Vigencia y alcances del concepto de filogénesis en psicoanálisis

Sebastián Plut
Doctor en Psicología. Profesor Titular del Doctorado en Psicología UCES y de la Maestría en Problemas y Patologías del Desvalimiento UCES (Argentina). Miembro del Comité Editor de la Revista Subjetividad y Procesos Cognitivos
.

Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten.
El Aleph, Jorge Luis Borges

De qué fuente extraen muchas ideas la fuerza con que subyugan a los hombres y a los pueblos.
Moisés y la religión monoteísta, Sigmund Freud

Resumen

El autor examina el concepto de filogénesis, según como ha sido desarrollado en la teoría psicoanalítica, para estudiar su alcance en la explicación de los fundamentos anímicos de las representaciones sociales. El plan de trabajo contiene cinco secciones: a) síntesis del concepto de representaciones sociales según el enfoque de diversos autores, b) breve referencia a la hipótesis filogenética desde la biología; c) presentación de las ideas principales de Freud sobre dicha hipótesis; d) exposición de la revisión y recuperación que Maldavsky realiza acerca del concepto; e) síntesis y conclusiones. Al final del trabajo se agrega un Anexo, algo extenso, que incluye una lista de citas de Freud sobre filogénesis. Esta inclusión (por su extensión y ubicación) se justifica porque compone la muestra de nuestro estudio (aunque también podrá ser aprovechada como estado del arte por otro investigador).

Palabras clave: Representaciones sociales, Filogénesis, Teoría de la recapitulación, Ello, Psicología de las masas.

Summary

The author examines the concept of phylogenesis, insofar as it has been developed in psychoanalytic theory, in order to study its scope in the explanation of the psychological fundamentals of social representations. The layout of this work consists in 5 sections: a) social representations concept synthesis according to different authors´ perspectives, b) brief reference to the phylogenetic hypothesis from a biological standpoint, c) presentation of Freud’s main views on the mentioned hypothesis, d) exposition of Maldavsky’s revision and concept recuperation, e) synthesis and conclusions. The article is supplemented with an Annex, somewhat extended, which includes a list of Freud quotes on phylogenesis. This inclusion (as regards extension and insertion) is justified because it composes the sample of the present study (although it can also be taken advantage of as state of the art by another researcher).

Key words: Social representations, Phylogenesis, Recapitulation theory, Id, Mass psychology.

Introducción

Existen diversos enfoques, teorías y métodos para estudiar los valores y creencias colectivas. A su vez, puede estudiarse una representación social específica (de una enfermedad, de una teoría, etc.), uno o más conceptos (representación, creencia, etc.), el proceso de producción de tales tipos de representación, o su función y eficacia, entre otras alternativas.

Para quienes realizamos investigaciones psicosociales siempre resulta de interés tanto abordar una problemática social concreta, cuanto profundizar las hipótesis que enlazan los procesos psíquicos singulares con los procesos grupales y comunitarios. También sabemos que, pese a los fecundos desarrollos existentes, aun perdura algo enigmático en aquel nexo, en la posibilidad humana de compartir contenidos y formas relativas a las creencias, valores, representaciones.

El propósito de este trabajo es examinar un sector específico del aporte psicoanalítico al problema de las representaciones sociales. Para ello encaramos una investigación conceptual sobre la hipótesis filogenética, ya que, como señala Freud (1938), aquella noción constituye el puente entre la psicología individual y la social. Nos interesa, pues, estudiar dicha hipótesis (filogenética) en la evolución del pensamiento de Freud y, luego, cómo fue considerada por un autor argentino actual (David Maldavsky).

En síntesis, nuestro objetivo es: revisar el concepto de filogénesis en Freud, con miras a establecer, por un lado, su vigencia y alcance y, por otro lado, su valor en la comprensión del proceso de producción y el carácter social de las representaciones sociales.

Valores y creencias colectivas en la teoría de las representaciones sociales

En los diversos estudios, estos términos (valores y creencias colectivas) suelen aparecer reunidos con otros tales como representaciones sociales, ideología, estereotipos, prejuicios, actitudes, opinión pública, cosmovisiones, mitos, imagen, etc. En ocasiones, algunos de ellos son utilizados como sinónimos (o, al menos, no quedan claramente diferenciados), otras veces sí se los define como conceptos autónomos y distinguidos o se los articula con algún tipo de jerarquización. Más allá de esta diversidad, habitualmente los autores se han ocupado de: precisar el concepto que consideran central; fundamentar su carácter social; explicar sus funciones y modos de producción. Asimismo, y desde un punto de vista más global, toda hipótesis sobre las representaciones (en este caso, sociales) se incluye dentro del ámbito más amplio de una teoría sobre la memoria.

Para Moscovici (1979) las representaciones sociales (en adelante RS) no son meras opiniones sino que constituyen teorías de las ciencias colectivas, teorías sui generis destinadas a interpretar y a construir la realidad [1]. El autor sostiene que tales representaciones son sociales no solo por su objeto sino sobre todo por su proceso de producción: «calificar una representación de social lleva a optar por la hipótesis de que es producida, engendrada, colectivamente» (ob. cit., p. 51) [2]. Otras dos ideas de Moscovici nos resultan de particular interés: por un lado, cuando al aludir al proceso de formación de las RS señala que estas no son una respuesta a un estímulo, sino que la primera es en cierto modo el origen del segundo, es decir, el estímulo está determinado por la misma respuesta. Por otro lado, al referirse a las funciones de la RS sostiene que esta constituye una «preparación para la acción, no solo en la medida que guía el comportamiento, sino sobre todo en la medida en que remodela los elementos del medio en que el comportamiento debe tener lugar» (ob. cit., p. 32) [3]. Jodelet propone la siguiente definición de RS: «es una forma de conocimiento, socialmente elaborado y compartido, con una orientación práctica y orientado a la construcción de una realidad común en un conjunto social» (1991, p. 31). Sigue una orientación similar a Moscovici al afirmar que si bien las RS se elaboran con los «medios de a bordo», aquellas se inscriben en los esquemas de pensamiento preexistentes. Tales esquemas incluyen sistemas ideológicos y culturales, ciertos conocimientos científicos, la condición social, la experiencia previa y la esfera afectiva [4]. También cobran importancia «las redes institucionales, los medios de comunicación de masas que intervienen en su elaboración, abriendo la vía a los procesos de influencia o manipulación social» (ob. cit., p. 30). Asimismo, desde el punto de vista metodológico este enfoque permite describir, analizar y explicar las dimensiones, formas, procesos y funcionamiento de las RS.

Para Jodelet el estudio de las RS constituye la vía por excelencia para aproximar la vida mental individual y colectiva ya que aquellas (RS) están situadas en la intersección de lo psicológico y lo social [5]. Finalmente, al analizar los discursos sobre la inseguridad señala: «los relatos que las víctimas de agresiones dan sobre lo que les ha sucedido siguen al pie de la letra un mismo escenario tomado de la colectividad y que les permite situarse en una misma categoría de víctima» (ob. cit., p. 44).

Farr (1986), por su parte, expone lineamientos coincidentes con los autores precedentes, y destaca que las RS consisten en sistemas cognitivos [6] que tienen una función social (son compartidas por una misma comunidad) [7]. Concretamente, estudiar las RS permitiría comprender cómo se difunde una determinada teoría (científica o política) en una cultura, cómo se va transformando durante ese proceso y cómo modifica, a su vez, la visión que la gente tiene de sí misma y del mundo [8].

Otro aspecto que también suele aclararse en la bibliografía es reconocer en Durkheim cierto origen de la noción, no obstante la propuesta de Moscovici considera no tanto representaciones homogéneas y compartidas por todos los miembros de una sociedad sino representaciones comunes a grupos sociales que comparten algunos aspectos culturales. Kornblit (1995), al mismo tiempo, explica que el carácter social de las representaciones deriva de que se basan en la comunicación, son compartidas, ejercen cierta coerción sobre los individuos y surgen a partir de procesos interactivos [9]. En este sentido el objeto social al cual se podrá referir una RS no será cualquiera sino aquel que cumpla determinadas condiciones: debe despertar ciertos conflictos, generar algún grado de consenso, revestir alguna relevancia para la vida de las personas y que se produzcan en su torno mensajes comunicativos. A su vez, las RS podrán estudiarse tanto como un producto (concepciones que diferentes grupos tienen sobre un objeto social) y como un proceso (en tanto las RS construyen la realidad social).

Kornblit también adhiere a la concepción de las RS como un «conocimiento de sentido común», en el cual es necesario «introducir la dimensión del sentido atribuido por los sujetos a los hechos sociales». Allí concurren las experiencias vividas por los sujetos, las informaciones y modelos recibidos a través de la tradición y la comunicación social. Para Páez (1992) las RS se analizan en tres dimensiones: la suma de información que reúnen sobre un objeto social, la organización de su contenido en torno de un núcleo figurativo y la actitud, entendida como evaluación positiva o negativa. Es interesante que el autor aluda a que una RS «hace referencia a una serie de guiones de interacción y a las teorías implícitas en ellos» (ob., cit., p. 20). Finalmente, Páez también fundamenta el carácter social de estas representaciones: por su contenido (se centran en objetos con un peso sociológico), por su origen (se producen pública y colectivamente y su contenido es proporcionado por las ideologías y subculturas predominantes) y por sus funciones (sirven para identificar/se a un grupo, para defender su identidad, para explicar, justificar y orientar sus acciones y para comunicarse).

La recapitulación

Freud adhería fuertemente a las hipótesis de Lamarck, quien postuló la herencia de los caracteres adquiridos. En palabras de Haeckel, su seguidor y prologuista del libro, «a Lamarck corresponde la imperecedera gloria de haber sido el primero en elevar la teoría de la descendencia a la altura de una teoría científica independiente» (en Lamarck, 1809, p. 5). Dicha teoría se resume en el mecanismo uso-herencia, cuyo ejemplo más comentado es el del largo cuello de la jirafa: la longitud de su cuello resultaría del duradero esfuerzo por extenderlo ya que, al vivir en regiones áridas, el único alimento era el elevado follaje de los árboles. La herencia transmite estos hábitos y en ese mismo proceso de transmisión esos hábitos se fortalecen y perfeccionan. Precisamente, una de las críticas que se le han hecho es que dio demasiada importancia a la influencia de los hábitos, al tiempo que aun no se había formulado el principio de la selección natural (propuesto por Darwin medio siglo después). Lamarck consideraba, por ejemplo, que el hombre primitivo proviene de los monos antropoides que se acostumbraron a la posición vertical. De este modo, el levantamiento del tronco y el constante esfuerzo para mantenerse en pie, habrían producido poco a poco la metamorfosis de los miembros.

Nos importa también comprender cuál era el objetivo global de Lamarck: «el asunto relativo al examen de los animales no consiste únicamente en conocer las diferentes razas ni determinar entre ellas todas las distinciones, fijando sus caracteres particulares, sino también el de llegar a conocer, además, el origen de las facultades de que disfrutan, las causas que los hacen existir» (ob. cit., p. 14). Es decir, no buscaba solo las diferencias, sino que también le interesaban más los aspectos universales de las especies que los rasgos generales y/o particulares.

De este modo, la teoría de Lamarck comprende hipótesis que abarcan tres áreas: la adquisición de nuevos caracteres, la evolución de los organismos y la transmisión de tales caracteres [10]. Dicho de otro modo, el autor examinaba el producto de las circunstancias como causas que provocan nuevas necesidades y, a su vez, estas necesidades crearían hábitos e inclinaciones [11]. Por su parte, Haeckel explica así la ley biogenética [12]: «La ontogenia es la recapitulación breve y rápida de la filogenia… Durante su rápido desarrollo un individuo repite los cambios de forma más importantes que sus antepasados desarrollaron por evolución durante su largo y lento desarrollo paleontológico» (citado por Gould, 2010, p. 100) [13]. En sus desarrollos, Haeckel combinaba los aportes de Lamarck, Darwin y Goethe. Por ejemplo, del primero tomaba, especialmente, la heredabilidad de los caracteres adquiridos (como luego veremos, podrá refutarse la explicación lamarckiana sobre cómo fueron adquiridos los caracteres sin que ello excluya su carácter hereditario). Asimismo, la posibilidad de transmitirse por herencia sería proporcional a la intensidad de la fuerza que impuso el carácter al organismo, la persistencia y continuidad de dicha fuerza y el número de generaciones sobre los que la fuerza actuó.

En suma, esta concepción procura establecer un enlace y una explicación entre los fenómenos de aprendizaje, memoria y herencia: a) adquirir un carácter es como aprender; b) los caracteres así adquiridos se heredan en proporción a la intensidad en la que producen estímulos; c) la herencia constituye una forma de la memoria; d) esta memoria se mejora por la repetición constante durante largos períodos; e) los instintos (saber de la especie) constituyen la rememoración inconsciente de aprendizajes intensos y reiterados.

El Proyecto Lamarck

Si tomamos en cuenta desde cuándo Freud tuvo en mente la hipótesis filogenética, la frecuencia con la que recurrió a la misma, así como también que la defendió enérgicamente y la sostuvo hasta el final de su obra [14], no podemos sino concluir que dicha noción ha ocupado un sitio sustancial en la concepción general que tenía sobre el ser humano [15].

Tempranamente Freud adhirió a la concepción lamarckiana, tal como se advierte en la siguiente carta a Fliess del 24 de enero de 1897: «No estoy lejos de la idea de que en las perversiones, cuyo negativo es la histeria, estaríamos frente a un resto de un antiquísimo culto sexual que otrora quizá fue también religión en el Oriente semítico (Moloch, Astarté)» (1986, pág. 241) [16].

El trabajo específicamente sobre las hipótesis de Lamarck fue un proyecto que Freud discutió, principalmente, con Ferenczi, a quien el 12 de julio de 1915 le escribe: «Esta serie [se refiere a la serie histeria de angustia histeria de conversión neurosis obsesiva demencia precoz paranoia melancolía manía] parece repetir filogenéticamente un desarrollo histórico. Lo que hoy son neurosis, fueron fases de evolución de la humanidad» (citado por Grubrich-Simitis, 1989, p. 93) [17].

En lo que sigue, entonces, expondremos una síntesis de las principales consideraciones y usos que Freud hizo en torno de la hipótesis filogenética [18]:

– El estudio de la disposición filogenética corresponde a una hipótesis de alto nivel de abstracción;

– En tal sentido, a los fines prácticos, suele desconsiderarse a favor del vivenciar accidental;

– Freud adhería a la teoría de la recapitulación. Es decir, consideraba que la herencia fue vivencia y que cada sujeto, en su ontogenia, repite la filogenia de modo abreviado;

– La disposición (filogenética) es la sedimentación de un vivenciar anterior de la especie;

– En línea con lo previo, la hipótesis de la herencia arcaica implica una manera de articular tres conceptos: pulsión, herencia y vivencia; – Para que una vivencia se transforme en herencia tiene que repetirse con suficiente frecuencia e intensidad en muchos individuos que se siguen unos a otros generacionalmente;

– Freud disentía con los rechazos que recibía la teoría de la recapitulación dentro de la misma comunidad de biólogos [19];

– La secuencia y lapso de exteriorización de cada moción pulsional resultan filogenéticamente determinados;

– Las pulsiones son, en parte, decantaciones de la acción de estímulos externos que, en la evolución de la especie humana, influyeron sobre el organismo;

– Lo que fue vivencia de la especie operó como «creación», en tanto ahora actúa como «llamado» (disposición);

– El complejo de Edipo es el ejemplo mejor conocido de los «esquemas» filogenéticos heredados;

– Si bien es vivenciado de manera individual, es un fenómeno determinado por la herencia;

– El sentimiento de culpa de la humanidad desciende del complejo de Edipo y se adquirió como consecuencia del parricidio perpetrado por los hermanos;

– En ese momento no se sofocó una agresión sino que se la ejecutó, en tanto que, posteriormente, dio lugar a una sofocación que es la fuente del sentimiento de culpa;

– Ciertos hechos en la infancia son «necesarios», por lo cual o están contenidos en la realidad o, si no, se los establece mediante indicios y se los completa por medio de la fantasía. Inicialmente, Freud pensaba que no había diferencia entre una y otra situación, no obstante finalmente concluyó que si ciertos hechos son solo aportados por la fantasía, la nostalgia posterior (por una vivencia nunca acontecida) es mayor;

– Aquello que en el análisis encontramos como fantasía, alguna vez fue realidad (en la historia de la especie);

– La fuente de tales fantasías son las pulsiones y constituyen fantasías universales;

– El núcleo de lo inconsciente está constituido por la herencia arcaica;

– Tanto la hipnosis como la formación de masas son sedimentaciones hereditarias (la hipnosis como disposición y la masa como relicto directo);

– El superyó (y también el ideal del yo), por su enlace con la cultura, tiene un fuerte enlace con la filogénesis;

– De allí que el superyó subroga al ello frente al yo;

– En la causación de las neurosis intervienen factores no solo psicológicos, sino biológicos (temprano desvalimiento humano) y filogenéticos;

– El simbolismo universal es evidencia de la eficacia de la herencia arcaica. De hecho, en muchos casos hay que admitir que ciertos aprendizajes fueron imposibles;

– La herencia arcaica se evidencia en una serie de disposiciones y contenidos que, por fuerza, no pudieron ser aprendidos ni, tampoco, transmitidos por vía de la comunicación ni de la tradición;

– Freud sostuvo que la transferencia psíquica directa fue la forma arcaica del entendimiento, luego relegada por la comunicación (y que hoy retorna en los fenómenos de masas);

– La herencia arcaica consiste en: ciertos contenidos (huellas mnémicas de lo vivenciado por generaciones anteriores); ciertas predisposiciones, aptitud e inclinación para ciertas direcciones de desarrollo y para reaccionar de forma particular a determinadas excitaciones y estímulos;

– No agrega nada introducir el concepto de un inconsciente «colectivo» ya que, de hecho, el inconciente es colectivo, patrimonio universal de los seres humanos;

– Las huellas mnémicas de la herencia arcaica permiten tender un puente entre psicología individual y de las masas;

– Los procesos estudiados en la psicología de los pueblos son semejantes a los procesos psicopatológicos (aunque no idénticos);

La filogénesis revisitada

Maldavsky ha realizado un retrabajo de la hipótesis filogenética, que incluye: a) la revisión del concepto en la obra freudiana; b) una sistematización y articulación de algunas de las nociones implicadas; c) la recuperación de los interrogantes que Freud dejara abiertos; d) la consideración —a la luz de los desarrollos biológicos recientes— de las objeciones que se plantean al problema de la herencia [20]. Para organizar este sector, dividiré la exposición en tres partes: a) síntesis de las hipótesis freudianas sobre filogénesis; b) análisis de las objeciones que recibió dicha noción; c) relación entre filogénesis y procesos sociales.

a) Síntesis de las hipótesis sobre filogénesis

En primer lugar, Maldavsky (1986) señala los aspectos comunes y diferenciales entre los conceptos de instinto y pulsión. En cuanto a lo común, ambas nociones tienen un alto grado de abstracción y pueden inferirse solo por su eficacia ya que no resulta posible obtener una evidencia directa de ellas. Asimismo, el origen del instinto y de la pulsión corresponde a la herencia. Respecto de las diferencias, el autor sostiene que mientras el instinto impone un sello igualador en cada individuo de la especie, la pulsión implica diferencias [21]. A su vez, el primero es generador de desenlaces anímicos, es estructurante, en tanto que la pulsión constituye una exigencia de trabajo para lo psíquico. En este sentido, Freud apeló al concepto de instinto para explicar el origen de diferentes estructuras y procesos anímicos (el núcleo de lo inconsciente, su contenido, la fijación oral al pecho materno, la comunicación telepática, el complejo de Edipo, entre otros).

Por otra parte, el instinto posee dos valores, ya se trate de su vínculo con las vivencias, ya se trate de su relación con la pulsión. En efecto, respecto de la vivencia el instinto es un conjunto de esquemas y ante la pulsión, un conjunto de contenidos constituyentes del núcleo de lo inconsciente. «Por ejemplo, —dice Maldavsky— las fantasías primordiales son esquemas formales par las vivencias y contenidos para la pulsión. Se abren, por lo tanto, dos caminos para la investigación: el del instinto y su relación con las vivencias y el del instinto y su relación con la pulsión» (ob. cit., p. 95).

Desde la perspectiva de comprenderlo como un conjunto de contenidos heredados, el inconciente constituye un saber para entender, en que el empuje pulsional promueve un esfuerzo para que el aparato psíquico enlace las vivencias y sus decantaciones como huellas mnémicas. Es decir, lo inconsciente —como conjunto de representaciones— se articula en una serie de estructuras formales constituidas por las fantasías primordiales [22] (seducción, escena primordial, castración). La concepción del factor filogenético como un saber de la especie es correlativa de la hipótesis de lo inconsciente como una «actividad mental primitiva» (Freud, 1918) y como un pensamiento consistente en desplazamientos de energía anímica en el camino hacia la acción (Freud, 1923a).

Es preciso recordar que para Freud lo inconsciente es heterogéneo, es decir, contiene elementos de origen diverso. Por un lado, están las representaciones-cosa que derivan de transformaciones de las percepciones, de las vivencias; por otro lado, contiene actos psíquicos, es decir, procesos de pensamiento que trascienden el representar y, más bien, promueven conexiones entre representaciones, conexiones que no resultan del vivenciar. Más aun, Maldavsky propone «interrogarse hasta qué punto el vivenciar mismo no es accidental, sino que está preparado, promovido, por una necesariedad psíquica» (1986, p. 98).

Uno de los motivos que llevó a Freud a inferir la determinación instintiva es la semejanza de los desenlaces a pesar de las diferencias entre las vivencias individuales (previamente, aludí al sello igualador que pone el instinto). Recordemos que para Freud (1938) se trata de desenlaces que no pueden atribuirse a un aprendizaje o una trasmisión cultural. Es decir, sostiene que ciertos procesos psíquicos universales generan los mismos resultados pese a la variedad de vivencias individuales.

Resulta ilustrativa la explicación que Freud propone acerca del surgimiento de la fantasía de castración, la cual es de carácter universal. Dicha fantasía deriva de la imbricación de tres vivencias que se potencian recíprocamente: una amenaza de que el sujeto perderá el pene si continúa con la masturbación; la imagen visual de la falta de pene en las mujeres; una sobreinvestidura del autoerotismo fálico. Ninguno de estos componentes, de manera aislada, resulta determinante de la fantasía de castración. Cuando el niño recibe la amenaza, no la cree posible hasta que puede ligar la frase oída con la imagen visual de los genitales femeninos. Pero la combinación entre estos dos componentes (lo visto y lo oído) no cobra eficacia en tanto no se sobreinvista la actividad masturbatoria. Maldavsky agrega: «en la especie humana, en determinado momento, al haber ciertas vivencias (el privilegio de la vista y el oído, y simultáneamente la vigencia de la actividad masturbatoria fálica), se llegaría por un procesamiento psíquico a resultados similares» (1986, p. 100).

También respecto de la fantasía de castración Freud correlaciona las vivencias individuales y las vivencias de la especie, y sostuvo que en aquellos casos en los que las vivencias individuales no alcanzan para constituir dicha fantasía, el esquema filogenético posee un carácter dominante [23]. Sobre esta complementariedad, Maldavsky señala que es preciso encontrar un criterio que permita discriminar entre los desenlaces promovidos por la confluencia entre instinto y vivencias y aquellos otros en los que el primero reordena a la segundas. Si observamos el desarrollo de Freud [24] advertimos que entre 1918 y el final de su producción modificó su pensamiento ya que, inicialmente, consideraba que el resultado sería el mismo y, posteriormente, al referirse a la vivencia de amamantamiento, halló una diferencia: en los casos en que no hubo vivencia de amamantamiento se desarrolla una añoranza mayor («…quizás en el segundo la posterior añoranza crezca tanto más», 1940, p. 188).

Finalmente, Maldavsky resume la relación entre instinto, vivencia y pulsión: «cuando la pulsión es despertada por ciertas vivencias (de satisfacción, de dolor) y se fija a ciertas huellas de las mismas, el carácter contingente de dicha vivencia recibe un reordenamiento por el instinto, que en consecuencia ha predeterminado el desenlace psíquico» (1986, pp. 103-104). En suma, hallamos tres alternativas: a) vivencia y pulsión se combinan de modo tal que el desenlace anímico individual coincide con el instinto; b) el instinto reordena las huellas mnémicas resultantes de la vivencia; c) que un proceso psíquico instintivo tenga un desarrollo autónomo respecto de cualquier vivencia.

b) Análisis de las objeciones

Freud adhería a la hipótesis lamarckiana según la cual el origen de los contenidos instintivos es atribuido a vivencias del tiempo primordial de la especie humana. Esta premisa recibió cuestionamientos tanto desde los antropólogos como desde los biólogos. En efecto, los desarrollos recientes en biología entienden que las modificaciones en la especie derivan de una mutación genética contingente y, a su vez, que tales alteraciones podrán autoperpetuarse o no según las condiciones de apremio contextual. Maldavsky considera, pues, que la objeción es doble: por un lado, porque no hay forma de demostrar la especificidad de las alteraciones genéticas promotoras de cambios instintivos en la especie humana; por otro lado, la crítica a la hipótesis de las vivencias primordiales como origen del instinto.

De ambos cuestionamientos, el primero no tendría cabida dentro del psicoanálisis, pues es inherente puramente a las teorías genéticas [25]. En cuanto a la segunda objeción, conviene precisar que no cuestiona la hipótesis sobre la eficacia del instinto sino que conduce, únicamente, a examinar su origen. De este modo, queda afectada la hipótesis de Freud (1913a) cuando sostuvo que es necesario encontrar un tipo de vivencia de la especie, reiterada y/o intensa, que explique el origen hereditario del sentimiento de culpa, para lo cual recurre al planteo de Darwin y concluye en el asesinato del padre primordial. «La deducción —dice Maldavsky— falla en un punto: el supuesto metodológico, el requisito de que haya una vivencia como explicación de un contenido heredado específico» (1986, p. 110).

La crítica expuesta no cuestiona que la culpa derive del deseo parricida sino que, en la especie, dicho sentimiento resulte de un deseo que se consumó. Más aun, lo central de esta objeción ni siquiera es si el hecho (asesinato del padre) ocurrió o no, sino su valor explicativo del origen del sentimiento de culpa. Si suponemos que ocurrió, incluso, lo que resta explicar es por qué solo en determinado momento resultó eficaz para inhibir la agresividad y promover el pacto entre los hermanos [26]. Conviene aquí exponer una extensa cita de Maldavsky: «A partir de las teorías genéticas actuales puede considerarse que el episodio necesario, que luego se transformó en herencia, ocurrió, y tuvo un carácter material, tal como lo requiere el supuesto teórico freudiano, pero no ocurrió tanto en el vínculo entre los hombres sino en la cadena genética, donde se dio una mutación contingente, que probablemente tuvo un efecto sobre un sistema nervioso con mayor complejidad, de donde surgió la capacidad de inhibir un acto motriz y sustituirlo por otro, psíquico. De tal modo, en el origen del sentimiento de culpa hacemos intervenir un azar, el de la mutación genética, hipótesis que es exterior a la teoría psicoanalítica misma, en la cual solo es posible considerar su eficacia psíquica. Por lo tanto, un episodio ocurrido múltiples veces (si es que ocurrió, aunque no es un requisito darlo por supuesto), como el del parricidio, de pronto se volvió eficaz para promover un desenlace, el sentimiento de culpa, la moral. El grupo de individuos en quienes el sentimiento de culpa (de origen hereditario) impuso una renuncia a la eliminación recíproca y la sustitución de ese acto por una moral que prohíbe el incesto, tuvo mejores opciones de autoperpetuar sus genes, dadas ciertas condiciones contextuales» (1986, p. 111).

c) Instinto y procesos sociales

Uno de los valores de la hipótesis filogenética remite a su consideración en el marco de los procesos sociales o, dicho de otro modo, en las relaciones entre instinto y sociedad. Así como Freud sostuvo que la pulsión es un concepto límite entre lo psíquico y lo somático, también afirmó que la noción de instinto permite construir un puente entre las hipótesis referidas al individuo y al grupo [27].

En efecto, los matices específicos que adquieren las fantasías primordiales universales en virtud de la investidura pulsional, permiten distinguir formas particulares de escenificar deseos y estructurar los vínculos interindividuales. En síntesis, dichas fantasías —en correspondencia con cada fijación libidinal— se despliegan como ordenadores de la captación de escenas grupales y de la consecuente participación individual (Maldavsky, 1991).

De las representaciones sociales a la filogénesis: para una psicología social psicoanalítica

Planteamos aquí una doble discusión: por un lado, acerca del concepto de filogénesis en sí mismo; por otro lado, nos preguntamos en qué medida la hipótesis filogenética puede enlazarse con las correspondientes a las representaciones sociales.

Respecto de lo primero, conviene reiterar que la teoría filogenética, al menos como ha sido considerada por Freud, ha sufrido destinos diversos: ha sido desestimada, rechazada o comprendida de modo parcial o desacertado.

Desde el principio de su obra Freud tuvo en cuenta el problema de la herencia, ya que la concepción psiquiátrica de la época (Morel, Krafft-Ebing, Janet, Charcot) [28] otorgaba un papel fundamental a la degeneración nerviosa hereditaria. Más aun, se consideraba la existencia de una tara hereditaria como el agente etiológico central, si no el único. Si bien Freud fue modificando sus hipótesis en ese asunto, cabe destacar que la herencia de la que se trata en la filogénesis no corresponde a una herencia familiar, sino de la especie. Asimismo, aun cuando el factor filogenético es de carácter universal, ello no implica que sea el agente más importante en la constitución de los desenlaces anímicos. En este sentido, si una tesis es determinista porque hace de la herencia el mayor eje explicativo de la conducta humana [29], la teoría psicoanalítica no se inscribe en esa tradición. Por el contrario, en la concepción de Freud destacamos que: a) logra reunir de modo consistente los diversos factores etiológicos (en las denominadas series complementarias) [30]; b) ofrece una resolución compleja a la antigua discusión entre lo innato y adquirido.

A la luz de lo expuesto hasta aquí, podemos intentar dar respuesta a algunos de los siguientes interrogantes: ¿qué aspectos de las representaciones sociales quedan irresueltos o solo parcialmente explicados por las teorías correspondientes? ¿qué aportes pueden realizarse desde la teoría psicoanalítica?

Los autores de la teoría de las RS, cuyas hipótesis sintetizamos inicialmente, consideran, especialmente, los contenidos de tales representaciones, así como sus procesos de formación. Podemos agregar, a su vez, un interrogante referido a qué es, desde el punto de vista anímico, lo que hace posible el desarrollo de las representaciones sociales.

Veamos, entonces, algunas de las hipótesis (RS) que, a mi juicio, presentan un fundamento solo parcial y que podrán enriquecerse de los aportes de Freud y, en particular, de la teoría filogenética:

  • La RS no es solo una respuesta a un estímulo, sino que la respuesta es, en cierta medida, el origen del estímulo (Moscovici);
  • Las RS son una «preparación para la acción» que no solo guían el comportamiento sino que «remodelan los elementos del medio» (Moscovici);
  • Las RS configuran un «saber práctico» (Jodelet);
  • Las RS se inscriben en los esquemas preexistentes del pensamiento (Jodelet);
  • Las RS permiten una aproximación de la vida mental individual y colectiva (Jodelet);
  • Los relatos de las víctimas de agresiones siguen al pie de la letra «un mismo escenario» (Jodelet);
  • Las RS constituyen «guiones de interacción» y contienen «teorías implícitas» (Páez).

¿De qué manera comprender que la RS configura la percepción o remodela los elementos del medio? ¿Cuáles son los esquemas preexistentes? ¿Cómo se establecen los nexos entre psicología individual y social? ¿Cómo se construyen «un mismo escenario» o los «guiones de interacción?

Consideramos que lo social es heterogéneo, no presenta unicidad, y no solo porque existen diferentes entidades eficaces (iglesia, escuela, partidos políticos, agrupaciones gremiales, profesionales), cada una con sus respectivos representantes, órganos de propaganda y su mayor o menor abarcatividad. Considerar la eficacia anímica solo desde esta perspectiva arroja una conclusión válida pero parcial, a saber, que cada sujeto está atravesado por discursos plurales, por argumentos institucionales de diversa índole. Por este camino solo arribamos a la hipótesis de que lo social en lo anímico deriva de numerosos discursos oídos, del mismo modo que podría pensarse que una representación-cosa deriva solo de una variedad infinita de impresiones sensoriales. De este modo, lo anímico es pensado como una tabula rasa. Maldavsky sostiene que «así como es necesario pensar las representaciones-cosa (inconscientes) como derivadas de un conjunto de operaciones psíquicas que preparan y formalizan las percepciones, y luego reordenan según diferentes lógicas su inscripción como huellas mnémicas, igualmente lo social sufre un procesamiento diferente de aquel que lo supone ingenuamente derivado de la influencia directa de los órganos de reproducción ideológica. En principio eso social es preparado, anticipado y formalizado según el tipo de espacialidad anímica en juego; pero además eso social es luego reordenado según diferentes criterios, y admite la coexistencia de diversos grados de complejidad y abstracción en cada aparato psíquico» (1997, pp. 189-190).

Nuestra hipótesis, por lo tanto, es que el desarrollo de un pensamiento colectivo es posible sobre la base de los esquemas y contenidos filogenéticos. Recordemos que estos esquemas permiten formalizar y captar las escenas intersubjetivas que, en su combinatoria con la pulsión, quedan dotadas de una significatividad específica. Si bien el aprendizaje, la comunicación y la tradición participan en la configuración de las RS, también interviene la disposición heredada. En efecto, si no incluimos este factor, el riesgo será reducir las RS a un empirismo ingenuo. ¿Cómo explicar, si no, que las RS son sociales por su objeto pero también por su origen?

Tal como dice Jodelet, las RS trabajan con los «medios de a abordo», pero se inscriben en los «esquemas de pensamiento preexistentes». Así, que las RS (entendidas como respuesta) configuren al estímulo mismo (Moscovici), que incluyan la atribución de significación a los hechos sociales (Kornblit) y que se organicen según «guiones de interacción» específicos (Páez), son variables coincidentes con las propuestas de Freud. Este último, no solo entendía que el material filogenético se evidencia en las sagas, mitos y costumbres (1940), sino que si admitimos la presencia de las huellas mnémicas de la herencia arcaica, «habremos tendido un puente sobre el abismo entre psicología individual y de las masas» (Freud, 1938, p. 96).

Cierre

No hemos desarrollado aquí una investigación psicosocial empírica ni un estudio clínico [31], sino un trabajo conceptual que conduce a sostener la importancia de superar polémicas del tipo biologismo-antibiologismo. Por otra parte, también propone reflexionar sobre los criterios de inserción de una hipótesis ajena (en este caso de la biología) en el seno de otra teoría (el psicoanálisis) (Plut, 2010). Con ello pudimos argumentar, aunque sea fragmentariamente, acerca de la vigencia del concepto de filogénesis, así como sobre su alcance. Más aun, resulta de capital importancia advertir que en el avance de la ciencia, la refutación de algunas proposiciones no habrá de comprenderse, necesariamente, como una refutación global, sino solo de uno o más sectores específicos de una teoría dada. Grubrich-Simitis sostiene que «en la medida en que la metapsicología tiene como tarea la de formular tesis con la mayor generalidad posible para describir y explicar caracteres particulares de la especie humana, es evidente que debe también tomar en consideración los fenómenos biológicos» (1989, p. 117) [32].

Freud afirmó que «ello y superyó, a pesar de su diversidad fundamental, muestran una coincidencia en cuanto representan los influjos del pasado: el ello, los del pasado heredado; el superyó, los del pasado asumido por otros. En tanto, el yo está comandado principalmente por lo que uno mismo ha vivenciado, vale decir, lo accidental y actual» (1940, p. 145). Es decir, para Freud, en cada quien, convergen tres historias: la individual, la de la tradición y la de la especie. En este trabajo hemos considerado especialmente el influjo de ello (y, en particular, de la herencia arcaica) en la constitución de las representaciones sociales. Una vía diferente, aunque complementaria, está dada por el examen del superyó y, sobre todo, de una de sus funciones: la formación de ideales. En efecto, desde esta perspectiva podrá considerarse el estudio de los ideales tanto en su forma cuanto en su contenido (Maldavsky, 1991, 1996) [33]. A modo de ejemplo, podemos señalar que ciertas características de las RS guardan estrechas relaciones con las descripciones que Freud (1933) realizó respecto de las cosmovisiones [34]. Con ello, no solo señalamos una vía de análisis adicional, sino que también subrayamos que nuestro enfoque ha sido fragmentario, hemos abordado solo una parte del fundamento en que se sostienen las RS.

Anexo

Aquí exponemos un conjunto abarcativo y representativo de citas en que Freud se refirió a la hipótesis filogenética:

«Tras esta infancia individual, se nos promete también alcanzar una perspectiva sobre la infancia filogenética, sobre el desarrollo del género humano, del cual el individuo es de hecho una repetición abreviada, influida por las circunstancias contingentes de su vida» (Freud, 1900, p. 542).

«Mediante el análisis de los sueños habremos de obtener el conocimiento de la herencia arcaica del hombre, lo que hay de innato en su alma» (Freud, 1900, p. 542).

«En efecto, lo accidental desempeña el papel principal en el análisis… En cambio, lo disposicional solo sale al luz tras él, como algo despertado por el vivenciar, pero cuya apreciación rebasa con mucho el campo de trabajo del psicoanálisis» (Freud, 1905, p. 118) [35].

«Junto a su fundamental dependencia de la investigación psicoanalítica, tengo que destacar como rasgo de este trabajo mío, su deliberada independencia respecto de la investigación biológica. He evitado cuidadosamente introducir expectativas científicas provenientes de la biología sexual general… en el estudio que la técnica del psicoanálisis nos posibilita hacer sobre la función sexual del ser humano. En verdad, mi propósito fue dar a conocer todo cuanto puede colegirse acerca de la biología de la vida sexual humana con los medios de la investigación psicológica» (Freud, 1905, pp. 118-9).

«No es fácil apreciar en su recíproca proporción la eficacia de los factores constitucionales y accidentales. En la teoría se tiende siempre a sobrestimar los primeros; la práctica terapéutica destaca la importancia de los segundos. En ningún caso debería olvidarse que existe entre ambos una relación de cooperación y no de exclusión. El factor constitucional tiene que aguardar a que ciertas vivencias lo pongan en vigor; el accidental necesita apuntalarse en la constitución para volverse eficaz. En la mayoría de los casos es posible imaginar una «serie complementaria», según se la llama en la cual las intensidades decrecientes de un factor son compensadas por las crecientes del otro; pero no hay fundamento alguno para negar la existencia de casos extremos en los cabos de la serie» (Freud, 1905, p. 219).

«La secuencia en que son activadas las diversas mociones pulsionales, y el lapso durante el cual pueden exteriorizarse hasta sufrir la influencia de otra moción pulsional que acaba de emerger o de una represión típica, parecen filogenéticamente establecidos» (Freud, 1905, p. 220).

«Por lo demás, esta apreciación del apremio de la vida como el motor del desarrollo no nos lleva a restar importancia a las «tendencias internas del desarrollo», si es que puede demostrarse su existencia» (Freud, 1915-1916, p. 323).

«Una proporción parecida gobierna la relación entre ontogénesis y filogénesis. La primera puede considerarse como una repetición de la filogénesis en la medida en que esta no es modificada por un vivenciar más reciente. Por detrás del proceso ontogenético se hace notar la disposición filogenética. Pero, en el fondo, la disposición es justamente la sedimentación de un vivenciar anterior de la especie, al cual el vivenciar más nuevo del individuo viene a agregarse como suma de los factores accidentales» (Freud, 1905, pp. 118-119).

«Y opino que muy pronto llegará el tiempo en que se podrá ampliar una tesis que los psicoanalistas hemos formulado hace ya mucho, agregándole a su contenido válido para el individuo, entendido ontogenéticamente, el complemento antropológico, de concepción filogenética. Hemos dicho: «En el sueño y en la neurosis reencontramos al niño, con las propiedades de sus modos de pensar y de su vida afectiva». Completaremos: «También hallamos al hombre salvaje, primitivo, tal como él se nos muestra a la luz de la arqueología y de la etnología»» (Freud, 1911, p. 76).

«En estos últimos años los autores psicoanalíticos han reparado en que la tesis «la ontogénesis es una repetición de la filogénesis» tiene que ser también aplicable a la vida anímica, lo cual dio nacimiento a una nueva ampliación del interés psicoanalítico» (Freud, 1913b, p. 187).

«Podemos construir otra serie, filogenética, que realmente es paralela a la sucesión temporal de las neurosis. Solo que para ello es preciso empezar desde muy lejos y tolerar algún que otro elemento hipotético intermedio… Si tomamos la idea de Ferenczi, se nos ofrece la tentación de reconocer en las distintas predisposiciones —a la histeria de angustia, a la histeria de conversión y a la neurosis obsesiva— regresiones a fases que antiguamente hubo de sufrir toda la especie humana, desde el principio hasta el final de la época glacial» (Freud, 1914, pp. 77-78).

«La cuestión de si el paralelismo aquí esbozado es algo más que una comparación lúdica, o en qué medida puede iluminar los enigmas aun no resueltos de la neurosis, es algo que puede dejarse como tarea oportuna para ulteriores análisis y para la clarificación mediante nuevas experiencias… Si las constituciones arcaicas retornan en los individuos nuevos y los empujan a la neurosis por medio del conflicto con las exigencias del presente, ello no sucede en una proporción que pueda fijarse como ley. Queda espacio para adquisiciones nuevas y para influencias que no conocemos. En conjunto no estamos al final, sino al principio de una comprensión del factor filogenético»(1914, pp. 84-85).

«Las pulsiones mismas, al menos en parte, son decantaciones de la acción de estímulos exteriores que en el curso de la filogénesis influyeron sobre la sustancia viva, modificándola» (Freud, 1915, p. 116).

«La prehistoria a que el trabajo del sueño nos reconduce es doble: en primer lugar, la prehistoria individual, la infancia; y por otra parte, en la medida en que cada individuo repite abreviadamente en su infancia, de alguna manera, el desarrollo todo de la especie humana, también esta otra prehistoria, la filogenética. ¿Se logrará distinguir en los procesos anímicos latentes la parte que proviene del tiempo primordial del individuo de la que proviene del filogenético? No lo creo imposible. Así, me parece, la referencia simbólica, que el individuo en ningún caso aprendió, tiene justificado derecho a que se la considere una herencia filogenética» (Freud, 1915-1916, p. 182).

«En nuestros juicios sobre los dos desarrollos, el del yo y el de la libido, tenemos que dar la precedencia a un punto de vista que hasta ahora no se ha apreciado muy a menudo. Helo aquí: ambos son en el fondo heredados, unas repeticiones abreviadas de la evolución que la humanidad toda ha recorrido desde sus épocas originarias y por lapsos prolongadísimos. En el desarrollo libidinal, creo yo, se ve sin más este origen filogenético… en el hombre el punto de vista filogenético está velado en parte por la circunstancia de que algo en el fondo heredado es, empero, vuelto a adquirir en el desarrollo individual, probablemente porque todavía persiste, e influye sobre cada individuo, la misma situación que en su época impuso la adquisición. Yo diría que en ese tiempo operó como una creación, y ahora actúa como un llamado» (Freud, 1915-1916, pp. 322-323).

«No se tiene otra impresión sino que tales hechos de la infancia son de alguna manera necesarios, pertenecen al patrimonio indispensable de la neurosis. Si están contenidos en la realidad, muy bien; si ella no los ha concedido, se los establece a partir de indicios y se los completa mediante la fantasía. El resultado es el mismo, y hasta hoy no hemos logrado registrar diferencia alguna, en cuanto a las consecuencias de esos sucesos infantiles, por el hecho de que en ellos corresponda mayor participación a la fantasía o a la realidad. De nuevo, lo que tenemos aquí no es sino una de las tan a menudo mencionadas relaciones de complementariedad; en verdad, es la más extraña de todas las que hemos conocido. ¿De dónde vienen la necesidad de crear tales fantasías y el material con que se construyen? No cabe duda de que su fuente está en las pulsiones, pero queda por explicar el hecho de que en todos los casos se creen las mismas fantasías con idéntico contenido. Tengo pronta una respuesta para esto, y sé que les parecerá atrevida. Opino que estas fantasías primordiales —así las llamaría, junto a algunas otras— son un patrimonio filogenético. En ellas, el individuo rebasa su vivenciar propio hacia el vivenciar de la prehistoria, en los puntos en que el primero ha sido demasiado rudimentario. Me parece muy posible que todo lo que hoy nos es contado en el análisis como fantasía -la seducción infantil, la excitación sexual encendida por la observación del coito entre los padres, la amenaza de castración (o, más bien, la castración)- fue una vez realidad en los tiempos originarios de la familia humana, y que el niño fantaseador no ha hecho más que llenar las lagunas de la verdad individual con una verdad prehistórica. Una y otra vez hemos dado en sospechar que la psicología de las neurosis ha conservado para nosotros de las antigüedades de la evolución humana más que todas las otras fuentes» (Freud, 1915-1916, pp. 337-338).

«Volvamos a las fobias. Creo que advierten cuán insuficiente es querer explicar solo su contenido, interesarse exclusivamente por su proveniencia, por el hecho de que este o aquel objeto, o una situación cualquiera, pasaron a ser el tema de la fobia. El contenido de una fobia tiene para esta más o menos la misma importancia que posee para el sueño su fachada manifiesta. Con las necesarias restricciones, es preciso conceder que entre estos contenidos de las fobias se encuentran muchos que, como destaca Stanley Hall [1914], son aptos, por herencia filogenética, para convertirse en objetos de angustia. Y no está en desacuerdo con ello el hecho de que muchas de estas cosas angustiantes solo puedan establecer su enlace con el peligro mediante una referencia simbólica» (Freud, 1915-1916, p. 374).

Carta a Abraham del 5/10/17: «No sé si ya le he hablado del trabajo sobre Lamarck, cuyo tema principal ha de ser que la «omnipotencia del pensamiento» fue otrora realidad» (Freud, 1979, p. 289).

Carta a Abraham del 11/11/17: «El propósito es poner a Lamarck enteramente en nuestro terreno, y mostrar que su «necesidad», que forma y transforma los órganos no es otra cosa que el poder de la representación inconciente sobre el propio cuerpo»(Freud, 1979, pp. 292-293).

«El varoncito tiene que cumplir aquí un esquema filogenético y lo lleva a cabo aunque sus vivencias personales no armonicen con él… En este punto la herencia prevaleció sobre el vivenciar accidental» (Freud, 1918, p. 80).

«En cuanto a reconocer esta herencia filogenética estoy por completo de acuerdo con Jung; pero considero metodológicamente incorrecto recurrir a una explicación que parta de la filogénesis antes de haber agotado las posibilidades de la ontogénesis» (Freud, 1918, p. 89).

«Si la escena primordial fue en mi paciente fantasía o vivencia real… en verdad no es muy importante decidirlo. Las escenas de observación del comercio sexual entre los padres, de seducción en la infancia y de amenaza de castración son indudablemente un patrimonio heredado, herencia filogenética, pero también pueden ser adquisición del vivenciar individual… El niño echa mano de esa vivencia filogenética toda vez que su propio vivenciar no basta. Llena las lagunas de la verdad individual con una verdad prehistórica, pone la experiencia de los ancestros en el lugar de la propia» (Freud, 1918, p. 89).

«El primero atañe a los esquemas [Schema] congénitos por vía filogenética, que, como unas «categorías» filosóficas, procuran la colocación de las impresiones vitales. Sustentaría la concepción de que son unos precipitados de la historia de la cultura humana. El complejo de Edipo, que abarca el vínculo del niño con sus progenitores, se cuenta entre ellos; es, más bien, el ejemplo mejor conocido de esta clase. Donde las vivencias no se adecuan al esquema hereditario, se llega a una refundición de ellas en la fantasía, cuya obra sería por cierto muy provechoso estudiar en detalle. Precisamente estos casos son aptos para probarnos la existencia autónoma del esquema. A menudo podemos observar que el esquema triunfa sobre el vivenciar individual; en nuestro caso, por ejemplo, el padre deviene el castrador y pasa a ser el que amenaza la sexualidad infantil pese a la presencia de un complejo de Edipo invertido en todo lo demás. Otro efecto de esto mismo es que la nodriza aparezca en el lugar de la madre o se fusione con ella. Las contradicciones del vivenciar respecto del esquema parecen aportar una rica tela a los conflictos infantiles… en el niño coopera una suerte de saber difícil de determinar, algo como una preparación para entender. En qué pueda consistir esto, he ahí algo que se sustrae de toda representación; solo disponemos de una marcada analogía con el vasto saber instintivo de los animales… Eso instintivo sería el núcleo de lo inconsciente, una actividad mental primitiva que luego la razón de la humanidad —a esta razón es preciso adquirirla— destrona, superponiéndosele, pero que con harta frecuencia, quizás en todas las personas, conserva la fuerza suficiente para atraer hacia sí los procesos anímicos superiores» (Freud, 1918, pp. 108-109).

«El núcleo de lo inconciente anímico lo constituye la herencia arcaica del ser humano, y de ella sucumbe al proceso represivo todo cuanto, en el progreso hacía fases evolutivas posteriores, debe ser relegado por inconciliable con lo nuevo y perjudicial para él» (Freud, 1919a, p. 199).

«Ambos estados, hipnosis y formación de masa, son sedimentaciones hereditarias que provienen de la filogénesis de la libido humana: la hipnosis como disposición, la masa además como relicto directo» (Freud, 1921, p. 135).

«El pensar en imágenes es solo un muy imperfecto devenir-conciente. Además, de algún modo está más próximo a los procesos inconcientes que el pensar en palabras, y sin duda alguna es más antiguo que este, tanto ontogenética cuanto filogenéticamente» (Freud, 1923a, p. 23).

«Lo que la biología y los destinos de la especie humana han obrado en el ello y le han dejado como secuela: he ahí lo que el yo toma sobre sí mediante la formación de ideal, y lo que es revivenciado en él individualmente. El ideal del yo tiene, a consecuencia de su historia de formación {de cultura}, el más vasto enlace con la adquisición filogenética, esa herencia arcaica, del individuo. Lo que en la vida anímica individual ha pertenecido a lo más profundo, deviene, por la formación de ideal, lo más elevado del alma humana en el sentido de nuestra escala de valoración» (Freud, 1923a, p. 38).

«Las vivencias del yo parecen al comienzo perderse para la herencia, pero, si se repiten con la suficiente frecuencia e intensidad en muchos individuos que se siguen unos a otros generacionalmente, se trasponen, por así decir, en vivencias del ello, cuyas impresiones [improntas] son conservadas por herencia. De ese modo, el ello hereditario alberga en su interior los restos de innumerables existencias-yo, y cuando el yo extrae del ello [la fuerza para] su superyó, quizá no haga sino sacar de nuevo a la luz figuras, plasmaciones yoicas más antiguas, procurarles una resurrección» (Freud, 1923a, pp. 39-40).

«Ahora bien, descender de las primeras investiduras de objeto del ello, y por tanto del complejo de Edipo, significa para el superyó algo más todavía. Como ya hemos consignado, lo pone en relación con las adquisiciones filogenéticas del ello y lo convierte en reencarnación de anteriores formaciones yoicas, que han dejado sus sedimentos en el ello. Por eso el superyó mantiene duradera afinidad con el ello, y puede subrogarlo frente al yo. Se sumerge profundamente en el ello, en razón de lo cual está más distanciado de la conciencia que el yo» (Freud, 1923a, pp. 49-50).

«Es verdad que el complejo de Edipo es vivenciado de manera enteramente individual por la mayoría de los humanos, pero es también un fenómeno determinado por la herencia, dispuesto por ella, que tiene que desvanecerse de acuerdo con el programa cuando se inicia la fase evolutiva siguiente, predeterminada» (Freud, 1924, p. 181).

«Entre los factores que han participado en la causación de las neurosis, que han creado las condiciones bajo las cuales se miden entre sí las fuerzas psíquicas, hay tres que cobran relieve para nuestro entendimiento: uno biológico, uno filogenético y uno puramente psicológico. El biológico es el prolongado desvalimiento y dependencia de la criatura humana. La existencia intrauterina del hombre se presenta abreviada con relación a la de la mayoría de los animales; es dado a luz más inacabado que estos. Ello refuerza el influjo del mundo exterior real, promueve prematuramente la diferenciación del yo respecto del ello, eleva la significatividad de los peligros del mundo exterior e incrementa enormemente el valor del único objeto que puede proteger de estos peligros y sustituir la vida intrauterina perdida. Así, este factor biológico produce las primeras situaciones de peligro y crea la necesidad de ser amado, de que el hombre no se librará más. El segundo factor, el filogenético, ha sido dilucidado solo por nosotros; un hecho muy notable del desarrollo libidinal nos forzó a admitirlo como hipótesis. Hallamos que la vida sexual del ser humano no experimenta un desarrollo continuo desde su comienzo hasta su maduración, como en la mayoría de los animales que le son próximos, sino que tras un primer florecimiento temprano, que llega hasta el quinto año, sufre una interrupción enérgica, luego de la cual recomienza con la pubertad anudándose a los esbozos infantiles. Creemos que en las peripecias de la especie humana tiene que haber ocurrido algo importante que dejó como secuela, en calidad de precipitado histórico, esta interrupción del desarrollo sexual. La significatividad patógena de este factor se debe a que la mayoría de las exigencias pulsionales de esa sexualidad infantil son tratadas como peligros por el yo, quien se defiende de ellas como si fueran tales, de modo que las posteriores mociones sexuales de la pubertad, que debieran ser acordes con el yo, corren el riesgo de sucumbir a la atracción de los arquetipos infantiles y seguirlos a la represión. Nos topamos aquí con la etiología más directa de las neurosis» (Freud, 1926a, pp. 145-146).

«El modo de convivencia más antiguo filogenéticamente, y el único en la infancia, se defiende de ser relevado por los modos de convivencia cultural de adquisición más tardía. Desasirse de la familia deviene para cada joven una tarea en cuya solución la sociedad suele apoyarlo mediante ritos de pubertad e iniciación. Se tiene la impresión de que estas dificultades serían inherentes a todo desarrollo psíquico; más aún: en el fondo, a todo desarrollo orgánico» (Freud, 1930, p. 101).

«No podemos prescindir de la hipótesis de que el sentimiento de culpa de la humanidad desciende del complejo de Edipo y se adquirió a raíz del parricidio perpetrado por la unión de hermanos. Y en ese tiempo no se sofocó una agresión, sino que se la ejecutó: la misma agresión cuya sofocación en el hijo está destinada a ser la fuente del sentimiento de culpa» (Freud, 1930, p. 127).

«Uno se ve llevado a la conjetura de que esta sería la vía originaria, arcaica, del entendimiento entre los individuos, relegada en el curso del desarrollo filogenético por los métodos mejores de la comunicación con ayuda de signos que se reciben mediante los órganos de los sentidos. Pero acaso el método más antiguo permaneció en el trasfondo y podría imponerse aún bajo ciertas condiciones; por ejemplo, en masas excitadas hasta la pasión» (Freud, 1933, p. 51).

«La experiencia analítica nos ha impuesto la convicción de que incluso ciertos contenidos psíquicos como el simbolismo no poseen otra fuente que la trasferencia heredada, y diversas indagaciones de la psicología de los pueblos nos sugieren presuponer en la herencia arcaica todavía otros precipitados, igualmente especializados, del desarrollo de la humanidad temprana» (1937, p. 242).

«Pero una nueva complicación sobreviene si reparamos en la probabilidad de que en la vida psíquica del individuo puedan tener eficacia no solo contenidos vivenciados por él mismo sino otros que le fueron aportados con el nacimiento, fragmentos de origen filogenético, una herencia arcaica… ¿En qué consiste ella? ¿Qué contenidos tiene? ¿Cuáles son sus pruebas?… Consiste en determinadas predisposiciones… en la aptitud y la inclinación para emprender determinadas direcciones de desarrollo y para reaccionar de particular manera frente a ciertas excitaciones, impresiones y estímulos. Como la experiencia enseña que entre los individuos de la especie humana existen diferencias en este aspecto, la herencia arcaica incluye estas diferencias; ellas constituyen lo que se reconoce como el factor constitucional en el individuo» (Freud, 1938, pp. 94-95).

«Tenemos, en primer término, la universalidad del simbolismo del lenguaje. La subrogación simbólica de un asunto por otro es cosa corriente, por así decir natural, en todos nuestros niños. No podemos pesquisarles cómo lo aprendieron, y en muchos casos tenemos que admitir que un aprendizaje fue imposible. Se trata de un saber originario que el adulto ha olvidado… Además, el simbolismo se abre paso por encima de la diversidad de las lenguas» (Freud, 1938, p. 95).

Cuando estudiamos las reacciones frente a los traumas tempranos, con harta frecuencia nos sorprende hallar que no se atienen de manera estricta a lo real y efectivamente vivenciado por sí mismo, sino que se distancian de esto de una manera que se adecua mucho más al modelo de un suceso filogenético y, en términos universales, solo en virtud de su influjo se pueden explicar. La conducta del niño neurótico hacia sus progenitores dentro del complejo de Edipo y de castración sobreabunda en tales reacciones que parecen injustificadas para el individuo y solo se vuelven concebibles filogenéticamente, por la referencia al vivenciar de generaciones anteriores» (Freud, 1938, p. 95).

«La herencia arcaica del ser humano no abarca solo predisposiciones, sino también contenidos, huellas mnémicas de lo vivenciado por generaciones anteriores. Con ello, tanto el alcance como la significatividad de la herencia arcaica se acrecentarían de manera sustantiva» (Freud, 1938, p. 96).

«Además, nuestra situación es dificultada por la actitud presente de la ciencia biológica, que no quiere saber nada de la herencia, en los descendientes, de unos caracteres adquiridos. Nosotros, por nuestra parte, con toda modestia confesamos que, sin embargo, no podemos prescindir de este factor en el desarrollo biológico. Es cierto que no se trata de lo mismo en los dos casos: en uno, son caracteres adquiridos difíciles de asir; en el otro, son huellas mnémicas de impresiones exteriores, algo en cierto modo asible. Pero acaso suceda que no podamos representarnos lo uno sin lo otro» (Freud, 1938, p. 96).

«Si suponemos la persistencia de tales huellas mnémicas en la herencia arcaica, habremos tendido un puente sobre el abismo entre psicología individual y de las masas» (Freud, 1938, p. 96).

«Reducimos el abismo excesivo que el orgullo humano de épocas anteriores abrió entre hombre y animal. Si los llamados «instintos» de los animales, que le permiten comportarse desde el comienzo mismo en la nueva situación vital como si ella fuera antigua, familiar de tiempo atrás; si la vida instintiva de los animales admite en general una explicación, solo puede ser que llevan congénitas a su nueva existencia propia las experiencias de su especie, vale decir, que guardan en su interior unos recuerdos de lo vivenciado por sus antepasados. Y en el animal humano las cosas no serían en el fondo diversas. Su propia herencia arcaica correspondería a los instintos de los animales, aunque su alcance y contenido fueran diversos» (Freud, 1938, p. 97).

«Concedido que por el momento no poseemos, respecto de las huellas mnémicas dentro de la herencia arcaica, ninguna prueba más fuerte que la brindada por aquellos fenómenos residuales del trabajo analítico que piden que se los derive de la filogénesis; empero esa prueba nos parece lo bastante fuerte para postular una relación así de cosas» (Freud, 1938, p. 97).

«Cabe responder aquí a otras dos preguntas. La primera: ¿Bajo qué condiciones ingresa un recuerdo así en la herencia arcaica? La segunda: ¿Bajo qué circunstancias puede devenir activo, es decir, avanzar desde su estado inconciente dentro del ello hasta la conciencia, si bien alterado y desfigurado? La respuesta a la primera pregunta es fácil de formular: Cuando el suceso tuvo suficiente importancia o se repitió con frecuencia bastante, o ambas cosas. En el caso del parricidio, ambas condiciones se cumplen. Acerca de la segunda pregunta se puede puntualizar: Es posible que entren en cuenta toda una serie de influjos, que no necesariamente han de ser todos consabidos; también es concebible un decurso espontáneo, análogo al proceso que se advierte en muchas neurosis. Pero, sin duda, es de una significatividad decisiva el despertar de la huella mnémica olvidada por obra de una repetición real reciente del suceso» (Freud, 1938, p. 98).

«Para concluir una puntualización que aporta un argumento psicológico. Una tradición fundada solo en el hecho de ser comunicada no podría testimoniar el carácter compulsivo que corresponde a los fenómenos religiosos. Sería escuchada, juzgada y, llegado el caso, rechazada como cualquier otra noticia que llega de afuera: nunca alcanzaría el privilegio de librarse de la compulsión del pensar lógico. Es preciso que haya recorrido antes el destino de la represión, pasado por el estado de permanencia dentro de lo inconciente, para que con su retorno se desplieguen efectos tan poderosos y pueda constreñir a las masas en su embrujo, como lo hemos visto con asombro, y sin entenderlo hasta ahora, en el caso de la tradición religiosa. Y esta reflexión pesa mucho en la balanza para hacernos creer que las cosas en efecto ocurrieron como nos hemos empeñado en pintarlas, o, al menos, ocurrieron aproximadamente así» (Freud, 1938, p. 98).

«No nos resultará fácil trasferir a la psicología de las masas los conceptos de la psicología individual, y no creo que logremos nada introduciendo el concepto de un inconciente «colectivo». Es que de suyo el contenido de lo inconciente es colectivo, patrimonio universal de los seres humanos. Por eso, provisionalmente hemos de valernos de analogías. Los procesos que aquí estudiamos en el vivenciar de los pueblos son muy semejantes a aquellos con los cuales estamos familiarizados por la psicopatología, aunque no del todo idénticos» (Freud, 1938, p. 127).

«Por fin nos decidimos en favor del supuesto de que los precipitados psíquicos de aquellos tiempos primordiales habían devenido patrimonio hereditario: en cada generación solo era menester que despertaran, no que fueran adquiridos… Experimentamos que en cierto número de sustantivas relaciones nuestros niños no reaccionan como correspondería a su vivenciar propio, sino instintivamente, de una manera comparable a los animales, como solo se lo podría explicar mediante adquisición filogenética» (Freud, 1938, p. 128).

«Y luego hallamos el pendant de ese material filogenético en las sagas más antiguas de la humanidad y en las supervivencias de la costumbre» (Freud, 1940, p. 165).

«Y en este punto el fundamento filogenético prevalece tanto sobre el vivenciar personal accidental que no importa diferencia alguna que el niño mame efectivamente del pecho o se lo alimente con mamadera, y así nunca haya podido gozar de la ternura del cuidado materno. Su desarrollo sigue en ambos casos el mismo camino, y quizás en el segundo la posterior añoranza crezca tanto más» (Freud, 1940, p. 188).

«Si uno es afecto a las comprobaciones generales y las separaciones tajantes, puede decir que el mundo exterior, donde el individuo se hallará ex-puesto tras su desasimiento de los padres, representa el poder del presente; su ello, con sus tendencias heredadas, el pasado orgánico, y el superyó, que viene a sumarse más tarde, el pasado cultural ante todo» (1940, p. 208).

«Una parte de las conquistas culturales sin duda ha dejado como secuela su precipitado dentro del ello, mucho de lo que el superyó trae despertará un eco en el ello, y no poco de lo que el niño vivencia como nuevo experimentará un refuerzo porque repite un ancestral vivenciar filogenético. («Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo»). De este modo, el superyó ocupa una suerte de posición media entre ello y mundo exterior, reúne en sí los influjos del presente y el pasado. En la institución del superyó uno vivencia, digamos así, un ejemplo del modo en que el presente es traspuesto en pasado» (Freud, 1940, p. 209).

«Debido a la acción conjugada de ambos influjos, el peligro objetivo actual y el peligro recordado de fundamento filogenético, el niño se ve constreñido a emprender sus intentos defensivos» (Freud, 1940, p. 211).

Notas

1. Jodelet (1991) alude a un saber del sentido común o un saber naïf.
2. Moscovici analiza tres dimensiones de las RS: actitud, información y campo de representación o imagen.
3. La idea de las RS como un saber o guía para la acción, un saber práctico, es compartida por los diferentes autores (Moscovici, Jodelet, Kornblit, Farr, Páez, etc.).
4. Respecto de los elementos constitutivos de las RS, Jodelet enumera componentes informativos, cognitivos, ideológicos, normativos, creencias, valores, actitudes, opiniones e imágenes.
5. Agrega que «el antropólogo confiere a la representación la propiedad de particularizar en cada formación social el orden cultural» (ob. cit., p. 34).
6. Si bien los diversos investigadores le confieren un lugar central a la función cognitiva de las RS, no la confunden con los procesos mentales estudiados por la psicología cognitiva: «esta refiere a objetos y procesos hipotéticos o captados indirectamente a través de la realización de tareas intelectuales, pruebas de memoria… La aproximación social de las representaciones trata de una materia concreta, directamente observable, aun cuando la organización latente de sus elementos sea objeto de una reconstrucción por parte del investigador» (Jodelet, 1991, p. 51).
7. Para el autor las RS son más sociales que las representaciones individuales pero menos globales que los mitos. Páez formula esta distinción: «no todos los estereotipos o conjuntos de creencias ideológicas constituyen una representación social. Solo lo son aquellos que emergen y se orientan a justificar, explicar y dar cuenta de un conflicto intergrupal o de una realidad psicosocial conflictiva» (1992, p. 17).
8. Recordemos que Moscovici estudió las RS del psicoanálisis. Farr (ob. cit.) refiere que las RS tienen la doble función de hacer que lo extraño (o nuevo) resulte familiar y que lo invisible se torne perceptible.
9. Para la autora, la teoría de las RS se inscribe como un capítulo del construccionismo europeo.
10. La teoría de la recapitulación dio lugar a numerosas derivaciones, aplicaciones y también tergiversaciones. Tal como lo expone Gould (2010) fue utilizada por investigadores del desarrollo infantil, de la educación primaria, del psicoanálisis y, también, por autores de la antropología criminal y por ideólogos del racismo.
11. Citemos a Lamarck: «… el empleo continuado de un órgano contribuye a su desarrollo, lo fortifica e incluso lo hace mayor, mientras que la falta de empleo de forma permanente perjudica su desarrollo, lo deteriora, lo reduce gradualmente y termina haciéndolo desaparecer, si esta falta de empleo persiste durante largo tiempo, en todos los individuos que se suceden de aquella estirpe» (ob. cit., p. 249).
12. Principio según el cual la ontogenia recapitula la filogenia.
13. Tiempo después, al reformular parcialmente la ley biogenética, Haeckel dirá que la recapitulación será más fiel en la medida en que la palingénesis haya sido conservada por la herencia y la cenogénesis no hubiera sido introducida por la adaptación. La palingénesis consiste en la verdadera repetición de estadios filogenéticos en la ontogenia de los descendientes, en tanto que la cenogénesis refiere a las excepciones a la repetición filogenética.
14. Etcheverry (1978) advierte que el término «primordial» en Freud, siempre refiere a la filogénesis. Asimismo, agrega: «El nexo entre filogénesis y ontogénesis es un tema que Freud aborda de continuo. Su concepción científica proviene de Haeckel… Con Haeckel, Freud sostendrá la herencia de los caracteres adquiridos, en la tradición de la Filosofía zoológica de Lamarck» (ob. cit., pp. 20-21).
15. Hay dos cuestiones que aquí solo podremos mencionar. Por un lado, destacar que en los desarrollos psicoanalíticos posteriores, la teoría filogenética ha sido tomada en cuenta en pocas ocasiones. Más bien fue objeto de confusión, olvido o desestimación. Por otro lado, un interrogante surge al revisar la obra de Freud: curiosamente, el nombre de Lamarck no aparece en sus textos y solo pudimos hallarlo en su correspondencia (véase, Freud, 1979; Jones, 1960; Grubrich-Simitis, 1989).
16. Nótese que aquí también se anticipa la hipótesis de la neurosis como negativo de la perversión.
17. Particularmente, esta correlación corresponde a uno de los aspectos que Freud, luego, desechó de su propia concepción filogenética.
18. El inventario que aquí se expone es una síntesis de las citas que se consignan en el Anexo.
19. Jones (1960) se pegunta por qué Freud ignoró la tesis de Weisman según la cual las células germinales son totalmente inmunes a la influencia de cualquier cambio producido en el soma. Grubrich-Simitis sostiene: «mientras no dispongamos de ninguna demostración decisiva de la influencia directa del medio sobre el genoma, la hipótesis según la cual «la memoria genética» funcionaría «como la memoria nerviosa», o, dicho de otro modo, que sería capaz de aprender, se revela como algo insostenible, del mismo modo que toda forma de teoría de la instrucción que afirmase que las informaciones provenientes del medio se formulan por decirlo así directamente en el ADN. Esto no quiere decir que en este terreno nada pueda cambiar» (1989, p. 115). Véase también en este texto (y en Gould, 2010) la discusión entre lamarckismo y darwinismo.
20. Véase Maldavsky (1986, 1991, 1996) y Maldavsky, Kazez y Plut (1994).
21. Otros términos que Freud emplea para aludir al instinto son: herencia arcaica, esquema congénito, vivencia de la especie, factor filogenético. La distinción respecto del concepto de pulsión resulta útil pues, en ocasiones, ambos conceptos han sido confundidos, en cierta medida como consecuencia de algunas de las traducciones de los textos de Freud (por ejemplo, el término instinkt ha sido traducido igual que trieb, cuando este último corresponde a pulsión). Dice Etcheverry: «Freud usa la expresión Instinkt en su acepción moderna: una conducta preformada, heredada» (1978, p. 48).
22. Ver nota 15.
23. Para Freud la vivencia es el punto de encuentro de la pulsión con ciertos estímulos sensoriales, a cuyas huellas mnémicas queda fijada.
24. Remitimos, nuevamente, a las citas expuestas en el Anexo.
25. Dice Maldavsky: «el problema de la especificidad del cambio genético generador del instinto escapa al campo del psicoanálisis… en la ciencia psicoanalítica basta con suponer que ciertos procesos psíquicos solo pueden explicarse apelando al concepto de instinto, sin tener la obligación de dar cuenta del origen genético específico de esta variación instintiva» (1986, pp. 109-110).
26.Maldavsky agrega: «el sentimiento de culpa, en lugar de ser explicado por este medio, solo queda escenificado» (1986, p. 111).
27. En rigor, la hipótesis filogenética permite establecer un puente entre individuo y grupo, entre hombre y animal y entre psicoanálisis y biología. Tal vez podamos afirmar, entonces, que el instinto es un concepto límite entre lo genético y lo social.
28. Véase Bercherie (1983).
29. Según esta concepción el sujeto actuaría únicamente en función de un programa genético innato. Binet, por ejemplo, decía que la herencia es «la causa de las causas».
30. Véase Maldavsky, Kazez y Plut (1994).
31. Sin embargo, las consideraciones especulativas que expusimos no impiden ser combinadas con proposiciones clínicas. Al respecto, recordemos lo que señaló Bion: «Cuando ustedes observan al paciente, en realidad están observando un espécimen arqueológico en vida: sepultada en el paciente se halla una antigua civilización» (1992, p. 142).
32. Gould sostiene que la teoría freudiana «no puede evaluarse, ni siquiera comprenderse, adecuadamente sin reconocer sus conexiones con la ley biogenética. Pero dichas conexiones rara vez se han mencionado porque muy pocos psicólogos e historiadores tienen alguna noción de la doctrina de Haeckel y de su impacto» (2010, p. 204). Freud se pregunta (y también se responde): «¿Se logrará distinguir en los procesos anímicos latentes la parte que proviene del tiempo primordial del individuo de la que proviene del filogenético? No lo creo imposible» (1915-1916, p. 182).
33. Maldavsky distingue cinco formas del ideal (totémico, mítico, religioso, cosmovisiones y científico ético) y siete contenidos derivados de los deseos (ganancia, verdad, amor, justicia, orden, dignidad y belleza).
34. Dice Freud: «Creyendo en ella uno puede sentirse más seguro en la vida, saber lo que debe procurar, cómo debe colocar sus afectos y sus intereses de la manera más acorde al fin» (ob. cit., p. 146).
35. Una distinción parcialmente similar sostuvo Freud respecto de tomar notas durante la sesión, ya que si bien consideraba que podían interferir en la atención flotante, también consideraba que las transcripciones textuales serían útiles a los fines de la investigación. Algo parecido refirió respecto del análisis de los sueños, ya que por un lado podría analizarse un sueño durante mucho tiempo, y que ello rendiría frutos en la investigación de las manifestaciones oníricas, aunque entendía que ello carecía de valor a los fines prácticos.

Referencias bibliográficas

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Por gentileza de Revista Subjetividad y Procesos Cognitivos