación de volver a estar enamorada, la adrenalina… Esta ambivalencia significa en el fondo que no está todavía preparada para renunciar y por ello mantiene el triángulo amoroso.

En los casos de infidelidades solamente sexuales y fugaces, la persona infiel suele tener asumida la disociación. Es decir, está en sus valores: por un lado, su vida social y familiar y, por otro, la vida íntima, que solo le pertenece a ella. Esta disociada interiorización hace difícil el proceso terapéutico. No hay reconocimiento muchas veces de este doble rasero y por ello, gran parte de la terapéutica consistirá en cuestionar dialécticamente estos valores.

Terapia con la persona amante

La principal demanda de las personas amantes que acuden a consulta es saber llevar y gestionar la situación. A veces, ellas no quieren seguir la relación, pero no saben cómo dejarla. En este caso, la terapia tiene como objetivo fundamental tomar conciencia de la toxicidad de la relación a partir de las consecuencias que la relación les ocasiona. Se trata de ayudar a hacer el duelo de las expectativas, es decir, perder la esperanza de un futuro en esta relación.

La persona amante también puede verse sometida a la pérdida y, en algunos casos, también confrontada por el daño causado, aunque sin tender a sentir empatía por la persona traicionada al estar más centrada en su propia pérdida. Solo a veces, después de acabada la relación, es cuando puede tomar conciencia del daño producido.

Es importante en el trabajo terapéutico confrontar los mecanismos de defensa, como la negación o la disonancia cognitiva, que le impiden ver la totalidad del fenómeno. Enseñarle a ver el cuadro al completo y entender que ella tampoco conoce la realidad de la situación de la persona infiel. Hay que aclarar que el engaño también le afecta a ella. ¿Cómo es posible creer en la honestidad de la persona infiel cuando es testigo de mentiras y ocultaciones? ¿Qué discurso o narrativa se cuenta la persona amante para desarrollar confianza en la persona infiel? ¿Cómo sabe que con ella no ocurrirá lo mismo?

Conviene revisar los roles y guiones aprendidos, particularmente los de la dependencia emocional, así como ahondar en los estilos de apego. La terapia de realidad de Glasser (1996) se muestra conveniente para que la persona aprenda a satisfacer sus propias necesidades de manera realista y sea más autónoma.

La terapia de duelo —duelo romántico— se llevará a cabo fundamentalmente cuando la aventura amorosa se acabe. Cuando las amantes acuden a terapia llegan con fuertes sentimientos de rabia y pensamientos obsesivos, propios de una de las etapas [3] del duelo. Las llamadas, emails o visitas al lugar del trabajo o a la casa… son ejemplos frecuentes de estos sentimientos. Les resulta muy difícil aceptar que la relación se ha acabado. No entiende cómo algo «tan especial» puede acabarse tan pronto, tan repentinamente y con escasa comunicación. El trabajo terapéutico se centrará en: el proceso de desidealización de la persona infiel, así como de la relación; la autoestima, la gestión de sentimientos de rabia, ira y/o frustración, así como los de la venganza.

La persona infiel y víctima de infidelidad en terapia de pareja

Dada la evolución en la investigación y tratamiento de la infidelidad, nos encontramos en la práctica con un vacío: no hay un protocolo de actuación en la terapia marital (Glass, 2003). No obstante, hay autores que han esbozado maneras de actuar (Ibid.), pero parece que con frecuencia son ignoradas en la práctica clínica.

La terapia de pareja, tras la infidelidad y en muchos casos, requiere un trabajo individual por ambas partes, además de un trabajo conjunto.

Si la pareja decide continuar tras la infidelidad, el cambio que se genere —con o sin terapia— debe ser profundo. No se trata de pasar página lo antes posible, sino de redefinir y rediseñar la nueva pareja, nuevos roles, nuevos escenarios.

La infidelidad supone un antes y un después en la pareja. Nunca se olvida, dicen. Se pierde una cierta inocencia y las premisas de base se derrumban. En muchos casos, la confianza no vuelve a ser la misma. Queda por hace un proceso de duelo que no solo concierne al ámbito de la relación. La visión del mundo cambia.

Es frecuente que la persona infiel decida dejar a su cónyuge oficial para «tomarse un tiempo y aclararse». Detrás de esta necesidad manifestada muchas veces se encuentra un deseo de oficializar la aventura. No hay en el fondo tal confusión. «No eres tú, soy yo»; «Me siento confuso»; «No sé qué hacer»; «Necesito un tiempo»; «Necesito estar solo, pensar» … Son frases clichés que se dicen en momentos en que se desea romper la relación oficial, evitando decir la verdad o reconocer la auténtica situación, minimizando así costes sentimentales como la culpa o la vergüenza, entre otros.

También es común el retorno al hogar tras la aventura. Se trata de un regreso que muchas veces está salpicado por la doble vida, lo que a la larga supondrá un daño mayor.

Todas estas situaciones añaden mucha complicación a la terapéutica y suelen terminar en separaciones traumáticas.

A la ya compleja y difícil situación que la infidelidad genera en la pareja, se suele añadir el entorno. La persona infiel ha llegado a presentar a su amante a amistades del círculo más íntimo, normalmente hermanas, madres, amistades. Testigos de esta situación, llegan a mentir, encubrir, tapar…, creyendo los argumentos esgrimidos por la persona infiel. Otras veces, es la amante la que presenta a la persona infiel, complicando también el escenario. Y no es excepcional que los propios hijos e hijas hayan sido involuntariamente testigos de la infidelidad de los padres, lo que resulta bastante traumático.

Muchas parejas “oficiales” deciden continuar la relación sin procesar demasiado la o las infidelidades. En estos casos el conflicto continúa de manera latente y suele ser cuestión de tiempo que vuelva explotar, salvo que el débil procesamiento haya sido suficientemente catártico como para generar cambios profundos en la pareja oficial.

En el contexto terapéutico, es necesario que la persona infiel cuente y narre sin explicar ni justificar lo sucedido. Los hechos prevalecen ante las palabras, evitando así que la persona infiel utilice la explicación como justificación de lo ocurrido. Las explicaciones suelen generar en la víctima mucha rabia y recelo. Porque todo el mundo podría tener razones para ser infiel y serlo. La víctima de infidelidad necesita entender y comprender; necesita una narrativa coherente, que tenga sentido, que cuadre. Mentir en los detalles o en los hechos, seguir ocultando, suele ocasionar aún más daño, contrariamente a lo que se piensa. Por ello, hay que ser cuidadoso con lo que se va a contar y cómo contarlo para que la pareja sane.

También es necesario que la persona infiel (se) cuente la historia real para su propia recuperación. Saber qué le hizo involucrarse en la aventura, previene otras aventuras futuras y proporciona seguridad. Es importante que quien ha sido infiel explore su vulnerabilidad, ahondando en su historia personal, lo que le ayudará también a entender lo sucedido. No hacerlo genera mucha desconfianza en la pareja oficial, desconfianza que tarda mucho tiempo en recuperarse. La pregunta que está en la base de esta desconfianza es: ¿Cómo sé yo que no volverá a ocurrir? La elaboración de una narrativa con sentido ayuda a responder a esta pregunta.

Las víctimas de infidelidad quieren saber cómo y porqué ocurrió, pero les cuesta hacer el esfuerzo de escuchar y comprender, por miedo a perdonarlo o excusarlo (Glass, 2003). Por ello, hay que dejarle claro que la comprensión no obliga al perdón ni a la excusa. Cuando la víctima toma suficiente distancia emocional como para comprender la función de la infidelidad como síntoma, ese conocimiento le permite ver la situación desde un ángulo diferente, lo que permite mejorar la relación y avanzar.

En cualquier caso, no hay que olvidar que se trata de un proceso largo y por fases no necesariamente lineales.

Fases del proceso de recuperación

Podríamos extraer de la experiencia, fases evolutivas en el proceso de recuperación en pareja.

Una primera fase difícil y compleja, en la que la clave de la reconstrucción de la pareja está en la persona infiel, en su voluntad y compromiso para resolver su ambivalencia, reparar el daño, así como en mantener una genuina honestidad y transparencia.

En esta etapa es importante evaluar la capacidad de ambos para reconstruir la confianza. La posibilidad de esta reconstrucción se ve casi desde el principio en función de las reacciones de la persona infiel ante el estrés postraumático de su pareja.

A nivel de la relación, lo fundamental en estos primeros momentos es restablecer un cierto nivel de confianza, para que la intensidad de los síntomas postraumáticos pueda disminuir. Requiere tiempo y paciencia.

Es un tiempo en el que suelen producirse crisis cíclicas. Cuando algo desestabiliza la frágil estabilidad alcanzada, el sentimiento es de vuelta a la casilla de salida. Es conveniente entender las crisis como parte del proceso de «cura» y extraer lo que hay que aprender de ellas; enfocar de manera diferente ciertos aspectos, para que la pareja pueda estabilizarse; entender los puntos fuertes y débiles de la pareja.

Las crisis suelen ser fruto de discusiones generadas a partir de desencadenantes muy variados e idiosincráticos en cada pareja que hacen volver una y otra vez sobre el tema de la infidelidad. La persona infiel quiere pasar página rápidamente, pero la persona traicionada no puede. Las parejas corren el riesgo de resquebrajarse y deteriorarse hasta romper; se trata de un período muy delicado. La víctima necesita una narrativa coherente para poder digerir la o las aventuras. La construcción de esta narrativa resulta ser un elemento fundamental en la terapéutica y lleva su tiempo. También la validación de la sintomatología de la persona traicionada resulta clave. Se precisa dejar muy claro a ambos miembros, que las respuestas postraumáticas tienen sentido y están en consonancia con el contexto. Por muy disfuncional que las respuestas sean, tienen su función y su sentido. Son respuestas normales a una situación anormal. Conviene, así pues, alejarse de concepciones prejuiciosas que evalúan estas reacciones como próximas a la histeria o son tildadas de exageradas, enfermizamente celotípicas, asociadas además en muchos casos al género.

Por todo ello, uno de los objetivos primordiales de esta fase suele ser el autocontrol. Se trata de reducir todo tipo de comportamientos que interfieran con la terapia, como pueden serlos las conductas suicidas, autolesivas o violentas por parte de la persona víctima de infidelidad, y el cese del mantenimiento de la aventura por parte de la persona infiel. Para reducir daños, es conveniente establecer de manera explícita un pacto. En este sentido, la pareja traicionada dejará claros los límites de lo intolerable para ella. Por parte de la persona infiel, también será importante que establezca límites claros sobre la forma de ser tratada, evitando los abusos verbales y honestidad total en cuanto a su indecisión o ambivalencia.

Otro objetivo importante es el manejo de habilidades emocionales y comunicacionales. Por parte de la persona infiel, saber tranquilizar a su pareja traicionada es importante y para ello estrategias como frecuentes llamadas de teléfono, dar cuenta de lo que se está haciendo y con quién o dar muestras de empatía y comprensión, ayudan a superar estos incómodos estados. Este tipo de comportamientos no tienen nada que ver con el control, sino con estados internos de la persona víctima de infidelidad que deben ser gestionados por ambas personas.

Si la pareja decide romper, conviene antes, haber hecho todo lo posible durante un tiempo. Cerrar ciclos antes de pasar al siguiente. Romper por huir del conflicto o para irse con la persona amante no se han revelado como buenas soluciones a largo plazo. En realidad, las personas en estas circunstancias llevan sus problemas a la siguiente relación. Los patrones son perpetuados hasta ser afrontados.

En algunas parejas la separación temporal ha ayudado, además de haber sido necesaria por la agresividad desatada. Pero ello requiere de un alto grado de honestidad. La persona víctima de infidelidad suele ser reacia a esta medida, pues la desconfianza —además de la ansiedad— es muy elevada. Por ello no suele ser una medida deseada. Se recomienda este tipo de separación en los casos donde hay reacciones agresivas físicas y/o psicológicas por parte de la víctima de infidelidad.

Ya en la segunda fase se va restableciendo la confianza en mayor o menor medida. La pareja se estabiliza y se puede abordar el tema sin que ciertos síntomas postraumáticos se desaten. Se va forjando una narrativa coherente que hace comprensible lo sucedido. Se habla de ello con cierta frecuencia, aunque ya con un mayor nivel de distanciamiento emocional. Es aquí donde resulta importante no solo hablar de la o las infidelidades, sino recordar el pasado de la pareja y qué les motivó a estar juntos; y, por último, diseñar, visualizar el futuro con proyectos nuevos.

Empiezan a darse situaciones que ya no despiertan tanta alerta, distanciamientos que se toleran. Sigue habiendo fragilidad, por que la persona traicionada tiene todavía muy presente el hecho traumático. Ahora es quizás cuando mejor funcionan técnicas como la parada de pensamiento, la meditación y otras como la atención plena [4]. Las crisis si las hay, no son tan agudas como en la fase anterior. Con todo, siguen dándose situaciones que despiertan fácilmente la alerta y desatan todavía síntomas de estrés, como por ejemplo el temblor corporal. No se califican ya de crisis sino situaciones que «remueven». No hay confianza plena. Han desaparecido algunos síntomas postraumáticos como los pensamientos obsesivos y los retrospectivos o flashbacks. Se ha establecido una cierta calma, una cierta estabilidad. No obstante, quedan algunos como la ira, el resentimiento, la ansiedad…

El entrenamiento en habilidades sociales y comunicacionales, así como de resolución de conflictos, constituyen herramientas importantes. Profundizar en el autoconocimiento permite gestionar conflictos propios, resolverlos de forma más adecuada, asumiendo su responsabilidad en ellos.

En cuanto a la víctima de infidelidad, se pone el acento en la interacción, equilibrando las propias prioridades con las de la otra persona, así como en la aceptación del otro y de la infidelidad, eliminando ciertas expectativas idealistas de cambio de la pareja infiel. Así mismo, se le orienta a centrarse en sí misma, en sus necesidades y deseos; a responsabilizarse de su cambio; a que sea la protagonista de su vida; a evitar estar pendiente del comportamiento y del cambio de su pareja.

Favorecer el desarrollo de actividades individuales y de pareja, ayuda a mejorar y consolidar una buena autoestima individual y de pareja.

Para evitar la triangulación con la figura del terapeuta, lo expuesto en terapia individual conviene remitirlo también a la pareja. También conviene establecer ciertos pactos en la pareja en momentos de ausencia o viajes, para evitar que se generen nuevas crisis.

Ya se ha conseguido en esta segunda fase que la intimidad relacional está más restablecida.

La tercera fase llega pues con un restablecimiento de la confianza significativo a veces incluso total —y dependiendo del tipo de infidelidad—. La pareja se ha reconstruido sobre diferentes roles o estos se han flexibilizado. Hay una mayor asunción de la responsabilidad. Se han sucedido cambios de vida y de hábitos. La comunicación es diferente, es más profunda. Por un lado, se ha ganado en autonomía y, por otro, se ha ganado en la relación. Hay una interdependencia más equilibrada. Las narrativas de ambas partes —particularmente de la persona infiel— son diferentes. El cambio está solidificado y la pareja se ha reinventado. La infidelidad pasa de figura [5] a fondo [6]. Se vive más allá de ella, con nuevos proyectos. Hay cambios cualitativos que se han introducido, cambios biográficos interesantes relativos a lo laboral o al modo de vida; proyectos que comienzan; decisiones que se toman y que modifican el paisaje de la (nueva) pareja. Es otra etapa. El foco de atención ha cambiado. Ambos han dado un giro importante a sus vidas.

El trabajo terapéutico se centra en el mantenimiento de lo adquirido y se pone el foco de atención en aspectos que quedan un poco descolgados. Se trata de generalizar lo aprendido a otros aspectos de la vida que no conciernen necesariamente a la pareja. Puede ser que haya que poner el acento en ciertos aspectos como la asertividad, los nuevos roles de la pareja, la comunicación.

Las condiciones óptimas para la recuperación en pareja de la infidelidad requieren fundamentalmente el final claro y honesto de la aventura o aventuras, que la pareja se implique y se comprometa en el trabajo terapéutico y una voluntad para volver a crear una atmósfera segura y confiable. El esfuerzo debe ir encaminado hacia la conexión, volviendo a crear el vínculo. Generar experiencias compartidas que recreen un mundo común, generando a su vez satisfacción. Recordar y recrear aquello que era placentero en la pareja. Centrarse en lo que funcionaba, en lo que gustaba, en lo que hacía bien a la pareja y reforzarlo. Soldar el vínculo por aquello que une e ir descentrando a la pareja de aquello que les separa. En estos casos, hacer un inventario de situaciones y actividades que unen y separan nos da una pista de por dónde encaminar la «cura», a qué acercarla y de qué alejarla para aumentar las posibilidades. No se trata tanto de una nueva luna de miel, sino de planificar una manera de hacer centrada en la restauración y reparación que se mantenga en el tiempo. Buscar lo que conecta, lo que vincula, lo que une de manera sólida e ir eliminando lo que separa y, si no se puede, darle un espacio y un tiempo limitados. Ir gradualmente descentrando la atención en la traición para focalizarla en la cohesión, respetando las emociones y los sentimientos de cada miembro.

Lo que se observa es que el vínculo emocional es directamente proporcional a la cantidad de intercambios positivos compartidos. Buscar en el pasado juntos, en la creación de la pareja, aquello que atraía. Dirigir el cambio hacia las personas que eran y que fueron cuando se conocieron. Reactivar y revivir situaciones, emociones, sentimientos que fomentaban el vínculo. Reencontrar lo que se ha perdido en el camino y modificarlo, en una reconstrucción aún más rica por ser más consciente. Buscar en el pasado para proyectarlo en el futuro. Técnicas como la visualización o técnicas de la terapia orientada a las soluciones como la pregunta del milagro [7] ayudan en esta parte del proceso, al igual que un viaje comienza desde su planificación.

El cuidado mutuo representa un elemento central a desarrollar en la recuperación tras la infidelidad. Los cuidados se cimientan en la empatía. Cuidar la pareja significa tanto cuidarse a sí mismo como cuidar a la otra persona.

Comprensión, compasión, así como comportamientos adecuados a estos sentimientos, harán que pueda combinarse la necesidad de seguridad del cónyuge víctima de infidelidad con la autonomía del cónyuge infiel. Actos de mutua sensibilidad al daño generado —o que se pueda aún generar— son rápidamente desarrollados en aquellas parejas cuya actitud se destaca por un compromiso elevado. Este tipo de comportamientos suelen ser fácilmente evaluables por su concreción.

Volver a sentir admiración y reflejar esto en la mirada del cónyuge es algo que lleva su tiempo.

La persona víctima de infidelidad en terapia

La aceptación de la infidelidad resulta harto complicada. Las víctimas luchan contra lo sucedido, queriendo volver atrás en el tiempo. Necesitan además otorgar sentido a las reacciones incomprensibles, extrañas, ajenas… para poder gestionar la infidelidad. La técnica de validación suele ayudar a entender este tipo de respuestas como normales en un contexto anormal. Se trata de evitar trivializar, minimizar o ignorar. Aunque se traten de respuestas disfuncionales, estas respuestas tienen sentido. La validación incluye no solo las emociones y sentimientos, sino lo cognitivo, es decir, los esquemas de interpretación y percepción del mundo, así como el significado atribuido a las situaciones. También incluirá los comportamientos (García y Navarro, 2016).

Conviene evitar empujar o presionar para favorecer la superación. En no pocos casos, tanto el entorno como a veces los propios profesionales —además de la pareja— presionan para que la persona traicionada pase página cuanto antes, sin entender la sintomatología postraumática, ni el significado de trauma de traición. El efecto es altamente contraproducente. Es victimizarla de nuevo. Por ello, la persona víctima de infidelidad se siente profundamente incomprendida, sin saber qué hacer con todo lo que vive, siente, percibe; sintiéndose en muchos casos ajena, extraña a sí misma; no reconociéndose en sus reacciones. El enfoque psicoeducativo consistirá en explicar qué es el estrés postraumático y cómo éste puede perdurar en el tiempo, así como el significado del trauma de traición.

La primera reacción que solemos ver es un estado de shock, caracterizado fundamentalmente por sentimientos de desrealización, de embotamiento afectivo y de ansiedad elevada. Hay quienes reaccionan con estupor e incredulidad; hay quienes somatizan directamente con síntomas como el vómito y dolores diversos; y, las hay que reaccionan con fuerte rabia y agresividad.

Pero todas quieren saber detalles de la relación infiel y revisan en el pasado buscando los indicios que no vieron en su momento. Interrogan buscando comprender, buscando explicaciones que den sentido al sinsentido que viven. Necesitan entender las razones de lo que sucedió, para evitar sentirse culpables. En parte por ello, se convierten en detectives buscando facturas, recibos e incluso contratando detectives. Solo buscan la verdad, pues la desconfianza es supina. También por esta razón, sacan el tema una y otra vez, buscando coherencia, buscando entender, intentando calmar los estados emocionales alterados generados por los flashbacks, los pensamientos negativos y obsesivos, la angustia que atraviesan, entre otros síntomas. Horas y horas, días y días de diálogo hasta caer exhaustas. Son momentos muy duros.

La víctima se enfrenta a sentimientos desgarradores y todos estos síntomas están presentes durante mucho tiempo, con lo cual a veces se puede tener la sensación de no poder ver la luz al final del túnel.

Cualquier circunstancia puede en cualquier momento despertar el recuerdo de la infidelidad, ahondando en la sensación de no tener el control de sus vidas y sintiendo una profunda sensación de indefensión. Cuando creen estar mejor, llega algún “recordatorio” que reactiva muchas de las reacciones postraumáticas. En esos momentos parece que lo avanzado no ha servido de nada y puede venir la desesperación y, en consecuencia, incluso la ideación del suicidio, la tentativa o la ruptura. Aquí la terapia narrativa resulta muy adecuada. Hay que deconstruir para reconstruir. La persona traicionada llega con un relato, es decir, con una descripción «saturada» del problema. «Con frecuencia, las primeras historias están llenas de frustración, desesperación y dolor, con poco o ningún asomo de esperanza» (Payne, 2017, p. 26). Es el relato que domina en esos momentos, que invade su vida y tiene efectos profundos sobre ésta. La infidelidad no es vivenciada como parte de ella sino como algo ajeno que irrumpe en su vida. El dolor lo domina todo. El trabajo terapéutico se centrará en ayudar a externalizar lo que experimenta, para llevarla a distanciarse emocionalmente y verlo bajo otra perspectiva.

Tienden a culparse de lo sucedido, por lo que es importante que los factores culturales, y sociales sean incluidos en la terapia. La perspectiva antropológica y sociológica ayudan a situar mejor los hechos en su contexto, aliviando de pesadas cargas sociales que se soportan individualmente. Deconstruir ayuda a contemplar la experiencia que le afecta con mayor perspectiva, y a situar el problema de la infidelidad fuera de ella, a tomar distancia y a evitar tomarlo como personal. En este sentido, la terapia avanza hacia la construcción de un nuevo relato en el que se incluyen otras variables que lo hacen ver de otra manera, con nuevos significados.

Por lo general suelen desarrollar comportamientos de tipo fóbico, evitando todo aquello que les pueda recordar la aventura como calles, fechas, situaciones, lugares, películas… Recordar provoca la emergencia de los síntomas del estrés postraumático. Por ello, muchas de ellas cambian de trabajo o se mudan o piden traslados. Entrenar en estrategias de afrontamiento como la desensibilización sistemática, sobre todo en aquellas situaciones en que la respuesta de evitación no es posible, se revela como muy eficaz. Aunque a veces, no quedará más remedio que poner distancia, por su bienestar psíquico.

Los síntomas más sorprendentes son los flashbacks y las ideas obsesivas. Muchas veces se imaginan una y otra vez a sus parejas en situaciones diversas. Son invadidas por pensamientos negativos e imágenes. Tienen muchas pesadillas sobre el tema. Mucho temor. Están en alerta constantemente. La rabia, el resentimiento y las reacciones agresivas y depresivas aumentan o disminuyen dependiendo de la actitud de la persona infiel. Cuanto más opaca, resistente y evitante se muestre ésta, mayores serán las reacciones relacionadas con la rabia, el resentimiento y la venganza. Cuanto menos respondan, peor reacciona la pareja traicionada. El entrenamiento mental mediante técnicas de meditación, atención plena [8], terapia de enfoque [9], relajación, visualización y control mental resultan muy aconsejables.

En la gran mayoría destacamos una baja autoestima. El yo está muy lastimado. Aquí el trabajo narrativo resulta idóneo: externalizar los discursos internalizados, elaborar diferentes discursos o relatos sobre formas de pensar, particularmente en lo referente a la culpabilidad y la responsabilidad. Se trata en definitiva de ayudar a modificar significados.

La infidelidad le ha colocado en una posición un tanto límite; fuera de control; indefensa. Vive la infidelidad como algo impuesto injustamente y la terapia ayuda a buscar su propia posición, sacándola de su indefensión. La reinterpretación de la infidelidad resulta un factor clave. La infidelidad habla de la persona infiel, no de la persona traicionada. En esta reconstrucción narrativa, devolver la responsabilidad de la infidelidad a la persona infiel y desresponsabilizar a la persona víctima resultan ser insoslayable.

Todas estas reacciones —frecuentes, comunes y normales en la infidelidad— dependen a su vez de muchos otros factores como el descubrimiento de la infidelidad, el grado de implicación, fragilidades personales, las actitudes y disposiciones por parte de la persona infiel…

El aprendizaje de la soledad y resolver sus propias carencias resultan ser pilares importantes sobre los cuales trabajar en terapia: «Cuando te encuentras a ti misma, descubres que seduces desde tu interior, encuentras que la seducción no es solo sexo […]. Y el poder se te vuelve permanente. Ya no es el poder de la piel, sino la seducción por la energía, por la iluminación, por tu esencia […], te hablo de un poder permanente. Es cuando brillas desde dentro, y ese poder es mucho más grande que el de la relación sexual» (Jaramillo, 2014, p. 33).

Las reacciones postraumáticas pueden estar presentes durante semanas, meses e incluso años. Y éstas se muestran particularmente severas cuando resultan de la traición de un vínculo muy significativo. La escritura, en cualquier forma —novela, poesía o diario—, ayuda enormemente a digerir emociones y sentimientos.

La orientación psicoeducativa permitirá conocer a fondo la problemática postraumática generada tras la infidelidad, así como la evolución de la misma, los síntomas y los desencadenantes, de tal manera que la persona podrá poner en marcha estrategias de afrontamiento. También esta perspectiva ayudará a «normalizar», esto es, vislumbrar la funcionalidad de la sintomatología, permitiendo así una disminución gradual pero progresiva, no solo en cuanto a su frecuencia, sino en cuanto a su duración.

Reacciones postraumáticas

Glass (2003) divide el conjunto de reacciones postraumáticas en tres categorías: intrusión, constricción e hiperexcitación.

Dentro de las reacciones intrusivas destacan los pensamientos obsesivos, las pesadillas y las escenas retrospectivas relativas a imágenes asociadas con la traición, que hacen experimentar psicológicamente el estrés, el cual puede ser desencadenado por escenas de películas, recuerdos, sueños, imágenes, música, objetos.

Los pensamientos obsesivos irrumpen, de ahí que la persona perciba que no los puede controlar. Estos suelen girar en torno a las mentiras y las incesantes preguntas sin respuesta.

Dentro de estos se desarrollan fijaciones en imágenes o fragmentos de conversación o recuerdos desconcertantes que no acaban de cuadrar en la historia que relata la persona infiel. Por esta razón, las personas traicionadas invierten tanto tiempo en descubrir la verdad sobre las mentiras pasadas. Preguntan y reexaminan hechos, se fijan en detalles no reparados anteriormente, en un esfuerzo por reconstruir lo que de verdad ocurrió. Es como resolver un rompecabezas hecho de mentiras y medias verdades. Es como reconstruir el pasado, mirarlo desde una nueva perspectiva, que permita construir una historia sobre la aventura que tenga sentido. Tenemos que dejar claro que estos pensamientos con tinte obsesivo, no son respuestas patológicas, sino reacciones normales al trauma. Olvidar les resulta en muchos casos peligroso.

El pensamiento intrusivo tiene forma de una música de fondo que no para. Un bucle continuo de detalles que atraviesan la memoria repetidamente. La respuesta ante este tipo de pensamiento parece tener una variante de género, pues los hombres parecen reprimir y las mujeres obsesionarse (Ibid.). Los pensamientos obsesivos pueden estar durante todo el proceso de recuperación, aunque tienden a disminuir conforme se establece la seguridad y dependiendo de la apertura de la pareja infiel. Conviene enseñar a la víctima a gestionarlos a través de técnicas como la escritura, la meditación, el focusing [10], la parada y desviación de pensamiento o técnicas estratégicas como darles un tiempo y un espacio, “cambiar de canal” y visualización. La opacidad del discurso de la persona infiel alimenta los síntomas intrusivos.

Las escenas retrospectivas, al igual que los pensamientos, son involuntarios. Son imágenes vivas que recrean momentos traumáticos de tal manera que cuando irrumpen, se vuelven a revivir las secuelas, desencadenando síntomas fisiológicos, a veces tan intensos como al principio. Esto puede desanimar porque suelen estar presentes durante todo el proceso. Es importante enseñar a dejarlos pasar sin evitarlos ni abortarlos. Novelar el trauma es en estos casos una técnica poderosa (Cagnoni y Milanese, 2010). Lo importante es no evitarlos una vez se hayan desencadenado. Luchar contra ellos añade tensión y ansiedad. Aceptarlos como tales —es decir, nombrar y dejar que pasen— ayuda a gestionar.

La constricción se refleja en la inhibición. La persona traicionada deja de hacer y de tener interés en general. El alejamiento y la evitación destacan como signos constrictivos. Conviene respetar estos momentos. La propia actitud de respeto y el otorgar un espacio para elaborar estas emociones y sentimientos inhibidos ayuda a recobrar la motivación y el interés para pasar de la inhibición a la acción. Dejan de hacer actividades, de relacionarse, encerrándose en sí mismas. Hay quienes el propio desbordamiento emocional las mantiene alejadas de todo aquello que suene a infidelidad. La evitación se revela como estrategia principal de gestión. Así, a veces, no quieren saber nada de lo ocurrido ni oír detalles ni recibir explicaciones. Simplemente se alejan. La evitación es una estrategia defensiva para protegerse de la intensidad del dolor, imposible de gestionar de otra manera. Es importante enseñar a sentir y ayudar a verbalizar lo sentido. Hay incluso quienes rehúsan cualquier ayuda terapéutica mientras su pareja infiel acude a terapia. Esa negativa, de tipo constrictivo, dificulta la «cura» y el proceso terapéutico de ambas partes. Se requiere la participación activa de ambos si quieren seguir en pareja.

La hiperexcitación hace referencia al estado de hipersensibilidad y alerta. Puede desglosarse en fisiológica y emocional (Glass, 2003). Así, entendemos la hipersensibilidad, la hipervigilancia, la reactividad, los desórdenes alimenticios, los trastornos del sueño, la irritabilidad, los arrebatos, la rabia, la ansiedad y la dificultad de atención y concentración como expresiones de la hiperexcitación fisiológica. A nivel emocional, destacan la intensidad de emociones y sentimientos como la rabia o el resentimiento. Recuerdo una paciente que me describía cómo llegó a parar el coche en un apartado cerca de la autopista para gritar. Y que, en más de una ocasión, cuando hablaba con su marido, la angustia se expresaba a través de gritos «como fuera de sí». Otra paciente describió su rabia hacia la amante como «mortífera». Y otra víctima fantaseaba con pinchar las ruedas del coche a la amante. Efectivamente, no es sorprendente escuchar en los relatos de víctimas de infidelidad el deseo de venganza e incluso la planificación y recreación mental en ello.

Uno de los comportamientos más comunes que nos encontramos en las personas traicionadas tiene que ver con el castigo, esa pena que se impone a la persona infiel. Formas de castigo como el hablar recurrentemente de la infidelidad hasta que la persona infiel rompe a llorar, o aliarse con personas allegadas a la persona infiel en su contra. Las autolesiones también pueden ser otra forma de castigo.

Los estados de alerta e hipervigilancia suelen permanecer durante bastante tiempo, dependiendo de la estabilidad y seguridad restablecida en la pareja. La ansiedad de separación y el apego ansioso pueden llegar a ser incluso graves. No se trata de un rasgo psicopatológico, sino una respuesta común y normal en situaciones de infidelidad.

Gestionar las reacciones postraumáticas requiere que la víctima aprenda a cuidarse a sí misma, implicándose en actividades que le hagan sentir bienestar, pues el estrés al que está sometida es muy elevado y se prolonga durante mucho tiempo. Se trata de evitar que caiga enferma física y/o mentalmente, así como de disminuir los riesgos de autolesión. El autocuidado ayuda además a focalizar la atención en otras cosas que no tengan relación con la infidelidad.

Con frecuencia las personas traicionadas se lanzan a actividades un tanto compulsivas como forma de compensar el desequilibrio generado por la infidelidad, o como manera de escapar de la depresión, la ansiedad y de otros síntomas que generan un profundo malestar difícil de gestionar. Así, conductas como la promiscuidad sexual, la búsqueda compulsiva de una nueva pareja, infidelidad por venganza, la ingesta perjudicial de alcohol, consumos perjudiciales de otras drogas como la cocaína o el tabaquismo, suelen ser frecuentes sobre todo en las primeras etapas tras la ruptura. Vuelven antiguas formas de gestionar malestares existenciales.

Notas

1. @Inmaculada Jauregui Balenciaga. Email: inmajauregui@gmail.com www.psicologiajauregui.com

2. Extraído del libro Retratos ocultos. Psicología de la infidelidad. Terapia, fruto de dos años de investigación sobre la cuestión.

3. Las etapas del duelo de Kübler.Ross: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.

4. Mindfulness.

5. En Gestalt, la figura es el objeto que está en primer plano, en este caso, la infidelidad.

6. Fondo es el resto, que está como en un segundo plano.

7. Si se levantaran un buen día y un milagro ocurriese, ¿Qué harían diferente? ¿Qué les gustaría que ocurriera? ¿Cómo serían sus vidas? ¿Qué notarían sus familiares y amistades de diferente?

8. Mindfulness.

9. Focusing

10. Técnica corporal desarrollada por Eugene Gendlin (1999) que consiste en un proceso de toma de conciencia y de sanación emocional, que trabaja con la experiencia corporalmente sentida.

Referencias bibliográficas

CAGNONI, F. y MILANESE, R. (2010). Cambiar el pasado. Barcelona: Herder.
G
ARCÍA, A. y NAVARRO, V. (2016). Terapia dialéctica comportamental. Madrid: Síntesis.
G
ENDLIN, E. T. (1999). Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal. Bilbao; Mensajero.
GLASS, S. (2003). Not just friends. New York: Free Press.
GLASSER, W: (1996). La thérapie de la réalité. Québec. Canadá: Éditions Logiques.
HALLINAN, J. T. (2009). Las trampas de la mente. Barcelona: Kairós.
JARAMILLO, P. (2014). Infidelidad. La búsqueda del placer y el encuentro con el dolor. Grijalbo.
PAYNE, M. (2017) Terapia narrativa. Una introducción para profesionales. Barcelona: Paidós.
P
ITTMAN, F. (1994). Mentiras privadas: la infidelidad y la traición de la intimidad. Buenos Aires: Amorrortu.